Seminario 17: Clase 7, El campo lacaniano, 11 de Febrero de 1970

seminario 17, clase 7
Hoy vamos a seguir adelantando y, para evitar lo que puede ser un malentendido entre otros, quisiera darles esta regla como primera aproximación a la referencia de un discurso: que reconozca que dominar basta para catalogarlo en parentesco con el discurso del amo.

Y es precisamente la dificultad que yo trato de aproximar tanto como puedo al discurso del analista. Debe encontrase en lo opuesto de toda voluntad al menos declarada de dominio, digo «al menos declarada» no porque tenga que disimularla, si no que después de todo es fácil volver a resbalar siempre en el discurso del dominio, a decir verdad nosotros partimos de allí en lo que respecta a la enseñanza. El discurso de la conciencia, se a retomado, se retoma todos los días indefinidamente en la psiquiatría, por estar, además , muy cerca del yo (moi). Uno de mis mejores amigos le ha devuelto su mejor toque: el discurso de a síntesis, el discurso de la conciencia que domina. A él respondía yo en alguna charlas que di hace  mucho tiempo sobre la causalidad psíquica que traigo a colación para testimoniar que antes de ocuparme del discurso analítico, yo ya tenia alguna orientación, cuando le decía más o menos esto: como puede hacerse para aprehender toda esta actividad psíquica, como puede hacerse para aprehender toda esta actividad psíquica de otra forma que como un sueño, cuando se escucha miles de veces, en el curso de los días, esta cadena espuria de destino y de inercia, de casualidad y de estupor, de falso sucesos y de encuentros desconocidos que hacen el texto corriente de una vida humana. No esperen pues nada más subversivo en mi discurso que el no pretender la solución.

Sin embargo, está claro que no hay nada más candente que eso que del discurso hace referencia al goce. El discurso toca allí sin cesar eso en lo que se origina, que él altera de nuevo y, que trata de regresar a este origen, y es por eso que él impugna todo apaciguamiento. Freud mantiene un discurso extraño hay que decirlo, lo más contrario a la coherencia, a la consistencia de un discurso, el sujeto del discurso no se sabe en tanto sujeto sosteniendo el discurso. Que no sepa lo que dices vaya y paseo siempre se ha suplido, Pero lo que Freud dice es que él no sabe quien lo dice. El saber -Porque es saber, creo haber insistido lo suficiente como para que les entre en la cabeza- el saber es cosa que se dice; que es el decir. Y bien el saber habla solo, he ahí el Inconsciente. Es ahí donde debiera haber sido atacado por lo que se llama más o menos difusamente la fenomenología. No bastaba, para contradecir a Freud, recordar que el saber se sabe inefablemente: es que el saber se desgrana, que el saber se enumera, se detalla y es eso lo que no marcha por sí solo. Lo que se dice, el rosario, no lo dice nadie, se desenrolla solo. Por acá quería yo comenzar por este aforismo. Van a ver porque retrocedí. Hice cómo de costumbre, felizmente esta vez lo hice, a las 12 y 31, de modo de no retrasar el fin de nuestro encuentro. Es por esto que quería comenzar, sí yo comenzaba de forma abrupta, como ganas siempre -es porque tengo ganas que no lo hago, yo los voy familiarizando les evito los choques- el aforismo es éste que, espero, los va a impactar por su evidencia, porque es por esa causa que Freud, a pesar de las protestas que han acogido su entrada en el mundo del comercio de las ideas, se ha impuesto, porque Freud no boludea. Eso es lo que ha impuesto esta especie de precedencia que tiene en nuestra época. Posiblemente también alrededor de esto hay otro del que se sabe que a pesar de todo sobrevive bastante bien: Marx. Lo que carácteriza al uno y al otro Freud y Marx es que no boludean. Eso se nota en lo siguiente: es al contradecirlos que un o corre siempre el riesgo de deslizarse fácilmente en el boludeo. Ellos desordenan el discurso de los que quieren combatirlos. Ellos los petrifican frecuentemente en una especie de recusación académica, conformista, irreductiblemente retardaría. Plazca al cielo que sus contradictores, si me atrevo a decirlo, boludeen! Ellos darán su continuación Freud. Serán en un cierto orden, aquellos después de los cuales todo es pregunta, porque después de todo uno se pregunta porque se califica de este modo de tanto en tanto a tal o cual de boludo. ¿Es acaso tan desvalorizante?. ¿Se dieron cuenta que cuando se dice que alguien es un boludo, eso más bien quiere decir que es un «no tan boludo»?.

Lo que me deprime es que no se sabe muy bien que tiene que ver con el goce. Es por eso que se lo llama de ese modo es también el mérito del discurso de Freud, que justamente el esta a la altura. Esta a la altura de un discurso que se mantiene tan cerca como es posible de lo que se refiere al goce, es decir tan cerca como es posible de el. No es cómodo, no es cómodo ubicarse en el punto en el que el discurso emerge, incluso cuando regresa, tropieza en los alrededores del goce.

Evidentemente, sobre esto a veces Freud escurre el bulto, nos abandona. Abandona la cuestión entorno al goce femenino. Según la ultimas noticias, un señor Gillespie, personaje eminente por haberse distinguido en una especie de operativo de negociaciones entre las diferentes corrientes que han recorrido el análisis en estos últimos 50 años, marca un júbilo inexplicable en el último número de la Revista Internacional de Psicoanalicen, un júbilo singular, debido al hecho que, gracias a un cierta número de experiencias que se habrían realizado en la Universidad de Washington sobre el orgasmo vaginal, una viva luz se proyectaría sobre lo que se debata, a saber, la primacía no en el desarrollo de la mujer de un goce reducido de entrada el equivalente del goce masculino. Estos trabajos de un llamado Masters y de un tal Johnson no dejan de tener interés. Pero cuando veo figurar allí -debe decir que no pude remitirme directamente al texto, más que a través de algunas citas- que el orgasmo mayor en tanto que sería el de la mujer, comprende a la personalidad total, me pregunto como con el empleo de aparatos, cinematográficos que recogen las imagenes en colores, colocados en el Interior de un apéndice que está ahí para representar el pene introducido, y que desde el interior capta lo que pasa en la pared de lo que lo rodea durante su introducción, me pregunto como puede ser captada la personalidad total, con ese aparato, desde ese punto de vista.

Posiblemente es muy interesante, como acompañamiento si puedo decirlo, al margen de lo que en el discurso de Freud no permite avanzar. Pero ahí está lo que da su sentido a la palabra boludear, como discantar, ustedes saben la quo es el discanto, es algo que se escribe así, al costado, al margen del canto llano, también para cantarse, para hacer un acompañamiento, pero en definitiva no es de ningún modo lo que se espera del canto-llano. Entonces es por eso que… hay tanto discante que me hace acordar en su relieve brutal ese algo que surge de lo que podría llamar la tentativa de reducción económica que Freud da a su discurso sobre el goce; no es sin motivo que lo enmascara así. Verán el efecto que produce cuando se lo enuncia directamente y es lo que creí tener que hacer hoy bajo una forma que, espero, los impactará, aunque no les enseñe nada más que el justo tono de lo que Freud descubre.

No vamos a hablar del goce así no más. Ya les he dicho lo suficiente como para que sepan que el goce es el tonel de las Danaides y una vez que uno entra no sabe hasta donde lleva: empieza con las cosquillas y termina en la llamarada en nafta. En definitiva es siempre el goce… Tomaré las cosas desde otro factor que no se puede decir que esté ausente del discurso analítico. Si leen, finalmente, el verdadero corpus aniversario que constituye ese número y del que se supone que los autores se felicitan por la solidez revelada en estos cincuenta años, tomen de esos cincuenta años cualquier número -les ruego que hagan la prueba, que hagan la experiencia- nunca sabrán de cuándo data: ¡siempre dice la misma cosa! Es siempre tan insípido y, como el análisis, conserva, también son siempre los mismos autores. Simplemente con la fatiga, han reducido de tiempo en tiempo su colaboración. Hay uno que se expresa en una página y se felicita en suma que estos cincuenta años hayan confirmado esas verdades primeras de que el resorte del análisis es la bondad y que la que felizmente, ha sido puesto en evidencia durante estas años con el borramiento progresivo del discurso de Freud, es la solidez y la gloria de un descubrimiento que llaman el «autonomus ego», a saber el ego al abrigo de los conflictos. He aquí lo que resulta de cincuenta años de experiencia en virtud de la inyección de tres psicoanalistas florecidos en Berlín, en la sociedad americana donde este discurso de un ego sólidamente autónomo prometía sin duda resultados alentadores.

En efecto, no es posible hacer mejor un retorno al discurso del Amo. Esto en definitiva les da la idea de las incidencias hacia atrás, si se puede decir, retrogresivas de toda especie de intento de transgresión como a pesar de todo fue en un tiempo el análisis.

Entonces vamos a decir los cosas de una determinada manera ya que ustedes lo encontrarán fácilmente a la vuelta de cualquier página, dado que es también una, de los temas corrientes de la propaganda analítica, acá lo encontrarán en inglés se llama «happiness», en francés lo llamamos felicidad. La felicidad, al menos que la definamos de un modo bastante triste, a saber que en estar como todo el mundo, a lo que después de todo podría bastante bien reducirse «el autonomus ego», la felicidad es preciso decirlo, nadie sabe lo que es. Pero si creemos a Saint Just, la felicidad desde esa época, la de Saint Just, ha devenido un factor político. Tratemos entonces de dar cuerpo a esta noción con un enunciado abrupto del que les ruego tomen nota de que es centrar a la teoría freudiana: no hay felicidad más que del falo.

Freud lo escribe de toda clase de formas y lo escribe incluso del modo más ingenuo que consiste en decir que nada puede acercarse más al goce más perfecto que el orgasmo masculino. Sólo que el acento está puesto por la teoría freudiana, en que solamente el falo puede ser feliz, no al portador del susodicho, no por oblativa, como se dice, sino como último recurso, lo porta, al susodicho, al seno de una partenaire supuesta de desolarse por no ser ella misma la portadora. Esto es lo que nos enseña positivamente la experiencia psicoanalítica: que el portador del susodicho, como yo me expreso, se empeña en hacer aceptar por esta partenaire esta privación en nombre de la cual todos sus esfuerzos de amor, de pequeñas atenciones y tiernos favores, son vanos puesto que reavivan la susodicha herida de la privación, que está herida pues, no puede ser compensada de modo alguno por la satisfacción que el portador tendría de aplacarla; que muy por el contrario, con certeza, es reavivada por su misma presencia, la presencia de eso cuya añoranza causa esta herida. Es exactamente esto lo que nos revelo lo que Freud extraer del discurso del histérica. Es a partir de esto que se entiende que la histérica simboliza esta insatisfacción primera de su promoción del deseo insatisfecho, ésta sobre la que he insistido y que hice resaltar apoyándome en el minúsculo ejemplo, a saber lo que he comentado en ese escrito que permanece bajo el título «Dirección de la cura y los principios de su poder», el sueño, (recuerden) llamado de «la bella carnicera», de la bella carnicera y de su besador (baiseur) marido  éste un verdadero boludo -un hombre- gracias a lo cual hace falta que ella le muestre que no le interesa aquello de lo que él quiere colmarla por añadidura lo que quiere decir que eso no arreglará nada en cuanto a lo esencial a pesar de que ese esencial ella lo tenga. Lo que ella no ve, por que ella también tiene sus límites en su pequeño horizonte, es que sería dejándoselo a otra, este esencial de su maridos, que ella encontraría el plus-de-gozar.  Porque es precisamente de esto de lo que se trata en el sueño. Y ella no lo ve en el sueño, es todo lo que se puede decir. Hay otras que lo ven, porque eso es lo que hace Dora. Ella tapona con la adoración del objeto de deseos que devino en su horizonte la mujer esta, esta mujer con la que ella se emboza, esta que en la observación se llama Señora K y que ella adora bajo la figura de esa Madona de Dresde, que ella va a contemplar, ella tapona con esa adoración su reivindicación peniana. Y esto permite decir que la «bella carnicera» no ve al fin de cuentas que, como Dora, ella seria felíz, dejándole precisamente ese objeto a otra.

No son más qué indicaciones; hay otras soluciones. Si indico ésta es porque es la más escandalosa. Hay muchos otros refinamientos en la forma de sustituir a este goce cuyo aparato que es el de lo social, a este goce cuyo aparato que desemboca en el complejo de Edipo, hecho justamente para ser el único que daría la felicidad, justamente a causa de eso, este goce está excluido es propiamente esta la significación del complejo de Edipo. Es precisamente por esto que interesa en la investigación analítica, es como algo cuyo origen hemos definido desde otra fuente distinta que la del goce fálico, aquella ubicada, aquella sí se puede decir cuadriculada en la función del plus-de-gozar como es aportada esta función del plus-de-gozar en suplencia de la interdicción del goce fálico, no hago más que recordar los hechos notorios del discurso freudiano que ya he destacado miles de veces y que quiero inserta acá en su relación de configuración, no central, pero si conexa a la ubicación que trato de dar de las relaciones del discurso al goce; es por eso que lo recuerdo y donde más aún quiero poner un acento destinado a cambiar de algún modo lo que para, ustedes puede arrastrar de aura la idea de que el discurso freudiano se centra sobre ese dato biológico de la sexualidad. Tomaré aquí mi ponderación de algo que, deba confesar he descubierto no hace mucho tiempo, siempre pasa que las cosas más visibles los que se exponen son las que uno ve menos, de golpe yo me pregunté: ¿cómo se dice sexo en griego? Lo peor es que no tenía un dicciónario francés-griego. Por otra parte no los hay, salvo unos pequeños muy malos. Pero finalmente hay que reconocer que encontré (escritura en griego) que, por supuesto, no tiene nada que ver con el sexo porque quiere decir otra cosa, la raza, en definitiva es la línea, la descendencia, el engendramiento, la reproducción. Hay otra palabra que me apareció en el horizonte, pero cuyas connotaciones son ciertamente bien distintas (escritura en griego), la naturaleza; pero no tiene nada que ver con lo que decimos, no tiene para nada ese acento, cuando decimos sexo, esta distribución de los seres vivientes de una parte de ellos en dos clases con todo lo que uno se da cuenta que comporta eso, probablemente la irrupción de la muerte, porque los otros, mi Dios aquellos que no son sexuados, no parecieran morir tan fácilmente. Lo relevante, obviamente, no es esta referencia biológica es más bien lo que muestra que hay que ser muy pero muy prudente antes de pensar que es una llamada no solamente de un organicismo cualunque, sino incluso una referencia a la biología que pone al frente esta función del sexo en el discurso freudiano; es ahí donde uno se de cuenta que el sexo con el acento que tiene para nosotros y la categoría de uso, la difusión signifícativa, es «sexus» y que en suma no en relación al griego -habría que continuar la investigación en las otras lenguas positivas- sino en latín eso se vincula muy netamente a «secare».

En el «sexus» latino está implicado lo que puse en evidencia en primer término, a saber que es alrededor del falo que gira todo el juego, y justamente en tanto que el falo, y únicamente por eso -porque por supuesto, no hay más que el falo en el contacto, en la relación sexual -solo que lo que tiene de privilegio ese órgano, es que de algún modo se puede aislar bien su goce. Es pensable como excluido, para usar palabras más o menos violentas, no voy a diluírselos en el simbolismo. Tiene precisamente esa propiedad que podemos por otra parte considerar, en el conjunto del campo de la que constituye los aparatos sexuales, como muy local, muy excepcional, no hay un gran número de animales en los que el órgano, el órgano decisivo de la copulación sea algo tan aislable en sus funciones de tumescencia y de disminución de volumen determinando una curva orgásmica perfectamente definible: cuando se acabó, ¡se acabó! «Post coitum, animal triste» ya digo Horacio. Por otra parte no es forzado, pero marca bien que se siente frustrado, ¡vamos! Hay algo ahí adentro que no le concierne. Podemos tomar las cosas de otra manera, podemos encontrar eso muy alegre, pero en definitiva, Horacio encontraba que era más vale triste. Lo que prueba que él todavía mantenía algunas ilusiones sobre las relaciones a la (escritura en griego), a la yema que constituiría el placer sexual. Entonces vean quien pone las casas en su lugar, a saber que a pesar de todo es así como Freud presente las cosas y que si hay algo en la biología que podría hacer eco, vaga semejanza, de ningún modo raíz, con esta posición de la que vamos ahora a. mostrar la raíz del discurso si hay algo que, para hacer bye-bye el dominio de la biología, nos daría por fin una idea más o menos aproximada de lo que representa el hecho de que todo se juzgue alrededor de esta puesta en juego que el uno no tiene y del que el otro no sabe que hacer, bien, esto sería aproximadamente lo que se produce en algunas especies animales. Hace poco vi -por ese hablo de ello- unos lindísimos pescados monstruosos como deben ser unos pescados cuya hembra tiene más o menos este tamaño (gran gesto con los brazos extendidos) y el macho es así (pequeño dedo).

El viene a acoplarse a su vientre y se acopla tan bien y hasta tal punto que sus tejidos indiferenciables, no se puede ni con microscopio ver donde comienzan los tejidos del uno y del otro. Está ahí acoplado por la boca y así cumple sus funciones de macho. Después de todo no es impensable, en efecto, que se simplifique mucho el problema de las relaciones sexuales cuando el macho es reducido a lo que poco más o menos queda al cabo de un cierto tiempo en esa, pequeña bolsa animal, a saber principalmente los testículos. Al final él está fatigado, reabsorbe su corazón, su hígado, no hay más nada de todo eso, el esta allá suspendido así no más en buen lugar.

El asunto es articular lo que hay de esta exclusión fálica en juego, en el gran juego humano de nuestra tradición, que es el del deseo. El deseo no tiene relación inmediatamente cercana con ese campo. Nuestra tradición lo presenta como lo que es: el Eros, la presentificación de la falta. ¿Es también ahí donde podemos preguntarnos cómo puede desearas lo que sea?. ¿Qué es lo que falta?. Alguien dijo una vez: «No se afanen, no falta nada. Miren los lirios del campo. No tejen no hilan, son ellos los que están en su lugar en el reino de los cielos». Es evidente que para mantener estas frases de verdadero desafío era necesario ser verdaderamente aquel mismo que se identificaba con la negación de esta armonía. Al menos es así como se lo ha comprendido, interpretado cuando se lo calificó de Verbo. Era necesario que fuese el Verbo mismo para que pudiese negar la evidencia hasta ese punto. En fin ese es la idea que uno se ha hecho. El no decía tanto. El decía, si creemos a uno de sus discípulos: «Yo soy el camino, la Verdad y la Vida». Pero que se lo, haya hecho el Verbo, es precisamente lo que marca que la gente sin embargo sabía más o menos lo que decía cuando pensaba que sólo el Verbo podía desautorizar hasta ese punto. Es cierto, podemos imaginar a los lirios del campo como un cuerpo totalmente entregado al goce, cada etapa de su crecimiento es idéntica a una sensación sin forma. Goce de la planta. En todo caso nada permite escaparle. Ser una planta puede ser un dolor infinito. En fín nadie se divierte fantaseando con eso, salvo yo.

No pasa lo mismo con los animales en lo que nosotros interpretamos como una economía la posibilidad de moverse para obtener el mínimo de goce. Es lo que se llama el principio de placer: no nos quedemos allí donde gozamos porque Dios sabe adonde nos puede conducir!.

Ya se los dije recién.

Ahora bien, conocemos sin embargo los medios del goce. Les he hablado recién de las cosquillas y de la parrilla. Pues bien, uno sabe como hacer, incluso es eso el saber. Nadie quiere en principio llegar demasiado lejos, pero de todas formas, tienta. Es este el descubrimiento que Freud hizo, precisamente alrededor de l920 y es de algún modo el punto de contramarcha de su descubrimiento que, cuando después de haber deletreado el inconsciente y yo desafío al que diga que eso pueda ser otra cosa que la advertencia de que hay un saber perfectamente articulado del que ningún sujeto es propiamente responsable y que, cuando un sujeto llega a topar, a tocar, pues bien, él se encuentra, él que habla, que de golpe se topa con ese saber que no se esperaba, se encuentra a fe mía, bien desconcertado. Fue el primer hallazgo; y eso condujo necesariamente a lo que Freud les dijo a los sujetos: «Hablen, hablen pues, hagan cómo las histéricas». Vamos a ver cual es el saber que encuentran del modo que ustedes aspiran o al contrario del que rechazan, vamos a ver lo que pasa». Es así que hizo este descubrimiento, ese que él llama «Mas allá del principio de placer» que es que lo esencial de lo que determina eso con lo que hay que entendérselas en la exploración del inconsciente, es la repetición y que la repetición no quiere decir que se recomienza lo que se ha terminado, como la digestión o algunas otras funciones fisiológicas. La repetición es una denotación, denotación precisa de un rasgo que yo he despejado del texto de Freud, como idéntico al rasgo unario al pequeño palote, al elemento de la escritura, de un rasgo en tanto que conmemora una irrupción del goce.

He aquí porqué es concebible que el placer sea violado en las reglas de su principio, porqué cede al displacer -no se puede decir otra cosa, no el dolor forzosamente- al displacer que no quiere decir otra cosa que el goce. Es acá que la inserción de la generación de lo genital, de lo genético, en el deseo aparece totalmente distinta de la madurez sexual. Hablar de sexualización prematura tiene ciertamente su interés, aunque esa necesario aclarar bien que lo que en el hombre se llama la primera pulsión sexual es, desde este aspecto, evidentemente como se dice a saber prematura que al lado de este hecho de que pueda en efecto implicar juego de goce no quiero decir que lo que va a introducir la sección entre la libido y la naturaleza sea solamente el autoerotismo orgánico. Hay otros animales además de los hombres, que son capaces de hacerse cosquillas. Eso no los ha llevado a una gran elaboración del deseo a los monos.

Por el contrario, el beneficio encontrado en función del discurso no se trata solamente de hablar de las interdicciónes, sino de una dominancia de la mujer en tanto que madre, y madre que dices madre a la que se le demanda madre que ordenar que instituye al mismo tiempo esta dependencia del pequeño hombre, la mujer da al goce el osar la máscara de la repetición, acá la mujer se presenta en lo que ella es: como institución de la mascarada, ella enseña a su pequeño a pavonearse. Ella lleva hacia el plús-de-gozar porque ella hunde sus raíces, ella, la mujer, como la flor, en el goce mismo.

Los medios del goce están abiertos, en el origen desde que él ha renunciado al goce cerrado y ajeno de la madre. Es en lo que va a venir a insertarse la vasta connivencia social que invierte lo que podemos llamar al natural la diferencia de los sexos en sexualización de la diferencia orgánica. Esta inversión implica el común denominador de la exclusión del órgano específicamente macho. El macho, desde ese momento, es y no es lo que él es respecto al goce y también desde ahí la mujer se produce como objeto de goce precisamente por no ser lo que es por una parte, diferencia sexual, y por otra parte ser eso a lo que él renuncia como goce.

Es esencial recordar esto cuando hablando del «revés del psicoanálisis», se plantea el problema del lugar del psicoanalista en la política. La intrusión en la política sólo puede hacerse reconociera de que no hay otro discurso solamente el analítico, no hay otro discurso que el del goce, al menos cuando se espera el trabajo de la verdad. La carácterización del discurso del amo como comportando una verdad oculta, lo que no quiere decir que el discurso del amo se esconda, que se embosque -la palabra esconder (cacher) tiene en francés, sus virtudes etimológicas, viene de «coactus» «coactare» «coacticata», lo que quiero decir que hay algo que está comprimido que es como una sobre impresión algo que demanda ser desplegado para ser legible- está claro que su verdad le es escondida y que un cierto Hegel ha articulado, que le es entregada su verdad, por el trabajo del esclavo. Sólo que es un discurso de amo. Y el discurso de Hegel que reposa en la sustitución del amo por el estado a través del largo camino de la cultura para desembocar en el Saber Absoluto, parece haber sido definitivamente refutado por algunos hallazgos, que son los de Marx a los que -no estoy acá para comentarios- no daré apéndice, sino simplemente mostraré hasta qué punto desde el -mirador psicoanalítico estamos cómodos para poner en duda de entrada que el trabajo engendre un Saber Absoluto en el horizonte, ni siquiera ningún saber. Ya desarrolla esto ante ustedes, no quiero retomarlo acá, pero es uno de loe ejes donde les ruego ubicarse para captar de que se trata la subversión.

Si el saber es medio de goce el trabajo es otra cosa, aún cuando es realizado por aquellos que tienen el saber. Lo que engendra, puede ser ciertamente la verdad; pero ningún trabajo engendró jamás un saber. Algo objeta allí producto de una observación más rigurosa de lo que son en nuestra cultura las relaciones del discurso del amo con algo que ha surgido, que es de donde se ha replicado todo el examen de lo que desde el punto de vista de Hegel se enrollaba alrededor de ese discurso. El evitamiento del goce absoluto en tanto que es determinado porque fijando el hijo a la madre, la connivencia social la hace la sede elegida de las interdicciónes, por otra parte la formalización de un saber que vuelve problemática toda la verdad, no nos sugieren acaso que algo más que lo que se nos muestra como un progreso sobrevenido por el trabaja del esclavo -como si en su condición él tuviera el menor progreso, ¡todo lo contrario!- no nos da más vale la idea de una transferencia, de una expoliación de lo que en un principio era ese saber inscripto, encubierto en el mundo del esclavo y ante lo cual el discurso del amo tenía que imponerse, tenía que imponerse también a consecuencia de esto entrando en el mecanismo de su aserción repetida de aprehender allí la pérdida por su propia entrada en el discurso, para decirlo todo de ver surgir allí este objeto a que hemos abrochado al plus-de-gozar.

Es esto en suma, y no más que esto lo que el amo tenía que hacer pagar al esclavo, único poseedor de los medios del goce.

Se conformaba con este pequeño diezmo de un plus-de-gozar del que, después de todo, nada indica que el esclavo en sí mismo estuviese descontento de darle. Es absolutamente otra cosa lo que se encuentra en el horizonte del ascenso del sujeto-amo a una verdad que se afirma por su igualdad a sí mismas esta yo-cracia (je-cratíe) de la que hablé alguna vez y que es, según parece la esencia de toda afirmación en la cultura que vió florecer entre todas ese discurso del amo.

Esta substracción al esclavo de su saber que es, mirando de cerca, toda la historia de esa dialéctica cuyas etapas sigue Hegel a cada paso, extrañamente sin ver hacía donde conducía, ciertamente y por fuerza: estaba todavía en el campo del descubrimiento newtoniano no había visto nacer la termodinámica. Posiblemente si él hubiera podido dedicarse al coeficiente de las fórmulas que por primera vez unificaron ese campo designado como termodinámicas, hubiese podido reconocer: el reino puro del significante repetido en dos niveles, S1, otra vez S1, el primer S1 es el dique, el segundo S1 es por debajo, el embalse que lo recibe y que hace girar una turbina.

La conservación de la energía no tiene otro sentido que esta marca de una instrumentación que significa el poder del amo. Tanto como es recogido en la caída debe conservarse, es la ley primera. Hay algo que lamentablemente desaparece en el intervalo o más precisamente no se presta al reintegro, a la puesta en las condiciones del punto de partida. Este es el principio llamado de Carnot-Clausius, aunque mucho haya contribuido un tal Meyer. La analogía de semejante saber con un discurso que, en su esencia, da la primacía a todo lo que está al principio y al final, descuidando todo lo que en un intervalo puede ser algo que señala un saber, ésta puesta en el horizonte del mundo nuevo de esta verdad pura, verdad numérica de lo que es contable, consiste en que, esto por si sólo no significa ninguna otra cosa que la puesta en juego de un Saber Absoluto. ¿No es acaso  el ideal mismo de una formalización donde nada más cuenta por que la energía no es otra cosa que lo que se cuenta, él que si ustedes manipulan de un cierto modo las fórmulas, se llega siempre al mismo total? Y lo que es seguro, ese deslizamiento, ese cuarto de giro que hace que en el lugar del amo se instaure una articulación eminentemente nueva, complementa formalmente al saber y que en el lugar del esclavo hace venir, no algo que de algún modo se insertaría en el orden de ese saber, sino que más bien es el producto, lo que Marx denuncia de ese proceso de expoliación, sin darse cuenta que se en el saber mismo donde está el secreto, como la reducción del trabajador en sí mismo, a no ser nada más que valor. El plus-de-gozar pasado un estrato por encima no se otra con que esa relación a algo que no es «plus-de-gozar», pero que se inscribe simplemente como valor a asentar o a deducir de la totalidad de lo que se acumula de una naturaleza esencialmente transformada. El trabajador no es más que unidad de valor. Advertencia para aquellos a los que ente término evoca un eco. Precisamente lo que Marx denuncia en la plusvalía, es la expoliación del goce, y a pesar de todo esta plusvalía es el memorial del plus-de-gozar, un equivalente del plus-de-gozar. La sociedad de consumo tomo su sentido de que a lo que hace «el elemento» que se califica humano es dado el equivalente homogéneo de no importa cual plus-de-gozar que es el producto de nuestra industria, un plus-de-gozar de imitación para decirlo directamente: está bastante bien, puede tener aspecto de plus-de-gozar, todavía atrae a mucha gente.

Sí yo quisiera darles material para fantasear donde se inicia ente proceso del que nuestra ciencia es el estatuto, les diría -porque después de todo lo releí recientemente- que se divierten con el Satiricón A mi no me parece mal lo que hizo ese tipo. Hizo una falta de ortografía escribiendo «Satyricón» y eso no he lo perdonará jamás; no lleva y pero salvo eso, no está mal, no tan bien como el texto. No también como el texto porque en el texto una está serio, no se detiene en las imagenes y vé de que se trata.

Para decirlo todos es un buen ejemplo para mostrar la diferencia entre el amo y el rico. Lo que tienen de maravilloso los discursos, sean cuales fueren, así sea el más revolucionario es que nunca dicen las cosas crudamente, como yo acabo de intentar mínimamente ya saben, en fin hice lo que pude con el discurso de Freud.

Desde que hay economistas, se puede ver hasta que punto eso tiene interés para nosotros analistas porque si hay algo por hacer en el análisis se la institución de otro campo energético que necesitaría otras estructuras. Ustedes pueden unificar tanto como quieran, sí son Maxwell, el campo termodinámico y el electromagnético, de todas formas encontrarán un pero a propósito de lo gravitacional. Y es bastante curioso porque es con lo gravitacional con lo que han comenzado todos, pero de todos modos no tiene importancia!.

En lo qué respecta al campo del goce, que lamentablemente no se llamará nunca -porque seguramente no voy a tener tiempo ni para esbozar las bases- que no se llamará nunca el campo lacaniano, como yo había anhelado en lo que respecta al campo del goce hay algunas observaciones para hacer. Es muy curiosa que entro el montón de autores en los que de tiempo en tiempo meto mí nariz, hay uno que como se sabido se llama Smith que escribió algo que se llama «La riqueza de las naciones». Uno abre el libro… y uno se encuentra economistas, no es el único, están todos allí, rompiéndose la cabeza, Malthus, Ricardo, los otros «La riqueza de las naciones» ¿qué es eso?. Entonces allí se intenta definir: es el valor de uso -eso debe contar al menos- o el valor de cambio, porque no es Marx el que inventó todo esto, él se complicó bastante con este asunto. Es extraordinario que nadie, pero nadie hasta el momento ni siquiera por un instante, no digo para detenerse en esto, haya observado que la riquezas pues bien, es la propiedad del rico, como el psicoanálisis -les dije una vez- está hecho por el psicoanalista, es su principal carácterística. Hay que partir del psicoanalista; ¿y porqué a propósito de la riqueza no partir del rico? Posiblemente interviene allí, tengo que ir rápido, tengo que terminar en diez minutos Por razones de cursos- de todos modos voy a decirles algo que surge de una experiencia que no es privativa de analista, que cualquiera puede hacer: el rico -esto es muy importante- tiene una propiedad; compra, en definitiva compra todo, compra mucho. Quisiera que mediten sobre esto: él no Paga. Uno se imagina que el paga por razones contables que atañen a la transformación de plus-de-gozar en plusvalía. De entrada todos saben que la plusvalía se adiciona muy, regularmente. No hay circulación de plus-de-gozar y especialmente hay algo que él no paga Jamás: el saber. Porque no hay más que la dimensión de la entropía en lo que pasa allí, del lado del plus-de-gozar. A pesar de todo hay algo de lo que alguien se dio cuenta y es que el saber Implica la equivalencia entre esta entropía y una información. Obviamente no es lo mismo, Brilloin no lo dijo de una forma tan simple. Pero dé todas formas hay que ver esto: que el rico no es un amo -y es esto lo que les encomiende ir a ver en el Satiricón’- más que porque el se ha vuelto a comprar (racheté). Los amos de los que se trata en el horizonte del mundo antiguo no son hombres de negocios. Vean como habla de ellos Aristóteles, lo ………. Al contrario, cuando un esclavo se ha liberado (racheté) solo, es un amo por el hecho de que comienza a arriesgar todo, -es así como se expresa en el Satiricón un personaje que no es otro que el mismo Trimalción- y que a partir del momento en que es rico, porque puede comprarlo todo sin pagar, puesto que no tiene nada que ver con el goce, no es ese lo que repite. El repite su vuelta a comprar (rachat). El vuelve a comprar (racheté) todo; al menos todo lo que se presenta él lo vuelve a comprar (racheté). ¡Está bien hecho para ser cristiano!. El es por destino el «redimido» (racheté). ¿Y por qué es que uno se deja comprar por el rico?. Uno se deja comprar por el rico .porque eso le da participación en su esencia de rico a saber que comprando a un rico, a una nación, desarrollada, ustedes creen simplemente -este es el sentido de la riqueza de las naciones- que van a participar del nivel de una nación rica. Solamente en este negocio, lo que ustedes pierden, es vuestro saber que les daba a ustedes vuestro estatuto. Este saber el rico la adquiero por añadidura; simplemente no lo paga. Hemos llegado al límite, pido disculpas, al límite de lo que puedo decir antes de evacuar la sala. Quería introducir lo que puede suceder por la promoción al nivel donde juega la función del rico, esa para la que el saber no es más que instrumento de explotación. Lo que puede ocurrir, es la recuperación de la voz de lo que resulta del plus-de-gozar, del a. Es acá donde la función del analista da de algún modo algo como la aurora. Trataré de explicar la próxima vez cual es la esencia. Ciertamente la esencia no es rehacer de este elemento un elemento de dominio, porque, como les voy a explicar, todo gira alrededor del fracaso, (insuccés).