Relevancia de Foucault para la Psicología: Una genealogía del sujeto psicológico

Relevancia de Foucault para la Psicología

Juan Pastor
Universidad de Oviedo

Una genealogía del sujeto psicológico

En Historia de la locura Foucault analiza la construcción del
sujeto psicológico a través de saberes sobre el hombre (Psicología
y Psiquiatría), ejercicios de poder (institucional y normalizador) y
tecnologías de subjetivación (examen, confesión y culpabilización
moral). En Las palabras y las cosas, al criticar el sujeto trascendental
y transhistórico, Foucault borra, en un arrebato estructuralista,
toda posibilidad de sujeto (tras la muerte de Dios proclamada
por Nietzsche, Foucault anuncia la muerte del hombre y del
sujeto). En Vigilar y castigar vuelve a retomar su interés por el sujeto
(la persona que se encuentra sujeta), planteando una genealogía
del individuo moderno producto del liberalismo económico, es
decir, del capitalismo: sujeto individualizado y sometido, dócil y
sumiso, tan inocuo e inofensivo políticamente como rentable y
productivo económicamente para una nueva forma de producción
industrial capitalista que, al menos por entonces, necesitaba gran
cantidad de mano de obra. Weber (2003) supo ver que el capitalismo
necesita capitalistas (ethos puritano y calvinista como condición
de posibilidad de formas de vida burguesas y capitalistas); pero
el capitalismo necesita, también, trabajadores, obreros,
productores. Por eso el tránsito del castigo a la vigilancia.
En La voluntad de saber Foucault plantea un estudio genealógico
de la experiencia moderna de la sexualidad (entendida desde
una perspectiva cultural e identitaria, cruce de caminos entre sus
tres grandes obsesiones: el saber, el poder y la subjetividad). El objetivo
declarado es estudiar el tránsito de la experiencia cristiana
de la carne a la experiencia moderna de la sexualidad, a través de
un cambio en el sacramento de la confesión, en tiempo de las Reformas
católica y protestante, que priorizará el examen de conciencia
y la verbalización de los pecados frente a la penitencia. De
tal manera que los actos ejecutados (los pecados cometidos) quedan
desplazados por la declaración verbal, previo examen intros
introspectivo de uno mismo, de los deseos pecaminosos, casi siempre
relativos a la concupiscencia, de las personas que se confiesan, casi
siempre mujeres. Pero las cosas no acaban aquí, sino que a través
de la conversación con el confesor, que actúa como guía espiritual,
podemos llegar a descifrar, a través de pequeños gestos
como los sueños, inclinaciones ocultas a la introspección individual.
En definitiva, decir la verdad sobre uno mismo construye
nuestra conciencia, nuestra identidad y nuestra subjetividad. Parece
obvio qué persigue Foucault con su nuevo proyecto de investigación:
una genealogía del psicoanálisis, que surge de una reelaboración
del discurso teológicomoral de la confesión y la guía
espiritual, mostrando, como diría el propio autor, batas blancas
sustituyendo a las sotanas negras. Y es que del confesionario al diván
hay muchos siglos de distancia pero un corto trayecto, pues el
psicoanálisis se desarrolla sobre viejas formas de saber-poder como
la «indagación» de la verdad oculta a través de una detallada
«verbalización» que el terapeuta «interpreta» en términos patológicos
y no morales como el sacerdote. Este proyecto, genealogía
del psicoanálisis, es un proyecto inspirado, de nuevo, en Nietzsche:
el sacerdote cristiano, como pastor y maestro moral, nos induce
a una permanente observación, vigilancia e interpretación de
nuestro yo interior con el objeto de sacar a la luz los secretos ocultos
de la conciencia.
En su definitiva «historia de la sexualidad», el interés de Foucault
se traslada a la subjetividad. Ya no le interesa hacer una genealogía
del psicoanálisis, de la sexualidad o del deseo sexual, sino
hacer una genealogía del sujeto; ya no le interesa cómo se
gobierna a locos y criminales, sino cómo nos gobernamos a nosotros
mismos, a través de qué prácticas y relaciones. Foucault nos
sorprende decantándose por un análisis genealógico de los procesos
de subjetivación y «tecnologías del yo» (formas de relacionarse
con uno mismo) a través de los cuales se construye la subjetividad
moderna, pasando definitivamente del ejercicio del poder
sobre los otros al ejercicio del poder sobre nosotros mismos, pasando
de dispositivos o estrategias generales de dominación (panóptico,
dispositivo) a micro-tecnologías de subjetivación. Pero
esta vez debe ir más atrás en el tiempo, hasta la Grecia clásica, para
rastrear los orígenes, siguiendo la Genealogía de la moral de
Nietzsche (1972), del sacerdocio y del ascetismo cristiano, responsables,
según el filósofo alemán, de la producción de individuos
condenados a decir la verdad sobre sí mismos. Foucault, sin
embargo, nunca deja de estudiar el presente, pues si estudia al sujeto
griego es para comprender el proceso de construcción del individuo
moderno (la exigencia de autocontrol griega como condición
de posibilidad de un ethos trabajador y puritano que preparó
la aparición de subjetividades capitalistas). Y es que sólo comprendiendo
cómo hemos llegado a ser lo que somos podremos no
sólo comprender realmente cómo somos, sino, además, llegar a ser
otros distintos.
En El uso de los placeres (Foucault, 1998c, original de 1984)
analiza la ética clásica (s. IV antes de Cristo), basada en la aphrodisia
o búsqueda del placer en la vida; una vida que se vivía, en
vez de problematizarse como se hará posteriormente. De lo que se
trataba era de conocerse a uno mismo en el buen uso (mesura) de
los placeres, esto es, en el gobierno de éstos. Los placeres no están
prohibidos, como lo estarán con el cristianismo, pues forman
parte de la vida; de lo que se trata es de dominar los placeres (moderación)
y no dejar que éstos te dominen a ti. Traducido a términos
délficos: todo en su justa medida; nada en exceso. En La preocupación
por uno mismo (Foucault, 1987b, original de 1984)
avanza hasta los siglos I y II despues de Cristo para analizar la ética
grecorromana sobre la que se asentará la moral cristiana, una
ética basada en la severidad y austeridad en el uso de los placeres.
Del gobierno de los placeres (mesura, moderación) se pasa al autocontrol
y al autodominio de uno mismo para vencer, en vez de
vivir, esos placeres, lo que condiciona un sujeto que ya no es el
mismo sujeto de la época anterior (época clásica). Así, del «conócete
a ti mismo» délfico se pasa al estoico «preocúpate por ti mismo»; aunque, evidentemente, aún no estamos en el «renuncia a ti mismo»
cristiano, tan alejado del nietzscheano «quiérete a ti mismo»
o del foucaultiano «invéntate a ti mismo».
Las confesiones de la carne, que aún permanece inédito, es un
análisis, anticipado en sus cursos del Colegio de Francia, del poder
pastoral en el cristianismo primitivo; un poder individualizante
dirigido a la construcción de individuos obedientes, los únicos
que serán salvados. Este poder pastoral se trata, en realidad, de un
caso particular de gobierno o gubernamentalidad (gobierno sobre
uno mismo) donde el sujeto, al actuar sobre sí mismo (sobre su
cuerpo, sus pensamientos, deseos, conductas…), acaba construyendo
un tipo particular de subjetividad a través de unas tecnologías
del yo que hereda del pensamiento estoico: del examen de
conciencia (evaluación de nuestra conducta en relación a nuestro
proyecto ético) surgirá la confesión cristiana (práctica monástica
que busca descubrir los pensamientos y deseos impuros y pecaminosos
a través de la verbalización de éstos) y de la dirección de
conciencia (consejos en caso de dolor o dificultad) la guía espiritual
(pastor que nos conduce a la salvación individual). Ahora
bien, mientras los estoicos centran su análisis en las cosas hechas
(lo hecho y lo que se debería haber hecho), el cristianismo se centrará,
por el contrario, en los pensamientos y deseos ocultos que es
preciso verbalizar. Estas tecnologías del yo (tecnologías de saberpoder-
subjetivación) acabarán formando nuestra conciencia, nuestra
subjetividad, nuestra interioridad psicológica y nuestra individualidad,
y serán redefinidas por los psicólogos como
«tecnologías psi» encaminadas ya no a la salvación, sino a tópicos
como la salud o el bienestar psicológico.
La muerte de Foucault dejó inconclusa esta genealogía del sujeto
psicológico. Y es una pena, pues la subjetividad moderna y el
individuo moderno no se van a construir sólo en la corte (Norbert
Elias, 1987), sino también en las iglesias (Vázquez, 2000).

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