Seminario 15: Clase 2, del 22 de Noviembre de 1967

No puedo decir que vuestra afluencia este año no me plantee problemas. ¿Qué quiere decir esto para un discurso que, por si había dudas, lo he repetido bastante para que se sepa, esencialmente se dirige a los psicoanalistas?

Es cierto que mi lugar aquí, desde el que les hablo, testimonia ya bastante de algo que me coloca frente a ellos en posición excéntrica, la misma desde donde a través de los años, en suma, no hago más que interrogar lo que he tomado este año como tema: el acto psicoanalítico.

Está claro que lo que dije la última vez no podía menos que producir este rumor de satisfacción que me ha llegado, concerniente a la generalidad de los asistentes, si puedo expresarme así, que a decir verdad en parte (aquéllos, tiene que haberlos dado el número, que vienen por primera vez), venían a pesar de, incluso porque les habían dicho que no comprenderían nada. Y bien, ¡se llevaron una buena sorpresa!

A decir verdad, como señalé al pasar, hablar de Pavlov como lo hice, en esa oportunidad fue tirar un cable al sentimiento de comprensión. Como dije, nada es más apreciado que la empresa pavloviana, especialmente en la Facultad de Letras; y después de todo es de allí de donde ustedes provienen en términos generales.

Seguramente ustedes no se figuran que esta suerte de certificado de satisfacción sea lo que de alguna manera me satisface, porque después de todo tampoco es lo que ustedes vienen a buscar.

Para ir al grano, me parece que si algo puede explicar decentemente esta afluencia, es algo que, en todo caso, no reposaría sobre este malentendido al cual yo no me àpresto a menudo, de donde la especie de expectativa a la que hacía alusión hace un momento; es sin embargo algo que no es malentendido y que me incita a hacer todo lo mejor posible para enfrentar a lo que llamé esta afluencia, es que en un grado más o menos alto los que vienen, en su conjunto, tienen la impresión de que acá se enuncia algo que podría, quién sabe, traer consecuencias.

Evidentemente que, si es así, esta afluencia está justificada, ya que el principio de la enseñanza que calificaríamos, como para ubicar a grosso-modo las cosas, la enseñanza de Facultad, es precisamente que sea lo que ataña a los temas más candentes, aún de actualidad, política por ejemplo, todo sea presentado, puesto en circulación precisamente de tal manera que esto no traiga consecuencias. Es por lo menos la función que desde hace tiempo cumple, en los países desarrollados, la enseñanza universitaria.

Es precisamente por eso, por otra parte, que la Universidad se siente como en su casa, ya que ahí donde ella no lo cumple, en los países subdesarrollados, hay tensión.

Ella cumple bien su función en los países desarrollados. Lo que tiene de tolerable es que cualquier cosa que en ella se prefiera no acarreará desorden.

Evidentemente no es sobre el plano del desorden que consideramos les consecuencias de lo que yo digo acá, pero el público sospecha que a un cierto nivel que es precisamente el de aquellos a los que yo me dirijo, a saber los psicoanalistas, hay algo tirante.

De esto se trata en efecto en cuanto al acto psicoanalítico puesto que hoy iremos un poco más lejos, veremos qué pasa con aquéllos que practican este acto, es decir que —es esto lo que los define— son capaces de un acto semejante y capaces de tal modo que pueden clasificarse, como se dice en las otras artes, deportes o técnicas, como profesionales.

Ciertamente, de este acto en tanto que se hace profesión, resulta una posición de la que es natural que uno se sienta asegurado por lo que uno sabe, lo que uno tiene de experiencia.

No obstante —éste es uno de los aspectos, de los intereses de lo que adelanto este año— resultan de la naturaleza propia de este acto (de cuyo campo, es útil decirlo, la última vez ni siquiera rocé el borde) serias consecuencias, en cuanto a la posición que hay que sostener para ejercerlo hábilmente.

Acá toma lugar singularmente, ya lo verán, que yo pueda hacer concebir a otros que a los analistas, a los no analistas, lo que hay de este acto que, de todas maneras les atañe. El acto psicoanalítico atañe y muy directamente, y ante todo diría yo, a los que no hacen de él profesión. Bastará aquí indicar que si es cierto, como yo lo enseño, que se trata de algo así como de una conversión en la posición que resulta del sujeto en cuanto a su relación al saber, cómo no admitir al punto que no podría dejar de establecerse una hiancia verdaderamente peligrosa, desde que sólo algunos tienen una visión suficiente de esta subversión —porque la he llamado así— del sujeto. Es hasta concebible que lo que es una subversión del sujeto y no de tal o cual momento elegido de una vida particular, sea algo asimismo imaginable como no produciéndose más que acá o allá, incluso en algún punto de encuentro, donde todos los que hayan sufrido volviéndose el uno al otro se reconforten. Que el sujeto sólo sea realizable en cada uno, por supuesto, no deja menos intacto su estatuto como estructura precisamente, y anticipado en la estructura.

Por lo tanto aparece ya que hacer escuchar no fuera de sino en una cierta relación a la comunidad analítica que pasa con este acto que interesa a todo el mundo, no puede en el interior de esta comunidad más que permitir ver más claramente lo que es deseado en cuanto al estatuto que pueden darse los que hacen de este acto profesión actuante.

Es así que el abordaje que hemos tomado por su borde este año, como hemos podido la última vez, adelantando primero lo que se impone precisamente al distinguir el acto de la motricidad como se pueda, dando vuelta las páginas, viéndolo presente alguna vez; y luego tratando de franquear algunos peldaños que no se presentan nunca siguiendo un movimiento apodíctico, sin pretender, sin querer, sobre todo, proceder por una especie de introducción de escalas psicológicas de mayor o menor profundidad; sino que al contrario es en la presentación de los accidentes concernientes a lo que se enuncia de este acto que vamos a buscar relámpagos de luz diversamente situados que nos permitan percibir donde está verdaderamente el problema.

Es así que, al hablar de Pavlov, no buscaba ninguna referencia clásica al respecto, sino remarcar que lo que está en efecto, creo, un rincón de no pocas memorias, a saber, las convergencias señaladas en una obra clásica, la de Dalbiez, entre la experimentación pavloviana y los mecanismos de Freud, que por supuesto siempre hace su pequeño efecto, sobre todo en esa época; ustedes no se imaginan hasta qué punto la posición psicoanalítica, en lo más recóndito, es sentida precaria, qué alegría experimentaron algunos en su época, como se dice, es decir hasta 1928 ó 30, de que se hablara de psicoanálisis en la Sorbone. Cualquiera que sea el interés de esta obra hecha, debo reconocer, con mucho esmero y llena de observaciones pertinentes, la especie de confort que puede extraerse del hecho de que Dalbiez articule, mi Dios, pertinentemente que hay algo que, con respecto a la «psicología» no va en contra de la fisiología pavloviana y de los mecanismos del inconsciente, es extremadamente débil. ¿Por qué es extremadamente débil? Simplemente por lo que les hice notar la última vez, que consiste en darse cuenta que la ligazón de significante a significante en tanto que la sabemos subjetivamente por naturaleza, es introducida por Pavlov en la institución misma de la experiencia, y que por lo tanto no tiene nada de asombroso que lo que se edifique llegue a estructuras análogas a lo que encontramos en la experiencia analítica en la medida en que ustedes han visto que yo podía formular la determinación del sujeto como fundada sobre esta ligazón de significante a significante.

Esto no quita que salvo por el hecho de que ciertamente ellas se encontrarían más cercanas una de la otra que de la concepción de Pierre Janet, es en esto que Dalbiez pone el acento, no habremos ganado gran cosa con semejante comparación fundada sobre el desconocimiento justamente de lo que la funda.

Pero lo que nos interesa más aún, es el desconocimiento de parte de Pavlov de la implicación que llamé, más o menos humorísticamente, estructuralista, humorísticamente no en cuanto a que sea estructuralista, humorísticamente en tanto que la he llamado estructuralista lacaniana por ventura.

Acá me detuve, suspendiendo alrededor de la pregunta: qué hay de lo que se puede llamar acá, desde una cierta perspectiva, ¿cómo?, ¿una forma de ignorancia? ¿Es suficiente?

Sin embargo no vamos, por el hecho que un experimentador no se interrogue sobre la naturaleza de lo que introduce en el campo de la experimentación (es legítimo que lo haga pero que no vaya más lejos en esta cuestión, de algún modo previa) no vamos sin embargo a introducir acá la función del inconsciente; es necesario algo distinto que, en verdad, nos falta.

Puede ser que esta otra cosa nos sea dada de una manera más manejable viendo algo totalmente diferente. A saber (vayamos de seguido a lo burdo) un psicoanalista que, delante de un público (es necesario siempre tener en cuenta a qué oreja se dirige una fórmula cualquiera) un psicoanalista que dice esta frase que me fue contada recientemente: «no admito ningún concepto psicoanalítico que yo no haya verificado en la rata.»

Aún a una oreja prevenida, y era el caso en el momento de este enunciado, era una oreja, si se puede decir y en esa época (porque esta declaración se hizo en una época ya lejana, hace una quincena de años) era a un amigo comunista, el que, después de quince años me lo refería, que se dirigía al psicoanalista en cuestión, aún a una oreja que hubiera podido ver allí un no sé qué como de arrepentimiento, la frase le parecía un poco burda.

La cosa me fue referida recientemente y lejos de dudar me puse a fantasear en voz alta y dirigiéndome a alguien que estaba a mi derecha durante esta reunión, dije: «Pero Fulano es muy capaz de haber dicho eso». Yo lo nombro. No lo nombraré aquí; es aquél que en mis escritos llamo el bendito. (Bènet).

» Bènet» dice el excelente dicciónario del que les hablo a menudo, el de Bloch y von Warbung, «forma más tardía de benoit que viene de benedictus» y su acepción moderna es una fina alusión que resulta de esta frase inscripta en el capítulo V, párrafo 3 de Mateo: «Felices y benditos (bénis) sean los pobres de espíritu».

A decir verdad, lo que me hizo abrochar el nombre de bendito (bénis) a la persona en cuestión, del que sucedió acto seguido que mi interlocutor me dijo: «Pero sí, es él quien me lo ha dicho», hasta un cierto punto, solamente él podía haber dicho eso.

No siento forzosamente menosprecio por la persona que puede, en el enunciado teórico del psicoanálisis, sostener tan asombrosa frase. Considero el hecho más bien como un hecho de estructura y que verdaderamente no implica, propiamente hablando la calificación de «pobre de espíritu». Fue más bien un gesto caritativo de mi parte el imputarle la buenaventura reservada a los susodichos pobres de espíritu. Yo estoy casi seguro que, para tomar semejante posición, no se trata de una ventura cualquiera, ni buena ni mala, ni subjetiva ni objetiva, es que verdaderamente, para llegar a tal extremo, él debe sentirse más vale fuera de toda ventura. Y por otra parte pueden ver que su caso está lejos de ser único. Si se remiten a cierta página de mis Escritos, la del discurso de Roma, donde tengo en cuenta lo que dice un cierto Masserman el que en los EE. UU., tiene la posición de lo que, en Alain, se llama un «importante». Este importante, sin duda en la misma búsqueda de confort, se vale con gloria de las investigaciones de un señor Hudgins y de lo que pudo obtenerse de un reflejo también éste condicional, construido en un sujeto, éste humano, de modo tal que una contracción de la pupila se producía regularmente al enunciado de la palabra «contract». Las dos páginas de ironías con que me extiendo porque había que hacerlo en esa época, incluso para ser entendido, a saber, si el nexo pretendidamente determinado así entre el soma y lo que él cree ser el lenguaje le parecía además sostenido si se sustituía a «contract», «marriage-contract» o «bridge-contract» o «breach of contract» o aún si se concentraba la palabra hasta reducirla a su primera sílaba, son evidentemente signo que hay acá algo en cuya brecha no es vano estar puesto que otros la eligen como un punto clave de la comprensión de lo que se trata.

Quizás, después de todo, el personaje me diría que yo no puedo más que ver un complemento para esta dominancia que otorgo al lenguaje en el determinismo analítico, pues hasta ese grado de confusión se puede llegar, en efecto, desde ciertas perspectivas.

El acto psicoanalítico, ya lo ven pues, puede consistir en interrogar primero y a partir, por supuesto, es muy necesario, de lo que se considera como a descartar, al acto tal como es concebido efectivamente en el círculo psicoanalítico, con la crítica que esto puede implicar.

Pero a pesar de todo, esta conjunción de dos palabras «acto psicoanalítico» puede también evocarnos algo muy diferente, a saber, el acto tal como opera psicoanalíticamente, lo que el psicoanalista dirige de su acción en la operancia psicoanalítica.

Acá, obviamente, estamos en un nivel muy distinto. ¿Es acaso la interpretación? ¿Es a la transferencia hacia lo que así somos llevados? ¿Cuál es la esencia de lo que, del psicoanalista en tanto que operante es acto, cuál es su parte en juego? Sobre esto los psicoanalistas no dejan, en efecto, de interrogarse entre sí merced a lo que, a Dios gracias, ellos presentan proposiciones más pertinentes, aunque lejos de ser unívocas, ni siquiera progresivas en el curso de los años. Hay otra cosa, a saber el acto, yo diría, tal como se lee en el psicoanálisis. ¿Qué es para el psicoanalista un acto? Bastará, creo, para hacerme entender a este nivel, que articule, que recuerde lo que todos y cada uno de ustedes sabe, porque ninguno lo ignora actualmente, a saber lo que se llama el acto sintomático tan particularmente carácterizado por el lapsus de la palabra, o bien en este nivel que, a grandes rasgos, puede ser clasificado en el registro, como se dice, de la acción cotidiana de donde el término tan molesto de «Psicopatología de la vida cotidiana» para lo que, propiamente hablando, tiene su centro en que se trata siempre, y aún cuando se trata del lapsus de la palabra, de su faz de acto.

Precisamente aquí cobra su valor la llamada que hice sobre la ambigüedad dejada en la base conceptual del psicoanálisis entre motricidad y acto, es que ciertamente, a causa de sus puntos de partida teóricos, Freud favorece este desplazamiento. Justamente en el capítulo, al que tal vez tenga tiempo de llegar dentro de poco, concerniente al error (Vergreifung como él lo designa) él recuerda que es bien natural que se llegue a esto, después de los siete u ocho capítulos anteriores, a saber en el campo del acto, puesto que como en el lenguaje, dice él, seguimos sobre el plano motor, por el contrario es bien claro que en todo este capítulo y en el que le sigue, el de las acciones accidentales o sintomáticas, no se tratará jamás más que de esta dimensión que nosotros hemos establecido como constitutiva de todo acto, a saber su dimensión significante.

No hay nada en estos capítulos concerniente al acto que no sea planteado como significante. Sin embargo no es tan simple, dado que si cobra su valor, su articulación como acto significativo respecto a lo que Freud introduce entonces como inconsciente, no es por cierto anunciándose, planteándose como acto; es todo lo contrario. Está ahí como actividad más que desdibujada y, como lo dice el interesado, actividad para tapar un agujero, que sólo está ahí si uno ni se lo imagina, en la medida en que uno no le importa, que está donde se expresa toda una parte de su actividad, de algún modo para ocupar las manos, supuestamente distraídas de toda relación mental.

O más aún, este acto va a poner su sentido, precisamente esto de lo que se trata, lo que se trata de atacar, de hacer tambalear su sentido al abrigo de la torpeza, del falido, he aquí la intervención analítica, el acto como inversión semejante a la que hicimos la última vez concerniente por ejemplo a la misma faz motriz del reflejo que Pavlov llama absoluto, esta faz motriz no es de hecho más que la pierna se extienda porque ustedes golpean un tendón; esta faz motriz, está ahí donde se recurre al martillo para provocarla.

Si el acto está en la lectura del acto, ¿es decir que el que esta lectura sea simplemente sobreañadida, que sea nachträglich es lo que le da su valor?

Ya conocen el acento que vengo poniendo desde hace tiempo sobre este término que no figuraría en el vocabulario Freudiano si yo no lo hubiera extraído del texto de Freud, fui el primero y por otra parte durante un montón de tiempo el único; el término tiene su valor. No es solamente freudiano. Heidegger lo emplea, si bien es cierto con una intención diferente, cuando se trata para él de interrogar las relaciones del ser con la Rede.

El acto sintomático, tiene que contener en sí algo que lo prepara al menos para este acto, para lo que para nosotros desde nuestra perspectiva, realizará su plenitud de acto. Pero après-coup. Insisto y es importante marcarlo desde ahora, cuál es ese estatuto del acto? Hay que decirlo nuevo y hasta inaudito si se le da su sentido pleno del que hemos partido, aquél que pesa desde siempre concerniente al estatuto del acto.

Bueno, ¿y qué? Tras estas tres acepciones, qué pasa con el psicoanalista en sus actos de afirmación, a saber lo que profesa cuando debe rendir cuenta especialmente de lo que ocurre para él con este estatuto del acto; y en esto tenemos la suerte de que recientemente justamente, haya habido en un cierto marco que se llama el de los psicoanalistas de lengua romana un informe, rendición de cuentas de lo que se enfoca desde el punto de vista del psicoanalista autorizado concerniente al pasaje al acto y hasta el acting-out.

He aquí, después de todo por qué no, un muy buen ejemplo a tomar ya que está a nuestro alcance; es lo que yo hice por otra parte. Yo abrí el informe de uno de ellos, que se llama Olivier Flournoy, nombre célebre, tercera generación de grandes psiquiatras, el primero fue Theodore, el segundo Henri; ustedes conocen el célebre caso por el que Theodore se hace inmortal en la tradición analítica, esta clarividente delirante en cuyo maravilloso nombre él ha hecho toda una obra que ustedes no podrían dejar de aprovechar si esa obra les cae en las manos —creo que no se consigue por el momento.

Pues en la tercera generación, este joven nos adelanta algo que consiste en tomar al menos una parte del campo, aquél que no tomó el otro ponente. El otro ponente hablaba del acting-out; él se va a dirigir sobre todo al actuar y como cree que hay que actuar, no sin fundamento, concerniente a la transferencia, introduce sobre esta transferencia algunas preguntas que además equivalen a proposiciones.

Yo no se los voy a leer, por supuesto; nada es más difícil que mantener una lectura ante un público tan numeroso. No obstante para dar el tono, tomaré el primer párrafo que se enuncia más o menos así: «esta revisión de la evolución reciente de las ideas nos deja siempre la impresión de algo oscuro o insatisfactorio. (Salteo algunas líneas) … Pero por qué razón una regresión implica la transferencia, es decir la ausencia de rememoración; y actuarla bajo forma de transformación del analista por proyección e introyección por qué no implica simplemente una conducta regresiva…» es decir su propia estructura, ¿no es cierto?, en otros términos, ¿por qué evoca ésta la transferencia?. «¿Por qué razón una situación infantilizante implica la transferencia y no una conducta infantil basada sobre el modelo de una conducta niño-padre?» Hace aquí alusión a otro registro, el registro que pone el acento sobre el desarrollo y sobre los antecedentes del desarrollo, ni siquiera sobre la categoría propia de la regresión que hace alusión a las fases localizadas en el análisis. «Incluso, agrega, repitiendo en una situación conflictiva y aún tomando sus formas, ¿es suficiente para conferir a esta conducta el epíteto de transferencia?»

¿Qué quiero decir anunciándoles preguntas introducidas en este tono? Es que seguramente, y toda la continuación lo demuestra, un cierto tono, un cierto modo de interrogar a la transferencia, quiero decir, tomando las cosas tan intensamente y poniendo su concepto mismo tan radicalmente como sea posible en cuestión; es lo que yo mismo hice hace exactamente nueve años y casi durante medio año, en lo que titulé «Dirección de la cura y principios de su poder».

¿Realmente, ustedes podrán encontrar en el capítulo III, página 602 «en que estamos con la transferencia?» las preguntas planteadas allá, planteadas y desarrolladas con infinitamente mayor amplitud y de una manera que, en esa época, era absolutamente sin parangón. Quiero decir que a lo que a partir de allí hizo su camino, no digo ciertamente gracias a mi facilitación (frayage)sino por una especie de convergencia de tiempos, lo que hizo por ejemplo que un nombrado Sacht haya planteado las cuestiones más radicales bajo su responsabilidad en lo concerniente a la transferencia, y yo diría hasta tan radicales que verdaderamente, la transferencia es considerada como totalmente a la merced, puedo decir, del estatuto mismo de la situación analítica que está propiamente planteado como el concepto mismo que haría al psicoanálisis digno de objeción, puesto que las cosas han llegado a tal punto que un psicoanalista de estricta observancia y muy bien ubicado en la jerarquía americana no encuentra para definir la transferencia nada mejor que decir que: es un modo de defensa del analista; que es para mantener a distancia las reacciónes, cualesquiera que sean, que se obtienen en la situación o que le podrían parecer interesarlo demasiado directamente, concernirle, relevarlo de su responsabilidad propiamente hablando, que el analista forja, inventa este concepto de transferencia gracias a lo que zanja la cuestión, juzga de tal modo que dice, en suma, esencialmente, en el fundamento radical de este concepto, no tener él mismo ninguna participación en las susodichas reacciónes y particularmente no estar allá como analista sino simplemente ser capaz de puntuar lo que éstas tienen en sí de repetición, de reproducción de comportamientos anteriores, de etapas vividas por el sujeto que las reproduce, las actúa en lugar de recordarlas.

He aquí de qué se trata y a lo que Flournoy se enfrenta, sin duda con cierta temperancia, pero dando todo su lugar a la concepción o al extremo de la posición a la que parecen reducidos, en el interior mismo del psicoanálisis, los que se creen en situación de teorizarla.

Si esta posición extrema que a partir de esto es introducida llega a sus últimas consecuencias, quiero decir que para Sacht, todo descansará en un último análisis sobre la estricta capacidad de objetividad del analista, y como esto en ningún caso puede ser más que un postulado, todo el análisis por este lado está dedicado a una interrogación radical, a una fundamental puesta en cuestión de todo punto donde intervenga.

Dios sabe que yo jamás he llegado tan lejos, y con razón, en la puesta en cuestión del análisis, y que es en efecto tan notable cómo extraño que en uno de los círculos donde se interesan más en mantener socialmente su status, las preguntas puedan, en suma, en el interior de dicho círculo, ser llevadas tan lejos como para que se trate nada menos que de saber si, en suma, el análisis en sí mismo es fundado o ilusorio.

Habría allí un fenómeno muy inquietante si no encontrásemos en el mismo contexto el fundamento de lo que se llama la información instituida sobre la base de la total libertad.

Sólo que no lo olvidemos: estamos en el contexto americano y todos saben que, cualquiera que sea la amplitud de una libertad de pensamiento, de una «libertad de sentido común’ y de todas las formas bajo las cuales se expresa, sabemos muy bien lo que es, a saber, como ya lo decía yo hace un momento, que en suma se puede decir no importa qué; lo que cuenta, es lo que ya está firmemente instalado.

En consecuencia, a partir del momento en que las sociedades psicoanalíticas están firmemente asentadas sobre sus bases, se puede decir que el concepto de transferencia es una pavada, eso no afecta nada.

De eso se trata, y precisamente, es además ahí que, para mantener un cierto tono, nuestro conferencista se precipita y que por lo tanto vamos a ver el concepto de transferencia remitido a la discreción de una referencia a lo que se puede llamar sin embargo una historieta, de la cual, sin duda, aparentemente ha surgido, a saber la historia de Breuer, de Freud y de Ana O, que entre nosotros muestra cosas mucho más interesantes que lo que se hace en esta ocasión. Y lo que se ha hecho en esta ocasión llega muy lejos; quiero decir que se pondrá en relieve la relación tercera, por supuesto, el hecho de que Freud haya podido al principio protegerse, defenderse a sí mismo, como se dice, de la transferencia, poniéndose al abrigo del hecho que, como él le dice a su novia, porque ella también aparece, la novia, naturalmente, en la explicación en cuestión, porque va a tratarse nada menos que de lo que yo llamaba el otro día el acta de nacimiento del psicoanálisis, él le va a decir a su novia que son cosas, obviamente que sólo pueden pasarle a un tipo como Breuer; un cierto estilo de pertinencia, hasta de audacia barata, que va a mostrarnos a la transferencia como ligada totalmente a sus conjunciones accidentales, incluso más adelante como lo anuncia uno de ellos, un especialista de la hipnosis, cuando más adelante el incidente se reproducirá con Freud mismo, en ese preciso momento entró la mucama. Quién sabe, si la mucama no hubiera entrado qué es lo que hubiera pasado! Entonces acá también Freud pudo restablecer la situación tercera.

El superyó mucamesco ha jugado su rol! Permitió restablecer lo que resulta en consecuencia, que la defensa natural se nos dice —porque está escrito en ese informe, cuando una mujer al salir de la hipnosis les salta al cuello, hay que decirse: «Pero la acojo como a una niña».

Esta especie de nube de bagatelas es evidentemente lo que da cada vez más la ley en eso que he llamado recién el acto de afirmación del analista. Cuanto más uno se afirma en bagatelas, más respeto se engendra.

Es de todas formas singular que este informe que sin duda —hay muchos signos de esto y es por esa razón que les ruego tomar conocimiento, eso hará subir las ventas de la próxima revista francesa de psicoanálisis, órgano de la Sociedad Psicoanalítica de París—para ver si no hay alguna relación entre esta audaz reflexión y lo que yo enunciaba con nueve años de anterioridad.

En verdad, la cuestión quedará ciertamente sin saldar porque el autor, en estas líneas no da ningún testimonio, pero algunas páginas más adelante, le sucede algo, a saber que en el momento en que habla de lo que está en cuestión, porque es una introducción personal, el tono que él le da a las cosas consiste en poner en relieve lo que llama noblemente la relación intersubjetiva.

Todos saben que si se lee àpresuradamente el discurso de Roma se puede creer que es de eso que yo hablo.

Pero en definitiva se puede descubrir la dimensión de la relación intersubjetiva a través de otros intérpretes que yo; por qué este error, este contrasentido que consiste en creer qué es lo que reintroduzco en un psicoanálisis que lo ignoraba demasiado, fue cometido por muchísimas personas que me rodeaban entonces, y que por estar formado por aquestas, se puede en efecto introducir la experiencia intersubjetiva como referencia para recordar en este contexto.

«Este contexto intersubjetivo, escribe, que me parece original en análisis; hace explotar las camisas de fuerza de los diagnósticos llamados de afección mental, no es que la psicopatología sea una palabra vana, ella es sin duda indispensable para el intercambio entre individuos fuera de la experiencia, pero su sentido se desvanece durante la cura».

Ustedes ven en el tono, salvo que entre «no es que la psicopatología sea una palabra vana» y «ella es sin duda indispensable», un paréntesis estalla del cual yo les pregunto qué es lo que lo justifica ahí.

«. . . Al respecto, releyendo un escrito de Lacan, me extrañó ver que él hablaba del enfermo, él que ante todo se orienta hacia el lenguaje».

Ya verán que está en mi tema.

Debo decir que yo no sé en cuál de mis escritos hablo del enfermo; esto no es en efecto para nada mi estilo. No pondré objeción por otra parte, en todo caso. Pero con seguridad no se me cruzó la idea de volver a hojear las 950 páginas de mis Escritos para saber dónde hablo del enfermo.

En cambio en la página 70, puedo leer: «El deseo, deseo de lo que uno no es, deseo que no puede por consiguiente ser satisfecho, o hasta deseo de insatisfacción, tal como Lacan en el mismo escrito. . .».

¡Qué alivio! Vamos a poder ir a ver «. . . lo presenta hábilmente a propósito de la carnicera». Y hay una pequeña nota. Lo que digo de la carnicera es bastante conocido, porque es un fragmento más vale brillante; podría esperarse que sea a eso que se remita. No del todo. ¡Se remite a la carnicera en Freud! Bueno. Pero a mí eso me sirve, porque quiero ir a buscar, no el pasaje de la carnicera (que encontrarán en página 620), sino el otro en cuestión:

«Esta teoría (tomo la segunda teoría de la transferencia) por muy bajo que haya caído estos últimos tiempos en Francia (se trata de la relación de objeto y como explico, se trata de Maurice Bouvet) tiene como el genetismo un origen noble; es Abraham quien abrió el registro y la noción de objeto parcial es su contribución original; no es éste el lugar de demostrar su valor; nos interesa más indicar su nexo con la parcialidad del aspecto que Abraham, separa de la transferencia para promoverlo en su opacidad como la capacidad de amar, o sea como si esta capacidad fuera allí un dato constitucional en el enfermo donde puede leerse el grado de su curabilidad. .

Salteo la continuación «en el enfermo» está pues, puesto en el activo de Abraham. Me disculpo por haber desarrollado, ante ustedes una historia tan larga. Pero es para establecer el vínculo entre lo que hace un momento llamaba el psicoanalista en sus actos de afirmación y el acto sintomático sobre el que ponía el acento en el momento anterior.  

¿Porque qué es lo que Freud nos aporta en la Psicopatología de la vida cotidiana, a propósito justamente de los errores y precisamente de este tipo? Es, nos dice, y nos lo dice sabiamente, a propósito de tres errores que hace en la interpretación de los sueños, los vincula expresamente al hecho que en el momento en que analizó el sueño en cuestión, hay algo que retuvo, puso en suspenso el progreso de su interpretación algo era retenido en este preciso punto. Lo verán en el capitulo X  que es el de los errores,a propósito de tres de esos errores, especialmente aquél de la famosa estación Marburg que era Marbach, de Amílcar que transformó en Asdrúbal, y de no sé cuál Médicis que atribuyó a la historia de Venecia, lo que es en efecto singular. Es siempre a propósito de algo, donde en suma, retenía alguna verdad, que fue inducido a cometer este error.

El hecho que sea precisamente después de haber hecho esta referencia a la bella carnicera, que era difícilmente evitable dado que sigue un pequeño fragmento escrito así: «deseo de tener lo que el otro tiene para ser lo que no se es, deseo de ser lo que el otro es para tener lo que no se tiene, incluso deseo de no tener lo que se tiene. . .» es decir un párrafo directamente extraído, y debo decir un poco amplificado, pero amplificado de una manera que no lo mejora, de lo que escribí justamente alrededor de la dirección de la cura, en lo que se refiere a la función fálica, no se toca aquí el hecho de que es singular que en suma, reconociendo por este error eminentemente la referencia irreprimible a mi nombre, aún si se lo pone bajo la rúbrica de no sé qué obstáculo incomprensible de parte de alguien que habla ante todo del lenguaje, como se expresa, no hay algo aquí que nos hace preguntarnos sobre. Sobre qué? Sobre lo que respecto a un cierto análisis, a un cierto campo de análisis, sólo se pueda, aún apoyándose expresamente en lo que digo, hacerlo a condición de renegarlo, diría yo. Esto solo, de por sí nos plantea un problema, que no es otro que el problema, en el conjunto del estatuto que recibe el acto psicoanalítico, de una cierta organización coherente que es, por el momento, aquélla que reina en la comunidad que se ocupa de él.

Hacer esta observación, manifestar el surgimiento, a un nivel que no es ciertamente del inconsciente, de un mecanismo que es precisamente el que Freud destaca con respecto al acto no diría el más especifico pero de la nueva dimensión de acto que introduce el análisis, esto mismo —quiero decir esta comparación y plantear la pregunta— es un acto, el mío.

Les pido perdón por haberme tomado para concluirlo un tiempo que pudo parecerles desmesurado, pero lo que yo querría introducir con esto es algo que me resulta muy difícil de introducir ante una reunión justamente tan numerosa, donde las cosas pueden resonar de mil maneras desplazadas.

No quisiera sin embargo que fuese desplazada la noción que voy a introducir. La retomaré sin duda, y así verán ustedes su importancia.

Hace mucho tiempo que vengo anunciando su llegada para un buen día; elogio a la boludez.

Hace largo tiempo que concebí el proyecto, la ejecución eventual, diciendo que después de todo, en nuestra época, la cosa sería merecer el éxito verdaderamente prodigioso del que uno no puede sorprenderse que hace que dure todavía en la biblioteca de todo médico, farmacéutico o dentista, el Elogio a la Locura de Erasmo que, sabe Dios, no nos atañe más.

El elogio a la boludez seria seguramente una operación mucho más sutil a realizar, porque en realidad qué es la boludez (connerie)?. Si la introduzco en el momento de dar el paso esencial concerniente al acto analítico, es para hacerles remarcar que eso no es una noción. Es difícil decir lo que es. Es algo así como un nudo alrededor del cual se edifican muchas cosas y se delega todo un tipo de poderes, que es seguramente algo estratificado. No se la puede considerar como simple. En un cierto grado de madurez, si puedo decir, es más que respetable. Quizás no sea forzosamente lo que merece el mayor respeto pero es ciertamente lo que lo recibe.

Yo diría que ese respeto señala una función particular muy ligada a lo que vamos a poner en relieve, una función de des-conocimiento (dè-connaissance), si puedo expresarme así y si me permiten divertirme un poco recordando que se dice él boludeaba (dèconait), ¿no hay acaso acá un cripto-morfema? ¿No sería acaso tomándolo en el presente que surgiría simplemente establecido el estatuto de la boludez? Se cree siempre que es un imperfecto. El boludeaba ante quien quisiera oírlo, por ejemplo. Es que, a decir verdad, éste es un término que, como el término yo miento, hace siempre obstáculo para ser empleado en presente.

Sea como sea, es difícil dejar de ver que el estatuto de la boludez en cuestión, en tanto que instituido sobre el él boludeaba no sólo reviste al sujeto de dicho verbo incluyéndolo. Hay también en este abordaje un no sé qué de intransitivo, de número, género y pronombre que da todo su alcance al susodicho morfema.

Lo importante es: ¿sobre qué boludeaba? (dèconait). Precisamente es eso por lo que se distingue lo que llamaré la verdadera dimensión de la boludez. Es que lo que desconoce (dèconait), es algo que, en verdad, es lo que merece ser presentado por este término, a saber llamarse boludez; es indispensable captar la verdadera dimensión la boludez como siendo eso con lo que tiene que vérselas el acto psicoanalítico.

Pues, si miran atentamente y especialmente en esos capítulos que Freud nos pone bajo la rúbrica del error y bajo la de actos accidentales y sintomáticos, estos actos se distinguen todos y cada uno por una gran pureza. Pero observen. Se trata por ejemplo de la célebre historia de tirar las llaves delante de tal puerta que es justamente aquella que no conviene. Tomemos los casos de los que habla Jones. Porque Freud mostró la significación y el valor que puede tener este pequeño acto, Jones va a contarnos una historia que se termina con «Me hubiera gustado estar aquí como en mi casa». Diez líneas más abajo, estamos al cierre de otra historia que interpreta el mismo gesto: «hubiera estado mejor en mi casa». Esto sin embargo no es lo mismo!. . .

En la pertinencia de la notación de esta función del lapsus, del falido en el uso de la llave, en su interpretación flotante, equívoca, no está acaso la indicación, que ustedes encontrarán fácilmente considerando otros mil hechos reunidos en este registro y especialmente los veinticinco o treinta primeros que Freud nos coteja, de que, de algún modo, lo que el acto nos transmite, es algo que se nos figura seguramente de manera significante y para la cual el adjetivo que convendría sería decir que ella no es tan boluda. (Precisamente en esto está el interés fascinante de estos dos capítulos) salvo que todo lo que se trata de adaptar como calificación interpretativa representa ya esta cierta forma de desconocimiento, de caída y de evocación, o, hay que decirlo, en más de un caso, acá absolutamente radical, de lo que no puede sentirse más que como boludez; aún si el acto, lo que no presenta para nosotros ninguna duda dado que en este punto de surgimiento de lo que hay de original en el acto sintomático, no hay ninguna duda que hay allí una apertura, un haz de luz, algo inundante y que por largo tiempo no será vuelto a encerrar, ¿cuál es la naturaleza de este mensaje del que Freud nos subraya que simultáneamente no sabe que se lo reserva para sí mismo y que sin embargo le preocupa que no sea conocido?

¿Qué es lo que yace en último término en este extraño registro que, parece, no puede ser reprimido en el acto psicoanalítico más que perdiendo su propio nivel?

Por esta razón quisiera hoy introducir, antes de dejarlos, este término deslizadizo, este término escabroso y que, en verdad, no es fácilmente manejable en un contexto social bastante amplio; la nota de injuria y de peyoración que se asocia en la lengua francesa a esta extraña palabra, boludo, que entre paréntesis no se encuentra ni en Littré ni en Robert; sólo el Bloch y von Warburg, haciendo siempre honor a sí mismo, da su etimología: «cunnus» latino; ciertamente para desarrollar cuál es en francés la función de esta palabra «boludo»‘, fundamental, sin embargo, en nuestra lengua y nuestros intercambios, es precisamente el caso donde el estructuralismo hubiera podido articular lo que liga el uno al otro la palabra y la cosa. Pero cómo hacerlo salvo introduciendo aquí no sé qué, que sería la interdicción para menores de 18 años, a menos que lo sea para mayores de 40!

Es sin embargo de lo que se trata. Alguien cuyas palabras tenemos en un libro que se distingue por la especial ausencia de boludez —creo que jamás nadie ha hecho esta observación— a saber los Evangelios, ha dicho: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Observen naturalmente que nunca nadie se dio cuenta que era absolutamente tremendo lo que él ha puesto en juego al decir «Dad a Dios. . .». Pero qué importa.

Para el psicoanalista, la ley es diferente. Ella es: «Dad a la verdad lo que es de la verdad, y a la boludez lo que es de la boludez». Y bien esto no es tan simple, porque ellas se recubren y si hay una dimensión que es la propia del psicoanálisis, no es tanto la verdad de la boludez como la boludez de la verdad.

Quiero decir que poniendo aparte los casos donde podemos hacer aséptica, vale decir asexuar, la verdad, es decir a hacerla, como en lógica, sólo un valor V que funciona en oposición a uno F, en cualquier parte donde la verdad está influyendo sobre otra cosa y especialmente sobre nuestra función de ser parlante, la verdad se encuentra puesta en dificultades por la incidencia de algo que es lo contrario de lo que yo designo en este caso bajo el término de boludez y que quiere decir lo siguiente (les mostraré la próxima vez que Freud lo dice también en este mismo capítulo aunque todos lo dejen pasar): el órgano que da, si se puede decir, su categoría al atributo en cuestión está justamente marcado por lo que llamaría una inadaptación particular al goce, que es de la que toma su relieve eso de lo que se trata, a saber el carácter irreductible del acto sexual a toda realización verídica; de esto se trata en el acto psicoanalítico, porque el acto psicoanalítico ciertamente se articula en otro nivel, responde a esta deficiencia que experimenta la verdad en su acceso al campo sexual, he aquí lo que tenemos que interrogar en su estatuto.

Para sugerirles de qué se trata, les daré un ejemplo. Un día recogí de la boca de un muchacho que tenía verdaderamente todos los derechos a lo que se llama un boludo, le había pasado su última desventura, tenía cita con una niñita que lo dejó plantado «yo comprendí, me dijo él, una vez más, lo que era una mujer desestimación» (femme de non-recevoir).

¿Qué es esta encantadora boludez? Pues él lo decía así, de todo corazón. Había escuchado sucederse tres palabras. Las aplicaba. Pero supongan que lo hubiera hecho a propósito. Sería un chiste! Sería un Witz! Y en verdad, el sólo hecho que yo se los cuente, que lo traiga al campo del Otro; constituye efectivamente un chiste. Es muy gracioso. Es muy cómico para todo el mundo salvo para él y para el que lo recibe, frente a frente, de él. Pero desde que se cuenta, es extremadamente divertido. De manera que estaríamos muy equivocados si pensamos que al boludo le falta gracia, aún si es una referencia al Otro lo que esta dimensión agrega.

Para decirlo todo, lo que pasa con nuestra posición frente a esta historieta divertida, es siempre exactamente esto con lo que tenemos vérnoslas cada vez que se trata de poner en forma lo que captamos como dimensión, no a nivel de todos los registros de lo que pasa en el inconsciente, sino propiamente hablando en lo que surge en el acto psicoanalítico.

Quería simplemente hoy introducir este registro seguramente escabroso, como ven. Pero ya verán que es útil.