SIMPOSIUM SOBRE ANÁLISIS INFANTIL (1927)

SIMPOSIUM SOBRE ANÁLISIS INFANTIL (1927)
[Nota 1947] El siguiente artículo representa mi contribución a una discusión sobre problemas del análisis de niños, en la que se prestó particular atención al libro de Anna Freud Introducción  a la técnica del análisis de niños, publicado en Viena en 1926. En una versión ampliada, publicada en Londres en 1946 bajo el titulo: El tratamiento psicoanalítico de los niños (Imago Publishing Co.), las consideraciones de Anna Freud se han acercado más a las mías en lo que respecta a algunos puntos. Estas modificaciones de sus opiniones se discuten en una nota al final de este artículo, el cual, de cualquier modo sigue siendo una exposición de mis propias ideas.]

Comenzaré mis observaciones con una breve revisión del desarrollo del análisis de niños en general. Sus comienzos datan de 1909, año en que Freud publicó «Análisis de la fobia de un niño de cinco años». Esta publicación fue de la más grande importancia teórica, al confirmar, como lo hizo en la persona del niño de que se trataba, la verdad de lo que Freud había descubierto que existía en los niños partiendo del análisis de adultos. El artículo tuvo sin embargo otra significación más, cuya importancia no podía ser apreciada en aquel entonces. Este análisis estaba destinado a ser la piedra angular del subsiguiente análisis infantil. No sólo mostró la presencia y la evolución del complejo de Edipo en los niños y las formas en que opera en ellos; también mostró que estas tendencias inconscientes podían aflorar a la conciencia sin peligro y con gran provecho. Freud mismo describe su descubrimiento de la siguiente forma : «Debo ahora preguntar en qué ha perjudicado a Juanito el haberle hecho conscientes complejos no sólo reprimidos por los niños sino también temidos por padres. ¿Emprendió acaso el niño alguna acción grave en lo que respecta a sus pretensiones con su madre? ¿Tradujo acaso sus malas intenciones contra el padre en actos malos? Sin duda se les ocurrieron tales temores a muchos doctores que entienden mal la esencia del psicoanálisis y opinan que al hacer conscientes los malos instintos éstos se fortifican .    Y nuevamente, en la página 285: «Por el contrario, las únicas consecuencias del análisis fueron que Juanito se recuperó, no tuvo ya miedo a los caballos y empezó a tomarse libertades con su padre, como lo comunicó éste, bastante divertido. Pero lo que el padre pudo haber perdido en respeto lo ganó en confianza: ‘Creí -decía Hans- que como supiste lo del caballo sabías todo’. Y es que el análisis no anula los efectos de la represión. Los instintos antes reprimidos  siguen reprimidos; pero el mismo efecto es alcanzado por un camino diferente. El análisis sustituye el proceso de la represión, que es automático y excesivo, por el control mesurado e intencionado por parte de las más elevadas facultades psíquicas. En una palabra, el análisis reemplaza la represión por la condensación. Esto parece aportarnos la prueba tan largamente buscada de que la conciencia tiene una función biológica, y que su entrada en escena asegura una importante ventaja».
H. Hug-Hellmuth, quien tuvo la honrosa distinción de ser la primera en emprender el análisis sistemático de niños, comenzó su tarea con algunos preconceptos en su mente, que mantuvo hasta el final. En su artículo titulado «Técnica del análisis de niños», escrito después de cuatro años de trabajo en este terreno y que nos da una clara idea de sus principios y de su técnica, expresa muy claramente que desaprueba la idea de analizar niños muy pequeños; que consideraba necesario contentarse con «éxitos parciales» sin penetrar demasiado profundamente en el análisis de los niños por temor a estimular con demasiada fuerza las tendencias e impulsos reprimidos, o por temor a hacer exigencias a las que su capacidad de asimilación no podría responder.
A través de este artículo y de otros escritos suyos vernos que evitó penetrar profundamente en el complejo de Edipo. Otra de las suposiciones que sostuvo en su trabajo es la de que en el caso del niño no sólo se requiere del analista que haga el tratamiento analítico sino también que ejerza una influencia educativa definida.
Ya en 1921, cuando publiqué mi primer artículo «El desarrollo de un niño», yo había llegado a conclusiones muy distintas. En mi análisis de un niño de cinco años y tres meses encontré (como todos mis posteriores análisis me lo confirmaron) que era perfectamente posible e incluso saludable, explorar el complejo de Edipo basta sus profundidades, y que en esta tarea se podían obtener resultados por lo menos iguales a los obtenidos en los análisis de adultos. Además de esto descubrí que en un análisis de este tipo no sólo era innecesario que el analista se empeñara en ejercer una influencia educativa sino que ambas cosas eran incompatibles. Tomé estos principios como guía de mi trabajo y los defendí en todos mis escritos; y así es como llegué a intentar el análisis de niños muy pequeños, de tres a seis años de edad, y a encontrarlo afortunado y pleno de perspectivas. Escojamos en primer lugar del libro de Anna Freud los que parecen ser sus cuatro puntos principales. Nos encontramos aquí nuevamente con la idea fundamental que mencionamos anteriormente como la misma de H. Hug-Hellmuth: la convicción de que el análisis de niños no debe ser llevado demasiado lejos. Por esto, y como es claro también por las conclusiones más directas que se han sacado, se quiere significar que no se deben tratar demasiado las relaciones del niño con sus padres, o sea que no se debe explorar minuciosamente el complejo de Edipo. Los ejemplos que da Anna Freud no muestran ningún análisis del complejo de Edipo.
La segunda idea conductora es, también aquí, que se debe combinar el análisis del niño con influencias educativas.
Es notable, y debería dar que pensar, que aunque se intentó el análisis de niños hace dieciocho años y se lo practicó desde entonces, tengamos que enfrentarnos con el hecho de que sus principios fundamentales no han sido todavía enunciados claramente. Si comparamos con esto el desarrollo en el psicoanálisis de adultos, descubrimos que en un período de tiempo aproximadamente igual no sólo fueron establecidos todos los principios para el trabajo posterior, sino que también fueron probados y comparados, y que se desarrolló una técnica cuyos detalles tenían que perfeccionarse pero cuyos principios fundamentales han permanecido incólumes.
¿Cómo se explica el hecho de que precisamente el análisis de niños haya sido mucho menos afortunado en su desarrollo? El argumento que a menudo se oye en los círculos analíticos de que los niños no son sujetos adecuados para el análisis no parece ser válido. H. Hug-Hellmuth era realmente muy escéptica sobre los resultados que se podían obtener con niños. Expresó que ella «debía contentarse con éxitos parciales y contar con recaídas». Es más, restringió el tratamiento a un limitado número de casos. También Anna Freud establece límites bien definidos a la aplicación del tratamiento; pero por otro lado, en lo que respecta a las posibilidades del análisis de niños adopta una posición más optimista que la de H. Hug-Hellmuth. Al final de su libro dice: «A pesar de las dificultades que he enumerado, en el análisis de niños producimos realmente cambios, progresos y curas que no nos atreveríamos a soñar en el análisis de adultos» (pág. 86).
Con el objeto de contestar a la pregunta que he planteado, quiero establecer ahora algunos enunciados que me ocuparé de demostrar a continuación. Creo que el análisis de niños, comparado con el de adultos, se ha desarrollado en el pasado de manera mucho menos favorable porque no fue encarado con un espíritu de investigación libre y desprejuiciado, como lo fue el de adultos, y en cambio estuvo trabado y entorpecido por varios preconceptos. Si reflexionamos sobre el primer análisis de un niño, fundamento de todos los demás (el análisis de Juanito), descubrimos que no sufrió por esta limitación. Por cierto que no había aún una técnica especial: el padre del niño, que bajo la dirección de Freud llevó a cabo este análisis parcial, no era versado en la práctica del análisis. Sin embargo tuvo el valor de avanzar bastante en el análisis y obtuvo buenos resultados. En el resumen mencionado anteriormente en este artículo, Freud dice que a él  mismo le hubiera deseado ir más allá. Lo que dice muestra, además que no veía peligro alguno en el análisis minucioso del complejo de Edipo; de modo que evidentemente no pensaba que por principio no hay que analizar en los niños este complejo. Pero H. Hug-Hellmuth, quien por tantos años trabajó sola en este campo, emprendió su tarea desde el comienzo con principios que obligatoriamente habrían de limitarla, y por consiguiente hacerla menos fructífera, no sólo en lo que respecta a sus resultados en la práctica, el número de casos en los que había que utilizar el análisis, etc., sino también en lo que respecta a los descubrimientos teóricos. Durante todos estos años, el análisis de niños, del que con toda razón hubiera podido esperarse una contribución directa al desarrollo de la teoría psicoanalítica, no ha hecho nada que merezca ser expuesto. Como H. Hug-Hellmuth, Anna Freud piensa que al analizar niños no sólo no podemos descubrir más sobre el primer período de la vida que cundo analizamos adultos, sino que incluso descubrimos menos.
Nos encontramos ahora con otro pretexto que ha sido esgrimido como razón del lento progreso en el campo del análisis de niños. Se dice que la conducta del niño en el análisis es evidentemente distinta a la del adulto, y que por consiguiente es necesario emplear una técnica diferente. Creo que este argumento es incorrecto. Si me está permitido adaptar el dicho «Es el espíritu el que construye el cuerpo», quisiera sostener que la actitud, la convicción interna, encuentra la técnica necesaria. Repito lo que ya he dicho: si emprendemos el análisis de niños con la mente abierta, podemos descubrir caminos y medios para explorar las profundidades más recónditas. Y por los resultados de estos procedimientos podremos darnos cuenta de cuál es la verdadera naturaleza del niño, y veremos que no es necesario imponer restricción alguna al análisis, tanto en lo que respecta a la profundidad de su penetración como en lo que respecta al método con el que trabajemos.
Con lo que acabo de decir trato ya el punto principal de mi crítica al libro de Anna Freud.
Creo que ciertos conceptos empleados por Anna Freud pueden explicarse desde dos puntos de vista: 1) supone que no se puede establecer la situación analítica con los niños; y 2) encuentra inadecuado o discutible el análisis puro del niño, sin intervención pedagógica.
La primera tesis es una consecuencia directa de lo enunciado en la segunda.
Si comparamos esto con la técnica del análisis de adultos, vemos que establecemos incondicionalmente que una verdadera situación analítica sólo puede darse con medios analíticos. Veríamos como grave error el asegurarnos una transferencia positiva por parte del paciente, con el empleo de las medidas que Anna Freud describe en el primer capítulo de su libro, o utilizar su ansiedad para hacerlo sometido, o intimidarlo o persuadirlo por medios autoritarios. Pensaríamos que aun cuando esta introducción nos garantizara un acceso parcial al inconsciente del paciente, nunca podríamos establecer una verdadera situación analítica ni llevar a cabo un análisis completo que penetrara en lo más profundo de su mente. Sabemos que constantemente debernos analizar el hecho de que los pacientes quieren ver en nosotros una autoridad -ya sea odiada o amada- y que sólo por el análisis de esta actitud ganamos acceso a estos estratos más profundos.
Todos los medios que juzgaríamos incorrectos en el análisis de adultos son especialmente señalados por Anna Freud como valiosos en el análisis de niños; su objetivo es la introducción al tratamiento que estima necesaria y que llama la «entrada» en el análisis. Parecería obvio que después de esta «entrada» jamás logrará establecer una verdadera situación analítica. Ahora bien, me parece sorprendente e ilógico que Anna Freud, que no usa las medidas necesarias para establecer la situación analítica sino que las sustituye por otras que la contradicen, se refiere, sin embargo, a su suposición, tratando de demostrarla teóricamente, de que no a posible establecer una situación analítica con los niños, ni, por consiguiente, llevar a cabo un análisis puro en el sentido del análisis de adultos.
Anna Freud da una serie de razones para justificar los elaborados y penosos recursos que considera necesario emplear con los niños para establecer una situación que posibilite d trabajo analítico. Estas razones no me parecen firmes. Anna Freud se desvía en tantos aspectos de las reglas analíticas comprobadas porque piensa que los niños son seres muy distintos de los adultos. Sin embargo, el único propósito de estos elaborados recursos es que la actitud del niño hacia el análisis sea como la del adulto. Esto parece ser contradictorio y creo que debe ser explicado por el hecho de que en sus comparaciones Anna Freud coloca el consciente y el yo del niño y del adulto en primer plano, cuando indudablemente nosotros debernos trabajar en primer lugar y sobre todo con el inconsciente (aunque acordamos todas las consideraciones necesarias al yo). Pero en el inconsciente (y aquí baso mi afirmación en un trabajo analítico profundo tanto con niños como con adultos), los niños no son de ninguna manera fundamentalmente distintos de los adultos. o único que sucede es que en los niños el yo no se ha desarrollado aún plenamente y por lo tanto los niños están mucho más gobernados por el inconsciente. A él debemos aproximarnos, y a él debemos considerar el punto central de nuestro trabajo y si queremos aprender a conocer a los niños como realmente son, y a analizarlos.
No adjudico particular valor a la meta que Anna Freud persigue tan ardientemente: inducir en el niño una actitud hacia el análisis análoga a la del adulto. Creo además que si Anna Freud efectivamente alcanza esta meta por los recursos que describe (y esto sólo puede ocurrir con un número limitado de casos), el resultado no es el que pretende con su trabajo, sino algo muy distinto. El «conocimiento de la enfermedad o del portarse mal» que ha logrado despertar en el niño emana de la angustia que para sus propios fines ha movilizado en él: la angustia de castración y el sentimiento de culpa. (No entraré aquí en el problema de hasta qué punto también en los adultos el razonable y consciente deseo de curarse es simplemente una fachada que encubre esta angustia). Con los niños no podemos esperar encontrar ninguna base definitiva para nuestro trabajo analítico en un propósito consciente que como sabemos, ni siquiera en los adultos se mantendría por mucho tiempo como único soporte del análisis.
Es cierto que Anna Freud también cree que este propósito es necesario desde el comienzo como preparación para el trabajo, pero además cree que una vez que ese propósito existe puede contar con él que progresa el análisis. Esta idea me parece errónea y siempre que apela a este insight lo que realmente hace es apelar a la angustia y al sentimiento de culpa del niño. En si mismo esto no tendría nada censurable ya que los sentimientos de angustia y culpa son indudablemente factores importantísimos para la posibilidad de trabajo. Pero creo que debemos tener bien claro cuáles son los soportes en los que nos apoyamos y cómo los usamos. El análisis no es en si mismo un método suave: no puede ahorrarle al paciente ningún sufrimiento, y esto se aplica también a los niños. De hecho, debe forzar la entrada del sufrimiento en la conciencia e inducir la abreacción si ha de ahorrar al paciente un sufrimiento posterior permanente y más fatal. Por lo tanto mi crítica no es que Anna Freud active la angustia y el sentimiento de culpa sino por lo contrario que no los resuelva suficientemente. Me parece una rudeza innecesaria para con un niño el que haga consciente su angustia para que no enloquezca (como lo describe por ejemplo en la página 9), sin atacar inmediatamente esta angustia en sus raíces inconscientes aliviándola así en la medida de lo posible.
¿Pero si realmente debernos apelar en nuestro trabajo a los sentimientos de angustia y de culpa, por qué no contar con ambos y trabajar con ellos sistemáticamente desde el principio?
Yo misma lo hago siempre, y he descubierto que puedo depositar confianza absoluta en una técnica que se basa en considerar y trabajar analíticamente con cantidades de angustia y culpa que son tan grandes en todos los niños y mucho más claras y fáciles de percibir que en los adultos.
Anna Freud manifiesta (pág. 56) que una actitud hostil o ansiosa niño hacia mi no me justifica para concluir inmediatamente que en el trabajo se da una transferencia negativa, porque «cuanto más tiernamente apegado a su madre está un niño, tanto menos impulsos amistosos le quedarán para los extraños». No creo que, como lo hace ella, podamos hacer una comparación con niños muy pequeños que rechazan lo que les es extraño. No sabemos mucho acerca de niños muy pequeños, pero es posible aprender mucho de un análisis temprano de la mente de un niño de, digamos, tres años, y allí vemos que sólo niños neuróticos muy ambivalentes manifiestan miedo u hostilidad hacia los extraños. Mi experiencia ha confirmado mi creencia de que si inmediatamente explico este rechazo como sentimiento de angustia y de transferencia negativa, y lo interpreto como tal en conexión con el material que el niño produce al mismo tiempo, y luego lo retrotraigo a su objeto original, la madre, inmediatamente puede comprobar que la angustia disminuye. Esto se manifiesta con el comienzo de una transferencia más positiva, y con ella, de un juego más vigoroso. En niños más grandes la situación es análoga aunque diferente en algunos detalles. Por supuesto mi método presupone que desde el comienzo quiero atraer hacia mí tanto la transferencia positiva como la negativa, y además de esto, investigarla hasta su origen, en la situación edípica. Estas dos medidas concuerdan plenamente con los principios psicoanalíticos, pero Anna Freud las rechaza por razones que me parecen infundadas.
Creo por lo tanto que una diferencia radical entre nuestras actitudes hacia la angustia y el sentimiento de culpa en los niños es la siguiente: que Anna Freud utiliza estos sentimientos para que el niño se apegue a ella, mientras que yo los registro al servicio del trabajo analítico desde el comienzo. De cualquier modo no puede haber gran número de niños en los que se pueda provocar angustia sin que ésta resulte un elemento que perturbe penosamente e incluso imposibilite el progreso del trabajo, a menos que se proceda de inmediato a resolverla analíticamente.
Además, por lo que puedo comprender en su libro, Anna Freud emplea estos recursos solamente en casos especiales. En otros trata por todos los medios de lograr una transferencia positiva, con el objeto de llenar la condición, que ella considera necesaria para su trabajo, de apegar al niño a ella. De nuevo, este método me parece erróneo, porque indudablemente podemos trabajar con mayor seguridad y más eficacia con medios puramente analíticos. No todos los niños reaccionan ante nosotros con miedo y desagrado. Mi experiencia me apoya cuando digo que si un niño tiene hacia nosotros una actitud amistosa y juguetona se justifica suponer que hay transferencia positiva y utilizarla inmediatamente en nuestro trabajo. Y tenemos otra excelente y bien probada arma que usamos de manera análoga a como la empleamos en el análisis de adultos, aunque es cierto que allí no tenemos una oportunidad rápida y simple de intervenir. Quiero decir que interpretamos esta transferencia positiva, o sea que tanto en el análisis de niños como en el de adultos la retrotraemos hasta el objeto de origen. Probablemente notaremos por lo general a la vez la transferencia positiva y la negativa, y se nos darán todas las oportunidades para el trabajo analítico si desde el comienzo manejamos ambos analíticamente. Al resolver parte de la transferencia negativa obtendremos, igual que en los adultos, un incremento de la transferencia positiva, y de acuerdo con la ambivalencia de la niñez, ésta será pronto seguida de una nueva emergencia de la negativa. Este es ahora un verdadero trabajo analítico y se ha establecido una verdadera situación analítica. Además, tenemos establecida ya la base para trabajar con el niño mismo, y a menudo podemos ser en gran medida independientes del conocimiento de su ambiente. En resumen, hemos cumplido con las condiciones necesarias para el análisis y no prescindimos de las laboriosas, difíciles y no confiables medidas descritas por Anna Freud, sino que (y esto me parece aun más importante) podemos garantizar para nuestro trabajo todo el valor y el éxito de un análisis equivalente en todo sentido al análisis de adultos.
En este punto no obstante choco con una objeción expresada por Anna Freud en el segundo capitulo de su libro, titulado «Los recursos empleados en el análisis infantil».
Para trabajar en la forma que he descrito debemos obtener el material de las asociaciones del niño. Anna Freud y yo, y probablemente todos los que analizan niños, están de acuerdo con que los niños no pueden dar, y no dan, asociaciones de la misma manera que el adulto, y por lo tanto no podemos obtener suficiente material únicamente por medio de la palabra. Entre los medios que Anna Freud sugiere como eficaces para suplir la falta de asociaciones verbales se encuentran algunos que en mi experiencia yo también he hallado valiosos. Si examinamos estas técnicas bastante más estrechamente -digamos por ejemplo el dibujo, o el relato de fantasías, etc.-, vemos que su objeto es obtener material de otra forma que el obtenido por la asociación acorde con la regla y esto es sobre todo importante para que los niños liberen su fantasía y para inducidos a fantasear.
En uno de los postulados de Anna Freud tenemos una clave, que debemos considerar cuidadosamente, en cuanto a cómo debe realizarse esto. Establece que «no hay nada más fácil que hacer comprender a niños la interpretación de los sueños». Y de nuevo (pág. 31) «aun niños de poca inteligencia que en todos los otros aspectos parecían lo más ineptos posible para el análisis, lograron la interpretación de los sueños». Creo que estos niños no hubieran sido de ninguna manera ineptos para el análisis si Anna Freud hubiera utilizado, tanto de otras formas como de la interpretación de los sueños, la comprensión del simbolismo que manifestaban tan claramente. Porque en mi experiencia he encontrado que si se hace esto, ningún niño, incluso el menos inteligente, es inepto para el análisis.

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