Seminario 3: Apéndice, 21 de Diciembre de 1955 (clase 6)

Sesión siguiente: EL DISCURSO DEL PUPITRE

Me percaté que la vez pasada tuvieron una pequeña dificultad, debido a la diferencia de potencial entre mi discurso y la lectura, sin embargo, apasionante, de los escritos del presidente Schreber. Esta dificultad técnica me sugirió confiar menos, en el porvenir, en un comentario ininterrumpido del texto. Creía que podíamos leerlo de punta a punta y recoger al pasar los elementos de estructura, de organización, sobre los cuales quiero hacerlos progresar. La experiencia prueba que debo arreglármelas de otro modo. Haré primero una elección.

Esta consideración metódica, unida al hecho de que no estaba del todo decidido a dar hoy el seminario, y que sólo lo hago llevado por el gran afecto que les tengo, a lo que se agrega la tradición de que en vísperas de las vacaciones se realice en los establecimientos de estudios secundarios, que es más o menos el nivel de ustedes, una lectura, me decidió a leerles algo reciente e inédito, escrito por mí, y que esta en la línea de nuestro tema.

Se trata del discurso que di, o se supone que di, en la clínica psiquiátrica del Dr. Hoff, en Viena, sobre el tema, Sentido de un retorno a Freud en psicoanálisis, cuestión de hacerles saber del movimiento parisino, y del estilo, si no de la orientación general, de nuestra enseñanza.

Di ese discurso en las mismas condiciones de improvisación, inclusive más acentuadas, que aquí. Preparo los discursos que pronuncio aquí. Allá, el tema me parecía lo bastante general como para fiarme a mi adaptación al auditorio, de modo que voy a comunicarles una reconstrucción escrita, todo lo fiel posible al espíritu de improvisación y a la modulación de ese discurso. Me vi llevado a desarrollar un poco algunos pasajes, y a agregarles ciertas consideraciones que tuve que hacer en una segunda sesión más reducida que se realizó después, y en la que me encontraba frente al círculo limitado de técnicos analistas que habían asistido a la primera conferencia. Hablé de un problema técnico, el de la significación de la interpretación en general. Fue de todos modos para ellos, al menos en un primer momento, motivo de cierto asombro, lo cual prueba que siempre cabe intentar establecer el diálogo.

Intentaré,- en la medida de lo posible, hacer esta lectura en el tono hablado que el texto busca reproducir, y que, espero, retendrá más vuestra atención que la lectura de la vez pasada.

Les advierto, aunque sólo sea para estimular vuestra curiosidad, que en medio del discurso me ocurrió una aventura bastante curiosa, que no podré reproducir aquí salvo del modo de alguna manera simulado que la inscribe en el texto, ya que el material falta.

Tenía delante mío una suerte de pupitre, más perfecciónado que éste, y probablemente en un momento en que el interés, si no del auditorio, al menos el mío, decaía un poco, porque el contacto no siempre es tan bueno como el que aquí siento con ustedes, en ese momento el susodicho pupitre vino en mi ayuda, y de un modo bastante extraordinario, si lo comparamos con las palabras recientes que escuchamos a uno de mis viejos amigos de la Sorbona, quien nos relató el sábado pasado cosas asombrosas, a saber la metamorfosis de la encajera en cuernos de rinoceronte, y finalmente en coliflores. Pues bien, el pupitre comenzó a hablar. Y me costó mucho trabajo quitarle la palabra.

Este elemento introducirá quizás un ligero desequilibrio en la composición de mi discurso
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Lectura del artículo retomado en los Escritos, págs., 145-178, que lleva por título La cosa freudiana.