Seminario 10: Clase 1, del 14 de Noviembre de 1962

Este año les hablaré de la angustia. Alguien nada distante de mí en nuestro círculo, el otro día me dejé, advertir sin embargo cierta sorpresa por haber elegido yo un tema cuyo alcance no le parecía tan grande. Debo decir que, no ha de costarme mucho probarle lo contrario. En la masa de lo que se nos propone sobre este tipo de cuestiones, tendré que elegir y con severidad. Por ello os que desde hoy trataré de echar a ustedes al montón. La pregunta me pareció conservar la huella de no sé qué inocencia nunca aplacada y ello en virtud de que implicaría creer que es por una elección que cada año yo pincho un tema que me parecerle interesante para proseguir con el juego de cierto camelo, como se suele decir. No es así  como verán, pienso que la angustia es precisamente el punto de cita donde les aguarda todo lo que fue mi discurso anterior, y donde se esperan entre si acierto número de términos que hasta el presente pudieron no aparecer suficientemente unidos. Verán como en el terreno de la angustia al anudarse más estrechamente, cada uno ocupará todavía mejor su lugar. Digo todavía mejor, pues recientemente pudo manifestárseme, a propósito de lo dicho sobre el fantasma en una de las reuniones llamadas «provinciales» de nuestra Sociedad que algo en vuestra mente había tomado efectivamente su lugar en lo relativo a esa estructura  tan esencial llamada fantasma . Verán que el de la angustia no está lejos de aquél por la razón de que es totalmente el mismo. Sobre esto pizarrón —un pizarrón, después de todo no es grande les he puesto algunos pequeños significantes de referencia o ayuda-memoria, tal vez no todos los que hubiese querido, pero al fin de cuentas conviene no abusar de los esquematismos.
Seminario 10, clase 1
Tenemos aquí un grafo del que me excuso por importunarlos con él desde hace tanto tiempo, pero del que es igualmente necesario —pues su valor indicativo será para ustedes, pienso, cada vez más eficaz— que yo recuerde la estructura que debe evocar ante vuestros ojos.

Además, su forma, que tal vez nunca advirtieron, de pera de angustia, quizás no deba ser evocada aquí por azar; por otra parte si el año pasado, a propósito de esa pequeña superficie topológica a la que concedí lama atención, algunos pudieron ver sugerirse en su mente ciertas formas de repliegue de las hoyas embriológicas y hasta capas del córtex, nadie, a propósito de la disposición a la vez bilateral y anudada, de inter-comunicación orientada de este grafo, nadie evocó nunca al respecto el plexo solar. No pretendo, por ciento, librar a ustedes sus secretos, pero esta curiosa pequeña homología no es quizás tan externa como se cree y merecería ser recordada al comienzo de un discurso sobre la angustia.

Hasta cierto punto, la reflexión por la cual he introducido mi discurso, reflexión hecha por uno de mis allegados —quiero decir en nuestra Sociedad—, la, angustia no parece ser lo que los sofoca, así lo entiendo, como psicoanalistas. Y sin embargo, no es excesivo decir que dentro de la lógica de las cosas, o sea de la relación que tienen ustedes con sus pacientes, debería hacerlo. Después de todo, sentir lo que de esa angustia el sujeto puede soportar los pone a prueba en todo instante. Es preciso, pues, su poner que al menos para aquellos de ustedes formados en la técnica la cosa acabó por pasar como la menos advertida en vuestra regulación. No está excluido, a Dios gracias, que el analista, por poco que esté dispuesto a ello, quiero decir por muy buenas disposiciones para ser analista que posea, aquel que Ingresa en su práctica experimente ante sus primeras relaciones con el enfermo sobre el diván, cierta angustia.

Además, y a ese propósito, conviene mencionar la cuestión de la comunicación de la angustia. Esa que saben regular tan bien en ustedes, según parece, hasta taponar el hecho de que ella los guía, es la misma que la del paciente?.

Por qué no?. Se trata de una pregunta que dejo abierta por ahora y quizás no por mucho tiempo, pero que vale la pena dejar sí desde el principio, aunque sea preciso recurrir a nuestras articulaciones esenciales para poder darle una respuesta válida, o sea esperar al menos un momento, en las distancias, en los rodeos que voy a proponerles, los que de ninguna manera se hallan fuera de toda previsión para quienes son mis oyentes.

Porque si recuerdan, justamente a propósito de otra serle de jornadas —de las llamadas «provinciales»— que estuvieron lejos de proporcionarme tanta satisfacción, a propósito de ellas en una suerte de inclusión, de paréntesis, de anticipación, en mi discurso del año pasado creí deber advertirles y proyectar por anticipado una fórmula que les indicara la relación de la angustia esencial con el deseo del Otro. Para quienes no estuvieron allí recuerdo la fábula, el apólogo, la divertida imagen que me propuse erigir por un instante: yo mismo revistiendo la máscara animal con la que se cubre el brujo de la gruta de los tres hermanos. Imaginé ante ustedes hallarme frente a otro animal  éste  verdadero, y para la ocasión supuestamente gigantesco, el de la mantis religiosa. Y como además yo no sabía cual era la máscara que me cubría, Imaginarán fácilmente que tenía algunas razones para no encontrarme tranquilo, dada la posibilidad de que, por azar, esa máscara no fuese inadecuada para llevar a mi partenaire a algún error acerca de mi identidad. Bien subrayada la cosa cuando agregué que en ese espejo enigmático  del globo ocular del insecto yo no veía mi propia imagen.

Esta metáfora conserva hoy todo su valor y ella justifica que en el centro de los  significantes que puse en el pizarrón vean ustedes la cuestión que  hace mucho tiempo que introduje como siendo la bisagra de los dos pisos del grafo, en la medida en que estructuran esa relación del sujeto con el significante que sobre la subjetividad me parece ser la de lo que Introduce en la doctrina freudiana el «Che vuoi?»: «¿que quieres?». Fuercen  un poquito más el funcionamiento, la entrada de la llave  y tendrán «qué me quiere?», con la ambigüedad que el francés permite en el me, entre el complemento indirecto o directo: no solamente «¿qué quiere él de mí?», sino algo suspendido que concierne directamente al yo (moi), y que no es «cómo me quiere? sino »¿qué quiere él en lo relativo a ese lugar del yo?»; que es algo que se encuentra en suspenso entre dos pisos, $(a-d y m-i(a), los dos puntos de retorno qué en cada uno designan el efecto carácterístico y la distancia que es tan esencial construir en el principio de todo aquello por lo cual vamos a avanzar ahora, distancia que torna a la vez, homóloga y tan distinta la relación entre el deseo y la identificación narcisista. En el juego de la dialéctica que anuda tan estrechamente los dos pisos veremos introducirse la función de la angustia no por ser ella misma su resorte, sino lo que, dados los momentos de su aparición nos permite orientarnos. Así pues, en el momento en que formulé la pregunta de vuestra relación de analistas con la angustia, tal pregunta dejó en suspenso ésta: a quién ponen en Juego ustedes?. Al Otro, sin duda, pero también a ustedes mismos, y esas dos puestas en juego no por recubrirse deben ser confundidas. Tal es incluso una de las miras que se les propondrán al final de este discurso. Por ahora introduzco esta indicación de método: la enseñanza que tendremos que extraer de nuestra búsqueda sobre la angustia será la de ver en qué punto privilegiado ella emerge. Habrá de modelarse sobre una orografía de la angustia que nos conduce directamente a un relieve, el de las relaciones término a término que constituyen esa tentativa estructural más que condensada de la que creí deber hacer para ustedes la guía de nuestro discurso.

Si saben ustedes arreglarse con la angustia, esto nos hará avanzar o intentar ver de qué modo: además yo mismo no podría introducirla sin arreglarla de alguna manera y quizás hay aquí un escollo no debo arreglarla muy rápido—. Esto tampoco quiere decir que de alguna forma, por cierto fuego psicodramático mi fin deba ser arrojarlos (vous jeter) en la angustia con el juego de palabras que ya hice con el je (yo) de jeter.  Cada uno de ustedes sabe que esta proyección del je en una introducción a Ia angustia es desde hace algún tiempo la ambición de una filosofía llamada para nombrarla, existencialista. Referencias no faltan después de Kierkegaard, Gabriel Marcel, Chostov, Berdiaef y algunos otros; no todos ellos ocupan el mismo lugar ni son tan utilizables. Pero al comienzo de este discurso tengo que decir que me parece que en esa filosofía, entre su rector nombrado primero, y aquellos cuyos nombres pude pronunciar después, se marca indiscutiblemente cierta degradación. Me parece ver marcada a esa filosofía por cierta prisa desconocida de ella misma marcada diría yo, por cierto desorden (désarrol) con relación a una referencia en la cual, en la misma época el movimiento del pensamiento se confina: la referencia a la historia. Es por un desorden —en el sentido etimológico del término— con relación a esa referencia que nace y se precipita la reflexión existencialista

El caballo del pensamiento diría yo tomado prestado de Juanito el objeto de su fobia, el caballo del pensamiento que por un tiempo se imagina ser el que arrastra el coche de la historia, de golpe se encabrita, se vuelve loco, cae y se entrega a un gran  Krawallmachen, para referirnos todavía a Juanito, quien da una de esas imagenes a su querido temor. A esto es que le llamo «movimiento de prisa», en el mal sentido del término, el del, desorden. Y por eso lo que más nos interesa está lejos de hallarse en el linaje de pensamiento que hace, un instante enhebré —con todo el mundo además— al término existencialismo.

También puede observarse que el último en llegar, y no de los menos grandes, Sartre, se dedica bien expresamente a volver a poner a ese caballo no sólo sobre sus pies, sino en los varales de la historia. Precisamente en función de esto Sartre se ocupó mucho, se interrogó mucho sobre la función de la seriedad. Hay también alguien a quien no puse en la  serie —y por lo tanto, ya que simplemente abordo, tocándolos en la entrada de ese fondo de cuadro, a los filósofos que nos observan sobre el punto al que arribamos: estarán los analistas a ]a altura de lo que hacemos de la angustia?—, Heidegger. Por cierto que con el retruécano que realicé con la palabra jeter, era de él, de su derelicción original que más cerca me encontraba.
seminario 10, clase 1
El ser para la muerte —para llamarlo por su nombre— vía de acceso por donde Heidegger con su avezado discurso nos lleva a su interrogación presente y enigmática sobre el ser del ente, no pasa verdaderamente por la angustia. El puso un nombre a la referencia vivida de la pregunta heideggeriana: ella es fundamental, ella es lo todo, ella es on, ella es la omnitud del cotidiano humano, ella es la preocupación (souci). Por cierto que a ese título no podría, como tampoco la preocupación misma, sernos extraña.. Y puesto que he llamado aquí a dos testigos, Sartre y Heidegger, no me privaré de invocar a un tercero en la medida que no lo creo indigno de representar a quienes aquí se encuentran observando también lo que él va a decir; yo mismo quiero decir que después de todo, en los testimonios que en horas bien recientes he obtenido de lo que llamar la espera —no hay como la vuestra, de la que hablo en esta ocasión—— por cierto que he obtenido esos testimonios, pero que ayer por la tarde me haya llegado un trabajo cuyo texto le había pedido a uno de ustedes a fin de orientarme a propósito de una pregunta que él mismo me había formulado, trabajo que yo le había dicho que esperaba antes de comenzar mi discurso, el hecho de que me lo haya traído en cierto modo a tiempo, incluso si después no pude tomar conocimiento de él, como después de todo también vengo aquí a responder a tiempo a vuestra espera, se trata de un movimiento en sí mismo apto para suscitar angustia?. Sin haber interrogado a aquel de quien se trata, no lo creo en cuanto a mi. A fé mía que pudo responder, ante esa espera destinada sin embargo a hacer cargar sobre mí el peso de algo, que no es ésa —creo poder decirlo por experiencia— la dimensión que en  sí misma hace surgir la angustia. Diría incluso lo contrario, y que tuve que hacer esta última referencia, tan cercana que puede parecerles problemática, para indicarles de qué modo entiendo colocar a ustedes en lo que constituye mi pregunta desde el comienzo, a qué distancia para hablarles de ella. Sin meterla de inmediato en el armario, sin dejarla tampoco en estado loco, a qué distancia poner esa angustia?

Y bien, mi Dios, a la distancia correcta, la que en ningún caso nos pone demasiado cerca de nadie, precisamente a esa distancia familiar que yo evocaba al tomar las últimas referencias, la de mi interlocutor, que in extremis me alcanza mi papel, y a la de mí mismo, que debo arriesgarme a mi discurso sobre la angustia.

Trataremos de tomar a esa angustia bajo el brazo la cosa no será más indiscreta por eso. Nos dejará verdaderamente a la distancia opaca créanme, que nos separa de aquellos que son nuestros más allegados, Entonces, entre esa preocupación y esa seriedad y esa espera, creerán que es así como quise cercarla, calzarla?. Y bien, desengáñense. Si en medio de los tres términos tracé un circulito con sus flechas abiertas, fue para decirles que si allí la buscan, pronto verán que si alguna vez estuvo, el pájaro se voló. No ha de ser buscada en medio de Inhibición, síntoma y angustia, pues tal es el título, el  slogan bajo el cual aparece en la memoria de los analistas, donde queda marcado el último  término de lo que Freud articuló sobre el tema.

En esta ocasión. no entraré en el texto de Inhibición, síntoma y angustia por cuanto, como lo ven desde el comienzo, estoy decidido a trabajar hoy sin hilo determinado, y por cuanto no hay tema donde el hilo del discurso freudiano esté más próximo a darnos una seguridad en definitiva falsa pues justamente cuando entremos en dicho texto verán lo que hay que ver a propósito de la angustia: que no hay hilo, pues precisamente tratándose de la angustia cada eslabón, si puedo decir como conviene, no tiene más sentido que dejar el vacío en el cual hay angustia.

Gracias a Dios, en al discurso de Inhibición, síntoma y angustia se habla de todo menos de la angustia. Quiere esto decir que no se pueda hablar de ella?. Trabajar sin hilo evoca al funámbulo. No tomo como cuerda más que el título: Inhibición, síntoma y angustia. Salta al entendimiento, por así decir, que los tres términos no son del mismo nivel, conforman algo heteróclito, y por eso los escribí así, sobre tres líneas, y éstas desfasadas.
seminario 10, clase 1
Para que la cosa marche, para poder entenderlos como una serie, realmente es preciso verlos como los he puesto aquí, en diagonal, lo que implica que hay que llenar los blancos. No voy a demorarme en demostrarles lo que salte a la vista, la diferencia entre estructura de los tres términos si queremos, situarlos, ninguno de ellos posee los mismos como contexto, como entorno. La inhibición es algo que se encuentra, en el sentido más amplio del término, en la dimensión del movimiento. y además Freud habla de la locomoción cuando la introduce.

No entraré en el texto. Además, lo recuerdan bastante para ver que Freud no pudo hacer otra cosa que hablar de la locomoción en el momento en que introdujo el término. Más amplio, ese movimiento al que me refiero existe en toda función, aunque no sea locomotriz. Al menos existe metafóricamente, y en la inhibición es de la detención del movimiento que se trata.

Detención: sólo esto está destinada a sugerirnos la inhibición. Fácilmente podría oponerse, también, frenado, por qué no, estoy de acuerdo. No veo por qué no pondríamos, en una matriz que debe permitirnos distinguir las dimensiones de las que se trata en una noción tan familiar para nosotros, sobre una línea la noción de dificultad y en otro eje de coordenadas la que he llamarlo «del movimiento». Esto Incluso nos permitirá ver más claro porque también nos permitirá volver a bajar al suelo, al suelo de lo que no es velado por la palabra erudita, por la noción y hasta el concepto con el que siempre se sale del apuro.
Seminario 10, clase 1
Por qué no servirse de la palabra impedir? Sin embargo, de eso se trata.

Nuestros sujetos están inhibidos cuando nos hablan de su inhibición y cuando hablamos de ella en congresos científicos; y cada día están Impedidos. Estar impedido es un síntoma; e inhibido, un síntoma puesto en el museo; y si se mira lo que quiere decir, estar impedido —sépanlo— no implica ninguna superstición. Del lado de la etimología —de ella me sirvo cuando me sirve— también impedicaré quiero decir ser tomado en la trampa. Noción extremadamente valiosa, pues implica la relación de una dimensión con algo diferente que viene a interferir y que embrolla lo que nos interesa, lo que nos acerca a lo que buscamos saber: no la función, término de referencia del movimiento difícil, sino el sujeto, es decir, lo que pasa bajo la forma, bajo el nombre de angustia.

Si pongo aquí impedimento (empêchement), ustedes lo ven: estoy en la columna del síntoma; y de inmediato les indico aquello que por cierto veremos llevados a articular mucho más adelante: que la trampa es la captura narcisística. Pienso que no han llegado totalmente a los elementos relativos a la captura narcisística, quiero decir que recuerdan lo que al respecto articulé en último término, a sabor el límite, muy preciso, que ella introduce en cuanto a lo que puede investirse en el objeto, y que el residuo, la fractura, lo que no llega a investirse, es propiamente lo que dará su soporte, su material, a la articulación significante que en el otro plano —simbólico— será llamado castración. El impedimento sobrevenido está ligado a ese círculo que hace que por el mismo movimiento con el cual el sujeto avanza hacia el goce, es decir, hacia lo que está más lejos de él, encuentre esa íntima fractura bien cercana. A causa de qué?: de haberse dejado tomar en el camino por su propia imagen, por la Imagen especular. Esa es la trampa.

Pero tratemos de ir más lejos, pues todavía nos hallamos en el nivel del síntoma. En lo relativo al sujeto, qué término colocar en la tercera columna?. Si extremamos aún más la interrogación del sentido de la palabra inhibición (inhibición, impedimento), el tercer término que les propongo, siempre en el sentido de devolverlos al suelo de lo vivido, a la ridícula seriedad de la cuestión, les propongo embarazo (embarras). Será tanto más valioso para nosotros cuanto que hoy la etimología me colma; manifiestamente el viento sopla para mí, si advierten que embarras es muy exactamente el sujeto S revestido de la barra, que la etimología imbarricare hace, hablando con propiedad, la alusión más directa a la barra (bara) como tal, y que además tal es la Imagen de lo que llaman la vivencia más directa del embarazo. Cuando ya no saben qué hacer de ustedes, cuando no encuentran tras qué parapetarse, es de la experiencia de la barra que se trata, barra que por otra parte puede asumir más de una forma. Si no estoy mal informado, curiosas referencias han de hallarse en muchos dialectos donde l’embarrassé, la embarazada —no hay españoles aquí, tanto peor— y sin recurrir al dialecto, quiere decir «mujer encinta» en español. Lo cual es otra forma bien significativa de la barra en su lugar.

 Y esto en cuanto a la dimensión de la dificultad. Ella desemboca en esa especie de forma ligera de la angustia que se llama embarazo. En la otra dimensión la del movimiento, cuáles son los términos que veremos dibujarse?, bajando hacia el síntoma, se trata de la emoción (émotion). La emoción —me perdonaran que continué fiándome de una etimología que hasta ahora me fue tan propicia— de hecho, etimológicamente, se refiere al movimiento salvo que demos allí un retoquecito e insertemos el sentido goldsteiniano de arrojar fuera, ex, de la línea del movimiento , el movimiento que se desagrega, de la reacción llamada catastrófica. Será útil indicarles en que lugar hay que ponerla porque después de todo hubo quienes pudieron decirnos que la reacción catastrófica era la angustia. Desde luego, creo que no falta relación entre ambas: que cosa no estará en relación con la angustia?. Pero se trata de saber dónde está, verdaderamente la angustia. Por ejemplo, el hecho de que se haya utilizado —sin escrúpulos, por otra parte la misma referencia a la reacción catastrófica para designar la crisis histérica como tal, o aún la cólera en otro caso, prueba también de manera suficiente que ella no podría bastar para, distinguir, para enganchar, para señalar dónde esta la angustia. Demos el paso siguiente: permanecemos siempre a la misma respetuosa distancia con respecto a dos importantes rasgos de la angustia, pero hay en la dimensión del movimiento algo que responda de una manera más precisa al piso de la angustia?. Lo llamaré por su nombre que desde hace tiempo reservo, en interés de ustedes, como golosina. Tal vez haya hecho yo una alusión fugitiva a ello, pero sólo orejas particularmente prehensivas pudieron retenerIo: es Ia palabra turbación (émoi). Aquí la etimología me favorece de una manera literalmente fabulosa. Esa etimología me colma. De allí que cuando les haya dicho todo lo que me aporta personalmente, no vacilaré en abusar de ella. Vayamos a la cuestión.

Como se expresan Bloch y Von Wartburg en el artículo al que expresamente les indico remitirse, el sentimiento lingüístico,— me excuso si esto resulta redundante con respecto a lo que voy a decir ahora, más redundante aún por cuanto lo que voy a decirles es, su cita textual (aunque a alguno pueda disgustarle, tomo lo mío donde lo encuentro)— el sentimiento lingüístico dicen, se acercó a ese término con la palabra justa, la palabra emocionar (émouvoir). Pero desengáñense no hay nada de esa. La turbación (émoi) no tiene nada que ver con Ia emoción (émotion) para quien además sabe servirse de ella. En todo caso sepan — e iré rápido— que el término esmaver, antes de él esmais e inclusive esmoi  —esmais si quieren saberlo, ya se manifestó en el siglo trece— no conocieron para expresarme con los autores, no triunfaron sino en el diez y seis. Sepan además que esmaver tiene el sentido de turbar (troubler) asustar, y también turbarse (se troubler); que esmaver es empleado todavía en los dialectos y nos conduce al latín popular exmagare que significa hacer perder el poder, la fuerza, y que este latín popular está ligado al injerto de una raíz germánica occidental que reconstituida da magan y que además no tiene necesidad de ser reconstituida pues en alto alemán y en gótico ella existe con la misma forma por poco que sean ustedes germanófonos, pueden vincular mogen al may inglés (…) alemán. Existe smagare en italiano como espero?. No de ese modo. Según Bloch y von Wartburg querría decir, si les creemos, desalentarse. Por lo tanto, subsiste una duda. Como no hay aquí ningún portugués, no habré de recibir objeción alguna, no a lo que propongo sino a Bloch y von Warthurg, quienes traen esmagar que querría decir aplastar, lo que hasta nueva orden retendré como ofreciendo más tarde un gran interés. Los paso al Provenzal.

Sea como fuere, es seguro que la traducción admitida de Triebregung por emoi pulsional es totalmente inadecuada, y precisamente a causa de toda la distancia que hay entre émotion y émoi. Emoi es turbacion (trouble), caída de potencia, la Regung es estimulación llamado al desorden y hasta al motín . He de parapetarme también tras esta encuesta etimológica para decirles que hasta cierta época aproximadamente la misma de lo que en Bloch y von Wartburg se llama triunfo del émoi, motín tuvo justamente el sentido de emoción y recién tomó el sentido de movimiento popular a partir del siglo XVII, poco más o menos.

Todo esto aspira a hacerles sentir que aquí los matices y hasta las versiones lingüísticas evocadas están destinadas a guiarnos en algo, a saber, que si queremos definir por émoi un tercer lugar en el sentido de lo que quiere decir la inhibición si procuramos reunirla con la angustia, el émoi, la turbación, el turbarse en tanto que tal, nos indica la otra referencia que no por corresponder a un nivel, digamos igual al de embarazo, atiende la misma vertiente. El émoi es el turbarse más profundo en la dimensión embarazosa del movimiento. El embarazo, el máximo de dificultad alcanzada, Habrá que decir que con ello hemos llegado a la angustia?. Las casillas de este cuadrito están allí para mostrarles que precisamente no lo pretendemos. Hemos llenado algunas con los términos emoción, turbación, impedimento y embarazo, pero hay dos que se encuentran vacías. Cómo llenarlas?. El tema nos interesa sobremanera y por un tiempo los dejará en estado de adivinanza. Qué poner en esas dos casillas?. En lo relativo al manejo de la angustia la cuestión ofrece el mayor interés.

Una vez formulado este breve preámbulo con la referencia a la tríada freudiana de inhibición, síntoma y angustia, tenemos ya despejado el terreno para hablar de esta última. Yo diría, llevado doctrinariamente por estas evocaciones al nivel mismo de la experiencia: tratemos de situarla en un marco conceptual. Qué es la angustia?. Hemos descartarlo que se trate de una emoción. Y para introducirla, diré: es un afecto,

Quienes siguen los movimientos de afinidad o aversión de mi discurso y a menudo se dejan llevar por las apariencias piensan sin duda que me intereso menos por los afectos que por otras cosas. Es totalmente absurdo. Llegado el caso, traté de decir lo que el afecto no es: no es el ser dado en su inmediatez ni tampoco el sujeto bajo una forma en cierto modo bruta. No es, para decirlo, en ningún caso protopático. Mis ocasionales observaciones sobre el afecto no quieren decir otra cosa. E incluso por ello hay una estrecha relación de estructura con lo que hasta tradicionalmente es un sujeto; espero articularlo de una manera indeleble la vez que viene.

Por el contrario, lo que dije del afecto es que no está reprimido; y esto lo dice también Freud. El afecto está desamarrado, va a la deriva. Se lo encuentra desplazado, loco, invertido, metabolizado, pero no reprimido Lo que está reprimido son los significantes que lo amarran. Tal relación del afecto con el significante requeriría todo un año de teoría de los afectos. Ya en una ocasión dejé presentarse cómo lo entiendo y lo hice a propósito de la cólera. La cólera, les dile, es lo que sucede en los sujetos cuando las clavijitas no entran en los agujeritos. Qué quiere decir esto? Cuando a nivel del Otro, del significante, es decir siempre más o menos de la fe y de la buena fe, no se juega yo juego. Esto suscita cólera. Además, para dejarlos hoy con algo que les ocupe, les haré una sencilla observación. Dónde es que Aristóteles trata mejor sobre las pasiones?. Pienso que incluso hay unos cuantos que ya lo saben: en el libro 2 de su Retórica. Lo mejor sobre las pasiones está tomado en la referencia, en el hilo, en la red de la Retórica. No es casualidad. Es el hilo. Por eso le hablé del hilo a propósito de los primeros señalamientos lingüísticos que traté de ofrecerles. No he seguido el dogmático camino de hacer preceder por una teoría general de los afectos lo que tengo que decirles acerca de la angustia. Por qué? Porque aquí no somos psicólogos, somos psicoanalistas. No les desarrollo una psicosis directa, lógica, un discurso de esa realidad irreal llamada psiquis, sino una praxis que merece un nombre: erotología. Se trata del deseo, y el afecto por donde tal vez se nos solicita que hagamos surgir todo lo que éste comporta como consecuencia universal, no general sobre la teoría de los afectos, es la angustia. Sobre el filo de la angustia tendremos que sostenernos, y con él espero llevarlos más lejos la próxima vez.