Seminario 2: Clase 13, El sueño de la inyección de Irma (primera parte), 9 de Marzo de 1955

Seguimos, pues, reflexionando sobre el sentido de las diversas concepciones que se formó Freud acerca del aparato psíquico. Este trabajo, en el que continuó a lo largo de toda su obra, respondía para él a una exigencia de coherencia interna. Freud fue el primero, y durante largo tiempo el único, que trató de situarse a su respecto, y persistió en su esfuerzo a través de las modificaciones, teóricas y técnicas, propuestas por quienes le seguían, es decir, la comunidad analítica.

Está probado que el difícil problema de la regresión, con el que nos enfrentamos la vez pasada, surgió primeramente de las propias necesidades del esquema. Es preciso leer las cartas a Fliess para advertir qué difícil le resultó a Freud el engendramiento de este trabajo. Obtener esquemas rigurosos es para él una exigencia que llega hasta lo más hondo. Pues bien, la formulación de una hipótesis sobre la cantidad no deja de tener repercusiones sobre la noción de cualidad. No me parece que una y otra sean exactamente compatibles. Freud prefirió una a la otra en virtud de ciertas comodidades de la formulación, pero a la relativa simplificación del primer esquema se deben las dificultades del segundo, a saber, esa disociación entre percepción y conciencia que lo obliga a introducir la hipótesis de una regresión para dar cuenta del carácter figurativo, es decir, imaginario, de lo que se produce en el sueño.

Es evidente que el término imaginario, si hubiese podido utilizarse ya entonces, habría eliminado muchas contradicciónes. Pero aquí este carácter figurativo se concibe como formando parte de lo perceptivo, y lo visual es promovido por Freud como equivalente de lo perceptual. Está claro que el esquema, tal como aparece construido en la Traumdeutung, conduce necesariamente a proponer desde el nivel tópico una hipótesis como la siguiente: el hecho de que el estado de sueño no permite a los procesos su prosecución normal hasta la descarga motriz, ocasiona una vuelta atrás del proceso del influjo intencional y la aparición de su carácter de imagen. Las cosas pueden ir al revés: tal es el punto en que nos hallamos, el sentido del término regresión.

Esta es la primera formulación algo firme de una noción que después será admitida, de modo análogo, tanto en el plano formal como en el genético. La idea de una regresión del individuo a los primeros estadios de su desarrollo domina, ustedes lo saben, muchas de nuestras concepciones acerca de la neurosis y el tratamiento. La entrada en juego de esta noción, que ahora parece tan familiar, como se habrán percatado, no es, sin embargo, obvia.

Para facilitarles el paso desde este esquema del aparato psíquico a aquel que implica el desarrollo ulterior del pensamiento de Freud, especialmente el que se centra en la teoría del narcisismo, les propondré hoy una pequeña experiencia.

El sueño inicial, el sueño de los sueños, el sueño inauguralmente descifrado es, para Freud, el de la inyección de Irma.

Freud hace de este sueño el análisis más exhaustivo posible, volviendo asiduamente a él en la propia Traumdeutung cada vez que tiene necesidad de un punto de apoyo y, en particular, con extensión, cuando introduce el concepto de condensación.

Pues bien: vamos a retamar este sueño con nuestro punto de vista actual. Estamos en nuestro derecho, siempre que no pretendamos hacerle decir a Freud, quien tan sólo se encuentra en la primera etapa de su pensamiento, lo que está en la última; siempre que no intentemos poner esas etapas en concordancia, unas con otras, a nuestro capricho.

Descubrimos bajo la pluma de Hartmann la cándida confesión de que al fin y al cabo las ideas de Freud no concuerdan tanto entre sí como parece, y que necesitan ser sincronizadas. Son precisamente los efectos de tal sincronización del pensamiento de Freud lo que vuelve necesario un retorno a los textos. A decir verdad, dicha sincronización me sugiere un desagradable eco de puesta en vereda. Para nosotros no se trata de sincronizar las diferentes etapas del pensamiento de Freud, ni siquiera de ponerlas en concordancia. Se trata de advertir a qué dificultad única y constante respondía el progreso de este pensamiento, formado por las contradicciónes de sus diferentes etapas. Se trata, a través de la sucesión de antinomias que constantemente nos presenta, en el interior de cada una de esas etapas y entre ellas mismas, de que abordemos lo que específicamente constituye el objeto de nuestra experiencia.

No soy el único, entre quienes cumplen la función de enseñar el análisis y formar analistas, que ha tenido la idea de volver al sueño de la inyección de Irma. Este es en particular el caso de un hombre llamado Erikson, quien se califica a sí mismo de partidario de la escuela culturalista: que le aproveche. Dicho culturalismo consiste en poner el acento, en el análisis, sobre aquello que en cada caso tiene que ver con el contexto cultural donde el sujeto está inmerso. Aspecto por cierto no desconocido hasta entonces; que yo sepa, ni Freud ni aquellos que pueden calificarse de específicamente freudianos, lo descuidaron nunca. El problema es saber si debe concederse a este elemento una importancia dominante en la constitución del sujeto. Dejemos de lado, por ahora, la discusión teórica que ello puede suscitar, y veamos en qué desemboca.

Por lo que respecta al sueño de la inyección de Irma, desemboca en ciertas reflexiones que intentaré señalarles a medida que vayan surgiendo en el re-análisis que trataré de efectuar hoy. Les sorprenderá ver que el tal culturalismo converge peculiarmente con un psicologismo consistente en entender todo el texto analítico en función de las diferentes etapas del desarrollo del ego. Como ven no fue el simple deseo de tomarle el pelo a su sincronización lo que me hizo nombrar a Hartmann.

Procuraremos, pues, situar el sueño de la inyección de Irma como una etapa en el desarrollo del ego de Freud, ego que tiene derecho a un respeto particular, porque es el de un gran creador en un momento eminente de su capacidad creadora. Hablando con rigor, no se puede decir que se trate de un falso ideal. Indudablemente, debe haber una psicología del creador. ¿Pero es acaso ésta la lección que tenemos que extraer de la experiencia freudiana y, en particular, si la examinamos bajo la lupa, de lo que acontece en el sueño de la inyección de Irma?

Si este punto de vista es verdadero, tenemos que abandonar una noción que les presento como la esencia del descubrimiento freudiano, el descentramiento del sujeto con respecto al ego, y volver a la idea de que todo se centra en el desarrollo típico del ego. Hay aquí una alternativa sin mediación: si esto es verdad, todo lo que digo es falso.

Pero si lo que digo es falso, se torna sumamente difícil leer el menor texto de Freud entendiendo algo. Vamos a hacer la prueba con el sueño de la inyección de Irma.

¿Por qué concede Freud tanta importancia a este sueño? A primera vista podría resultar extraño. ¿Qué obtiene Freud, en efecto, de su análisis?: obtiene la verdad, que él plantea como verdad primordial, de que el sueño es siempre la realización de un deseo, de un anhelo.

Voy a leerles el contenido del sueño, esperando que bastará para recordarles el análisis a él consagrado.

En un amplio hall. Muchos invitados a los que recibimos. Entre ellos, Irma, a la que me acerco en seguida para contestar, sin pérdida de momento, a su carta y reprocharle no haber aceptado aún la «solución». Le digo: «Si todavía tienes dolores es exclusivamente por tu culpa». Ella me responde: «¡Si supieras qué dolores siento ahora en la garganta, el vientre y el estómago!… ¡Siento una opresión!…». Asustado, la contemplo atentamente. Está pálida y abotagada. Pienso que quizá me haya pasado inadvertido algo orgánico. La conduzco junto a una ventana y me dispongo a reconocerle la garganta. Al principio se resiste un poco, como acostumbran hacerlo en estos casos las mujeres que llevan dentadura postiza. Pienso que no la necesita. Por fin, abre bien la boca, y veo a la derecha una gran mancha blanca, y en otras partes, singulares escaras grisáceas, cuya forma recuerda la de los cornetes de la nariz. Apresuradamente llamo al doctor M., que repite y confirma el reconocimiento… El doctor M. presenta un aspecto muy diferente al acostumbrado: está pálido, cojea y se ha afeitado la barba… Mi amigo Otto se halla ahora a su lado, y mi amigo Leopoldo percute a Irma por encima de la blusa y dice: «Tiene una zona de matidez abajo, a la izquierda, y una parte de la piel, infiltrada, en el hombro izquierdo» (cosa que yo siento como él, a pesar del vestido). M. dice: «No cabe duda, es una infección. Pero no hay cuidado; sobrevendrá una disentería y se eliminará el veneno…». Sabemos también inmediatamente de qué procede la infección. Nuestro amigo Otto ha puesto recientemente a Irma, una vez que se sintió mal, una inyección con un preparado a base de propil, propilena…, ácido propiónico…, trimetilamina (cuya fórmula veo impresa en gruesos carácteres). No se ponen inyecciónes de este género tan ligeramente… Probablemente estaría además sucia la jeringuilla

Irma es una enferma amiga de la familia de Freud. Este se encuentra, pues, frente a ella en la delicada situación, que es preciso evitar siempre, en que se coloca el analista cuando atiende a alguien que pertenece a su círculo de allegados. Estamos mucho más prevenidos de lo que estaba Freud, en aquel momento prehistórico del análisis, acerca de las dificultades, en este caso, de una contratransferencia.

Esto es efectivamente lo que ocurre. Freud tiene grandes dificultades con Irma. Como nos lo señala en las asociaciones del sueño, en esa etapa todavía piensa que cuando el sentido inconsciente del conflicto fundamental de la neurosis queda descubierto, sólo resta proponérselo al sujeto, quien aceptará o no. Si no acepta es culpa suya, es un paciente deleznable, avieso, un mal paciente. Cuando el paciente es bueno, acepta y todo marcha bien. No estoy forzando nada: hay pacientes buenos y hay pacientes malos.

Freud nos comunica esta noción con un humor cercano a la ironía algo sumaria que me estoy permitiendo sobre el tema. Dice bendecir al cielo por haber entendido así las cosas en esa época, pues esto le permitió vivir.

Tiene, entonces, grandes dificultades con Irma, quien ciertamente ha mejorado pero conserva algunos síntomas, en particular una propensión al vómito. Freud acaba de interrumpir el tratamiento, y es su amigo Otto quien le trae noticias de su ex paciente.

En otro tiempo señalé que Otto se halla muy cerca de Freud. Pero no es un amigo íntimo, en el sentido de que estaría familiarizado con las ideas de quien ya es un maestro. Excelente persona, Ottoñ atiende un poco a toda la familia cuando se presentan resfriados, cosa que no marcha bien, y desempeñan en el hogar el papel de solteron simpático, benévolo, obsequioso; lo cual no deja de provocar por parte de Freud, cierta divertida ironia.

El Otto en cuestion, que inspira a Freud, pues, una estima de buena ley aunque moderada, le trae noticias de la tal Irma y le dice que, en resumidas cuentas la cosa anda bien pero no tanto. Y a traves de su entonación Freud cree advertir, que el querido amigo Otto lo desaprueba un poco, o, para ser más exactos que ha debido de participar en las burlas del circulo de relaciones, incluso en la oposición con que choco Freud, respecto de esa cura imprudentemente iniciada en un terreno donde no es plenamente dueño de maniobrar como le parece.

En efecto, Freud tiene la sensación de haber propuesto a Irma la buena solución: Lösung. Esta palabra posee en Alemán la misma ambiguedad, que en Francés: Es tanto la solución que se inyecta como la solución de un conflicto. En esto, el sueño de la inyección de Irma adquiere ya su sentido simbólico.

Al comienzo Freud está muy descontento con su amigo. Pero lo está mucho más aún consigo mismo. Llega a poner en duda la légitimidad de la solución por el aportada y quizás el principio mismo de su tratamiento de la neurosis.

En ese año, 1895 se encuentra todavía en el estadio esperimental en que realiza sus descubrimientos capitales de los cuales el análisis de este sueño seguirá pareciendole tan importante que en 1900, en una carta dirigida a Fliess, Precisamente después de la publicación del libro en que lo comunica, jugará-y nunca lo hace gratuitamente- a imaginar que algún día quizá coloquen sobre la puerta de la casa de campo de Bellevue donde transcurre este sueño: Aquí, el 24 de Julio de 1895, por vez primera el enigma del sueño fue desentrañado por Sigmund Freud.

Al mismo tiempo que descontento, en aquella fecha se encuentra, pues, lleno de confianza. Adviertan que esto sucede antes de la crisis de 1897, cuya huella hallamos en la carta dirigida a Fliess, cuando por un momento creyó que toda la teoría del trauma a partir de la seducción, central en la génesis de su concepción, tenía que ser desechada y que todo su edificio se venía abajo. En 1895 está atravesando un período creador, abierto tanto a la certeza como a la duda: esto carácteriza todo el progreso del descubrimiento.

La desaprobación percibida a través de la voz de Otto es el ligero choque que va a poner en marcha su sueño.

Les hago notar que ya en 1882, en una carta dirigida a su novia, Freud apuntaba que lo que aparecía en los sueños no eran tanto las grandes preocupaciones del día como los temas comenzados y después interrumpidos: cuando quedan ustedes cortados. Este quedar cortada la palabra, que impresionó a Freud precozmente, reaparece una y otra vez en sus análisis de la Psicopatología de la vida cotidiana. Ya les hablé del olvido del nombre del autor del fresco de Orvieto. También estaba en juego allí algo que no había surgido completamente durante la jornada.

Sin embargo, éste no es para nada el caso. Freud se puso a trabajar después de la cena y redactó todo un resumen a propósito del caso de Irma, a fin de poner las cosas en su lugar y justificar, en caso de necesidad, la conducción general del tratamiento.

En eso, llega la noche. Y este sueño.

Voy sin tardanza al resultado. Freud considera como un gran éxito el haber podido explicarlo en todos sus detalles por el deseo de librarse de su responsabilidad en el fracaso del tratamiento de Irma. Lo hace en el sueño-él, como su artesano-, con medios tan múltiples que, tal como lo observa con su habitual humor, esto se parece mucho al cuento de la persona a quien se le reprocha haber devuelto un caldero agujereado y que responde lo siguiente: primero, que lo ha devuelto intacto, segundo, que el caldero ya estaba agujereado cuando se lo prestaron y, tercero, que nunca lo tomó prestado. Por separado, cada una de estas explicaciones sería perfectamente válida, pero el conjunto no puede satisfacernos en forma alguna.

Así está concebido este sueño, nos dice Freud. Y, por supuesto, allí está la trama de todo lo que aparece en él. Pero en mi opinión la cuestión es más bien otra: ¿como es posible que Freud, quien más adelante desarrollará la función del deseo inconsciente, se limite a presentar, como primer paso de su demostración, un sueño enteramente explicado por la satisfacción de un deseo que sólo podemos llamar preconsciente, e incluso completamente consciente? Freud ha pasado la noche de la víspera tratando de justificarse con todas las letras, tanto por lo que marcha como por lo que puede no marchar.

Para establecer su fórmula de que en todos los casos un sueño es la satisfacción de un deseo, a primera vista Freud no parece haber exigido otra cosa que la noción más general del deseo, sin preocuparse en ahondar qué es este deseo, ni de dónde viene, si del inconsciente o del preconsciente.

Así plantea Freud la cuestión en la nota que leí la vez pasada: ¿qué es el deseo inconsciente? ¿Quién es él, que es rechazado y produce horror al sujeto? ¿Qué se quiere decir cuando se habla de un deseo inconsciente? ¿Para quién existe ese deseo ?

En este nivel va a quedar explicada para nosotros la inmensa satisfacción que procura a Freud su solución del sueño. Para otorgar nosotros mismos su pleno sentido al hecho de que este sueño cumple un papel decisivo en la exposición de Freud, debemos tener en cuenta la importancia que él mismo le confiere, tanto más significativa cuanto que se nos muestra paradójica. A primera vista, podría decirse que aún no se ha dado el paso decisivo, ya que en resumidas cuentas no se trata más que de un deseo preconsciente. Pero si Freud considera este sueño como el sueño de los sueños, el sueño inicial, típico, es porque siente haber dado ese paso, y demuestra con creces después de su exposición que efectivamente lo dio. Si siente que lo ha dado, es porque lo ha dado.

No estoy rehaciendo el análisis del sueño de Freud después del propio Freud. Sería absurdo. Así como no es cuestión de ponerse a analizar a autores difuntos, no es cuestión de analizar el propio sueño de Freud mejor que él. Cuando Freud interrumpe las asociaciones, tiene sus razones para hacerlo. Nos dice: No puedo decirles más, no quiero contarles historias de cama y de orinal. O bien: Ya no tengo ganas de seguir asociando. No se trata de exegetar allí donde Freud mismo se interrumpe, sino de tomar el conjunto del sueño y de su interpretación. De este modo estamos en una posición diferente de la suya.

Hay dos operaciones: tener el sueño e interpretarlo. Interpretar es una operación en la cual intervenimos. Pero no olviden que en la mayoría de los casos también intervenimos en la primera. En un análisis no sólo intervenimos en tanto que interpretamos el sueño del sujeto-si es cierto que lo interpretamos-, sino que como ya estamos, a título de analistas, en la vida del sujeto, ya estamos en su sueño.

Recuerden lo que les expresé, a propósito de lo simbólico, lo imaginario y lo real, en la conferencia inaugural de esta sociedad. Se trataba de usar categorías en forma de letras minúsculas y mayúsculas.

iS-imaginar el símbolo, poner el discurso simbólico bajo forma figurativa, o sea, el sueño.

sI-simbolizar la imagen, hacer interpretación de un sueño.

Empero para esto es preciso que haya una reversión, que el símbolo sea simbolizado. En el medio está el lugar para comprender lo que sucede en esta doble transformación. Esto es lo que trataremos de hacer: tomar el conjunto del sueño y la interpretación que de él realiza Freud, y ver qué significa esto en el orden de lo simbólico y de lo imaginario.

Tenemos la suerte de que este famoso sueño, que como de sobra comprobarán manejamos con el mayor respeto, no está, puesto que se trata de un sueño, en el tiempo. Esto es fácil de observar y en ello radica precisamente la originalidad del sueno: el sueno no esta en el tiempo.

Hay algo bien llamativo: ninguno de los autores en cuestión destaca esta circunstancia en su pureza. El señor Erikson se acerca pero, por desdicha, su culturalismo no le resulta un instrumento muy eficaz. Dicho culturalismo lo empuja a plantear aparentemente el problema del estudio del contenido manifiesto del sueño, el cual, nos dice, merecería ser puesto en primer plano. Al respecto se produce una argumentación muy confusa basada en la oposición entre lo superficial y lo profundo, que no ceso de rogarles se quiten de encima. Como dice Gide en Los monederos falsos, no hay nada más profundo que lo superficial, porque no hay nada profundo en absoluto. Pero ésa no es la cuestión.

Hay que partir del texto, y partir de él-así lo hace y aconseja Freud-como de un texto sagrado. El autor, el escriba, no es más que un chupatintas y está en segundo término. Los comentarios de las Escrituras se perdieron sin remedio el día en que se quiso hacer la psicología de Jeremías, de Isaías y aún de Jesucristo. Asimismo, cuando se trata de nuestros pacientes, pido a ustedes que presten más atención al texto que a la psicología del autor: ésta es, en suma, la orientación de mi enseñanza.

Veamos el texto. El señor Erikson atribuye una gran importancia al hecho de que al comienzo Freud diga: recibimos. Se trataría entonces de un personaje doble: Freud recibe con su mujer. Es una pequeña fiesta, esperada, un cumpleaños, e Irma, amiga de la familia, concurrirá a ella. Pues bien, consiento en que recibimos coloca a Freud en su identidad de cabeza de familia, pero no me parece que ello implique una gran duplicidad de su función social, pues la querida Frau Doktor no aparece para nada, ni por un instante.

En cuanto Freud entra en el diálogo, el campo visual se contrae. Lleva a Irma aparte y comienza a hacerle reproches, a increparla: Es culpa tuya, si me escucharas todo iría mejor. Inversamente, Irma le dice: No sabes cómo me duele, aquí y aquí y allí, la garganta, el vientre, el estómago. Y añade que eso la zusammenschnuren, la sofoca. El zusammenschnüren me parece vivamente expresivo.

Sra. X.:-En otro tiempo, tres o cuatro personas tiraban de los cordones del corsé para ajustarlo.

Freud queda entonces muy impresionado, y comienza a manifestar cierta inquietud. La lleva hacia la ventana y le hace abrir la boca.

Todo esto sucede, pues, sobre un fondo de discusión y resistencia, resistencia no sólo a lo que Freud propone sino también al examen.

En rigor se trata de una resistencia del tipo resistencia femenina. Los autores ponen aquí en juego la psicología femenina que llaman victoriana. Porque es algo convenido que las mujeres ya no se nos resisten, ya no nos excitan las mujeres que se resisten, y cuando se trata de resistencia femenina, ahí están las pobres victorianas concentrando en sí los reproches. Es bastante divertido. Consecuencia del culturalismo que, en este caso, no sirve para abrirle los ojos al señor Erikson.

Sin embargo, las asociaciones de Freud giran alrededor de esta resistencia, y ponen de relieve que Irma está lejos de ser la única en juego, aunque sólo ella aparezca en el sueño. Entre las personas que están sich streichen, hay dos en particular que no por simétricas dejan de ser bastante problemáticas: la mujer del propio Freud, que en ese momento, cosa por lo demás sabida, está encinta y otra enferma.

Conocemos el importantísimo papel que desempeñó en la vida de Freud su mujer. Lo unía a ella un apego, no sólo familiar sino conyugal, altamente idealizado. No obstante, determinados matices indican que su mujer no dejó de producirle, en deterrninados planos instintivos, cierta decepción. En cuanto a la enferma, se trata, por así decir, de la enferma ideal: no es paciente de Freud, es muy bonita, y sin duda más inteligente que Irma, cuya capacidad de comprensión más bien se tiende a desmerecer. También posee el atractivo de no demandar el auxilio de Freud, lo cual permite a éste anhelar que alguna vez pueda hacerlo; sin embargo, no guarda muchas esperanzas. En suma, es en un abanico que va desde el interés profesional de la más pura orientación, hasta alcanzar todas las formas del espejismo imaginario, como se presenta aquí la mujer y como se sitúa en este sueño la relación con Irma.

En el sueño Freud se muestra tal cual es y su ego está perfectamente a nivel de su ego despierto. Como psicoterapeuta, se refiere de manera directa de los síntomas de Irma, seguramente algo modificados con respecto a lo que son en la realidad, pero ligeramente. La propia Irma está apenas distorsionada. Lo que muestra lo mostraría también si se efectura un examen más cuidadoso en estado de vigilia. Si Freud analizara sus comportamientos, sus respuestas, sus emociones, su transferencia de cada momento en el diálogo con Irma, vería igualmente que detrás de ésta se halla su mujer, que es su amiga íntima, y también la seductora joven que se encuentra a dos pasos y que sería mucho mejor paciente que Irma.

Es éste un primer nivel donde el diálogo permanece sometido a las condiciones de la relación real, en cuanto ella misma se encuentra completamente impregnada de las condiciones imaginarias que a limitan y que en este momento constituyen para Freud un obstáculo.

La cosa no termina ahí. Habiendo conseguido que la paciente abra la boca-justamente de esto se trata en la realidad, que no abre la boca-lo que Freud ve al fondo, esos cornetes recubiertos por una membrana blancuzca, es un espectáculo horroroso. Esta boca muestra todas las significaciónes de equivalencia, todas las condensaciones que ustedes puedan imaginar. Todo se mezcla y asocia en esa imagen, desde la boca hasta el órgano sexual femenino, pasando por la nariz; muy poco tiempo antes o muy poco tiempo después Freud se hace operar, por Fliess u otro, de los cornetes nasales. Es un descubrimiento horrible: la carne que jamás se ve, el fondo de las cosas, el revés de la cara, del rostro, los secretatos por excelencia, la carne de la que todo sale, en lo más profundo del misterio, la carne sufriente, informe, cuya forma por sí misma provoca angustia. Visión de angustia, identificación de angustia, última revelación del eres esto: Eres esto, que es lo más lejano de ti, lo más informe. A esta revelación, comparable al mana, thecel, phares, llega Freud en la cumbre de su necesidad de ver, de saber, expresada hasta entonces en el diálogo del ego con el objeto.

Erikson efectúa aquí una observación excelente, tengo que reconocerlo: normalmente, un sueño que desemboca en algo así debe provocar el despertar. ¿Por qué no despierta Freud? Porque tiene agallas.

Estoy de acuerdo: tiene agallas. Entonces, añade Erikson, como su ego queda terriblemente pasmado ante el espectáculo, este ego hace una regresión: nos lo dice la continuación entera del relato. Erikson formula entonces toda una teoría de los diferentes estadios del ego, que paso a comunicarles. Se trata de unos pasatiempos psicológicos sin duda muy instructivos pero, a decir verdad, opino que contrarían el espíritu mismo de la teoría freudiana. Porque, finalmente, si el ego es esa sucesión de emergencias, de formas, si esa doble cara de bien y mal, de realizaciones y modos de irrealizaciones constituye su tipo, resulta difícil entender qué viene a hacer allí lo que Freud dice en mil, dos mil puntos de su obra: que el yo es la suma de las identificaciones del sujeto, con todo lo que esto puede implicar de radicalmente contingente. Si me permiten ponerlo en imagenes, el yo es algo así como la superposición de los diferentes mantos tomados de lo que llamaré el revoltijo de su guardarropía.

¿Pueden realmente ustedes, analistas, con la mayor honestidad, aportarme pruebas de esos soberbios desarrollos típicos del ego de los sujetos? Son cuentos. Se nos narra la forma en que suntuosamente se desarrolla ese gran árbol, el hombre, que a través de su existencia triunfa en pruebas sucesivas gracias a las cuales arriba a un maravilloso equilibrio. ¡Una vida humana es algo muy distinto! Ya lo escribí otrora en mi discurso sobre la psicogénesis.

¿Está verdaderamente en juego una regresión del ego cuando Freud evita el despertar? Lo perceptible es que a partir de ese preciso momento Freud ya no cuenta. Llama al profesor M. en su ayuda porque no entiende nada de lo que ve. Pero no va a entender más con eso.

El doctor M., destacada personalidad de su círculo, como lo llama-no he identificado de quién se trata-, es un tipo que en la vida práctica merece gran estima. Es verdad que nunca perjudicó mucho a Freud, pero no siempre comparte sus opiniones y Freud no es hombre que admita esto con facilidad.

También están Otto y el camarada Leopoldo, que le gana de mano al camarada Otto. A los ojos de Freud esto significa un mérito considerable, y compara a ambos con el inspector Brasig y su amigo Karl. El inspector Brasig es un tipo sagaz pero que siempre se equivoca porque omite observar bien las cosas. Su amigo Karl, que está cerca de él, repara en ellas, y el inspector no tiene más que seguirlo.

Con este trío de clowns vemos establecerse en derredor de la pequeña Irma un diálogo sin tan ni son, que se parece más bien al juego de las frases truncadas e incluso al muy conocido dialogo de sordos.

Todo esto es enormemente rico, aquí sólo hago un resumen Aparecen las asociaciones que nos muestran la verdadera significación del sueño. Freud advierte que se le declara inocente de todo, y según el razonamiento del caldero agujereado. Los tres son tan ridículos que ante semejantes máquinas de engendrar absurdos cualquiera parecería un dios. Estos personaies son todos significativos, en cuanto son personajes de la identificación en la que reside la formación del ego.

El doctor M. responde a una función que resultó capital para Freud, la de su medio hermano Philipp, de quien en otro contexto dile que era el personaje esencial para entender el complejo edípico de Freud. Si Freud fue introducido al Edipo de una manera tan decisiva para la historia de la humanidad ello se debe, a todas luces, a que su padre tenía ya dos hijos de un primer matrimonio, Emmanuel y Philipp, de edades parejas salvo una diferencia de tres años, pero cada uno de los cuales estaba ya en edad de ser el padre del pequeño Freud Sigmund, nacido éste de una madre que tenía exactamente la misma edad que el susodicho Emmanuel. Emmanuel constituyó para Freud el objeto de horror por excelencia, y hasta se ha pensado que todos los horrores estaban concentrados en él; pero no es así, pues Philipp tuvo también lo suyo. Fue él quien hizo meter en chirona a la vieja nodriza de Freud, a la que se atribuye una importancia desmesurada y por cuyo intermedio los culturalistas pretendieron anexar a Freud al catolicismo

De todos modos, los personajes de la generación intermedia desempeñaron un papel importante. Se trata de una forma superior que permite concentrar los ataques agresivos contra el padre sin tocar demasiado al padre simbólico, quien por su parte habita en verdad un cielo que, sin ser el de la santidad, no deja de tener extrema importancia. Gracias a esta división de funciones el padre simbólico queda intacto.

El doctor M. representa el personaje ideal constituido por la seudoimagen paterna, el padre imaginario. Otto corresponde a ese personaje que jugó un papel constante en la vida de Freud, el familiar y allegado íntimo que es a la vez amigo y enemigo, que en un instante pasa a ser, de amigo, enemigo. Y Leopoldo cumple el del personaje que presta el servicio de estar siempre en contra del amigo-enemigo, del enemigo querido.

Tenemos pues aquí una tríada muy distinta de la precedente, pero que también está en el sueño. La interpretación de Freud nos sirve para comprender su sentido. Pero, ¿cuál es su papel en el sueño? Esta tríada juega con la palabra, la palabra decisiva y judicativa; con la ley, con aquello que atormenta a Freud bajo la forma: ¿Tengo razón o estoy equivocado? ¿Dónde está la verdad? ¿Cuál es la solución del problema? Dónde estoy situado?

Vimos la primera vez, acompañando al ego de Irma, tres personajes femeninos. Freud apunta que hay aquí tal abundancia de correspondencias que finalmente las cosas se entrelazan y arribamos a quien sabe qué misterio.

Cuando analizamos este texto debemos tenerlo en cuenta en su totalidad, incluidas las notas. En esta ocasión, Freud se refiere a ese punto de las asociaciones en que el sueño se inserta en lo desconocido, lo que llama su ombligo.

Así llegamos a lo que está detrás del trío místico. Digo místico porque ahora conocemos su sentido. Las tres mujeres, las tres hermanas, los tres cofrecillos: Freud nos demostró posteriormente su sentido. El último término es, sencillamente, la muerte.

De eso se trata, en efecto. Y hasta lo vemos aparecer en medio del estrépito verbal de la segunda parte. La historia de la membrana diftérica está directamente enlazada a la amenaza, extremadamente severa, que dos años antes había gravitado sobre la vida de una de sus hijas. Freud había vivido esta amenaza como un castigo a causa de la torpeza terapéutica por él cometida al excederse en la dosis de un medicamento, el sulfonal, prescrito a una paciente, ignorando que su uso continuo acarreaba efectos nocivos. Creyó ver en esto el precio pagado por su falta profesional.

En la segunda parte, los tres personajes juegan entre sí el ridículo juego de devolverse la pelota a propósito de estos interrogantes, fundamentales para Freud: ¿Cuál es el sentido de la neurosis? ¿Cuál es el sentido de la cura? ¿Cuál es la pertinencia de mi terapéutica de las neurosis? Y detrás de todo ello está el Freud que sueña siendo un Freud que está buscando la clave del sueño. Por eso la clave del sueño debe ser lo mismo que la clave de la neurosis y la clave de la cura.

Así como en la primera parte hay un acmé, cuando emerge la revelación apocalíptica de lo que allí había, también en la segunda parte hay un punto culminante. En primer lugar, inmediatamente, unmittelbar, al igual que en la convicción delirante, cuando de pronto saben ustedes que es ése el que les guarda rencor, saben que el culpable es Otto. Ha aplicado una inyección. Hay un rastreo…propil…propilena…A esto se asocia la comica anécdota del zumo de ananás obsequiado la víspera por Otto a la familia. Al destapar la botella, olió a aguardiente. Alguien dijo: Démoslo a los criados. Pero Freud, más humano-dice observa con sensatez: Eso no, también a ellos podría hacerles daño. Y ve impresa en gruesos carácteres, más allá del estrépito verbal, como el mana, thecel, phares de la Biblia, la fórmula de la trimetilamina. Voy a escribir esa fórmula.

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Esto aclara todo: trimetilamina. El sueño no cobra su sentido únicamente de la indagación de Freud sobre el sentido del sueño. Si puede seguir planteándose la cuestión, es porque se pregunta si todo esto no estará vinculado a Fliess, en cuyas elucubraciones la trimetilamina cumple cierto papel a propósito de los productos de descomposición de las sustancias sexuales. En efecto,-me he informado-la trimetilamina es un producto de descomposición del esperma, y es lo que le presta su olor amoniacal cuando se descompone al contacto con el aire. El sueño, que culminó una primera vez, estando allí el ego, con la imagen horrorosa de que hablé, culmina una segunda vez al final en una fórmula escrita, con su lado mana, thecel, piares, sobre el muro, más allá de lo que no podemos dejar de identificar como la palabra, el rumor universal.

Al igual que el oráculo, la fórmula no da ninguna respuesta a nada. Pero la manera misma en que se enuncia, su carácter enigmático, hermético, sí es la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sueno. Se la puede calcar de la fórmula islámica: No hay otro Dios que Dios. No hay otra palabra, otra solución a su problemas, que la palabra.

Podemos examinar la estructura de esta palabra, que se presenta aquí en forma eminentemente simbólica pues está hecha de signos sagrados.

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En estos tres que seguimos encontrando, es ahí donde está, en el sueño, el inconsciente: lo que se halla fuera de todos los sujetos. La estructura del sueño nos muestra con claridad que el inconsciente no es el ego del soñante, que no es Freud en tanto Freud prosiguiendo su diálogo con Irma. Es un Freud que ha atravesado ese momento de angustia capital en que su yo se identificó al todo bajo su forma más inconstituida. El, literalmente, se ha evadido; ha apelado, como Freud mismo escribe, al congreso de todos los que saben. Se ha desvanecido, reabsorbido, abolido tras ellos. Y, por último, otra voz toma la palabra. Podemos jugar con el alfa y la omega de la cosa. Pero aún cuando tuviésemos N en lugar de AZ, se trataría de la misma gansada: podríamos llamar Nemo a este sujeto fuera del sujeto que toda la estructura del sueño designa

Este sueño nos revela, pues, lo siguiente: lo que está en juego en la función del sueño se encuentra más allá del ego, lo que en el sujeto es del sujeto y no es del sujeto, es el inconsciente.

Poco nos importa ahora la inyección aplicada por Otto con una jeringa sucia. Podemos dar muchas vueltas entorno a esta jeringa de uso familiar, acompañada en alemán por toda clase de resonancias que en francés ofrece el verbo gicler. Menudos indicios de todo tipo nos demuestran la importancia del erotismo uretral en la vida de Freud. Un día en que esté de buen humor les haré ver cómo hasta una edad avanzada tuvo Freud en ese aspecto algo que responde claramente al recuerdo de su orinada en la habitación de los padres. Erikson atribuye a ésta gran importancia: nos hace notar que había, con toda seguridad, un pequeño orinal y que Freud no pudo hacer pipí en el suelo; Freud no aclara si lo hizo en el orinal materno o sobre la alfombra o el parquet. Pero esto es secundario.

Lo importante, el sueño lo muestra, es que los síntomas analíticos se producen en la corriente de una palabra que intenta pasar. Esta palabra encuentra siempre la doble resistencia de lo que hoy, por ser tarde, llamaremos el ego del sujeto y su imagen. En tanto que estas dos interposiciones ofrecen una resistencia suficiente, se iluminan, por así decir, en el interior de esa corriente, fosforecen, fulguran.

Esto es lo que sucede en la primera fase del sueño, durante la cual Freud se halla en el plano de la resistencia, jugando con su paciente. En determinado momento, porque debe haber llegado muy lejos, esto se detiene. El señor Erikson no está del todo errado: si Freud sigue adelante es porque lo domina una enorme pasión de saber.

Cualesquiera que sean sus ecos primordiales e infantiles, el verdadero valor inconsciente de este sueño está en la búsqueda de la palabra, en el abordaje directo de la realidad secreta del sueño, en la búsqueda de la significación como tal. En medio de todos sus colegas, en medio del consenso de la república de los que saben – porque si nadie tiene razón todo el mundo la tiene, ley paradójica y tranquilizadora a la vez-, en medio de este caos se revela ante Freud, en ese momento original en que nace su doctrina, el sentido del sueño: la única palabra clave del sueño es la naturaleza misma de lo simbólico.

En cuanto a la naturaleza de lo simbólico, también yo quiero introducirlos en ella diciendo, para que les sirva como referencia: los símbolos no tienen nunca más que el valor de símbolos.

Se ha dado un paso. Tras la primera parte, la más cargada, imaginaria, al final del sueño entra lo que podríamos llamar la multitud. Pero se trata de una multitud estructurada, como la multitud freudiana. Por eso preferiría introducir otro término, que someteré a vuestra reflexión con todos los dobles sentidos que comporta: la inmiscusión de los sujetos.

Los sujetos entran y se inmiscuyen en las cosas: éste puede ser el primer sentido. El otro es el de que un fenómeno inconsciente que se despliega en un plano simbólico, como tal descentrado respecto del ego, siempre tiene lugar entre dos sujetos. Desde el momento en que la palabra verdadera emerge, mediadora, genera dos sujetos muy diferentes de lo que eran antes de la palabra. Esto significa que no empiezan a constituirse como sujetos sino a partir del momento en que la palabra existe, y no hay un antes.