Seminario 1: Clase 17, Relación de objeto y relación intersubjetiva, 2 de Junio de 1954

Balint y Ferenczi. La satisfacción de la necesidad. La carte du Tendre. La intersubjetividad en las perversiones. El análisis sartriano.

Examinemos esta concepción que llamamos de Balint y que, de hecho, nos remite a una tradición muy particular, que puede llamarse húngara, en tanto estuvo dominada incidentalmente por la personalidad de Ferenczi. Con seguridad habremos de referirnos, a través de mil pequeñas facetas anecdóticas, a las relaciones entre Ferenczi y Freud. Son muy divertidas.

Ferenczi fue considerado, antes de 1930, un poco como el niño terrible del psicoanálisis. Respecto a todos los demás analistas conservaba gran libertad de movimientos. Su modo de plantear los problemas no participaba de la preocupación por expresarse del modo que, ya en esa época, era ortodoxo. Así es como introdujo en repetidas ocasiones esos problemas que pueden agruparse alrededor de la expresión psicoanálisis activo; expresión que, al formularse, funciona como clave, y enseguida se cree haber comprendido algo.

Ferenczi empezó interrogándose acerca del papel que había de desempeñar, en un determinado momento del análisis, en primer lugar la iniciativa del analista, y luego su ser. Es preciso ver en qué términos se plantea esto y no calificar como activa cualquier tipo de intervención. Por ejemplo, ayer tarde fue planteada la cuestión de las prohibiciones a propósito del caso presentado por el Dr. Morgan. Este es un problema- se lo recordé ayer- que está evocado ya en los Escritos Técnicos de Freud. Freud siempre admitió como perfectamente evidente que, en ciertos casos, es preciso saber intervenir activamente formulando prohibiciones: Su análisis no puede continuar si usted se entrega a tal actividad que, de algún modo, satura la situación y esteriliza, en el sentido propio del término, lo que puede ocurrir en el análisis.

Partiendo de donde estamos, remontando la historia a partir de Balint, intentaremos examinar qué quiere decir para Ferenczi la noción de psicoanálisis activo, cuya introducción se inscribe en su haber.

De paso les señalo que, durante su vida, Ferenczi cambió muchas veces de posición. Se echó atrás respecto a ciertas tentativas suyas, declarando que la experiencia había demostrado que eran excesivas, poco fructuosas e incluso nocivas.

Balint pertenece pues a esa tradición húngara que floreció en torno a las cuestiones planteadas por la relación entre el analizado y el analista; relación concebida como una situación interhumana implicando personas y suponiendo en consecuencia cierta reciprocidad. Hoy estas cuestiones son formuladas en términos de transferencia y contratransferencia.

Podemos considerar la influencia personal de Ferenczi como terminada alrededor de 1930. Aparece luego la de sus alumnos.

Balint se sitúa en ese período que se extiende de 1930 hasta nuestros días, que se carácteriza por un ascenso progresivo en el análisis de la noción de relación de objeto. Creo que éste es el punto central de la concepción de Balint, de su mujer y de sus colaboradores que se interesaron en la psicología animal. Esto se pone de manifiesto en un libro que, aunque no sea más que una compilación de artículos bastante mariposeadores y dispares que se extienden a lo largo de veinte años, se carácteriza no obstante por la notable unidad que de él se desprende.

1)
Doy por supuesto que ya hemos dado una primera vuelta al problema, ya que la ponencia de Granoff les ha permitido situar, en su conjunto, los problemas planteados por Balint. Partamos pues de la relación de objeto. Como verán está en el corazón mismo de todos los problemas.

Veamos enseguida este nudo. El centro de la perspectiva de Balint en la elaboración de la noción de relación de objeto es éste: la relación de objeto es la que une una necesidad con un objeto que la satisface.

Según su concepción, un objeto es ante todo un objeto de satisfacción. Esto no debe sorprendernos, puesto que la experiencia analítica se desplaza en el orden de las relaciones libidinales, en el orden del deseo. ¿Quiere esto decir que definir el objeto, en la experiencia humana, como lo que satura una necesidad es un punto de partida válido, a partir del cual podremos desarrollar, agrupar y explicar lo que la experiencia nos enseña, se encuentra en el análisis?

Para Balint, la relación de objeto fundamental satisface lo que puede llamarse la forma plena, la forma típica. Aparece de modo típico en lo que él llama primary love, amor primario, es decir en las relaciones entre el niño y la madre. El artículo esencial sobre este punto es Mother’s love and love for the mother de Alice Balint. Según ella, lo específico de la relación del niño con la madre es que, como tal, la madre satisface todas las necesidades del niño. Por supuesto, esto no quiere decir que siempre ocurra así. Pero es algo estructural en la situación del niño humano.

Aquí se supone un trasfondo animal. El pequeño del hombre, como el pequeño animal durante cierto tiempo, está coaptado, durante los primeros pasos que da en el mundo de la vida, a ese acompañamiento materno que satura cierta necesidad primitiva. Sin embargo, lo está en mayor grado que cualquier otra especie dado el retraso de su desarrollo. Saben ustedes que se puede decir que el ser humano nace con rasgos fetalizados, es decir que corresponden a un nacimiento prematuro. Balint apenas si toca este punto, y sólo de modo marginal. Sin embargo, lo destaca, tiene buenas razones para hacerlo.

Sea como fuere, la relación niño-madre es para él tan fundamental que llega incluso a afirmar que, si se realiza de una manera feliz, sólo por accidente podrá haber perturbaciones. Este accidente bien puede ser la norma, pero no modifica la situación, es un accidente respecto a la relación considerada en su carácter esencial. Si hay satisfacción, satisfacción que es el deseo de esta relación primaria, el primary love no tiene por qué aparecer. Nada aparece. Todo lo que de ese amor aparece es entonces sencillamente un obstáculo a la situación fundamental, relación de a dos, cerrada.

No puedo detenerme más tiempo en esto, pero debo decir que el artículo de Alice Balint desarrolla esta concepción hasta sus consecuencias heroicas. Sigamos su razonamiento.

Para el niño es incuestionable todo aquello que, viniendo de su madre, es bueno. Nada hay que haga suponer la autonomía de ese compañero, nada que implique que haya otro sujeto. La necesidad exige. Todo en la relación de objeto se orienta de por sí hacia la satisfacción de la necesidad. Si hay así armonía preestablecida, clausura de la primera relación de objeto del ser humano, tendencia a una satisfacción perfecta, rigurosamente ella deberá ser estrictamente igual del otro lado, del lado de la madre. El amor de la madre por su vástago tiene exactamente el mismo carácter de armonía preestablecida en el plano primitivo de la necesidad. Para ella también, los cuidados, el contacto, el amamantamiento, todo lo que animalmente la une a su vástago satisface una necesidad complementaria con la del niño.

Alice Balint se obliga pues a probar- en esto consiste el extremo heroico de su demostración- que la necesidad materna supone exactamente los mismos límites que cualquier necesidad vital, a saber, que cuando ya no se tiene nada para dar, pues bien, se toma Uno de los elementos más demostrativos que ofrece es que, en determinada sociedad, llamada primitiva – éste término alude menos a la estructura social o comunitaria de estas sociedades que al hecho de estar mucho más expuestas a terribles crisis en el plano de la necesidad; se trata de los esquimales o de las tribus que erran en estado miserable por los desiertos australianos- cuando ya no se tiene en qué hincar el diente uno se come a su hijo. Este hecho forma parte del mismo sistema, pertenece al registro de la satisfacción vital; no existe ninguna hiancia entre nutrir y comer; uno pertenece totalmente al otro, pero, al mismo tiempo, el otro le pertenece totalmente a uno. Así, cuando no puede uno zafarse de otro modo, entonces puede muy bien ser engullido. La absorción forma parte de las relaciones interanimales, de las relaciones de objeto. En épocas normales, el niño se alimenta de su madre, la absorbe en la medida en que puede hacerlo. La recíproca también es verdad. Cuando la madre no puede hacer otra cosa, se lo embucha.

Balint abunda en estos detalles etnográficos extraordinariamente sugestivos. No sé si son exactos: siempre hay que desconfiar de los informes que llegan de tan lejos. No obstante, algunos etnógrafos nos informan que, en períodos de miseria, durante esas hambrunas atroces que forman parte del ritmo de las poblaciones aisladas, detenidas en estadios muy primitivos; por ejemplo, en ciertas tribus australianas, existen mujeres en estado de gestación capaces- con esa extraordinaria destreza que carácteriza ciertos comportamientos primitivos- de abortar para alimentarse con el objeto de su gestación, dado así a luz prematuramente.

En resumen, la relación niño-madre es aquí presentada como el punto de partida de una complementariedad del deseo. Hay coaptación directa de los deseos, que se encajan unos en otros, se ciñen unos a otros. Las discordancias nunca son sino accidentes.

Esta definición, punto de partida y pivote de la concepción balintiana, está en un punto esencial en contradicción con la tradición analítica sobre el tema del desarrollo de los instintos. En efecto, la definición de la relación niño-madre se opone a que se pueda admitir la existencia de un estadio primitivo, llamado de autoerotismo, admitido en parte no obstante en los textos de Freud, aunque no sin matices- matices muy importantes- que siempre dejan en pie cierta ambigüedad.

Según la concepción vienesa, clásica, del desarrollo libidinal hay una etapa durante la cual el sujeto infantil sólo conoce su necesidad, es en este sentido que no tiene relación con el objeto que lo satisface. Sólo conoce sus sensaciones y reacciónes en el plano estímulorespuesta. No existe, para él, relación primaria predeterminada, sólo existe el sentimiento de su placer o de su no-placer. El mundo es un mundo de sensaciones. Y estas sensaciones inclinan, gobiernan, dominan su desarrollo. No debe tenerse en cuenta su relación con un objeto, pues no existe aún para él objeto alguno.

Esta tesis clásica- expuesta por Bergler en su artículo Earliest stages publicado en el International Journal of Psychoanalysis de 1937; página 416- hacía al medio vienés particularmente impermeable a la concepción que comenzaba a surgir en el medio inglés. La misma destacaba lo que luego fue desarrollado por la teoría kleiniana, a saber, la idea de que existían elementos traumáticos primeros, ligados a la noción de objeto bueno y malo, de proyecciónes e introyecciónes primitivas.

¿Cuáles son las consecuencias de la concepción balintiana de la relación de objeto? En primer lugar, planteemos lo siguiente: es evidente que Balint, y quienes lo siguen, apuntan hacia una cierta verdad. ¿Cómo, quien ha observado un lactante de quince a veinte días, puede negar seriamente que éste se interesa por objetos electivos ? Por lo tanto, es preciso interpretar la idea tradicional de que el autoerotismo es el destino primitivo de la libido. Ella tiene seguramente su valor, pero, si la situamos en el plano conductista de la relación del ser vivo con su Umwelt, es falsa, puesto que la observación muestra que en efecto hay relación de objeto. Estos desarrollos teóricos que se conectan con la teoría analítica representan, respecto a la inspiración fundamental de la teoría de la libido, una desviación. Actualmente una parte considerable- mayoritaria- del movimiento analítico se compromete en esta senda.

Balint define entonces la relación de objeto por la satisfacción de una necesidad a la cual el objeto corresponde de modo total, acabado, en forma de amor primario, cuyo primer modelo es proporcionado por la relación madre-niño. Hubiera podido introducir el pensamiento de Balint por otro camino. Sin embargo, cualquiera que sea la entrada por la que se acceda a este pensamiento, siempre encontraremos los mismos callejones sin salida y los mismos problemas, pues se trata, en efecto, de un pensamiento coherente. Si se parte de una relación de objeto tal, no hay forma de salirse de ella. La relación libidinal, cualesquiera sean sus progresos, sus etapas, sus pasos franqueados, sus estadios, sus fases, sus metamorfosis siempre será definida del mismo modo.

2)
Una vez planteada semejante definición del objeto, cualquiera que sea el modo en que varíen ustedes las cualidades del deseo, pasando de lo oral a lo anal, y luego a lo genital, será preciso que haya un objeto que lo satisfaga, que lo sature.

Resulta entonces que la relación genital, en lo que ella tiene de acabado en su realización en el plano instintual, está teorizada del mismo modo que la relación niño-madre. En la satisfacción genital lograda, la satisfacción del uno- no digo que no se preocupe por la satisfacción del otro- sino que se satura en esta satisfacción. Es obvio que en esta relación esencial el otro está satisfecho. Tal es el eje de la concepción balintiana del genital love. Es la misma que la del primary love

Balint no puede pensar de otro modo a partir del momento en que el objeto es definido como objeto de satisfacción. Como es evidente que todo esto se vuelve mucho más complicado cuando el sujeto humano, adulto, debe ejercer efectivamente sus capacidades de posesión genital, le es preciso agregar una añadidura. Pero no es más que una añadidura, no se comprende de dónde ha surgido la iniciativa del sujeto, su percepción de la existencia o- como dice él- de la realidad del compañero.

Lo que distingue al genital love del primary love es el acceso a la realidad del otro como sujeto. El sujeto toma en cuenta la existencia del otro sujeto en tanto tal. No sólo se ocupa del goce de su compañero, sino también de muchas otras exigencias que lo rodean. Todo esto no es obvio. Para Balint es un dato. Esto es así porque un adulto es mucho más complicado que un niño. Pero, en el fondo, el registro de la satisfacción es el mismo. Existe una satisfacción cerrada, de a dos, en la que lo ideal es que cada uno encuentre en el otro el objeto que satisface su deseo.

Pero ¿de dónde pueden surgir estas facultades de apreciación de las necesidades y exigencias del otro, requeridas en el estadio genital? ¿Qué es lo que puede introducir, en el sistema cerrado de la relación de objeto, el reconocimiento del semejante? Lo sorprendente, es que nada puede introducirlo.

Sin embargo, es preciso que provengan de algún sitio, esos elementos que Balint llama ternura, idealización, que forman esos espejismos del amor que revisten el acto genital: la Carte du Tendre. Balint no puede negar esta dimensión demostrada por la clínica. Dice entonces- es aquí donde su teoría se desgarra de arriba a abajo- : el origen de todo esto es pregenital.

Esto es una enormidad. Esto significa que se ve obligado a fundar en el primary love una dimensión original del estadio genital que implica esa relación tan compleja con el otro a través de la cual la copulación deviene amor. Ahora bien, hasta este momento ha dedicado su tiempo a definir el primary love como una relación objetar cerrada sobre sí misma, sin intersubjetividad. Y de pronto, llegado a lo genital, quiere hacer surgir a partir de este mismo primary love algo con lo cual conformar la relación intersubjetiva. Esta es la contradicción de su doctrina.

Balint concibe lo pregenital como formado por una relación de objeto, digamos animal, en la cual el objeto no es selfish, no es un sujeto. No emplea este término, pero las fórmulas que utiliza muestran bien de qué se trata. En lo pregenital, no hay en absoluto otro self, salvo el que vive. El objeto está ahí para saturar sus necesidades. Cuando se llega a nivel de la relación genital, ya no se puede escapar a la relación de objeto así definida, no hay modo de hacerla progresar, ya que, por más que el deseo cambie, el objeto será siempre complementario. Sin embargo, Balint se ve obligado a decir- sin poder colmar la hiancia que de ello resulta- que la intersubjetividad, es decir la experiencia del selfishness del otro proviene de ese estadio pregenital del cual antes la había excluido. Es cierto. Este es un hecho, perfectamente evidente, al que vemos traicionarse en la experiencia analítica. Pero contradice toda la teoría del primary love. Es allí, en el plano mismo del enunciado teórico, donde vemos en qué callejón sin salida se penetra cuando se considera la relación de objeto desde el registro de la satisfacción.

DR. LANG:-Me parece que, en su exposición, se percibe también otra contradicción. En efecto, en el mundo cerrado del primary love existe una total confusión entre la necesidad y el deseo. Por otra parte, usted mismo emplea a veces un término y otras veces el otro. Si prestáramos atención a este punto quizá veríamos dónde está la falla

Balint emplea alternativamente los dos términos. El fundamento de su pensamiento es la need, la necesidad, y es sólo accidentalmente en las faltas donde la need se manifiesta como wish. Y de esto se trata en efecto ¿surge acaso el deseo únicamente de la frustración? Los analistas se han internado profundamente en este camino, y de modo mucho menos coherente que Balint; han llegado a hacer de la frustración el pivote de la teoría analítica: la frustración primaria, secundaria, primitiva, complicada, etc… Es preciso desprenderse de esta fascinación para volver a poner los pies en la tierra. Esto es lo que ahora intentaré recordarles.

3)
Si hay un descubrimiento positivo que el análisis hizo acerca del desarrollo libidinal es, justamente, que el niño es un perverso, e incluso un perverso polimorfo.

Antes de la etapa de normalización genital, cuyo primer esbozo gira en torno al complejo de Edipo, el niño está entregado a una serie de fases, connotadas con el término de pulsiones parciales. Se trata de sus primeras relaciones libidinales con el mundo. El análisis aplica hoy sobre este esbozo la noción de relación de objeto la cual está capturada- la noción de Lang al respecto es muy fecunda- en la noción de frustración.

¿Qué es esta perversión primaria? Hay que remitirse al hecho de que la experiencia analítica partió de cierto número de manifestaciones clínicas, entre ellas las perversiones. Si se introduce las perversiones en lo pregenital, es preciso recordar lo que ellas son allí donde aparecen de modo claro y delimitado.

¿La noción balintiana de relación de objeto se aplica acaso a la fenomenología de la perversión- en la cual está implicada la fase pregenital- y a la fenomenología del amor?

Ella es exactamente lo contrario. No hay una sola forma de las manifestaciones perversas cuya estructura misma, en cada momento de su vivencia, no se sostenga en la relación intersubjetiva.

Dejemos de lado las relaciones voyeuristas y exhibicionistas, pues la demostración es demasiado fácil. Tomemos como ejemplo la relación sádica, ya sea en su forma imaginaria, o bien en su paradójica forma clínica.

Algo es indudable: la relación sádica sólo se sostiene en la medida en que el otro permanece justo en el límite en el cual sigue siendo aún un sujeto. Si no es más que carne que reaccióna, forma de molusco cuyos bordes se cosquillea y que entonces palpita, desaparece la relación sádica. El sujeto sádico se detendrá allí, encontrando de pronto un vacío, una hiancia, un hueco. La relación sádica implica, en efecto, que se ha logrado el consentimiento del compañero: su libertad, su confesión, su humillación. Encontramos su prueba manifiesta en las formas que podemos llamar benignas. ¿No es verdad acaso que la mayoría de las manifestaciones sádicas, lejos de ser llevadas a su límite extremo, permanecen más bien en el umbral de la ejecución, jugando así con la espera, el temor del otro, la presión, la amenaza, observando las formas más o menos secretas de participación del compañero?

Saben ustedes hasta qué punto la mayor parte del conjunto clínico que conocemos como perversiones permanece en el plano de una ejecución solamente lúdica. No estamos en este caso ante sujetos sometidos a una necesidad. En el espejismo del juego, cada uno se identifica al otro. La intersubjetividad es la dimensión esencial.

No puedo dejar aquí de hacer referencia al autor que ha descrito este juego de modo magistral: me refiero a Jean-Paul Sartre, y a la fenomenología de la aprehensión del otro en la segunda parte de El ser y la nada. Esta es una obra que, desde el punto de vista filosófico, puede ser objeto de muchas críticas; pero indudablemente alcanza en esta descripción, aunque sólo fuese. por su talento y brío, un momento especialmente convincente.

El autor hace girar toda su demostración alrededor del fenómeno fundamental que él llama la mirada. El objeto humano se distingue originariamente ab initio, en el campo de mi experiencia; no es asimilable a ningún otro objeto perceptible, en tanto es un objeto que me mira. Sartre recurre en este punto a matices extremadamente refinados. La mirada en cuestión no se confunde en absoluto con el hecho, por ejemplo, de que yo veo sus ojos. Puedo sentirme mirado por alguien cuyos ojos, incluso cuya apariencia ni siquiera veo. Basta con que algo me signifique que algún otro puede estar allí. Esta ventana, si está ya un poco oscuro, y si tengo razones para pensar que hay alguien detrás, es a partir de entonces una mirada. A partir del momento en que existe esta mirada, ya soy algo distinto en tanto yo mismo me siento devenir objeto para la mirada del otro. Pero, en esta posición, que es recíproca, el otro también sabe que soy un objeto que se sabe visto.

Toda la fenomenología de la vergüenza, del pudor, del prestigio, del temor particular engendrado por la mirada, está allí admirablemente bien descrita; les aconsejo remitirse a ella en la obra de Sartre. Para un analista se trata de una lectura esencial; sobre todo cuando en análisis se llegó al punto de olvidar- incluso en la experiencia perversa tramada, sin embargo, en el interior de un registro donde han de reconocer el plano de lo imaginario- la intersubjetividad.

En efecto, en las manifestaciones que se llaman perversas, observamos matices que están lejos de confundirse con lo que les enseño a colocar como pivote de la relación simbólica: el reconocimiento. Son formas extremadamente ambigüas; no he hablado de vergüenza gratuitamente Al analizar más finamente el prestigio encontraríamos también formas irrisorias del tipo de las que adopta en los niños, donde es una de las formas de la excitación, etc.

Un amigo me contaba una anécdota sobre ese joke que precede a las corridas de toros en España, y en las que se hace participar a ciertos torpes. Me describió una escena extraordinariamente bella de sadismo colectivo. Verán hasta dónde llega la ambigüedad.

Se hizo entonces desfilar a uno de esos semi-idiotas, cubierto para la ocasión con los más hermosos adornos del matador. Desfilaba en la plaza antes de que entren esos animalitos que participan en estos juegos. Como ustedes saben ellos no son totalmente inofensivos. Y la multitud gritaba: ¡Anda, que guapo es! El personaje, acorde con su semi-idiotez con la tradición de los grandes juegos de corte de la antigua España, se siente invadido por una especie de pánico y empieza a rehusar. Los compañeros le dicen: Anda, ya ves, todo el mundo te reclama. Todos participan en el juego. El pánico del personaje aumenta. Rehusa, quiere ocultarse. Lo empujan fuera de las barreras y, finalmente, se produce la báscula. Se libera súbitamente de quienes lo empujan y, arrastrado por la insistencia abrumadora de los clamores del pueblo, se transforma en una especie de héroe bufo. Implicado en la estructura de la situación, avanza hacia el animal con todas las carácterísticas de una actitud sacrificial, pero permaneciendo, no obstante, en el plano de la bufonería. Se hace tumbar inmediatamente. Y se lo llevan.

Esta sensacional escena me parece que ilustra perfectamente la zona ambigüa en la que la intersubjetividad es esencial. Ustedes podrían decir que el elemento simbólico- la presión del clamor- , desempeña aquí un papel esencial; pero está casi anulado por el carácter de fenómeno masivo que adquiere en esta ocasión. El conjunto del fenómeno es así reducido a ese nivel de intersubjetividad que carácteriza las manifestaciones que, provisionalmente, connotamos como perversas.

Puede avanzarse aún más. Sartre lo hace, dando una estructuración, que me parece irrefutable, de la fenomenología de la relación amorosa. No puedo desarrollarla aquí por entero, porque tendría que pasar por todas las fases de la dialéctica del para-sí y del en-sí. Hagan un pequeño esfuerzo y remítanse a la obra de Sartre.

Sartre observa muy acertadamente que, en la vivencia del amor, no exijimos del objeto por el cual deseamos ser amados un compromiso completamente libre. El pacto inicial, el tú eres mi mujer, o el tú eres mi esposa, al que a menudo hago alusión cuando hablo del registro simbólico, no tiene en su abstracción cornelliana verdaderamente nada capaz de saturar nuestras exigencias fundamentales. La naturaleza del deseo se expresa en una especie de viscosidad corporal de la libertad. Queremos transformarnos para el otro en un objeto que tenga para él el mismo valor de límite que tiene, en relación a su libertad, su propio cuerpo. Queremos transformarnos para el otro no sólo en aquello en lo que su libertad se aliena- sin duda alguna la libertad ha de intervenir puesto que el compromiso es un elemento esencial de nuestra exigencia de ser amados- sino que es preciso también que sea algo más que un compromiso libre. Es preciso que una libertad acepte renunciar a sí misma para, desde entonces, estar limitada a todo lo que, los caminos por donde la arrastra la fascinación por ese objeto que somos nosotros mismos, tengan de caprichoso, de imperfecto, incluso de inferior.

Convertirse así, por nuestra propia contingencia, por nuestra existencia particular en lo que ella tiene de más carnal, de más limitativo para nosotros mismos, para nuestra propia libertad, en el límite consentido, en la forma de abdicación de la libertad del otro, es la exigencia que, fenomenológicamente, sitúa el amor en su forma concreta: el genital love como decía hace poco nuestro buen amigo Balint. Esto lo instituye en esa zona intermedia ambigüa, entre lo simbólico y lo imaginario.

Si el amor está totalmente capturado y adherido en esta intersubjetividad imaginaria, en la que deseo centrar la atención de ustedes, exige en su forma más acabada la participación en el registro simbólico, el intercambio libertad-pacto, que se encarna en la palabra dada. Se instala allí una zona donde ustedes podrán distinguir planos de identificaciones, como decimos en nuestro lenguaje a menudo impreciso, y toda una gama de matices, un abanico de formas que juegan entre lo imaginario y lo simbólico.

Perciben al mismo tiempo que- inversamente a la perspectiva de Balint, y muchos más de acuerdo con nuestra experiencia- debemos partir de la intersubjetividad radical, de la admisión total del sujeto por otro sujeto. Debemos abordar las supuestas experiencias originarias a partir de la experiencia adulta retrospectivamente, nachträglich, escalonando las degradaciones sin salir nunca del dominio de la intersubjetividad. Mientras permanecemos en el registro analítico es preciso admitir la intersubjetividad desde el origen.

No hay transición posible entre los dos registros: el del deseo animal, donde la relación es objeto, y el del reconocimiento del deseo. La intersubjetividad debe estar desde el comienzo puesto que está al final. Si la teoría analítica calificó de perverso polimorfo al niño es porque la perversión supone la dimensión de la intersubjetividad imaginaria. Hace un momento, intenté que la percibieran a través de esa doble mirada, que hace que yo veo que el otro me ve, y que tal tercero que interviene me ve visto. Nunca hay una simple duplicidad de términos. No sólo yo veo al otro, sino que lo veo verme, lo cual supone un tercer término, es decir que él sabe que yo lo veo. Se cierra el círculo Siempre hay tres términos en la estructura, aún cuando esos tres términos no estén explícitamente presentes.

Conocemos en el adulto la riqueza sensible de la perversión. La perversión es en suma la exploración privilegiada de una posibilidad existencial de la naturaleza humana, su desgarramiento interno, su hiancia, a través de la que el mundo supra-natural de lo simbólico pudo penetrar. Pero ¿si el niño es un perverso polimorfo, significa esto que es preciso proyectar en él el valor cualitativo de la perversión tal como es vivida por el adulto? ¿Debemos buscar en el niño una intersubjetividad del mismo tipo que la que vemos es constitutiva de la perversión en el adulto?

No ¿Sobre qué se apoyan los Balint para hablarnos de ese amor primario que no tendría en cuenta la selfishness del otro? En palabras tales como las que el niño que más ama a su madre puede fríamente decirle: Cuando estés muerta mamá, cogeré tus sombreros. O bien: Cuando se muera el abuelo . Palabras que provocan en el adulto la adulación del niño, ya que entonces éste le parece un ser divino, apenas concebible, cuyos sentimientos se le escapan. Cuando nos enfrentamos con fenómenos tan paradójicos, cuando ya no se comprende y se tiene que resolver la cuestión de lo trascendente, entonces se piensa estar ante un dios o un animal. Cuesta confesar que demasiado a menudo se considera a los niños dioses, se dice entonces que se los considera animales. Es lo que hace Balint cuando piensa que el niño sólo reconoce al otro en función de su propia necesidad. Error garrafal.

Este simple ejemplo del cuando tú estés muerta nos señala donde se manifiesta efectivamente la intersubjetividad fundamental del niño: ella se manifiesta en el hecho de que pueda servirse del lenguaje.

Granoff tuvo razón al decir el otro día que en Balint se presiente el lugar de lo que yo subrayo, después de Freud, en esos primeros juegos del niño que consisten en evocar, no digo llamar, la presencia en la ausencia, y en rechazar el objeto de la presencia. Sin embargo, Balint desconoce que se trata de un fenómeno de lenguaje. Sólo ve una cosa: que el niño no toma en cuenta al objeto. Cuando lo importante es que ese pequeño animal humano pueda servirse de la función simbólica gracias a la cual, como les expliqué, podemos hacer entrar aquí a los elefantes, por más estrecha que sea la puerta.

La intersubjetividad está dada ante todo por la utilización del símbolo y esto desde el origen. Todo parte de la posibilidad de nombrar que es al mismo tiempo destrucción de la cosa y pasaje de la cosa al plano simbólico, gracias a lo cual se instala el registro propiamente humano. A partir de aquí, y de modo cada vez más complicado, se produce la encarnación de lo simbólico en lo vivido imaginario. Lo simbólico modelará todas las inflexiones que, en lo vivido del adulto, puede adquirir el compromiso imaginario, la captación originaria.

Al descuidar la dimensión intersubjetiva, se cae en el registro de esa relación de objeto de la que no hay manera de zafarse, y que conduce a callejones sin salida, tanto teóricos como técnicos.

¿He hecho un buen lazo esta mañana como para poder abandonarlos en este punto? Lo cual no significa que no haya una continuación.

Contrariamente a lo que se cree desde el comienzo, para el niño, están lo simbólico y lo real. La totalidad de lo que vemos componerse, enriquecerse y diversificarse en el registro de lo imaginario parte de esos dos polos. Si creen ustedes que el niño está más cautivo de lo imaginario que de lo demás, en cierto sentido tienen razón. Lo imaginario está ahí. Pero nos es totalmente inaccesible. Sólo es accesible a partir de sus realizaciones en el adulto.

La historia pasada, vivida, del sujeto, que intentamos alcanzar en nuestra práctica, no consiste en los cabeceos, los manoseos del sujeto durante el análisis, tal como lo presentaba alguien a quien ustedes escucharon anoche. Sólo podemos alcanzarla- y es lo que hacemos, lo sepamos o no- mediante el lenguaje infantil en el adulto. Se los demostraré la próxima vez.

Ferenczi percibió magistralmente la importancia de esta pregunta: ¿qué es lo que en un análisis hace participar al niño en el interior del adulto? La respuesta es absolutamente clara: lo que es verbalizado de modo intempestivo.