SOBRE EL SENTIMIENTO DE SOLEDAD (l963): Melanie Klein contin.1

SOBRE EL SENTIMIENTO DE SOLEDAD (l963): Melanie Klein contin.1

El amor a la naturaleza había
constituido una característica importante de las sublimaciones de este
paciente. Ya desde muy pequeño, el hecho de estar al aire libre lo ponía
siempre alegre y contento. En una sesión me manifestó cuánto había
disfrutado de un paseo por entre las colinas, y la repugnancia que sintió al
llegar a la ciudad. Le interpreté, como ya lo había hecho anteriormente, que
la naturaleza representaba para él no solo la belleza sino también la bondad,
de hecho, el objeto bueno que había incorporado dentro suyo. Después de
una pausa me replicó que creía que yo estaba en lo cierto, pero que la
naturaleza no era únicamente bondad, ya que siempre existe en ella una
considerable dosis de agresión. Del mismo modo -añadió- su propia
relación con la naturaleza no era tampoco enteramente buena, y en prueba
de ello me refirió que cuando era niño solía robar nidos, pese a que su
mayor aspiración siempre fue cultivar algo. Y añadió que, al amar a la
naturaleza, en realidad había "incorporado un objeto integrado".
Para poder comprender cómo había logrado el paciente superar su
soledad en relación con el campo, mientras que seguía experimentándola
con respecto a la ciudad, será preciso que examinemos detenidamente
algunas de sus asociaciones relativas a su niñez y a la naturaleza. Me dijo
que se suponía que había sido un bebé feliz, bien alimentado por su madre,
cosa que se vio corroborada -sobre todo en la situación transferencial- por
abundante material. Muy pronto se había percatado de su inquietud con
respecto a la salud de su madre, como también del resentimiento que le
provocaba la actitud más bien disciplinaria de aquélla. A pesar de esto, su
relación con la madre fue feliz en muchos sentidos y él siguió profesándole
afecto; pero dentro de su casa se sentía como aprisionado, y tenía
conciencia de que experimentaba un perentorio anhelo de estar al aire libre.
Parecía haber desarrollado una precoz admiración por las bellezas de la
naturaleza, y tan pronto como obtuvo mayor libertad para estar al aire libre
esto se transformó en su mayor pasión. Me relató cómo, junto con unos
amigos, solía emplear su tiempo libre vagando por los bosques y praderas.
Me confesó alguna que otra agresión relacionada con la naturaleza, como
por ejemplo haber robado nidos y estropeado cercas; pero al mismo tiempo
abrigaba el convencimiento de que tales destrozos no serian duraderos, ya
que la naturaleza siempre se restauraba a sí misma. Juzgaba que la naturaleza
era opulenta e invulnerable, actitud que contrastaba extraordinariamente con
la que exhibía hacia su madre. La relación con la naturaleza parecía estar
relativamente exenta de culpa, en tanto que la relación con su madre -de
cuya fragilidad se sentía responsable por motivos inconscientes- exhibía
una considerable dosis de culpa.
Este material me permitió llegar a la conclusión de que, en alguna
medida, él había introyectado a la madre como objeto bueno y había
alcanzado cierto grado de síntesis entre los sentimientos amorosos y los
sentimientos hostiles que experimentaba hacia ella. También logró un nivel
de integración bastante aceptable, pero éste se vio afectado por una
ansiedad persecutoria y depresiva relacionada con sus padres. Su relación
con el padre había sido muy importante para su desarrollo, pero no
pertenece al material concreto que estamos examinando aquí.
Me he referido a la necesidad obsesiva que experimentaba este
paciente de estar al aire libre, necesidad que estaba vinculada a su
claustrofobia. Como ya he explicado en otra ocasión, la claustrofobia tiene
dos grandes fuentes de origen: la identificación proyectiva con la madre,
que provoca el temor de quedar aprisionado dentro de ella; y la
reintroyección, cuyo corolario es la sensación de que, dentro de sí mismo,
está aprisionado por los objetos internos vengativos. En lo que respecta a
este paciente yo diría que su huida hacia la naturaleza era una defensa contra
estas dos situaciones de ansiedad. En cierto sentido, su amor por la
naturaleza estaba escindido y apartado de la relación con su madre, siendo
la desidealización de esta última lo que lo llevó a transferir su idealización a
la naturaleza. En todo lo concerniente a su casa y a su madre, él se sentía
tremendamente solo, y este sentimiento de soledad era el causante de su
fuerte aversión a la ciudad. La libertad y la felicidad que encontraba en la
naturaleza no constituían tan sólo una fuente de placer, fruto de un
profundo sentido de la belleza y vinculada a la sensibilidad artística, sino
también un medio de contrarrestar la soledad esencial que nunca lo había
abandonado por completo.
En otra ocasión el paciente relató, con bastante culpa, que durante un
viaje al campo había atrapado un ratón campestre, colocándolo luego
dentro de una caja en el baúl del automóvil para llevárselo de regalo a su
hijo menor, a quien sin duda le encantaría tenerlo como mascota. El
paciente se olvidó completamente del ratón, y no fue sino al día siguiente
que recordó su existencia. Todos los intentos de encontrarlo fueron
infructuosos, ya que el ratón había roído la caja, eligiendo como escondite
el rincón más apartado del baúl del coche, lugar donde estaba fuera de todo
alcance. Finalmente, luego de haber realizado denodados esfuerzos para
atraparlo, el paciente comprobó que el ratón había muerto. La culpa que
experimentó por haberse olvidado del ratón campestre, ocasionándole la
muerte, lo llevó, en el curso de las siguientes sesiones, a asociaciones con
personas fallecidas, de cuya muerte él se sentía en alguna medida
responsable, si bien no por motivos racionales.
En las sesiones posteriores surgieron innumerables asociaciones con
el ratón campestre, el cual parecía desempeñar una serie de roles diferentes:
representaba una parte escindida y apartada del paciente, solitaria y
deprivada. Mediante la identificación con su hijo se sentía, además, privado
de un compañero potencial. Varias asociaciones revelaron que, durante
toda su infancia, el paciente había anhelado vehementemente tener un
compañero de juegos de su misma edad; anhelo que trascendía la necesidad
concreta de compañía externa y era fruto de la sensación de no poder
recuperar las partes escindidas y apartadas del si-mismo. El ratón campestre
también representaba su objeto bueno, que él había encerrado en su interior
-simbolizado por el automóvil- y acerca del cual se sentía culpable, y temía
también que pudiera volverse retaliatorio. Otra de sus asociaciones,
relacionada con la negligencia, fue que el ratón campestre representaba
además la imagen de una mujer abandonada. Esta asociación surgió
después de un período de vacaciones; significaba que no sólo él había sido
abandonado por la analista, sino que también ella se había sentido sola y
abandonada. El material mismo puso en evidencia la vinculación que existía
con sentimientos similares hacia su madre, así como la conclusión de que él
llevaba dentro de sí un objeto muerto o solitario, lo cual incrementaba su
soledad.
El material proporcionado por este paciente fundamenta mi teoría de
que existe una relación entre la soledad y la incapacidad de integrar
suficientemente tanto al objeto bueno como a partes del sí-mismo, a las que
se vive como inaccesibles.
Entraré ahora a examinar más a fondo todos aquellos factores que
normalmente mitigan la soledad. La internalización relativamente firme del
pecho bueno es característica de cierta fortaleza innata del yo. Un yo fuerte
tiene menores posibilidades de fragmentarse y, por consiguiente, cuenta con
una mayor capacidad para alcanzar cierto grado de integración y una buena
relación temprana con el objeto primario. Además, la internalización exitosa
del objeto bueno constituye la base de la identificación con éste, la cual
fortalece la sensación de bondad y confianza, tanto en el objeto como en el
sí-mismo. Esta identificación con el objeto bueno aplaca los impulsos
destructivos y reduce también de este modo la severidad del superyó. Un
superyó menos severo no le impone al yo exigencias tan rigurosas, lo cual
engendra la tolerancia y la capacidad de aceptar los defectos de los objetos
amados sin que resulte afectada la relación que con ellos se tiene.
La disminución de la omnipotencia, que sobreviene con los
progresos en la integración y ocasiona cierta pérdida de esperanza, facilita
sin embargo la discriminación entre los impulsos destructivos y sus efectos,
con lo cual la agresividad y el odio ya no se viven como algo tan peligroso.
Esta mayor adaptación a la realidad conduce a la aceptación de los propios
defectos y, en consecuencia, disminuye el resentimiento por las pasadas
frustraciones. También abre el acceso a fuentes de gozo en el mundo
externo, constituyéndose así en otro factor que reduce la soledad.
La relación satisfactoria con el primer objeto y la exitosa
internalización de éste significa que se puede dar y recibir amor. Como
resultado, el bebé puede gozar no sólo cuando se alimenta sino también en
respuesta a la presencia y al afecto de la madre. El recuerdo de estas felices
experiencias representa una valiosa ayuda para el niño pequeño cuando éste
se siente frustrado, porque está ligado a la esperanza de que habrá otros
momentos felices. Además, existe un vínculo muy estrecho entre el goce y
la sensación de comprender y ser comprendido. En el momento del goce la
ansiedad se apacigua y lo que prevalece es la contigüidad a la madre y la
confianza en ella. La identificación introyectiva y la identificación
proyectiva, cuando no son excesivas, desempeñan un papel importante en
esta sensación de contigüidad, porque subyacen a la capacidad de
comprender y contribuyen a la experiencia de ser comprendido.
El goce siempre está ligado a la gratitud; si ésta es profunda incluye el
deseo de retribuir la bondad recibida y representa así la base de la
generosidad. Siempre existe una estrecha relación entre la capacidad de
recibir y la capacidad de dar, y ambas forman parte de la relación con el
objeto bueno y, por lo tanto, contrarrestan la soledad. Además, el
sentimiento de generosidad subyace a la creatividad, y esto se aplica tanto a
las más primitivas actividades constructivas del bebé como a la creatividad
del adulto.
La capacidad de gozar constituye además la condición previa
necesaria para cierta medida de resignación, la cual permite gozar de aquello
que resulta accesible, sin sentir una avidez desmesurada con respecto a
gratificaciones inalcanzables ni un excesivo resentimiento frente a la
frustración. Ya en algunos bebés pequeños puede observarse tal
adaptación. La resignación está ligada a la tolerancia y a la sensación de que
los impulsos destructivos no predominarán sobre el amor y que, por ende,
la bondad y la vida estarán a salvo.
El niño que, a pesar de cierta dosis de envidia y de celos, puede
identificarse con el placer de las gratificaciones de otros miembros de su
círculo familiar también será capaz de hacerlo en relación con otra gente en
su vida futura. Al llegar a la vejez podrá entonces invertir la situación
primitiva e identificarse con las satisfacciones de los jóvenes. Esto sólo
puede darse si existe gratitud por los placeres del pasado, sin demasiado
resentimiento por el hecho de que ya no están a su alcance.
Todos los factores del desarrollo que he delineado aquí, si bien
mitigan el sentimiento de soledad, no logran eliminarlo por completo; así
existe la posibilidad de que sean utilizados como defensas. Cuando tales
defensas son muy poderosas y logran ensamblarse perfectamente entre sí es
factible que la soledad no llegue a experimentarse en forma consciente.
Algunos bebés utilizan la dependencia extrema con respecto a la madre
como defensa contra la soledad, en cuyo caso la necesidad de dependencia
subsiste como patrón durante toda la vida. Por otra parte, la huida hacia el
objeto interno, que puede expresarse en la temprana infancia mediante la
gratificación alucinatoria, se emplea a menudo defensivamente en un intento
de contrarrestar la dependencia con respecto al objeto externo. En algunos
adultos esta actitud conduce a un rechazo de toda relación amistosa, lo
cual, en casos extremos, es un síntoma de enfermedad.
La tendencia a la independencia, que forma parte de la maduración,
puede ser utilizada en forma defensiva con el propósito de superar la
soledad. La disminución de la dependencia con respecto al objeto hace que
el individuo sea menos vulnerable y también contrarreste la necesidad de
una excesiva contigüidad, tanto interna como externa, con respecto a las
personas amadas.
Otra defensa, que se utiliza especialmente en la vejez, consiste en vivir
abstraído en el pasado a fin de eludir las frustraciones del presente. En esos
recuerdos forzosamente debe existir cierta idealización del pasado, la cual
se coloca al servicio de la defensa. En los jóvenes la idealización del futuro
cumple un propósito semejante. Cierto grado de idealización de personas y
causas representa una defensa normal y forma parte de la búsqueda de
objetos internos idealizados, la cual es proyectada en el mundo externo.
El éxito y la valorización de los demás -originalmente la necesidad
infantil de ser apreciado por la madre- pueden ser empleados como defensa
contra la soledad; pero este método pierde eficacia si se lo utiliza con
exceso, ya que en ese caso no se afianzaría suficientemente la confianza en
uno mismo. Otra defensa que está ligada a la omnipotencia y forma parte de
la defensa maníaca, es un uso particular de la capacidad de tolerar la
postergación de algo anhelado; esto puede llevar a un exceso de optimismo
y a una falta de iniciativa, y puede estar ligado a un sentido de realidad
deficiente.
La negación de la soledad, que con tanta frecuencia se emplea como
defensa, probablemente dificulte las buenas relaciones objetales, en
contraste con una actitud en la que la soledad se experimenta realmente,
convirtiéndose en estímulo para las relaciones objetales.
Por último, quisiera señalar por qué resulta tan difícil determinar la
importancia relativa de las influencias internas y externas como agentes
causales de la soledad. Hasta aquí me he ocupado particularmente de los
aspectos internos, pero éstos no existen en el vacío. Se da, en la vida
mental, una constante interacción entre factores internos y externos, basada
en los procesos de proyección e introyección, los cuales inauguran las
relaciones objetales.
El primer impacto poderoso que el mundo externo le impone al bebé
son los diversos tipos de molestias inherentes al nacimiento y que él
atribuye a fuerzas persecutorias y hostiles. Estas ansiedades paranoides
entran a formar parte de su situación interna. Los factores internos también
actúan desde el principio: el conflicto entre el instinto de vida y el instinto de
muerte engendra la desviación del instinto de muerte hacia afuera, hecho
que, en opinión de Freud, inaugura la proyección de los impulsos
destructivos. Con todo, mi teoría es que simultáneamente la tendencia del
instinto de vida, que lo impulsa a tratar de encontrar un objeto bueno en el
mundo externo, hace que se proyecten también los impulsos amorosos. De
este modo, el cuadro del mundo externo -representado inicialmente por la
madre y en particular por el pecho de ésta, y basado en experiencias
concretas, tanto buenas como malas, en relación con ella- se ve teñido por
factores internos. Mediante la introyección, este cuadro del mundo externo
afecta al mundo interno. Pero no sólo los sentimientos del bebé con
respecto al mundo externo se ven teñidos por la proyección de éste, sino
que la relación concreta que la madre tiene con su hijo se ve también
afectada, de maneras indirectas y sutiles, por la respuesta de éste. Un bebé
satisfecho, que succiona el pecho con fruición, calma la ansiedad de su
madre; a su vez, la felicidad de la madre se trasunta en su forma de
manejarlo y alimentarlo, con lo cual reduce la ansiedad persecutoria de su
bebé y estimula su capacidad para internalizar el pecho bueno. En contraste,
un bebé que tiene dificultades de tipo alimentario puede despertar ansiedad
y culpa en su madre, y ejercer así una influencia desfavorable sobre la
relación que ella tiene con él. Con estas distintas variantes, existe una
constante interacción entre el mundo interno y el mundo externo, interacción
que subsiste a lo largo de toda la vida.
La acción recíproca de factores externos e internos influye
considerablemente en el incremento o la disminución del sentimiento de
soledad. La internalización de un pecho bueno, que sólo puede darse como
resultado de una interacción favorable entre los elementos internos y los
externos, constituye una base para la integración, la cual, como ya he
señalado, es uno de los factores que más contribuyen a la disminución del
sentimiento de soledad. Además, es bien sabido que cuando en el
desarrollo normal se experimentan intensos sentimientos de soledad surge la
poderosa necesidad de recurrir a objetos externos, puesto que las
relaciones externas alivian parcialmente la soledad. Las influencias externas,
sobre todo la actitud de personas que son importantes para el individuo,
pueden lograr por otros modos que disminuya la soledad. Por ejemplo, el
hecho de tener una relación básicamente buena con los padres permite
tolerar mejor la pérdida de la idealización y la disminución del sentimiento
de omnipotencia. Al aceptar los padres la existencia de impulsos
destructivos en el niño y demostrarle que son capaces de protegerse de su
agresividad pueden atenuar la ansiedad que aquél experimenta con respecto
a los efectos de sus deseos hostiles. Como resultado, se tiene la vivencia de
que el objeto es menos vulnerable y el sí-mismo menos destructivo.
Sólo mencionaré someramente aquí la importancia del superyó en
relación con todos estos procesos. Un superyó rígido no puede nunca ser
sentido como indulgente para con los impulsos destructivos; de hecho, lo
que pretende es que no existan. Si bien el superyó se construye en gran
medida a partir de una parte escindida y apartada del yo, sobre la cual se
proyectan los impulsos, también se ve inevitablemente afectado por la
introyección de las personalidades de los padres reales y de la relación que
éstos tienen con el bebé. Cuanto más severo es el superyó, tanto más
intensa será la soledad, ya que las rigurosas imposiciones de aquél
acrecientan las ansiedades depresivas y paranoides.
Para concluir, formularé nuevamente mi hipótesis de que si bien las
influencias externas pueden llegar a reducir o a intensificar la soledad, ésta
nunca logra eliminarse por completo, en razón de que la tendencia a la
integración y el dolor que se experimenta durante el proceso de integración
emanan de fuentes internas que siguen ejerciendo su influjo durante toda la
vida.