Seminario 15: Clase 11, del 28 de Febrero de 1968

A alguien que tuvo la amabilidad de venir al seminario cerrado de fines de Enero, advertido gracias a los buenos oficios de Charles Melmann, le fue solicitado por éste, y de la forma más legítima ya que Jacques Nassif, de quien se trata, tuvo la amabilidad de hacer el resumen de mi seminario del año pasado, el de la Lógica del Fantasma, para el Boletín de la Escuela Freudiana. El tuvo la amabilidad de responder a ese requerimiento que consistía en pedirle si tenía algo que decir, interrogar o presentar, que diera una idea de la forma como entiende el punto a que hemos llegado este año.

Sé que dio de buen grado su respuesta, es decir preparar algo que va a servir de introducción a lo que voy a decir hoy.

Desde ya puedo decir en qué sentido esto me produce satisfacción; en primer lugar por el puro y simple hecho de haber preparado este trabajo, que preparó de forma competente estando perfectamente al tanto de lo que yo he dicho el año pasado; y además ocurre que lo que él ha extraído, quiero decir lo que ha destacado, separado, en relación al contenido de lo que dije el año pasado, es propiamente hablando la red lógica y especialmente su importancia, su acento, su significación en lo que quizás está definido, indicado como la orientación de mi discurso, su objetivo, su fin para decir la palabra.

Que, en esta elaboración, donde esta cuestión que planteo sobre el acto analítico que se presenta como algo profundamente implicante para todos los que me escuchan a título de analistas, hayamos llegado justamente a ese punto donde voy a poner un mayor acento que el que puse hasta aquí, no simplemente sobre algo que puede escucharse de cierta manera como «en todo hay una lógica», nadie sabe demasiado bien lo que eso quiere decir, decir que hay allí una lógica interna a algo, sería simplemente buscar la lógica de la cosa, es decir que el término «lógica» sería utilizado de una forma de algún modo metafórica; no, no es a esto a lo que vamos. La última vez, al término de mi discurso había una indicación en esa afirmación ciertamente audaz —y de la que no espero por anticipado que encuentre eco, resonancia, espero al menos simpatía en la oreja de algunos lógicos presentes en mi auditorio— en definitiva lo que yo indiqué es lo siguiente: que tenía que haber (y espero estar en condiciones de aportar algún argumento en ese sentido) alguna relación, alguna posibilidad incluso de definir como tal a la lógica, la lógica en el sentido preciso del término, a saber esa ciencia que se ha elaborado, precisado, definido, y al decir «definirse» no quiero decir que se haya definido desde el primer paso, desde el primer intento; digamos, al menos, que quizás su propiedad sea no poder establecerse más que a partir de una definición muy articulada. Es por esto, en efecto, que no se comienza a distinguirla propiamente hablando, hasta Aristóteles y que de allí en adelante se tiene el sentimiento de que alcanzó de entrada una especie de perfección, que no excluye sin embargo que haya tenido serios desfasajes, incluso desenganches que de algún modo nos permiten profundizar de qué se trata.

Dije el otro día que había una definición, que nadie había imaginado hasta el momento y que trataríamos de formular de forma muy precisa, que podría articularse alrededor de lo siguiente: que lo que se (on) intenta —precisamente este se (on) merecerá también ser recordado y de algún modo, señalado con un paréntesis como punto a dilucidar más adelante— es algo que sería del orden de qué? del dominio o de la liberación (a veces es lo mismo) precisamente en el lugar de lo que puntuamos acá, en nuestra práctica de analistas, como el sujeto supuesto saber, un campo de la ciencia que tendría por fin —y hasta se podría decir por objeto porque la palabra «objeto» toma acá toda su ambigüedad— por ser interno a la operación misma, excluir, algo sin embargo no sólo articulable sino articulado, excluir como tal al sujeto supuesto saber.

Definirlo así es una idea que sólo puede surgir a partir del punto en que estamos, estamos al menos (ya los acostumbré lo suficiente a plantear la cuestión de esta manera en advertirles que en el psicoanálisis, y verdaderamente es este el único punto central, el único nudo, la única dificultad, el punto que simultáneamente distingue al psicoanálisis y lo pone profundamente en cuestión como ciencia, es justamente eso que, por otra parte nunca fue criticado, enganchado como tal, a saber que lo que el saber construye no cae de su peso, alguien lo sabía antes.

Curiosamente la cuestión parece superflua en cualquier otra parte en la ciencia. Está bien claro que esto tiene que ver con la forma como esta misma ciencia se ha originado. Verán que, en lo que les va a decir ahora Nassif está la localización precisa del punto donde, en efecto, se puede decir que se originó la ciencia.

Sólo que, siguiendo lo que yo articulo, precisamente en lo que respecta al psicoanálisis no se instituyó de esta manera. La cuestión propia del psicoanálisis es la que constituye, o por lo menos alrededor de lo que se instituye ese punta oscuro que intentamos aclarar un poco este año, el acto psicoanalítico.

En otros términos, no es posible hacer el menor avance, el menor progreso en cuanto a ese acto mismo, porque se trata del acto, lo grave de ese discurso es que no se ha pensado para nada sobre el acto, ese discurso que se instituye en el interior del acto y, si se puede decir, ese discurso debe ordenarse de tal forma que no pueda, sin lugar a duda, articularse de otra manera.

Esto es lo más difícil y escabroso que tiene, y lo que no permite recibirlo como son recibidos en general los discursos de los filósofos, que son escuchados de una forma bien conocida, que es la siguiente: qué música se puede hacer alrededor (puesto que después de todo, el día del examen, es necesario poner a los filósofos en su lugar, es decir en los bancos de la escuela), todo lo que se les pide es la música alrededor del discurso del profesor.

Pero yo no soy un profesor justamente porque cuestiono al sujeto supuesto saber. Es justamente lo que el profesor no cuestiona jamás puesto que esencialmente él es, en tanto que profesor, su representante. No estoy hablando de los sabios; estoy hablando de los sabios en el momento en que comienzan a ser profesores.

Por otra parte, mi discurso analítico nunca dejó de estar en esa posición que constituye justamente su precariedad, su peligro y también su serie de consecuencias. Me acuerdo del verdadero horror que produje en mi querido amigo Merleau Ponty cuando le expliqué que yo estaba en la posición de decir ciertas cosas —que ahora se han convertido en la música, por supuesto, pero que en el momento en que las decía eran sin embargo dichas de cierta manera, siempre en ese sesgo— no era porque todavía yo no había planteado la cuestión como la planteo ahora que no estuviera realmente instituida como esto, y lo que yo decía sobre la materia analítica era lo que ésta ha sido siempre, de naturaleza tal que justamente por pasar por ese clivaje, esa hendidura que le da a ese discurso su carácter tan insatisfactorio, porque no se ven las cosas bien ordenadas en capas, como en la construcción positivista, y eso va a la cabeza, evidentemente es muy tranquilizador lo que responde a una cierta clasificación de las ciencias que se mantiene dominante en las mentes de los que entran ya sea en medicina, psicología u otros empleos, pero lo que evidentemente no es sostenible a partir del momento en que estamos en la práctica psicoanalítica.

Entonces, como este tipo de discurso engendró siempre no se qué malestar que implica el que no sea un discurso de profesor, esto traía aparejado al margen esa especie de rumores, murmullos, comentarios conducentes a fórmulas tan ingenuas como ésta, tanto más desconcertante cuanto que se producían en la boca de personas que de ingenuas no tenían nada; que del célebre pilar del comité de redacción que por lo menos debería saber un montón sobre lo que se dice y lo que no se dice, se obtuviera ese grito infantil, que yo reproduje en alguna parte, a saber «¿por qué no dice él, lo verdadero sobre lo verdadero?» Evidentemente es bastante cómico y da una pequeña idea de la medida, por ejemplo, de las diversas reacciónes experimentadas, atormentadas, incluso de pánico o por el contrario, irónicas, que yo podía recoger —en estos términos me expresaba ante Merleau-Ponty— desde la misma tarde del día que yo hablaba; tengo el privilegio de tener esa punción, ese muestreo sobre mi auditorio a través de las personas que vienen a mi diván para comunicarme el primer shock de ese discurso.

El horror, como dije, que manifestó al punto mi interlocutor Merleau-Ponty en esa oportunidad es por sí sólo verdaderamente significativo de la diferencia que hay entre mi posición y la del profesor. Totalmente referida a la puesta en cuestión del sujeto supuesto saber, porque todo está allí. Quiero decir que aún tomando las posiciones más radicales, las más idealistas, las más fenomenologizantes, no deja de haber algo que no es puesto en cuestión, aún si ustedes van más allá de la conciencia tética, como se dice, poniéndose en la conciencia no tética, toman esa perspectiva ante la realidad que tiene el aspecto de ser algo totalmente subversivo, abreviando aún si ustedes hacen el no existencialismo, hay algo que nunca ponen en cuestión, a saber si lo que dicen era verdadero anteriormente.

Justamente esta es la cuestión para el psicoanalista, y lo más importante es que cualquier psicoanalista, hasta el menos reflexivo es capaz de sentirlo; por lo menos llega hasta a expresarlo en un discurso al que hice alusión la última vez; el personaje que ciertamente no sigue mis huellas puesto que se cree obligado a expresarse en oposición a lo que digo, lo que es verdaderamente cómico porque él ni siquiera podría empezar a decirlo si no hubiera tenido anteriormente todo mi discurso, a esto hacia alusión yo cuando hablaba de ese artículo que, por lo demás, forma parte de un congreso que todavía no salió en la Revista Francesa de Psicoanálisis, donde aparecerá seguramente un día de estos.

Ahora, después de esta introducción, van a ver que el discurso de Nassif, al que agregaré lo que convenga, estará destinado a reunir lo que pudo constituir la esencia de lo que articulé el año pasado como lógica del fantasma, en el momento en que precisamente esta presencia de la lógica en mi discurso de este año —no esta elaboración lógica— esta presencia de la lógica como instancia ejemplar que, en tanto que está expresamente hecha para desembarazarse de sujeto supuesto saber, quizás, —es lo que voy a tratar de mostrarles en la continuación de mi discurso de este año— nos dé el trazado, la indicación de un sendero que de algún modo es el que nos está predestinado, ese sendero que de algún modo esta lógica nos prefigurará en toda la medida en que sus variaciones, sus vibraciones, sus palpitaciones, y precisamente desde la época, correlativa a la época de la ciencia, —no en balde— en que ella misma se puso a vibrar, no pudiendo quedarse en su base aristotélica, en suma, la forma en que ella no puede desembarazarse del sujeto supuesto saber, si es que podemos interpretar así la dificultad de la puesta a punto de esta lógica que se llama lógica matemática o logística. Hay allí algo que podemos encontrar trazado por la forma en que se nos plantea la cuestión en lo relativo al acto analítico, porque es precisamente en ese punto, es decir allí donde el analista tiene que situarse —no digo solamente reconocerse— situarse en acto, allí podemos encontrar auxilio, al menos así lo he pensado, en la lógica, de forma que nos aclare, al menos, en cuanto a los puntos sobre los cuales no hay que caer, no hay que dejarse atrapar por cierta confusión relativa a lo que hace al estatuto del psicoanalista. Le dejo la palabra.

JACQUES NASSIF: En primer lugar les ruego me disculpen porque sin duda ustedes no se esperaban, ni tampoco yo por otra parte, tener que escuchar hablar a un escriba, lo que evidentemente corre el riesgo de hacerlo balbucear mucho. Finalmente, yo mismo estuve bastante apremiado y un escriba apremiado corre el riesgo de hacerse entender todavía menos, tanto que lo que voy a decirles corre el riesgo de estar demasiado escrito, en parte porque tengo que repetir cosas que posiblemente ya hayan escuchado y que sin embargo corren el riesgo de pasar por alusivas. En fin, estoy atrapado en esta paráfrasis a pesar mío del discurso de Lacan, y para comenzar quisiera darles estos dos exergos que extraje de Edmond Jabes. El hace decir a algunos de sus rabinos imaginarios estas dos cosas con algunas páginas de intervalo: «De niño cuando escribí por primera vez mi nombre tuve conciencia de comenzar un libro»; y varias páginas más adelante: «Mi nombre es una pregunta, y mi libertad es mi inclinación por las preguntas».

Creo que, si hay un discurso posible sobre el psicoanálisis, se ubica entre estas dos puestas en cuestión del nombre. No se trata de escribir un libro. No se trata de ser simplemente una pregunta.

Creo que si el seminario del año pasado se titula «lógica del fantasma» es porque intenta producir una nueva negación que permita escuchar y ubicar la fórmula de Freud: «El inconsciente no conoce la contradicción».

Esta fórmula, hay que decirlo, forma parte de una preconcepción relativa a las relaciones del pensamiento con lo real que hacia creer a Freud que lo que él articulaba tenía que ser situado como una escena más acá de toda articulación lógica.

Ahora bien, la lógica a la que Freud hace referencia para decir que el pensamiento no aplica sus leyes se funda sobre un esquema de adaptación a la realidad. Por eso hay que sacudir ese término contradicción, lo que llevó a Lacan a esta otra fórmula «no hay acto sexual», lo que necesita que una nueva negación sea producida, sea confrontada con la repetición para proveernos un concepto del acto.

Mi primera parte podría titularse justamente: el tema de la negación.

Para poder aislar las diferentes negaciones que el término contradicción recubre (el inconsciente no conoce la contradicción) es necesario separar en primer lugar esos dominios que se superponen de hecho, pero que sólo la lógica formal permite distinguir, a saber la gramática y la lógica.

La negación en el sentido más corriente es la que funciona a nivel de la gramática. Es solidaria con la afirmación «hay universo del discurso» y sirve justamente para excluir que esto no puede sostenerse sin contradicción. Se presta pues a la intuición en la imagen de un límite, sostenida por el gesto que consiste en carácterizar una clase por un predicado, por ejemplo «el negro» y designar a partir de allí lo que no es negro como no unible al predicado.

Eso que es edificado sobre esa definición de la negación que Lacan llama «negación complementaria» nos deja a nivel de la gramática porque uno se concede sin siquiera decirlo un metalenguaje que permite hacer funcionar la negación como concepto y como intuición.

Pero hay algo más grave: sobre ese uso de la negación se incorpora toda una tradición que Freud, según la opinión de algunos, heredaría con su noción de yo (moi), que liga los primeros pasos de la experiencia al funcionamiento, al surgimiento de una entidad autónoma: en relación a ésta lo que estuviera admitido o identificado sería llamado «yo» (moi), lo que estuviera excluido o rechazado podría llamarse «no-yo» (no moi).

No hay nada de esto, porque el lenguaje no acepta de ninguna manera semejante complementariedad, y lo que se toma acá por una negación no es otra cosa que lo que funciona en el desconocimiento narcisista a partir del cual el sujeto se aliena en lo imaginario.

Esta segunda negación del desconocimiento instaura un orden lógico pervertido, precisamente, en efecto, lo que se llama el fantasma como tela del deseo, que nos vuelve a dejar, una vez más, a nivel de la articulación gramatical. Veremos esto más precisamente más adelante.

No obstante, esta negación del desconocimiento se diferencia de la negación complementaria en que ella es correlativa a la instauración del sujeto como referente de la falta. Esta negación, una vez redoblada en la denegación freudiana, a la que se podría definir como desconocimiento del desconocimiento, permite en efecto, que aflore el nivel de lo simbólico y que juegue como tal la función lógica del sujeto, a saber (les recuerdo la definición) «lo que representa un significante para otro significante» o «lo que remite a la falta bajo las especies del objeto (a)».

Pero esta función lógica del sujeto que hice surgir acá sólo puede surgir como tal remitiendo a esa cuestión del universo del discurso que la gramática, por decirlo así, segrega al no tener en cuenta la duplicidad del sujeto del enunciado y del sujeto de la enunciación. Por lo tanto esta función lógica del sujeto sólo puede surgir si la escritura es tematizada como tal. Mi segunda parte se llama: La lógica y la escritura.

No se trata de esa escritura simplemente instrumental y técnica que, en la tradición filosófica, se describe como significante de significante, sino de ese juego de repetición que, planteándolo así, despeja lo que es lógica de la ganga gramatical que la envuelve.

El sujeto es, en efecto, la raíz de la función de la repetición en Freud, y la escritura la puesta en acto de esta repetición, que busca precisamente repetir lo que escapa, a saber la marca primera que no podría redoblarse y que se desliza necesariamente fuera de alcance. Ese concepto de la escritura permite ver, en efecto, lo que está en cuestión en una lógica del fantasma que seria más importante que cualquier lógica susceptible de fundar una teoría de conjuntos.

En efecto, el único soporte de esta teoría es que todo lo que puede decirse de una diferencia entre los elementos de ese conjunto está excluido del yo escribo. Dicho de otro modo, no existe otra diferencia que la que me permite repetir una misma operación, a saber aplicar un rasgo unario sobre tres objetos tan heteróclitos como quieran. Pero justamente ese rasgo unario queda necesariamente oculto en todo universo del discurso que sólo puede confundirlo con el uno contable, y el uno unificante; con este fin se dará la posibilidad de axiomatizar esa relación esencial entre lógica y escritura tal como el surgimiento del sujeto permite instaurarla, planteando que ningún significante puede significarse a sí mismo —es el axioma de la especificación de Russell— y la cuestión de saber lo que representa un significante frente a su repetición pasa por la escritura.

Este axioma viene a formalizar en efecto el uso matemático que quiere que, si ponemos una letra (a) la retomemos enseguida como si la segunda vez fuera siempre la misma. Se presenta en una formulación donde la negación interviene —ningún significante puede significarse a sí mismo— pero de hecho es el «o» exclusivo lo que se designa así; hay que comprender que un significante —la letra (a)— en su presentación repetida no significa más que en tanto funcionamiento una primera vez o en tanto funcionamiento una segunda vez.

Vamos a ver que es alrededor de las relaciones entre la disyunción y un cierto concepto de la negación que se anudan las cosas y que la tematización del acto se vuelve indispensable. Pero lo que este análisis permite ver de aquí en adelante, es que si la escritura, definida como campo de repetición de todas las marcas, puede distinguirse del universo del discurso que tiene por carácterística cerrarse, es también sólo a través de la escritura que un universo del discurso puede funcionar, excluyendo algo que justamente será planteado como no pudiendo sostenerse escrito.

El concepto de lógica, aunque gravado quizás por un pasado filosófico, bastante cargado también éste, no presenta el inconveniente de esa ambigüedad ligada al concepto de escritura. Pero eso implica, si queremos hablar de lógica del fantasma, que sean dilucidadas las relaciones de ese concepto al concepto de verdad. De allí mi tercera parte:

Lógica y verdad; el «no sin » («pas sans»).

Se plantea así en efecto el problema de saber si es lícito inscribir en los significantes un verdadero y un falso manipulables lógicamente, a través de tablas de verdad por ejemplo.

A nivel de la lógica clásica, que no es otra que la gramática de un universo del discurso, la solución inventada por los estoicos permanece paradojal. Consiste en preguntarse cómo tienen que encadenarse las proposiciones con respecto a lo verdadero y lo falso e implementar una relación de implicación que hace intervenir dos tiempos preposicionales: la prótesis y la apódosis, que permite establecer que lo verdadero no podría implicar lo falso sin impedir sin embargo que de lo falso se pueda deducir tanto lo falso como lo verdadero. Es el adagio «ex falso sequitur quod libet».

Subrayar esa paradoja de la implicación se convierte de hecho en dilucidar la negación que allí funciona. Basta en efecto con invertir el orden de la proposición p implica q para ver surgir: «si no p, no q», y por allí mismo una negación. Esta negación no tiene nada que ver con la negación complementaria porque no juega a nivel del predicado sino a nivel de la que Aristóteles llama un propio. Les recuerdo esta distinción. Por ejemplo yo puedo dar como definición del hombre: el hombre es hombre y mujer. Es un propio. La definición que habría que dar es: el hombre es un animal racional. «Hombre y mujer» es un propio, ese propio no alcanza para definir en Aristóteles. Por el contrario, creo que la ciencia moderna sólo da definiciones por lo propio.

A esta tercera negación Lacan la llama el «no sin». Su modelo sería la fórmula: no hay verdadero sin falso, pues va en contra del principio de bivalencia de todas las formas; en Aristóteles. este rechazo a dar definiciones por lo propio está ligado a la necesidad de producir un discurso extensional, donde justamente el principio de bivalencia no estaría puesto en cuestión.

Veremos también que esta tercera negación permite circunscribir perfectamente el problema del acto tal como se expresa en esta simple frase: no hay hombre sin mujer.

En definitiva se podría reproducir en términos más rigurosos, que el del desconocimiento, lo que pasa a nivel de la gramática del fantasma en ciertos fenómenos de inferencia subyacentes al proceso de identificación bajo todas sus formas.

Pero especialmente el «no sin» permite comprender que el modo de asociación libre, a través del cual se presume el campo de la interpretación, confronta con una dimensión que no es la de la realidad sino la de la verdad.

En efecto, cuando se le objeta a Freud que con su forma de proceder encontrará siempre un significado para hacer el puente entre dos significantes, él se conforma con responder que las líneas de asociación vienen a recortarse en puntos de partida electivos que dibujan de hecho lo para nosotros es la estructura de una red. Y por lo tanto la lógica renga de la implicación es relevada por la verdad de la repetición.

Lo esencial pues, no es tanto saber si un acontecimiento tuvo realmente lugar o no, como descubrir cómo pudo el sujeto articularlo como significante, es decir verificando la escena por un síntoma donde esto iba no sin aquello y donde la verdad participa ligada con la lógica.

En este punto sería posible hacer el puente entre lógica y verdad gracias al concepto de repetición que está un poco subyacente en estas dos partes, lo que conduciría inmediatamente a una tematización del acto.

Seguiré más bien el orden adoptado por Lacan que comienza dando un modelo vacío, forjado para dar cuenta de la verdadera forclusión producida en el cogito cartesiano a partir del cual la ciencia queda vacía. Llego así a mi cuarta parte: Modelo vacío de la alienación: S (X)

Este modelo que es el de la alienación como elección imposible entre el yo no pienso y el yo no soy va a permitirnos sobretodo exhibir la negación más fundamental, la que funciona en relación con la disyunción tal como es designada en la fórmula de Morgan: No (a y b) equivale a no a o no b.

Ahora bien, una vez establecido que a y b designan el yo pienso y el yo soy, que es la misma negación que funciona de una y otra parte del signo de equivalencia, se debe admitir que lo que esta negación fundamentalmente hace surgir es al Otro, consecuentemente al rechazo de la cuestión del ser que instaura el cogito, exactamente como lo que es rechazado por lo simbólico reaparece en lo real. Pero también hay que admitir que esta Verwerfung primordial que instaura la ciencia instaura una disyunción exclusiva entre el orden de la gramática en su totalidad que se hace así soporte del fantasma, y el orden del sentido que resulta excluido y que deviene efecto y representación de cosa. (Voy a retomar más lentamente.)

Hay pues equivalencia entre: «no yo pienso y yo soy», y: «o yo no pienso o yo no soy». Y es sobre el primer término de esta equivalencia que quisiera detenerme ahora porque va a permitirnos plantear en todo rigor la distinción entre sujeto del enunciado y sujeto de la enunciación.

Si en efecto «luego yo soy» tiene que poder ponerse entre comillas después del yo pienso, es en primer lugar porque la función del tercero es esencial al cogito. Es con un tercero que yo argumento, haciéndolo renunciar una a una a todas las vías del saber en la primera meditación, hasta sorprenderlo en un viraje decisivo haciéndole confesar que es necesario que yo (Je: se emplea solamente como elemento del grupo verbal, generalmente se suprime al traducir al español. La traducción habitual del je pense done je suis, sería: pienso. luego soy. Pero en este caso mantuvimos el yo pienso y el yo soy, porque la exposición de Nassif se centra precisamente en ese je. Para designar al yo como instancia psíquica se utiliza el moi.) sea yo (moi) para hacerle recorrer ese camino, de tal modo que el yo soy que él me da no es otra cosa en definitiva que el conjunto vacío puesto que se constituye por no contener ningún elemento.

El yo pienso no es de hecho más que la operación de vaciamiento del conjunto del yo soy. Por allí mismo deviene un yo escribo, único capaz de efectuar la evacuación progresiva de todo lo que está puesto al alcance del sujeto en materia de saber. El sujeto —es totalmente fundamental para la conceptualización del acto— no se encuentra solamente en posición de agente del yo pienso sino en posición de sujeto determinado por el acto mismo en cuestión, lo que expresa en latín la diátesis media corriente, por ejemplo loquor.

Todo acto podría formularse en estos términos ya que el medio, en una lengua, designa esa falla entre sujeto del enunciado y sujeto de la enunciación. Pero como no es meditor, que por otra parte es el frecuentativo de medeo, sino cogito lo que utiliza Descartes, y como es esencial a ese cogito el poder ser repetido en cada uno de sus puntos, en cada uno de los puntos de la experiencia, cada vez que sea necesario —y Descartes insiste sobre ello— podría ser que tengamos que ver allí con el negativo de todo acto.

En efecto el cogito es por una parte el lugar donde se origina esa repetición constitutiva del sujeto y por otra parte el lugar donde se instaura un recurso al gran Otro, tomado el mismo en el desconocimiento en tanto que ese Otro es supuesto como no afectado por la marca, es decir se supone que ese Dios no escribe. En efecto, el cogito sólo es sostenible si se completa con un: sum ergo deus est y con el postulado correlativo según el cual la nada no tiene atributo.

Descartes remite a cargo de un otro, que no estaría marcado, las consecuencias decisivas de ese paso que instaura la ciencia. Estas no se hacen esperar: por una parte el descubrimiento newtoniano, lejos de implicar un espacio partes extra partes da como esencia de la extensión el tener cada uno de sus puntos religados por su masa a todos los demás, en cuanto a la cosa pensante, lejos de ser un punto de unificación, lleva por el contrario la marca de la fragmentación, la que se demuestra de algún modo en todo el desarrollo de la lógica moderna, desembocando en la res cogitans haciendo ya no un sujeto sino una combinatoria de notaciones.

Referir, pues, la negación —esa negación que estoy tratando de hacer surgir— a la reunión del yo pienso y el yo soy viene a ser tomar acto de sus consecuencias y traducirlas escribiendo que no hay Otro. La sigla S (A/) [A mayúscula barrada] viene a ser en efecto constatar que no hay ningún lugar donde se asegure la verdad constituida por la palabra, ningún lugar justifica la puesta en cuestión por palabras de lo que no es más que palabra, hundiéndose toda la dialéctica del deseo y la red de marcas que forma en el intervalo entre el enunciado y la enunciación.

Por lo tanto todo lo que se funda únicamente sobre un recurso al Otro está aquejado de caducidad. Sólo puede subsistir lo que toma la forma de un razonamiento por ocurrencia. La no existencia del Otro en el campo de las matemáticas corresponde en efecto a un uso limitado en el empleo de los signos, es el axioma de especificación y la posibilidad de intercambio entre lo establecido y lo articulado.

El Otro es, pues, un campo marcado por la misma finitud que el sujeto mismo. Lo que hace depender al sujeto de los efectos del significante hace simultáneamente que el lugar donde se asegura la necesidad de verdad esté fracturado en sus dos fases del enunciado y la enunciación.

Es por esto que la reunión del yo pienso y del yo soy, aunque necesaria, debe ser en su principio negada por esta negación fundamental.

No tendría que escapárseles que esta negación, que no nos proporciona por el momento más que un modelo vacío está de hecho inducida por la sexualidad tal como es vivida y tal como opera. Llego así a mi quinta parte:

Forclusión y denegación

En efecto se la puede presentar (la sexualidad en general tal como es vivida y tal como opera) como un defenderse de dar curso a esa verdad de que no hay Otro.

Ese modelo se apoya de hecho sobre esta verdad del objeto (a) que en definitiva hay que remitir a la castración, puesto que el falo como su signo representa justamente la posibilidad ejemplar de la falta de objeto.

Esa falta es inaugural para el niño cuando descubre con horror que su madre está castrada, y la madre designa nada menos que a ese Otro que está puesto en cuestión en el origen de toda operación lógica.

Así la filosofía y cualquier tentativa para restablecer la legitimidad de un universo del discurso consiste, una vez que consiguió una marca por la escritura, tachándola en el Otro, en presentar a ese Otro como no afectado por la marca.

Ahora bien, esta marca que permite ese rechazo en lo simbólico sólo es, de hecho, el teniente, lugar de esa huella inscripta sobre el mismo cuerpo que es la castración. Es posible acá presentar esa forclusión de la marca del gran Otro como un rechazo motivado y retomado sin cesar de lo que constituye un acto.

Pero ese acto, tomado él mismo en la lógica regida por la negación (esa negación fundamental), no es de carácter positivo; ustedes lo sospechaban. De hecho sólo puede ser inferido a partir de esta otra operación lógica que es la denegación, que consiste ciertamente en poner entre paréntesis la realidad del compromiso y la gramática que allí se funda, pero que no recoge sin embargo esta otra consecuencia del hecho que el gran Otro esté barrado: la disyunción entre el cuerpo y el goce.

Si en efecto el objeto (a) está forcluido en la marca por el filósofo, está identificado como lugar del goce por el perverso, pero aparece entonces justamente como parte de una totalidad que no es asignable puesto que no hay Otro. Y el perverso se siente obligado, como el filósofo, a inventarse una figura manifiestamente teísta, por ejemplo, en Sade, la de la maldad absoluta de la que el sádico sólo es el sirviente.

Si no hay Otro, es porque una y otra son posiciones insostenibles. La pareja hombre-mujer que es positivizada en el caso del filósofo, la pareja (a)-gran Otro que es positivizada en el otro caso, son dos formas paralelas de rechazar el acto sexual ora pensado como real e imposible, ora como posible e irreal.

Queda sin duda una tercera forma, la del pasaje al acto. No hay que imaginarse que ese salto nos hace salir de la alienación descripta antes. Por el contrario nos permitirá articular los términos de forma aún más rigurosa.

Para esto voy a pasar a la segunda parte de la equivalencia «o yo no pienso-o yo no soy», y esta sexta parte se titulará:

La gramática o la lógica

La no reunión en el Otro del yo pienso y el yo soy se traduce simplemente en una disyunción entre dos no sujetos: yo no pienso o yo no soy.

También, antes de hablar del acto, sería útil quizás quedarnos aún en el modelo vacío. Eso va a permitirnos hacer la teoría de esta negación del sujeto que la negación del gran Otro supone y va a darnos la posibilidad de articular mejor las disyunciones entre gramática y lógica, fijando su estatuto a la gramática.

Lo que la lógica nos da que pensar es que no tenemos elección, precisamente en esto: a partir del momento en que el yo (je) ha sido elegido como instauración del ser, tenemos que ir hacia el yo no pienso, porque el pensamiento es constitutivo de una interrogación sobre el no ser justamente, y es a esto que se pone un término con la inauguración del yo (je) como sujeto del saber en el cogito.

También la negación que se da a pensar en la alienación no es más la que está obrando en el rechazo de la cuestión del ser, sino la que dirigiéndose sobre el Otro que surge, se dirige sobre el yo (je) que se substrae.

Ahora bien, conexo a la elección del yo no pienso, surge algo cuya esencia es no ser yo. Ese no yo (je), es el Eso, que puede definirse por todo lo que en el discurso no es yo (je), es decir precisamente por todo el resto de la estructura gramatical.

En efecto, el alcance del cogito se reduce a que el yo pienso hace sentido, pero exactamente de la misma forma que cualquier no-sentido siempre que sea de una forma gramaticalmente correcta.

La gramática, en esta lógica regida por la negación dirigida por turno sobre el Otro y sobre el sujeto, no es más que una rama de la alternativa en la que está tomado el sujeto cuando pasa al acto, y si se definió por todo lo que, en el discurso, no es yo (je), es porque el sujeto resulta el efecto.

Precisamente por esto el fantasma no es más que un montaje gramatical donde se ordena siguiendo distintas alteraciones el destino de la pulsión, de modo que no hay otra forma de hacer funcionar al yo (je) en su relación al mundo que haciéndolo pasar por esta estructura gramatical, pero al igual que el sujeto, en tanto que yo (je), es excluido del fantasma, como se ve en «un niño es pegado», donde el sujeto sólo aparece como sujeto pegado en la segunda fase, y esta segunda fase es una reconstrucción significante de la interpretación.

Es importante señalarlo, así como la realidad, ese compromiso mayor sobre el cual nos hemos entendido, está vacía, igualmente el fantasma está cerrado sobre sí mismo, habiendo volcado el sujeto que pasa al acto su esencia de sujeto en lo que queda como articulación del pensamiento, a saber la articulación gramatical de la frase.

Pero ese concepto de gramática pura, lejos de articularse como en Husserl con la lógica de la contradicción, la que a su vez se articula sobre una lógica de la verdad, en la medida en que esos conceptos de lógica y de gramática tal como los estoy haciendo funcionar acá, en la medida en que esta gramática pura permite ubicar bien los fantasmas y el yo (moi) que es su matriz, ese concepto de gramática debe pues funcionar en forma inversa, es decir permitir constatar que está lo agramatical (algo que Husserl rechazaría) que sin embargo también es lógica, y que la lengua bien hecha del fantasma no puede impedir esas manifestaciones de verdad que son el chiste, el acto falido o el sueño, manifestaciones en relación a las cuales el sujeto sólo puede ubicarse del lado de un yo no soy.

En efecto, de lo que se trata en el inconsciente, que hay que distinguir del Eso, no hace notar esa ausencia de significación en que nos deja la gramática puesto que se carácteriza por la sorpresa, que es precisamente un efecto de sentido, y esta sorpresa que toda interpretación verdadera hace surgir inmediatamente tiene por dimensión, por fundamento, la dimensión del yo no soy.

Es en ese lugar donde yo no soy que la lógica aparece totalmente pura, como no gramática y que el sujeto se aliena de nuevo en un pienso-cosa, lo que Freud articula bajo la forma de representación de cosas, de lo que está constituido el inconsciente que tiene por carácterística tratar las palabras como cosas.

En efecto, si Freud habla de pensamientos del sueño, es que, detrás de sus secuencias agramaticales hay un pensamiento, cuyo estatuto está por definir, que no puede decir ni «luego yo soy» ni «luego yo no soy», y Freud articula esto muy precisamente cuando dice que el sueño es esencialmente egoístico, implicando que el Ich del soñador está en todos los significantes del sueño absolutamente disperso, y que el estatuto que queda a los pensamientos del inconsciente es el de ser cosas.

Esas cosas sin embargo se encuentran y son tomadas en un juego lógico que constituye la función de remisión y que se lee a través de los desfasajes en relación al yo (je) gramatical, y para eso sirve ese yo (je) gramatical, del mismo modo que el jeroglífico se lee y se articula en relación a una lengua ya constituida.

El psicoanalista se apoya sobre ese yo no gramatical cada vez que hace funcionar algo como Bedeutung, haciendo como si las representaciones pertenecieran a las cosas mismas y haciendo surgir así esos agujeros en el yo (je) del yo no soy donde se manifiesta lo que concierne al objeto (a). Porque, en definitiva, lo que toda la lógica del fantasma viene a suplir es la inadecuación del pensamiento al sexo o la imposibilidad de una subjetivación del sexo. Esta es la verdad del yo no soy.

El lenguaje en efecto, que reduce la polaridad sexual a un tener o no tener (la connotación fálica) hace matemáticamente fallo cuando se trata de articular esta negación que es, en definitiva, la que funciona en la castración.

Ahora, el lenguaje es lo que estructura al sujeto como tal y, en los pensamientos del sueño donde las palabras son tratadas como cosas, en ese punto tendremos que ver francamente como una laguna, un síncope en el relato.

Así, mientras que el «no yo (je)» del eso de la gramática gira alrededor de ese objeto núcleo donde podemos volver a encontrar la instancia de la castración, el «no yo (je)» del inconsciente está simplemente representado como un blanco, como un vacío en relación adonde se refiere todo el yo (je) lógico de la Bedeutung. Es en ese punto preciso que se hace sentir la necesidad de abatir la lógica sobre la gramática y articular, a través de la repetición, la posibilidad de un efecto de verdad, efecto de verdad donde el fracaso de la Bedeutung para articular el sexo aparecer el PHI.

Ahora bien, lo que da la posibilidad de pensar al sujeto como producto de la gramática o como ausencia referida por la lógica, es el concepto de repetición tal como es articulado por Freud con el término de ….( palabra en alemán ininteligible en el original).  Eso nos obliga a introducir el modelo vacío de la alienación en el elemento de una temporalidad que sólo el concepto de acto permite circunscribir.

 Mi séptima parte: Alienación y acto

Es en la medida en que el objeto (a) puede ser pensado como real, es decir como cosa, que la relación del sujeto a la temporalidad puede ser dilucidada precisamente a través de las relaciones de la repetición al rasgo unario. Nos quedamos pues en el elemento de una lógica donde temporalidad y huella se conjugan en una tentativa por estructurar la falta bajo la forma de una arqueología donde repetición y desfasaje se suceden.

En Freud mismo, la repetición no tiene en efecto nada que ver con la memoria donde la huella tiene justamente por efecto la no repetición. Un microorganismo dotado de memoria ante un excitante no reacciónará la segunda vez igual que la primera. Es el átomo de memoria. Por el contrario ante una situación de fracaso que se repite, por ejemplo, la huella tiene una función distinta; no estando la primera situación marcada por el signo de la repetición, hay que decir que si la situación deviene repetida es que la huella se refiere a algo perdido por el hecho de la repetición, y volvemos a encontrar acá al objeto (a).

Es por esto que lo que se presenta como desfasaje en la repetición mismo no tiene nada que ver con la similitud o diferencia, y encontramos acá, en el campo del sujeto, al rasgo unario como marca simbólica.

Este, lo recuerdo, permite identificar objetos tan heteróclitos como sea posible, teniendo por nulas hasta sus diferencias de la más expresa naturaleza, para enumerarlos como elementos de un conjunto. Pero hay que descender en el tiempo para constatar por una parte que la verdad así obtenida y que no es otra que la que los matemáticos llaman efectividad, de donde el hecho de que un modelo permita interpretar un dominio, esta verdad no tiene ningún asidero con lo real.

En revancha encontramos acá el modelo de la alienación que podría imaginarse bajo la forma de un «eso no es ni semejante ni no semejante». Esto no es otra cosa que el gráfico del doble rizo que sirve para representar en Lacan desde hace mucho, la solidaridad de un efecto directivo a un efecto retroactivo. Esa relación tercera nos permite hacer surgir el rasgo unario que al pasar del 1 al 2, que constituye la repetición del 1, se presenta un efecto de retroacción donde el 1 vuelve como no numerable, como uno además (un en plus) o uno de sobra.

Sucede lo mismo en toda operación significante donde el rasgo en que se sustenta lo que es repetido en la marca vuelve en tanto que repitente sobre lo que repite por poco que el sujeto contante tenga que contarse a sí mismo en cadena, es justamente lo que tiene en el pasaje al acto.

En efecto hay correspondencia entre la alienación como elección ineludible del yo no pienso y la repetición como elección ineludible del pasaje al acto.

En efecto, el otro término imposible de elegir es el acting out correlativo al yo no soy. Es Que el acto, lejos de definirse como alguna manifestación de movimiento yendo desde la descarga motriz hasta el subterfugio del mono para atrapar la banana, ese acto sólo puede definirse en relación al doble rizo donde la repetición viene a fundar al sujeto, esta vez como efecto de corte.

Les recuerdo acá algunas referencias topológicas. La banda de Moebius puede ser tomada como simbólica del sujeto, un doble rizo constituye el polo único. Ahora, una división mediana de esta banda la suprime pero engendra una superficie aplicable sobre un toro. El corte que engendra esta división sigue el trazado del doble rizo, y se puede decir que el acto es en sí mismo el doble rizo del significante.

El acto se presenta en efecto como la paradoja de una repetición en un sólo rasgo, y ese efecto topológico permite presentar que el sujeto en el acto sea identificado a su significante o que la repetición intrínseca a todo acto se ejerza en el seno de la estructura lógica por el efecto de retroacción.

El acto es pues el único lugar donde el significante tiene la apariencia o incluso la función de significarse a sí mismo, y el sujeto en ese acto está representado como el efecto de la división entre el repitente y lo repetido que son sin embargo idénticos.

Para ver mejor que esta estructuración del acto viene a llenar el modelo vacío de la alienación, nos falta todavía un último paso. Freud en su texto Mas allá del principio de placer ubica esta conjunción básica para toda la lógica del fantasma entre la repetición y la satisfacción. Acá en efecto, la compulsión a la repetición engloba el funcionamiento del principio de placer, es en esto que no hay nada en ese material inanimado que la vida reúne, que la vida restituye a su dominio de lo inanimado. Pero sólo a su manera, nos dice Freud; esta manera es volver a pasar por los caminos que ya ha recorrido, siendo definible la satisfacción justamente como el hecho de volver a pasar por esos mismos caminos.

Acabamos de verlo, la repetición en tanto que engendra al sujeto como efecto del corte o como efecto del significante está ligada a la caída ineludible del objeto (a), por más que la metáfora del camino sea radicalmente inadecuada.

Además, el modelo de la satisfacción que Freud nos propone no es ciertamente un modelo orgánico, por ejemplo, la repetición de una necesidad como beber o dormir donde la satisfacción se define justamente como no transformada por la instancia subjetiva (no tenemos que ver con esa solidaridad de un efecto activo y retroactivo), sino precisamente el punto donde la satisfacción se revela como la más desgarrarte para el sujeto, la del acto sexual, y es en relación a esta satisfacción que hay que poner en dependencia a todas las demás en el seno de la estructura.

Es en este punto que se cierra el rizo; en la lectura que les propongo la conjunción de la satisfacción sexual y de la repetición no dejan de funcionar como un axioma inexorable, puesto que nada menos que un río de lodo amenazaría a cualquiera que se aparte.

Es que, una vez más, tenemos relación con una nueva traducción del S (A/) [A mayúscula barrada], del que ya hemos dado diversos equivalentes, y que viene a retomar acá la disyunción entre el cuerpo y el goce bajo la forma de una disyunción temporal entre satisfacción obtenida y repetición perseguida.

Ahora se comprende mejor que, si esta satisfacción pasa por lo que se da como un acto, este no puede ser pensado como acto más que en función de la ambigüedad ineludible de sus efectos. Si un acto se presenta como corte, es en la medida en que la incidencia de este corte sobre la superficie topológica del sujeto modifica la estructura o por el contrario la deja idéntica. Por lo tanto, encontramos acá la ligazón estructural entre el acto y el registro de la Verleugnung. Se trata, en efecto, bajo ese concepto de pensar el laberinto del reconocimiento por un sujeto de efectos que él no puede reconocer porque está totalmente transformado como sujeto por su acto. El pasaje al acto no es pues, en relación a la repetición, más que una especie de Verleugnung confesada y el acting out una especie de Verleugnung denegada.

Es un redoblamiento —Verleugnung denegada— que yo presento como correlativo al nivel del sujeto del redoblamiento del reconocimiento por el cual definí la denegación freudiana. Y esta alternativa de alienación hay que ponerla una vez más en relación precisamente con el (a) que el sujeto del acto sexual es necesariamente, puesto que él entra como producto y sólo puede repetir la escena edípica, es decir la repetición de un acto imposible.

Si ustedes me siguieron y sin necesidad de retomar todo lo que fue dicho acá mismo sobre la imposibilidad de dar al significante hombre y mujer una connotación asignable, se ha vuelto evidente ahora que la fórmula «el inconsciente no conoce la contradicción» es rigurosamente idéntica a esta, también capciosa pero más adecuada, según la cual no hay acto sexual.

JACQUES LACAN: Me regocija que estos aplausos prueben que este discurso haya sido de vuestro gusto. Tanto mejor. Por lo demás, aún si no lo hubiera sido, no dejaría de ser excelente. Diré más. No quisiera dejarlo aportar las rectificaciones y perfecciónamientos que el autor podrá aportar. Quiero decir que, tal como está, es muy interesante y que para todos los que han asistido a la sesión de hoy será muy importante poder referirse a él en todo lo que yo diré a continuación.

Ahora, siendo mi función justamente producto del lugar que definí hace un rato, no excluir tal o cual llamada de interés a nivel de lo que llamé el gusto, agregaré simplemente algunas observaciones.

Subrayo expresamente que además de las personas que ya están invitadas, ninguna persona será invitada a los dos últimos seminarios cerrados si no me envía antes de ocho días alguna pregunta de la que no tengo ninguna necesidad de decir si me parece pertinente o no —en verdad supongo que sólo puede ser pertinente desde el momento en que me es enviada—.

Voy a hacer la siguiente observación. Se habló acá de nueva negación. En los próximos seminarios no se va a tratar de otra cosa que del uso precisamente de la negación, o muy precisamente de cómo ese paso lógico de la lógica, aunque haya sido introducido de la forma más impropia y creo que ningún lógico me contradecirá, los «cuantificadores» —contrariamente a lo que esa palabra parece indicar, no se trata esencialmente de la cantidad en ese uso de los cuantificadores— por el contrario la próxima vez les voy a mostrar la importancia que tiene (al menos de una forma muy clarificadora, por haber estado ligada al viraje que hizo aparecer la función del cuantificador) en el término de la doble negación, precisamente en lo que está a nuestro alcance (es muy singular que lo más apreciable esté a nivel de la gramática) que de ninguna forma es posible llevar a cabo lo que resulta de la doble negación diciendo, por ejemplo, que se trata de una operación que se anula y que nos conduce y nos remite a la pura y simple afirmación. En efecto, esto ya está presente y totalmente apreciable, ya sea a nivel de la lógica de Aristóteles, en tanto que al ponernos ante cuatro polos constituidos por lo universal, lo particular, lo afirmativo y lo negativo, nos muestra bien que hay otra posición, la del universal y del particular en tanto que pueden manifestarse por esta oposición del universal y el particular, por el uso de una negación, o que el particular puede ser definido como un «no todos» y que esto está verdaderamente al alcance de nuestra mano y de nuestras preocupaciones.

En el momento en que estamos de nuestro enunciado sobre el acto psicoanalítico, ¿es acaso lo mismo decir que todos los hombres no son psicoanalistas —principio de la institución de las sociedades que llevan ese nombre— o decir que todos los hombres son no psicoanalistas?.

No es la misma cosa en lo más mínimo. La diferencia reside precisamente en el «no todos» que hace pasar el hecho que ponemos en suspenso que rechazamos el universal, lo que introduce la definición en este caso del particular.

Hoy no voy a llevar más lejos esto, pero está bien claro que se trata de algo que ya he indicado, esbozado por numerosos rasgos de mi discurso, cuando insistí, por ejemplo, sobre que, en la gramática, en ninguna parte era más sensible el sujeto de la enunciación que en ese ne  lo que los gramáticos no saben —porque naturalmente los gramáticos son lógicos, eso es lo que los pierde; eso nos deja la esperanza de que los lógicos tengan una pequeña idea de la gramática en esto ponemos justamente toda nuestra esperanza acá, es decir, que es esto lo que nos conduce al campo psicoanalítico— abreviando, a ese ne lo llaman expletivo, que se expresa tan bien en la expresión, por ejemplo: estaré allá —o no estaré allá— antes que él (ne) llegue, empleado en un sentido que quiere decir exactamente: antes que él llegue; es únicamente allí que eso toma su sentido; es «antes que él (ne) llegue» lo que introduce acá la presencia de yo (moi) en tanto que sujeto de la enunciación, es decir en tanto que eso me interesa, por otra parte es allí que es indispensable que yo (je) esté interesado en que él llegue o que él no llegue.

No hay que creer que ese no sólo sea captable acá, en ese punto bizarro de la gramática francesa donde no se sabe qué hacer con eso y donde además se lo puede llamar expletivo, lo que no quiere decir otra cosa que: después de todo tendría el mismo sentido si uno no se valiera de él.

Precisamente todo está ahí: no tendría el mismo sentido. Lo mismo que en esa forma que tiene de articular la cuantificación que consiste en separar las carácterísticas y hasta, para marcar bien el golpe, no expresar la cuantificación más que por esos signos escritos que son el  » para lo universal y el $ para lo particular.

Esto supone que lo aplicamos a una fórmula que, puesta entre paréntesis, puede ser simbolizada por lo que en general se llama función.

Cuando tratamos de hacer la función que corresponde a la proposición predicativa, es precisamente por allí que las cosas se introdujeron en la lógica puesto que sobre eso se apoya el primer enunciado de los silogismos aristotélicos, nos vemos llevados a introducir esa función —al menos digamos que históricamente se introdujo en el interior de un paréntesis afectado por el cuantificador, precisamente a nivel del primer escrito donde Perth llevó adelante atribuyéndosela a Mitchell (que por otra parte no había dicho exactamente eso) esta fórmula: para decir que todo hombre es prudente ponemos el cuantificador » (en esa época no era admitido como algoritmo, pero no importa) y ponemos en el paréntesis h + (es decir la reunión, la no confusión, contraria a la identificación, la escribo en la forma que les es más familiar: v) entonces tenemos » (h+p) lo que quiere decir que todo objeto i es o bien no hombre o bien prudente. Bajo este modo significativo se introduce históricamente y de forma calificada el orden de la «cuantificación», palabra que yo no pronunciaré nunca más que entre comillas hasta el momento que se me ocurra algo, como la visitación, la misma que cuando di su título a mi revistita, hará quizás admitir a los lógicos que se podría reemplazar «cuantificación» por alguna calificación más penetrante.

Pero en verdad, al respecto sólo puedo quedarme esperando el parto; se me ocurrirá sólo o no se me ocurrirá nunca. Sea como fuere acá vuelven a encontrar el acento que introduje ya, precisamente a propósito de un esquema del período en que Peircé estaba también de algún modo por parir la cuantificación, a saber en el esquema cuatripartito relativo a la articulación de «toda raya vertical» que inscribí el otro día, con lo que les hice notar que toda la articulación de la oposición de lo universal, lo particular, lo afirmativo y lo negativo se basaba sobre el hecho de apoyarse en el «no raya», en el esquema que al menos era dado entonces por Peircé, esquema peirciano que desde hace tiempo puse al frente de algunas articulaciones, alrededor del «no sujeto», alrededor de la eliminación de lo que hace la ambigüedad de la articulación del sujeto de Aristóteles, aunque cuando leemos a Aristóteles vemos que sin ninguna duda la puesta en suspenso del sujeto era de ahí en adelante acentuada, que el hipokeimenon no se confunde para nada con el ousia.

Es alrededor de esta puesta en cuestión del sujeto como tal, a saber sobre la diferencia radical concerniente a esta especie de negación que él conserva con respecto a la negación en tanto que esta se dirige sobre el predicado, es alrededor de esto que vamos a poder hacer girar algunos puntos esenciales en temas que nos interesan esencialmente, a saber el que está en cuestión en la diferencia de que no todos son psicoanalistas (non licet omnibus psychanalystas esse) o bien: no hay ninguno que sea psicoanalista.

Para algunos que pueden pensar que estamos en campo ajeno, señalaré sin embargo algo en cuanto a esa relación, ese gran nudo, ese rizo que trazó nuestro amigo Jacques Nassif, reuniendo así, ese hecho tan inquietante que Freud enunció cuando dijo que el inconsciente no conoce la contradicción, atreviéndose a lanzar este arco, ese puente hacia ese punto nodal de la lógica del fantasma, sobre el que terminó mi discurso del año pasado, diciendo que no hay acto sexual.

Hay allí la más estrecha relación entre esta hiancia del discurso en cuestión, para representar las relaciones del sexo con esta hiancia pura y simple definida por el progreso de la lógica misma, porque se demuestra por un proceso puramente lógico —y para los que no lo sepan les recuerdo incidentalmente— que no hay universo del discurso —por supuesto, para el pobre discurso queda excluido que pueda darse cuenta que no hay universo— pero es justamente la lógica lo que nos permite demostrar de forma muy cómoda, rigurosa y simple que no podría haber universo del discurso.

No porque el inconsciente no conozca la contradicción está el psicoanalista autorizado a lavarse las manos de la contradicción, lo que, por otra parte tengo que decirlo, sólo le concierne de forma lejana; quiero decir que en lo que a él respecta, eso le parece el sello, la firma en blanco, la autorización dada para cubrir con su autoridad la pura y simple confusión.

Aquí está el resorte alrededor del cual gira esta especie de efecto de lenguaje que implica mi discurso. Lo ilustro. No es porque el inconsciente no conozca la contradicción; eso no es asombroso, palparnos con la mano como se produce eso; no se produce de cualquier modo enseguida lo toco porque está en el principio mismo de lo que está inscripto en las primeras formulaciones concernientes al acto sexual; el inconsciente, nos dicen, es el Edipo, la relación del hombre a la mujer lo metaforiza; es lo que encontramos a nivel del inconsciente en las relaciones del niño y la madre; el complejo de Edipo es eso en primer lugar; es esta metáfora. No es a pesar de todo una razón para que los psicoanalistas no distingan estos dos modos de presentación. Incluso él está allí expresamente para eso. Está allí para hacer escuchar al analizarte los efectos metonímicos de esta presentación metafórica.

Todavía más, puede ser la ocasión de confirmar sobre tal objeto el resorte contradictorio inherente a toda metonimia, el hecho del que resulta que el todo no es más que el fantasma de la parte, de la parte en tanto que real. Ni la pareja es un todo ni el niño es una parte de la madre. Esto es lo que hace sensible la práctica psicoanalítica y afirmar lo contrario es viciarla profundamente, es decir designar en las relaciones del niño y la madre lo que no se encuentra en otra parte, donde se esperaría encontrarla, a saber la unidad fusional en la copulación sexual. Y es tanto más erróneo representarlo por las relaciones del niño y la madre cuanto que a nivel del niño y la madre existe todavía menos.

He subrayado bastante la cosa haciendo notar que imaginar que el niño está tan bien allí adentro es una pura fantasía de la hora psicoanalítica; ¡qué sabemos! Hay algo cierto, que la madre no forzosamente se encuentra lo más a gusto posible e incluso ocurren algunas cosas sobre las que no voy a insistir, que llaman incompatibilidades feto-maternales, suficientes para mostrar que no es totalmente claro que la base biológica sirva para representar naturalmente el punto de la unidad beatífica.

Además no necesito recordarles en esta oportunidad —porque es la última, quizás— que, en las estampas japonesas, es decir casi las únicas obras de arte fabricadas, escritas, que se conozca, donde se intentó algo para representar lo que no habría que creer que yo menosprecio: el furor copulatorio. Hay que decir que no está al alcance de todo el mundo. Hay que estar en un cierto orden de civilización que nunca se haya embarcado en cierta dialéctica que trataré de definirles más precisamente algún día como la cristiana. Es muy extraño que cada vez que ustedes ven esos personajes que se estrechan de forma tan impactante, que nada tiene que ver con el estetismo verdaderamente repugnante de las representaciones habituales a nivel de nuestra pintura. Curiosamente muy a menudo, casi siempre, en un rinconcito de la estampa, hay un tercer pequeño personaje; a veces tiene el aspecto de ser un niño, y hasta puede ser el artista, para reírse un poco —porque después de todo verán que importa poco cómo lo representa a ese tercer personaje- sospechamos que se trata de algo que soporta lo que yo llamo objeto (a), precisamente bajo la forma en que es substancial, en que…………………en la copulación ………. algo irreductible ligado precisamente ………….. llegar nunca a su completud y que se llama simplemente la mirada.

Por eso ese personaje es a veces un niño, extraña y enigmáticamente un pequeño hombre totalmente hombre, construido y dibujado con las mismas proporciones que el macho que está en acción, simplemente ……….

Ilustración sensible por lo siguiente: ………. revisar el principio llamado de no contradicción que se expresaría si puedo decir para utilizar una fórmula familiar: no hay dos sin tres. ¡Ustedes lo dicen sin pensar! Creen simplemente que quiere decir que cuando uno tiene dos, va a tener tres. Eso quiere decir que para hacer dos hace falta un tercero. Nunca pensaron en eso y sin embargo es sobre esto que nos vemos exigidos a introducir en nuestras operaciones algo que tenga en cuenta ese elemento de intervalo donde vamos a poder captar y hacer una articulación lógica. Si ustedes esperan atraparla en la realidad, serán estafados siempre, porque la realidad esta construida sobre el sujeto del conocimiento, y construida precisamente para que ustedes no lo encuentren jamás (Las líneas de puntos en estos últimos párrafos indican que faltan algunas palabras ininteligible en el original.).