Seminario 12: Clase 13, del 7 de Abril de 1965

He tenido la satisfacción de hacer tangible en el seminario cerrado, que se hace algún trabajo en el interior de lo que trato de dibujar como camino a recorrer.

Este año, ese camino, lo seguimos alrededor da la función del significante y sus efectos, por donde él determina, singularmente, al sujeto, por arrojarle a cada instante los efectos mismos del discurso.

Como he aprendido que la distinción fue hecha en una relación el año pasado, sobre las lecciónes de agregación, se trataba de un título -si he comprendido bien- que era: «De la palabra verdadera y la palabra mentirosa». A saber, que el asunto no había sido inventado por Lacan y Claude Levy-Strauss, que Platón y Parménides sé habían interesado en él. Es una distinción en verdad excelente, que me permitirá responder a aquéllos que me han escuchado en el curso de años pasados y se impacientaban por el hecho de que esos discursos, a sus ojos, no culminaban de ningún modo, en conclusiones suficientemente rápidas.

¿Por qué él se expresa no sin impertinencia y no sin humor? ¿por qué él habla de la verdad? ¿no dice él lo verdadero sobre lo verdadero?. Algunos de esos impacientes han cambiado de borde, contentos, después de todo, de adherirse a esas formas de enseñanza dónde, no contentos de tenerse por asegurados de ciertas localizaciones opacas, dan la sensación que allí se sostiene el objeto último. Es muy seguro que se tenga razón de contentarse con ello y que esta misma opacidad no sea el signo que está allí, que es la verdadera ilusión, si puede decirlo, a saber que uno se contenta demasiado rápido y que la verdadera honestidad está quizá allí donde se deja siempre la apertura del camino no cerrado, la verdad inacabada.

Es a la verdad lo que, al proseguir la indicación de esa relación, he descubierto. Los reenvío a saber sobre el mismo, asunto, que es el nuestro este año, al libro de Platón, el «Cratilo», y verán proseguido entre Hermégenes, Cratilo y Sócrates un diálogo muy útil que no se termina por otra cosa que la valorización de un impasse completo en el debate, allí donde Sócrates reenviando a Cratílo -él piensa bien mi correspondencia- en una otra vez: «Cuando tú hayas reflexionado bien nuestro rompecabezas de hoy…», a lo cual Sócrates responde: «Trata de pensar en ello aún…»

Ese diálogo está precisamente allí para hacernos aprehender que los diálogos de Platón, lejos de decir lo verdadero sobre lo verdadero, están expresamente hechos para dejarnos en suspenso, dando verdaderamente la sensación que el sabe más de lo que nos libra, esto de un modo seguramente no equívoco. Si el sabe más de lo que nos libra, y si él no lo dice es que hay alguna razón, aún si él nos lo dijera, uno no estaría más enterado, sino que ya, en los trazos que nos dan, más allá puede decirse lo que después de el, hace nuestro camino. El lugar es, por ejemplo, marca de lo que la experiencia del inconsciente nos conduce a decirles.

Quizá, durante estas vacaciones tengan ustedes la ocasión de abrir ese libro. Lo deseo. En la medida que pueden encontrar allí marcado lo que ha construido el nudo de la tradición del lekton  considerando el estatuto del significante. Encontrarán allí confirmado lo que al principio he tratado de resumir aquí, de un modo que no tiene nada de original, lo que está inscripto en la partida de esta tradición y que reposa obre la oposición concerniente a la función del significante, entre esas dos grandes funciones que Aristóteles admirablemente distingue, afirma en su simplicidad, y dé donde conviene partir para localizar todo lo que se ha dicho después y que no data ni de Saussure ni de Troubetzkoy, ni de Jakobson. Ésta teoría del significante que los teóricos han impulsado a la perfección. Signans-signatum están en circulación ya, desde hace 2.000 años. Las dos oposiciones son las de ónoma y lexis

La función de la nominación merece ser reservada como original, como teniendo un estatuto opuesto al de la enunciación, donde la frase, cualquiera que sea, proposicional, definicional, relaciónar, predicativa, la frase, en tanto nos Introduce en la acción eficaz del síntoma, culmina en esta toma cuya cumbre es la formación del concepto; es algo que deja, por otra parte, en suspenso la función de la nominación en tanto que ella introduce en lo real ese algo que denomina, y de lo cual no es suficiente el resolverlo alrededor de un modo de hacer pegar a una cosa la etiqueta en lo que sería dado, lo que permitiría reconocerla.

Hemos insistido suficientemente ya sobre el hecho que esta etiqueta está lejos de estar en considerar algo que seria el redoblamiento, la lista pura y simple de algo que estaría almacenado como un registro de accesorios.

La nominación de la cual se trata parte de la marca, de la traza de algo que, entra en las cosas y las modifica en la partida del estatuto mismo de cosas.

Es por ello que esta función de la nominación comporta una problemática alrededor de la cual giran Hermógenes, Gratilo y Sócrates.

Hermógenes toma esta vía de la verdad que es la que desarrolla en la insistencia, sobre el convencionalismo de la nominación, que el carácter arbitrario de la elección del fonema, tomado en su materialidad, tiene algo de indeterminado, de falaz.

Nada nos obliga a captar lo que se podría llamar una semejanza, una conveniencia del nombre a la cosa, y sin embargo, Sócrates, el dialéctico, el interrogador nos muestra su inclinación muy neta hacia las enunciaciones de Cratilo, quien, en otro radicalismo, insiste, para mostrar que no podría haber allí función eficaz de la nominación, si el nombre en sí mismo no comportara esta perfecta conveniencia con la cosa que designa.

Es en la operación a menudo divertida, siempre paradojal y verdaderamente de una desenvoltura bien hecha para librarnos de toda suerte de prejuicio, en lo concerniente a ciertos hábitos tradicionales referentes a la génesis de la significación y, especialmente, de todo lo que se llama etimología, que nos muestra por esta facilidad, este sin molestias, ese juego con el cual es puesto en uso ante nosotros, esta interrogación del significante fonemático. El modo en el cual las palabras están en el debate, recortadas, solicitadas, este modo en el cual el juego se conduce alrededor de una pretendida expresívidad del fonema, nos muestra otra cosa que lo que se toma por ingenuidad; lo que Platón nos muestra en este ejercicio, en este modo de búsqueda -como si él creyera- los elementos primarios en las palabras, gracias a lo cual podremos interrogarlas acerca del modo en el cual responden, a lo que son llevadas a designarnos en la manera con la cual juego con sklerós que quiere decir en griego, duro. Remarcarán que el (…) que quiere decir vender en griego, se adapta bien poco a la dureza.

El nos muestra este ejercicio, que consiste en mostrarnos que en todo lo que se relacióna con esta función de la nominación, lo que es importante es el modo de recortarlas con las tijeras. Lo que es esencial en la función y la existencia del nombre, no es el corte, es, si puede decírselo, lo contrario, a saber: la sutura.

El nombre propio sobre el cual, en el inicio de ese discurso, he dirigido vuestra atención al mismo tiempo que sobre la función del nombre, el nombre propio, por un instante dirijan vuestra mirada sobre lo que es esencial.

El nombre propio en su nominación, ónoma idiom, comporta esta ambigüedad que ha permitido todos los errores de, querer decir de un lado el nombre que sea propio a alguien y que el nombre especificado en la pura función de la de nominación propia quiere decir, habando propiamente, también nombre.

No es allí que hay que ver lo esencial de esta función del nombre propio, a saber, que en medio de todos los nombres es él quien nos muestra del modo más propio la función del nombre, lo que es allí nombre. Pues si con esta fórmula guía, ustedes se ponen a mirar, se los encargo -el tiempo me falta para ilustrárselos con gran número de ejemplos- verán que de todos los nombres que sean, con alguna extensión que podamos dar a la función de la palabra nombre, que todos los nombres que interroguemos bajo este aspecto de la nominación, es el nombre propio el que presenta del modo más manifiesto ese, trazo, que hace de toda institución fonemática del nombre, del acto fundador del nombre, en su función de designación, ese algo que tiene siempre en sí esta dimensión, esta propiedad de ser un pegamento, de dejar velado algo esencial en la estructura del nombre propio, que ese pretendido nombré particular que será dado al individuo. Eso hacia lo cual Claude Levy-Strauss en «El pensamiento salvaje» hará del nombre propio, hasta el último término, la designación del individuo. La función clasificatoria es demasiado parcial, nos enmascara que el nombre propio va siempre a colocarse en el punto donde la función casificatoria, el orden de la deixis escapa no ante una particularidad demasiado grande, sino ante un desgarro, una falta, un agujero del sujeto y justamente para suturarlo, enmascararlo, pegarlo.

Aquí toman su valor ciertas cosas que han sido dichas en el seminario cerrado y cuando alguien viene a aportarnos su experiencia de autor literario y nos ha hablado de sus dificultades con un nombré propio, con un personaje inventado, el nombre propio no le ha parecido algo tan arbitrario.

El modo en que el pegamento, la sutura, son destinados a enmascarar este agujero del que se trataba, el agujero de un personaje inventado; testimonian en esta experiencia, por otra parte marcada en todos los novelistas, dramaturgos, que teniendo esta función dé hacer surgir los personajes más verdaderos que los personajes vivientes, tienen que designarlos de un modo que los haga sensibles.

Haré eco de antiguos períodos de mi enseñanza cómo esto cobra importancia en la obra de Claudel: Sygne de Coufontaine, ese personaje que nos muestra algo bien singular.

Es en el derecho o el revés de la revelación cristiana, cuando Claudel forma para nosotros ese personaje de mujer, esa suerte de Cristo singular, acumulando sobre ella todas las humillaciones del mundo y que muere diciendo: «no». Sygne de Coufontaine que lleva enmascarado ese nombre, ese significante singular, ambigüo, entre el nombre del pájaro de cuello curvo y la designación propia de ese signo, que es dado al mundo de algo de una singular actualidad, en el momento en que surge esta trilogía de Claudel y esta extraña Coufontaine el la cual reencontramos el eco de esta forma del signo, que designa que viene hacia nosotros la fuente reabierta aunque invertid de una antigua mentira.

Esa palabra que lleva en ella aún, ese anhelo, esa traza de un significante elemental en esa «u» a la cual sostiene de tal modo, para la cual ha sido necesario formar un signo tipográfico que existe en la lengua francesa en letras mayúsculas, para que pudiera ser llevado a la impresión.

«Sir Thomas Moyok Majea…» sabemos de ello con anticipación sobre el camino de lo que va a desarrollarse en el drama. Esta vida singular del nombre propio, la reencontraran, si están a la escucha de todos los nombres propios antiguos, recibidos, clasificados, o aquellos que, por el poeta, pueden ser forjados. Si el quisiera agregar algo a esta suerte de residuo, de escoria, alrededor de las cuales, la atención de las personas del seminario cerrado ha sido llamado recientemente, a saber, eso «poor-d-je-li» del cual el análisis de Leclaire, para lo que fueran de su parte en esa relación inaugural, sobre el inconsciente. Ese algo del cual puedo leer no sin significación bajo una pluma, ciertamente no amigable, que el inconsciente está estructurado como un lenguaje que después de Freud era una perogrullada (lapalissade), es lo que yo pienso, si ha vendo allí, hasta para aquel que pretende decirlo para contradecir lo que yo enseño, surge de ello algo tanto más que el personaje del cual se trata, habiendo hecho una objeción en lo que enuncio esa la necesidad de comentar lo que encuentra por azar, siendo exactamente lo que enseño sobre el sentido de la fórmula.

Habría mucho que decir a partir de esta noción, de este enunciado. Que toda nominación, en su uso, debe ser siempre mentalmente referida por nosotros, a que ella es memorial del acto de nominación pues este acto no se hace nunca al azar. Acentuar el convencionalismo cuando se trata de dar su estatuto de significante no es más que una fase del problema.

Convencional es el nombre para quien recibe la lengua en su facticidad actual, en su resultado, pero en el momento en que el nombre es dado, es allí precisamente que está el rol, la función, la elección de aquel que muy genialmente, y de un modo que no ha sido jamás retomado, Cratilo lo designa como un actor necesario en esta historia, a saber, lo que él llama «El artífice el nombre». El hace no importa qué, ni lo que él quiere. Es necesario que para que la denominación sea recibida de algo, -de lo cual no alcanza decir que sea el consentimiento universal, pues ese consentimiento universal es en el campo de un lenguaje que lo representara- esta denominación se opere en alguna parte. ¿Qué es lo que hace que ella se propague? Les hablé el otro día de la explotación colectiva que representa la operación en el espacio, de este extraordinario nadador, del cual les he mostrado un momento de lo que, para nosotros, él podía hacer revolotear en la imaginación una suerte de singular modo de imaginar la función del objeto a.

Qué cosa extraña que ninguna persona haya pensado hasta aquí en llamarlo con el nombre que parece, seguramente, el más apropiado y propicio. Como es que él no ha respondido al llamado ya que se están osado, tan tranquilo en calificar de cosmonautas a personas que no se propulsan en un campo, en el cual un cosmonauta en el tiempo en que había una cosmología, una trayectoria. ¿Por qué no lo llamaríamos a ese Léoinov del lugar que el … donde las gentes provistas de ese plumerío que hacen intolerables los cuadros, ¿por qué no se lo llama un ángel? No se lo llama un ángel dado porque cada uno de ustedes tiene vuestro ángel. Ustedes creen en él. Hasta un, cierto punto, yo también. Yo creo porque son ineliminables de las escrituras. Es lo que he hecho destacar al padre Teilhard du Chardin qué ha estado apunto de llorar.

Allí está la diferencia de mi enseñanza con lo que se llama el progresismo; él encuentra que el detonante está del, lado del progresismo. Esta pruebita tiene, cuanto menos un lado decisivo, pus ustedes ven bien, no se lo puede llamar una novedad, no importa como, hasta justamente cuando ella perece llenar con un vino nuevo el viejo odre. El odre ángel está siempre allí. Esta experiencia concerniente a la denominación desembocará directamente hacia la función de la lengua muerta.

Una lengua muerta no es enteramente una lengua con la cual nada se pueda hacer. El latín ha servido muy eficazmente de lengua de comunicación, es hasta por eso que hemos podido tener durante este período denominado escolástico -extraordinariamente – buenos lógicos. La lexis funciona admirablemente tanto más que ella permanece dueña del terreno, ella funciona en la lengua muerta, pero no la denominación.

Tengo ecos humorísticos; mi impotencia momentánea me ha impedido hojear tantas páginas como hubiera querido. Lamento no poder sacar del Concilio Vaticano, el modo en que se denominan el autobús, el bar; eso jode bastante. No se pueden hacer nuevas denominaciones que se inscriban en una lengua muerta.

Recuerdo esa obra de Dante en la cual se defiende la función propiamente literaria. «Eloquentia grammatica» que él entendía hacer de su Toscano ilustre entre otros tres. Léanlo y verán hacia qué se inclina Dante: hacía una realidad de la cual ha podido hablar un poeta, hablando con propiedad de la adecuación que no es dada más que a un poeta del sentir: la forma fonematíca de este intercambio entre el significante y el significado que es toda la historia actual.

Cómo un significante insensiblemente pasa en uno de esos lados del significado que no había aún aparecido, cómo el significante se cambia en la evolución de las significaciónes. Es allí sobre lo cual no puedo hacer más que pasar, pero donde les indico una referencia.

Lo que el latín causa toma peso a partir del día en que Cicerón traduce el leitas griego y ha llegado a designar para nosotros la res, la cosa, en tanto que la res, la cosa, ha devenido para nosotros la palabra nada.

Esta historia del lenguaje es el campo en el cual ha aportado su práctica el psicoanalista; aquél le muestra las vías, los modelos de los cuales debe aprehender su realidad.

El ejemplo del «Poor-d-je-li», el ejemplo del paraíso, de qué borde, preconsciente-conscíente, ¿es un fantasma? La imagen de partida es en la que conviene fijarnos para comprender de qué se trata. Ahí reencontramos la experiencia de cerca: el analista que no ha sido tocado con el dedo por cada uno de sus analizados con algún nombre propio, la escena, la de su cónyuge, de sus padres, hasta del personaje de su delirio, allí juega el nombre propios en tanto que puede reencontrarse fragmentado, incorporado en otro. El «Poor-d-je-li» funciona como un nombre propio.

La botella de Klein está sobre el borde de reversión que se inscribe. Siempre en el anverso del uno corresponde el derecho del otro, e inversamente. La función de «Poor-d-je-li» es la función propia, que por relación a un patrón en el sentido que esa palabra tiene para la costurera, el fragmento de tela que permitirá estudiar tal mitad de vestido, la función de pequeña letra, muestra lo que debe ser cosido; esta función de sutura ficticia, que debería permitirnos con suficiente atención un método que es el qué tratamos de sugerirles y permitiría aprehender, diferenciar de esta imagen, una suerte de soporte primitivo a propósito del cual podría distinguirse el modo en el cual se hacen las suturas. No se hace en él mismo punto ni con el mismo fin en el psicótico, el neurótico, el perverso.

El modo en que se hacen las suturas en las historias subjetivas. En Leclaire esta sutura está asociada a la parte de lo que designa que la diferencia exquisita es una diferencia sensorial. Es allí que está especificado el trazo obsesivo, este elemento nuevo que puede ser agregado, que se puede llamar la clínica.

En esta sutura misma es tomado ese punto exquisito de lo sensible, ese lado cicatricial, casi quelóide, para ir hasta la metáfora, ese punto elegido que designa en el obsesivo algo que resta, tomado en la sutura a desabrida.

Es ahí lo que, nos permite situar el punto original de lo que puede servir de demostración en cuanto a la función del significante y que ocupa una función particular en el ejemplo así aislado. Todo esto demanda que demos un poco de esfuerzo para hacer circular esas nociones que no son para nada nuevas, ya localizables en Freud y sería fácil de designar en que punto nos encontramos de ellos, las homologías, las abwehrs. Si es allí que debemos localizar ese algo del cual tratamos de reencontrar el secreto, no es cambiando la dirección de ello, sino tratando de proseguir la construcción según la fórmula de Freud a propósito del sujeto, es que podemos extraer el partido conveniente.

Esta separación que deja en el nombre, esta sutura que ella representa, si quieren buscar su instancia, la reencontrarán en todo Edipo, pie hinchado.. ¿Qué es lo que hay entre el agujero y la hinchazón? El pie perforado, no está dicho que haya sido repegado, permanece abierto. Mas en relación con la historia edípica, en tanto alguien se ha divertido, presentíficando mi nombre en un debate reciente. ¿Por qué no divertirnos un poco?.

Jacques es Israel.

Lacan quiere decir «Y sin embargo». El nombre que, conserva las tres consonantes antiguas. Esa tela, esa superficie que es la que trato de designarles en la topología del significante. Si yo les doy este año una forma de la historia del pensamiento matemático es lógico, ya qué esta forma es nueva y de los cual no es por azar que haya venido tan tarde. Platón no la tenía, y sin embargo, ésta forma redoblada de la botella de Klein es tan simple, pero ¿cuál es el enigma? Creo que ella existe.

Está claro qué evoca analogías en el campo biológico. La última vez lo he indicado porque la palabra de orden vale ser dada de ello, he hablado del «Nacimiento de la Clínica». He dicho que era una obra para leer por su muy grande originalidad y por el método en el cual se inspira, el acento que pone allí en cuanto al viraje de la instancia anatómica del pensamiento nosológico. Es sorprendente ver que en esta incidencia entiendo de la anátomo-patología cambio de mirada, de focalización, que hace pasar de la consideración del órgano a esta de la tela, es decir de las superficies, tomadas como tales con el modelo tomado esencialmente en lo que distingue la epidermis de la dermis, las capas de la pleura de las del peritoneo, en el cambio total de significación que toma el término de simpatía, cuando siguiendo esas capas, esos clivajes seguidos por la embriología; es después del trabajo de las membranas de, Bichat que la anatomía cambia de sentido y el sentido de todo lo que se puede pensar de la enfermedad, el modo en que esas capas se envuelven en la biología, se anudan, se contornean y vienen a ese punto de contracción, como el corrimiento de una bolsa para aislar en su forma adulta ese algo que merecería ser localizado, aunque no fuera más que a título de estética, pero que tendría ese efecto de sugestión. Pero ya la cosa se pone al día en un cierto orden de reflexión ; es en una estructura original de torsión del espacio, comparable a esta curvatura que el físico capta ciertos niveles de fenómeno en otra forma de torsión, de involución -como las palabras parecen preparadas a recogerlos- y es allí que residiría la originalidad de la función del cuerpo como tal.

Esto no es más que sugestión al pasar, pero, en el punto en que los dejo, antes de las vacaciones, para escindir ese algo por el cual querría ilustrar eso de un modo más viviente, para lo que preciso fórmulas como aquéllas sobre, las cuales he vuelto muchas veces y que tengo por esenciales, -digo que es el collar, para ilustrar esta fórmula que el significante, a distinción del signo es algo que representa a un sujeto para otro significante.

Quizá aún, hay cosas ante las cuales es necesario haberlo habituado, para dar la fórmula en la cual se detienen a extraer las consecuencias. Me he detenido allí en tanto, que el año pasado dándoles la fórmula de la alienación: «ella representa – he dicho – un sujeto para otro significante, pero en la medida en que el significante que determina al sujeto lo barra». Esta barra quiere decir a la vez vacilación, división del sujeto. Hay allí algo que en su paradoja – yo no trato de hacerla mayor – la paradoja no es allí, para mí, el medio de captar la atención; fuerzo la mano si puede decir que es esencial, sin embargo, para acentuar bien. No digo que el significante, no pueda de ningún modo ser materialmente sensible al signo, representando algo para alguien. La teoría de un signo es pregnante, se impone de tal modo a la atención de este momento que vivimos de la ciencia, que he podido escuchar a un físico decir que, al fin de cuentas, el apoyo de toda la teoría física, en tanto que ella exige el mantenimiento de un principio de conservación, llamado conservación energético, encontrará este apoyo, esta certeza última, cuando hayamos arribado a formalizar el descubrimiento de toda la física moderna en términos de intercambio de signos.

Prodigioso suceso de la concepción cibernética, que llega ahora a esta cosa calificada de información y puesta en el registro de la información, toda especie de transmisión a distancia, en algún instante, se presenta como acumulativa.

Voy, quizá allí, un poco rápido; que aquéllos que saben, estimen a su modo, a su grado, lo que yo digo; la pertinencia. En biología se hablará de información para definir lo que emana de tal sistema glandular, en la medida en que eso va a resonar, en algún lugar, más lejos, en el organismo. Es decir, ¿qué es necesario entender que hay allí dos polos, llamándolos emisor y receptor?. Lo que se hace, se subjetiva, lo que es, hablando propiamente, ridículo.

¿Por qué no considerar en esta vía, como información los rayos solares; en tanto que, acumulándose en alguna parte en la clorofila, o simplemente en el brote de la planta, determinar en sus efectos de acumulación, la floración de la misma?

La ingenuidad que se adopta en esta formalización, de esta tesis de la información, sin que uno se aperciba en que punto se determina en los arriates del viejo sujeto del conocimiento, sin saber que en tomar ésta vía, cada punto del mundo estaría estimado del modo en el cual uno conoce los otros puntos, tiene algo de cosa singular, de paradojal, lo cuál se manifiesta del modo más sensible, en una pérdida cuyo modelo no puede ser nada más que de esto: que estamos habituados a ver el manejo de hipótesis alejadas de nosotros, que son máquinas en relación a las cuales las hacemos ser sujetos, que las pensamos como máquinas que piensan, que ellas reciben de nosotros informaciones gracias a las cuales ellas se dirigen. Hay una evolución, un deslizamiento del pensamiento en el cual no veo ningún obstáculo, en un cierto dominio -eso puede rendir servicios extremadamente apreciables- la equivalencia información, parece tener alguna fecundidad física.

¿Hay allí algo con lo cual podamos contentarnos, en lo concerniente al estatuto del sujeto en relación al signo? ¿Es qué el signo funciona siempre para alguien?. A saber, que en los signos hay algo en que son significantes, en tanto que representan al sujeto para otro significante. Vean a la vez, en que medida responde a este conjunto del pensamiento, pero permite a ese sujeto hacer otra cosa de determinable, de localizable y cuyo metabolismo debe ser aprehensible con sus consecuencias. Es por lo cual he formado un ejemplo, o más bien he tomado cualquiera. Lo he tomado del artículo de un lingüista que, para definir lo que es signo lingüístico, encalla radicalmente.

Replanteo el mismo ejemplo para tratar de hacer algo para ustedes. Una jovencita y su amante. Para reencontrarse conviene en este signo: cuando la cortina esté levantada en la ventana, querrá decir: «estoy sola». Tantos tiestos de flores, tantas horas así designadas: cinco tiestos de flores: «estaré sola a las cinco».

¿Es en función de esto que es en palabras en un lenguaje que la convención ha sido fundada?, esto es ¿en la medida en que habría nominación, acto fundador, que hace de esa cortina otra cosa qué lo que es? Pero, ¿cómo es que nosotros podemos identificar pura y simplemente esto con un signo, con una combinatoria de signos? En otros términos, ¿en un fue verde al cual se agregara un índice? Yo digo, no. Como eso no se ve inmediatamente, estoy forzado a utilizar lo que tengo a la mano; en otros términos, a interrogarlo con mis fórmulas. Sólo que lo ponemos en él lugar de cortina.

He definido al significante como lo que representa un sujeto para otro significante. Que el amante o no, esté allí para recibir eso de lo cual se trata no cambia nada del hecho que «solo» en un sentido, que va mucho más lejos que el de decir: fuego verde. Sólo; ¿qué quiere decir para un sujeto? ¿es qué el sujeto puede estar sólo en tanto que su constitución de sujeto es la de estar cubierto de objetos?. Sólo; eso quiere decir otra cosa.

Esto quiere decir que el sujeto falla, en la medida en que no es allí uno / solo. que podemos redoblar la fórmula S/a en la medida en que allí no está uno solo. Al adjuntar a ese segundo elemento cinco horas, se instituye la estructura elemental de la res – si quieren que yo lo ilustre lo más rápidamente – puedo decir que el uno o el otro pueden servir de sujeto o de predicado. Sólo, predicado de «a las cinco horas». «Cinco horas», predicado de solamente. Eso puede querer decir, en fin: «Sólo a las cinco horas» o «Cinco horas solamente».

Esto es enteramente secundario, al lado de lo que tengo que mostrarlos, a saber: que en este intervalo el «sólo» que está en el denominador del: uno sólo que determina lo que él es. Ese sólo en su buena función de objeto a debe surgir. A saber que entre los dos, entre sólo ya las cinco horas, el amante puede expresamente ser llamado como siendo el único en poder colmar esa soledad.

En otros términos, lo que vemos producirse, lo qué hace que como estructura significante esto se sostenga y subsista, es en la medida en que el lektikos, donde lo que es legible, de lo que así se expresa, deja abierta una hendidura donde se estructura la función de un deseo.

Ese al cual ese Iektikos se dirige, lo lea o no, es en el lektikos llamado a funcionar en la abertura en el intervalo que determina dos direcciónes; por una parte: sólo a las cinco horas, es la dirección dé lo que los estoicos llamaban no sin razón el encuentro, el encuentro electivo. En el sentido contrario es lo que el sujeto dividido, en su anuncio de estar sólo oculta y disimula y que es su fantasma: de estar allí sola, en la división del sujeto, ella como objeto, deviene «la sola», funcionando como deseo enteramente en suspenso en relación al deseo del Otro.