¿QUE ES EL CONDUCTISMO? Watson

¿QUE ES EL CONDUCTISMO? Watson

La vieja y la nueva psicología en oposición

Dos criterios distintos imperan aún en el pensamiento psicológico norteamericano: la psicología introspectista o subjetivista y el conductismo o psicología objetiva. Hasta el advenimiento del conductismo, en 1912, la psicología introspectista dominaba totalmente la vida psicológica de la universidad norteamericana.

Los más destacados representantes de la psicología introspectista en la primera década del siglo veinte, fueron E.B. Titchener, de Cornell y William James, de Harvard. La muerte de James en 1910 y la de Titchener en 1927, dejaron a la psicología introspectista huérfana de un verdadero guía espiritual. Si bien la psicología de Titchener difiere en muchos puntos de la de William James, los supuestos fundamentales son idénticos. En primer lugar, los dos eran de origen germánico. En segundo, y esto es más importante, ambos proclamaban que es la conciencia la materia de estudio de la psicología. El conductismo sostiene, por el contrario, que es la conducta del ser humano el objeto de la psicología. Afirma que el concepto de conciencia no es preciso, ni siquiera utilizable. Habiendo recibido una formación experimentalista, el conductista entiende, además, que la creencia de que existe la conciencia remóntase a los antiguos días de la superstición y la magia.

No obstante su progreso, la gran masa del pueblo ni aún hoy se ha distanciado mucho de la barbarie: quiere creer en la magia. El salvaje se figura que los encantamientos pueden traer lluvias, buenas cosechas, abundante caza; que un hechicero vuduísta enemistado, es capaz de provocar la desgracia de un individuo o de toda una tribu; que si un enemigo logra unirse de un trozo de uña o de un mechón de cabello de otra persona, podrá embrujarla y gobernarla. Siempre hay interés y cosas nuevas en la magia. Casi todas las épocas poseyeron su propia magia negra o blanca, y su propio mago. Moisés tuvo su magia: transformó el agua en vino y revivió al muerto. Coué tuvo su fórmula. La señora Eddy también.

La magia jamás perece. Con el decurso del tiempo, todas estas innumerables leyendas, exentas de todo análisis, tejen la tradición popular. La tradición se constituye en religiones. las religiones se enredan en las mallas políticas y económicas del país. Luego se las esgrime como instrumentos. Se obliga al pueblo a aceptar todas estas fantasías, que más tarde transmite como evangelio a los hijos de sus hijos.
Es casi increíble hasta qué punto la mayoría de nosotros está influida por un fondo salvaje. Pocos se libran de esa influencia. Al parecer ni siquiera la enseñanza escolar suministra un correctivo. Por el contrario, parece asegurarla en mayor grado todavía, a causa de que las escuelas están colmadas de maestros con idéntico fondo. Inclusive muy destacados biólogos, físicos y químicos, saliendo de sus laboratorios, son fácil presa de la tradición cristalizada en conceptos religiosos. Estos conceptos —herencia de un temeroso  pasado salvaje— han entorpecido grandemente el nacimiento y desarrollo de la psicología científica.

Ejemplo de tales conceptos

Ejemplo de uno de estos conceptos religiosos es el de que todo individuo posee un alma, separada y distinta del cuerpo, que realmente es parte del ser humano. Esta vieja doctrina conduce al principio filosófico llamado “dualismo”. Tal dogma se encuentra en la psicología humana desde la más remota antigüedad. Nadie ha palpado nunca un alma, o la ha visto en un tubo de ensayo, o ha entrado de alguna manera en relación con ella, como puede hacerlo con los otros objetos de su experiencia diaria. A pesar de esto, dudar de su existencia involucra convertirse en hereje y, en cierta época, hubiera podido llevar al reo inclusive a la muerte. Todavía hoy, quien desempeña un cargo público, no osa discutir el punto.

Con el desarrollo de las ciencias físicas que sobrevino con el Renacimiento, esa asfixiante nebulosa del alma pudo disiparse en cierta medida. Era dable pensar en la astronomía, en los cuerpos celestes y sus movimientos, en la gravitación y fenómenos similares, sin aplicar el alma. Aunque los primeros hombres de ciencia fueron por lo general devotos cristianos, en sus tubos de ensayo empezaron a prescindir de ella.

Empero, la psicología y la filosofía, ocupándose de objetos que consideraban inmateriales, encontraron muy difícil eludir el lenguaje de la Iglesia; de ahí que el concepto de mente o alma, como algo diverso del cuerpo, llegase en lo esencial casi intacto hasta las postrimerías del siglo diecinueve.

Es indiscutible que, en 1879, Wundt, el verdadero padre de la psicología experimental, quería una psicología científica. Se desenvolvió en medio de una filosofía dualista del tipo más pronunciado. No pudo discriminar con claridad el camino de la solución del problema mente–cuerpo. Su psicología, que ha regido soberana hasta nuestros días, es necesariamente de transacción. Sustituyó el término alma por el de conciencia. La conciencia no es tan completamente inobservable como el alma; la observamos al atisbarla de improviso y, como quien diría, al sorprendería desprevenida (introspección).

Wundt tuvo enorme cantidad de discípulos. De la misma manera que ahora está en boga ir a Viena para estudiar psicoanálisis con Freud, hacia 1890 era corriente estudiar en Leipzig psicología experimental con Wundt. De ahí regresaron los que habrían de fundar los laboratorios de la Universidad de John Hopkins, las Universidades de Pennsyl-vania, Columbia, Clark y Cornell. Todos venían equipados para luchar con esa cosa esquiva (casi tanto como el alma) llamada conciencia.

Para demostrar lo anticientífico del concepto básico de esta gran escuela de psicología germano–americana, basta fijarse un momento en la definición de psicología que formuló William James: La psicología es la descripción y explicación de los estados de conciencia en cuanto tales. Partiendo de una definición que supone lo que pretende demostrar, salva su dificultad con un argu-mentum ad hominem. Conciencia; ¡oh sí, todos deben saber lo que es esta “conciencia”. Somos conscientes cuando experimentamos la sensación de rojo, una percepción, un pensamiento, cuando queremos hacer algo.

Los restantes cultores de la introspección son igualmente ilógicos. En otras palabras: no nos dicen qué es la conciencia; simplemente, comienzan por introducir cosas en ella en calidad de supuestos,  naturalmente, al analizarla luego, encuentran lo que en ella pusieron. De esta suerte, en los análisis de la conciencia realizados por ciertos psicólogos, hallamos elementos tales como las sensaciones y sus fantasmas, las imágenes. En otros, no sólo encontramos sensaciones, sino también los denominados elementos afectivos; y más aún, en otros, elementos tales como la voluntad, designado elemento conativo de la conciencia. Vemos que por ahí algunos afirman la existencia de cientos de sensaciones de un determinado tipo, en tanto los de más allá sostienen que hay unas pocas… Y así adelante. Se han impreso millares de páginas acerca del análisis minucioso de ese algo intangible llamado conciencia. ¿Y cómo empezar a trabajar sobre ella? No analizándola como lo  haríamos si se tratara de una composición química o del crecimiento de una planta. No; éstas son cosas materiales. La cosa que llamamos conciencia únicamente puede examinarse por introspección: una ojeada a lo que acontece en nuestro interior.

Como resultado de este postulado principal —de que existe una cosa que llamamos conciencia y que podemos estudiarla por introspección—, encontramos tantos análisis como psicólogos.  No existe modo de atacar experimentalmente, resolver los problemas psicológicos y establecer métodos normativos.

Advenimiento del Conductismo

En 1912, los psicólogos objetivistas arribaron a la conclusión de que ya no podía satisfacerlos seguir trabajando con las fórmulas de Wundt. Sentían que los treinta años estériles transcurridos desde el establecimiento de su laboratorio, habían probado terminantemente que la llamada psicología introspectista de Alemania se fundaba sobre hipótesis falsas; que ninguna psicología que incluyese el problema religioso mente–cuerpo, podría alcanzar jamás resultados “verificables”. Decidieron que era preciso renunciar a la psicología o bien transformarla en una ciencia natural. Veían cómo sus colegas científicos progresaban en la medicina, en la química, en la física. Todo descubrimiento en esos campos revestía importancia capital; cada nuevo elemento que se lograba aislar en un laboratorio podía serlo asimismo, en otro; cada nuevo testimonio: la mención de la radiotelefonía, el radium, la insulina, la tiroxina. Elementos así aislados y métodos así formulados empezaron a servir de inmediato en la realización humana.

Programa del Conductismo

El conductista pregunta: ¿Por qué  no hacer lo que podemos observar el verdadero campo de la psicología? Limitémonos a lo observable, y formulemos leyes sólo relativas a estas cosas. Ahora bien: ¿qué es lo que podemos observar? Podemos observar la conducta —lo que el organismo hace o dice. Y apresurémonos a señalar que hablar es hacer, esto es, comportarse. El hablar explícito o con nosotros mismos (pensar) representa un tipo de conducta exactamente tan objetiva como el béisbol.

La regla o cartabón que el conductista jamás pierde de vista es: ¿puedo describir la conducta que veo, en términos de “estímulo y respuesta”? Entendemos por estímulo cualquier objeto externo o cualquier cambio en los tejidos mismos debidos a la condición fisiológica del animal; tal como el que observamos cuando impedimos a un animal su actividad sexual, le privamos de alimento, no le dejamos construir el nido. Entendemos por respuesta todo lo que el animal hace, como volverse hacia o en dirección opuesta a la luz, saltar al oír un sonido, o las actividades más altamente organizadas, por ejemplo, edificar un rascacielos, dibujar planos, tener familia, escribir libros, etc.

Algunos problemas específicos del Conductismo

Es dable advertir, pues, que el conductista trabaja como cualquier otro hombre de ciencia. Su único objeto es reunir hechos tocantes a la conducta —verificar sus datos—, someterlos al examen de la lógica y de la matemática (los instrumentos propios de todo científico). Lleva al recién nacido a su “nursery” experimental y empieza a plantear problemas: ¿qué hace ahora el niño? ¿Cuál es el estímulo que lo indique a comportarse así? Encuentra que el estímulo de los cosquilleos en la mejilla provoca la respuesta de hacerle volver la boca hacia el lado estimulado. El estímulo del pezón, la succión. El estímulo de una vara sobre la palma de la mano, el cierre de la mano; y si se levanta la vara, la suspensión de todo el cuerpo por ésta y el brazo. Si estimulamos al niño haciendo pasar rápidamente una sombra delante de sus ojos, no provocaremos su parpadeo hasta que tenga sesenta y cinco días de vida. Si lo estimulamos con una manzana, un caramelo o cualquier otro objeto, no hará tentativa alguna de alcanzarlos hasta aproximadamente los ciento veinte días de existencia. Si a un niño correctamente criado, cualquiera sea su edad, lo estimulamos con serpientes, peces, oscuridad, papel encendido, pájaros, gatos, perros, monos, no conseguimos suscitar el tipo de respuesta que llamamos “miedo” (y a la cual para ser objetivos podríamos designar reacción X), que se manifiesta en detenimiento de la respiración, rigidez de todo el cuerpo y desvío de la fuente de estímulo: un correr o gatear para alejarse de ella.

Por otra parte, existen con toda exactitud dos estímulos que indefectiblemente promueven la respuesta de miedo: un sonido fuerte y la pérdida de base de sustentación.

Ahora bien, por la observación de niños criados fuera de su “nursery”, el conductista sabe que centenares de cosas despiertan respuestas de miedo, surge pues esta cuestión científica; si al nacer, únicamente dos estímulos provocan el miedo, ¿cómo es posible que esas otras cosas logren producirlo? Adviértase que la pregunta no es de índole especulativa. Cabe satisfacerla mediante experimentos; los experimentos son susceptibles de reiterarse, y si la observación original es correcta se obtendrán iguales resultados en cualquier otro laboratorio. Con un sencillo ensayo se lo puede comprobar.

Si se muestra una serpiente, un ratón o un perro a una criatura que nunca haya visto estos objetos ni se la haya atemorizado de otra manera, empezará a tocarlo apretujando esa o aquella parte. Repítase esta prueba durante diez días hasta obtener una razonable seguridad de que la criatura se acercará siermpre al perro, que nunca huirá de él (reacción positiva) y de que éste jamás provocará una respuesta de miedo. En estas condiciones se toma una barra de acero a espaldas del niño y se golpea fuertemente. De inmediato aparecerán las manifestaciones de miedo. Entonces, pruébese lo siguiente: en el momento en que se le enseña el animal, y justamente cuando empieza a aproximarse, golpéese de nuevo la barra del mismo modo. Repítase el experimento tres o cuatro veces. Se manifestará un cambio novedoso e importante; ahora, el animal provoca la misma respuesta que la barra de acero —una respuesta de miedo. En el conductismo denominamos este hecho respuesta emocional condicionada, una forma de reflejo condicionado.

Nuestros estudios acerca de los reflejos condicionados nos permiten explicar el temor de la criatura al perro sobre la base de una ciencia completamente natural, sin apelar a la conciencia ni a ninguno de los denominados procesos mentales. Un perro se aproxima con rapidez al niño, le salta encima, lo derriba y al mismo tiempo ladra fuertemente. A menudo, basta una combinación de esta índole para que la criatura huya del animal apenas lo vea.

Hay muchos otros tipos de respuestas emocionales condicionadas, como las que se relacionan con el amor, cuando la madre al acariciar a su niño, al arrullarlo, al estimular sus órganos sexuales durante el baño, y mediante otras operaciones similares, provoca el abrazo y el gorjeo como una respuesta original no aprendida. Pronto esta reacción se torna condicionada. La mera visión de la madre produce la misma clase de respuesta que el contacto físico real. En la ira tenemos una serie de hechos análogos. el impedir los movimientos de los miembros del niño, provoca la respuesta originaría no aprendida que llamamos “ira”. No tarda en ocurrir que la mera presencia de una niñera que lo trate con brusquedad baste para suscitar un acceso de cólera. Es dable comprobar pues, cuán relativamente simples son al principio nuestras respuestas emocionales, y cuán terriblemente las complica pronto la vida del hogar.

El conductista tiene asimismo sus problemas en lo tocante al adulto. ¿Qué métodos hemos de utilizar sistemáticamente a fin de condicionar al adulto? ¿Por ejemplo, para enseñarle hábitos de trabajo, hábitos científicos? Ambas categorías, los manuales (técnica y habilidad) y los laríngeos (hábitos de hablar y pensar) habrán de establecerse y relacionarse antes que se complete el aprendizaje. Una vez formados estos hábitos de trabajo, ¿con qué sistema de estímulos variables debemos rodearlo si queremos mantener el nivel de eficiencia y su aumento constante?

Además del problema de los hábitos profesionales, se plantea el de su vida emocional. ¿Cuál es la parte que trasciende su infancia? ¿Cuál estorba su adaptación actual? ¿Cómo podemos hacer para que la elimine? Es decir: ¿desacondicionarlo cuando ello resulte necesario, o condicionarlo cuando el condicionamiento lo sea? En verdad, sabemos muy poco acerca de la cantidad y calidad de los hábitos emocionales o, mejor, viscerales (con este término entendemos que el estómago, los intestinos, la respiración y la circulación se condicionan, forman hábitos), que debieran crearse. Sabemos que existe gran número y que son importantes.

Probablemente la mayoría de los adultos de este mundo nuestro, sufre vicisitudes en su vida familiar y en sus negocios que se deben más a pobres e insuficientes hábitos viscerales que a la falta de técnica y habilidad en sus actividades manuales y verbales. En el presente, uno de los relevantes problemas en las grandes organizaciones es el de “la adaptación de la personalidad”. Al ingresar en las organizaciones comerciales, los jóvenes de ambos sexos tienen adecuada capacidad para desempeñar sus tareas, mas fracasan por no adaptarse a los demás.

¿Excluye esa orientación algo propio de la psicología?

Después de este breve examen de la orientación conductista en lo tocante a los problemas de la psicología, podría decirse: “Bien, vale la pena estudiar la conducta humana de esta manera, pero el estudio de la conducta no es toda la psicología. Omite demasiado. Acaso no tengo sensaciones, percepciones, conceptos? ¿No olvido y recuerdo cosas e imagino otras? ¿No tengo imágenes visuales y auditivas de cosas anteriormente vistas u oídas? ¿No veo y oigo cosas que nunca he visto ni oído en la naturaleza? ¿No puedo estar atento o desatento, según la circunstancia? ¿Algunas cosas no despiertan en mí placer, y disgusto otras? El conductismo pretende privarnos de todo cuanto desde la más tierna infancia ha constituido para nosotros un artículo de fe”.

A causa de la formación en psicología introspectista, según acontece con la mayoría, es lógico que se planteen estas consideraciones y se encuentre difícil apartarse del antiguo vocabulario para empezar a delinear una nueva vida psicológica en los términos del conductismo. El conductismo es vino nuevo y no puede entrar en odres viejos. Momentáneamente convendrá apaciguar el natural antagonismo y aceptar el programa conductista, por lo menos hasta compenetrarse con mayor profundidad en esta ciencia. Entonces notará que ha progresado tanto en el conductismo que las preguntas que ahora formula se contestarán por sí mismas de una manera perfectamente satisfactoria y científica. A continuación debemos agregar que si el conductista se le interroga qué entiende por los términos subjetivos que empleamos habitualmente, caería en un mar de contradicciones. Inclusive podría convencerle de que lo ignora. Los aplicaba sin analizarlos; integraba su tradición social y literaria.
Para comprender el Conductismo
es necesario comenzar por la observación de la gente

Este es el punto de partida fundamental del conductismo. Muy pronto se descubrirá que la auto–observación, además de no ser la manera más fácil y natural de estudiar psicología, resulta simplemente imposible. Dentro de nosotros mismos sólo podemos comprobar las formas más elementales de respuesta. Por el contrario, cuando empezamos a estudiar lo que hacen nuestros vecinos advertimos que rápidamente adquirimos experiencia para clasificar su conducta y crear situaciones (presentar estímulos) que lo harán comportarse de una manera previsible para nosotros.