Seminario 1: Clase 5, Introducción y respuesta a una exposición de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud

Clase 5: Introducción y respuesta a una exposición de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud. 10 de Febrero de 1954
El entrecruzamiento lingüístico. Las disciplinas filosóficas. Estructura de la alucinación.  En toda relación al otro, la denegación.
Quienes estuvieron presentes la última vez pudieron escuchar un desarrollo acerca del pasaje central del texto de Freud La dinámica de la transferencia.
La totalidad de este desarrollo consistió en mostrarles que el fenómeno principal de la transferencia surge de lo que llamaría el fondo del movimiento de la resistencia. Aislé ese momento, enmascarado en la teoría analítica, en el que la resistencia, en su fundamento más esencial, se manifiesta por un movimiento de báscula de la palabra hacia la presencia del oyente, de ese testigo que es el analista. El momento en que el sujeto se interrumpe es, comúnmente, el momento más significativo de su aproximación a la verdad. Captamos aquí la resistencia en estado puro, la que culmina en el sentimiento, frecuentemente teñido de angustia, de la presencia del analista.
Les enseñé también que la pregunta del analista cuando el sujeto se interrumpe —esa pregunta que por haberles sido indicada por Freud, se convirtió para muchos en algo casi automático: ¿No está usted pensando en algo que me concierne, a mí, analista? —no es sino un activismo que cristaliza la orientación del discurso hacia el analista. Esta cristalización sólo pone de manifiesto lo siguiente: el discurso del sujeto en la medida en que no alcanza esa palabra plena en la que debería revelarse su fundamento inconsciente, se dirige entonces al analista, está hecha para interesarle, y encuentra su soporte en esa forma alienada del ser que llamamos ego.
1)
La relación del ego con el otro, la relación del sujeto con ese otro mismo, con ese semejante en relación al cual se ha constituido de entrada, en una estructura esencial de la constitución humana.
Es a partir de esta función imaginaria que podemos concebir y explicar lo que es el análisis. No hablo del ego en la psicología, donde es función de síntesis, sino del ego en el análisis, función dinámica. El ego se manifiesta aquí como defensa, negativa. En él está inscrita toda la historia de las sucesivas oposiciones que el sujeto ha manifestado ante la integración de lo que, más tarde y sólo más tarde, se llamará, en la teoría, sus pulsiones más profundas y desconocidas. En otros términos, en esos momentos de resistencia, tan bien señalados por Freud, captamos lo que el movimiento mismo de la experiencia analítica aísla como función fundamental del ego, el desconocimiento.
Les indiqué ya, a propósito del análisis del sueño, cuál es el resorte, el punto clave de la investigación de Freud. Vieron allí en forma casi paradójica hasta qué punto el análisis freudiano del sueño supone la existencia de la función de la palabra. Esto queda demostrado por el hecho de que Freud capta la huella última de un sueño desvanecido en el momento preciso en que el sujeto se vuelve enteramente hacia él. Es en el punto preciso en que el sueño no es sino huella, un resto de sueño, un vocablo aislado, que encontramos su alusión transferencia!. He evocado ya esa interrupción significativa, aislada que puede ser el punto de viraje de un momento de la sesión psicoanalítica. El sueño se moldea pues según un movimiento idéntico.
Les mostré también la significación de la palabra no dicha porque ha sido rechazada, porque ha sido verworfen, rechazada por el sujeto. Les hice sentir el peso propio de la palabra en el olvido de un nombre —ejemplo tomado de la Psicopatología de la vida cotidiana— y cuán visible es allí la diferencia entre lo que la palabra del sujeto habría debido formular, y lo que le queda como resto para dirigirse al otro. En este caso, por efecto de la palabra Herr, algo en la palabra del sujeto falta, el vocablo Signorelli, que no podrá evocar con el interlocutor ante quien, de modo potencial, la palabra Herr fue poco antes evocada en su plena significación. Este momento, revelador de la relación fundamental entre resistencia y dinámica de la experiencia analítica, nos conduce pues a un interrogante que puede polarizarse entre estos dos términos: el ego, la palabra.
Es éste un interrogante apenas profundizado —debería sin embargo ser para nosotros el objeto de investigación esencial—; en alguna parte, en un texto de Fenichel, se afirma, por ejemplo, que el sentido de las palabras llega incontestablemente al sujeto a través del ego. ¿Es preciso acaso ser analista para pensar que semejante afirmación es, al menos, digna de cuestionamiento? ¿Incluso admitiendo que en efecto sea el ego —como suele decirse— el que dirige nuestras manifestaciones motrices y, en consecuencia, la emisión de esos vocablos que se llaman palabras, podemos decir que, en nuestro discurso actualmente el ego sea el amo de todo lo que entrañan las palabras?
El sistema simbólico es sumamente intrincado; se halla marcado por esa Verschlungenheit, propiedad de entrecruzamiento, que la traducción de los escritos técnicos transformó en complejidad, término harto débil. Verschlungenheit designa el entrecruzamiento lingüístico: todo símbolo lingüístico fácilmente aislado no sólo es solidario del conjunto, sino que además se recorta y constituye por una serie de afluencias, de sobre determinaciones oposicionales que lo sitúan simultáneamente en varios registros. ¿Este sistema del lenguaje, en el que se desplaza nuestro discurso, no supera acaso infinitamente toda intención que podamos atribuirle y que sólo es momentánea?
La experiencia analítica juega precisamente sobre estas funciones, estas ambigüedades, estas riquezas desde siempre implicadas en el sistema simbólico tal como lo ha constituido la tradición, a la que más que deletrear y aprender, nos incorporamos en tanto individuos. Considerando únicamente desde dicho ángulo este problema vemos que, en todo momento, esta experiencia consiste en mostrar al sujeto que dice más que lo que cree decir.
Quizá deberíamos considerar este problema desde el ángulo genético. Pero entonces seríamos conducidos hacia una investigación psicológica que nos llevaría demasiado lejos y que no podemos abordar ahora. No obstante parece incuestionable que no podemos juzgar la adquisición del lenguaje como tal a partir de la adquisición del dominio de la motricidad revelado por la aparición de las primeras palabras. Las listas de palabras que los observadores se complacen en registrar dejan abierto por entero el problema de saber en qué medida las palabras que en efecto emergen en la representación motriz, emergen precisamente de una primera aprehensión de conjunto del sistema simbólico en tanto tal.
Las primeras apariciones, la clínica lo pone de manifiesto, tienen una significación totalmente contingente. Todos saben la diversidad con que aparecen en la elocución del niño los primeros fragmentos de lenguaje. Y también sabemos hasta qué punto es sorprendente escuchar al niño pronunciar adverbios, partículas, palabras, desde los quizás, o los aún no, antes de haber expresado un sustantivo, o cualquier nombre de objeto.
Este planteo previo del problema parece indispensable para situar cualquier observación válida. Es imposible partir de los hechos, sin de inmediato cometer los errores de comprensión más groseros, si no se capta claramente la autonomía de la función simbólica en la realización humana.
Como éste no es un curso de psicología general, no tendré indudablemente oportunidad de examinar de nuevo estos interrogantes.
2)
Hoy no creo poder introducir más que el problema del ego y la palabra, partiendo por supuesto del modo en que se revela en nuestra experiencia.
Sólo podemos plantear este problema a partir del punto que ha alcanzado su formulación. No podemos hacer como si la teoría freudiana del ego no existiese. Freud opuso al ego el ello, y esta teoría impregna nuestras concepciones teóricas y técnicas. Por eso quisiera hoy llamarles la atención sobre un texto llamado la Verneinung.
Verneinung significa, como me lo señaló hace un momento Hyppolite, denegación y no negación, como se lo ha traducido en francés. Así es como lo he evocado siempre, cada vez que en mis seminarios tuve la oportunidad.
El texto es de 1925. Es posterior a la publicación de los artículos vinculados a la psicología del yo y su relación con el ello. En particular es posterior al artículo Das Ich und das Es. Freud vuelve a examinar allí la relación, siempre presente en él, entre el ego y la manifestación hablada del sujeto en la sesión.
He creído, por razones que ya verán desplegarse, que Hyppolite, que nos hace el honor de participar con su presencia, e incluso con sus intervenciones, en nuestro trabajo, podría aportarnos el testimonio de una crítica avalada por todo lo que conocemos de sus trabajos anteriores.
El problema en cuestión, lo verán, se refiere nada menos que al conjunto de la teoría, sino del conocimiento, al menos del juicio. Por ello le he solicitado —sin duda con alguna insistencia— no sólo que me reemplace, sino además que nos brinde lo que únicamente él puede ofrecer a partir de un texto del rigor de Die Verneinung.
Creo que éste presenta dificultades para un pensamiento no formado en esas disciplinas filosóficas de las que no podemos prescindir en la función que ocupamos. Nuestra experiencia no consiste en un toqueteo afectivo. No tenemos que provocar en el sujeto esas reapariciones de experiencias más o menos evanescentes, confusas, donde residiría la magia toda del psicoanálisis. Cumplimos pues enteramente con nuestro deber al escuchar, sobre un texto como éste, las opiniones de alguien consagrado al ejercicio de la crítica del lenguaje y formado en las disciplinas filosóficas.
Este texto pone de manifiesto una vez más el valor fundamental de todos los escritos de Freud. Cada palabra merece ser medida en relación a su incidencia precisa, a su énfasis, a su expresión particular; merece insertarse en el análisis lógico más riguroso. Es en esto en lo que se diferencia de los agrupamientos más o menos vagos de los mismos términos realizados por sus discípulos, cuya aprehensión de los problemas fue —por así decirlo— de segunda mano, y nunca plenamente elaborada, lo cual dio como resultado esa degradación de la teoría analítica que se manifiesta sin cesar en sus vacilaciones.
Antes de ceder la palabra a Hyppolite, quisiera llamarles la atención sobre una intervención que él hizo en el transcurso de esa especie de debate que provocó un cierto modo de presentar las cosas respecto a Freud y a sus intenciones frente al enfermo. Hyppolite proporcionó entonces una ayuda a zaborda…
SR. HYPPOLITE: -… momentánea.
-… sí, una ayuda momentánea. Si recuerdan, se trataba de ver cuál era la actitud fundamental, intencional de Freud respecto a su paciente, en el momento en que pretendía sustituir la subyugación ejercida por la sugestión y la hipnosis, por el análisis de las resistencias mediante la palabra.
Expresé entonces mis reservas sobre saber si en Freud esto era una manifestación de combatividad, incluso de dominación, reliquias del estilo ambicioso que podríamos ver traicionarse en su juventud.
Creo que un texto es suficientemente decisivo. Se trata de un pasaje de Psicología de las masas y análisis del yo. El yo, como función autónoma, aparece por vez primera en la obra de Freud a propósito de la psicología de las masas, es decir de las relaciones con el otro —simple observación que enfatizo hoy porque justifica la perspectiva bajo la cual yo mismo la introduzco ante ustedes. Este pasaje se encuentra en el capítulo cuarto, Sugestión y libido.
«De este modo estamos preparados para admitir que la sugestión (o más exactamente, la sugestibilidad) es un fenómeno primario e irreductible, un hecho fundamental de la vida psíquica humana. Así opinaba Bernheim de cuyos asombrosos experimentos fui testigo presencial en 1889. Pero recuerdo también haber experimentado entonces una oscura animosidad contra tal tirahía de la sugestión.
Cuando oía a Bernheim interpelar a un enfermo poco dócil con las palabras: «¿ Qué hace usted? ¡Vous, vous contre suggestionnez!», no podía dejar de pensar que aquello constituía una injusticia y una violencia. El sujeto poseía un evidente derecho a contrasugestionarse cuando se le intentaba dominar por medio de la sugestión. Esta resistencia mía asumió después la forma de una rebelión contra el modo de pensar según el cual la sugestión, que todo lo explicaba, no necesitara de explicación alguna, y me repetí, refiriéndome a ella, la antigua pregunta chistósa: Cristóbal llevaba a Cristo, —Cristo sostenía el mundo entero. Decidme entonces ¿dónde apoyaba sus pies Cristóbal?
Verdadera rebelión pues la que experimentaba Freud ante la violencia que puede implicar la palabra. Esta tendencia potencial del análisis de las resistencias, que Z* testimoniaba el otro día, es precisamente el contrasentido que debe evitarse en la práctica del análisis. Creo que, al respecto, este pasaje tiene todo su valor y merece citarse.
Pido sencillamente a Hyppolite que nos comunique su opinión sobre este texto al cual, según ha llegado a mis oídos, ha consagrado una prolongada atención, agradeciéndole nuevamente la colaboración que amablemente acepta prestarnos.
El comentario de J. Hyppolite se encuentra en los Écrits, páginas 879-887 o en Figuras del pensamiento filosófico, escritos de Jean Hyppolite, París, 1971 – Tomo I, páginas 385-396.
3)
No podemos dejar de estar muy agradecidos a J. Hyppolite por habernos brindado la oportunidad, a través de un movimiento coextensivo al pensamiento de Freud, de alcanzar inmediatamente ese más allá de la psicología positiva, que ha situado tan notablemente.
Les señalo de paso, que en estos seminarios al insistir en el carácter transpsicológico del campo psicoanalítico, no hacemos más que volver a mostrar la evidencia de nuestra práctica, que el pensamiento mismo de quien nos abrió sus puertas manifiesta constantemente hasta en el más insignificante de sus textos.
Es mucho lo que puede obtenerse de la reflexión sobre este texto. La extrema condensación de la exposición de Hyppolite es quizás, en cierto sentido, mucho más didáctica que lo que con mi estilo les expreso, con intenciones precisas. La haré reproducir para quienes vienen aquí, pues me parece que no puede haber mejor introducción a esta distinción entre distintos niveles, a esta crítica de conceptos, en la que me esfuerzo en introducirlos, a fin de evitar confusiones.
La elaboración de Hyppolite del texto de Freud nos ha mostrado la diferencia de niveles entre la Bejahung, la afirmación y la negatividad en tanto ésta instaura en un nivel inferior —empleo con toda intención expresiones mucho más bastas— la constitución de la relación sujeto-objeto. En efecto, el texto —en apariencia mínimo— nos plantea de entrada esta cuestión acercándose así a algunas de las elaboraciones más actuales de la meditación filosófica.
Esto nos permite criticar a la vez la ambigüedad siempre mantenida en torno a la famosa oposición entre lo intelectual y lo afectivo; como si lo afectivo fuese algo así como una coloración, una cualidad inefable que debiera buscarse en sí misma, independientemente de la piel vaciada que sería la realización puramente intelectual de una relación del sujeto. Esta concepción que conduce al análisis por curiosos caminos es pueril. El más mínimo sentimiento peculiar —incluso extraño— que el sujeto acuse en el texto de la sesión, es calificado como un éxito sensacional. Esto se desprende de este malentendido fundamental.
Lo afectivo no es una densidad especial que faltaría a la elaboración intelectual. No se sitúa en un más allá mítico de la producción del símbolo, anterior a la formulación discursiva. Sólo esto puede permitirnos de entrada, no digo situar, pero sí aprehender en qué consiste la plena realización de la palabra.
Nos queda un poco de tiempo. Quisiera ahora intentar mostrarles, a través de algunos ejemplos, cómo se plantea este problema. Lo haré desde dos ángulos diferentes.
4)
Consideremos, en primer lugar, un fenómeno cuya perspectiva ha sido totalmente renovada por la elaboración del pensamiento psicoanalítico: la alucinación.
Hasta cierta época, la alucinación era considerada como un fenómeno crítico en torno al cual se planteaba la cuestión del valor discriminativo de la conciencia; la conciencia no podía estar alucinada, debía ser otra cosa. De hecho, basta con introducirse en la nueva fenomenología de la percepción tal como se presenta en Merleau Ponty, para ver, por el contrario, que la alucinación es integrada como esencial a la intencionalidad del sujeto.
Habitualmente, para explicar la producción de la alucinación nos conformamos con recurrir a cierto número de registros, como por ejemplo el del principio del placer. Se la considera así como el primer movimiento en el orden de la satisfacción del sujeto. No podemos contentarnos con una teorización tan simple.
Recuerden el ejemplo del Hombre de los lobos que les cité la vez pasada. El progreso del análisis de este sujeto, las contradicciónes que presentan las huellas a través de las que seguimos la elaboración de su situación en el mundo humano, indican una verwerfung, un rechazo. Para él siempre fue como si el plano genital literalmente no existiese. Hemos sido llevados a situar este rechazo a nivel, diría, de la no-Bejahung, pues no podemos, en absoluto, colocarlo en el mismo nivel que una denegación.
Lo sorprendente es lo que se producirá a continuación. Resultará mucho más comprensible a la luz de las explicaciones que hoy se han dado acerca de Die Verneinung. En efecto, generalmente, la condición para que algo exista para un sujeto es que haya Bejahung, esta Bejahung que no es negación de la negación. ¿Qué sucede cuando esta Bejahung no se produce, y nada entonces se manifiesta en el registro simbólico?
Veamos al Hombre de los Lobos. No hubo para él Bejahung, realización del plano genital. No hay en el registro simbólico huella de este plano. La única huella que tenemos es la emergencia, no en su historia, sino realmente en el mundo exterior de una pequeña alucinación. La castración, que es precisamente lo que no ha existido para él, se manifiesta en la forma que él se imagina: haberse cortado el meñique, tan profundamente, que sólo se sostiene aún por un pedacito de piel. Le invade entonces el sentimiento de una catástrofe tan inexpresable que ni siquiera se atreve a hablar de ello a la persona que se encuentra a su lado. Aquello de lo cual no se atreve a hablar es lo siguiente: es como si esa persona a quien le relata enseguida todas sus emociones se hubiera anulado. Ya no hay otro. Existe algo así como un mundo exterior inmediato, manifestaciones percibidas en lo que llamaré un real primitivo, un real no simbolizado, a pesar de la forma simbólica, en el sentido corriente del término, que adquiere este fenómeno.
El sujeto no es en absoluto psicótico. Sólo tiene una alucinación. Podrá ser psicótico más adelante, pero no lo es en el momento en que tiene esa vivencia absolutamente limitada, nodal, extraña a las vivencias de su infancia, totalmente desintegrada. En ese momento de su infancia nada permite clasificarlo como un esquizofrénico y, sin embargo, se trata en efecto de un fenómeno de psicosis.
Hay pues allí, a nivel de una experiencia totalmente primitiva, en ese punto de origen donde la posibilidad del símbolo abre al sujeto a cierta relación con el mundo, una correlación, un movimiento, un balanceo que les ruego comprendan: lo no reconocido hace irrupción en la conciencia bajo la forma de lo visto.
Si ustedes profundizan esta particular polarización, les resultará mucho más fácil abordar ese fenómeno ambigüo denominado «déja vu», que se sitúa entre esos dos modos de relación: lo reconocido y lo visto. En el caso del «déja vu» algo es llevado a su límite último en el mundo exterior y surge con una pre-significación especial. La ilusión retrospectiva remite ese percepto, dotado de una cualidad original, al dominio del «déja vu». Freud no nos habla de otra cosa cuando afirma que toda prueba del mundo externo se refiere implícitamente a algo que ya había sido percibido en el pasado. Esto se aplica al infinito: de cierto modo cualquier percepto implica necesariamente una referencia a un precepto anterior.
Somos así llevados al nivel de lo imaginario en tanto tal, al nivel de la imagen modelo de la forma originaria. No se trata de lo reconocido simbolizado y verbalizado, sino más bien de los problemas evocados por la teoría platónica, no de la rememoración sino de la reminiscencia.
Les anuncié otro ejemplo, lo tomo de los partidarios de la llamada manera moderna de analizar. Van a ver que sus principios ya estaban expuestos, en 1925, en este texto de Freud.
Se da mucha importancia al hecho de que primero analizamos la superficie, como suele decirse. Sería este el máximo refinamiento destinado a permitir al sujeto que progrese escapando así a esa forma de azar que la esterilización intelectual del contenido re-evocado por el análisis representaría.
Pues bien, Kris expone, en uno de sus artículos, el caso de un sujeto que toma en análisis y que, por otra parte, ya había sido analizado una vez. Este sujeto encuentra grandes obstáculos en su trabajo, trabajo intelectual que, por lo que se vislumbra, parece muy próximo a preocupaciones semejantes a las nuestras. Presenta toda clase de dificultades para producir, como suele decirse. En efecto, su vida está como trabada pues tiene el sentimiento de ser, para abreviar digamos, un plagiario. Continuamente intercambia ideas con alguien que le es muy próximo, un brillante acholar, pero siempre siente la tentación de apoderarse de las ideas que su interlocutor le expone; esto constituye para él un permanente obstáculo para exteriorizar, publicar.
De todos modos logra producir un texto. Pero, un día llega declarando, de manera casi triunfante, que toda su tesis se encuentra ya en la biblioteca, en un artículo publicado. Hélo aquí pues esta vez plagiario a su pesar.
¿En qué consiste la pretendida interpretación en la superficie que nos propone Kris? Probablemente en esto: Kris se interesa efectivamente en lo que ha sucedido y en lo que hay en ese artículo. Examinándolo más de cerca, se da cuenta que para nada contiene lo esencial de las tesis elaboradas por el sujeto. En él están esbozadas cosas que plantean el mismo problema, pero no están allí las nuevas ideas aportadas por su paciente, cuya tesis es, por lo tanto, totalmente original. Afirma Kris que hay que partir de allí, es esto lo que él llama, no sé por qué, tomar las cosas por la superficie.
Ahora bien, dice Kris, si el sujeto quiere manifestarle que toda su conducta está trabada porque su padre nunca llegó a producir nada porque estaba aplastado por un abuelo, quien sí era un personaje harto constructivo y fecundo. Necesita encontrar en su padre a un abuelo, a un gran padre, capaz de hacer algo; el sujeto satisface esa necesidad forjándose tutores, tutores más grandes que él, en cuya dependencia se encuentra a través de un plagiarismo que luego se reprocha, y con cuya ayuda se destruye. Satisface con ello una necesidad que ha atormentado toda su infancia y, en consecuencia, dominado toda su historia.
Sin duda, la interpretación es válida. Es importante saber cómo el sujeto reacciónó ante ella. ¿Qué considera Kris una confirmación del alcance de lo que introduce, que está preñado de consecuencias?
Veremos luego desarrollarse toda la historia del sujeto. Veremos que la simbolización estrictamente hablando, peneana, de esa necesidad de un padre real, creador y potente, ha pasado por múltiples juegos en la infancia; por ejemplo, los juegos de pesca: ¿pescará el padre un pez más grande o más pequeño?, etc… Sin embargo, la reacción inmediata del sujeto es la siguiente: guarda silencio, y en la sesión siguiente dice: El otro día, al salir de aquí, me fui a la calle X —esto sucede en Nueva York, y se trata de una calle donde hay restaurantes extranjeros y donde se pueden comer cosas un tanto condimentadas— y busqué un lugar donde pudiese encontrar ese plato que me gusta particularmente, los sesos frescos.
Tienen aquí el tipo de respuesta evocada por una interpretación justa: a saber un nivel de palabra a la vez paradójico y pleno en su significación.
¿Por qué es aquí justa esta interpretación? ¿Se trata acaso de algo que está en la superficie? ¿Qué significa esto? No significa nada, excepto que Kris, sin duda a través de un laborioso rodeo, pero cuyo término hubiera podido seguramente prever, se percató precisamente de esto: que el sujeto, en su manifestación a través de esa forma especial que es la producción de un discurso organizado, en la que está siempre sometido a ese proceso que se denomina la denegación y en el que la integración de su ego culmina, no puede reflejar su relación fundamental con su yo ideal más que en forma invertida.
En otros términos, la relación al otro, en la medida en que tiende a manifestarse en ella el deseo primitivo del sujeto, contiene siempre en sí misma ese elemento fundamental, originario, que es la denegación, que adquiere aquí la forma de una inversión.
Como pueden ver, esto no hace sino introducir nuevos problemas.
Para continuar hubiera sido preciso situar la diferencia de nivel entre lo simbólico como tal, la posibilidad simbólica, la apertura del hombre a los símbolos y, por otra parte, su cristalización en el discurso organizado en tanto éste contiene, de modo fundamental, la contradicción. Creo que el comentario de Hyppolite lo ha mostrado hoy magistralmente. Deseo que conserven a mano el dispositivo y su modo de empleo como hitos a los cuales puedan recurrir cuando lleguen a encrucijadas difíciles en el desarrollo de nuestra exposición. Agradezco pues al Sr. Hyppolite por habernos brindado la colaboración de su gran competencia.