SIMPOSIUM SOBRE ANÁLISIS INFANTIL (1927) I

SIMPOSIUM SOBRE ANÁLISIS INFANTIL  (1927) I

Porque éste es precisamente el punto de apoyo que debemos utilizar en el análisis de niños. El niño nos traerá muchas fantasías si en esta senda lo seguimos con la convicción de que lo que nos relata es simbólico. En el capitulo III Anna Freud presenta una serie de argumentos teóricos en contra de la técnica de juego que yo he ideado, por lo menos mientras se aplique a los fines del análisis y no meramente a la observación. Cree dudoso que uno esté justificado para interpretar como simbólico el contenido del drama representado en el juego del niño, y piensa que muy probablemente éste sea ocasionado simplemente por observaciones reales o experiencias de la vida diaria. Aquí debo decir que por los ejemplos de Anna Freud de mi técnica puedo ver que la entiende equivocadamente. «Si un niño tumba un pone de farol o una figura, ella (Melanie Klein) probablemente interprete esta conducta como debida a tendencias agresivas hacia el padre, mientras que si un niño hace chocar dos carros lo interpreta como signo de la observación del coito entre los padres». Jamás aventuraría yo una interpretación simbólica tan «silvestre» del juego de niños. Por lo contrario he recalcado esto muy especialmente en mi último artículo. Suponiendo que un niño exprese el mismo material psíquico en numerosas repeticiones -a menudo por varios medios, por ejemplo juguetes, agua, recortando, dibujando, etc.-, y suponiendo que además yo pueda observar que estas particulares actividades están casi todas acompañadas por un sentimiento de culpa expresado ya sea por angustia o en representaciones que implican sobrecompensación, que son la expresión de formaciones activas; suponiendo entonces que yo haya logrado insight en ciertas conexiones: entonces interpreto estos fenómenos y los enlazo con el inconsciente y con la situación analítica. Las condiciones prácticas y teóricas para la interpretación son precisamente las mismas que en el análisis de adultos.
Los pequeños juguetes que uso son sólo recursos que proveo: papel, lápices, tijeras, cuerda, pelotas, ladrillos y sobre todo agua. Están a disposición del niño para que los use si quiere, y su finalidad es simplemente ganar acceso a su fantasía y liberarla. Hay algunos niños que durante mucho tiempo no tocan un juguete o que durante semanas quizá sólo cortan las cosas. En el caso de niños por completo inhibidos para jugar, es posible que los juguetes puedan simplemente ser un instrumento para estudiar más de cerca las razones de esta inhibición. Algunos niños, a menudo los muy pequeños, una vez que los juguetes les han dado la oportunidad de dramatizar algunas fantasías o experiencias que los dominan, dejan completamente de lado los juguetes y pasan a cualquier clase de juego imaginable en el que ellos mismos, ciertos objetos de la habitación y yo debernos tomar parte.
He entrado con cierta extensión en estos detalles de mi técnica porque quiero dejar claro el principio que, según mi experiencia, hace posible manejar las asociaciones del niño en su mayor cantidad, y penetrar en los estratos más profundos del inconsciente.
Podemos establecer un contacto más rápido y seguro con el inconsciente de los niños si, actuando con la convicción de que están mucha más profundamente dominados que los adultos por el inconsciente y los impulsos instintivos, acortamos la ruta que toma el análisis de adultos por el camino del contacto con el yo y nos conectamos directamente con el inconsciente del niño. Si esta preponderancia del inconsciente se da, es obvio que también deberemos esperar que la forma de representación simbólica que prevalece en el inconsciente fuera mucho más natural en los niños que en los adultos; en realidad, que los niños estuvieran dominados por él. Sigámoslos por este sendero, o sea, pongámonos en contacto con su inconsciente, utilizando este lenguaje a través de nuestra interpretación. Si lo hacemos habremos ganado acceso a los niños mismos. Por supuesto que esto no se realiza tan fácil y rápidamente como parece; si así fuera el análisis de niños pequeños duraría poco tiempo, y esto no es el caso de ninguna manera. En el análisis de niños detectamos una y otra vez resistencias no menos marcadas que en el de adultos; en los niños muy a menudo en la forma más natural para ellos, a saber, la angustia.
Es éste, pues, el segundo factor que me parece esencial si queremos penetrar en el inconsciente del niño. Si observamos los cambios en su manera de representar lo que ocurre dentro suyo (ya sea si cambia de juego, o si lo abandona, o si hay un ataque directo de angustia) y tratamos de ver qué hay en el nexo del material que cause estos cambios, nos convenceremos de que continuamente nos enfrentamos con el sentimiento de culpa, y que a su vez debemos interpretarlo.
Estos dos factores, que según he descubierto, son los auxilios más dignos de confianza en la técnica del análisis de niños, son mutuamente dependientes y complementarios. Sólo interpretando y por tanto aliviando la angustia del niño siempre que nos encontremos ella, ganaremos acceso a su inconsciente y lograremos que fantasee. Entonces, si llevamos hasta el fin el simbolismo que sus fantasías contienen, pronto veremos reaparecer la angustia y podremos así garantizar el progreso del trabajo.
La exposición de mi técnica y la importancia que le atribuye al simbolismo contenido en la conducta de los niños podrían interpretarse erróneamente, como si esto implicara que en el análisis de niños se procede sin la ayuda de la asociación libre en su verdadero sentido. En un pasaje anterior de mi artículo señalé que Anna Freud y yo, y todos los que trabajamos en el análisis de niños, estamos de acuerdo con que los niños no pueden asociar, y no asocian, de la misma manera que los adultos. Quiero agregar aquí que probablemente lo principal es que los niños no pueden asociar, no porque les falte capacidad para poner sus pensamientos en palabras (hasta cierto grado esto sólo se aplicaría a niños muy pequeños) sino porque la angustia se resiste a las asociaciones verbales. No pertenece al propósito de este artículo discutir con mayor detalle esta interesante cuestión especial: sólo mencionaré brevemente algunos datos de la experiencia.
La representación por medio de juguetes -en realidad, la representación simbólica en general, al estar hasta cierto punto alejada de la persona misma del sujeto- está menos investida de angustia que la confesión por la palabra hablada. Si entonces logramos aliviar la angustia y obtener en primer lugar representaciones más indirectas, estaremos en condiciones de convencernos a nosotros mismos de que podemos despertar para el análisis toda la expresión verbal de que es capaz el niño. Y entonces descubrirnos repetidas veces que en los momentos en que la ansiedad se hace más marcada las representaciones indirectas ocupan una vez más el primer plano. Permítaseme ilustrarlo brevemente. Cuando hube progresado bastante en el análisis de un niño de cinco años, éste tuvo un sueño cuya interpretación fue muy profunda y provechosa en sus resultados. Esta interpretación ocupó toda la sesión analítica y todas las asociaciones fueron exclusivamente verbales. En los dos días siguientes trajo nuevamente sueños que resultaron ser continuaciones del primero. Pero las asociaciones verbales del segundo sueño sólo podían ser producidas con mucha dificultad y una por vez. La resistencia era evidente y la angustia marcadamente mayor que el ida anterior. Pero el niño se dirigió al canasto de juguetes y por medio de muñecos y otros juguetes me representó sus asociaciones, ayudándose nuevamente con palabras cada vez que vencía una resistencia. Al tercer día la angustia era aun mayor, correspondiendo al material que había aflorado en los días anteriores. Producía las asociaciones casi exclusivamente por medio del juego con juguetes y agua.
Si somos lógicos en nuestra aplicación de los dos principios sobre los que he puesto énfasis, a saber que debemos seguir el modo de representación simbólica del niño y que debemos tener en cuenta la facilidad con que surge la angustia en el niño, podremos también contar con que sus asociaciones son un recurso muy importante en el análisis, pero, como ya lo he dicho, sólo en algunos momentos y como un medio entre varios.
Creo por lo tanto que es incompleto lo que manifiesta Anna Freud cuando dice: «De vez en cuando, también, vienen en nuestra ayuda asociaciones inintencionales e involuntarias» (pág. 41). El que las asociaciones aparezcan o no depende con bastante regularidad de ciertas actitudes precisas del analizando, y de ninguna manera del azar. En mi opinión podemos utilizar este recurso en mucha mayor medida de lo que probablemente parece. Una y otra vez éste salva el abismo que lo separa de la realidad, y ésta es una razón por la que este modo está más estrechamente asociado con la angustia que el modo de representación irreal, indirecta. Por esto yo no consideraría terminado ningún análisis de niños, ni siquiera el de niños muy pequeños, a menos de lograr finalmente que se exprese con palabras, hasta el grado de que es capaz el niño, y así de vincularlo con la realidad.
Tenemos entonces una analogía perfecta con la técnica del análisis de adultos. La única diferencia es que con los niños encontramos que el inconsciente prevalece en mucho mayor grado y por lo tanto su modo de representación predomina mucho más que en los adultos, y además que debemos tener en cuenta la mayor tendencia del niño a angustiarse.
Pero indudablemente esto también es cierto en d análisis en los períodos de latencia y en el prepuberal y hasta cierto punto en la pubertad. En cieno número de análisis en los que los sujetos estaban en una u otra de estas fases del desarrollo, yo estaba obligada a adoptar una forma modificada de la misma técnica que empleo con los niños. Creo que lo que acabo de decir quita fuerza a las dos objeciones principales que hace Anna Freud a mi técnica del juego. Puso en duda 1) que estuviéramos justificados en suponer que el contenido simbólico del juego del niño sea su móvil principal, y 2) que pudiéramos considerar el juego del niño como equivalente de las asociaciones verbales del adulto. Porque, sostiene, falta en estos juegos la idea de propósito que el adulto trae a sus análisis y que «le permite, al asociar, excluir todas las directivas e influencias conscientes en su cadena de pensamiento».
Quisiera además contestar a esta última objeción que estas intenciones de los pacientes adultos (que en mi experiencia ni siquiera son tan efectivas en ellos como Anna Freud supone) son absolutamente superfluas en los niños, y con esto no quiero decir sólo niños muy pequeños.
Es evidente por lo que acabo de decir que los niños están tan dominados por su inconsciente que para ellos es verdaderamente innecesario excluir deliberadamente ideas conscientes . Anna Freud misma también sopesó en su mente esta posibilidad (pág. 49).    Dediqué tanto espacio a la cuestión de la técnica que debe emplearse con los niños porque esto me parece fundamental en todo el problema del análisis infantil. Cuando Anna Freud rechaza la técnica de juego, su argumento no sólo se refiere al análisis de niños pequeños sino en mi opinión también al principio básico del análisis de niños mayores, tal como yo lo entiendo. La técnica de juego nos provee una rica abundancia de material y nos da acceso a los estratos más profundos de la mente. Si la usamos incondicionalmente llegamos al análisis del complejo de Edipo, y una vez allí, no podemos poner límites al análisis en ninguna dirección. Si entonces realmente queremos evitar el análisis del complejo de Edipo, no debemos utilizar la técnica de juego, aun en sus aplicaciones modificadas a niños más grandes.
Se sigue de esto que la cuestión no es si el análisis de niños puede ir tan profundo como el de adultos, sino si debe ir tan a lo profundo. Para contestar a esta pregunta debernos examinar las razones que da Anna Freud, en el capitulo IV de su libro, contra penetrar tan hondo.
Antes de hacerlo, sin embargo, quisiera discutir las conclusiones de Anna Freud, expuestas en el capítulo III de su libro, acerca del papel que juega la transferencia en el análisis de niños.
Anna Freud describe algunas diferencias esenciales entre la situación transferencial en los adultos y en los niños. Llega a la conclusión de que en éstos puede haber una transferencia satisfactoria, pero que no se produce una neurosis de transferencia. En apoyo de esta declaración aduce el siguiente argumento teórico: los niños, dice, no están capacitados como los adultos para comenzar una nueva edición de sus relaciones de amor, porque sus objetos de amor originales, los padres, todavía existen como objetos en la realidad.
Para responder a esta afirmación, que me parece incorrecta, deberla entrar en una detallada discusión sobre la estructura del superyó en los niños. Pero como esto está expuesto en un pasaje posterior, me contentaré aquí con unos pocos enunciados que están apoyados por mi exposición siguiente. El análisis de niños muy pequeños me ha mostrado que incluso un niño de tres años ha dejado atrás la parte más importante del desarrollo de su complejo de Edipo. Por consiguiente está ya muy alejado, por la represión y los sentimientos de culpa, de los objetos que originalmente deseaba. Sus relaciones con ellos sufrieron distorsiones y transformaciones, por lo que los objetos amorosos actuales son ahora imagos de los objetos originales.
De ahí que con respecto al analista los niños pueden muy bien entrar en una nueva edición de sus relaciones amorosas en todos los puntos fundamentales y por lo tanto decisivos. Pero aquí encontramos una segunda objeción teórica. Anna Freud considera que al analizar niños el analista no es, como cuando el paciente es un adulto, «impersonal, indefinido, una página en blanco sobre la cual el paciente puede inscribir sus fantasías», que evita imponer prohibiciones y permitir gratificaciones. Pero de acuerdo con mi experiencia es exactamente así como debe comportarse un analista de niños, una vez que ha establecido la situación analítica. Su actividad es sólo aparente, porque aun cuando se vuelque completamente en todas las fantasías en el juego del niño, conforme a los modos de representación peculiares de los niños, está haciendo exactamente lo que el analista de adultos, quien, como sabemos, también sigue de buen grado las fantasías de sus pacientes. Pero fuera de esto, yo no permito a los pacientes infantiles ninguna gratificación personal, ya sea en forma de regalos o caricias, o de encuentros personales fuera del análisis, etcétera. En resumen, mantengo en todo las reglas aprobadas en análisis de adultos. Lo que doy al niño es ayuda analítica y alivio, que él siente relativamente rápido aun si antes no ha tenido ninguna sensación de enfermedad. Además de esto, en respuesta a su confianza en mi, puede contar absolutamente con perfecta sinceridad y honestidad hacia él de mi parte.
Pero debo discutir las conclusiones de Anna Freud, tanto como sus premisas. En mi experiencia, aparece en los niños una plena neurosis de transferencia, de manera análoga a como surge en los adultos. Cuando analizo niños observo que sus síntomas cambian, que se acentúan o disminuyen de acuerdo con la situación analítica. Observo en ellos la abreacción de afectos en estrecha conexión con el progreso del trabajo y en relación conmigo. Observo que surge angustia y que las reacciones del niño se resuelven en el terreno analítico. Padres que observan a sus hijos cuidadosamente con frecuencia me han contado que se sorprendieron al ver reaparecer hábitos, etc., que habían desaparecido hacia mucho. No he encontrado que los niños expresen sus reacciones cuando están en su casa de la misma manera que cuando están conmigo: en su mayor parte reservan la descarga para la sesión analítica. Por supuesto, ocurre que a veces, cuando están emergiendo violentamente afectos muy poderosos, algo de la perturbación se hace llamativo para los que rodean al niño, pero esto es sólo temporario y tampoco puede ser evitado en el análisis de adultos.
En este punto por lo tanto mi experiencia está en completa contradicción con las observaciones de Anna Freud. La razón de esta diferencia en nuestros descubrimientos es fácil de ver: depende de la distinta forma en que ella y yo manejamos la transferencia. Permítaseme resumir lo que acabo de decir: Anna Freud piensa que una transferencia positiva es condición necesaria para el trabajo analítico con niños. Considera indeseable una transferencia negativa. «En el caso de niños, escribe, es particularmente inconveniente que haya tendencias negativas dirigidas al analista, a pesar de los muchos puntos que puedan iluminar. Debemos empeñarnos en destruirlas o modificarlas lo antes posible; el verdadero trabajo provechoso se hará siempre cuando la relación con el analista es positiva» (pág. 51).
Sabemos que uno de los principales factores en el trabajo analítico es el manejo de la transferencia, estricta y objetivamente, de acuerdo con los hechos, en la forma que nuestros conocimientos analíticos nos han enseñado que es la correcta. Una resolución cabal de la transferencia es considerada como uno de los signos de que un análisis ha concluido satisfactoriamente. Sobre esta base el psicoanálisis ha establecido una serie de importantes reglas que en todos los casos han demostrado ser necesarias. Anna Freud deja de lado en su mayor parte estas reglas, en el análisis del niño. Con ella, la transferencia, el claro reconocimiento de lo que sabernos que es una importante condición para nuestro trabajo, se convierte en un concepto incierto y dudoso. Dice que el analista «probablemente debe compartir con los padres el amor o el odio del niño» (pág. 56). Y no comprendo qué es lo que se intenta al «demoler o modificar» las inconvenientes tendencias negativas.
Aquí las premisas y las conclusiones se mueven en un círculo. Si no se produce la situación analítica con medios analíticos, si no se maneja lógicamente la transferencia positiva y la negativa, entonces ni causaremos una neurosis de transferencia ni podremos esperar que las reacciones del niño se efectúen en relación con el análisis y con el analista. Más adelante trataré en este artículo este punto con mayor detalle, pero ahora sólo recapitularé brevemente lo que ya he dicho al declarar que el método de Anna Freud de atraer hacia si la transferencia positiva por todos los medios posibles y la de disminuir la transferencia negativa cuando está dirigida hacia ella, no sólo me parece técnicamente incorrecto, sino que me parece militar mucho más en contra de los padres que mi método. Porque no es sino natural que la transferencia negativa queda entonces dirigida contra aquellos con quienes el niño está vinculado en la vida diaria.