Seminario 15: Clase 3, del 29 de Noviembre de 1967

Al comienzo de un articulo sobre la contratransferencia publicado en 1960, un buen psicoanalista al que dedicaremos cierto espacio hoy, el Dr. D. W. Winnicot dice que la expresión contratransferencia debe volver a su uso original y con ese fin se vale de la palabra «self» para oponerla, . . . una palabra como self, dice él.

Acá debo recurrir al inglés: Naturly knows more than we do. Se sabe naturalmente más de lo que nosotros podemos saber o de lo que sabemos. Es una palabra que uses us and command us: nos toma a su cargo y puede dominamos.

Es una acotación que tiene su interés precisamente por venir de una pluma que no se distingue por una especial referencia al lenguaje como verán. Me ha parecido un rasgo agudo y lo será aún más en función de lo que evocaré ante ustedes sobre este autor. Pero además cobra su valor para ustedes porque, lo sospechen o no, se encuentran acá integrados en un discurso que evidentemente muchos de ustedes no pueden ver en su conjunto.

Quiero decir que lo que les expongo este año sólo tiene efecto en función de lo que ha precedido y que por lo tanto no por abordarlo recién ahora —si tal es el caso de algunos de ustedes— los somete menos a su efecto. Curiosamente, por esta razón es en suma que este discurso —ustedes pensarán, tal vez, que insisto demasiado en ese sentido- no está directamente dirigido a ustedes. A quién está dirigido? Dios mío, lo repito a cada rato! a los psicoanalistas y en tales condiciones que hay que decir que les está dirigido a partir de una cierta atopía, atopía que sería la mía propia y que tiene que decir sus razones.

Precisamente esas razones se encontrarán hoy aquí un poco más acentuadas.

Existe una retórica, si puedo decir, sobre el objeto del psicoanálisis, que yo creo que está ligada a cierto modo de enseñanza del psicoanálisis que es el de las sociedades existentes.

Esta relación puede no parecer inmediata y en efecto por qué razón habría de serlo siempre que se pueda sentir su necesidad a costa de una cierta investigación.

Para partir de esto, a saber, de un ejemplo de lo que yo llamaré un saber normativo sobre lo que es una conducta útil, con todo lo que esto puede implicar de extensión sobre el bien general y sobre el bien particular. Voy a tomar una muestra que valdrá lo que valdrá, pero que vale por el hecho de ser la carácterística típica de la pluma de un autor muy conocido, por poco iniciados que estén ustedes en el método analítico, sabrán al menos a grandes rasgos que se trata de hablar durante semanas y meses a razón de varias sesiones por semana, y hablar de una forma particularmente libre, en condiciones que se abstraen precisamente de toda orientación concerniente a esta referencia a la norma, a lo útil.

Precisamente, tal vez, para volver sobre eso, pero en principio para liberarse de manera tal que el circuito, antes de volver sea lo más amplio posible.

Creo que las líneas que he elegido, tomadas donde se encuentran, a saber encabezando expresamente un artículo bajo la pluma de un autor, que lo publicó en 1955, han puesto en cuestión el concepto de carácter genital.

Aproximadamente parte de esto para aportar efectivamente una crítica sobre la cual no voy a extenderme, pues es del estilo de lo que se trata hoy.

Es un fragmento del clásico Fenichel, en tanto que, según su propia opinión, quiero decir que el autor lo precisa bien, forma parte de la base de esa enseñanza del psicoanálisis en los institutos. «Un carácter normal» «genital» es un concepto ideal —lo dice él mismo— si bien es cierto que la consumación de la primacìa genital implica un progreso decisivo en la formación del carácter «. El hecho de ser capaz de obtener plena satisfacción mediante el orgasmo genital hace posible la regulación fisiológica de la sexualidad y pone un término al timing-up, es decir a la barrera, al estancamiento de las energías instintivas con sus desafortunados efectos sobre el comportamiento de la persona.

Contribuye también al pleno desarrollo del love, del amor (y del odio)— agrega entre paréntesis—, es decir, la superación de la ambivalencia.

Además, la capacidad de descargar grandes cantidades de excitación significa el fin de las formaciones reactivas y un acrecentamiento de la capacidad de sublimar.

«El complejo de Edipo y los sentimientos inconscientes de culpa de origen infantil pueden ahora ser realmente superados en cuanto a las emociones; éstas no están ya en reserva sino que pueden ser puestas en evidencia por el ego: forman una parte armoniosa de la personalidad total.

«No hay ya ninguna necesidad de protegerse de los impulsos genitales todavía imperativos en el inconsciente, su inclusión en la personalidad total (según el texto) bajo la forma de rasgos o de accesos de sublimación se hace posible.

Sin embargo, en los carácteres neuróticos los impulsos pregenitales conservan su carácter sexual y alteran las relaciones racionales con los objetos, mientras que en el carácter normal sirven parcialmente a los fines del pre-placer o placer preliminar bajo la primacía de la zona genital, pero en tanto vienen en una mayor proporción, son sublimadas y subordinadas al ego, y a the reasonableness, la razonabilidad (creo que no se puede traducir de otro modo).

No sé qué les inspira un cuadro tan encantador y si quieren seductor.

No creo que nadie —analista o no— por poca experiencia que tenga de los otros y de sí mismo, pueda tomar en serio por un instante esta extraña novelita. Resulta falso, absolutamente contrario a la realidad |y a lo que enseña la experiencia.

En un texto mío que evoqué el otro día-el de la dirección de la cura-me entregué evidentemente a cierta burla de lo que hubiera podido ser en otro contexto e incluso bajo una forma literaria mucho más vulgar, el tono con que se podía hablar en cierta época, justamente la de ese texto, 1958, de «La primacia de la relación de objeto y de las perfecciónes que ella alcanzaba de efusión, de alegría interna, resultado de haber logrado ese estado sumario».

Son propiamente hablando ridículas y realmente ni siquiera vale la pena retomarlas aquí, bajo cualquier pluma que hayan sido emitidas en ese momento.

La singularidad es preguntar cómo semejantes enunciaciones pueden guardar una apariencia —yo no diría seria, pues no la tiene para nadie— pero que parezca responder a una cierta necesidad concerniente, como decía al comienzo de lo que se enuncia aquí, a una especie de punto ideal que tendría por lo menos la virtud de representar bajo una forma negativa la ausencia de todos los inconvenientes que aportarían, que serían lo habitual de otros estados.

No le encuentro otra razón a esta idea.

Hay que tomar esto en cuenta en tanto que podemos captar el mecanismo en su esencia, a saber, damos cuenta en qué medida el psicoanalista es de algún modo llamado, qué digo?, incluso forzado, con fines llamados abusivamente didácticos, a sostener un discurso que, en suma, se podría decir, no tiene nada que ver con los problemas que le presenta de la manera más aguda, más cotidiana, su experiencia.

En realidad esto tiene un cierto alcance, en cuanto permite darse cuenta por ejemplo que, en la medida en que el discurso-y esto no es decir nada-se adorna con un cierto número de clichés, no deja de ser, hasta cierto punto, inoperante para reducirlos, a dichos clichés, en el contexto psicoanalítico y más aún en cuanto a la organización de la enseñanza.

Por supuesto, nadie cree ya en un cierto número de cosas ni tampoco se siente ya cómodo en un cierto estilo clásico, pero en el fondo, en muchos puntos, sobre muchos planes de enseñanza, eso no quita que no cambie nada.

Quiero decir que todavía se puede ver en su discurso retomado, quiero decir en algunas de sus formas, como sus frases, sus enunciados incluso sus giros retomados en un contexto, que en cuanto a su fondo no cambia nada.

Hace bastante tiempo le pregunté a una persona que se pudo ver en épocas más recientes frecuentar asiduamente lo que yo trataba de ordenar aquí, le pregunté: «Después de todo, dadas sus posturas generales, ¿qué puede encontrar usted de ventajoso asistiendo a mis conferencias?».

Con la sonrisa de alguien que se entiende, quiero decir, que sabe bien lo que quiere decir: «Nadie, contestó él, habla del psicoanálisis así».

Gracias a lo cual, por supuesto, esto le dio materia surtida para agregar a su discurso bastantes ornamentos, florcitas, pero no le impidió llegado el caso restituir radicalmente la tendencia, supuesta por él, constitutiva de una cierta inercia psíquica, restituir radicalmente el estatuto, el ordenamiento de la sesión analítica en sí misma, quiero decir en su naturaleza, en su finalidad también, en un retorno que se produciría por una especie de inclinación de deslizamiento de todo lo que hay de más natural hacia esta fusión que sería esencialmente de su naturaleza, esta pretendida fusión supuesta en el origen entre el niño y el cuerpo maternal, ¿y qué es lo que se produciría en el interior de esta especie de figura, de esquema fundamental?

Mi famoso «eso habla» (ça parle), pueden ver el uso que se puede hacer de un discurso tomándolo secciónado de su contexto.

Dios sabe que al decir «eso habla» a propósito del inconsciente jamás quise hablar estrictamente del discurso del analizado, como se dice impropiamente, porque más valdría decir del analizante.

Volveremos más adelante sobre ello pero con seguridad, salvo que se quiera abusar de mi discurso, nadie puede suponer que haya nada en la aplicación de la regla que depende en sí del «eso habla» que lo sugiera, que lo diga de alguna forma.

Por lo menos, miren, habría tenido yo el privilegio de haber renovado después de Freud y Breuer el milagro del embarazo nervioso, si esta manera de evocar la concavidad del vientre maternal para representar lo que pasa en el interior del consultorio del analista fuera en efecto lo que se encuentra justificado a otro nivel. Yo hubiera renovado ese milagro pero en relación a los psicoanalistas.

¿Es decir que yo analizo a los analistas?

Porque después de todo se podría decir eso es tentador; siempre hay pobres infelices maliciosos dispuestos a encontrar fórmulas elegantes como ésa que resuman la situación.

Gracias a Dios yo he puesto una barrera por adelantado también por ese lado escribiendo (no sé si ya apareció publicado) a propósito de una llamada; se trataba de un pequeño informe que hice sobre mi seminario del año pasado, una llamada sobre esas dos fórmulas: que no hay en mi lenguaje Otro del Otro —en este caso con A mayúscula (Autre).

Que no hay, para responder a un viejo murmullo de mi seminario de Santa Ana, que lamentablemente, realmente siento decirlo, no hay verdadero sobre lo verdadero.

Igualmente no hay nada que considerar sobre la dimensión de la transferencia de la transferencia. Es decir ninguna reducción transferencial posible, ninguna recuperación analítica del estatuto de la transferencia misma.

Me siento siempre un poco incómodo —dada la cantidad de personas que ocupa la sala este año—, cuando expongo este tipo de fórmulas, porque puede haber alguno de ustedes que no tengan la menor idea de lo que es la transferencia, después de todo.

Es incluso lo más frecuente, sobre todo si han oído hablar de ella.

Van a ver, en lo que tengo para decir hoy, cómo conviene encararla. Puntuemos sin embargo, ya lo he adelantado la última vez, que la esencia de esa posición del concepto de transferencia es que ese concepto permite al analista, es así incluso como algunos analistas, lo dije la última vez, se creen obligados a justificar el concepto de transferencia en nombre de algo que a ellos mismos les parece muy frágil, a saber una especie de superioridad en la posibilidad de objetivar, de objetivación o de cualidad de objetividad eminente que sería lo que habría adquirido el analista y que le permitiría —en una situación aparentemente presente—, creerse con el derecho de referirla a otras situaciones que la explican y que ella no hace más que reproducir con ese acento ilusorio, de ilusión que esto implica.

Ya he dicho que lejos de una cierta dimensión de rigor que esta pregunta parece imponer, que parece implicar incluso en quien la formula; en cierta forma la interrogación, la crítica es puramente superflua y vana por la simple razón de que la transferencia, su manipulación como tal, la dimensión de la transferencia, es el primer aspecto estrictamente coherente de lo que yo estoy tratando de producir este año ante Uds. con el nombre de acto psicoanalítico, fuera de lo que he llamado la manipulación de la transferencia no hay acto analítico.

Lo que se trata de comprender no es la legitimación de la transferencia en una referencia que fundarla la objetividad, sino darse cuenta que no hay acto analítico sin esta referencia.

Por supuesto enunciarlo así no es disipar toda objeción pero es precisamente porque enunciarlo así no es, propiamente hablando, designar lo que hace a la esencia de la transferencia, por lo que debemos seguir adelante.

Que estamos forzados a hacerlo y que me vea necesitado a hacerlo ante ustedes sugiere, al menos, que este acto analítico es precisamente lo que estaría menos dilucidado por el psicoanalista mismo, más aún, que es lo que estaría completamente elidido, y por qué no interrogarse, en todo caso, para saber si la situación no es justamente así porque este acto sólo puede serlo elidido, después de todo por qué no? Por qué no si lo que es ahora corriente, lo que está al alcance de nuestro modesto entendimiento, lo que llamamos ahora acto sintomático, acto falido, a quién se le hubiera ocurrido antes de Freud y su interrogación sobre la psicopatología de la vida cotidiana e incluso a quién se le ocurre aún darle el sentido pleno de la palabra acto.

A pesar de todo, la idea de falido, de la que Freud ha dicho expresamente que no es más que un refugio detrás del cual se disimulan los llamados propiamente actos, no cambia nada, se sigue pensando en ellos en función de falidos sintomáticos, sin darle el sentido pleno del término acto.

Por qué no habría de suceder lo mismo en lo que concierne al acto analítico? Seguramente lo que podría aclararnos sería el poder decir algo que vaya más lejos, en todo caso, podría suceder que no pueda ser más que elidido si por ejemplo, lo que sucede cuando se trata de actos es que sean en particular absolutamente insoportables, insoportables en cuanto a qué?

No se trata de algo subjetivamente insoportable, por lo menos yo no lo sugiero. Por qué no insoportable como corresponde a los actos en general, insoportable en alguna de sus consecuencias.

Me voy aproximando, como ven, por pequeños toques. No puedo decir estas cosas en términos inmediatamente visualizables, no porque a veces no lo haga, sino porque en ésta ocasión, en este delicado tema hay que tratar ante todo de evitar el malentendido.

Ustedes me dirán que esta consecuencia del acto analítico debería ser bien conocida por el análisis didáctico; pero resulta que yo estoy hablando del acto del psicoanalista en el psicoanálisis didáctico, al sujeto, que como él dice se somete a éste, el acto psicoanalítico allí no le corresponde, lo que no impide que él, podría sospechar lo que resulta para el analista de lo que pasa en el psicoanálisis didáctico.

Solamente que, tal como están las cosas, hasta el momento, todo está hecho para que le sea sustraído de una forma radical lo que pasa con el fin del psicoanálisis didáctico del lado del psicoanalista.

Ese enmascaramiento, profundamente ligado a lo que yo llamaba hace un rato la organización de las sociedades psicoanalíticas podría ser, en suma, un pudor sutil, una manera delicada de dejar cada cosa en su lugar, supremo refinamiento de cortesía del extremo oriente.

No hay nada de eso.

Quiero decir que no se debe considerar las cosas desde este ángulo sino más bien desde lo que recae sobre el mismo psicoanálisis didáctico, es decir, que incluso en razón de esta relación, de esta separación que acabo de articular, resulta que el mismo black-out existe en lo que respecta al fin del psicoanálisis didáctico.

De todas formas se ha escrito un cierto número de cosas insatisfactorias, incompletas sobre el psicoanálisis didáctico. Se ha escrito también cosas muy instructivas por sus defectos sobre la terminación del análisis. Pero todavía no se ha logrado nunca formular estrictamente sobre blanco —no digo algo valedero, lo que sea, si o no— nada sobre lo que puede ser el fin, en todos los sentidos de la palabra, del psicoanálisis didáctico.

Dejo simplemente abierto el tema si hay alguna relación; la más estrecha relación entre ese hecho y el hecho de que tampoco ha sido articulado nada sobre el acto psicoanalítico. Repito que si el acto psicoanalítico es precisamente a lo que el psicoanalista parece oponer el más furioso desconocimiento, esto está ligado no tanto a una especie de incompatibilidad subjetiva, al aspecto subjetivamente insostenible de la posición del analista, lo que puede sugerir que Freud no lo dejó escapar, sino más bien, digo yo, a lo que, una vez aceptada la perspectiva del acto, resultaría de ello en cuanto a la estimación que puede hacer el analista de lo que recoge en cuanto a éste, en las secuencias del análisis, en el orden del saber propiamente hablando.

Ya que, después de todo tengo aquí un público —aunque últimamente no lo distingo muy bien— entre el cual parece haber una cierta proporción de filósofos, espero que no me odien demasiado; hasta en Santa Ana he llegado a conseguir una tolerancia bastante grande: he llegado a hablar todo un trimestre y aún más de El Banquete de Platón, precisamente a propósito de la transferencia. Les preguntaría hoy si a algunos al menos les puede interesar abrir un diálogo que se llama «Menon».

Me sucedió antaño que en el origen de un grupo donde tuve alguna participación mi querido amigo Alexandre Koyré tuvo la gEnerosidad de hacernos el honor de venir a hablamos del Menon; eso no prosperó, mis colegas psicólogos me dijeron al final de ese año que era el segundo: «¡Fue suficiente por este año basta ahora! «. Pero no (mais non), Menon, menon: estamos entre gente seria, no es de estas aguas que nosotros bebemos.

Les aseguro que no tienen nada que perder hojeándolo un poco. Reléanlo. Ayer a la tarde encontré esto, con el objeto de retener vuestra atención, en el párrafo 85 D según la numeración de Henri Estienne: «El sabrá sin haber tenido maestros, gracias a simples preguntas, habiendo encontrado en sí mismo su ciencia». Y la réplica siguiente: «Pero hallar por sí mismo, en sí, su ciencia no es precisamente recordar?»

«Esa ciencia que tiene ahora, ¿no es preciso acaso o bien que la haya recibido en algún momento o bien que la haya tenido siempre?»

Para nosotros, analistas, plantear la pregunta en estos términos, ¿no nos produce la sensación que hay allá algo distinto? pero en definitiva está hecho para recordarnos algo. De hecho es un diálogo sobre la virtud.

Llamar a esto virtud no es peor que otra cosa; para mejor esa palabra y otras que se le asemejan han resonado de diferentes formas a través de los siglos. Es cierto que la palabra virtud tiene actualmente una resonancia que no es para nada la de (areté) de que se trata en el Menon, porque el (areté) se inclinaría más bien del lado de la búsqueda del bien, y uno está tentado a tomarlo en el sentido de un bien útil, aprovechable como dicen, lo que sirve para hacernos dar cuenta que también nosotros hemos vuelto allí, lo que no deja de tener relación con lo que después de este largo rodeo ha llegado a formularse en el discurso.

Ya he hecho referencia al utilitarismo, en tiempos pasados, ya lejanos, en los cuales, me encargué de enunciar durante un año, algo que se llamaba la ética del psicoanálisis.

Era, si lo recuerdo bien, alrededor del 1958-59, luego al año siguiente fue la transferencia.

Como hace cuatro años que hablo aquí, se podría establecer una cierta correspondencia de cada uno de estos años con cada dos años de lo que fue mi enseñanza precedente. Llegaríamos pues en el nivel de este cuarto año a algo que correspondería con el séptimo u octavo año de mi seminario precedente, haciendo eco en cierta forma al año sobre la ética, lo que puede leerse en mi enunciado mismo del acto psicoanalítico, y el hecho de que éste acto psicoanalítico sea algo ligado esencialmente al funcionamiento de la transferencia, permitirá al menos a algunos ubicarse en un cierto camino que es el mío.

Se trata pues del (areté) que al inicio nos plantea su pregunta en un registro que de ningún modo es para desorientar a un analista, porque además de lo que se trata es de un primer modelo dado de lo que quiere decir esa palabra en el texto socrático de la buena administración política, es decir de la ciudad; en cuanto a lo que se refiere al hombre, es curioso que desde el primer momento aparezca la referencia a la mujer diciendo que la virtud de ella es el buen manejo de la casa.

Mediante lo cual tenemos a los dos al mismo paso sobre el mismo plano, no hay diferencia esencial, en efecto, tomándolo así, ¿por qué no?

Les recuerdo esto porque entre las mil riquezas que les resultarán sugestivas en ese texto si quieren leerlo del principio al fin, podrán palpar que la carácterística de una cierta moral, propiamente la moral tradicional ha consistido siempre en eludir, pero admirablemente, en escamotear al principio desde las primeras réplicas de modo que no se hable más, que ni siquiera se plantee la pregunta, precisamente tan interesante para nosotros, los analistas, en tanto que somos analistas, es decir, si no hay un punto en el que la moral del hombre y la mujer podría tal vez diferenciarse según se encuentren juntos en la cama o por separado.

Pero esto es rápidamente eludido en lo que respecta a una virtud que podemos ya situar en un terreno más público, más en el entorno. Y en consecuencia, las preguntas que se formulan pueden proceder a la manera de Sócrates, quien llega rápidamente a la pregunta de saber cómo es posible llegar a conocer por definición lo que no se conoce, dado que la primera condición para saber, para conocer, es saber de qué se habla. Si uno no sabe de entrada de qué habla, como se verifica después de un rápido intercambio de réplicas con su partenaire que es el Menón en cuestión, surge en las dos o tres frases que les leía hace un rato lo que va a articularse como la teoría de las reminiscencia.

Ustedes saben de qué se trata, pero voy a retomar ampliándolo quizás un poco más, desarrollando para mostrar lo que quiere decir para nosotros, lo que eso puede querer decir para nosotros, por lo que merece que lo destaquemos.

Que se diga, que se afirme que el alma —como se expresa, es el lenguaje que se usa en este diálogo— cuando se le enseña algo no hace más que recordar, implica tanto en ese texto como en el nuestro la idea de una extensión sin fin o más bien de una duración sin límites en lo que concierne a este alma, es más o menos lo que también nosotros sacamos de la galera cuando nos quedamos sin argumentos a los cuales recurrir, ya que no está muy claro qué pasa con la ontogénesis para que las cosas, siempre las mismas y bien típicas, se reproduzcan apelando a la filogénesis. No se ve demasiada diferencia.

Además, ¿adónde se va a buscar este alma para demostrar que no son más que recuerdos todo lo que ella puede aprender? Sócrates hace el gesto significativo en esa época, Sócrates dice: «Menon, te voy a explicar; mira ahí tienes a tu esclavo, en tu casa aprendió nunca nada, por supuesto, un «esclavo absolutamente cretino».

Se lo interroga y haciéndolo de cierta manera se consigue sacarle cosas bastante sensatas que no llegan muy lejos en el campo de las matemáticas: se trata de lo que hay que hacer para construir una superficie que sea el doble de la superficie inicial si se trata de un cuadrado. El esclavo contesta enseguida sin pensarlo, que basta con que el lado sea dos veces más largo.

Es fácil hacerle comprender que con un lado dos veces más largo la superficie sería cuatro veces más grande.

Mediante lo cual y procediendo a interrogarlo de la misma forma, encontraremos rápidamente el buen procedimiento, que es tomar en cuenta la diagonal, construir un cuadrado cuyos lados serán la diagonal del precedente.

Todo lo que obtenemos con éstas distracciónes, entretenimientos de lo más primitivos, que ni siquiera llegan a lo que ya había llegado la ciencia en esa época con respecto al carácter irracional de la raíz del dos, es que hemos tomado un sujeto fuera de categoría, un esclavo, un sujeto que no cuenta. Hay algo mejor y más ingenioso que viene luego con respecto a lo que se trata de promover, a saber, si la virtud es una ciencia.

Mirándolo bien, es probablemente la mejor parte, el mejor fragmento del diálogo: no hay ciencia de la virtud.

Lo que se demuestra fácilmente con la experiencia, probando que los que han hecho una profesión de su enseñanza son maestros muy criticables —se trata de los sofistas— y en cuanto a aquellos que podrían enseñarla, es decir los que son virtuosos ellos mismos (quiero decir virtuoso en el sentido en que la palabra virtud es empleada en este texto, es decir la virtud del ciudadano, del bien público) es manifiesto que, esto está desarrollado con más de un ejemplo, no saben ni siquiera transmitirla a sus hijos, les hacen aprender otra cosa.

De modo que llegamos a la conclusión de que la virtud está mucho más cerca de la opinión verdadera, como se expresa, que de la ciencia.

¿Pero de dónde nos viene la opinión verdadera? Del cielo.

He aquí la tercera carácterística de lo que todo esto tiene en común, a lo que nosotros nos referimos, a saber, lo que puede aprenderse.

Ustedes ven hasta qué punto se aproxima —soy prudente— a la notación que yo hago bajo el término sujeto, lo que puede aprenderse es un sujeto que tiene ya ese primer carácter de ser universal; todos los sujetos están al respecto en el mismo punto de partida; su extensión es de una naturaleza tal que eso les supone un pasado infinito, y por lo tanto probablemente un porvenir que no lo es menos, aunque la cuestión de la sobrevivencia no es resuelta en ese diálogo. No estamos en el mito de Er, el armenio, pero ciertamente que el alma haya almacenado desde siempre y de una forma propiamente dicha inmemorial, lo que la ha formado hasta el punto de hacerla’ capaz de saber, no solamente no se cuestiona, sino que por el contrario, forma parte de la base de la idea de la reminiscencia.

Lo que si es otro término es que ese sujeto sea fuera de categoría, que sea absoluto en el sentido de que no está marcado, lo dice el texto, como la ciencia por lo que allí se llama con un término que verdaderamente hace eco con todo lo que nosotros podemos decir que no está marcado por la concatenación, la articulación lógica del estilo mismo de nuestra ciencia. La interrogación socrática nos conduce a lo siguiente: Tiene esta opinión verdadera algo que la coloca aún más en el orden de la poesía?.. .

Si hago tanto hincapié en esto, es para que noten lo que puede significar en ese punto arcaico pero que sigue presente en la interrogación sobre el saber, lo que puede significar, no había sido aislado antes que yo lo hiciera, precisamente a propósito de la transferencia, la función que tiene, no tanto en la articulación como en los pre-supuestos de toda pregunta sobre el saber, lo que yo llamo el sujeto supuesto-saber.

Las preguntas se plantean a partir de que en alguna parte esta función, llámenla como quieran, acá aparece bajo todas sus caras evidentes como mítica, que hay algo en alguna parte que juega la función del sujeto supuesto-saber.

Ya he puesto en evidencia cómo un signo de interrogación dirigido a propósito de algunos avances, brechas, olas, de cierto sector de nuestra ciencia, acaso no se plantea la pregunta de adónde estaba, cómo podemos concebir antes de que una nueva dimensión, ejemplo en la concepción matemática del infinito, es que podemos concebir esas dimensiones, antes de haber sido forjadas, como habiendo estado ya sabidas en alguna parte, podemos acaso remontarlas a la eternidad? Esta es la pregunta. No se trata de saber si el alma existía antes de encarnarse sino simplemente de saber si ésta dimensión del sujeto, en tanto que soporte del saber, es algo que debe estar de alguna forma pre-establecido en las preguntas sobre el saber.

Fíjense, qué es lo que hace Sócrates cuando interroga al esclavo? El aporta, aunque no lo haga en el pizarrón, como se trata de un dibujo muy simple se puede decir que él aporta el dibujo de ese cuadrado y además por la forma como razona, a saber, según los primeros modos de una geometría métrica, a saber por descomposición de triángulos, y recuento de triángulos de igual superficie, mediante lo cual es fácil mostrar que el triángulo construido sobre la diagonal comprende justo la cantidad de cuadraditos necesarios en relación a la primera cantidad y si la primera era cuatro cuadrados, obtendrá ocho procediendo de esta forma.

De todas maneras, se trata efectivamente de un dibujo cuando interroga al esclavo, esto no lo hemos inventado nosotros, ha sido señalado desde hace mucho tiempo que ese procedimiento ni prueba gran cosa ya que lejos de que Sócrates pueda argumentar con el hecho de que el esclavo no ha hecho nunca geometría, y que no ha recibido ninguna lección, la forma de organizar el dibujo por parte de Sócrates, como es notorio, representa por sí sola, una lección de geometría.

Pero para nosotros, el problema no está ahí, vamos a considerarlo en estos términos: Sócrates aporta un dibujo; si nosotros pensamos que en el espíritu de su «partenaire» está ya todo lo que responde a lo que Sócrates aporta, esto puede querer decir dos cosas, a saber:

O bien se trata de un dibujo —no diría duplicado— es un dibujo que, para utilizar un término moderno, responde a lo que se llama una función, es decir la posibilidad de la aplicación del dibujo de Sócrates sobre el suyo o inversamente

No es por supuesto necesario que se trate de cuadrados correctos en ninguno de los dos casos; digamos que en un caso puede tratarse de un cuadrado según la proyección de Mercator, es decir, un cuadrado cuadrado, y en el otro caso de algo más o menos torcido. La correspondencia existe igual punto por punto, lo cual da a la relación de lo que aporta Sócrates con lo que le responde su interlocutor un valor muy especial que es el de descifrado.

Esto nos interesa a nosotros analistas porque, en cierta forma es eso lo que quiere decir nuestro análisis de la transferencia.

La dimensión interpretativa funciona en la medida en que nuestra interpretación lee de otra manera una cadena que no obstante es ya una cadena de articulación significante.

Hay otra posibilidad imaginable, en lugar de darnos cuenta de que hay dos dibujos que a primera vista no son el calco el uno del otro, podemos suponer otra metáfora: no hay nada que se vea del lado del esclavo, pero a la sazón de que en algunos casos se podría decir: «Aquí hay un dibujo, usted no ve nada, pero exponiéndolo al fuego el dibujo aparece, usted sabe que hay tintas llamadas simpáticas. . .» Habría entonces una función de revelación, como se dice cuando se trata de una placa sensible.

Acaso es entre estos dos términos que se produce el suspenso de una retraducción de la que se trata para nosotros en el análisis?, digo re porque en este caso la primera inscripción significante es ya la traducción de algo; es acaso que nuestra interpretación viene a aplicarse sobre la organización significante del inconsciente estructurado como un lenguaje o es que por el contrario nuestra interpretación es en cierta forma una operación de un orden totalmente diferente, aquélla que revela un dibujo oculto hasta ese momento?

Evidentemente ni lo uno ni lo otro, a pesar de lo que esta oposición haya podido sugerir para algunos como una primera respuesta.

Se trata de algo que vuelve nuestra tarea mucho más difícil, y es que, en efecto, las cosas tienen que ver con la operación del significante, lo que vuelve evidentemente posible la primera referencia, el primer modelo dado de descifrado.

Sólo que el sujeto, digamos el analizante, no es algo plano sugerido por la imagen del dibujo, está él mismo en el interior; el sujeto como tal está ya determinado e inscripto en el mundo como causado por un cierto efecto del significante.

De lo que se deduce lo siguiente: que no falta gran cosa para que sea reductible a una de las situaciones precedentes, sólo falta que el saber en ciertos puntos que pueden, por supuesto, ser siempre desconocidos hace falla, y son precisamente esos puntos los que. para nosotros, cuestionan en nombre de la verdad.

El sujeto está determinado en esta referencia de una forma que lo vuelve inapto, como lo demuestra nuestra experiencia, para restaurar lo que se ha inscripto, en virtud del efecto significante, de su relación al mundo volviéndolo inadecuado en algunos puntos para cerrarse, completarse de una forma satisfactoria en cuanto a su propio estatuto de sujeto, y son los puntos que le conciernen en tanto que tiene que plantearse como sujeto sexuado.

Ante esta situación, no ven ustedes lo que resulta de lo que va a establecerse si la transferencia se instala, como lo hace en efecto, porque es precisamente movimiento verdaderamente instituido desde siempre por la inherencia tradicional? La transferencia se instala en función de sujeto supuesto saber, exactamente de la misma forma que fue siempre inherente a toda interrogación sobre el saber.     

Más aún, yo diría que por el hecho de entrar en análisis hace referencia a un sujeto supuesto saber más que los otros.

Por otra parte esto no quiere decir, contrariamente a lo que se piensa, que lo identifique con su analista, pero este es precisamente el nervio de lo que quiero designar hoy ante ustedes, ese sujeto supuesto saber, y como decía recién supuesto saber más todavía, es inminente al inicio mismo del movimiento de la investigación analítica.

De suerte que el analista se somete a la regla de juego y que yo puedo plantear la pregunta de saber cuando responde él como debería responder si se tratara del esclavo de Sócrates y se le dijera que verseé todo lo que se le antoje, cosa que uno no hace por supuesto, a nivel de la experiencia menoniana.                                                   

La cuestión de la intervención del analista se plantea en efecto en el suspenso de lo que dije hace un rato, los dos mapas que se corresponden punto por punto o al contrario un mapa que gracias a tal o cual manipulación se revela en su naturaleza de mapa. Es así como en cierta forma se concibe todo en virtud de los datos supuestos en el origen del juego.

La anamnesis se hace no tanto con las cosas que se recuerdan, como con la constitución de la amnesia o retorno de lo reprimido que viene a ser exactamente lo mismo, es decir la forma como las fichas se distribuyen a cada momento sobre los casilleros del juego, quiero decir sobre los casilleros donde hay que apostar.Así mismo, ¿a qué nivel son recibidos los efectos de la interpretación? Al de la estimulación que aportan a la inventiva del sujeto. Me refiero a la poesía de la que les hablaba hace un rato.

Qué quiere decir por lo tanto al análisis de la transferencia. Si algo quiere decir no puede ser otra cosa que la eliminación de ese sujeto supuesto saber, porque no hay para el análisis, ni mucho menos para el analista ninguna parte —y esta es la novedad— del sujeto supuesto saber; sólo hay lo que resiste a la operación del saber haciendo el sujeto, a saber, ese residuo que podemos llamar la verdad.

Pero justamente ahí es donde puede surgir la pregunta de Poncio Pilatos: qué es la verdad?

Esta es precisamente la pregunta que yo planteo para introducir el acto propiamente psicoanalítico, lo que constituye el acto psicoanalítico como tal y particularmente esa ficción mediante la cual el analista olvida que en su experiencia como psicoanalizante él ha podido ver reducirse a lo que es esa función de sujeto supuesto saber.

Por lo que todas esas ambigüedades transfieren a otra parte a cada momento, por ejemplo hacia la función de la adaptación a la realidad, la cuestión de lo que se refiere a la verdad, y también a fingir que la posición del sujeto supuesto saber puede ser sostenible porque es el único acceso a una verdad de la que ese sujeto va a ser arrojado para ser reducido a una función de causa de un proceso en impasse.

El acto psicoanalítico esencial del psicoanalista, implica algo que yo no nombro, que he esbozado bajo el título de ficción, que se vuelve grave si se convierte en olvido, fingir olvidar que su acto es ser causa de ese proceso, que se trata de un acto que se acentúa con una distinción que es esencial realizar aquí. El analista, por supuesto, no deja de tener necesidad de justificarse ante sí mismo en cuanto a lo que se hace en el análisis; se hace algo y se trata precisamente de esta diferencia del hacer a un acto, en qué banco colocamos al psicoanalizante? En el banco del hacer; él hace algo, llámenlo como quieran, poesía o manejo, él hace y, queda bien claro que justamente una parte de  la indicación de la técnica analítica consiste en un cierto dejar hacer (laisser faire), pero es acaso esto suficiente para carácterizar la posición del analista cuando ese dejar hacer implica, hasta un cierto punto, el mantenimiento intacto en él de ese sujeto supuesto saber a pesar de que de ese sujeto él conoce por experiencia la deposición y la exclusión, y lo que de ello resulta del lado del psicoanalista?

No les digo hoy lo que resulta de esto, porque será precisamente lo que tendremos que articular más adelante, pero terminaré señalando la analogía que surge del hecho que, para exponer este nuevo sesgo de interrogación sobre el acto tengo que dirigirme a esos terceros que ustedes constituyen por ese registro que ya introduje por la función del número, el número no es la multitud, porque no hace falta mucho para introducir la dimensión de número.

Si es en una referencia semejante que introduzco la cuestión de saber lo que puede resultar del estatuto del psicoanalista, en tanto que su acto lo coloca radicalmente en falso con respecto a esa condición previa; es para recordarles que es una dimensión común del acto el no incluir en su momento la presencia del sujeto.

El sujeto reencontrará su presencia en tanto que renovada más allá del pasaje del acto, pero nada más que eso.

La próxima vez se los ilustraré, ya que el tiempo me falta hoy; Winnicot, a través del que introduje a propósito de la palabra self, el ejemplo de una especie de toque justo con respecto a un cierto efecto significante, ese Winnicot nos ilustrará lo que ocurre con el analista en la misma medida del interés que toma en su objeto.

Nos hará palpar que, precisamente en la medida en que es alguien que se distingue como eminente en la técnica por haber elegido un objeto para él privilegiado, aquél que él califica casi por esa psicosis latente que existe en ciertos casos, es toda la técnica analítica en sí misma que se va a encontrar singularmente reprobada.

Esto no es un caso particular sino un caso ejemplar; si la posición del analista no se determina nada más que por un acto, el único efecto que puede registrarse para él es como fruto de acto y para emplear esa palabra, fruto, ya les he recordado la última vez su eco de fruición. que el analista registra como experiencia mayor no podría superar este hito decisivo de su propia presencia que acabo de indicar. Cuáles serían los medios para que pudiera ser recogido lo que, por el proceso desencadenado por al acto analítico, es registrable como saber, acá está lo que plantea la cuestión de la enseñanza analítica. En la misma medida en que el acto psicoanalítico es desconocido se registran los efectos negativos en cuanto al progreso de lo que el análisis puede totalizar de saber, que nosotros hemos constatado, que hemos podido palpar, que se manifiesta y expresa en muchísimos otros pasajes y en toda la extensión de la producción de la literatura analítica, déficit con respecto a la totalidad de lo que podría almacenar de saber.