Seminario 1: Quinta parte, El hombre de los lobos ( Nº3 )

Nuestras explicaciones han mostrado que la observación del «Hombre de los Lobos» permitía plantear cuestiones y aportar luces sobre la cuestión de la transferencia. En este caso, como lo hemos visto en el estudio de la historicidad, podemos abrir el problema de una manera que sobrepasa mucho a la observación. En la observación de Ruth Mack Brunswick una cosa está clara: lo que resta es más que un residuo mórbido, lo que está en el centro de la cura con R. M. Brunswick es la transferencia.

Durante todo el período de cura con R. M. Brunswick  no se trata ya  del enfermo, no se habla más que de Freud. Por el don de la palabra algo ha cambiado en la posición recíproca de aquellos que se han hablado. Lo que Freud ha sido para el paciente está pues todo el tiempo  ahí en el primer plano.

No es pues dudoso que uno vea plantearse en la segunda parte de la historia del «Hombre de los Lobos» la transferencia como intermediaria entre el analizado y el analista. R. M. Brunswick se plantea la pregunta de saber lo que ha sido la causa del segundo empuje mórbido, es decir la determinación de la segunda enfermedad. Y es la transferencia. Ella piensa que es una suerte de tendencia que es completamente fundamental en las relaciones afectivas del sujeto: ella lo expresa en términos de afectividad.

Cuando el paciente ha vuelto a ver a Freud por segunda vez, Freud dice haber analizado entonces la transferencia. R. M. Brunswick dice que se trata de la pasividad primordial del sujeto y echa luz sobre el hecho de que Freud la ha acuñado sobre una fecha, un plazo. Los pacientes retienen algo hasta el último límite. En este caso, se puede pensar que si el sujeto ha sido así «forzado», ha debido guardar una posición. Ahí está el resorte de la transferencia no liquidada. La señora Mack Brunswick dice también que hay algo curioso. No hay ejemplos de que, en el curso de un análisis profundo, se revelen todas las actitudes posibles de un sujeto. El psicoanálisis del «Hombre de los Lobos» fue total y agotó el material, y sin embargo jamás se manifestó una actitud paranoica. (Así, pues, la explicación por «un medio que quedó sin alcanzar» no es una explicación válida).

Es necesario deternerse a ver las diferentes relaciones paternales de este sujeto, todas aquellas de las que es capaz. En la última fase de la enfermedad se ven encarnarse los diferentes tipos de relaciones paternales. Los dentistas y los dermatólogos forman dos series de personajes muy diferentes.
La búsqueda por el sujeto del castigo, de la castración paterna, es diferente de la identificación. Entonces ¡hay dos series!
Por una parte: los padres castradores, representados por  los dentistas: arrancan los dientes buenos o malos y el enfermo no les guarda rencor. Esto muestra lo que busca el sujeto: más le harán, mejor para él. Con ellos, su modo de relación es especial: es la desconfianza, desconfianza que no le impedirá tenerles confianza: más  desconfía y más se confía…

Por  otra parte, otro tipo paterno: los Padres mortíferos: sobre el plano de la relación imaginaria más primitiva, contra la cual el yo (moi) del sujeto huye y se sustrae con una suerte de pánico. Este tipo está ligado a la imagen de la escena primitiva: identifica al sujeto a esta actitud pasiva causa de suprema angustia, pues equivale a la fragmentación primitiva. De donde: renovación de esa enfermedad y desorden primordial. El peligro viene entonces del interor y es preciso elegir: reprimir o volver a poner todo en cuestión: es una amenza mortal: el contragolpe ambivalente de una agresividad radical.

Para el  «Hombre de los Lobos», la nariz representa un símbolo sentido, imaginario: el agujero que todos los demás podrían ver.

A mediada que se desenvuelve el análisis de R. M. Brunswick, se ve entre el personaje castrador y el otro (el profesor X, su más mortal enemigo) pasarse fases sucesivas.

Según el «Hombre de los Lobos», él era el «hijo favorito de Freud»
. La reacción tipo, la que corresponde a la desconfianza, es la hipocondría: signo emergente. El ocultó a Freud (que le había entregado una renta) que había podido recuperar algunas joyas y algunos recursos, mientras que, hasta entonces, él era considerado con justicia como un hombre honesto. ¿Es que ve en la renta una prenda de amor que le es debida? ¿O está más ligado a la realidad? Habíendole impedido Freud retornar a Rusia para recuperar sus bienes cuando todavía era posible, ¿es ésta una sorda queja compensada por el hecho de que él creía que Freud le había dado este mal consejo por amor, para conservarlo? Sea lo que sea, él considera que eso le es debido, ese don de dinero.

El destino sirve a la señora Mack Brunswick y le permite penetrar en las posiciones del enfermo. En el momento de la muerte del profesor X, ella observa en efecto un primer paso adelante en las defensas del paciente, quien, sobre la hora, tras el síntoma hipocondríaco, revela: «El está muerto, yo ya no podría entonces matarlo». Ese es el fantasma que sale ante todo y que es seguido por el contenido persecutorio largo tiempo preparado: delirio de persecución. La desaparición misma del objeto suprime la saturación en una relación que puede permanecer bajo forma de tensión. Es entonces que R. Mack Brunswick interpreta: «El profesor X, es Freud»…. El sujeto niega, pues la relación a la cual se atiene, en lo que concierne a Freud, es la del hijo favorito. Otra cara del delirio que aparece entonces, la del delirrio de grandeza (dice R.M.B.). Es la misma cosa bajo una forma diferente (ej.: El profesor X aparece en un sueño como el analista).

¿Cuál va a ser el paso siguiente? R.M. Brunswick lo empuja bastante en sus atrincheramientos para desmantelar su posición de «hijo favorito». Y entonces, las cosas son abordadas sobre el plano de la realidad actual del analista: ¿En qué medida Freud está allí realmente presente? R .M. Brunswick le muestra que Freud no se interesa en su caso. Entonces, el sujeto se comporta como un loco. Freud aparece inmediatamente después en un sueño espectacular. Sueño del padre enfermo semejando un músico ambulante……Es un sueño en espejo: El padre es él mismo, y Freud aquel contra quien aporta la reivindicación: «él ha rehusado su vieja música, es un Judío, un sucio Judío». ¿ Cuál es el don que hay  entre ambos? Es el cuestionamiento que él ha tenido con Freud, y esas relaciones son apenas relaciones a un objeto, y son esencialmente agresivas. El sujeto está entonces en el acmé de su desorden, pero la continuación de los sueños muestra progresos en el sentido de un retorno a la realidad. El fondo de la cuestión, es «su sentido», a saber los lobos. En un sueño el origen instintual de sus trastornos está del otro lado de una  muralla en el límite de la cual se encuentra R. Mack Brunswick. El está de un lado, los lobos del otro: es la simbolización del rol, en la determinación de su psicosis, de su deseo, que sus deseos sean reconocidos por el otro y encuentren así su sentido.

Otra vuelta está marcada por el sueño de la destrucción de los íconos: estos representan el resorte, la significación fundamental en relación al dogma cristiano: el Dios encarnado en un hombre: rechazar las imagenes santas es negar la encarnación. En el momento de su neurosis infantil, la religión estuvo a punto de socializar sus dificultades (esboza de curación). Pero esto tropezó con el  dogma de la encarnación. Las relaciones entre Dios Padre e Hijo son sentidas como masoquistas y lo reenvían a su angustia fundamental ante la pasivización absoluta de la escena primitiva. Todo su yo (moi) no es otra cosa que la negación de su pasividad fundamental. Su tipo de identificación está fundado sobre la relación simbólica humana y cultural que define al Padre, no solamente como el Genitor, sino también como amo de poder soberano: relación de amo a esclavo. Toda la historia del sujeto está escindida por la búsqueda de un Padre simbólico y castigador, pero sin éxito. El padre real es muy gentil y, además, disminuido. Lo que Freud ha visto más claro en la transferencia paterna, es el temor de ser devorado.

Se debe recordar la concepción dialéctica de la experiencia analítica. En la relación de la palabra misma, todos los modos de relación posible entre los seres humanos se manifiestan. Hay una diferencia entre un sujeto que dice «yo soy así» y un sujeto que dice «le pido que me diga quién soy». Hay una función de la palabra que, aunque sea una función de desconocimiento o de mentira deliberada, existe sin embargo una cierta relación con lo que ella está encargada de hacer reconocer negándolo. Alrededor de este don de la palabra se establece  cierta relación de transferencia. Entonces, lo que pasa entre el sujeto y su analista es un  don: el de la palabra. El sujeto no se hace pues reconocer sino al final. El don va del sujeto al analista. Y más, el sujeto da dinero. ¿Por qué? Hay aquí una paradoja aparente. El don de dinero no es una pura y simple retribución (la palabra honorarios, además, lo testimonia). Para comprender este don de dinero, debemos compararlo a las prestaciones de los primitivos que sacralizan las cosas. El don de dinero al analista tiene la misma significación que el don que hace el discípulo al maestro, pero esto constituye al maestro como garante de esta palabra y asegura que no la cambia, que continuará velando por ello.

¿Cuál ha sido pues la función del dinero en el conjunto de la historia del sujeto? Es un sujeto que tiene una estructura mental de «rico». El modo de relación dialéctica entre el Hijo y el Padre en el Edipo entraña una identificación a un padre que sea un verdadero padre: un amo (maître = maestro, amo) que tiene riesgos y responsabilidades. Hay algo totalmente diferente entre eso y la estructura burguesa que gana actualmente. Lo que se transmite es entonces el patrimonio. De ello resulta que, en el sujeto, es evidente el carácter alienante de este poder encerrado por la riqueza. Eso recubrió esta relación con el Padre, que nunca pudo ser otra que narcisista. Y la muerte de la hermana tiene este sentido: «yo soy el único heredero».

Si un enfermo como ese viene a encontrar a Freud, esto muestra que en su miseria, su abyección de rico, él quiere demandar algo. El intenta establecer algo nuevo. Freud es un amo al cual demanda socorro. El resorte de la relación que intenta establecer es que ella es la vía por donde él quiere establecer una relación paternal. No llega a ello pues Freud era un poco por demás un amo. Su prestigio personal tendía a abolir entre él y el enfermo cierto tipo de transferencia: Freud estuvo demasiado identificado a un padre demasiado supremo para poder ser eficaz. Eso deja al sujeto en su circuito infernal. Jamás ha habido padre que simbolice y encarne el Padre, le damos el  «nombre del Padre» al lugar. Al comienzo, había una relación de amor real con el padre, pero eso entrañaba la reactivación de la angustia de la escena primitiva. La búsqueda del padre simbólico entraña el temor de la castración, y eso lo rechaza al padre imaginario de la escena primitiva. Así se establece un círculo vicioso. Con Freud, él jamás pudo asumir sus relaciones con él. Era «un paddre demasiado fuerte» y Freud debió hacer operar el apremio temporal y «darle la palabra de su historia» Pero él, el enfermo, no la ha conquistado ni asumido. El sentido queda alineado del lado de Freud, quien continúa siendo su poseedor.

Toda la cuestión del dinero está sobre el mismo plano. Freud hizo pagar al «Hombre de los Lobos» como un enfermo muy rico, y para tal enfermo muy rico eso no tenía significación (al final solamente, eso representaba una suerte de castración). Ahí se reencuentra la dialéctica del doble don, y eso es así a todo lo largo de la observación. Cuando el sujeto vuelve a ver a Freud por un síntoma histérico (constipación), Freud levanta este síntoma bastante fácilmente, pero sobre el otro plano ocurre una linda catástrofe: Freud se deja implicar en una suerte de culpabilidad a la inversa: le da una renta: el sujeto ahora ha pasado al rango de momia psicoanalítica mientras que ya no llegaba a la asunción de su persona. El paranoico se cree el objeto del interés universal y el sujeto construye su delirio narcisista. La realización narcisista está ayudada por la acción de Freud, quien ha invertido el don de  dinero.

Si el genio de R. M. Brunswick fue grande, ella no lo formula siempre bien. Si ella ha podido hacer algo  es en la medida en que, por su posición, ella coincidía con el personaje de la hermana. Ella estaba objetivamente entre Freud y el enfermo, subjetivamente Freud vino siempre entre el enfermo y ella. Ella tiene éxito allí donde la hermana había fracasado. El padre estaba demasiado cerca del enfermo, la hermana también (ella había hecho su identificación al padre y es activa en su relación y de una manera traumática, demasiado próxima, que entraña el mismo pánico de la pasivización que ante el padre. Ella es identificada al padre por  el enfermo). En lugar de eso, R.M. Brunswick supo a la vez participar de cierta dureza propia del personaje paternal, por otro lado, ella somete a la realidad del sujeto: Hay una especie de retorno a la escuela del sujeto por lo que los chinos llaman «dulzura maleable de la mujer». Ella sabe mostrarle que ella no es adherente  a Freud, es decir, que no está identificada al padre y que «no es demasiado fuerte». El sujeto es vuelto a parir por ella y, esta vez, de la buena manera.

La gratuidad del tratamiento no ha jugado el mismo papel que en las relaciones con Freud (y de este modo ella se distingue de la hermana) y lo que sucede entre ellos no es del mismo orden que lo que sucede en un análisis: es más una psicopedagogía, donde se discute de la realidad, que un análisis propiamente dicho.

En la medida en que el sujeto se ha despegado de la imagen del Padre omnipotente y que ve que este padre no lo ama tanto, la salida fue favorable. El sujeto acepta no ser un amo (maître) y ya no está entre dos sillones.

Digamos finalmente que su análisis fue influenciado por la búsqueda de Freud a propósito de la realidad o no realidad de las escenas primitivas y se ve, ahí también las estrechas relaciones entre la transferencia y la contratransferencia.

Volver a «Seminarios de J. Lacan«