Seminario 17: Clase 14, Los surcos de la aletosfera, 20 de Mayo de 1970

Pasó mucha agua bajo el puente desde nuestro último encuentro. Hablo del que tuvo lugar aquí en Abril. No me refiero al último que se produjo en otra parte, por lo menos para algunos, en esa especie de intercambio  que nos vimos llevados a hacer sobre las gradas de Panteón. En verdad, con la perspectiva de ocho días encuentro que ese intercambio tuvo un buen nivel pues me permitió recordar algunos puntos que, sin duda, merecían ser aclarados, ya que me hacían las preguntas y que estas preguntas no eran para nada impropias merecían ser precisadas. Mi primer sentimiento inmediatamente después, estando yo con alguien que me acompañaba, fue sin embargo, de cierta inadecuación. Hasta los mejores de los que hablaron -y en realidad ninguno estaba injustificado en sus preguntas- hasta los mejores, en un primer momento me parecieron estar un poco a la zaga de algo, que me parece reflejarse en lo siguiente: que al menos en esta especie de interpelación familiar que no era aún pregunta, me ubicaban en un cierto número de referencias, algunas válidas, por cierto, ya que además la primera era a Gorgias, del que supuestamente yo produciría aquí no se qué repetición. ¿Por qué no? El inconveniente es que, en boca de la persona que evocaba ese personaje del cual mal podemos ahora medir la eficacia, Gorgias era a pesar de todo alguien que perteneció a la historia del pensamiento. Es esa perspectiva lo que me resulta enojoso, pues en suma unifica bajo ese término una especie de muestrario, de toma de distancia con respecto a tal o cual que uno reúne con este lazo, este abrazo de función del pensamiento. Me parece que no hay nada que sea homogéneo, nada que permita definir como una especie, a aquellos que por más que uno los imagine en cierta forma como representantes del pensamiento, han ordenado una función que sería justamente de una especie. El pensamiento no es una categoría: diría que casi es un afecto. Aunque no diría que  es el más fundamental bajo el ángulo del afecto. Que no haya más que uno es lo que constituye propiamente hablando, una cierta posición,  recientemente introducida en el mundo y de la que yo digo que es el producto de algo cuyo esquema les pongo en el pizarrón cuando hablo del discurso psicoanalítico. En realidad, ponerlo en el pizarrón, es diferente que hablar de él. Cuando fui a Vincennes -esa vez que no se repitió, pero que se repetirá- alguien creyó necesario gritarme que existían cosas reales que preocupaban verdaderamente a la asamblea, me recordaban algunos puntos, a saber, que los estaban cagando a palos en algunos sitios más o menos alejados de donde estábamos reunidos, que era en eso en lo que había que pensar y que el pizarrón no tenía nada que ver con ese real. Ahí está el error y llegaré hasta a decir que si hay una oportunidad de captar algo que se llama lo real, no es en otra parte que en el pizarrón y que incluso lo que yo comento, lo que toma forma de palabra, sólo tiene relación con lo que se escribe en el pizarrón.

Es un hecho demostrado por ese mismo hecho, por lo ficticio de la ciencia, cuya emergencia nos equivocaríamos si no la inscribiéramos en una acción filosófica, o mejor metafísica.

Lo que habría que precisar es el que nuestro físico científico merezca ser calificado como metafísico y precisamente me parece posible precisarlo desde ese punto que es el discurso psicoanalítico en la medida que enuncia que a partir de ese discurso, no hay más que un afecto, es decir el producto de la toma del sujeto parlante en un discurso en tanto que ese discurso lo determina como objeto. Es probablemente de ahí que toma su valor ejemplar el Cogito cartesiano a condición, por supuesto que se lo examine, que se lo revea. Tal vez, una vez más y rápidamente lo haga hoy.

A propósito de este afecto por el cual el ser parlante de un discurso se encuentra determinado como objeto, hay que decir que ese objeto no es nombrable. Si yo  trato de nombrarlo como: plus de gozar, no es más que aparato de nomenclatura. Cuál objeto está hecho por ese efecto de un cierto discurso? No sabemos de ese  objeto salvo que es causa del deseo, es decir, propiamente hablando es como falta de ser que se manifiesta.

Entonces no hay nada existente (étant) que pueda ser  determinado. Sobre lo que recae el efecto de cierto discurso puede ser un existente que podríamos llamar por ejemplo el hombre o el viviente. Agregando sexuado y mortal uno se arriesgará audazmente a pensar que de eso se trata el discurso del psicoanálisis bajo pretexto de que se trata todo el tiempo del sexo y de la muerte. Pero de donde nosotros partimos, sí efectivamente es a nivel de algo que se revela, de entrada, como primer dato, estructurado como un lenguaje, no estamos en eso. En el efecto del lenguaje no se trata de ningún existente, sólo se trata de un ser un hablante.

No estamos a nivel del existente en el punto de partida sino a nivel del ser. Tenemos que cuidarnos acá de un espejismo, a saber planteando el ser así nos acecha el error de una asimilación con todo lo que se ordena como dialéctica, en decir como una primera oposición entre el ser y la nada. Ese efecto -pongamos acá comillas- de «ser», su primer afecto sólo aparece a nivel de lo que se hace causa del deseo, con lo que nosotros ceñimos por ese primer efecto de aparato lo que hay del analista, del analista sin duda como lugar, como posición que yo trato de ceñir con esas letritas en el pizarrón. Es allí que él se plantea como causa del deseo, posición eminentemente inédita, hasta paradojal, pero de lo que es seguro que una práctica lo confirma, cuya importancia puede medirse por ser localizable en lo que es su relación fundamental, no de distancia ni de sobrevuelo, sino propiamente inmiscuida con lo que se designa como discurso del Amo. Es decir que hay algo  que se presentifica por el hecho que es del discurso que depende toda determinación del sujeto, por consiguiente del pensamiento, y que en ese discurso surge el hecho que existe ese momento del que sería erróneo creer que es a nivel de un riesgo, de un riesgo a pesar de todo mítico, huella de un mito que sobrevive en la fenomenología hegeliana, que haría que ese amo fuera: ¿quién? El más fuerte. No es por cierto esto lo que escribe Hegel. La lucha por puro prestigio a riesgo de la muerte pertenece todavía al reino de lo imaginario. Lo que hace al amo (maître) es lo siguiente: «m-être» (1) que juega con lo que yo he llamado, en otros términos, el cristal de la lengua. Por qué no utilizar lo que, en francés puede designarse con esta homonimia del m-être? «M’être, m’être a moi-même», (2) es de ahí que surge el significante amo (‘maître) cuyo segundo término les dejo para que lo escriban como prefieran.

He comenzado a articular cómo ese significante único opera por su relación con lo que  ya está articulado de tal manera que no podamos concebirlo más que como una presencia del significante ya allí , yo diría desde siempre. Pues si ese significante único, el significante del amo (maître) escríbanlo como quieran – se articula, algo de una práctica que es la que él ordena está ya tejido, tramado lo que aún no se despeja, a saber, la articulación significante que está en el origen de todo saber, aunque de entrada sólo pueda ser abordado como saber-hacer (savoir-faire).

La huella de esta primera presencia de ese saber la encontramos incluso allí  donde ya está lejos precisamente por haber sido largamente traficada en lo que se llama la tradición filosófica, justamente por el embrague del significante del amo sobre ese saber. No olvidemos que Descartes plantea su «pienso, luego soy», después de haber sostenido durante un tiempo «pienso, sobre qué?». Una puesta en cuestión, una puesta en duda de ese saber que yo llamo traficado, el  saber ya largamente elaborado por la intromisión del amo.

Qué podemos decir de la ciencia actual que nos permite localizarnos en tres etapas que yo sólo menciono aquí por debilidad didáctica ya qué no estoy seguro de que ustedes hayan captado mis frases: la ciencia detrás de la filosofía, más allá algo de lo que tenemos noción aunque más no sea por los anatemas bíblicos. Bastante me he ocupado este año del texto de Oseas, a propósito de lo que Freud extrae según Sellin; quizás su mayor beneficio no sea aunque también existe por ese lado el cuestionamiento de lo que pasa en la teoría psicoanalítica con lo que yo llamé ese residuo del mito que llaman el complejo de Edipo.

Y hacía falta algo para presentificar aquí no se qué océano de saber mítico que regalara -como saber, fuera o no armonioso- la vida de los hombres, lo que, Yahvé maldice con lo que yo he llamado feroz ignorancia, con el término prostitución, es a mis ojos el sesgo suficiente, creo, y seguramente mejor que la referencia común a los frutos de la etnografía que encubre en sí misma no se qué confusión al adherir de algún modo casi natural a lo que es recogido cómo? Recogido por escrito, es decir desfasado, extractado, falseado definitivamente del pretendido campo del que se pretende extraerlo. No es por cierto para decir que  esos saberes míticos puedan decirnos ni más ni mejor en cuanto a la esencia de la relación sexual.

Lo que el psicoanálisis demuestra y es en lo que nos presentifica al sexo, la muerte como su dependencia -en esto todavía no estamos seguros de nada más que de esta aprehensión masiva del lazo de la diferencia sexual con la muerte -¿Cómo lo presentifica el psicoanálisis? demostrándolo de una forma que yo no llamaría vacía, sino solamente articulada a la toma en el discurso de este ser cualquiera que sea – es decir que ni siquiera es ser – en todo caso lo que se demuestra es que en ninguna parte aparece la articulación donde se indique, se exprese la relación sexual, más que en forma compleja de la cual no podemos ni siquiera decir que sea mediada. Aunque haya 2 medio, 2 media (3) de los cuales uno sea este efecto real que yo llamo plus de gozar que es el a, lo que la experiencia nos indica es que la mujer que el hombre desea sólo substituye a ese a, inversamente con lo que la mujer tiene que ver, tanto como para que podamos hablar, es precisamente ese goce que es el suyo y que en alguna parte se representa como una omnipotencia del hombre, que es precisamente por lo que el hombre articulándose, se articula como amo, se encuentra en falta. Es de ahí de donde hay que partir en la experiencia analítica. Es que lo que podría ser llamado hombre, es decir el macho, en tanto ser hablante desaparece, se desvanece por efecto mismo del discurso, el discurso del amo (maître), escríbanlo como quieran, que sólo se inscribe en castración lo que de hecho hay que definí como privación de la mujer en tanto ésta se realizaría en un significante congruente. La privación de la mujer es así expresada en términos de falte en el discurso, lo que quiere decir castración. Precisamente porque eso no es pensable, el orden hablante instituye como intermediario ese deseo, constituido como imposible, que hace del objeto femenino privilegiado, la madre, en tanto que interdicta.  Es la vestidura ordenada por el hecho fundamental de que no hay lugar posible en una unión mítica que sería definida como sexual, entre el hombre y la mujer. Es precisamente esto lo que aprehendemos en el discurso psicoanalítico, que el uno unificante, el uno todo no es de lo que se trata en la identificación.

La identificación pivote, la identificación mayor es el rasgo unario, es el ser marcado por Uno, en tanto que antes de ninguna promoción a cualquier estado hace un singular de lo que porta la marca y que desde ese momento se plantea el efecto de lenguaje y el primer efecto es lo que recuerda esta fórmula que tengo aquí en el pizarrón.

Si en alguna parte se aísla ese algo que el cogito sólo marca con el rasgo unario, podemos suponer que un «pienso», para decir «luego soy» es ya marcar el efecto de división de un «soy» que elide «estoy marcado por Uno («Je suis marqué du Un»), pues evidentemente Descartes se inscribe en una tradición escolástica

         1

——————

          1    +       1                                           =     soy (uno)

          ————–

                                           1     +     1

                                       ………………………..

Se desprende por un acto de acrobacia nada desdeñable como procedimiento de emergencia. Por otra parte es  solamente en función de esta primera posición del «soy» que puede escribirse el «pienso» del cual creo que ya hace tiempo que ustedes saben cómo lo escribo:

Ese «luego soy» es un pensamiento que se soporta infinitamente mejor por llevar su carácterística de saber que no va más allá del «estoy marcado por lo uno» , lo singular, lo único: ¿de qué? de ese efecto que es  «yo pienso».  Pero acá hay todavía un error de puntuación: el ergo -hace mucho que lo dije- ese ergo no es otra cosa que el ego en juego, hay que ponerlo del lado del cogito: «pienso, luego soy» esto es lo que da su verdadero alcance a la fórmula. La causa, el ergo, es pensamiento. Este es el punto de partida que hay que tomar del efecto de lo que se trata en el orden más simple, que el efecto de lenguaje se ejerce a nivel del surgimiento del rasgo unario, del rasgo unario que ciertamente nunca está solo. Entonces el hecho de que se repita -se repite para no ser nunca el mismo- es propiamente el mismo orden en cuestión porque el lenguaje está presente, presente y ya ahí, ya ahí eficaz. La primera de nuestras reglas es no interrogarse sobre los orígenes del lenguaje , aunque más no fuera porque se demuestra suficientemente en sus efectos.

Cuanto más lejos llevamos sus efectos, más emerge este origen. El efecto del lenguaje es retroactivo precisamente porque es en la medida de su desarrollo que manifiesta lo que es propiamente hablando falta de ser. Además, sólo lo indicaré al pasar -hoy tenemos que llegar más lejos- con sólo escribirlo así y haciendo jugar bajo su más estricta forma lo que desde los orígenes de un uso riguroso de lo simbólico se manifiesta en la tradición griega, a saber a nivel de las matemáticas,

1                    =      ¿

            1     +     1

            —————-              

                           1   +    1

                                       1     +      1  …………….

a nivel de lo que es en Euclides, referencia fundamental, primera definición nunca dada antes de él, quiero decir lo que nos ha quedado escrito. Por supuesto quien sabe de dónde ha tomado él esa definición tan estricta de la proporción la que da recién en su quinto libro, si, recuerdo bien, el único verdaderamente fundamentado en la demostración geométrica, término ambigüo que, poniendo siempre en relieve esos elementos intuitivos que hay en la figura, nos deja desconocer que en Euclides la exigencia es formalmente de demostración simbólica de órdenes agrupados por desigualdades e igualdades que sólo pueden permitir de una forma no aproximativa, sino propiamente demostrativa afirmar la proporción y con ese término con que él la designó, es el sentido de la proporción.

Es curioso, interesante, representativo que haya sido necesario esperar la serie de Fibonacci para que lo que está dado en una aprehensión

1 d

          ————–       =   a

             a    +    1

esta proporción que se llama media proporcional, esta que les escribo acá, de la que ustedes  saben que hice uso cuando hablé de «De un Otro al otro» que me valí de la media proporcional, que todavía el romanticismo sigue  llamando el número de oro y se pierde encontrando la superficie de todo lo  que puede pintarse o sombrearse a través de las épocas como si no fuera evidente que todo esto no es más que…

(formula y escritura en griego)

basta para probarlo con abrir un libro de estética que se vale de esta referencia, que si se puede enchaparla no es seguramente porque el pintor haya dominado por adelantado las diagonales y que en efecto haya no sé qué acuerdo intuitivo que hace que en definitiva sea siempre eso lo que mejor calce. Hay sin embargo otra cosa con lo que les será más fácil captar cada uno de esos términos:

Si quieren tómenlo así, empiecen a calcularlo desde abajo, verán rápidamente que de entrada tienen que ver con 1/2, y que cuando llegan ahí tienen 2/3, luego 3/5; o sea que la proporción en cuestión estará en esta secuencia que constituye la serie de Fibonacci: 1- 2- 3- 5, a saber que cada término es la suma de los dos precedentes, como se los hice notar en su momento, llevando suficientemente lejos la serie, esta relación de 2 términos que escribiremos

     n-1          n

 U          +   U

 o más precisamente 

       n-1       n

   U         ,  U

       n

   U

  constituida por la suma de

  n-2                                 n-1                                     n-1

                U              y de              U   ,         este                    U

                                                                                                    n

                                                                                 U

será igual a esa proporción en efecto ideal que se llama la media proporcional o también el número de oro.

De donde resulta que tomando esta proporción como imagen de lo que hay del afecto en tanto que al leerla hay repetición de ese «soy (uno)»: de donde resulta retroactivamente lo que el afecto lo causa, podemos momentáneamente escribir dicho afecto igual a y sabremos que es el mismo a que encontramos a nivel del efecto. El efecto de la repetición del 1, es ese a en tanto que es en suma a nivel de lo que acá se designa con una barra, siendo precisamente la barra que hay que pasar algo para que el
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En suma un afecto es esta barra que es igual a a. No hay nada asombroso en el hecho de que podamos definitivamente escribirlo debajo de la barra como lo que es acá el efecto pensado, invertido para hacer surgir la causa. Es en el primer efecto que surge la causa como causa pensada. Es precisamente lo que nos motiva a encontrar en este primer tanteo de un uso de las matemáticas algo que sólo tiene interés para nosotros por ser la articulación más certera de lo que hay del efecto del discurso. Es a nivel de la causa en tanto que ella surge como pensamiento reflejo del efecto, es a nivel de esta causa que tocamos el orden inicial de lo que hay de falta de ser en el hecho de que el ser no se afirma más que de la marca primera del 1 y que a continuación todo el resto es sueño, y especialmente la del 1 en tanto que engloba, en tanto que acá podría reunir lo que fuera excepto precisamente esta confrontación, esta adjunción de este pensamiento de la causa a algo que es la primera  repetición del 1, a saber esta repetición que ya cuesta, que instituye a nivel del a la deuda al lenguaje,  a ese algo que hay que pagar a aquel que introdujo su
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signo, a ese algo que, con una nomenclatura que intenta darle su peso histórico, lo titulamos -a partir de acá -no es propiamente hablando desde este año, pero digamos para ustedes desde este año- con el término de Mehrlust. Observen que si hay algo que reproducir acá por esta infinita articulación va de suyo que en lo que respecta a que ese a sea el mismo acá o allá,  la repetición de lo fórmula no puede ser la infinita repetición, obviamente, como no dejan nunca de equivocarse los fenomenologistas, la repetición del «pienso» en el interior del «pienso», sino simplemente que el «pienso» si es efecto sólo puede reemplazarse por el «soy». 

«‘Pienso, luego soy»: «soy aquel que piensa, luego soy»  y así indefinidamente en lo que ustedes notarán que el pequeño a se aleja siempre en una serie que reproduce exactamente el mismo orden de los 1 tal como están desplegado acá la derecha, casi hasta el último término, habría un pequeño a remárquenlo, cosa singular de la que basta que subsista tan lejos como lo lleven en el descenso, para que la igualdad sea la
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misma en la fórmula inscrita acá, a saber que la proporción múltiple y repetida se iguala en el total al resultado del pequeño a.  En lo que se marca que en suma esta serie no hace otra cosa, si no me equivoco, que marcar el orden de series convergentes cuyos intervalos son los más constantes a saber siempre, pequeño a.

Esto, a decir verdad, en cierto modo no es más que la articulación local, que ciertamente no pretende resolver una proporción fija ni medir la efectividad de la más primaria manifestación del número, a saber el rasgo unario. Sólo está hecha para recordar que la ciencia tal como la tenemos actualmente, si puedo decir, en los brazos, quiero decir (está) presente en nuestro mundo de una forma que supera con creces todo lo que puede especularse como efecto de conocimiento. Porque tampoco habría que olvidar, sin embargo, que la carácterística de nuestra ciencia no es haber introducido un mejor y más amplio conocimiento del mundo, sino haber hecho surgir al mundo cosas que no existían de ningún modo a nivel de nuestra percepción, a saber, que todo lo que se trata de ordenar alrededor de una génesis mítica bajo pretexto que tal o cual meditación filosófica se había detenido largamente alrededor de saber lo que garantiza que la percepción no sea ilusoria.

No es de allí que salió la ciencia. La ciencia salió de lo que en las demostraciones euclidianas estaba en el cascarón, aunque estas siguen siendo sospechosas de implicar todavía esa ligazón a la figura que toma pretexto de su evidencia. Toda la evolución de la  matemática griega nos prueba que es precisamente por los que llevan al cenit la manipulación del número como tal, vean que es el método exhaustivo ya prefigurado en Arquímedes lo que va a desembocar a lo esencial y que para nosotros es la estructura en este caso, a saber el calculus, el cálculo infinitesimal para el que no fue necesario esperar a Leibniz, que por lo demás muestra una cierta torpeza desde su primer toque, y que ya se esboza mucho antes con sólo reproducir la proeza de Arquímedes sobre la parábola a nivel de Cavalieri -en el siglo XVII, mucho antes de Leibniz.

¿Qué resulta de esto? ustedes pueden sin duda decir de la ciencia que el «nihil fuerit in intellectu non prius fuerit in sense», ¿qué prueba eso? El sensus sólo está allí en calidad de ese algo que puede contarse y que el hecho de contar disuelve rápidamente, porque lo que hay de nuestro sensus tomándolo a nivel de la oreja o del ojo desemboca en una numeración de vibraciones y es precisamente en tanto eso que nosotros nos ponemos gracias a ese juego, a ese juego del número, a producir precisamente vibraciones que no tienen nada que ver ni con nuestros sentidos ni con nuestra percepción, que el mundo que se presumía como siendo el nuestro desde siempre está, ese mismo mundo, poblado actualmente como decía el otro día sobre las gradas del Ponteón, poblado en el mismo lugar en que nosotros estamos por una considerable cantidad, entrecruzándose, sin que tengamos la menor sospecha, de eso que se llaman ondas y que tampoco hay que descuidar como manifestación, presencia, existencia, de algo que es la ciencia y que sin embargo necesitaría para hablar alrededor de nuestra tierra de atmósfera o estratosfera o de lo que quieran  esferizar tan lejos como podamos aprehender partículas, llevar la cuenta tan bien, y actualmente en nuestra época, yendo más allá de ese algo que es el efecto, ¿que necesitaría? No tanto de un saber que hubiera progresado por su propio filtro, por su crítica como dicen, como de ese audaz impulso hacia algo que es a lo cual por un artificio, y sin duda un artificio a nivel de Descartes – otros elegirán otros – el artificio de  remitir a Dios la garantía de la verdad, si hay una verdad que él se haga cargo. Nosotros la tomamos en su valor facial. Y por ese único juego de una verdad, no abstracta sino puramente lógica, por ese único juego de una verdad, no abstracta sino puramente lógica, por ese único juego de una combinatoria estricta y sometida simplemente a reglas que siempre deben ser puntuadas bajo el nombre de axiomas, por ese único juego de una verdad formalizada, he aquí como se construyó una ciencia que no tiene nada que  ver con los presupuestos que desde siempre implicaba la idea de conocimiento, a saber esa polarización dual, esa unificación ideal que sería imaginada, de lo que es el conocimiento y que se puede encontrar siempre con cualquier nombre que se la revista

(escritura en griego)

por ejemplo, el reflejo, la imagen siempre ambigüa por otra parte de dos principios, el principio macho y el principio hembra.

Que a partir de eso sólo podamos calificar como insubstancia, a-cosa, a lo que se trata como espacio donde se despliegan las creaciones de la Ciencia, es lo que cambia totalmente el sentido de nuestro materialismo. Que el hombre se imagine formar la mujer, es la más antigua figura de la infatuación del amo/ m’être, escríbanlo como quieran. Creo que todos ustedes tienen bastante experiencia como para haber encontrado esta historia cómica en algún recodo de vuestra vida.

La forma, la substancia llámenla como quieran, el contenido de ese mito, es precisamente de lo que debe desprenderse un pensamiento científico. Y si me permiten adelantar acá con un golpe de arado un poco rudo para expresar bien mi pensamiento, lo que por supuesto quiere decir que yo me rebajo a hacer como si tuviera uno, porque como todos saben no se trata precisamente de eso, es el pensamiento que se comunica con el malentendido, por supuesto. Entonces hagamos comunicación y digamos que en lo que consiste esta versión, esta conversión por la que la ciencia se confirma a la vez como distinta de toda teoría del conocimiento, lo que no quiere decir nada, porque es sólo a la luz del aparato de la ciencia, en tanto que podemos aprehenderlo, que podemos fundar los errores, tropiezos, confusiones, que no dejan en efecto de presentarse en lo que se articulaba como conocimiento con esa subyacencia de que allí había dos principios que escindir, uno que forma y otro que es formado, porque precisamente si hay algo que la ciencia nos hace palpar y también donde se confronta el hecho cuyo eco encontramos en la experiencia analítica es que, si quieren y para expresarme a grandes rasgos aproximativamente, cuando hablo del principio macho por ejemplo, el efecto de la incidencia del discurso es que es en tanto que ser hablante que se ve forzado a dar razón de su «esencia» irónica, es precisamente por el efecto de discurso, a saber, es precisamente en tanto que recibe ese efecto feminizante que es el pequeño a, y solamente por allí que reconoce lo que lo constituye, a saber, la causa de su deseo. Inversamente a nivel del pretendido principio natural, que no por nada desde siempre se simboliza -en el mal sentido del término- con una referencia femenina, es por el contrario de la insubstancia, como dije hace un rato, que ese vacío, ese vacío del que seguramente el algo de que se trata, si quieren muy a la distancia, muy lejanamente, darle el horizonte de mujer, es en lo que de goce informe precisamente, sin forma de que se trata, que podemos encontrar el sitio, el sitio donde viene a edificarse en el ópera-en-sí de la ciencia -porque ese «percibo» (je perçois) que se pretende original debe ser reemplazado por una «ópera-en-sí» (opère-soi). Es en tanto que la ciencia no se refiere más que a una articulación que sólo se toma del orden significante que se construye algo de lo que nada había antes.

Es precisamente acá que es importante captar, si queremos comprender algo de lo que resulta, ¿de qué?  Del olvido de ese efecto mismo, a saber que todos, tanto como somos, a medida que se extiende el campo de lo que la ciencia hace ser función del discurso del Amo, no sabemos hasta qué punto, por la razón de que nunca supimos a ningún punto que cada uno de nosotros está determinado de entrada como objeto a.

Hablaba recién, para recordarlo, de esas esferas con las que precisamente la extensión de la ciencia que, cosa curiosa, es también muy operativa para determinar lo que es el existente, (I’étant) rodea la tierra con una sucesión de zonas que califica de todo lo que ella encuentra. Por qué no tener en cuenta también el lugar donde se sitúan esas fabricaciones de la ciencia, si éstas no son otra cosa que una verdad formalizada, ¿como la vamos a llamar?

No quiero decirles que me siento forzosamente orgulloso de lo que estoy diciendo en este caso. Creo que es útil -ya verán porqué- plantear esta pregunta, que no es de nomenclatura, porque se trata precisamente del lugar totalmente ocupado, ¿por qué?  Seamos groseros, hablé hace un rato de ondas, de eso se trata: ondas hertzianas u otras ondas de la que ninguna fenomenología de la percepción nos dio nunca la menor idea y a las que nunca nos hubiera conducido. No las llamaremos ciertamente la noósfera (noosphère). ¿Se dan cuenta, no? La noósfera estaría poblada de noumenos. Si hay algo que precisamente en este caso pasa al último plano de todo lo que puede interesarnos, es exactamente eso. Si lo llamáramos, ustedes podrán encontrar algo mejor- la aletósfera (aléthosphere)-, sirviéndonos de ello  de una forma que, estoy de acuerdo, no tiene emocionalmente nada de filosófica. No perdamos el rumbo: aletósfera, eso se graba. Si tuvieran acá un micro ustedes se encaramarían sobre la aletósfera. Lo que tiene de impactante es que si ustedes estuvieran en un pequeño vehículo que los llevara hacia Marte, podrían  encaramarse sobre la aletósfera. E incluso es absolutamente claro y manifiesto que lo que yo he designado ya como ese sorprendente efecto de estructura que hizo que dos o tres personas hayan ido a pasearse sobre la luna, créanme que en lo que respecta a la proeza no es por nada que ellos se mantenían siempre en la aletósfera. Incluso aquellos que tuvieron a último momento algunos pequeños contratiempos, probablemente se hubieran arreglado mejor -no hablo de ni siquiera de su relación con sus pequeñas máquinas- se hubieron arreglado bien solos quizás, pero por el hecho de que estaban acompañados todo el tiempo por ese pequeño a por la voz humana simplemente, después de todo  podían permitirse no decir más que boludeces, por ejemplo que todo andaba bien cuando todo andaba mal. ¡Pero qué importa! Lo que importa es que siguen en la aletósfera en tanto que eso … de todas formas hay que, en esta época, advertir todo eso, todas esas cosas que la pueblan… ya que acabo de hablarles de la aletósfera, eso nos permitirá introducir otra palabra.  La aletósfera, es lindo para decir, porque nosotros suponemos que lo que yo llamé esa verdad formalizada tiene ya suficiente estatuto de verdad al nivel en que opera, en que opera-en-sí, pero a nivel de lo operado de lo que por ahí anda, la verdad no está develada para nada. La prueba es que esa voz humana con su efecto como de sostenerles el perineo, si puedo hablar así, no devela en lo más mínimo su verdad. Entonces recordaremos que con la ayuda del aoristo del mismo verbo del que un célebre filósofo ha recordado que venía la aletheia 

(escritura en griego)

-porque después de todo no hay como los filósofos para avivarse de semejantes cosas, los filósofos y también quizás los lingüistas- los vamos a llamar latousas (lathouses). Parece que les divierte, la voy a escribir!

El mundo está cada vez más poblado de latousas. Se dan cuenta que podría haberlo llamado latousías (lathousies), hubiese hecho juego con

(escritura en griego)

«la»  porque eso participa de «la»

(escritura en griego)

 con todo lo que tiene de ambigüo. La 

(escritura en griego)

no es el otro, no es el existente. Está entre los dos. Tampoco es el ser, pero se acerca mucho.

En lo que respecta a la insubstancia femenina, yo iría hasta la parusiá. Pero para los menudos objetos pequeño a  que ustedes van a encontrar al salir sobre el pavimento, a la vuelta de la esquina, atrás de todas las vidrieras, en esa proliferación de estos objetos hechos para causar vuestro deseo, en tanto que es la ciencia que nos gobierna, píensenlos como latousas. Me doy cuenta tardíamente, porque no hace mucho que lo inventé, que latousa rima con ventosa (ventouse).  Hay viento allí adentro, mucho viento, el viento de la voz humana. Es bastante cómico descubrir esto al final de la reunión, mientras que si el hombre hubiera practicado -menos la mediación de Dios para creer que se unía con la mujer quizá se hubiera encontrado mucho ante con esta latousa.

Sea como fuere, la hora se pasa, después de todo ese pequeño surgimiento fue hecho para conseguir que ustedes no se queden tranquilos sobre sus relaciones con la latousa, dado el hecho de que es seguro que cada uno tiene que ver con dos o tres de esta especie por lo menos. Porque en verdad la latousa no tiene ninguna razón para limitarse en su multiplicación. Lo importante es saber lo que pasa cuando uno se pone verdaderamente en relación con la latousa como tal.  El psicoanalista ideal, sería el que dijera que comete este acto absolutamente radical y del que lo menos que se puede decir es que verlo hacerlo es angustiante.

Un día que se trataba de instrumentarme, traté de decir algunas cositas -eso formaba parte de la ceremonia, mientras me instrumentaban. querían fingir que se interesaban en lo que yo podría decir sobre la formación del psicoanalista- yo dije, por supuesto ante una indiferencia absoluta, porque estaban ocupados en lo que sucedía en los pasillos, yo dije que no hay razón para que un psicoanálisis cause angustia, porque es con eso con lo que tiene que ver y es bien seguro que si hay allí latousa, esto muestra que la  angustia -y es ahí de donde partí- no es sin objeto, un mejor acercamiento a la latousa debería calmarnos un poco.

Pero ponerse en una posición tal que haya alguien del cual ustedes se están ocupando a propósito de su angustia, que quiera llegar a ocupar esta misma posición que Uds. sostienen o que no sostienen o que sostienen apenas -saber cómo la sostienen y cómo no la sostienen y por qué la  sostienen o no, será el tema de nuestro próximo encuentro cuyo título les voy a dar:  Las relaciones, que se van a soportar como siempre en los mismos esquemistas, de la impotencia a la imposibilidad. Está claro que es absolutamente imposible sostener la posición de la latousa. Sólo que no es lo único imposible, hay muchas otras cosas también a condición de dar un sentido estricto a la palabra imposible, es decir que en todo campo formalizado de la verdad hay verdades que no se pueden demostrar. A nivel de este imposible, está lo que yo defino como lo real. Si es real que haya analista, es justamente porque es imposible. Esto forma parte de la posición de la latousa. El problema, es que para estar en la posición de la latousa, hay que haber ceñido verdaderamente que es imposible. es por esto que a uno le gusta tanto poner el acento sobre la impotencia que existe también, pero que es otra cosa que les voy a mostrar y que está en otro lugar que la imposibilidad.

Es por eso……….. yo sé que hay aquí algunas personas que se molestan de vez en cuando al verme increpar, interpelar, vociferar contra los analistas. Son jóvenes que no son analistas. No se dan cuenta que es algo amable lo que hago, son pequeñas señales de reconocimiento que les hago. Quiero decir que a pesar de todo, no quiero ponerlos a prueba demasiado duramente, y cuando hago alusiones a su impotencia, que es también la mía, quiere decir que a ese nivel, todos somos hermanos y que hay que zafarse como uno pueda. Esto los va acostumbrando antes que les hable de la imposibilidad de la posición del analista.