Seminario 16: Clase 9, del 29 de Enero de 1969

Les dejé la última vez, avanzados, con bastante firmeza, en el campo de la apuesta de Pascal, en el punto que puntualiza lo que acabo de escribir sobre el pizarrón, a saber, en la distinción de la identidad esencial de la serie, de la cual les dije que era sólo de un modo enteramente arbitrario que ubicábamos allí un punto de partida, situado ente el a y el 1. Arbitrario toma su sentido del mismo acento que doy a esa palabra de Saussure, cuando él habla del carácter arbitrario del significante.

Quiero decir que en el punto que hemos ubicado el corte, entre una serie creciente y una serie decreciente al infinito, no tenemos razón de situar ese punto más que en una escritura, a saber que aquí el  1 no tiene otra función más que la del trazo, el trazo unario, bastón, marca. Sólo que, por arbitrario que sea, no invalida el que sin ese  1, ese trazo unario, no habría serie para nada.
Seminario 16, clase 9
Tal es el sentido que es necesario dar a eso de  Saussure; un autor sin duda hipercompetente declara que yo traiciono a placer, que sin este arbitrario, el lenguaje no tendría —hablando con propiedad— ningún efecto. Entonces, esta serie que se encuentra siendo construida por el hecho que cada uno de sus términos es producido por la adición de los dos términos que lo preceden; ese término. Lo que es decir la misma cosa que, en el otro sentido, cada uno está hecho de la sustracción del más pequeño de los dos que lo siguen al más grande. Ella está construida sobre el principio de que la relación de uno de sus términos al siguiente, es igual a la relación de ese siguiente, así como él se produce al agregarlo allí, lo que parece añadir una segunda condición. Plantear que el a, el termino del cual acabo de hablar, es igual al siguiente 1, en su relación a lo que va a seguirlo aún, es decir a la adición de 1 y a, es lo que parece especificar esta serie por una doble condición.

Pues precisamente allí está lo que es erróneo, como lo demuestra esto: que si ustedes plantean como ley de una serie, que cada uno de sus términos esté formado de la adición, aquí, merecería ser especificada de un modo más riguroso, pero como aquí no se trata más que, a ese propósito, de que yo me extienda en consideraciones extensas sobre lo que se refiere a la teoría de los grupos, nos limitaremos a la operación comúnmente conocida bajo ese término y que es ya, por otra parte, dad en el principio de lo que hemos planteado, al principio de esta serie, la primera, entiendo yo.

He ahí, entonces, la serie  1 ; 1: es suficiente para plantearla, escribir que, en esta serie  1 + 0 será igual a  1,  que  1 = 1 será igual a  1, e inmediatamente que todo Uno será la suma de Uno menos 1 y de Uno menos 2. Esta serie se llama la serie de Fibonacci  y ustedes ven que ella está sometida a una única condición. Lo que va a producirse en esta serie demuestra que ella es esencialmente la misma que la serie planteada en primer lugar, esto es, a saber, que si ustedes operan entre ellas por no importa que operación definida, que ustedes, por ejemplo, adicionan término a término, que multiplican término a término, también, por ejemplo, —ustedes pueden también tomar otras operaciones— resultará de ello otra serie de Fibonacci, es decir que se les permitirá confirmar que la ley de su formación es exactamente la misma, a saber que es suficiente adicionar aquéllos de esos términos para dar el término siguiente. Que deviene, entonces, esta proporción maravillosa, ese  a que parece, en la serie de la cual he partido, que se puede decorar como ustedes lo saben con la función del número de oro, que, en  efecto  aparece  allí  desde  el  inicio, bajo  la  forma de  ese  a   que  se

manifiesta por la posición principal de   a =       1      .

                                                                        1 + a

Esta pequeña  a   no nos falta en una serie de Fibonacci  cualquiera,  por  la  siguiente  razón:  que  si  ustedes  hacen la relación de cada uno de esos términos al término siguiente, a saber   1 , al principio que yo no he escrito, porque no vale nada decir:                                     1.

1  enseguida , después     2   ,   3     ,     5       y así continuando.

2                                        3       5           8

Ustedes, obtendría un resultado que tiende, bastante rápido a inscribir los dos primeros decimales, después los tres, después lo cuatro, después los cinco, después los seis, del número de corresponde a esta pequeña a de la cual poco importa que se escriba 0,618 y la continuidad. Cosa muy fácil de verificar. Sabemos ya que a era inferior a la unidad y que lo importante es que vemos que esta a, bastante rápido, desde que uno se aleja del punto de partida de la serie de Fibonacci, va a inscribirse como relación de uno de sus términos al término siguiente. Eso para demostrar que no hay en la elección de esa a, que hemos hecho precisamente por estar ubicada ante el problema de comando figurada, lo que se pierde en la posición, en el hecho de plantear el 1  inaugural, reduce a su función de marca esa elección de la a,  eso no tiene nada de arbitrario para lo que es, del mismo modo que la pérdida que apuntamos, aquella que apuntamos en el horizonte, en la mira de nuestro discurso, aquella que constituye el plus de gozar. Como esta pérdida, el  a , relación límite de un término de la serie de Fibonacci, a aquel  que le sigue, como esta pérdida, el a , no es más que un efecto de la posición del trazo unario.

Por lo demás, si algo es necesario confirmarles, es suficiente que miren la serie decreciente tal como la he inscripto, o más bien reinscripto, pues yo ya la había inscripto la última vez a la izquierda, les basta ver como esta hecha. La serie de números que constituye la serie de Fibonacci aparece allí de un modo alternante; esto es, a saber, que hay aquí  una  a,  aquí  dos a, tres  a, cinco a, ocho  a y que en cuanto a los enteros, igualmente ellos alternan 1, 2, 3, 5, 8, 13. Es de un modo alternante que lo que se inscribe en entero está a la derecha y después a la izquierda y así seguidamente. Lo mismo para lo que se refiere al número que afecta al a, pero como ustedes  lo ven, el  a  tiene siempre aquí una ventaja sobre el entero, es 1, aquí, entonces que el entero no será  1 más que la término siguiente y así sucesivamente. Es por ello que cambia de lugar, porque, para que se conserve un resultado positivo —y es de lo que se trata en esta serie— es necesario que cada uno de esos términos se escriba de un modo positivo; es necesario que pase alternativamente de un lado al otro lo que se numera en entero y lo que se numera en  a.

Pues como ustedes lo ven, en tanto que  a  es inferior a  1 y que sabemos, por otra parte, en razón de la posición de esta igualdad primera, que va a expresarse por una potencia creciente de a, el resultado de esta diferencia va a devenir más y más pequeño, por relación a algo que constituye como un límite; esto es lo que se llama una serie convergente y, ¿convergente hacia que?. Hacia algo que no es 1, pero como se los he mostrado la última vez por la imagen de repetición de ese a sobre el  1, después del resto que era a 2 sobre a, lo que produce aquí a 3, siendo repetido al  a, que produce aquí  a 4, arribando el todo aquí  a un corte que  realiza    a,   a + a2 = a 1.

a2

Es en razón de esto, que el límite aquí inscripto de la serie convergente se ubica al nivel.

 1 + a  igual a sí mismo  a     1   .  ¿ Qué decir?

¿Qué figura— hablando propiamente— lo que aquí funciona?. Esta es la cuestión: como es posible figurar correctamente lo que se refiere a una conjunción  posible de la división del sujeto —aquí— punto de interrogación de ese sujeto, que es de ello el sujeto absoluto del goce y del sujeto que se engendra de ese  1 que lo marca, a saber, del punto origen de la identificación. Es grande la tentación de plantear la escritura que es la de la Selbstbewustsein hegeliana, a saber que estando planteado el sujeto por ese 1  inaugural, no hay más que unirse a su propia figura en tanto que formalizada. El sujeto del saber esta planteándose como sabiéndose a sí mismo; pues es precisamente aquí que la falta aparece. Si él no ha visto que esto pueda ser eficaz más que en plantear el Sujeto Sabido, tal como lo hacemos en la relación de un significante a un otro significante, lo que nos muestra que aquí es de la relación, no de  1 a 1, sino de la relación  a1, a2 que se trata, y que, entonces, en ningún momento esta suprimida la división original.

La relación aquí, simplemente imitada, no esta más que en el horizonte de una repetición infinita, que podemos apuntar como algo que responde a esa relación de 1 a 1, sujeto del goce por relación al sujeto instituido en la marca, cuya diferencia permanece irremediable en tanto que, tan lejos como impulsen la operación que esta reducción engendra, encontrarán siempre de un término al otro e inscripto como balance de la pérdida, la relación de la cual han partido, mismo si no está inscripto en la inscripción original, a saber, la relación a’. Esto es tanto más significativo si se trata, precisamente, de una relación y no de una simple diferencia que, de algún modo, devendría más y más descuidable, a la vista de la prosecución de vuestra operación. De suerte que, si como es fácil de verificar, ustedes  toman esta operación en el sentido de la serie creciente aquí, la diferencia de los enteros, a saber de lo que se inscribe en 1, fundamento de la identificación subjetiva original, y del número de las a, irá siempre acrecentándose, pues aquí, en el sentido de la adición, es siempre de la relación de un número de a, que corresponde al término más pequeño, en un número de enteros que corresponde al término más grande de que se trata; es decir a la vista, si puedo decir de una extensión de los enteros del sujeto, tomado al nivel de la base, habrá siempre una falta más grande de unidades a. No habrá   a  para todo el mundo.

Tomen eso. Paso, volveré quizás allí, al nivel de una cuestión-apólogo; lo que nos importa seguramente, lo que va a contar en nuestro sondeo de la apuesta de Pascal es lo que adviene en el sentido en que, de un modo no menos infinito, el a  puede ser  aproximado, que, una ves más nos parece eso, que da bajo una forma analógica, lo que se refiere a las relaciones del  1 al  1 +  a  ; a saber, ese  a   en el cual sólo puede ser asido lo que en él se refiere al goce, por relación a  que se referiría a la aparición de una pérdida. Me basta agregar aquí ese trazo, o más exactamente, en ese apunte de la distancia de lo que se refiere a la solución hegeliana de la Selbstbewustsein, con aquella que, un examen riguroso de la función del signo, nos libra cada vez a aparece y reaparece de un modo cualquiera; que es en una relación de 1 a 1 que la solución puede encontrarse —lo inscribo aquí de un modo humorístico, es el caso de decirlo—; planteen ustedes la pregunta acerca de lo que se trata; que es lo que tiende a dar esta imagen como figura de un ideal que podría ser algún día cerco de un saber absoluto, allí está precisamente la hache que acabo de traducir humorísticamente, es precisamente el hombre ¿o por qué no?, la histérica, pues no olvidemos que es nivel de la identificación neurótica. Reléan el texto, y de preferencia en alemán, para no estar obligados a recurrir a esas cosas penosas, las cuales debemos al cuidado de algunas personas mezcladas en no tener más que ese recurso cuando no queremos usar más que el francés, el volumen zaparrastroso, ni existe índice de las materias, en fin; ustedes verán, si se remiten al artículo oportuno: «Psicología colectiva y análisis del yo», en el capítulo de la identificación, que es de los tres tipos de la identificación enunciados por Freud, el central, que él inserta —hablando con propiedad— en el campo de las neurosis, que aparece, que está destacada la cuestión de Einziger zug, de ese trazo unario, que he extraído de allí. Si lo recuerdo aquí  es para indicar que en la continuidad de mi discurso habré de volver allí, pues, muy singularmente, es en la neurosis —pues efectivamente hemos tomado de allí nuestro punto de partida— que aparece la forma más  inasible, contrariamente a lo que pudieran imaginar, y es para permitirles detenerse allí que lo enuncio aquí, la forma más inasible del objeto  a. Volvamos ahora a nuestra apuesta de Pascal y a lo que puede inscribirse de ella. La fruslería de los filósofos parece, en efecto, hacernos perder lo mayor de su significación. No es sin embargo, que todos esos esfuerzos le hayan hecho bien, y comprendido en ello el inscribir los datos en el interior de una matriz, según las formas, donde se escriben en el presente los resultados llamados de la teoría de los juegos.

En esta forma se lo pone en cuestión, si puedo decirlo. Verán cuan extrañamente se pretende refutarlo. He ahí, en efecto, eso de la que se trata, observaremos que la apuesta es coherente con la posición siguiente: no podemos saber si Dios es, no lo que es. La división pues de los casos que resultan de una apuesta comprometida ¿sobre qué?. Sobre un discurso que se liga a una promesa que le es imputada, la de una infinidad de vidas infinitamente felices, es gracias al hecho que yo hablo y no escribo nada. Aquí  que yo hablo en francés, ustedes no pueden saber nada más se los hago notar, que lo que está sobre el pequeño cabo de papel, que es taquigráfico, acerca de si esta infinidad de vidas está en singular o plural, Por otra parte, esta claro, para toda la continuidad del discurso de Pascal, que debemos tomarlo en el sentido de una multiplicación plural, en tanto que, en la medida en que comienza a argüir, si valdría la pena apostar sólo para tener una segunda vida, hasta tres y así seguidamente. Se trata entonces, de una infinidad numérica.

De ahí lo que esta comprometido, algo como se ha dicho de lo cual disponemos para el juego, esto es, a saber, una postura. Esta postura, figurémosla, es legítima a partir del momento en que hemos podido, nosotros mismos, avanzar para aprehender lo que está bien en cuestión, en la pregunta, a saber eso más enigmático que nos hace ser nosotros en el campo de un discurso cualquiera, a saber, el  a. Esta es la postura; porque nosotros la inscribimos aquí en esta casilla, e lo que tendremos que justificar. Esta es la postura y por otra parte, de un término de los objetos a. Esta es una cuestión que valdría la pena que la evoque si, como lo ven, no entrañara ya algunas dificultades. Seguramente de lo que se trataba es de la serie creciente. El infinito del cual se trata, es aquel que Pascal ilustra, tiene figura de un signo análogo a aquel que está allí, el infinito de los números enteros, pues es sólo por relación a él que deviene ineficiente el elemento de partida, quiero decir neutro; que es a ese título que deviene cero, en tanto se identifica a la adición del cero al infinito, el resultado de la adición no pudiendo figurarse más que por el signo que designa uno de sus términos.

He ahí, pues, como se figuran las cosas y si he hecho esta matriz no es que ella me parezca suficiente, sino que ella es lo ordinario en lo cual uno se sostiene. Es, a saber, que se remarca que, según que exista o no eso que figuramos aquí  del modo legítimo por a, en tanto es el campo de un discurso según que este sea admisible o rechazable, vernos figurarse en cada una de las casillas que no tienen aquí más importancia que las matrices, por donde se toma con alfileres una combinatoria, en la teoría de los juegos. Si ese a debe ser retenido inmediatamente, tenemos cero como equivalente de ese a, lo que no representa otra cosa que una postura «arriesgada» al nivel de una apuesta eso que se refiere a la apuesta de Pascal, no es de ningún modo un sacrificio, el la ley misma del juego, es necesario que pueda haber aquí  cero, si la promesa, lo mismo no es receptuable, nada de lo que se sitúa más allá de la muerte no es tenible y nosotros mismos no tenemos aquí un cero, sino que no quiere decir nada, si eso no está allí, la postura del otro lado está perdida.

De hecho, en la apuesta de Pascal, la postura es idéntica a la promesa, es porque esta promesa es enunciada que podemos construir esta matriz y desde que ella es construida, está absolutamente claro que la disimetría de las posturas impone que, efectivamente, si la conducta del sujeto no se define más que por lo que se determina de un delineado significante, no hay pregunta; la dificultad no comienza más que al percibir que el sujeto no es de ningún modo algo que pudiéramos encuadrar más que, en su momento, por la relación de un a a un  1, de la conjunción de un número de significantes cualquiera, son del efecto de caída que resulta de esta conjunción y que da a nuestra a, aquí inscripta en la casilla inferior de la izquierda, una ligazón que no es de ningún modo separable de la construcción de la matriz misma. Esto es de lo que se trata en el progreso que se engendra a pesar del psicoanálisis. Es esta ligazón la que se trata de estudiar en su consecuencia, que hace precisamente al sujeto dividido, es decir no ligado al simple establecimiento de esta matriz. Pues desde ahí aparece evidentemente, enteramente claro, que esos ceros, en esta matriz, no son, ellos mismos más  que ficción del hecho que se pueda plantear una matriz, dicho de otro modo, que se pueda escribir.

Pues el cero que se escribe abajo, es el cero de partida, bien marcado por la axiomatización de Peano, como necesario para que se produzca el infinito de la serie de los números naturales. Sin infinito, no hay cero que entre en línea de cuenta. Porque el cero estaba allí esencialmente para el producto. Es precisamente por una ficción tal, como se los he recordado hace un momento, que el  a  está reducido al cero cuando Pascal argumenta: en el resto, ustedes no hacen más que perder cero siendo dado que los placeres de la vida —es así que el se expresa— eso no pesa mucho y, especialmente, a la vista de la infinidad que les abre. Es precisamente hacer uso de una ligazón matemática, la que expresa en efecto, que ninguna unidad, de cualquier clase que sea, adicionada al infinito hará más que dejar intacto el signo del infinito; a menos que, sin embargo, les he mostrado en múltiples oportunidades que no podría decirse absolutamente que no sepamos si el infinito como Pascal argumenta para opacarlo de un modo homólogo el Ser Divino, no pueda rigurosamente decirse que está excluido, que se pueda decir que la adición de una unidad no hará que podamos decir si es par o impar, en tanto que, como lo han visto en la serie decreciente, son todas la operaciones pares que se apilarán las unas sobre las otras y todas la operaciones impares de otro lado para totalizar la suma infinita, que no es menos reducible a un 1 de un cierto tipo, el 1 que entre en conjunción con el a.

Sienten ustedes aquí  que no hago más que indicar al pasar, toda suerte de puntos esclarecidos por los progresos de la teoría matemática y que, de algún modo, hacen mover la vela. Lo que hay bajo esa vela es precisamente lo que se refiere, verdaderamente, a  la articulación de ese discurso, cualquiera que sea, comprendida allí  la llamada premisa, es que al descuidar lo que oculta, a saber su efecto de caída, y al nivel del goce, se desconoce la verdadera naturaleza del objeto a.

Pues, lo que nuestra práctica, que es práctica del discurso y no otra, nos muestra que conviene repetir, de otro modo, si queremos darle su verdadero sentido, lo que se refiere a la apuesta. Pascal mismo nos indica: allí está lo que provoca el embrollo cerca de espíritus —es necesario decirlo— que parecen singularmente poco preparados por una función profesoral en el dominio de lo que se trata, cuando se trata de un discurso. Ustedes están comprometidos, nos dicen.  ¿Qué es lo que compromete menos que una matriz así?
a favor en contra
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Ustedes están comprometidos, que es decir si no, que para hacer un juego de palabras, ese es el momento de la entrada del yo (je) en la cuestión. Lo que está comprometido es yo (je); si hay posibilidades en el juego de comprometer lo que sea, a la pérdida, es que la pérdida está ya allí, que es precisamente por ello que la postura en juego no puede anularla. Entonces lo que aprehendemos del psicoanálisis es que hay efectos que enmascaran la pura y simple reducción del juego a lo que se enuncia. ¿Cómo podemos, aún un instante, cuando se trata de un juego figurado bajo la pluma de Pascal, descuidar la función de la gracia, es decir, del deseo del Otro?. No crean que eso puede haber llegado así al espíritu de Pascal, que, hasta para comprender su apuesta, tan ridículamente figurada fuera necesaria la gracia. Se los he dicho, en toda figuración ingenua de la relación del sujeto a la demanda, hay, en suma, «que tu voluntad sea hecha» latente. Es precisamente lo que se cuestiona cuando esta voluntad que es, justamente, de no ser la nuestra, viene a hacer defecto. Dicho de otro modo, no lo prolonguemos por más tiempo y pasemos a ese Dios, que es precisamente aquel, el único en cuestión posible bajo la pluma de Pascal; el hecho de ponerle las mismas letras no cambiará nada en la diferencia; vamos ya a verle articularse en la distribución del pizarrón, en lo cual vemos bien que esta distribución no es diferente de si misma.

Llamemos las cosas crudamente: Dios existe.  Para un  sujeto supuesto el saber, la dupla,  0 ∞  la  inscribimos ahora en uno de los cuadros de la matriz. Yo he supuesto el saber pero es necesario agregar algo allí: que yo sea para (que  je sois pour).

Y si, siendo supuesto el saber que Dios existe,  yo estoy contra; entonces allí la elección está entre el  a  y esto que es precisamente de lo que se trata en el hilo del pensamiento que enuncia Pascal: yo pierdo deliberadamente  infinitas vidas, infinitamente dichosas.  (- ∞) . Y después, yo soy supuesto saber que Dios no exista ! y bien, por qué no pensar que al  a  puedo, sin embargo comprometerlo, perderlo, simplemente. Esto es tanto más posible en cuanto que es de su naturaleza el ser perdida, pues para medir lo que se refiere a un juego donde aquí es a un cierto precio que guardo, al precio de menos el infinito, puede ser legítimo demandarse si eso vale la pena, preocuparse tanto para guardarlo. Si hay quienes lo guardan al precio de la pérdida menos el infinito, figúrense ustedes que han existido cantidad de gentes que balanceaban el  a  sin tener ningún cuidado de la inmortalidad del alma. Esto es en general lo que se llama sabios, gente papadre, no sólo padre (pere), papadres. Eso tiene mucha relación con el padre, como ustedes lo verán. Aquí ustedes tienen aquellos que, por el contrario, guardan el  a  y duermen sobre sus dos orejas.

En cuanto al ser de al lado, lo que choca en esta discusión, es la coherencia que revela del sujeto supuesto saber, pero es que no es una coherencia hecha con un poco de indiferencia, él es —apuesto a favor— pero se muy bien que él, es. El, seguramente, no es —apuesto en contra—, pero ésta no es una apuesta. Esto no tiene nada que hacer con una apuesta. En la diagonal ustedes tienen gente que esta tan segura que no apuesta para nada. Siguen el viento de lo que ellos saben, pero ¿qué quiere decir saber en esas condiciones? Quiere decir tan pocas cosas que hasta aquellos que no saben nada pueden hacer de ello un único caso, a saber que, aunque sea de él, y se me permitirá  hacer destacar al pasar que no extrapolo de ningún modo sobre lo que, a esta mirada es la tradición de Freud, a saber que no salgo de mis plata-bandas, si consultan el volumen que he recordado hace un momento, verán que todo el tiempo, Freud hace esta tranquila distinción de que al fin de cuentas, todo lo que se refiere a la creencia del cristiano, no lo lleva a modificar mucho su conducta por relación a aquellos que no lo son.

Es en la posición, si pudiera decirse, de un sujeto purificado, que lo que ocurre allí, en la diagonal de la izquierda, se encuentra pudiendo ordenarse en la pequeña matriz de arriba. Pero lo que es importante, lo que seguramente nos muestra algo imprevisto; esto es aquel que apuesta en contra, sobre el fundamento de eso que él sabe ser, y aquel que apuesta a favor, como si él fuera lo que él sabe muy bien no ser. Figúrense ustedes que aquí eso deviene totalmente interesante; el saber que ese menos el infinito que ven aparecer en la casilla de arriba, a la derecha, es traducido en las pequeñas escrituras de Pascal, por un nombre que se llama el infierno. Sólo esto supone que sea examinado, porque la función del a ha culminado en esta imaginación, de las más discutibles, de que haya un más allá de la muerte. Sin duda en el hecho de su deslizamiento matemático indefinido, bajo toda clase de cadena significante, donde ustedes prosiguieran su último ajuste, ella subsiste siempre intacta; como ya lo he articulado al comienzo del año en un cierto esquema de las relaciones de S y de A. Pero, entonces, eso puede inducirnos a preguntarnos lo que quiere decir el surgimiento, bajo la forma de un menos el infinito de algo sobre ese pizarrón, ¿es que no está ese menos para ser traducido de un modo más homólogo a su función aritmética, a saber, que cuando él aparece, la serie de los enteros se redobla, lo que quiere decir se divide?. El es allí  el signo de ese algo que me parecía sólo válido de recordar al final de mi último discurso, es que al tomar como objeto a y no de otro modo la que esta puesto en juego en la renuncia propuesta por Pascal, hay tanto de infinito allí donde él tiene un límite, como allí donde él no reencuentra ese juego del a. De todos modos es en un medio infinito el que nosotros comprometemos el que viene a equilibrar singularmente las chances en la primera matriz.

Sólo que puede ser que sea necesario retener de otro modo lo que se figura en ese mito, del cual Pascal nos recuerda que para hacer parte del dogma no hace nada más que testimoniar que la misericordia de Dios es más grande que su justicia, en tanto él extrae algunos elegidos, en tanto que todos deberían estar en el infierno. Esta proposición puede parecer escandalosa, me sorprendo de ella en tanto que está enteramente claro y manifiesto que a este infierno, nunca no se lo ha podido imaginar fuera de lo que nos ocurre todos los días: quiero decir que ya estamos allí, que esta necesidad que nos engloba en no poder realizar el sólido del a , más que por una medida indefinidamente repetida de lo que se refiere al corte del a —en un horizonte cuyo límite sería necesario interrogar— es que ello no basta, sólo a él, para cortar los brazos de los más corajudos. Sólo que, no se tiene elección; nuestro deseo  es el deseo del Otro, y según que la gracia nos haya faltado o no, lo que se juega al nivel del Otro; a saber de todo lo que nos ha precedido en ese discurso que ha determinado nuestra concepción misma, estamos determinados o no, en el curso del estancamiento del objeto  a.

Entonces resta la cuarta casilla, la de abajo; no es por nada que hoy me he permitido sonreír a propósito de ella. Son todos tan numerosos, también bien repartidos como aquellos que están en el campo de arriba, a la derecha. Los he llamado, provisoriamente, los papadres (pepère). Sería erróneo, sin embargo, minimizar el sentido de sus desplazamientos, pero, cuanto menos, lo que yo quisiera hacerles remarcar es, que en todo caso es allí donde nosotros, en el análisis, hemos ubicado la buena norma. El plus de gozar está expresamente allí modulado como extraño a la cuestión, si la cuestión de la cual se trata es eso que el análisis puede prometer como el retorno a la norma; ¿como no se ve que esta norma se articula allí, realmente, como la ley? La ley sobre la cual se funda el Complejo de Edipo, y de la cual esta totalmente claro, para cualquier extremo que se tome este mito, que el goce se distingue ahí absolutamente de la ley; gozar de la madre esta prohibido, se dice y no es ir muy lejos en lo que tiene de consecuencias, esto es, que el gozar de la madre está prohibido.

Nada se ordena más que a partir de este enunciado primero, como se ve bien en la fábula, donde el sujeto, Edipo, nunca ha pensado —Dios sabe a causa de que divertimento, quiero decir de todo lo que Yocasta dispensaba alrededor de él, de encanto y probablemente, también, de hostigamiento— para que eso no le hubiera venido a la idea, aún cuando las pruebas comenzaban a llover.

Lo que esta prohibido es el «gozar de la madre» y eso se confirma en la formulación bajo otra forma: es indispensable aproximarles todas para comprender lo que Freud articula, aquélla de «Totem y tabú».

La muerte del padre ciega a todos esos jóvenes toros imbéciles que veo gravitar de tiempo en tiempo alrededor mío en arenas ridículas; la muerte del padre quiere justamente decir que no se puede matarlo. El ya esta muerto, desde siempre. Es precisamente por eso que se suspende algo sensato, aún en lugares donde es paradojal ver bramar:» el dios ha muerto». Es que evidentemente, al no pensar en ello, se arriesga perder una cara de las cosas. Al inicio, el padre está muerto; sólo que, resta el nombre del padre y todo gira alrededor de eso. Si la última vez es por allí que he comenzado, es por allí que hoy termino.

La virtud del nombre del padre, no la invento yo, quiero decir que no es de mi cosecha; es Freud quien lo escribe: «La diferencia —dice él en alguna parte— entre el campo del hombre y aquél, digamos, de la animalidad, consiste en que eso sea, aún cuando ello no se produzca más que bajo formas enmascaradas, a saber, cuando se dice que hay algunos que no tienen idea de eso, que es el rol del mal en la generación….» ¿Por qué no?. Lo que él demuestra —quiero decir la importancia de esta función del nombre del padre, es que aquellos mismos que no tienen su idea, inventan espíritus para llenarla.

Para decirlo todo, la carácterística es ésta: Freud, en un lugar muy preciso, lo articulo —no voy a pasar mi tiempo en decirles en que páginas y en que ediciones, en tanto que, ahora, hay lugares donde se hacen lecturas freudianas, y existen, cuando menos, gentes competentes para indicarlos, a quienes se interesen en ello— la esencia, para decirlo todo, y la función del padre como nombre, como pivote del discurso, tiende precisamente a que, después de todo, no se puede saber jamás quien es el padre. Vayan siempre a buscar……..Esta es un cuestión de fé. Con el progreso de las ciencias, se llega a saber, en ciertos casos que él no lo es, pero, en fin, resta cuanto menos, un desconocido. Esta introducción, por otra parte, de la búsqueda biológica de la paternidad, no deja de tener incidencia, es totalmente seguro, sobre la función del nombre del padre. Pues aquí, en el punto donde no se puede mantener más que simbólico, que es el pivote alrededor del cual gira todo un campo de la subjetividad, tendremos que tomar la otra cara de lo que se refiere a la relación al goce, y para decirlo todo, poder avanzar en lo que es nuestro objeto de este año, un poco más lejos en lo que se refiere a la transmisión del nombre del padre, a saber, lo que se refiere a la transmisión de la castración. Terminaré hoy aquí, como habitualmente, en el punto donde, así —así, se llega y les digo hasta la próxima vez.