Seminario 13: Clase 15, del 27 de Abril de 1966

Bueno, inter, como se dice, inter en latín. Es San Agustín el que comienza así una especie de enunciado que ha terminado por erosionarse a fuerza de correr: Inter urinas et feces nascimur. Era un delicado. Esta observación que, en sí misma no parecería implicar consecuencias infinitas, ya que también desde que nacemos de este perineo es necesario de todos modos, decir que corremos después. Es cierto que si San Agustín tenía razones para recordar esto por otras razones, por otras razones que nos interesan a todos en este sentido en que no es a título de viviente, de cuerpo, que nacemos —Inter urinas et feces— sino a título de sujeto. Es por esto que esto no se limita a ser un mal recuerdo, sino a ser algo que, al menos para nosotros que estamos acá, nos solicita presentemente este año interesarnos vivamente en el objeto a, del que resulta que, al menos, uno entre ellos se encuentra en relación con sus alrededores. Al menos uno entre ellos, incluso dos, el segundo, a saber, el pene, resultan ocupar en esta determinación del sujeto un lugar totalmente fundamental. La manera en que Freud articula este nudo introduce, una gran novedad en cuanto a la naturaleza del sujeto. Es particularmente oportuno recordarlo cuando la necesidad del advenimiento de este sujeto nos la hace venir de otro lado totalmente distinto, a saber del pienso. Ustedes deben sentir que si tomo tanto trabajo para articularlo a partir del pienso es, por supuesto para volverlos a llevar al terreno freudiano que les permitirá concebir por qué está el sujeto que captamos, en su pureza, a nivel del pienso, en esta conexión estrecha con dos objetos a, tan incongruentemente situados. Es necesario decir por otra parte, que nosotros, que no somos partidarios, no tenemos un objetivo especial hacia la humillación del hombre. Nos daremos cuenta de que hay otros dos objetos a, cosa curiosa. Que permanecieron, incluso en la teoría freudiana, a medias en las sombras, aunque juegan su papel de instancia activa, a saber la mirada y la voz. Pienso que la próxima vez volveré sobre la mirada. He hecho dos, incluso tres célebres Seminarios, como se dice, en el primer año de mis Conferencias aquí, donde intente hacerles sentir la dimensión donde se inscribe este objeto, que se llama la mirada. Algunos de entre ustedes seguramente lo recuerdan. Aquellos que vienen desde hace mucho tiempo a mi Seminario no pueden haber dejado pasar su importancia. Y ya que tendré la ocasión, —pienso, la próxima vez—, de poner a ahí todo el acento, quisiera desde hoy, a aquellos que representan el batallón sagrado de mi público, a saber, vosotros, recomendarles de aquí a entonces, porque eso volverá mucho más inteligible las referencias que haré aquí lo que apareció en el muy brillante libro que acaba de salir de nuestro amigo Michel Foucault, lo que apareció en el primer capítulo de este libro bajo el titulo: Los siguientes, capítulo primero, del libro de Michel Foucault, intitulado para aquellas que son duros de oído hoy, in-ti-tu-la-do: Las palabras y las cosas. Es un bello título. De todas maneras, este libro no los decepcionará y al recomendarles la lectura del primer capítulo, estoy, en todo caso, muy seguro de no perjudicarlo, porque bastará que ustedes hayan leído este primer capitulo para echarse vorazmente sobre todos los otros. No obstante, me gustaría que, al menos, un cierto número de ustedes haya leído este capítulo de aquí a la próxima vez porque es difícil no ver ahí inscripto en una descripción extraordinariamente elegante lo que precisamente esta doble dimensión que, si ustedes recuerdan yo había representado en otro momento mediante dos triángulos opuestos: el de la visión con este objeto ideal que aquí se llama el ojo y que se supone constituir la cima del plano de la visión y el que en el sentido inverso se inscribe, bajo la forma de la mirada. Cuando ustedes hayan leído este capítulo ustedes estarán mucho más cómodos para entender lo que daré la próxima vez como continuación. Otra pequeña lectura de género de distracción para leer bajo la ducha, como se dice: hay un excelente librito que acaba de aparecer bajo el título: Paradojas de la conciencia redactado por alguien que todos estimamos, porque todos hemos abierto en algún momento alguno de sus libros ricos en la mayor erudición científica que se llama el Señor Ruyer. Se pronuncia Ruyer, según parece. Raymond Ruyer profesor de la facultad de letras de Nancy. El Señor Ruyer, que en este retiro provincial prosigue desde hace largos años un trabajo de elaboración extraordinariamente importante, desde el punto de vista epistemológico, les da ahí una especie de colección de anécdotas que, diría tiene a mis ojos un valor catártico totalmente extraordinario, al deducir, en efecto, lo que se puede llamar las paradojas de la conciencia a la forma de una especie de Almanaque Vermot, lo que es, de todos modos, bastante interesante quiero decir, las pone, en su lugar, en su lugar, en suma, de buenas historias. Parecería que desde hace un ben tiempo las paradojas que nos atraen deberán ser otra cosa que paradojas de la conciencia. En resumen, bajo esta rúbrica verán resumidas todo tipo de paradojas, algunas extremadamente importantes justamente en esto: que no son paradojas de la conciencia sino cuando se las reduce al nivel de la conciencia. No significan nada más que futilidades. Es una lectura extremadamente saludable y parece que una buena parte del programa de filosofía debería ser puesta definitivamente fuera del campo de la enseñanza después de este libro, que muestra el exacto alcance de un cierto número de problemas que no lo son. Hay, en los dos últimos números de Esprit algunas páginas de un dominicano, parece J. M. Royer, un punto de vista de lo religioso que no debe descuidarse. Ustedes verán la manera en que mi enseñanza puede ser utilizada en una perspectiva religiosa cuando se lo hace honestamente contrariamente a lo que se hizo en el otro libro, que no cito sino de manera indirecta. Hoy vamos a dedicarnos a trabajo de estudio y comentario con este artículo de Jones que se llama Desarrollo precoz de la sexualidad femenina, aparecido en 1927. Jones ha escrito otros dos artículos, también importantes, que fueron traducidos. Me recordaron esto de una manera que me pareció bastante feliz, ya que lo había olvidado completamente. Fueron traducidos en el Volumen Nº 7 de La psychanalyse, dedicada a la sexualidad femenina, números que no están, quizás, agotados. De manera que, ¡Dios mío!, para aquellos de entre ustedes que no tengan una familiaridad demasiado grande con la lengua inglesa, esto les facilitará retrospectivamente, pienso, para aquellos que no leyeron aún, el primer artículo, captar bien lo que llegaremos a decir hoy sobre este artículo y leyendo el otro encontrar ahí el esbozo de futuras trabajos, ya que es claro que obtendré tanta buena voluntad para los primeros Seminarios cerrados como la que obtuve para éste, tomándome de una manera un poco de apuro, término que merece ser subrayado aquí para introducir a las personas que han querido dedicarse a eso a partir de mi demanda. Encontrarán ahí además, en este número sobre la sexualidad femenina, bajo el título: La femineidad en tanto que mascarada, que es exactamente la traducción del título inglés, un excelente artículo de una excelente psicoanalista, que se llama Joan Riviere, que siempre tomó las posiciones más pertinentes, sobre todos los temas de psicoanálisis y muy especialmente —se los digo de paso— sobre el tema de psicoanálisis de niños. Ustedes ven que no les falta objeto de trabajo, siendo el más urgente leer a Michel Foucault para la próxima vez. Entonces, como considero mucho esta colaboración from the floor como se dice, de un Seminario cerrado, voy a darle la palabra inmediatamente a la Señorita Muriel Grazien, que quiso hacer para vuestro uso, una especie de presentación, introducción de este artículo de Jones que se llama: Desarrollo precoz —o primer desarrollo como les convenga— de la sexualidad femenina. Ustedes van a ver primero de que retorna y espero que llegaré a mostrarles el uso que entiendo hacer de esto. GRAZIEN: —Es un término unseen man que esta presente en el texto original de Jones y que está traducido en francés muy exactamente, pero al que forzosamente le falta un poquitito de … pimienta. ¿Qué hay en la mujer que corresponda al temor a la castración en el hombre?, ¿qué es lo que diferencia el desarrollo de la mujer homosexual de aquel de la mujer heterosexual?. Estas son las dos cuestiones que Ernest Jones se plantea y que su artículo Early development of famale sexuality, aparecido en The international journal of psycho-analysis en 1927, apunta a elucidar. Muy rápidamente, en el hecho de cernir la primera cuestión, Jones centra el problema alrededor del concepto de castración y es en este punto que se detiene para elaborar un concepto más concreto y más satisfactorio para el desarrollo de un cierto hilo conductor de este artículo que está anunciado desde el primer párrafo. Es ahí que Jones evoca nociones de mistificación y prejuicios en los autores que escriben sobre el tema de la sexualidad femenina, que los analistas disimulan la importancia del genital femenino y habían adoptado pues, una posición falocéntrica, como él dice a propósito de estas cuestiones. Que estos hilos conductores sean para Jones la ocasión para volver a poner en cuestión todo el concepto de castración, haciendo surgir estos puntos donde él mismo está insatisfecho de la formulación dada, entonces, de este concepto, no impedirá que Jones se prenda él mismo, de este hilo, en las diversos momentos en los que habla de la realidad biológica como fundamental. Cuando subraya el rol primordial del órgano sexual masculino, The all important part normally played in male sexuality by the genital organs ,cuando habla de la amenaza parcial que representa la castración, la castración no es sino una amenaza parcial por importante que sea, de la pérdida de capacidad en el acto sexual y del placer sexual ,cuando hace notar que la mujer está bajo una dependencia estrecha con respecto al hombre en lo que concierne a su gratificación, Por razones fisiológicas y evidentes la mujer es mucho más dependiente respecto de su partenaire para su gratificación que el hombre respecto al suyo. Venus tuvo muchas más dificultades con Adonis que los que tuvo Plutón con Perséfone ,en fin, cuando precisa lo que es para él la condición misma de la sexualidad normal, para estos dos casos (hablando de las inversiones) la situación primordialmente difícil es la unión simple, pero fundamental, entre pene y vagina . La toma de partido inconsciente, como la llamó Karen Horney, contribuyó —nos dice Jones— a considerar las cuestiones tocantes a la sexualidad demasiado desde al punto de vista masculino y arrojó pues, a una posición de desconocidos lo que él llama los conceptos fundamentales. Intentando responder a esta cuestión, es decir, dar cuenta del hecho de que las mujeres sufren este terror al menos tanto como los hombros, llegué a la conclusión de que el concepto de castración, en ciertos aspectos trabó nuestra apreciación de los conflictos fundamentales . El concepto indiscutiblemente más general y más abstracto en el que Jones concluye es el de afanisis. Esta afanisis será la desaparición total, irrevocable, de toda capacidad en el acto sexual o en el placer de este acto. Ese sería, pues, el temor —dread en inglés— el temor a esta situación que es común a los dos sexos. A propósito de afanisis, hemos pensado que este término no podía corresponder en el nivel clínico a otra cosa que la desaparición del deseo tal como lo entendemos. En este momento, el temor de afanisis se traduciría por el temor de la desaparición del deseo, lo que nos parece la otra cara de una de estas monedas: o bien, deseo de no perder el deseo, o bien, deseo de no desear. En todo caso, Jones no irá más lejos en el desarrollo de este concepto que él aplica a estos fines útiles y podemos suponer que no alcanzaba ni para él mismo, ni para una formulación más rigurosa de lo que representa la castración femenina. Seguimos a Jones, ahora hasta la segunda cuestión, que aborda mediante un vistazo del desarrollo normal de la niña: el estadio oral, el estadio anal, la identificación a la madre en el estadio boca-ano-vagina, pronto seguido, —como él dice— por la envidia del pene. Al precisar la distinción de envidia del pene pre y post edípica o auto y alo-erótica, Jones recuerda la función en la regresión como defensa contra una privación en este último estadio, privación de no compartir nunca un pene con su padre en el coito, lo que remitiría a la niña a su primera envidia del pene, es decir, de tener su propio pene. Es en este momento que la niñita debe elegir, punto de bifurcación entre su apego incestuoso al padre y su propia femineidad. Ella debe renunciar, o bien a su objeto, o bien a su sexo, subraya Jones. Le es imposible conservar los dos. Creo que eso merece, en este momento, que les lea el párrafo donde lo precisa. No existen sino dos posibilidades de la expresión de la libido en esta situación y estas dos vías pueden ser tomadas una o la otra. La niña debe elegir, a grosso modo , entre abandonar su apego erótico al padre y el abandono de su femineidad, es decir, su identificación anal a la madre, ella debe cambiar de objeto o de deseo. Le es imposible conservar los dos. Ella debe renunciar o al padre o a la vagina, incluidas las vaginas pregenitales. En el primer caso, los deseos femeninos se desarrollan en un nivel adulto, es decir en cuanto erótico difuso, narcisismo, actitud vaginal positiva respecto del coito culminando en el embarazo y en el parto, y son transferidos al objeto más accesible. En el segundo caso, el lazo con el padre está conservado, pero esta relación de objeto es transformada en identificación, es decir, en complejo del pene. Las niñas que renuncian al objeto siguen al desarrollo normal mientras que en el segundo caso, donde el sujeto abandona su sexo, el no abandono del objeto se transforma en identificación, y este es el caso de la homosexual. La divergencia mencionada, que es necesario decirla, es siempre una cuestión entre aquellas que renuncian a su libido de objeto, el padre, y aquellas que renuncian a su libido de sujeto, el sexo, se reencuentra con el campo de la homosexualidad femenina . Entonces, Jones opera una división en el interior del grupo homosexual. Se pueden distinguir ahí dos grandes grupos. Primero, las mujeres que conservan su interés por los hombres, pero que tienen el empeño de hacerse aceptar por los hombres como siendo de los suyos. A este grupo pertenece un cierto tipo de mujeres que se quejan sin cesar de la injusticia de la suerte de la mujer y del maltrato de los hombres para con ellas. . Segundo, las que tienen poco o ningún interés por los hombres, pero cuya libido está centrada en las mujeres. El análisis muestra que este interés por las mujeres es un medio sustitutivo de gozar de la femineidad. Utilizan siempre a otras mujeres para exhibirlas en su lugar . Nosotros subrayamos ahora que por la primera división que Jones opera, están en estos dos subgrupos de homosexuales, todas mujeres que han elegido conservar su objeto en el padre, y renunciar a su sexo. Es aquí que es necesario seguir atentamente la exposición de Jones para ver lo que sucede. Es fácil ver que el primer grupo así descrito recubre el modo específico de los sujetos que habían preferido abandonar su sexo, en tanto que el segundo grupo corresponde al sujeto que ha abandonado el objeto-padre, y se sustituye a él por identificación. Entonces, repito, en tanto que el segundo grupo corresponde al sujeto que ha abandonado el objeto-padre. Las mujeres que pertenecen al segundo grupo se identifican también con el objeto de amor, paro este objeto pierde, entonces, todo interés para ella. Su relación de objeto externa a la otra mujer es muy imperfecta por que ella no representa de ahí en más sino su propia femineidad por medio de la identificación y su fin es el de tener, por sustitución, la gratificación por parte de un hombre que permanece invisible al padre incorporado en ella. Y este es el hombre que les permanece invisible, unseen man. A partir de estas descripciones no se puede sino notar que este interés por las mujeres, huidizo de alguna manera, parece dirigirse a un atributo sin que haya verdadera relación de objeto. ¿Qué se podría comprender si ahí se trata de una identificación doble, por una parte al padre, por otra parte a la amante?. Proponemos que se trata en este ejemplo de una operación simbólica. Primero, que la amante es el símbolo de la femineidad perdida, más bien de la feminidad a la cual el sujeto habría renunciado. Segundo, este hombre que le es invisible the unseen man, lo que no quiere decir the unseeing man, el padre o, más bien, lo que de él ve lo que de él es seeing. El ojo, símbolo ya evocado por Jones en su teoría del simbolismo y preciado por él en este lugar como fálico, es el verdadero objeto, porque su presencia es necesaria, incluso indispensable, para el cumplimiento del rito destinada a devolver al padre lo que él no ha dado. Para darles una imagen muy captadora de este tipo de relación les voy a leer un episodio que es vista por el narrador, Marcel, en El camino de Swann, en un momento en que él por azar, si se quiere, es también por otra parte, unseen, es decir, está oculto por las circunstancias y la escena se desarrolla frente a él sin que se sepa que él esta ahí. Evidentemente, toda la escena es interesante. Les refiero simplemente algunas líneas: en el escote de su blusa de gasa, la Señorita Vinteuil sintió que su amiga le daba un beso. Ella lanzó un pequeño grito. Se escapó y ambas se persiguieron saltando, haciendo revolotear sus amplias mangas como alas y cloqueando y piando, como pájaros enamorados. Luego, la Señorita Vinteuil terminó por caer sobre el sofá recubierto por el cuerpo de su amiga. Pero, esta giró la espalda hacia la mesita, sobre la cual estaba colocado el retrato del viejo profesor de piano . LACAN: —Que es su padre…. GRAZIEN: —La Señorita Vinteuil comprendió que su amiga no la vería si ella no atraía su atención y le dijo como si acabara de darse cuenta: ¡oh!, este retrato de mi padre que nos mira no sé quién pudo ponerlo ahí a pesar de que dije veinte veces que ese no era su lugar . Recuerdo que eran las palabras del Señor Vinteuil que habría dicho a mi padre a propósito del fragmento musical. Ese retrato les servía, sin duda habitualmente para profanaciones rituales, porque su amiga le respondió mediante estas palabras que debían formar parte de sus respuestas litúrgicas: pero, déjalo, pues, donde está, ya no esta ahí para fastidiarnos. ¿Crees que él lloriquearía y que querría ponerte tu abrigo si te viera ahí, por la ventana abierta, este simio ruin? . La Señorita Vinteuil respondió mediante palabras, … reproches. Veamos, veamos…..Y más adelante: ella no pudo resistir a la atracción del placer que experimentaría de ser tratada con dulzura por una persona tan implacable para con un muerto sin defensa. Saltó sobre la rodilla de su amiga y le tendió castamente su frente para besar como ella habría podido hacer si hubiera sido consintiendo con delicia que ambas llegaban así al colmo de la crueldad al arrebatar al Señor Vinteuil, hasta la tumba, su paternidad Y más adelante es el narrador el que habla: yo sabía ahora, por todos los sufrimientos que durante su vida el Señor Vinteuil había soportado a causa de su hija, lo que después de la muerte, había recibido de ella como pago . LACAN: —Gracias señorita. Bueno, la señorita Grazien en suma, les dio una introducción, una introducción, por cierto rápida. Ella no lo es y después de todo, no tenemos, en absoluto, que reprochárselo, ya que es una introducción. Puso dos cosas muy importantes en relieve, concernientes a este artículo, que aunque corto implica, por ejemplo, ciertos desvíos que ella creyó dicho a elidir sobre, por ejemplo, la idea de privación y la de frustración que lo sigue. Las relaciones de la privación a la castración, todos términos, son para nosotros, al menos para aquellos que recuerdan lo que enseño, de una importancia bastante grande. Pero, ella no hizo mal, sin embargo, ya que para ustedes, que están en la posición siempre difícil del oyente lo que está puesto en relieve son dos términos: por una parte, la noción de afanisis y por otra parte; la manera, en la que Freud, en la que Jones, en la preocupación que tiene de buscar lo que concierne a la castración en la mujer se ve llevado sobre ciertas posiciones que implican referencias que se pueden calificar, hablando con propiedad de referencias de estructura. Estas referencias de estructura, está claro, ustedes remítanse a este artículo que sabe organizarlas en razón de la misma preocupación que la que regula su articulo sobre El simbolismo, a saber puntuar de una manera que sea rigurosa y válida lo que constituye las amarras de la teoría freudiana del inconsciente. El simbolismo tomó toda una serie de hilos que se desprendieron del tronco freudiano principal, el valor de algo que permite la utilización simbólica, en al sentido corriente del término elementos puestos en valor por el manejo del inconsciente. Esta utilización simbólica, aquella que hace que Jung vea en la serpiente el símbolo de la libido, por ejemplo, es algo a lo que Freud se opuso de la manera más firme, diciendo que la serpiente es —si es el símbolo de algo— es la representación del falo mediante lo cual Freud, Jones —es la segunda vez que hago el lapsus— Jones hace grandes esfuerzos para mostrarnos la metáfora —ya que, al fin de cuentas, es a esta referencia lingüística que está obligado—, para mostrarnos la metáfora desarrollándose en dos sentidos. En un sentido siempre hay mayor ligereza de contenido, no podemos referirnos a otro registro, aunque éste no sea el término que él emplea, pero es forzoso emplearlo al igual que tantos otros, que son todos del mismo orden, a saber de una especie de rarefacción, de vaciamiento, de abstracción o de generalización. En resumen, de respeto, en esta especie de ordenamiento de jerarquías, concerniente a la consistencia del objeto que es la de una teoría, en fin, clásica del conocimiento, que se ve bien que aquello de lo que se trata es de mostrarnos que el símbolo no tiene, en ningún caso, esta función, que el símbolo, muy por el contrario, es ese algo que nos remite a lo que él llama, en su legajo y como puede, las ideas primarias, a saber, algo que se distingue por un carácter, a la vez concreto, particular, único, interesante la totalidad, si se puede decir, y la especificidad del individuo en su vida misma, diremos para no emplear el término que él evita, por supuesto, que no es otro que el término ser. Es muy claro, sin embargo, que cuando hace referencia a estas ideas primarias que él inscribe ahí, justamente términos concernientes a lo que es el ser, a saber el nacimiento, la muerte y las relaciones con los allegados, él mismo designa algo que no es un dato biológico, sino, muy por el contrario, una articulación que transciende, que traspone, que transcribe este dato biológico en el interior de condicionas de existencia que no se sitúan sino en relaciones de ser. Toda la ambigüedad del artículo sobre El simbolismo de Jones está ahí. No obstante, aquello a lo que apunta y su esfuerzo principalmente, para mostrar que aquello de lo que se trata en el simbolismo cierne algo que él no sabe designar, pero que cierne, de todos modos, en alguna forma del movimiento propio de su impulso, de su propia experiencia concreta, de aquello de lo que se trata en el análisis. Llega a este resultado de poner al frente de una manera tan única símbolos que todos son en diferentes grados, símbolos del falo, que nos fuerza a plantearnos la cuestión, a fin de cuentas, de la que es el falo en el orden simbólico. El no nos convence, muy lejos de eso de que el falo es pura y simplemente el pene. Pero, deja abierta la cuestión del valor central que tiene en un cierto número de entidades, de la que el falo es aquella que se presenta con el máximo de encarnación, aunque no presentándose sino detrás de un velo, velo que él no levantó. Por esto haré retomar este artículo por alguien que lo preparó para hoy, pero que prefiere en suma, él mismo volver a darlo en una etapa posterior, es decir, digamos, en nuestro próximo Seminario cerrado. Yo retomaré en la ocasión, como comentario, los detalles de este artículo sobre la teoría del simbolismo. Pero, les advierto, desde ahora, que hay un artículo mío que apareció, si mal no recuerdo, en La psychanalyse Volumen Nº 6. ¿Es el número donde apareció?. Safouan: — Es el cinco. Lacan: —Cinco, Sobre la teoria del simbolismo… en Jones. Lo que hacemos hoy tiene relación a lo que tendré que desarrollar, entonces, en los próximos Seminarios sobre la función del objeto a, un cierto valor de, yo no diré de anticipación, sino da horizonte porque, a fin de cuentas, hay una relación entre el lugar del objeto a , en tanto que es fundamental que nos permite en un cierto modo de estructura, que no tiene otro nombre que el de fantasma, comprender la función determinante, determinante a la manera de un soporte o una montura, dije, que tiene en la determinación de la hendidura de sujeto el objeto a . Este objeto a , como los indiqué en mi discurso recién y, por supuesto, no es una novedad, se presenta bajo, no cuatro formas, sino, digamos, cuatro vertientes en razón de la manera en que se inserta sobre dos vertientes, primero, la demanda y el deseo. Sobre la vertiente de la demanda están los objetos que conocemos bajo las especies del pecho en el sentido y la función que se la da en psicoanálisis, y del excremento incluso como nos expresamos, las heces. La otra vertiente es la que tiene la relación del deseo. Es, pues, una función de un grado más elevado. Se los hago notar de paso. La lectura, recién, del texto francés que hizo la señorita Grazien revela ahí una inexactitud. Lo que estaba traducido por el deseo en un cierto lugar a saber, que la homosexual era llevada a renunciar a su deseo por el objeto, para no renunciar a su sexo, es inexacto. En inglés es: the wish, y desde el momento en que es the wish, no es el deseo es el anhelo o la demanda. El deseo, hemos situado aquí su lugar topológico suficientemente en relación a la demanda para que ustedes conciban lo que quiero decir cuando digo, hablo de otra vertiente a propósito de la función de otros dos objetos , a saber, de la mirada y de la voz. En las dos parejas se hace una oposición que del sujeto al Otro, se puede situar así: demanda del Otro, es el objeto-heces; demanda al Otro, es el objeto-pecho. Y bien, la misma operación existe, aunque no puede sino parecerles más oscura, ya que no se las expliqué. Hay también algunas formas, no, la oscuridad no está sobre al deseo del Otro, que ustedes sentirán ya inmediatamente soportado por la voz, sino sobre este deseo al Otro, que, representa una dimensión que espero a propósito de la mirada poder abrirles. Pero, en el corazón de la función de este objeto a , está claro que debemos encontrar lo que es totalmente central en la institución, en la instauración de la función del sujeto es muy propiamente hablando la función que viene a ocupar en el mismo lugar el falo, que, precisamente no tiene, en absoluto, el mismo carácter concerniente a lo que se podría llamar como una cuestión común que engloba en su paréntesis el conjunto de los objetos en cuestión. No tiene, no entra como órgano, ya que, a fin de cuentas, en todos estos casos, y por materiales que puedan parecerles dos de ellos, se trata, sin duda, en todos los casos de un representante orgánico. Seguramente parece ya menos sustancial, menos captable a nivel de la mirada y de la voz. Pero, eso no es, sin embargo, en razón simplemente de una especie de diferencia de escalas, de diferencia escalar, como se diría, en el carácter inasible que encontramos aquí al falo. El falo entra como tal en una cierta función que se trata ahora de definir y que, hablando con propiedad, no puede definirse sino en la referencia del significante. La doble dimensión que se revela aquí es, como ustedes lo verán, algo que diferencia el carácter que se sustrae, el carácter inasible de la sustancialidad del objeto a cuando se trata de la mirada y de la voz. Esta carácter que se sustrae carácter inasible, no es, en absoluto de la misma naturaleza en cuanto a estos dos objetos y en cuanto al falo. Qué sucede cuando alguien como el Señor Jones, digo, nutrido, inspirado del mismo más puro estilo de la primera investigación analítica en el valor de descubrimiento que tenían las realidades da la experiencia, no podía aún, de ninguna manera ser reducido a no haber podido ser poco a poco reaspirado en una serie de vías, de huellas que representan, hablando con propiedad, en relación a esta experiencia, una racionalización y que es toda aquella que hizo desarrollarse al psicoanálisis en una vía que por algo merece, ser situada en algún paralelismo en relación a la reducción, si se puede decir, educativa que Anna Freud hizo del psicoanálisis al nivel de los niños. Por enmascarada que pueda estar tal inflexión del psicoanálisis respecto al adulto, podemos decir que todo lo que hace intervenir, en el estado actual de las cosas y tal como esto fue expresada alguna referencia, sea a la realidad o, aún, a la institución de un yo mejor, menos distendido, más fuerte, como se dice, todo esto no consiste sino en haber hecho reentrar voces que el análisis nos ha permitido imaginar en el registro del desarrollo, en el sentido de una ortopedia fundamental que disipa, hablando con propiedad, el sentido de la experiencia psicoanalítica. Jones, ciertamente no está ahí y el hecho de que él produce frente a nosotros representa algo que tiende a reencontrar puntos de apoyo en un cierto número de referencias recibidas. Es a esto a lo que la señorita Grazien hizo alusión hablando de un cierto número de recursos, a los que se puede llamar un cierto número de prejuicios científicos, por ejemplo primacía de la referencia biológica. ¿Por qué primacía?. No es, en absoluto, por supuesto, cuestión de descuidarla, ni, incluso, de no decir que, a fin de cuentas, ella está primera. Pero seguramente plantearla en primer lugar como primera ahí está todo el error, porque aquello de lo que se trata, en este caso, es de probarla. Ahora bien, ella no está probada. Ella no está probada desde el principio al menos, cuando nos encontramos frente a un fenómeno tan paradójico como la generalidad del complejo de castración, aunque generalidad quiere decir también incidencia en los dos sexos no encontrarán los dos sexos en relación a ese algo al que se presenta primero y de una manera fundamental como dibujando la estructura de este complejo de castración. Comporta algo que se refiere a una parte, y sólo a una parte del aparato genital, en la parte que viene a ofrecerse de manera manifiesta y visible y de alguna manera, pregnante y desde un punto de vista de gestalt, que es, en el hombre, el pene. No privilegio, sino privilegio que toma un valor, se puede decir, de fahía, de manifestación, y donde es, como tal, parece al menos, en un primer abordaje, que se introduce como un valor prevalente. Tal es, en otros términos la función que va a tomar el complejo de castración si lo examinamos bajo un cierto sesgo. Y bien, es excesivamente notable que el primer camino de Jones vaya en el sentido de una subjetivación. Doy a esta palabra el sentido que puede tomar aquí, dado lo que yo enuncio de la definición del sujeto desde hace ya dos años y desde hace mucho más tiempo por supuesto, para aquellos que vienen aquí desde más o menos siempre. No podemos no ver, si ya estamos un poco duchos en esta perspectiva, la relación que tiene la introducción por Jones del término de afanisis, a propósito del complejo de castración, con lo que les representé de la esencia del sujeto, a saber, este fading, este perpetuo movimiento de ocultamiento detrás del significante o de emergencia intervalar que define como tal al sujeto en su fundamento, en su estatuto, en lo que constituye el ser del sujeto. Hay algo torcido que permite abordar de una manera totalmente, diferente la relación ser/no-ser, de una manera que, de algún modo, se extrae de esto como si un juicio pudiera, en algún lugar, captar la relación del ser y del no ser sino de una manera que está ahí, de algún modo, profundamente implícita. Nos hace captar que no podríamos de ninguna manera, especular, razonar, estructurar todo lo que concierne al sujeto sin partir de que nosotros mismos, como sujetos, estamos implicados en esta profunda duplicidad que es la misma que la que el cogito cartesiano despeja fijándose sobre un punto cada vez más reducido al ideal, hasta ser el de nada, que es el yo pienso, no queriendo decir nada el yo pienso por sí mismo, lo que permite esperar, dividir, mostrar en qué torsión es necesario que supongamos que esté de alguna manera, sometida esta subsistencia del sujeto para que pueda aparecer en tal perspectiva de que el ser está disociado entre el ser anterior al pensamiento y el ser que el pensamiento hace surgir. El ser del Yo soy de aquel que piensa, el ser que es llevado a la emergencia, por el hecho de que aquel que piensa, dice luego soy. La afanisis de Jones no es concebible sino en la dimensión de tal ser. Porque, ¿cómo nos lo articula él mismo?, ¿cuál podría ser el retroceso de lo que sea que no fuera del orden del sujeto en relación a un temor de perder la capacidad de lo que se dice en inglés: primero, capacity, segundo, el término sexual enjoyment?. Yo sé que es difícil dar un soporte que sea equivalente a nuestra palabra francesa goce a la que designa, en inglés, enjoyment. No tiene, las mismas resonancias que goce y sería necesario, de alguna manera, combinarlo con el término lust, que sería, quizás, un poco mejor. Como quiera que sea, esta dimensión del goce, de la que les marqué la última vez que íbamos a introducirla, que es de alguna manera un término que plantea por sí mismo problemas esenciales que no podíamos, verdaderamente introducir sino después de haber dado su estatuto al yo soy del yo pienso. El goce para nosotros, no puede ser sino idéntico a toda presencia del cuerpo. El goce no se aprehende no se concibe, sino por lo que es cuerpo. ¿Y de donde podría jamás surgir de un cuerpo algo que sería el temor de ya no gozar?. Si hay algo que nos indica el principio del placer es que si hay un temor es el temor de gozar, siendo el goce hablando con propiedad, una abertura de la que no se ve el límite y de la que no se ve tampoco la definición. De cualquier manera, este goce, bien o mal, no pertenece sino a un cuerpo. Gozar o no gozar es, al menos la definición que vamos a dar del goce porque, por lo que respecta al goce divino, remitiremos, si ustedes quieren, esta cuestión para más adelante. No es que ella no se plantee. Nos parece que hay un desfiladero que es importante captar. Es éste: ¿cómo pueden establecerse las relaciones del goce y del sujeto?. Porque el sujeto dice: yo soy. El centro, yo no diría implícito, porque también está formulado, es dicho claramente en Freud, el centro del pensamiento analítico es que no hay nada que tenga más valor para el sujeto que el orgasmo. El orgasmo es el instante en que se realiza una cumbre privilegiada, única, de dicha. Esto merece reflexión, porque, además, no es menos sorprendente que semejante afirmación comporte de alguna manera, por sí misma una dimensión de acuerdo. Incluso, aquellos que tienen alguna reserva sobre al carácter más o menos satisfactorio del orgasmo en las condiciones en las que nos es dado alcanzarlo, no irán por lo mismo, a no pensar que ese orgasmo es insuficiente, no hay uno más verdadero más sustancial, que ellos llaman con cualquier nombre del que se trate: unión, vía unitiva, fusión, totalidad, pérdida de sí, como ustedes quieran, será siempre orgasmo de lo que se trate. ¿Es que no nos es posible, incluso, para conservar enganchado algún signo de interrogación, lo que está ahí tomado como punto de partida, es que no nos es posible, desde ahora, captar esto que podemos considerar el orgasmo en esta función, digamos incluso provisoria, como representando un punto de cruzamiento, o, incluso, un punto de emergencia, un punto donde, precisamente, el goce, diría, hace superficie?. Esto toma, para nosotros, un sentido privilegiado por esto de que ahí donde hace superficie, en la superficie por excelencia, aquella que hemos definido, que intentamos captar como estructural, como la del sujeto, les indico inmediatamente los hitos que esto puede tomar en ¿por qué no?, lo que llamaremos nuestro sistema. No rechazo la palabra sistema a condición de que ustedes llamen sistema a la manera en que yo sistematizo las cosas y que está, precisamente, hecha de referencias topológicas. Podemos considerar el goce, aquel que está en el orgasmo, como algo que inscribirá, por ejemplo, de una forma particular en que lo tomaría nuestro toro. Si nuestro toro es este sitio del deseo que se logra por la serie de los rizos repetidos de la demanda está claro que en función de ciertas definiciones del orgasmo, como punto terminal, como punto de regreso, como ustedes quieran, será de un toro más o menos hecho así de lo que se trata. Pero, acá tiene un valor puntiforme en otras términos, toda demanda se reduce ahí a cero. Pero no es menos claro que emboca al deseo. La función, si se puede decir, ideal e ingenua, del orgasmo para quién quiera que intente definirla a partir de datos introspectivos es este corto momento de aniquilación momento por otra parte, puntiforme, fugitivo, que representa la dimensión de todo lo que puede ser el sujeto en su desgarramiento, en su división, que este momento del orgasmo, dije del orgasmo, se sitúa. Está claro es a título de goce, del que para nosotros no basta constatar, que en este momento de ideal, —insisto, sobre este ideal, está realizado en la conjunción sexual— para que digamos que es inmanente en la conjunción sexual y la prueba es que este momento de orgasmo es exactamente equivalente en la masturbación, digo en tanto que representa este punto, término del sujeto. No retenemos de esto, pues, en esta función sino el carácter de goce, el goce que no está, en absoluto, todavía definido ni motivado Pero, esto nos permitirá comprender a condición de darnos cuenta de la analogía que hay entre la forma de la botella de Klein, si me atrevo a decir, si tanto se puede hablar de la forma, pero, en fin, ya que la dibujo ella tiene una forma, la represento bajo la forma invertida en relación a lo que ustedes ven habitualmente en el dibujo, que llamé su abertura, su círculo de reversión. La botella de Klein aparece arriba como el punto de recién. Este círculo de reversión en que ya les enseñé a encontrar el punto nodal de estas dos vertientes del sujeto tal como pueden reunirse por el enfrentamiento de la costura del ser de saber a ser de verdad. Les dije también que ahí estaba el lugar donde debemos inscribir, precisamente, como conjunción de uno al otro, lo que llamamos el síntoma, y es uno de los fundamentas más esenciales para no olvidar lo que Freud siempre dijo de la función del síntoma, es que, en sí mismo, el síntoma, es goce. Hay, pues, otros modos de emergencia estructuralmente análogos al goce a nivel del sujeto que el orgasmo. No tengo necesidad, sería fácil, paro el tiempo me lo impide, referirles al número de veces en que Freud valorizó la equivalencia de la función del orgasmo con la del síntoma. Que esté equivocado o tenga razón es otra cuestión que la de saber lo que quiere decir, en esta ocasión, lo que nosotros podemos construir de esto ahí. Entonces, convendría, quizás, mirar dos veces antes de hacer equivaler el orgasmo y el goce sexual. Que el orgasmo sea una manifestación del goce sexual en el hombre y singularmente complicada por la función que viene a ocupar en el sujeto, es aquello con lo cual tenemos que ver, y nos equivocaríamos totalmente si colapsáramos, de alguna manera, como una sola y misma realidad estas tres dimensiones. Porque eso es lo que es, hablando con propiedad, reintroducir bajo una forma peligrosamente enmascarada y, por añadidura, ridícula, las viejas implicaciones del misticismo, a las cuales hice alusión hace un rato, en el dominio de una experiencia que no las necesita en absoluto. Un posta, en otra época, que dijo post coitum animal triste, agregaba praeter —porque eso se olvida siempre— mulierem gallumque puso aparte a la mujer y a los gallos. Cosa curiosa desde que lo que llamé la mística psicoanalítica existe ya, no estamos tristes después del coito. No sé si ustedes notaron eso alguna vez, pero es un hecho. Las mujeres, por supuesto, ya no estaban tristes pero ya que los hombres lo estaban, es curioso que no lo estén más. Por el contrario, cuando las mujeres no gozan, se vuelven extraordinariamente deprimidas, mientras que hasta entonces ellas se acomodaban a esto extremadamente bien. Esto es lo que ya llamo la introducción de la mística psicoanalítica. Nadie probó definitivamente todavía que sea necesario, a cualquier precio, que una mujer tenga un orgasmo para cumplir su papel de mujer. La prueba es que estamos todavía ergotizando sobre lo que es este famoso orgasmo en la mujer. No obstante, esta mística tomó tal valor. Conozco un número muy grande de mujeres que están enfermas por no estar seguras de que gocen verdaderamente, mientras que, en suma, ellas no están tan descontentas con lo que tienen y que si no se les hubiera dicho que no era eso ellas no se preocuparían por esto. Esto necesita que se pongan un poquito los puntos sobre las íes en lo que concierne a la que respecta al goce sexual. Si se plantea primero, que lo que nos interesa en primer plano es, a saber, lo que respecto al nivel del sujeto es una primera manera de sanear lo cuestión. Pero, podríamos también plantearnos la cuestión de saber lo que respecta al nivel de la conjunción sexual, porque ahí es muy notable que es un fenómeno muy extraño que hablemos siempre como si por el sólo hecho de que la diferencia sexual existe en el viviente, con lo que ella necesita de conjunción, el logro de la conjunción se acompañara de un goce, de alguna manera, unívoco. Y unívoco en este sentido: de que deberíamos muy simplemente extrapolarlo de lo que nosotros, humanos, o, si ustedes quieren, los primates más particularmente evolucionados, conocemos de este goce. Y bien, no voy a entrar en este capítulo hoy, porque es muy curioso que jamás se ha tratado. En fin, es un hecho que no lo es. Pero en fin, es totalmente claro que primero es imposible definir, captar algunos signos de lo que se podría llamar orgasmo en la mayoría de las hembras en el dominio animal. Para una o dos especies donde se pueda, que no hacen, justamente sino mostrar que se podrían encontrar signos, los hubiera, ya que, a veces, se los encuentra. Es totalmente claro que en toda otra parte no se encuentran en todo caso, signos objetivos del orgasmo en la hembra. Entonces, ya que se los podría encontrar y no se los encuentra, es de todos modos, algo para arrojar por naturaleza una pequeña duda sobre las modalidades del goce en la conjunción sexual. No digo, no veo por qué exceptuaría la conjunción sexual de la dimensión del goce, que me parece una dimensión absolutamente coextensiva a la del cuerpo. Pero que sea la del orgasmo, eso no aparece en absoluto, obligado. Es, quizás, de una naturaleza totalmente distinta y la prueba, por otra parte, está, justamente, ahí donde es más impresionante la coyuntura sexual, ahí donde dura una docena de días entre las ranas, que se ve bien que aquello de lo que se trata es otra cosa que del orgasmo. De todos modos es muy importante. Estamos aquí llenos de metáforas. La tumescencia, la detumescencia es una de las que me parecen más extravagantes. Se trata de manifestar en la serie de los comportamientos de lo que se podría llamar, en relación a la conjunción sexual, un comportamiento ascendente, un comportamiento de aproximación, seguido de un comportamiento de resolución de las cargas, luego del cual se producirá la separación. Al modo de existencia de un órgano eréctil que está muy lejos de ser universal, hay animales —no voy a entretenerme haciendo acá biología para ustedes, pero les ruego que abran los grandes tratados de zoología— hay animales que realizan la conjunción sexual con ayuda de órganos de fijación perfectamente no tumescibles, ya que son pura y simplemente ganchos. Parece que el orgasmo, en estos casos si existen debe tomar incluso en el macho, una apariencia totalmente diferente de la que nada dice, por ejemplo, que sería susceptible de alguna subjetivación. Estas distinciones me parecen importantes de introducir, porque si Jones, en el principio, de alguna manera, se separa y se sorprende y es así que introduce su noción de la afanisis, el carácter distinto en suma, que hay entre la idea de la castración tal como se sustantifica en la experiencia, a saber, la desaparición del pene y de algo que le parece todo lo que hay de más importante a saber, una desaparición, pero que no es la del pene que para nosotros no puede ser sino la del sujeto y que él se imagina poder ser el temor de la desaparición del deseo, mientras que esto es, de alguna manera, una contradicción en los términos, porque el deseo, precisamente, se sostiene del temor de perderse a sí mismo, que no podría haber afanisis del deseo, que no podría haber en un sujeto representación de esta afanisis, por la razón de que el deseo está sostenido en esto. Perseverar en el ser spinoziano, es el mismo texto y el mismo tema el que dice: el deseo es la esencia del hombre. El hombre persevera en el ser como deseo y no podría evadirse de ninguna manera de este sostén del deseo. Hay, precisamente, la ambigüedad de poder comportar su propia contención y su propio temor de ser fase de defensa, al mismo tiempo que fase de suspensión hacia el goce. Entonces, ¿no toma aquí todo su valor la otra parte del arco de la trayectoria que realiza Jones para nosotros, cuando muy firmemente, ya que a justo título, ya que se trata de introducir la cosa a nivel del sujeto, nos pone, para lo que respecta a la mujer, ya que es de ella que se trata en el corazón de la manera en la que puede presentarse, para ella el atolladero subjetivo?. Oponer a la pareja hijo—madre, de donde partió, no sin razón, toda la exploración analítica. El nos habla de la pareja padre—hija, y ¿qué nos dice?. Todo parte aquí de una privación. El incesto padre—hija sabemos nosotros, por toda nuestra experiencia, que es por sus consecuencias analíticas —no puedo definirlas de otro modo— digamos neurotizantes, pero el término no es suficiente, ya que eso llega a tener consecuencias psicotizantes. Es infinitamente menos peligroso, es, incluso, peligroso en grado cero respecto al incesto madre—hijo, que siempre tiene las consecuencias desvastadoras a las cuales hago alusión. A nivel de la pareja padre—hija, la función del interdicto tal como se ejerce en sus consecuencias dialécticas, lo que se llama el interdicto fundamental del incesto, que es el interdicto de la madre, toma una forma simplificada que valoriza bien la función privilegiada de la mujer respecto de la conjunción sexual. Porque si la especificidad da un cierto tipo de viviente es que un órgano, a la vez, eréctil y, como tal, privilegiado como soporte del goce, sea su amboceptor; ¿qué quiere decir esto?. Es que para ella no hay problema. Hacer el amor si las cosas tuvieran valor absoluto, por supuesto, es forzosamente aloplástico, si puedo decir, implica que ella vaya a aquel que lo tiene. Si ella no tuviera algunas de las propiedades del muchacho, no habría ningún problema. El muchacho tiene otras, precisamente en esto de que puede gozar de sí mismo exactamente como un monito. La cuestión sería pues muy simple pero no se trata de eso porque hay el lenguaje y la ley. El padre es un interdictor y por esta vía entra en función el problema. Ahora bien, ¿qué nos dice, Jones?, ¿qué nos grita a voz en cuello dándonos cuenta de su experiencia?, ¿qué nos dice si no es que ahí todavía la mujer va a conservar su ventaja, va a ser ganadora?. Pero, hay que ver cómo, y para ver cómo hay que conservar en la cabeza todos estos prejuicios. Veamos lo que nos dice: es necesario que la mujer elija entre su sexo y su objeto . Ella renuncia al objeto paterno y va a conservar su sexo. No existen sino dos posibilidades de expresión de la libido en esta situación y estas dos vías pueden ser tomadas una y la otra, a grosso modo, entre abandonar su apego erótico al padre y el abandono de su feminidad. Ella debe cambiar de objeto o de deseo. ¿Y qué nos va a decir de lo que respecta a este nivel?. Veamos, describamos exactamente. Señorita Grazien, dígame exactamente el lugar del párrafo donde nos describió … Acá está: en el primer caso los deseos femeninos se desarrollan en un nivel adulto, es decir, encanto erótico difuso (él subraya), narcisismo . ¿Qué quiere decir? Es que Freud aquí, de su experiencia, la primera cosa que tiene para adelantar en cuanto a lo que resulta de la elección, que yo no calificaría de normal, sino de legal, el que renuncia al objeto paterno para conservar su sexo, en suma, es de esto de lo que se trata. Y bien, esto quiere decir que no sirve de nada renunciar al objeto para conservar algo ya que eso algo que se quiere conservar al precio de una renuncia es, precisamente lo que se pierde. ¿Por qué?. ¿Qué tiene que ver con la esencia de la femineidad el encanto erótico difuso, que consiste en el manejo del pertrecho narcisista, sino muy precisamente lo que la señora Joan Riviere etiquetó como la femineidad a título de mascarada?. Y esto debe reflejar algo, es que a partir de tal elección la mujer tiene que tomar el lugar, por razones que se trata para nosotros de precisar, del objeto a . En la perspectiva paterna y patriarcalizante la mujer nacida de una costilla del hombre es un objeto a . Someterse a la ley para conservar su sexo no solamente no lo evita perderlo sino que lo exige. Por el contrario, no soy yo quien la digo es Jones; en el otro caso conservación del objeto, es decir, del padre, ¿cuál va a ser el resultado?. Este resultado es la elección homosexual. Lo repito, no puedo hacer hoy más que decir: es Jones quien lo dice. Y, después de todo, toda nuestra experiencia detrás, comprendido ahí el etiquetamiento un poquito incompleto, porque elidido de toda la presencia de Proust que liga este caso con todo el carácter adivinatorio que tiene su intuición y su arte, pero; ¿qué importa?. Es en el otro caso, a saber en la medida que el objeto—padre es conservado que la mujer encuentra, ¿qué?. Lo que dice Jones. pues, a saber, su femineidad, porque en toda actitud o función homosexual la que la mujer encuentra en el lugar del objeto y se dice que es el lugar del objeto primordial es su femineidad. Y, entonces, segundo tiempo de lo que sucede en el interior de esta segunda elección, aquí los términos de Jones, a pesar de él, no son equívocos, es de la acentuación de la función de aquella de lo que se trata, a saber, un cierto objeto, y este objeto como perdido, que va a hacerse la elección, ya sea que este objeto devenga objeto de reivindicación y que la pretendida homosexual devenga una mujer en rivalidad con los hombres y reivindicando tener con ellos el falo, ya sea que en el caso del amor homosexual sea a título de no tenerlo que ella ame, es decir, de realizar lo que es, en suma, la cima del amor, dar lo que ella no tiene. No tendremos goce de la femineidad como tal, de este punto de partida homosexual, que no hace sino ilustrar, la función mediadora que toma este falo que, entonces, nos permite designar su lugar. Si aquello de lo que se trata es de saber la que el ser pierde por ser aquel que piensa, se trata también de saber lo que viene a tomar el lugar de esta pérdida cuando se trata de gozar. Que el órgano privilegiado del goce, sea empleado ahí es natural, es lo que el hombre tiene bajo la mano. Pero, entonces, las cosas suceden en dos grados: este órgano se lo emplea en una función. Hay animales que tienen órganos que no sirven para nada. Se va a hacer de este pene un significante y lo que es importante no es su función como significante. Cuando ustedes hayan observado un poquitito más de cerca de lo que la mayoría de ustedes lo hace, lo que se llama en el lenguaje los morfemas, sabrán la función que hay en lo que se llama el caso o la forma no marcada. Podría haber ahí una desinencia o una aflicción que indicaría que el futuro, el pasado, el sustantivo, el partitivo o el forsivo y que eso tiene un sentido, que no haya, justamente, marca en ese lugar. Ahí está la potencia de la función de significancia si la mujer conservara, llevada a una potencia superior, lo que le da no tener el falo, es justamente, de poder hacer de esta función del falo el perfecto logro de lo que está en el corazón de la castración, el término falo es decir, la castración misma es de poder llevar la función de significancia a este punto de ser no marcada. Es aquí que terminaré hoy ciertamente, forzado a abreviar dada la hora. Pienso, al menos, para aquellos que están aquí, y de los que deseo que capten muy particularmente donde va a llevarnos la reemergencia de este complejo de castración del que ya nadie habla porque es bastante sorprendente que en el último artículo, al que les dije que se remitieran, sea un padre domínico, ni analizado, ni analista tampoco, quien haga notar que en un cierto libro no se hable, en absoluto, del complejo de castración. No es asombroso, yo no le enseñé lo que era, él no puede saberlo. Pero, espero que, pienso con suficiente tiempo, no más allá del fin de año, habremos avanzado un poco en eso.