Seminario 12: Clase 5, del 13 de Enero de 1965

Es necesario que sepan que yo me pregunto si satisfago tanto como puedo, el deber de mi discurso. Lo que puede comportar de elocuencia es una complacencia en el lugar de mis auditores – no, como en más de un lugar se finge asegurarse de ello – una fuente para mí de satisfacción.

Esta suerte de cumplido sobre todo como viene de allí adonde dirijo un mensaje preciso, me deja aún más desengañado. Pero, en fin, si es a ciertos puntos de esta asamblea, a los cuales sé muy a quien me dirijo, a toda una parte de esas caras que veo y reveo al punto de localizarlas, de reconocerlas, por lo cual puedo interrogarme sobre lo que motivaba, aquí su presencia. Es ésa, una de las razones por las cuales he querido instituir el miércoles de mi seminario cerrado. Hablando con propiedad, aquél volverá a dar sentido a esa palabra seminario, en la medida en que espero que algunos vendrán a contribuir allí. Es por ello que he pedido que se me demande esa entrada, que no está hecha para ser rechazada, sino todo lo contrario. He tenido así la ocasión, para mí, preciosa, no sólo de ver – soy bien capaz en esta clase de ecos, de imaginar lo que pueden recoger tantas orejas tendidas a seguir mi discurso – de su boca el testimonio de lo que cada una de estas partes de mi auditorio viene a buscar, de lo que vienen a escuchar aquí.

Están aquellos que me dicen sin ambages que no comprenden todo, que después, consideradamente, vienen a darme el testimonio que se reprochan de haberse encontrado necios en la ocasión, se aseguran que no son los únicos. Tienen la ventaja de darse cuenta.

¿Qué quiere decir que no comprenden todo? ¿Qué ellos no comprenden? ¿Por qué causa? Porque aquí no puedo librar todo un contexto, que es el de los puntos de apoyo, que es donde trato de asentar lo que me parece concluir de la experiencia analítica; es que yo he avanzado más de lo que lo han hecho ellos.

Hablo para ese auditorio al cual hago alusión. No puedo dar ese contexto, quiero decir lo que me permite puntualizar aquí, qué correspondencia precisa, que puedo encontrar en la fórmulas resultantes de mi experiencia, no son enteramente decibles a todos en tal  vía de búsqueda. Precisamente, por ejemplo, esas búsquedas de la última vez, sobre el nombre propio, donde la vacilación, hasta el desfallecimiento, la paradoja, adelantan fórmulas que tal pensador nos da.

Por medio de ese control que nos asegura estar, cuando abordamos un punto de coherencia, que podría decir global de toda nuestra experiencia, como aquel que anticipé la última vez, bajo el título de identificación, que nos da el testimonio que, a propósito del nombre propio – no sólo de los lingüistas, sino de los lógicos, no es inmerecido pronunciar la palabra de pensador, cuando se trata de Bertrand Russell – dudan, se substraen, hasta se equivocan cuando abordan ese punto de la identificación, a propósito del uso privilegiado que tendría el nombre propio, designando la localización del particular, tomado como tal.

Seguramente aquí somos  responsables nosotros, analistas, quiero decir que no podríamos ser dispensados de aportar nuestra contribución. Si nuestra experiencia nos permite testimoniar de una función de oscilación, de vacilación dinámica, especialmente indicadora, por donde la función del nombre propio se encuentra tomada, de algo que es nuestro campo: el campo de la experiencia analítica – si merece ser designado como lo hago, de un cierto modo más integrante, más específico que otro – por interesar allí al  sujeto.

Es por lo cual no es necesario que todos los que están aquí se presenten aún al nivel de su conocimiento, de su cultura, esos términos de referencia que pueden seguir siendo allí puntos de encoletado, ramificaciones, brotes suspendidos, puntos donde ellos tendrían que reencontrar su pie,  en  el surco de líneas al cual ellos se refieren. No perderán en su marcha el hilo conductor que han podido tomar aquí.

Hilo conductor. Palabra dada de un modo no ambigüo, y me aseguro que el lenguaje no tiene necesidad de estar cargado de erudición explícita de las referencias; el campo que tengo a recorrer me impide darles la lista cada vez. Aquéllos que están aquí no tienen necesidad de eso para reencontrarlo en sus trabajos particulares, si mi hilo les sirve de conductor.

Para todos aquellos que me aportan, de un modo que creo entender, ese testimonio la puerta de este seminario  les está abierta por derecho, mismo si ellos no entienden àpresurarse demasiado y contribuir allí.

En todos y cada uno, para quienes mi discurso radical aporta, de cerca o de lejos, tal ayuda de todos aquéllos, deseo la presencia y pueden sostener que no se las rehusaré.

Mi demanda no era una exigencia, un acto de aligeramiento en bajar la  cabeza bajo un arco en la entrada. Es un deseo de conocer a quién hablo, en la medida que pueda responder con más precisión a sus preguntas.

Es de destacar, aparte, ciertas excepciones eminentes o destacables. Me ha sorprendido, quizá, la poca prontitud de aquéllos que teniendo el mayor título para venir aquí a contribuir, no hayan creído, por una u otra razón, precisarme lo que de ellos esperaba, a saber: los que estuvieron dispuestos a aportar aquí,  en este círculo más restringido, la contribución de su trabajo.

Pienso haberlo precisado y repetido en su momento: ese miércoles cerrado quiere decir: entrarán allí los que estén provistos de esa carta.

Volvamos a nuestro propósito, el que les dejé la última vez, sobre el cual puntualizaba el momento al que habíamos arribado, donde, hoy, retomaré cual es el sentido de ese menudo aparato – ciertas distinciones que yo llamaría, que algunos han llamado la ternura, con la cual les he  modelado esta forma – esa botella de Klein.

¿Qué es la fantasía? Es qué es necesario escuchar allí otra cosa que parábola? Para algunos la cuestión se renueva. ¿Dónde quiero llegar con esos modelos?

Pensé haber designado suficientemente el punto para el cual este modelo es especial, que forma parte de una familia que no es de ningún modo única. Evocándolos para vuestro uso: el toro, el cross-capp; esta introducción  fundamental de lo que puede distinguirles unos y otros, esta singular superficie a anudarse de un modo específico en sí misma, que se designa en una banda con la propiedad de no tener más que una sola cara, que un sólo borde: la superficie de Moebius.

Mi discurso puntualiza esto: que la botella de Klein,
o su imagen, de un modo tan sorprendente, da, en su esquematismo, un soporte manejable a la imaginación. La botella de Klein ilustra algo que se llama – en una superficie propia  a retenernos – abrirse de alguna suerte la captura, en tanto que, al modo del toro, ella se presenta, de un cierto  modo, como un cesto, en ese punto de brusco retorno que le viene en su propio discurso, por donde lo que viene de un lado se encuentra en continuidad, el interior con el otro lado, el exterior; el interior con el exterior, punto fácil de imaginar. Pero no es tan simple dar un esquema tan propicio para retenernos, si por otra parte, en el discurso hegeliano, por ejemplo, y en este admirable prólogo de la «Fenomenología» que Heidegger da a Holzweyt (sic) para hacernos un comentario, y que dos o tres páginas sensacionales, las cuales solas podrían bastar para dar la esencia del sentido de la «Fenomenología», especialmente del sentido del conocimiento – designa ese punto, el punto necesario donde puede acabarse el bucle.

En ninguna parte, mejor que en ese texto, se prueba la noción de bucle, la noción del saber absoluto, impulsando, de un lado, el sentido de ese sujeto supuesto  saber – del cual les he hablado aquí a menudo – y que ustedes escuchan  como el pensamiento que pone en el Otro, del cual no conoce su naturaleza, que pone este supuesto saber; que ya está en el discurso de Hegel, el sujeto identificado, el bucle del saber, mejor que esta metáfora después de todo, aproximativa y de la cual nada evoca especialmente a la imaginación, la naturaleza radical, el momento de retorno del conocimiento. No es vano, ni sin razón fundamental, sin que toquemos allí lo que llamaré las cosas como ellas son.

Es muy lícito para nosotros hacer uso filosófico para conducirlos en una cierta vía. Las fórmulas más comunes, las menos prendidas en apariencia por su pureza, nos indican un modo de estar más alejados aún, de un discurso echado a perder por todas las ambigüedades que se han  dejado mezclar, en el uso del término existencia.

«Como ellas son». Eso quiere decir que para acercarse a las cosas, no tenemos que sorprendernos tanto de tener que hablar del sujeto como de una superficie, y sin duda, no está de ningún modo allí la razón. Si tuviera que introducir a alguien no habituado a nuestro discurso, la justificación de este procedimiento, diría: qué es lo sorprendente en lo que se trata de abordar – se trataría supongo de alguien que vendría de la ciencia de laboratorio – qué es lo sorprendente en lo  que estamos habituados a hablar aquí, como de una superficie; de lo que se trata, el funcionamiento del aparato, que conocen bien, como el aparato nervioso – sin tener necesidad de entrar más lejos allí – puerta por la cual entró Freud en el momento en que, el sentido, la función interna neurótica, todo lo que se presenta como razón, es reductible a una superficie, todo lo que es red, puede inscribirse sobre una hoja de papel.

A saber, que él no llama de ningún modo – en su naturaleza la función no resalta, que parece ir de suyo – el hecho de nuestra experiencia del espacio real que se llama el volumen. No tengo que entrar aquí en una crítica previa, que sería la de la tercera dimensión, sino para asegurar que esta crítica previa, en el punto en que estamos de la experiencia filosófica, me parece que no ha sido bastante profundizada, como convendría. Escucho decir nachtrlich, por lo que nos aparece de disimétrico, la no analogía de lo que se constata en relación al sistema  de las dos dimensiones, cuando se pasa a aquél de las tres dimensiones. A decir verdad hay allí algo de lo cual se podría decir, como de un ejercicio de escalas: ¡ están tan mal hechas !. Yo diría que, para abordar lo que allí es de la estructura subjetiva, sería suficiente justificación que nos atuviéramos a la superficie, a saber, a algo que nos satisfaciera de tal modo en el nivel de la experiencia subjetiva, en lo que ella tiene de más cercano, en lo que está en ese nivel que es recomendado aprehender. Esto no es de ningún modo un azar. El cuadro de caballete – del cual tanto extraje el año pasado para manifestarles eso de lo que se trata en la estructura de la pulsión escópica – se contenta con estar sobre un plano. ¿Quién me dirá que la arquitectura es otra cosa? Respondería con un arquitecto, que ella se define más bien como un vacío que como superficies, que los planos rodean ¿Qué es su esencia y su esencial estructura?

El instante de ver es siempre un cuadro. Afirmo contentarme con un estadio constructivo, una marcha de nuestro progreso, en suma de este manejo, de lo que hay de propiamente espacial en nuestra experiencia del sujeto, y si ustedes quieren de la res extensa, tal cual ella puede traducirse para nosotros. Entiendo, en la medida en que estamos forzados a hacer su purificación, su extracción por vías diferentes a las de Descartes, no ya a tomar este pedazo de cera, tomado de tal modo en lo maleable, informe y accesible a la reducción de todas sus cualidades, pero de lo cual puede ocurrírsenos la duda, si estamos menos seguros que aquél de la ausencia de trama común entre res cogitans y res extensa, si pensamos que la res cogitans nos libra un resto dividido dispuesto bajo el golpe  de los efectos del lenguaje, si ya en esta esquizia, esta división, no estamos llamados a hacer intervenir un esquema que no es de ningún modo extendido, pero que es pariente de ello. Hablando propiamente: el esquema topológico, por el contrario, es algo que nuestra experiencia nos ordena introducir y justamente en la medida en que ella anuda para nosotros, estrechamente, al fundamento del sujeto, el lugar que le es propio. Si, en efecto, en la relación al lenguaje que él determina, su estructura es el lugar del Otro, el campo del Otro quien va a comandar esta estructura – ese campo del Otro, que enuncio aquí como el incentivo de lo que ofreceré este año – ese campo del Otro se inscribe en coordenadas cartesianas, en un espacio de tres dimensiones, no ya de espacio, sino de tiempo.

Pues en la experiencia creadora del sujeto en el lugar del Otro, tenemos que tener en cuenta, verdaderamente, un tiempo que no puede, de ningún modo, resumirse en el indicativo; en la estética trascendental de elementos recibidos, tentativa de describir el conjunto del mundo en términos de acontecimientos.

Estas tres dimensiones en lo que su lugar – en un artículo que espero será puesto al alcance de los que quieran leerlo: «El tiempo lógico o la función de certeza anticipada» – viene a ligar su instancia, a aquello de lo cual se trata en ese punto privilegiado de la identificación. En toda identificación, hay lo que yo llamo  «el instante de ver»,  «el tiempo para comprender» y «el momento de concluir». Reencontramos allí, lejos de ser idénticas, las tres dimensiones del tiempo.

El instante de ver no es quizá más que un instante. No es de ningún modo, sin  embargo, enteramente identificable a lo que he llamado el fundamento estructural de la superficie del cuadro. Es otra cosa en eso que hay de inaugural. Se inserta en esta dimensión que el lenguaje instaura como sincronía, que no es de ningún modo confundible con la simultaneidad.

La discronía es el segundo tiempo donde se inscribe el tiempo para comprender que no es función psicológica, pero que si la estructura del sujeto representa esa curva, esa aparente solidez, ese carácter irreductible que tiene una forma, como la de la botella de Klein. El término comprender, está, por nosotros, en aprehender por el gesto que se llama aprehensión, que permanece irreductible a esta forma de la superficie que las manos pueden tomar, y que es la forma de aprehensión más adecuada.

No es suficiente creer que ella está allí, groseramente imaginaria, reductible o tangible, seguramente, no. Pues si es allí que puede llevarse la noción de Begriff, de concepto, que yo deba contentarme con ello para tal aspecto de la experiencia, verán que es un modo de abordaje infinitamente más sutil que el de la oposición de los términos : extensión-comprensión.

El tercer tiempo, o la tercera dimensión del tiempo en la cual conviene que veamos lo que tenemos que localizar, a dar las coordenadas de nuestra experiencia, lo que llamo el momento de concluir, que es el tiempo lógico que signa expresamente, que se encarna, en el modo de entrada en su existencia de aquello que se propone  a todo hombre, alrededor de ese término ambigüo, en tanto que no está en absoluto agotado el sentido y que más que enuncia, vive ese sentido vacilante : «Yo soy un hombre». Más aún al nivel de la experiencia analítica, hasta en esta identificación, la vista a partir del semejante, la experiencia que se lleva por los caminos contorneados sobre ellos mismos, los ciclos que cumple en proseguirse alrededor de esta forma tórica, de la cual la botella de Klein es una forma privilegiada.

Los golpes de cerco, los giros, las vueltas, la ambigüedad, la alienación, lo desconocido de la demanda después de ese tiempo para comprender, es un momento, el único decisivo, el momento en que se pronuncia ese «Yo soy un hombre». Lo digo rápidamente por miedo a que los otros lo hayan dicho antes que, no  me dejen sólo detrás de ellos.

Tal es esta función de la identificación, por lo cual la botella de Klein nos parece la más propicia para designar, si designo eso una vez más, lo que es impropio de llamar los contornos, en tanto que no tienen nada de específico. Se los mostraré de alguna manera por la cual el aspecto del uno en el otro, está acomodado hasta la utilización que se puede hacer, de tal o cual, de sus recesos.

Ese no es un contorno, sino que se llega a esta forma muy particular, la cual reencuentran aquí, viniendo a insertarse sobre el orificio circular por donde está marcada la entrada posible en los dos espacios encolados, que define esta superficie en la medida en que la definimos en el  espacio. Conviene distinguir las propiedades internas del espacio.

Sobre esta superficie, no porque sea un juego, sino un soporte esencial, vamos a ubicar los tiempos mayores de la experiencia. Vamos a marcar y definir que, si esta forma es una de aquéllas en la cual podemos dar el soporte más adecuado a lo que yo pienso – en el punto de donde les he articulado las cosas para hacerles escuchar esto sin prestarse a malentendido – sobre lo que está bajo la estructura del lenguaje, no sin substancia, no sin hypokeimenon, sino el «bajo», en tanto que yo digo que el sujeto es lo que el significante, como tal, representa cerca de otro significante. Esto que está bajo la trama del significante en la medida en que debemos considerar a todo sistema de significantes como constituyendo una batería coherente que, implícitamente, debe bastar, y no es muy necesario para el uso decir, el sujeto definido así como lo que del significante se representa en el interior del sistema del significante; está allí lo que entendemos por el sujeto. El sujeto tiene una forma tal como aquélla, pues el sistema de nudo, de lazo a sí mismo, de costura a sí mismo de la superficie, es extremadamente limitada. Aquélla tomada como ejemplo nos permite el abordaje más accesible, al menos para el tiempo presente de mi exposición.

Allí se halla lo que representará el ejercicio efectivo de ese significante, lo que se llama: decir o palabra. Esa será la traza de algo que podemos concebir como línea, corte. Esa será la traza de algo que, sobre esta superficie, se inscribe.

Tomemos esto que parece sugerir esta parte tórica de la botella de Klein, la curva las vueltas, el recorrido de algo que no se somete más que a la única condición de no recortarse. Esto nos lleva a una progresión a la vez circular y forzosamente progresiva, en tanto que, de volver atrás, ella no podría más que recortarse, lo que está excluido por el encauzamiento que hemos dado a un cierto tipo de corte. Llegamos a esto: que la demanda como tal, si lo que yo llamo demanda es ese movimiento circular que tiende a ser en sí mismo paralelo y siempre repetido, en la medida que ella no es en absoluto esencial a ser reducida, la demanda de satisfacción de la necesidad, de donde una psicología empírica tenderá a hacerla partir, pero ella, es aquello en lo cual el discurso se inscribe en el lugar del Otro, en tanto que eso que se dice en el lugar del Otro, es una demanda, aunque para la conciencia del sujeto, ella esté oculta.

La esquizia causada por la demanda del sujeto ($(D).

Por el momento entendamos que la demanda está definida como el discurso que viene a inscribirse en el  lugar del Otro. La demanda, desde donde ella parte, progresa necesariamente hacia un punto, que es aquel que designo como el punto de la identificación.

Es, precisamente, en efecto, acerca de lo cual testimonia la experiencia analítica –  y lo que en  la ignorancia, o no, de los habladores, de los teóricos, sepan o no su alcance y por ellos ubicada toda la doctrina de la experiencia analítica – que pone todo su registro sobre esos tres términos : la demanda, la transferencia y la identificación. Que efectivamente, no se base, no se aprehenda, no se justifica hasta un cierto punto. Aunque si vengo para introducir que otra dimensión es necesaria, sin lo cual aquélla, tal como está definida, permanecerá encerrada en esta forma, que indefinidamente girando sobre ella no será ubicada la certeza de un punto de detención en ninguna parte.

El año pasado he indicado en qué sentido debíamos ubicarlo por relación a lo que podemos llamar la figura, la función de la transferencia, el sujeto supuesto saber. Tendremos que revocarlo. Lo que quiero  simplemente presentificar a vuestra mirada, es este punto preciso, donde lo que he dibujado como el bucle  de la demanda, se compromete al nivel del punto de retorno, de retroceso, la superficie. Para hacerles sentir esto del modo más simple posible por el empleo de los factores, para esquematizar la botella de Klein, del mismo modo que ustedes podrían esquematizar un toro cerrado en su primer enrulamiento cilíndrico, hagan de ello un lazo.

Lo que se producirá hará un nudo de un modo que es inverso el uno por relación al otro, por el único hecho de esta inversión; cuando la demanda apunte a comprometerse en las facetas del punto de retorno de la superficie, tenemos un aspecto diferente del bucle por los cuales los giros se enlazan el uno al otro. ¿Qué ocurre? Es que el bucle hace una vuelta para reflejarse sobre el borde de lo que llamaremos el círculo de retorno. Eso ocurre en lo que podemos llamar el falso toro de la botella de Klein, y de nuevo ella pasa en esa especie de mitad de tubo que constituye a ese nivel. En el momento en que cada  una de las partes se integra de este modo especial, es fácil demostrar que el número de esos puntos de vuelta, no pueden estar más que para que, la demanda del Otro sea invertida; eso será en el sentido propio de las agujas del reloj o inversamente.

Es importante captar que aún en este nivel radical tan simple como posible, que en la función del lenguaje, tratamos con una realidad orientable, pues si los aspectos que presenta esta figura, no tienen más que un carácter contingente en el interior de la superficie, en ninguna parte el punto de esos retrocesos se manifiesta de modo tangible para la superficie misma. Inversamente, la superficie o lo que sea que allí habita, no puede percibirse de qué naturaleza de superficie es ella, en razón de ese fenómeno que los recorridos que se hacen allí son ubicables como no orientables. Dicho de otro modo, son ubicables como pudiendo reencontrarse en un punto cualquiera como invertidos.

De no considerar más que las propiedades internas de la superficie, hay una derecha y una izquierda de un trazado, de un puro trazado de discurso. Es ubicable que una cosa es levógira o dextrógira, Independientemente del fenómeno de espejo, en la superficie no se mira. Es conocida la posibilidad de que las cosas giran en un sentido, giren en el mismo sentido; puede hacerse que lo que puede girar allí en un sentido, pueda girar en un sentido contrario. Es lo que nos permite abordar ese algo alrededor de lo cual gira la dificultad y los tropiezos de la teoría analítica.

Si las cosas son como se  las describe, si no podemos aprehender de ningún desarrollo el progreso del inconsciente, en tanto que es semejante de la traza del discurso, del corte, en ese velo singularizante  topologizado que acabo de darles del sujeto, como siendo el sujeto de la palabra determinado por el lenguaje. Tenemos allí el único soporte válido – que no se encuentra para nada en la gracia de las más groseras imagenes –  que es dado en la segunda tópica de Freud, del ideal del yo, hasta del superyó. Es en tanto que podemos llegar a aprehender los puntos nodales y el de la identificación. Es en tanto que semejante esquema nos permite que podamos tratar de abordar de un modo diferente, del modo en el cual ella se formula en la teoría analítica, de manera satisfactoria para todo lector capaz, de lo que tiene relación con el inconsciente estructural.

Esto es todo lo que justifica tantas elucubraciones, distorsiones, alrededor del yo, tantas formas atípicas, anormales, dominantes del super yo. Esto es, en esta búsqueda reencontrada en nuestra experiencia, hecha de los tropiezos, en los puntos analizables de lo que se llama impropiamente: «los análisis de material»‘

Trataré de sugerirles, para una parte de ese material, que Ello nunca habla más que palabras. No hay una página, en la «Psicopatología de la vida cotidiana» – cualquiera sea la diversidad que se encuentre en este volumen – donde no estemos enfrentados a lo que entra en juego en el significante. Cosas que tienen valor de significante sin que, ningún intercambio, metáfora, no sea nunca aprehendido, accesible, comprensible. Seguramente, allí aprehendemos la divergencia, la ambigüedad, las dos partes que de ese hecho se proponen y que son, tanto por Freud, como por los autores, subrayadas, a saber: que en ciertos casos dominan lo que se pueden llamar los efectos de significación. Pero que, en otros casos, debo decir esto es lo que más sorprende, en la época en la cual, no había otros recursos más que ver la contingencia de las trazas narcisísticas, está el caso que opera esencialmente, no sobre la significación, sino sobre alguna cosa que llamo provisoriamente – y que ya he dicho ante ustedes –  no-sentido.

Lo que no quiere decir ni absurdo, ni insensato. No-sentido; él es lo que hay de más positivo, de más nodal en el efecto de sentido, a saber, en algo que se encarna en esos efectos de olvidos de nombres propios, tan ricos, tan esclarecedores en el texto de Freud.

Es allí, entonces, que encontraremos el campo del primer descubrimiento analítico, que quiere decir que otra cosa fue necesaria – aunque de manera oscura y descarriada, que es la última reencontrada, esto es: la estructura de soporte. Es a ello que ayuda a suplir esta tópica singular que retumba a menudo en las vías de la psicología más errónea, es allí que se trata de constituir algo pura y simplemente, de más verdadero, si damos aquí, a ese término de verdad, la orientación de lo que, simplemente, quiero decir, lo que no es la misma cosa que el uso que hago de ello en otros registros. La palabra verdadero tal como yo la empleo quiere decir: real.

Pues o esto es algo en su género que está en escuchar como lo real, siendo ese real que estamos muy prestos a admitir como siendo la dimensión de lo imposible, lo real, donde todo lo que yo les digo, no tiene ningún lugar de ser.

Si partimos de allí – lo cual ilustraré la próxima vez -, mostrándoles como eso nos permite avanzar en eso de lo cual se trata, a saber la coherencia de los puntos sensibles de la experiencia analítica; lo que nos permite avanzar en la institución misma de la lógica y  nos permite  superar esos impasses extravagantes donde vemos proliferar en la época moderna esos sistemas tan satisfechos de ellos mismos, infautados de la lógica simbólica, que no ven que, criticando a Aristóteles se sumergen en vías de impasse. Ellos no pueden proponer algo que se llama metalenguaje, en tanto que ellos no son más que extractos y no esencia.

Me gustaría, en tanto que no puedo en la posición en la cual estoy, con lo que tengo que recorrer como camino, comprometerme en la crítica del libro de Bertrand Russell, texto fascinante; verán que el edificio del lenguaje, enteramente arbitraria, lenguaje hecho de una superposición de un edificio en número indeterminado de sucesivos metalenguajes que supondrían, en la base, un lenguaje objeto.

Esta concepción del lenguaje, como debiendo ser comandado por la teoría de los tipos, del nivel de información de la verdad, primer lenguaje, lenguaje objeto. Segundo nivel: «Yo he dicho que esto es verde», metalenguaje. «Yo no habría debido decirlo». La negación supone un tercer piso del lenguaje. Suposición que no podría aprehender en nada lo qué es la constitución del sujeto, a saber lo que pone al hombre en posición de tener una relación de lo que puede decir ser, de lo que él elude en una fuga desatinada. Todo ello reposa en la necesidad de evitar las paradojas. La paradoja del mentiroso el pretendido impasse del juicio. Es importante para nosotros, analistas, ver que la objeción no tiende, y no tiene necesidad de ser relaciónada con la teoría de Bertrand Russell para ser superada, a saber que todos los catálogos no se contienen ellos  mismos.

Por hoy, les digo sobre qué camino les conduzco. Espero conducirlos, para que podamos discutirlo, sobre puntos de detalles, para que pueda recibir allí tal contribución. Se trata de esto: que se dibuja del modo claro, el punto de la primera aprehensión que resulta de la lectura de la «Psicopatología de la vida cotidiana», el efecto de significación. Si algo no va, es que usted desea eso, algo que significa, por ejemplo, matar a vuestro padre.

Pues esto no es de ningún modo suficiente por la razón, que no es tal o tal deseo, más o menos fácilmente descubierto en un tropiezo, de una conducción que puede hacerse en un volumen de la relación al lenguaje. Lo que es importante es que el lenguaje en un punto que no concierne al deseo, esté allí interesado simplemente como delimitación como, por otra parte, diciendo eso, no dice simplemente que yo deseo.

Lo que Freud descarta desde el inicio es un trastabilleo de palabras, en el sentido en que sería una paráfrasis, en el sentido motor del término. Esto es un trastabilleo de palabras que es un trastabilleo de lenguaje, que es en función de una sustitución fonemática, que es ella misma traza, que puede conducirnos al resorte de eso de lo cual se trata. Es en ese sentido que el deseo interviene y del deseo de matar a mi padre soy reenviado al nombre del padre. Es alrededor del nombre y no, de ningún modo, de confesión alrededor de no importa cuál tropiezo de palabras, es alrededor del nombre que se hace la localización freudiana. Ese nombre del padre si consideramos la estructura de la experiencia freudiana, ese nombre del padre, es allí que está el misterio, pues es en razón de ese nombre del padre, que mi deseo es conducido a ese punto doloroso, crucial, que es el de matar a mi padre y más aún, que yo tenga el deseo de acostarme con mi padre, bajo el significante del nombre del padre. Es esto lo que se trata de seguir en el enunciado de Freud, para ver allí la solución, a saber, lo que él llama el carácter contagioso del olvido de los nombres, y en el caso que se encuentra al final del primer capítulo, les mostrará que es porque todos los asistentes a un cierto diálogo se encuentran juntos, tomados en algo que sin duda tiene que ver con un deseo, no importa cual, que es un mismo nombre propio que conocen todos – título de un libro no muy brillante, «Ben Hur» –   una encantadora jovencita creyó deber decir que ella encontró allí algo esencial. ¿De qué se trata en este ejemplo? De algo que tiene, quizá, relación con un deseo, pero que pasaba por esta vocalización, esta emisión de voz que se habría formulado por (Ich) Bin hure: «Yo soy la puta»

¿Dónde está lo importante, lo decisivo? Es que esta declaración oculta la sortija que pasa a través de esta jovencita y los jóvenes que la rodean, a saber, algo que tendería a hacer salir el deseo de cada uno, donde veremos la garantía que esos deseos  tienen un factor común, pero que en todos, algo que interesa a la declaración del nombre propio, en la medida en que, en toda declaración, la identificación del sujeto – cualquiera que sea la distancia donde se produce la relación al nombre propio – la identificación del sujeto está interesada. Es a este nivel que se sostiene el resorte, el modo del cual tenemos que definir topológicamente de lo que se trata en el análisis, es precisamente la localización del deseo. No de tal o tal deseo, que no es más que sustracción, metonimia, hasta defensa, como es su figura más común cuando se trata de localizar ese deseo donde el análisis debe encontrar su término, sobre todo su acento, si como lo hemos anticipado es el deseo del analista quien es el amo del análisis; ese deseo debemos saber definirlo topológicamente en relación con ese fenómeno que le está ligado de un cierto modo que no hacemos más que aprehender, a saber, la identificación.

Allí estará el sentido de mi discurso, allí donde lo retomaré la próxima vez..