SECCION III. PSICOFARMACOLOGíA ESPECIAL, CAPíTULO 15: Psicofarmacología en niños y adolescentes (INTRODUCCIÓN)

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Psicofarmacología en niños y adolescentes

15-1. Introducción

La psicofarmacoterapia debe formar parte de un plan terapéutico global en el tratamiento de los trastornos mentales de niños y adolescentes, ya que muchos de ellos son debidos a causas de naturaleza psiconeurobiológica.

La psicofarmacología pediátrica es una disciplina clínica relativamente reciente. Si bien el uso de psicofármacos para tratar niños se remonta a 1937, siendo Bradley el primero en comunicar la eficacia de los estimulantes en severos trastornos de conducta, una investigación clínica rigurosa sólo comienza a aparecer en los años 60, y recién a fines de los años 80 comienza a extenderse el tratamiento psicofarmacólogico de niños y adolescentes.

La psicofarmacoterapia en niños y adolescentes constituye una de las áreas más controvertidas de la psicofarmacología. Existen muchas razones para ello:

1 ) Las categorías diagnósticas son menos claras que en los adultos. El proceso de maduración y cambio y las distintas etapas del desarrollo condicionan los criterios de normalidad y enfermedad. Por ejemplo, no es patológica la enuresis a los 3-4 años, y en cambio sí lo es en un niño de 10.

2) Algunos síntomas pueden ser manifestaciones del proceso de maduración o de un trastorno psiquiátrico subyacente. Es importante considerar la situacionalidad de los síntomas infantiles, mucho más evidente que en los adultos, pues el niño puede presentar el trastorno únicamente en una determinada situación -la casa o la escuela- o mostrarse agresivo e inquieto cuando requiere atención sostenida, sin manifestar signo alguno cuando recibe apoyo. Esto tiene por consecuencia que los padres (que son los principales informadores) puedan suministrar datos parciales, por lo que la información deberá provenir en lo posible no sólo de ellos, sino también de maestros y profesores. Muchas veces no hay correlación entre lo aportado por los padres y los maestros, y puede haber discordancias aún entre lo informado por cada uno de los padres.

3) Las dificultades diagnósticas también se manifiestan en la falta de reconocimiento de algunos trastornos, como la depresión, cuya existencia en la niñez se negaba hasta hace poco tiempo. La tasa creciente de suicidios en la población infanto-juvenil recuerda la importancia de este trastorno.

4) El crecimiento y los cambios en el nivel fisiológico, que ocurren desde la primera infancia hasta la adolescencia, son más rápidos y de mayor amplitud que en cualquier otro período de la vida. En razón de estos rápidos cambios psicológicos, conductuales y fisiológicos, es lógico que exista la preocupación de que los psicofármacos puedan alterar los procesos normales del desarrollo.
A pesar de los riesgos potenciales, la utilización juiciosa de los psicofármacos puede proporcionar al clínico un recurso terapéutico para reducir el sufrimiento del niño, permitiéndole afrontar mejor las vicisitudes de su desarrollo.

Niños con trastornos de déficit de atención con hiperactividad (TDAH), que no puedan alcanzar buen rendimiento escolar; con trastornos por angustia de separación, que se manifiesten en fobia escolar; adolescentes deprimidos que contemplen el suicidio como salida a sus conflictos, pueden, a través de una adecuada intervención psicofarmacológica, continuar con su actividad escolar y mejorar su relación con su entorno social y familiar. Entonces, las crisis adolescentes no engrosarán la estadística de los suicidios

Otro motivo de preocupación al administrar psicofármacos es si se predispone a los pequeños pacientes al abuso o dependencia de drogas. Hasta la fecha no se ha comprobado drogadependencia en niños ni adolescentes que recibieron anfetaminas o metilfenidato, como forma de tratamiento.

Los principios de una buena práctica psicofarmacológica en el tratamiento de niños y adolescentes son similares a los de la práctica en adultos: debe realizarse un cuidadoso diagnóstico y, si el tratamiento psicofarmacológico está indicado, se usarán los fármacos que beneficien más al paciente con los mínimos efectos adversos.

Deberá tenerse en cuenta, además, que un mismo síntoma puede ser la manifestación de diferentes trastornos, por lo que deberá ser tratado en función del proceso subyacente. Por ejemplo, un niño puede presentar insomnio en el curso de un proceso psicótico, de una depresión o de un trastorno con hiperactividad y, en cada caso, podrá variar el tratamiento.

Los psicofármacos deben formar parte de un plan terapéutico global desde el inicio del tratamiento, en el que se tomarán en cuenta todos los aspectos de la vida del niño: deberán estar integrados en este plan terapéutico multimodal (que implica la utilización simultánea de la psicoterapia individual, de la terapia familiar, de las intervenciones educativas, y de la medicación), y no debe ser utilizada como una alternativa a todas estas otras intervenciones, de forma aislada, ni recurrir a ella sólo cuando éstas hayan fracasado.

Es importante recordar que la totalidad de los niños y la mayoría de los adolescentes son llevados a la consulta por sus padres y, muchas veces, los motivos no están determinados por la gravedad del cuadro sino por la falta de tolerancia de los padres a la conducta o los problemas de su hijo.

Esta tolerancia está determinada por el equilibrio emocional, por la salud mental y por el grado de conflicto matrimonial de los padres, entre otras cosas. Es por ello que la psicopatología y el tratamiento del niño o del adolescente están relacionados con su vida familiar, y la terapéutica deberá plantearse no sólo para el «paciente-problema» sino también «con los padres y para ellos».