Seminario 13: Clase 6, del 12 de Enero de 1966

Quiero saludar la aparición de los Cahíers pour l’analyse, de la intención de mis auditores de la École Normale Supérieure no puedo decir bastante. Las agradezco por la colaboración, por esta presencia, que es para mi el sostén más grande.

Contrariamente a lo que pude oír, aunque fuese como eco por haber sido omitido muy cerca de mi, quiero decir, entre aquellos que son mis alumnos, la teoría, —la teoría tal como la hago aquí, tal como la construyo— la teoría no podría, de ningún modo, ser puesta en el rango del mito. La teoría, en la medida en que es teoría científica, se pretende y se prueba no ser un mito. Se pretende en la boca de aquel que habla y que la enuncia, cuyo registro no se podría sino integrar en toda la teoría de la palabra, de la dimensión más allá del enunciado, de la enunciación.

Esto es porque en el origen de la teoría no es en vano saber en nombre de quién se habla. No es un accidente que yo hable en nombre de Freud y que otros tengan que hablar en nombre de aquel que porta mi nombre. Cuando enuncio, por ejemplo, como no verdad anunciar en el nombre de una cierta fenomenología que no hay otra verdad del sufrimiento que el sufrimiento mismo, digo: esto es una no verdad, en tanto que no se ha probado que lo que se dijo en nombre de Freud, de que la verdad del sufrimiento no es el sufrimiento mismo, sea una falsedad inventada.

Dicho esto, el nacimiento de la ciencia no queda enteramente suspendido al nombre de aquel que la instaura, porque la ciencia no se pretende solamente no ser de la estructura del mito, ella prueba no serlo. Se prueba en que ella demuestra ser de otra estructura y esto es lo que significa la investigación topológica, que es la que prosigo aquí, que retomo hoy de la última vez en que la detuve sobre la estructura del toro, en tanto que construido por la juntura, donde los dos agujeros sobre la superficie llamada topológicamente esfera que pienso que ustedes no confunden con el globo de los niños y aunque tenga, por supuesto, las más grandes relaciones con él, no inflado, incluso reducido en vuestro bolsillo al estado de pañuelito, es siempre una esfera.

Terminé con alguna prisa, sin duda, limitado por el corte, el tiempo que gobierna para todas las cuestiones nuestras relaciones. Me quedé en el corte sobre la superficie del toro, de un borde, de un borde cerrado, el que instaura ahí la repetición mínima. Una vuelta no basta para entregarnos la esencia de la estructura del toro. Una vuelta hace reaparecer la hiancia de las dos agujeros sobre los cuales está construida. Restituye, con estos dos agujeros, la abertura de lo que definimos al principio como la banda cilíndrica, a saber, lo que pienso no tener que volver ahí hoy —y que todos los que están acá estuvieron allí la última vez, para los otros, Dios mío, tanto peor, que se informen.

Dije que los dos agujeros, cualquiera sea, sobre la esfera, son siempre concéntricos, incluso si parecen, a primera vista, ser lo que se llama exteriores. Son siempre concéntricos y crean esto que dibujo aquí, que se llama la banda, que llamaremos por convención aquí para servirnos de allá, la banda cilíndrica. Topológicamente, que esto sea, se los dije la última vez, un jade chato y perforado; todo eso porque es una figura bajo la cual esta banda puede aparecer, y aparecerse, efectivamente, y no sin razón, en el arte, o en lo que se llama el arte, puede ser, pues a la vez, esta forma chata, perforada en el centro o un cilindro. Topológicamente es equivalente.

Una vuelta, entonces, sobre el toro, corte hecho así, por ejemplo o también hecho así, tiene simplemente por efecto reenviarlo a la estructura de la banda cilíndrica y no revela en absoluto de esto, digamos, la propiedad.
Hacen falta dos, muy cómodo para soportar para nosotros la necesidad de la repetición para lo que va a representar el toro, pero, entonces, para que este corte se cierre es necesario que se agregue, digamos, la vuelta hecha alrededor de la segunda vuelta, lo que define la estructura del toro, quiero decir, intuitivamente.

Yo mismo estoy molesto por deber proseguir este discurso en términos que apelan a vuestro ojo, a vuestra intuición de lo que es este anillo hueco el toro. Pero, saquemos provecho de este soporte de la intuición. Y, después de todo, él responde al fundamento de la estructura para que el corte se cierre habiendo hecho dos vueltas alrededor del agujero. Si ustedes quieren llamémoslo circular. Es necesario haga también este corte una vuelta alrededor del agujero, llamémoslo así, el nombre no es, quizás, él mejor, pero que haya aquí para ustedes imagen, figura del agujero central.

Convencionalmente vamos a representar —digo representar en el nombre del término representante si este representante merece ser llamado de representación lo veremos después—, representante tiene la ventaja de decir acá lugarteniente, lo que quiere decir que nada está zanjado sobre el tema de la función de representación que también, quizás, lo que acá se define, se recorta, se afirma, como corte, puede muy bien hasta nueva orden ser tomado a la letra, por ser realmente aquello de lo que se trata. Es por esto que el término representante por el momento, nos basta.

Esto es, pues, lo que se va a producir cada vez que la repetición que es esta vuelta que por convención vamos a asimilar a la vuelta de la demanda, dos D no podría ir sin que para que la curva sea cerrada, bien se hiciera la vuelta del agujero central. Dos D no va sin d. O si ustedes hacen el corte, de otro modo, lo que es también concebible, pienso, —es necesario que haga las cosas un poco más rigurosamente para que yo no esté totalmente…— lo que es también concebible, una D —una demanda— para que el corte sea cerrado implica dos vueltas del agujero central, que llamaremos el equivalente de dos d. La demanda y el deseo es lo que en el curso de nuestra construcción preparada desde hace tiempo y cuando introdujimos, lo más cerca de la experiencia analítica, los términos Función y Campo De La Palabra Y Del Lenguaje, a que vamos a dar la parte que es esencial de la experiencia analítica. No solamente su intermediario, su instrumento, su medio, sino, seguramente, hay que tener en cuenta que no hay, en último término, otro soporte de la experiencia analítica que esta palabra y este lenguaje. Decir, si puedo decirlo, que la sustancia es palabra y lenguaje, ahí está el dato sobre el cual hemos edificado esta primera restauración del sentido de Freud. Pero, por supuesto, eso no está ahí para decirnos todo. Lo que, finalmente, la topología del toro viene a soportar es dándonos imagen, permitiéndonos intuir esta divergencia que se produce del enunciado de la demanda a la estructura que la divide y que se llama el deseo, es un modo para nosotros de soportar la que nos da una experiencia cuyos presupuestos objetivos deben profundizarse. La experiencia psicoanalítica en esta etapa de estructura, que hacemos acá soportar mediante el toro y que es, decía, el primer tiempo que di a mi reconstrucción de la experiencia freudiana en un sentido, Función y Campo De La Palabra Y Del Lenguaje, es asegurarla sobre el fundamento del puro simbólico. Y si el toro no basta para dar cuenta de la dialéctica del psicoanálisis mismo, si, después de todo, sobre el toro podemos creernos obligados a tirar eternamente en este ciclo de los dos términos, al uno desdoblado, el otro enmascarado de la demanda y del deseo, si es necesario que hagamos algo de esto, si puedo decir, de este corte, y si es necesario que veamos adónde nos lleva, a saber, cómo de este círculo, de este borde que según la formula propia de todo borde es un sin borde, es decir, girará siempre y sin fin sobre sí mismo.

¿Qué se puede reconstruir con la utilización de corte de este borde?. Un momento detengámoslo, pues, antes de dejarlo con esta estructura, —ustedes me vieron vacilar porque iba a decir esta forma— y en efecto, en la medida en que vamos a dejarla para pasar a otra estructura, ella se destaca como una forma en el momento en que cae. Detengámonos ahí un momento para entrever cómo, incluso, fue posible que nos retenga, que nos retenga necesariamente, porque no es un vano desvío, sino, pasaje obligado en muestra construcción de la teoría. Si debimos volver a partir de Función y Campo De La Palabra Y Del Lenguaje como el punto inicial, este puro simbólico se inscribe en las condiciones que hacen que sea al neurótico, —y yo diría el neurótico moderno—, modo de manifestación del sujeto no mítica, sino históricamente fechado traído en la realidad de la historia; seguramente en una cierta fecha incluso si esta no es fechable no vamos a extraviarnos sobre lo que eran los obsesivos en tiempos de los estoicos. A falta de documentos seremos prudentes en hacer eventualmente de esto alguna reconstrucción estructuralmente modificada.

No es esto lo que nos importa. Porque este neurótico moderno, creemos, no carece de correlación con la emergencia de algo, de un desplazamiento del modo de la razón en la aprehensión de la incertidumbre que es la que hemos buscado cernir alrededor del momento histórico, del cogito cartesiano. Este momento es inseparable también de esta otra emergencia que se llama la fundación de la ciencia. Y al mismo tiempo, la intrusión de la ciencia en este dominio que ella trastorna, que ella fuerza, diría que es en un dominio que tiene un nombre perfectamente articulable, que se llama el de la relación a la verdad. Los mitos, los lazos a las escotaduras, —si puedo decir—, de la función del sujeto, en tanto que ella es introducida así en esta relación a la verdad, tienen un estatuto que intenta solamente esbozar para ustedes la medida en que es útil a nuestro propósito, porque sin él es imposible concebir ni la experiencia como tal, ni como estructura del neurótico moderno, que incluso que no lo sepan es coextensivo de esta presencia del sujeto de la clínica, además de que en la medida que su estatuto clínico y terapéutico le es dado por el psicoanálisis. Por paradójico que esto les parezca, afirmo que no existe, —por singular que esto les parezca—, no existe, diría, completado más que por la instancia de la clínica y de la terapéutica psicoanalítica. A lo que ustedes van, legítimamente, ya que dije completado, a decir que la praxis, psicoanalítica es literalmente el complemento del síntoma. ¿Y por qué no?, y que también es por la aprehensión de una cierta perspectiva, de una cierta manera de interrogar el sufrimiento neurótico, que, efectivamente, se completa en la cura la síntomatología. Freud lo subrayó y a justo título, el hecho de que pueda, igualmente completarse en otra parte, a saber, incluso antes de que Freud hubiera completado su experiencia —había habido cierta manera para el neurótico de concretar sus síntomas: con el señor Janet— no va en contra, se trata, justamente, de saber lo que podemos retener de la estructura janetiana para la constitución del neurótico como tal.

Pero, después de todo, les digo a continuación, no vacilen por eso. Esta especie, no diría de idealismo, sino de relativismo del enfermo a su médico, harían bien de no precipitarse ahí, porque no es, en absoluto, eso lo que digo, a pesar de que sea eso lo que le haya oído, porque un poquitito prematuramente introdujo esta función de la clínica psicoanalítica en las reuniones de mi Escuela y donde, por supuesto, instantáneamente recogí esta interpretación de la complementación del neurótico con el clínico y que, en verdad, esperaba más de aquellos que me oyen. Es, quizás, también para mi un poco excesivo esperar tanto, ya que también estuve forzado, a título de exposición, a pasar por este término de completar del que ustedes verán cómo podrá ser corregido, cuando, justamente haya podido progresar con otra estructura. Es una complementación, quizás pero que no es de orden homogéneo. Es lo que nos va a entregar la estructura siguiente. Entiendo que voy a reintroducir acá la banda de Moebius.

Sea coma sea, marquen bien ahí ya lo que hay de disparidad fundamental. Ya es lo que es sensible, inscripto, viviente, y que ha hecho la inmensa resonancia del psicoanálisis, incluso bajo las formas imbéciles en que se presentó al principio.

Cuando dije que la entrada del modo del sujeto, que instaura la ciencia, trastorna y fuerza el dominio de la relación a la verdad, observen que en la palabra dada en el psicoanálisis al neurótico como tal, lo que él representa para emplear mi término de recién, es, sin duda, algo que llama, que se manifiesta en el primer plano como demanda de saber y en tanto que esta demanda se dirigía a la ciencia. Pero, lo que se introdujo con el psicoanálisis, decididamente, del lado de aquel que se autoriza y se soporta de ser acá sujeto de la ciencia, sepa o no en que, en la medida en que se compromete como responsabilidad, es necesario decirlo, no tiene siempre el aspecto de saberlo, aunque se jacte de esto. Pero, lo que es original es que la palabra es la palabra dada a aquel que llama el neurótico como representante de la verdad. El neurótico, para que el psicoanálisis se instaure, tiene lo que llamaremos —en el sentido amplio en que empleo este término—, un sentido y no es otra cosa que la verdad que habla, lo que llamé la verdad cuando le hice decir hablando en su nombre: Yo, la verdad, hablo.

Ahí está aquello sobre lo cual se nos demanda detenernos y lo más cerca, porque aquel que escuchamos la representa: tal es la dimensión nueva. Su originalidad se mantiene en esta disparidad, que este crédito absolutamente insensato que se da a una manifestación de palabra y de lenguaje se da en la ciencia, en tanto, precisamente, que la ciencia, en este desplazamiento fundamental que la instaura como tal, excluye para el sujeto de la ciencia, del que no se trata sino de suturar las hiancias, las aberturas, los agujeros por los que, como tal, va a entrar en juego este dominio ambigüo, inasible, bien señalado desde siempre por ser el dominio del engaño, que es aquel donde, como tal, la verdad habla.

Es a esta juntura, a esta embocadura extrema, que se trata de dar su estatuto, Lo repito: sin duda tuve demasiadas ocasiones de darme cuenta de cómo es necesario insistir para hacerme entender. La verdad como tal es incitada, es convocada, ya no a ser tomada como en la emergencia del estatuto de la ciencia como problemática, sino, a venir —puedo decirlo—, a liquidar su causa ella misma ante el tribunal, ella misma a plantear el problema de su enigma en el dominio de la ciencia. Esta relación a la verdad no podría ser eludida. No es por nada que tenemos una lógica que se llama moderna, lógica llamada proposicional. Esbozada incluso, —se podría decir, y creer, en la medida en que hay también que dar crédito, tan pocos documentos tenemos— esbozada, dije por los estoicos. Reposa esta lógica cuya importancia de manifestación ustedes se equivocarían al minimizar, porque si, incluso, tardía en la construcción de la ciencia, ha ocupado en nuestras preocupaciones presentes este lugar extraordinario, que no hace menos que revelar una problemática que, sin duda, resuelve los primeros tiempos de la ciencia marchando, no nos reúne por azar al encuentro donde la hallamos ahora. Sin poder, incluso, decir de esto cualquier cosa que recuerda a aquellas que saben la complejidad, la riqueza y los desgarramientos, las antinomias que ella instaura. Recordaré simplemente como punto de referencia a aquello a lo cual, si puedo decir, ella reduce la función de la verdad. Es Aletheia, esta figura ambigüa de lo que no podría revelar sin ocultar. Esta Aletheia de la que un Heidegger nos recuerda, en un pensamiento que es el nuestro; la función inaugural. Y nos recuerda de volver ahí, debo decir, no sin una extraña torpeza de filósofo, porque en al punto en que estemos me atrevo a decir que nosotros, psicoanalistas, tenemos más para decir de esto que lo que Heidegger dice del Sein aún barrado por su relación al Wesen.

Dejemos esto de lado un instante y digamos que a la Aletheia, es por eso que la reintroduje, desde los estoicos se opone a Alethés, lo verdadero en neutro, atributo.

¿Qué puede querer decir lo Alethés de las máquinas de Aletheia?

Naturalmente, no soy de todos modos, yo quien introdujo por primera vez esta cuestión. Digamos que toda la lógica, la lógica proposicional moderna que ustedes, pueden, abriendo cualquier manual, ya se llame simbólica o no, ustedes verán constituirse el juego de lo que se llama la operación lógica, Por ejemplo conjunción, disyunción, implicación, recíproca, exclusión. En ninguna parte encontrarán; sin embargo, se los digo de paso, la función lógica que introduje el año pasado, el anteúltimo año, bajo el nombre de la alienación. Volveré a eso.

Estas operaciones se fundan, se definen de un modo que se llama puramente formal a partir de la posibilidad de calificar un enunciado como Alethés, verdadero a falso. En otros términos, de darle un valor de verdad. La lógica más común, aquélla de la verdad que dura desde siempre y que tiene, quizás, algún título para durar, es una lógica bivalente. Un enunciado es: o verdadero o falso.

Hay fuertes razones para presumir que esta manera de tomar las cosas es totalmente insuficiente, como, por otra parte, —hay que reconocerlo— se han dado cuenta los lógicos modernos. De ahí su tentativa edificar una lógica multivalente.

Bien, ustedes saben que no es cómodo. Y, por otra parte, diría provisoriamente, eso no nos interesa. Lo interesante es saber simplemente qué se construye, una lógica sobre el fundamento bivalente de Alethés, verdadero o no, y que se puede construir algo que no se limita en absoluto, a la tautología. Lo verdadero es verdadero, lo falso, falso. Lo que se puede extender sobre sus páginas y páginas y que, supuesto, tomando fuertemente referente a la tautología no se construye menos algo de esto donde se gane terreno. Es exactamente el mismo problema que lo que, se puede decir, la matemática, es una tautología desde un cierto punto de vista lógico. Pero, no es menos cierto que es una conquista, un edificio justamente fecundo y cuyos hechos, los apogeos, los desarrollos, llámenlos como quieran, son totalmente su sustanciales, existentes en vistas de las premisas se ha, efectivamente, construido algo, se te ganado un saber. La relación a la verdad es en otros términos, saturada acá, por la pura y simple referencia al valor. Que esto se pregunte más cuando se pregunta qué es ser verdadero, por supuesto, el pensamiento llamado positivista o neopositivista ira ahí a recurrir a la referencia. Pero, estos recursos a la referencia en tanto que eso seria la experiencia o lo que sea del orden de una objetalidad experiencial, será siempre insuficiente, como es fácil demostrarlo cada vez que se tome esta vía, porque no se podría con esa sola referencia explicar ni el mecanismo, ni las partes, ni el desarrollo, ni las crisis, de toda la construcción científica.

Debemos recordar para tener solamente una sana lógica, no podemos completamente eliminar la simple relación al ser en sentido aristotélico, que dice que es verdadero —es decir que lo que es, es—, y no que existe; que lo falso es decir que lo que es no es, que no es que sea. Se instaura una salida, entonces, a esta referencia al ser ahí. La salida russelliana, la del evento, que es totalmente otra cosa que el objeto. La apuesta es sostenida por Russell, cuya sola referencia eventual, a saber la del recorte espacio-temporal, es algo que podemos llamar un encuentro, desde entonces se definirá lo verdadero como la probabilidad de un evento cierto; lo falso como la probabilidad de un evento imposible. No hay más que una debilidad en esta teoría, en este registro, es que hay, y es acá que volveremos a poner en juego nosotros, analistas, una espectro de encuentro que es aquel del que les hablé el primer año en que hablé aquí, inmediatamente después de la repetición es, precisamente, el encuentro con la verdad. Imposible, pues, eliminar esta dimensión que describe como aquella del lugar del Otro, donde todo lo que se articula como palabra se plantea como verdadero, comprendido allí, incluso, la mentira, la dimensión de la mentira, contrariamente a la de la simulación, siendo, justamente, por tener el poder de afirmarse como verdad.

En la dimensión de la verdad, es decir, la totalidad de lo que entra en nuestra campo como hecho simbólico, la verdad antes de ser verdadera o falsa, —según criterios que les indiqué—, no son simples de definir, ya que siempre hacen entrar, por un lado, la cuestión del ser y, por el otro, la del encuentro, justamente como lo que está en cuestión, con la verdad. Y la verdad entra en juego, restaura y se articula como primitiva ficción alrededor de la cual va a tener que surgir un cierto orden de coordenadas de las que se trata, para no olvidar la estructura antes de que cualquier cosa pueda seguirse validamente de su dialéctica, y es esto lo que está en cuestión.

Es aquí que deviene fascinante lo que se sigue como obra, como estrechamiento, como trama, sobre este punto que llamé el punto de embocadura de la verdad y del saber.

Si el año pasado tomamos tan largamente, en tan gran medida en cuenta temas de Frege, es que él intenta una solución —una entre las otras, pero esta especialmente reveladora para nosotros por ir en un sentido radical. Cuando entrevimos gracias a alguno de aquellos que tienen a bien responderme aquí, lo que vimos es que al nivel de la concepción del concepto todo está tomado del lado en que lo que va a tener que tomar valor o no, de verdad —esto marcado por una cierta solicitación, reducción, limitación, que es, propiamente, la del hecho de que puedo extraer de esto la teoría del número que es la suya. Y se lo mira de cerca el concepto fregeano enteramente centrado sobre lo aquello a lo cual puede ser dado un nombre propio en lo que para nosotros, con la crítica que le hicimos el año pasado, —acá pido para aquellos que no eran participantes ahí—, en la cual se revela el carácter específicamente subjetivo en el sentido de la estructura que nosotros mismos damos al término sujeto, de lo que para un Frege, en tanto que lógico de la ciencia, es lo que carácteriza como tal al objeto de la ciencia.

Se que acá no hago sino aproximar un punto que demandaría desarrollo. Si hay desarrollo, esto no puede ser sino sobre cuestiones —si puede haber cuestiones ahí—, esto podría hacerse en mi seminario cerrado. Pero, indiqué bastante de esto para volver a aquello sobre lo que terminé la última vez, a saber, que hay problemas alrededor de la función fregeana, precisamente de la Bedeuntungswort, que es Warheitswort y que este valor de verdad, si hay problemas, es ahí, quizás que ustedes verán, de hecho, que podemos aportar algo que da esto, que lo designa de una manera renovada por nuestra experiencia, el verdadero secreto, es del orden del objeto  . Al nivel del objeto a, tanto que objeto que cae, está la aprehensión del saber, que estamos como hombres de la ciencia reunidos por la cuestión de la verdad.

Esto está oculto, porque el objeto a no se ve, incluso en la estructura del sujeto tal como es edificado en la lógica moderna y es propiamente lo que nuestra experiencia nos fuerza a restaurar ahí, donde la teoría precisamente, no solamente se pretende sino que prueba como siendo superior al mito y que es solamente a partir de que puede ser dado su estatuto —un estatuto del que se da cuenta y solamente se constata como el hecho de estar dividido—, su estatuto al sujeto precisamente, cuyo sentido no podría atrapar a esta división. Es aquí que se introduce la estructura del plano proyectivo en la medida en que su superficie es otra y nos permite responder de otro modo sobre lo que se recorta sobre objeto y como sujeto.  

Esta banda de Moebius, —ya se los mostré en el curso de los años que pasaron y ya di las indicaciones que los colocan sobre la vía de su utilización para nosotros en la estructura—, la banda de Moebius ya la construí una vez ante ustedes. Ustedes saben como se hace eso. Se toma una banda del tipo de aquella, que llamo banda cilíndrica, y girándola una media vuelta se pega sobre si misma. Así se hace esta banda de Moebius, que no tiene más que una superficie, que no tiene anverso ni reverso. Y ya la primera vez que la introduje hice alusión a cómo esta superficie puede ser, como se dice, el doblez de un vestido, cómo puede ser o no doblada.

Y bien, observen aquí algo esencial a la estructura de la esfera. Esta estructura de la esfera sobre la cual vive todo pensamiento, al menos aquel que es emergente hasta la entrada en juego de la ciencia. Dicho de otro modo, al pensamiento cosmológico, que, por supuesto, continúa haciendo valer sus derechos, incluso en la ciencia, entre aquellos que no saben lo que dicen.

No basta tener, en materia social, pretensiones revolucionarias para escapar a ciertos impasses, concernientes, precisamente, a lo que está, sin embargo, en la raíz de la entrada en juego de cualquier revolución, a saber: el sujeto.

Pero, no evocaré acá un diálogo que, quizás, ya evoqué con uno de mis colegas soviéticos. Pude darme cuenta y confirmar después, mediante una información que les ruego que me crean, es abundante, que en la Union de las Repúblicas Socialistas son aún aristotélicos, es decir, que su cosmología no es diferente. Es decir, que el mundo es una esfera. Que la esfera puede duplicarse en el interior de otra esfera y así sucesivamente a la manera de capas de cebolla.

Toda relación del sujeto al objeto es la relación de una de estas pequeñas esferas a una esfera que la rodea y la necesidad de una última esfera, aunque no sea formulada está, de todos modos implícita ahí, en todo al modo de pensamiento, la realidad.

Ahora bien, se piense lo que se piense, ahí hay algo que puede bien pintarse en colores, que se llama ridículamente, —aún no hace mucho tiempo oí emplear el término realista para designar el mito, como se decía—, que la realidad. En efecto, es de una realidad mítica que se trata. Pero, llamar a eso realista tiene algo alucinante, como la historia de la filosofía nos comanda a llamar realista a algo totalmente diferente. Es un asunto de querellas de los universales.

En cuanto a saber si Freud caía o no en el vicio de tomar la realidad por la última, o la anteúltima, o una cualquiera de estas capas a saber, por creer que hay un mundo cuya última esfera, si se puede decir, sea inmóvil, ya sea motriz o no.

Pienso que eso es ahí adelantar algo totalmente abusivo. Porque si fuera así, Freud no habría opuesto el principio del placer y el principio de realidad. Pero, es aún un hecho del que nadie llegó hasta el presente a tomar conciencia de las consecuencias, a saber, de lo que supone en cuanto a la estructura.

Repito: que se ve qué solidario es a la vez del idealismo y de cierto falso realismo, que es el realismo —no diré de lo que se llama el sentido común, porque el sentido común es insondable— del sentido de la gente, precisamente, que se cree ser un yo, un yo que conoce y que hacen una teoría del conocimiento.

Es que en tanto que la escritura está hecha de estas esferas que se envuelven una a la otra, cualquiera sea el orden en que se escalonan, nos encontramos, justamente, frente a este figura entre nuestra esfera subjetiva y toda esfera —habrá siempre una cierta cantidad de esferas intermediarias, idea, idea de la idea, representación, representación de representación, idea de representación —, y que más allá, incluso, de la última esfera, digamos que es la esfera del fenómeno. Podemos quizás, admitir la existencia de una cosa en sí, es decir, de un más allá de la última esfera. Es alrededor de esto que giramos desde siempre y es el impasse de la teoría del conocimiento.

La diferencia entre esta estructura de la esfera y la de la banda de Moebius que les presento es que si nos ponemos a hacer el dobladillo a esta banda da Moebius, que es esta que tengo aquí en la mano derecha cuando hayamos dado una vuelta, —es lo que les dije cuando se los presenté—, estaremos del otro lado de la banda. Parecería, pues, que habría que atravesarla, como se les dijo la primera vez, para hacerle el dobladillo. Pero, es a condición de querer hacerle un dobladillo, como el dobladillo de este abrigo o el dobladillo de la esfera de hace un rato, un dobladillo que se forme en una vuelta. Pero, si ustedes hacen dos, ustedes lo envuelven completamente, a saber, que ya no tienen necesidad de hacer otro. La banda de Moebius está completamente doblaba con este elemento que, además, le está encadenado, concatenación, término esencial para dar su valor no metafórico, sino concreto, a la cadena significante. Sólo que lo que dobla a esta banda de Moebius es una superficie que no tiene, en absoluto, las mismas propiedades. Es una superficie que si la deshago —creo que no tenemos más que hacer con esto por el momento—, la deshago a esta banda de Moebius que estaba enrulada con ella, tiene por propiedad la de poder, si puedo decirlo, doblándose a sí misma, uniendo una de sus caras, llamémosla la cara azul, para no decir el derecho y el revés, no tiene ni derecho ni revés, tiene un derecho y un revés una vez que se ha elegido, la cara azul esta pegada a sí misma y la cara roja, ya que, se los repito, ella tiene un derecho y un revés, está toda entera en lo que se ve en el exterior.

He aquí, pues, algo, una superficie que tiene como propiedad la banda de Moebius primitiva en la cual estas dos fueron hechas. Es una de Moebius que ustedes toman, construyen, de manera ordinaria, volviéndola así. Si ustedes recortan de una manera equidistante a un borde, todas hacen ahí un corte, tendrán dos vueltas. Ustedes le recortan el centro de una otra superficie de Moebius, aquella que lee mostré un rato, y en la periferia, una banda, una banda que no es una banda de Moebius, es una banda con dos caras. No es una banda cilíndrica porque ustedes lo ven, ella tiene, no obstante, una forma, y una forma un poquitito bizarra. Esta forma, se las muestro, es muy simple de encontrar. Hace acá dos vueltas y en este caso, una cuelga.

Bien, hagan la verificación. Este banda es una superficie aplicable a la superficie del toro. Esta es, se las doy para que la miren.

Entonces ¿qué tenemos?. Tenemos una banda de Moebius que es tal sufriendo un corte, un corte típico, de una manera regular equidistante a su borde, se culmina en algo que es la banda de Moebius que permanece siempre algo y algo que la envuelve completamente, haciéndole una doble vuelta. Este algo no es una banda de Moebius. Es algo que envuelve a la banda de Moebius de la que eso algo salió, en la medida en que esta banda resulta de una división de una banda de Moebius. Esta banda en tanto que, a la vez, encadenada a la banda de Moebius, pero cuando esta aislada de esta, es aplicable sobre el toro. Esta banda es lo que para nosotros, estructuralmente, se aplica mejor a lo que les defina por ser sujeto, en tanto que el sujeto está barrado. El sujeto en tanto que por una parte, algo que se envuelve a sí mismo, o aún ese algo que puede bastar para manifestarse en ese simple redoblamiento. Porque no hay necesidad, incluso, de que la banda de Moebius permanezca aislada en el otro y encadenada a esta banda como ustedes vieron, que de esta banda simplemente haciéndola redoblarse puedo rehacer la estructura de la banda de Moebius. Esto va a servirnos de apoya para definir la función del sujeto, algo que tendré esta propiedad esencial para definir la conjunción de la identidad y de la diferencia.

Esto es lo que nos parece más apropiado para soportar estructuralmente, para nosotros, la función del sujeto. Ustedes verán ahí detalles, finezas que a medida que yo prosiga es, a saber, lo que ustedes podrán ver ahí de una manera más íntima, esta relación de la función del sujeto a la del significante. Y la distancia que separa, en un caso y en el otro, esta relación a la conjunción de la identidad y de la diferencia.

Y ahora les indico si la banda de Moebius es ella misma el efecto de un corte en otro modo de superficie que para facilitarles las cosas no introduje de otra manera y que llamé hace un rato el plano proyectivo. Es al precio de dejar ahí al residuo de una caída, de una caída discal que tomo por soporte del objeto a, en tanto que es de su caída que depende el advenimiento de la banda de Moebius y que su reintegración la modifica en su naturaleza de caída discal. Es decir, la vuelve sin derecho ni revés y es ahí que encontramos la definición del objeto como no especular. Es en tanto ustedes lo ven, se vuelve a suturar. Se vuelve a colocar en su lugar en relación al sujeto en la banda de Moebius, que tiene como propiedad devenir esa otra cosa cuyas leyes son radicalmente diferentes de aquellas de cualquier agujero hecho sobre la esfera, que también define sujeto u objeto. Es un objeto totalmente especial y anoche —lamento que la persona que introdujo este término haya partido ya, visto la hora— se nos habló de volteo. Ningún empleo de un término tal como este podría ser tenido por legítimo, —salvo por ser, propiamente, amasado— si no resultara de esta referencia estructural. Es, a saber, que son de un alcance totalmente diferentes según las estructuras, lo que puede calificarse de volteo.

¿Para qué machaqué desde hace años la diferencia de lo real, de lo imaginario, de lo simbólico, de la que ustedes ven ahora encarnado, —pienso que ustedes lo sienten—, que hace un rato, en mis sucesivas esferas, ustedes vieron bien ahí cómo lo imaginario encuentra su lugar?. Lo imaginario es siempre la esfera intermedia entre una esfera y otra. Lo imaginario no tiene sino este sentido ¿o puede tener otro?. ¿Cómo hablar de una manera unívoca de volteo, cómo hacerla sentir?. Un guante. Tomemos la manera más vieja de presentar las cosas, ya está en Kant. Un guante dado vuelta y un guante en el espejo no son la misma cosa. Un guante dado vuelta está en lo real. Un guante en el espejo está en el imaginario en la medida en que ustedes toman la imagen del guante en el espejo por la imagen del guante que está adelante. A partir de ahí ustedes pueden ver bien en cuanto a nuestras formas, aquellas que les puedo dibujar en el pizarrón, sucede lo mismo, porque ellas tienen un derecho y un revés y porque tienen un eje de simetría. Pero, para el plano proyectivo y la banda de Moebius, que no tienen ni derecho ni un revés, ni plano de simetría, aunque se dividan en dos, lo que usted tengan en el espejo debe ser seriamente cuestionado. En cuanto a lo que ustedes tienen en lo real intenten siempre voltear una banda de Moebius, la van a voltear tanto como quieran, siempre tendrá la misma torsión, porque, en efecto, esta banda de Moebius tiene una torsión que es propia y es a este título que se puede creer que es especular, porque ella gira o a derecho o a izquierda. Es justamente en esto que no digo que la banda de Moebius no es especular. Definiremos el estatuto de su especularidad propia. Veremos que esto nos conducirá a ciertas consecuencias. La que es importante es esta falsa complementariedad que hace que tengamos por una parte, una banda de Moebius, que para nosotros es soporte y estructura del sujeto en tanto que la dividimos. Si la dividimos por el medio ya no tendremos ese residuo de la banda de Moebius encadenada que los mostré hace un rato pero, la tendremos bajo la forma, precisamente, de este corte, y que importa lo esencial, será obtenida, a saber, la banda que llamaremos tórica, aplicable sobre el toro, y de la que ella es capaz de restituir aplicándose sobre sí misma la banda de Moebius.

Esto para nosotros estructura sujeto tachado, algo junto a este sujeto tachado, que llamaremos $, que es S no especular, en tanto que se vuelve a soldar en tanto que es considerado como soporte de este sujeto tachado del sujeto, por otra parte estando caído, pierde todo privilegio y deja literalmente al sujeto sólo, sin recurso de este soporte. Este soporte está olvidado y desaparecido.

Es ahí que los quería llevar hoy. Me disculpo por no haber podido llevar más lejos esta exposición. Pero, he pensado desde hace tiempo en no masticar literalmente las pasos. Me arriesgaba a prestarme a la recaída de siempre en el pensamiento psico-cosmológico, que es, precisamente, aquel al cual nuestra experiencia va a poner un término.