Seminario 16: Clase 15, del 19 de Marzo de 1969

Digo lo que tengo que decir: no haré mi seminario. Llámenlo como quieran: mi seminario, mi lección, en fin, mi truco…..

Recomienzo. No es por nada que ustedes no me han escuchado al comienzo. No quise hablar fuerte, porque no quiero hablar para nada. Y por otra parte, eso es lo que quiero hacer, o más exactamente, lo que no quiero hacer. Tengo la intención de no hablar hoy. Eso tiene cierto lado de alivio. ¡Porque bien pueda ocurrir que tenga mi claque! Pero, en fin, justamente, eso no es un alivio porque, como ven, estoy bastante fatigado. Fatigado por razones muy simples. Imaginen lo que quieran: Una pequeña Hong-Kong, así, durante el week-end, porque naturalmente un psicoanalista no puede permitirse estar enfermo más que durante el week-end. En fin, el resultado está allí: no les hablaré hoy. Por otra parte era lo que yo estaba resuelto  a decirles: «Y bien, escuchen, me hago llevar enfermo. El seminario, como ustedes lo llaman, no tendrá lugar hoy». Y después, irme.

Eso sería demasiado simple. Ya he anunciado la última vez el placer que yo tendría en oír algo que me viniera en respuesta, un cierto testimonio que pudiera, de que fuera, de la que pueda ocurrir a ustedes, de lo que trato de diseñar este año. Es evidente que las cosas me impulsan a desearlo. En primer lugar, un cierto sentimiento de lo que podría ser, en el límite, lo que vengo prosiguiendo aquí, lo que delíneo —no se sabe demasiado por qué— se hace como enseñanza. ¿Es que eso tiene verdaderamente el cuadro de una enseñanza, además de que ocurra en perímetro de la Escuela Normal?. No es seguro. Y después, ¡Dios mío!, es el caso de decirlo hoy: ¿por qué es que habría tanto de mí? Este es verdaderamente un problema. Pero es necesario creer, al menos que ello debe tener algo interesante. No tengo ninguna razón para creer que eso sea de largo alcance, en el tren en que van las cosas. Quiero decir este interés puesto en lo pasa aquí.  Me ha ocurrido esta semana, forzosamente no muy estimulante, ¿no es así?,  raramente tengo 39 grados, he puesto un cierto tiempo, he puesto dos días en decirme que es seguramente porque debe haber algo así, no muy estimulante en este estado que aún dura, el preguntarme lo que ocurría aquí. Entonces  he hecho una hipótesis de trabajo— es el caso de decirlo— acerca de lo que hago aquí, lo sepan o no, tiene verdaderamente toda la naturaleza de un trabajo. Esto es lo que, quizá, permita a ustedes entrever ciertas cosas que he dicho este año. Pero en fin, esto es cierto. El modo en el cual habitualmente yo hablo, cuando tengo mis papelitos— que pueden sorprenderles— los miro más o menos.

Hay muchos de ellos. Hay seguramente demasiados. Pero, en fin, eso tiene verdaderamente, todos los carácteres de lo que ocurre sobre una mesa de trabajo, lote ¿por qué no? hasta sobre una cadena. Los papeles vienen de alguna parte y terminarán por transmitirse a otras. Y, con eso, en efecto, ocurre algo por lo cual, cuando salgo. estoy siempre bastante perplejo para interrogar con un poco de angustia, algunas veces, a aquellos de los cuales se que pueden decirme algo que me interese. Es cierto, he dicho aquí algo que tiene verdaderamente el carácter de un trabajo que se ha realizado con un cierto material y que es algo construido, realizado, una producción.  Evidentemente esto es interesante, es interesante verlo hacer. No es tan difundido el tener la ocasión de ver a alguien haciendo su trabajo, para la mayoría de ustedes. En fin, tengo la sensación que a lo que apunta ese trabajo, eso a lo cual esta destinado, no puede escapárseles más que completamente. Esto es aún más interesante. Sólo que eso da a la cosa— el hecho de mirar trabajar a alguien sin saber adonde va, para que sirve— eso da una dimensión un poco obscena a la cosa.

Naturalmente eso no es verdad para todo el mundo. Hay quienes saben muy bien para que sirve, en fin, para que sirve eso en término limitado. En tanto estoy en tren de impulsar esta metáfora obrera, diré que mis patrones, ellos saben para que sirve eso. O inversamente, si ustedes quieren, que aquellos que saben para que sirve, son mis patrones. Hay aquí algunos que son parte de ellos. Es para ellos que yo trabajo. Y después  hay algunos que están entre las dos clases y que, ellos también, tienen una idea de para que sirve. Son los que, de alguna manera, insertan el trabajo que hago aquí en otro texto, o en otro contexto, que es el de algo que ocurre de nuevo en la Universidad, que tiene la más estrecha relación con lo que yo hago como trabajo.  A causa de esta temperatura y de este alto que me concede— en fin, no se puede saber cuan feliz se es de aprovechar unos 39 grados— quiero decir, uno está forzosamente, no puede habitualmente ponerse en posición horizontal, Eso es muy agradable. En fin, cuando eso se asienta un poco, en un cierto giro, se puede también, abrir cosas, diarios divertidos. Hay uno de ellos, ustedes saben, el que está dirigido por el llamado Jean Daniel, que se llama «El nuevo observador». Se lo llama así sin duda, para hacer creer que hay algo de nuevo en lo observado. Sería un error esperar eso, y la prueba es que hay algo que pude leer allí, así, a la horizontal, es una especie de truco que, si mi recuerdo es bueno, es algo que se llama «La juventud entrampada». No sé por qué, quizá debido a mis 39 grados, pero eso me puso furioso. En primer lugar, el título ¿no es así?, que toda persona que emplea la palabra «entrampado» sepa que se considera el uso de esa palabra como repugnante. Esta es una idea mía, un modo de cosquillear groseramente la angustia de castración, sobre todo cuanto se habla a la juventud, y por el momento eso me parece del peor tono. Y después, a mi fe, no hay más que cosas, seguramente, muy astutas, muy pertinentes; no hay quizá una de ellas, una sola que, al tomarla como frase, indicación de justificación, legitimación de todo lo que quieren, no como frase contra la cual yo pueda, evidentemente, con seriedad, elevar una posición que resultaría lo opuesto. Todo eso está muy bien. Es muy enojoso que eso deje completamente de lado aquello de lo que se trata. Es muy enojoso que eso deje completamente de lado aquello de lo que se trata. Pues, seguramente, no estoy en contra de ninguna de las formas aunque ellas fueran las más extremistas de lo que asocia, por el momento, la protesta, como se expresa la protesta estudiantil con las conjunciones más revolucionarias. Pero pienso que nada de todo eso escapa al eje de algo que se ha producido como continuación de ciertos hechos; de ciertos hechos que son estos: que la Universidad era insuficiente para llenar su función y que repentinamente, eso fue llevado a tal punto, a tal exceso, se cree, que es por ello  que ha habido un «Mayo», digamos. Este es un punto muy serio en cuanto a la interpretación de la cosa. Ella era insuficiente a la vista de una función tradicional, de un cierto tiempo de gloria que pudo ser la suya y que ha respondido al empleo, según las épocas, de diversas funciones que ha tenido incidencias diversas, precisamente según las épocas, en lo concerniente a la transmisión del saber.  Si nos ubicamos desde el punto de vista de la calidad, del estalido, de la radiación histórica, es cierto que desde hace algún tiempo, eso no tomaba un giro particularmente brillante, pero ¡en fin!, había islotes, que se sostenían aún muy bien. Si ella se mostró insuficiente en un cierto nivel, es porque en razón de ciertas exigencias sociales, no estaba más a su altura. Sería necesario plantearse la cuestión de si el hecho que ella no estuviera más a su altura, no de todas, sino de cierta exigencias sociales, no sería, al fin de cuentas, intencional.

Quiero decir, si, de tomar las cosas bajo el ángulo del poder, no habría allí algo que estaría regulado justamente de modo de no provocarle demasiado embarazo. Es cierto que alguna evolución, que es la de la ciencia, arriesga plantear problemas enteramente nuevos, inesperados a las funciones del poder. Después de todo la cosa se anuncia, quizá, desde hace algún tiempo. Eso, quizá, así, y es necesario  decirlo, eso sería, verdaderamente, tener un efecto de sentido retroactivo más que percibir que es, quizá, en función de ello que la palabra «Revolución» ha tomado otro sentido, un acento diferente de aquél que ha tenido siempre en la historia, donde las revoluciones, por definición, no son nuevas. Desde siempre, los poderes no han terminado más que por las revoluciones. La Revolución, así con una gran R, no dio cuenta, quizá, temprano, que esta ligada a algo nuevo que se puntúa del lado de una cierta función del saber; algo que ocurre, que la hace, a decir verdad, poco manejable del modo tradicional.

Para indicar un poco lo que quiero decir con ello, los llevaría a algo que he indicado hace un momento: a lo que puede producirse de fascinación en lo concerniente a un trabajo del cual no se sabe lo que quiere decir, no donde lleva; para ejemplificar, he tomado en el modelo que les doy, lo que motivaría, en esa suposición, vuestra presencia aquí; porque es evidente, de un cierto lado, que la referencia que he tomado en la relación obrero-patrón tiene también allí sus prolongaciones: el patrón sabe lo que hace el obrero, en el sentido que va a reportarle beneficios, pero no es seguro que tenga una idea más neta que el obrero, del sentido de lo que él hace. Cuando se trata de la cadena en Fiat, o en otra parte; hablo de la Fiat, porque ya la he evocado aquí, o en otra parte. He estado allí, he tenido vivamente ese sentimiento, en efecto, de ver gentes ocupadas en un trabajo sin que yo sepa absolutamente lo que ellos hacían. A mí eso me da vergüenza. Si a ustedes no tanto mejor. Pero, en fin, yo estuve muy molesto. Yo estaba justamente con el patrón, Johnny, como se lo llama, como yo lo llamo. También  Johnny estaba manifiestamente….en fin, él también tenía vergüenza. Eso se tradujo, después por preguntas que él planteó, que estaban todas apuntadas, destinadas, a disimular su embarazo, ese alcance aparente de hacerme decir que, según toda apariencia, ellos estaban más felices allí, en su casa, que en Renault.

No tomé en cuenta esta cuestión que no interpreté —como lo ven— más que como un desplazamiento, o quizá, un modo de evitar de mi parte la pregunta: «En fin, ¿para que sirve todo esto?. «No es que yo diga que el capitalismo no sirve para nada. No. El capitalismo sirve, justamente, para algo que nosotros no deberíamos olvidar. Son las cosas que el hace las que no sirven para nada. Pero eso es otro asunto. Es justamente su problema. En fin, eso sobre lo cual se apoya, y es una gran fuerza, debería esclarecerse. Ella juega en el mismo sentido que aquello que les decía hace un momento: va contra el poder. Es de otra naturaleza. Y ocasiona al poder grandes embarazos. Allí también eso es evidentemente nachträglich, a posteriori; es a posteriori que es necesario ver el sentido de lo que ocurre. El capitalismo ha cambiado enteramente los hábitos del poder. Ellos han  quizá, llegado a ser más abusivos, pero, en fin, son cambiados. El capitalismo ha introducido algo que uno no había visto jamás: lo que se llama el poder liberal.

Hay cosas muy simples de las cuales, después de todo, yo no puedo hablar más que por experiencia muy personal. Observen esto, esta memoria de historiador: nunca se ha escuchado hablar de órgano de gobierno que se abandone, se aleje, dándose su dimisión. Allí donde poderes auténticos, serios, subsistentes, existen, no se dan su dimisión, porque esto es muy grave como consecuencia. O, entonces, es un simple modo de expresarse: se da su dimisión, pero son abatidos a la salida. Yo llamo a eso lugares donde el poder es serio. La idea de considerar como un progreso, y hasta liberal, las instituciones donde, cuando alguien ha saboteado bien todo lo que tenía que hacer durante tres o seis meses y se ha revelado como un incapaz, no tiene más que dar su dimisión y no le ocurre nada; al contrario, se le dice que espere para volver la próxima vez. ¿Que quiere decir eso? Uno no ha visto jamas eso de Roma. en fin, en los lugares donde era serio. Nunca se vio a un cónsul dar su dimisión, ni a un tribuno del pueblo. Eso es, hablando con propiedad, inimaginable. Eso quiere decir, simplemente, que el poder esta en otra parte.

Es evidente —todo el siglo XIX lo esclarece— que si las cosas se desarrollan por esta función de la dimisión, es que el poder está en otras manos. Hablo del poder positivo. El interés, el único, de la revolución comunista —hablo de la revolución rusa— es el de haber restituido las funciones del poder. Sólo que, se ve que, esto no es cómodo de sostener, justamente porque es el tiempo que reina. El capitalismo reina porque está estrechamente conjugado con esta escalada de la función de la ciencia. Sólo que, ese poder, ese poder camuflado, ese poder secreto y, es necesario decirlo bien, también anárquico, quiero decir dividido contra sí mismo, y esto sin ninguna duda, por su apareamiento con esta escalada de la ciencia, él estaba tan embarazado como un pez con una manzana. Porque ocurre, al menos del lado de la ciencia, algo que supera sus capacidades de dominio. Entonces  lo que sería necesario es que hubiera, al menos, un cierto numero de cabecitas que no olvidaran esto: que es vana una cierta asociación permanente de la protesta con esas iniciativas no controladas en el sentido de la revolución. Y bien, esto es, aún, lo que al sistema —el sistema capitalista— puede servirle mejor. No estoy en tren de decirles que sea necesario volver a la reforma. La reforma misma, consecuencia incontestable del sobresalto de Mayo, es exactamente de naturaleza propia para agravar sus efectos. Si ustedes tuvieran enseñantes insuficientes, se los darían en abundancia y aún más insuficientes; ¡estén seguros de ello!  Los efectos siempre se agravan por la reforma. La cuestión es saber que hacer a la vista de ese fenómeno.

Es cierto que no puede responderse allí por una palabra de orden, sino que un  proceso  que eliminara a los mejores, a la larga, por el sesgo de la protesta, que se impone, en efecto, a los mejores, tendría exactamente el efecto anhelado, que sería barrar; a esos mejores, la ruta interesante, esa juntura, este acceso a un punto pivote, a un punto sensible, a un punto puesto en el presente, concerniente a la función del saber, bajo su modo más subversivo. Pues no es evidentemente, al nivel de los clamores que agitan, que pueden afirmarse, tratarse, producirse, lo que puede hacer un giro decisivo en algo. No digo que  y por la mejores razones: es precisamente que no se lo puede decir. Pero no es en otra parte más que allí que puede presentarse uno nuevo, lo único nuevo, en nombre del cual puede aparecer lo que funda la puesta en cuestión, de lo que se ha presentado hasta aquí como tal o cual, como filosofía; a saber, toda función tendiente a poner orden, un orden universal, un orden unitario. Ese modo de relación a nosotros mismos, que se llama el saber.

Esa trampa que consiste en rehusar y en no hacer nada más es, hablando con propiedad, por el momento, para todo lo que existe, para todo lo que subsiste, lo más cargado de inconvenientes. La promesa asegurada de subsistir y de la manera más fastidiosa. Para cualquiera que se haga ilusiones sobre lo que se llama progreso. Y entiendo plantear esto: no puedo —para volver a ese algo, así, que ha servido de ocasión— más que encontrar allí un signo de más, en el hecho que el entorno de aquél, bajo el nombre del cual— en tanto que es una entrevista lo que ha sido puesto en este artículo bajo el título de «Juventud entrampada»— y que, en tanto ello es así, no puedo hacer, a ese nivel más que discernirle el título de lo que, a ese propósito ha sido mi pensamiento: a saber que, después  de todo, el pensamiento no va más lejos, objetivamente que el de alguien que divierte. Esto es bastante grave. Es el testimonio, después  de todo de un hombre que ha vivido bastante tiempo para testimoniar, de algún modo, de dos entre dos guerras.  Aquella, entre las dos precedentes, que yo he vivido con Giraudoux, Picasso y los surrealistas — y no había más que Giraudoux en todo esto de original — es decirles que no me he divertido mucho. Picasso existía desde bastante antes. Sea lo que sea que ustedes piensen de ello, los surrealistas eran una reedición. Todo lo que hizo su vigor había existido antes de 1914. Todo lo que ha proyectado, ese no sé qué, de irreductiblemente insatisfactorio en su presencia entre 1918 y 1939. Se me observará que he sido su amigo y que no he asignado nunca con ellos la menor cosa. Eso no ha impedido a una crapulita de nombre Laurui, que es canadiense, darse cuenta y hacer de ello— no sé como se puede iniciar así al público de Saskatchewan ( sic ) de que yo podía ser— a fin de tomar gran apoyo de esta raíz surrealista, una también apergaminada, muy especial cabeza de pipa. El primer equipo con el cual fui asociado sostenía mucho de eso.  Lo he dicho expresamente que no había allí lugar para dar cuenta de ello, en tanto yo mismo había tomado cuidado de no faltar, en ningún grado a mi ligazón.

Eso no le impidió escribir «Lacan y los surrealistas». No se podría nutrir con demasiada exactitud el error. Y después, después, la  nueva—entre— dos guerras erradas, en tanto el término fín no está allí. Esto es precisamente lo que nos embaraza. Allí está el plazo vencido. Es que el poder capitalista, ese singular poder del cual les pido medir la novedad, tiene necesidad de una guerra cada veinte años. No soy yo quién haya inventado eso. Otros lo han dicho antes que yo. Esta vez no puede hacerla, pero, en fin, va a ocurrir allí, al menos.  No puede hacerla y durante ese tiempo está molesto. En fin, en éste entre—dos—guerras estuvo Sartre. El no era más divertido que los otros. Entonces, a mí no me emocionó. Nunca dije nada de eso, pero, en fin, es curioso, ¿No es así? que se experimente la necesidad de estimular de tal modo a esos jóvenes a arremeter contra los obstáculos que se les ponen delante, a ir a morir, y en suma a una muerte enteramente mediocre.  Eso es muy bello, ¿no es así? podré ir contra los Bedeles musculosos porque yo apruebo ese algo que se llama el coraje. El coraje no es un gran mérito, el coraje físico.

Nunca me di cuenta de que éso fuera un problema. No pienso que sea ese nivel que sea decisivo. No tiene ningún interés. En la ocasión, precipitarse contra los obstáculos que se les presentan. eso es exactamente hacer como el toro, ¿no es así?. Se trataría, precisamente, de pasar justamente por otra parte que por donde hay obstáculos. En todo caso, no interesarse especialmente en los obstáculos. Hay en todo eso una verdadera tradición de aberración. Se comienza por decir que las filosofías, por ejemplo, en el curso de los siglos, no han sido más que ideologías, a saber, el reflejo de la superestructura de las clases dominantes. Entonces, la cuestión está regulada. Ellas no tienen ningún interés. Es necesario apuntar a otra parte, ¡no del todo!. Uno continúa batiéndose contra ideologías en tanto que ideologías— ellas están allí para eso—. Es totalmente verdadero que siempre ha habido, naturalmente, clases dominantes o gozantes, o las dos, y que ellas han tenido sus filosofías. Estaban allí para hacerse insultar en su lugar. Se lo hace, es decir que se sigue la consigna. De hecho, eso no es totalmente exacto, ¿no es así?, ¡esto no es del todo exacto!  Kant no es el representante de la clase dominante de su época. Kant es aún no sólo perfectamente admisible, pero harían ustedes bien en tomar su cimiente, aunque más no fuera para tratar de comprender un poquito lo que estoy en tren de contarles en lo concerniente al objeto pequeña  a .

En fin, lo que va a ocurrir en ese punto. Sí. La última vez les hablé de la sublimación. Entonces, evidentemente, no es necesario, después de todo permanecer allí. No es por azar, al menos, que sea en ese punto, donde hay una pequeña suspensión, o un pequeño suspenso, como quieran.  Traten de describir las relaciones de esta co-presencia vista de vuestro lado ¿del mío?. La cuestión se plantea. Pongámosla del lado de la sublimación. Vale más, en todo caso, ponerla allí hoy, porque eso les pone en posición de polo femenino.

Eso no tiene nada de deshonroso, sobre todo al nivel en que lo he ubicado: la más alta elevación del objeto.  Hay cosas que no he subrayado la última vez, pero, en fin, espero que haya buenas orejas. La idea que la sublimación es este esfuerzo para permitir que el amor se realice con la mujer y no solamente… En fin, de asemejar que eso ocurra con la mujer. No es subrayado que en esta institución del amor cortes, en principio, la mujer no ama. Al menos que se sepa algo de eso.¿se dan cuenta que alivio? Por otra parte, ocurre al menos alguna vez en las novelas, ocurre que ella se inflama. También se ve lo que ocurre a continuación. Al menos que en esas novelas., se sabe donde se va. En fin, en una sublimación como esa que quizá se realice aquí. digo eso porque es tiempo de decirlo, antes que abordemos otra frase, que he apuntado la última vez. de la sublimación la que esta al nivel pulsional, y que, ¡Ay!. quizá nos concierna mucho más  y de la cual he dado el primer prototipo en la forma de la función del cascabel. Algo redondo con una pequeña cosa— el objeto pequeño a— que se agite fuertemente en el interior. Usemos pués, antes de esta entrada en escena, formas más agradables. Al nivel, entonces, de las relaciones hombre-mujer, si del lado de mi audiencia no tengo que temer locuras, por otra parte, si alguien tuviera a bien, al menos, aportarme un signo de audición planteándome una pregunta, sea a propósito de lo que enuncio, desde comienzo del año, me gustaría que una pregunta o dos me llegaran sobre ese terreno simpático para el cual, ustedes ven, hago yo mismo el esfuerzo cortés de no faltar, aún el día en que estoy al borde de mis fuerzas. ¿Quién es el que quiere plantear algunas preguntas?  No me  inciten demasiado al desaliento. Porque, después de todo, podría también yo, ser tentado por la dimisión……..Supongan, por ejemplo, que aquellos que he llamado mis patrones, a saber la gente para quienes yo trabajo —amanecen, desde que mi trabajo toma consecuencias que les interesan— amanecen ellos su dimisión. Eso podría ocurrir un día. Y bien, me contentaría con hacer mi trabajo ante ellos. Ustedes no están allí, todos, todos aquellos que no son  en suma, psicoanalistas a mis ojos, en fin, desde mi punto de vista, mi principal utilidad es procurarles la sensación de que ellos no pueden impedirme continuar haciendo mi trabajo. Pero nadie me responde desde ese campo que es el de los no-psicoanalistas. Veo caras muy interesantes allí abajo. Conozco mi mundo al menos.

Si ninguno de aquellos que no son psicoanalistas me da jamás una respuesta, pero verdaderamente una respuesta, que me entretenga un poco, supongo que, un día llegaré, al menos, a suplantarlos, a los psicoanalistas, a mostrarles que sería interesante para ellos el trabajar por que ellos creen que es el privilegio del psicoanalizante. Lo que hay de absolutamente abusivo en mi modo de trabajar es que yo hago, en suma, lo que hace el psicoanalizante. Ellos han puesto definitivamente el trabajo en las manos de psicoanalizante. Se reservan la escucha. Hay uno de ellos, allí, en las últimas novedades, que los convoca….. «Vengan a escucharme escuchar, Les convoco a la escucha de mi escucha».  Ahora, quizá, voy a llegar a hacer vascular algo del lado de este extraño terreno, estrechamente ligado en sus puntos vivos, a lo que se refiere a esta subversión de la función del saber. Pero no haré seminarios abiertos. Encuentro eso muy serio. De algún modo, me interrogo ante la palabra «manejar el saber» porque esa palabra «manejar» comienza a tener una extensión inquietante.

Hay uno de ellos —que no es de oro, por otra parte— que ha venido a encontrarme, que hará muy bien. Naturalmente, en el primer encuentro conmigo ocurrieron cosas. Vuelve la segunda vez porque es necesario ver a alguien al menos dos veces. No dijo que la vez precedente  «el había manipulado». Me he agujereado el cerebro……Le he hecho explicar…. Eso quería decir que yo lo había manipulado. Es siempre interesante ver el deslizamiento de las palabras. La palabra «manipular» ha devenido, ahora, en el vocabulario permanente, por una especie  de fascinación que tienda a que no piense que puede haber acción eficaz sobre un grupo cualquiera, sin manipularlo.

Esto es así, de modo que de aquí en adelante, admitido, reconocido. Y, después de todo, no es seguro que en efecto, como se dice, lo peor es,  quizá, seguro, pero en fin, esto es quizá bien, sí. Pero entonces, que eso tenga un valor activo cuando uno es manipulado. He allí un punto de báscula, que les señalo. Si debe extenderse, me advertirán si lo ven proseguirse así.

En fin, estas no son las mejores condiciones para la prosecución de las cuestiones concernientes al saber en el nivel en que ellas son presentificadas, en la medida en que el psicoanálisis puede aportar allí algo. La última vez, he valorado el libro de ese querido Deleuze, sobre la Lógica del sentido. He demandado a Jacques Nassif, porque en verdad me he sorprendido, estoy como se dice, muy amargado de la ausencia total de respuesta después de una provocación llevada tan lejos. No se trata de la manipulación, justamente. Hay otros modos de operar. Pero ese total silencio, esta ausencia total de respuesta a mis llamados desesperados de al menos un pequeño testimonio…… Les dejo un examen de recuperación. Se me puede escribir. El escrito no ocurre después del oral. En fin, si un día, a fin de año, hago dos o tres secciónes a puertas cerradas, sepan que a parte de las personas que yo conozco, quienes me hayan escrito, tendrán un privilegio.  Nassif, ¿Tiene Usted aún el coraje después de esta reunión agotadora —al menos para mí— de tomar aquí la palabra? Y bien, Usted es gentil en exceso.

Jacques Nassif:— En el tiempo que me queda, deberé ir muy rápido a lo esencial. La única cosa que habría querido decir concernía a la demanda que Lacan había hecho, en que concierne a una nota situada casi en la última página del libro de Deleuze— pag. 289— es decir al cabo de no pocas series, como él se expresa. Me pregunto cómo esto es posible…Si Deleuze pone esta nota al final, es sin duda porque todas las series, verdaderamente, que él ha desarrollado convergen. Es pues, prácticamente imposible, sobre todo con el tiempo que me queda, tratar de responder a Deleuze en lo que concierne al texto que él cita. Les releo, al menos, esta nota, página 289: «No pudiendo seguir aquí la tesis de Jacques Lacan, al menos como nosotros la conocemos por Laplanche, Leclaire,..etc.». Y para tratar de ver lo que está en cuestión aquí, creo que lo mejor sería, muy rápido, tratar de retomar, ante ustedes, el análisis que hace Deleuze en su tercera serie — empleemos su palabra— que concierne a la proposición.  Voy a tratar, a propósito  de esta serie de explicitar de un modo nuevo lo que Lacan presenta como axioma, cuando dice que no hay metalenguaje, tratando de introducir, al mismo tiempo, la categoría del sentido, o la categoría de acontecimiento que están articuladas la una a la otra y que permitirían, justamente ver en qué punto el texto de Laplanche pasa al lado de algo que el libro de Deleuze permite —al contrario— ver, y poner en un lugar de modo enteramente nuevo y, para nosotros, fundamental.

En efecto, Deleuze, escribe también, en alguna parte en ese libro, que el Psicoanálisis debería hacerse ciencia del acontecimiento. Es esta  fórmula que yo me había permitido, en el Congreso de Estrasburgo, que voy a tratar de comentar siguiendo ese capítulo.

El comienza, en efecto, por este postulado: Pertenece a los acontecimientos el ser expresados o expresables. Esos acontecimientos son expresados en proposiciones. Pero hay muchas relaciones en la proposición. ¿Cual es la que conviene a los acontecimientos?

Y entonces Deleuze analiza diferentes categorías de esa relación. La primera es la designación. Esta es la relación de la proposición a un estado de cosas exterior. La designación, en segundo lugar, opera por asociaciones de palabras con las imagenes que deben representar, más o menos bien, lo que esta en cuestión en el exterior, el datum, que es individualizado. Lo que implica  y da la necesidad de una selección que permita decir: esto es aquello, o esto no es aquello, al nivel del lenguaje. En tercer lugar, hay indicadores que permiten designar, y que son como formas fijas para la selección de las imagenes a las cuales se los relacióna. En fin, lógicamente, en cuarto lugar la designación tiene por criterio y por elemento, lo verdadero y lo falso. El analiza que no es la designación lo que permite ver lo que está en cuestión en el acontecimiento. Entonces, ¿Sería la manifestación? La manifestación es la relación de la proposición, no a lo que le es exterior, sino al sujeto que habla y que se expresa. Ella no opera por asociación de palabras, sin que enuncia deseos y creencias que son inferencias causales y no asociaciones.

La manifestación hace posible la designación. Son las asociaciones que derivan las inferencias y no a la inversa. Eso puede confirmarse por el análisis lingüístico que, justamente, muestra la función de los manifestantes o de los embragues (embrayeurs), de los cuales el yo  (je) es el manifestante de base y al cual se refiere el conjunto de los indicadores. Pero, entonces, lo que es necesario ver es que hay, en cuarto lugar, un desplazamiento de los valores lógicos: no es más lo verdadero y lo falso, sino la veracidad y el engaño lo que concierne a la manifestación. Lo que es evidente, si se retorna a Descartes. La tercera relación a la cual se tiene que atender en la proposición, no es más, justamente una relación de la proposición con lo que es exterior o al sujeto que lo enuncia, sino una relación de la proposición con lo que es exterior o al sujeto que lo enuncia, sino una relación de la palabra, considerada como elemento de la proposición con conceptos universales o generales, y ligaduras sin tácticas de esas palabras con implicaciones de conceptos. Entonces, esa relación es la significación que permite considerar que todo elemento de la proposición es la significación que permite considerar que todo elemento de la proposición no interviene a su turno más que como elemento de una demostración, sea como premisa, sea como conclusión.

Sobre el plano lingüístico, los significantes son esencialmente «implica» y «luego», es decir los signos de la implicación y de la aserción que es necesario distinguir, rigurosamente. Veremos porqué un poco más adelante. La implicación es el signo de la relación entre premisa y conclusión. La aserción es el signo de la posibilidad de afirmar la conclusión por ella misma, como resultante de las implicaciones. Esta significación se distingue, luego de la designación que reenvía al procedimiento directo, de ahí que la significación de la proposición no se encuentra siempre más que en el procedimiento indirecto que le corresponde, es decir en su relación con otras proposiciones. Lo que significa sobre el plano lógico, la cuarta parte, que cada uno de esas relaciones es analizada según cuatro ángulos. Sobre el plano lógico, luego, la significación se define como una demostración en el sentido más general, pues no sólo silogística y matemática, sino también en el sentido físico de las probabilidades, o en el sentido moral de las promesas y de los compromisos; y el valor lógico de la significación, así comprendida, no es más la verdad  por oposición al engaño, sino la condición de verdad. La proposición condicionada o concluida puede ser falsa. Lo que importa es el conjunto de las condiciones bajo las cuales una proposición sería verdadera. Así la condición de verdad no se opone a lo falso, sino a lo absurdo. Lo que no tiene significación no puede ser ni verdadero ni falso. Entonces, la cuestión que plantea es la de saber cual de esas tres relaciones funda lo otra. Si se permanece al nivel de la palabra, la manifestación es primera, esto es, el yo (je) que esta primero, no sólo en relación a toda designación que él funda, sino por relación a toda designación que él funda, sino por relación, también, a las significaciónes que lo envuelven. Pero, desde ese punto de vista, las significaciónes conceptuales no valen y no se definen ellas mismas, permanecen sub-entendidas por el yo (je) que es, él mismo, una significación inmediatamente comprendida, idéntica a su propia manifestación. En el orden de la lengua, al contrario, las significaciónes, justamente, valen y se desarrollan por ellas mismas. La proposición aparece como premisa o conclusión y como significante de los conceptos, antes de manifestar un sujeto  o de designar un estado de cosas. Y es la relación de la palabra al concepto que goza sólo de la necesidad, en tanto que sobre el plano lingüístico las otras relaciones, de la proposición al sujeto que habla y de la proposición al estado de cosas, son manifiestas y permanecen arbitrarias. Ellas no salen de allí más que en tanto que se las refiera a una relación de significación, justamente. Luego, es sólo la constancia del concepto la que puede permitir hacer variar las imagenes asociadas a la palabra, o en la designación, y que sólo los conceptos e implicaciones de conceptos permiten hacer de los deseos un orden de exigencias distinto de la urgencia de las necesidades; de hacer de las creencias, un orden de inferencia distinto de las simples opiniones.

Entonces, la cuestión que se plantea es la de saber si la significación va a permitir fundar las otras dos relaciones. Es aquí  que las cosas se anudan. El problema podría expresarse en estos términos: la aserción después del «luego» supone que se lo afirma por ella misma, independientemente de las premisas, es decir que la referimos al estado de cosas que ella designa, independientemente de las implicaciones que constituyen su significación. Se puede destacar, luego, la designación de la aserción, de la significación y de la implicación. Para ello son necesarias dos condiciones: 1) que las premisas sean verdaderas y se ve bien que se está obligado a salir del  puro orden de la implicación y referirlas a un estado de cosas designado que se presupone.. 2)Pero supongamos que las premisas sean verdaderas. ¿La proposición Z, que se concluye de A y B, no puede ser desprendida de las premisas y afirmada por si más que si se admite que la proposición C, siguiendo a la cual si A y B son verdaderas, entonces Z es verdadera, ¿es verdad? y así, seguidamente.

Habría querido leerles una parte de la paradoja de Lewis Carrol: «Lo que Aquiles dice a la tortuga», donde las cosas son dichas de modo muy incisivo, pero me contentaré con remitirlos allí.

Lo principal es que, en suma, se puede decir que la significación no es nunca homogénea o que los dos signos, «implica» y «luego», siguen siendo heterogéneos. Hay, entonces, una suerte de hiato inevitable entre el orden de la significación y los otros: orden de la manifestación y de la designación. Pero, sobre todo, entre significación y designación, silogismo; en todos los casos la designación no puede estar fundada por la significación, lo que se traduce en lógica, justamente, por la distinción entre lenguaje y metalenguaje. Lo que la paradoja de Carrol ha implicado, es la distinción entre lenguaje y metalenguaje. Y allí, entonces, les remito a las últimas páginas de la «Lógica sin esfuerzo», donde el señor Gattegno escribe un pequeño texto extremadamente esclarecedor.

Entonces, justamente, si uno está obligado —para no extraer de la dificultad de la paradoja de Carrol— el suponer una distinción entre lenguaje y metalenguaje, se puede siempre decir: «Sí, pero, ¿no sería necesario un metalenguaje del metalenguaje?» Es por otra parte donde termina ese pequeño texto: «La tortuga que se àprestaba a ir a jugar al foot-ball……etc.» Esa visión socarrona es la que nos hace decir que no hay metalenguaje ¿Como decirlo? ¿Como poder afirmarlo? Para ello es necesario introducir una cuarta categoría que es la categoría del sentido. El sentido, ¿puede ser localizado en una de las tres dimensiones, de la designación, de la manifestación o de la significación? esta es una pregunta de hecho y nosotros vamos a tratar de responderla, tratando de ver si es posible en la designación. El sentido no puede consistir en lo que hace a la proposición verdadera o falsa. Si fuera así, sería necesario suponer una correspondencia entre las palabras y las cosas que hace, inmediatamente, surgir toda suerte de paradojas. Las palabras deberían poder ser reconocidas como refiriéndose a las cosas. Es más, ¿cómo tendrían los nombres un respondiente? O si las cosas no responden a su nombre ¿que les impide perder su nombre? Sólo quedaría, entonces, lo arbitrario de las designaciones a las cuales nada responde, o al vacío de los indicadores del tipo «aquello». Es, entonces, cierto que toda designación supone el sentido y que se la instala de entrada en el sentido para operar toda designación.

Pero, entonces, ¿se podría poner el sentido en la manifestación? En un primer tiempo, sin ninguna duda, si los designantes, también ellos, no tuvieran sentido más que por el yo (je) que se manifiesta en la proposición.

Pero si el yo (je) hace comenzar la palabra, en fin, si el sentido reside en las creencias o los deseos de aquel que lo expresa, es evidente que el sentido es la manifestación. Como lo dice muy bien Humpty Dumpty: » es suficiente ser el amo» (maitre). Pero, por otra parte, el orden de las creencias y los deseos está fundado, lo hemos visto, sobre el orden de las implicaciones conceptuales de la significación y la identidad del yo (moi) que habla, que es garantía para la permanencia de algunos significados, sino ella se pierde así misma, de lo cual Alicia hace la dolorosa experiencia. No hay orden de la palabra en el de la lengua, para terminar.

Entonces, si el sentido no puede encontrarse en la manifestación, se encontrará en la significación. Pero allí, es volver al círculo de la paradoja de Carrol: ¿Como el fundamento hace círculo con lo fundado?, vale preguntarse. Para ello será necesario tratar de redefinir la significación, como condición de verdad, hemos dicho, que confiere un carácter que es ya aquél del sentido. Pero, ¿cómo la significación usa de ello por su cuenta, de esta condición de verdad?. La condición de verdad nos eleva por encima de lo verdadero y lo falso, lo que hace que una proposición falsa tenga aún un sentido o una significación se dice, sin distinguir.

Pero eso no es otra cosa, de hecho, más que la forma de posibilidad de la proposición misma. Pues, hay muchas formas de posibilidad. Una forma de posibilidad puede ser lógica, geométrica, física. Kant inventa otra de ellas: la posibilidad trascendental y la posibilidad moral. Pero esta forma que consiste en elevarse de lo condicionado a la condición, es decir que lo fundado permanece siendo independientemente de lo que lo funda.

Entonces, Deleuze escribe aquí: «para que la condición de verdad escape a ese defecto  será necesario que ella disponga de un elemento propio, distinto de la forma de lo condicionado. Será necesario que ella tenga algo de incondicionado». Pero, entonces, esta condición ya no puede definirse tan simplemente como forma de posibilidad conceptual, sino que es una materia, una capa ideal, es decir, no más la significación, sino el sentido.

Era mi propósito, ahora, tratar de ver cual era ese modo de existencia del sentido por su relación a los otros tres: la significación, la designación y la manifestación. No tengo tiempo para ello y les remito al libro de Deleuze. Lo que quisiera hacer, muy rápidamente, volviendo al texto de Laplanche, es ver que le falta la categoría del sentido. Ese  texto, todos lo conocen. Voy, pues, a ser muy rápido. El comienza por la oposición entre sentido y letra, extraído de Politzer. Pues, seguidamente, se dice que el sentido no es otra cosa que la manifestación, en tanto que la letra sería una significación en la segunda o tercera persona. Querría hacer destacar que ya Lacan ha dicho que no se trataba de la segunda o tercera persona, sino de lo que era » No-yo»  (pas-je). En cuanto a Deleuze, él propone la cuarta persona del singular, retomando, para describir con humor, esta idea del poeta Ungaretti. El segundo reproche que Politzer hará al psicoanálisis, sería un reproche de realismo. Habría inmanencia del sentido o de la categoría general de significación. Ustedes ven, no se distinguen. Entonces, que justamente el inconsciente no es otra cosa que la construcción del otro, como sujeto cognoscente, es decir, una significación designada por una manifestación  al sentido, que he tratado de ubicar en su lugar.

Pero es bien evidente que el inconsciente no es la simple manifestación del otro. Pues, es la manifestación de la traducción la que ha pasado por la criba en este texto, y la significación no sería otra cosa que el reenvío de un mensaje a diferentes códigos posibles. Pues, esta significación no es otra cosa que una derivación por relación a una imposible designación y Laplanche habla de una manifestación privilegiada, de una formación propia del inconsciente. Son exactamente los conceptos que se emplean, que vienen a su pluma. Al fin, la última oposición que se podría retomar es, entre saber y conocimiento. Habría oposición entre trabajo del sueño y el develamiento. Pues esta oposición misma, pasa al lado de la oposición entre saber y verdad o entre significación y sentido que acabamos de ubicar en su lugar. ¿Uno se va a sustraer de ella, reemplazando…. al lado del sentido, hablando de una estructura, permitiendo leer diferentes lagunas?. Esa sería la estructura de las lagunas del texto. Pero aún, una vez, esa palabra «Estructura» elude el sentido por la designación de un geometral —que se plantea como único— de todas esas lagunas. ¿quién nos dice que hay un geometral único y que el inconsciente debe ser referido al de un individuo? La categoría del sentido permite, justamente, no tener que dar ese paso.

Al fin se oponen elemento y sistema. La representación es tanto una inscripción, como  un término aislado sobre el cual se aplica la energía. En uno y otro caso, esta inscripción se refiere, se nos dice, al sistema inconsciente. Pero, otra vez, esa oposición elemento-sistema elude el acontecimiento que puede, solo, aportar un elemento al sistema. El sistema es también más que la serie o el procedo que arriesgan ser eludidos, y es el ejemplo de la buena forma el que Laplanche propone en aquel momento.  Salto la parte clínica y voy a la parte donde Laplanche hace la hipótesis del lenguaje reducido. Está dicho que el proceso primario tendría como eje de funcionamiento las leyes fundamentales de la lingüística. Creo que el libro de Deleuze permite definitivamente poner entre paréntesis esta falsa colusión del psicoanálisis con la lingüística, en la medida en que si el psicoanálisis es teoría del acontecimiento, no es, justamente, teoría de la performance.

Pero en Freud se objeta inmediatamente; en Freud este es el lenguaje de la Psicosis. Entonces, para levantar la contradicción, se va a suponer que el proceso primario está lastrado por lo que se llama la cadena inconsciente; y el proceso primario más la cadena inconsciente, más ese lastre, producirán por una reacción casi química, el lenguaje. Y entonces, se produce la hipótesis de un lenguaje sobre un sólo plano. Con ese lenguaje uno se dice: «he ahí, uno se atiene a lo que se llama la superficie». El lenguaje del inconsciente sería una suerte de superficie que sería, justamente, la superficie del sentido. El sentido se sitúa como el límite entre los estados de cosas y la proposiciones. De hecho, no es nada de eso. Se lo podría creer por un momento, pero entonces se dice que la barra entre significante y significado debe prestarse a efectos de sentido. Con ese concepto de efecto de sentido de Lacan se  ve, en efecto, que la categoría de sentido podría aparecer ¡y bien! Inmediatamente esta categoría del sentido es la apertura del lenguaje hacia el mundo de las significaciónes.

¿Qué es ese mundo de las significaciónes? para explicarlo se aporta el ejemplo del «fort-da». Pero las cosas se echan a perder pues este ejemplo del «fort-da»— suponemos ahora que ese sistema puede ser considerado como la célula inicial, a partir de la cual todo el lenguaje va a ser formado—, sobre ese ejemplo reducido a la simplicidad de sus cuatro términos: presencia y ausencia significadas, significantes del 0 y de la A, la coextensividad de los dos sistemas significante y significado, aparece con toda claridad, así que el hecho estricto que la A no reenvía por ejemplo a la » presencia» más que en la medida en que reenvía a su opuesto fonemático, la «O».  «Supongamos ahora que el sistema se enriquece diferenciándose por la introducción de esas dicotomías sucesivas que desde Platón hasta la lingüística moderna carácterizan como el momento de la definición; los carácteres estructurales siguen siendo los mismos…». Pero entre Platón y la lingüística moderna están los estoicos— dice Deleuze— y no se puede hacer el salto de los estoicos. Lo que estos estoicos permiten ver es que la definición no tiene ningún privilegio y que no es a un mundo de significaciónes a lo que el lenguaje atiende, sino a la superficie del sentido.

Entonces se va a tratar de fijar esos elementos por la posición que ocupan en ese sistema.

Pero, aún allí, no confundamos el criterio pertinente con el criterio de univocidad. No pleguemos la significación sobre el sentido y Laplanche llegará a escribir: «Lo que da una correspondencia perfecta, sin ningún encabalgamiento». Pero, justamente, una de las enseñanzas de la lingüística es que hay significante flotante. Entonces, aquí es, verdaderamente, un humor involuntario lo que se podría ver en ese pasaje que voy a leerles: «Si se permanece allí, el sistema obtenido semeja por más de un aspecto al lenguaje esquizofrénico, y es por una malicia que no excluye una cierta profundidad que Freud vincula a éste último con el pensamiento filosófico abstracto». Laplanche ¿ha salido de allí?

Laplanche dice también: «… cada palabra, de definición en definición, reenvía a las otras; por una serie de equivalente, todas las sustituciones sinonímicas están autorizadas— como Freud lo indicaba a propósito del esquizofrénico— pero uno termina por enredarse en una tautología sin que, en ningún momento haya podido enganchar el menor significado».

¿Es de eso de lo que se trata, de enganchar un significado? Nada que ver con lo que está en cuestión, con la introducción del sentido y de un efecto de sentido. Pero, supremo desconocimiento: «Es aquí que Jacques Lacan introduce su teoría llamada de los «puntos de capitónado» por los cuales, en ciertos puntos privilegiado la cadena significante vendría a fijarse al significado. Se erraría en ver allí un retorno subrepticio a una teoría nominalista, donde la función de refrenar la ronda del lenguaje sería correspondiente, por derecho, a un lazo con algún objeto real, a ese lazo que, habitualmente, una cierta experimentación moderna designa como condicionamiento».

¡No es, evidentemente eso ! Decir eso a propósito de ese concepto un poco difícil, se puede decir metafórico, es pasar de lado de lo que Lacan aporta. Pues, bajo ese concepto, trajo ese término de «punto de capitónado», la única cosa que se puede ver es el concepto de acontecimiento (evenement). En ese momento, es bien evidente que si retomamos el ejemplo del dicciónario, el lenguaje al estado reducido no es, evidentemente un lenguaje como lo llama Laplanche: «que no es unívoco, que comporta múltiples definiciones: es el conjunto de los sentidos b, c, etc., que impide a un vocablo x enfilar por la puerta que le abre  el sentido  a . Se ve que nuestra ficción de un lenguaje al estado reducido reúne aquí la ficción de un lenguaje sin equívoco, y que ese lenguaje sin equívoco sería, paradojalmente, aquél donde ningún sentido estable podría ser sostenido». Un lenguaje al estado reducido que es, quizá, exactamente eso a lo cual uno se enfrenta al nivel del sentido de la superficie— como se expresa Deleuze— es justamente, un lenguaje donde todo equívoco es posible.

Me excuso por haber sido tan rápido y quizá, tan alusivo. Pero quería mostrar, únicamente, lo que la introducción de esta categoría del sentido y del acontecimiento, podría evitar al discurso psicoanalítico.