Seminario 3: Clase 11, Del rechazo de un significante primordial, 5 de Febrero de 1956

Un mellizo preñado de delirio. El día y la noche. La Verwerfung. La carta 52.

Abordamos el problema de las psicosis a través de la cuestión de las estructuras freudianas. Este título es modesto, y no se encamina hacia donde en verdad apunta nuestra investigación, a saber, la economía de las psicosis, que buscaremos por el camino de un análisis de la estructura.

La estructura aparece en lo que se puede llamar, en sentido propio, el fenómeno. Sería sorprendente que algo de la estructura no apareciese en el modo en que, por ejemplo, el delirio se presenta. Pero la confianza que tenemos en el análisis del fenómeno es totalmente diferente a la que le concede el punto de vista fenomenológico, que se dedica a ver en él lo que subsiste de la realidad en sí. Desde el punto de vista que nos guía, no tenemos esa confianza a priori en el fenómeno, por la sencilla razón de que nuestro camino es científico, y que el punto de partida de la ciencia moderna es no confiar en los fenómenos, y buscar algo más sólido que los explique.

No hay que retroceder ante la palabra. Si la psiquiatría desde hace un tiempo ha dado marcha atrás desconfiando de la explicación para preconizar la comprensión, es porque la vía explicativa se encontró con algunos impasses. Pero tenemos en nuestro haber el testimonio de la eficacia explicativa de la investigación analítica, y avanzamos en el dominio de las psicosis con la presunción de que también en este caso un análisis adecuado del fenómeno nos llevará a la estructura y a la economía.

No nos lanzamos a la distinción de las neurosis y las psicosis buscando simples satisfacciónes de nosógrafo. Esta distinción es de sobra evidente, comparándolas una con otra aparecerán relaciones, simetrías, oposiciones que nos permitirán erigir para la psicosis una estructura aceptable.

Nuestro punto de partida es el siguiente: el inconsciente en la psicosis esta ahí, presente. Los psicoanalistas lo admiten, con razón o sin ella, y nosotros admitimos con ellos que, en todo caso, es un punto de partida posible. El inconsciente está ahí, pero la cosa no funciona. En contra de lo que se pudo creer, que esté presente no implica por sí mismo resolución alguna, sino en cambio, una inercia muy especial. Por otra parte, el psicoanálisis no consiste en hacer consciente un pensamiento, ni menos paradójicas las defensas de un ego, a fin de obtener lo que imprudentemente se llama su reforzamiento. Este rechazo de las dos vías en que se comprometió el psicoanálisis, primero en estado naciente, y luego en su estado actual, desviado, es casi obvio en cuanto abordamos as psicosis.

Encontrarán en la revista anunciada de nuestra Sociedad, en su primer número sobre el lenguaje y la palabra, esta fórmula liminar: Si el psicoanálisis habita el lenguaje, no le es dable desconocerlo sin alterarse en su discurso. Este es todo el sentido de lo que enseño desde hace algunos años, y hasta ahí hemos llegado en lo tocante a la psicosis. La promoción, la valorización en la psicosis de los fenómenos de lenguaje es para nosotros la más fecunda de las enseñanzas.

1)
La cuestión del ego es de modo manifiesto primordial en las psicosis, ya que el ego, en su función de relación con el mundo exterior, esta en ellas puesto en jaque. No deja pues de ser paradójico que se le quiera dar el poder de manejar la relación con la realidad, de transformarla, con fines que se definen como de defensa.

La defensa, en la forma somera en que es aprehendida actualmente, estarla en el origen de la paranoia. El ego, que cobra cada vez mayor poder en la concepción moderna del análisis, teniendo, en efecto, el poder de hacer jugar el mundo exterior de diversos modos, haría, en el caso de la psicosis, surgir una señal en el mundo exterior, destinada a prevenirlo, en forma de alucinación. Volvemos a encontrar aquí la concepción arcaica del surgimiento de un impulso que el ego percibe como peligroso.

Quisiera recordarles el sentido de lo que digo sobre el ego, y retomarlo de otra manera.

Cualquiera sea el papel que conviene atribuirle en la economía psíquica, un ego nunca esta solo. Cuenta siempre con un extraño mellizo, el yo ideal, del que hable en mis seminarios de hace dos años. La fenomenología aparente de la psicosis indica que ese yo ideal habla. Es una fantasía, pero a diferencia de la fantasía, o del fantasma, que ponemos de manifiesto en los fenómenos de la neurosis, es una fantasía que habla, o más exactamente, es una fantasía hablada. Por eso mismo, ese personaje, que le hace eco a los pensamientos del sujeto, interviene, lo vigila, nombra a medida que se suceden la serie de sus acciones, las prescribe, no se explica de modo suficiente por la teoría de lo imaginario y del yo especular.

Intente la vez pasada mostrar que el yo, independientemente de nuestra opinión sobre su función—y yo no iría más allá de darle la de un discurso sobre la realidad—, entraña siempre como correlato un discurso que, en cambio, nada tiene que ver con la realidad. Con la impertinencia que, como todos saben, me carácteriza, lo designé como el discurso de la libertad, esencial al hombre moderno en tanto que estructurado por cierta concepción de su autonomía. Indiqué su carácter fundamentalmente parcial y de parcialidad, inexplicitable, parcelar, diferenciado y profundamente delirante. Partí de esta analogía general para indicar que es susceptible, en relación al yo, en el sujeto presa de la psicosis, de proliferar en delirio. No digo que sean lo mismo, digo que están en el mismo lugar.

No hay pues ego sin ese mellizo, digamos, preñado de delirio. Nuestro paciente que de vez en cuando nos ofrece imagenes preciosas, en algún momento dice ser un cadáver leproso que arrastra tras de sí a otro cadáver leproso. Bella imagen del yo, en efecto, porque en el yo hay algo fundamentalmente muerto, y siempre redoblado por ese mellizo que es el discurso. La pregunta que hacemos es la siguiente: ese doble que hace que el yo nunca sea más que la mitad del sujeto, ¿cómo es que se vuelve hablante? ¿Quién habla?

¿Acaso es el otro cuya función de reflejo expuse en la dialéctica del narcisismo, el otro de la parte imaginaria de la dialéctica del amo y el esclavo que fuimos a buscar en el transitivismo infantil, en el juego de prestancia donde se ejerce la integración del socius el otro que se concibe tan bien mediante la acción cautivante de la imagen total en el semejante? ¿Es realmente ese otro- reflejo, ese otro imaginario, ese otro que para nosotros es todo semejante en tanto nos da nuestra propia imagen, nos cautiva mediante la apariencia que la proyección de nuestra totalidad nos proporciona, es él quién habla?
Vale la pena formular esta pregunta. Se la resuelve implícitamente cada vez que se habla del mecanismo de proyección.

La proyección no siempre tiene el mismo sentido; en lo que a nosotros respecta, la limitamos a ese transitivismo imaginario que hace que el niño que le ha pegado a un semejante diga, sin mentir: El me pegó, porque, para el, es exactamente lo mismo. Esto define un orden de relación que es la relación imaginaria, que volvemos a encontrar incesantemente en toda clase de mecanismos. Hay, en este sentido, celos por proyección, que proyectan sobre el otro las tendencias del sujeto a la infidelidad, o las acusaciones de infidelidad que le corresponden.

Es el abc del asunto percatarse de que la proyección delirante nada tiene que ver con eso. Se puede, efectivamente decir que es también un mecanismo de proyección en el sentido de que algo aparece en el exterior cuyo principio está en el sujeto, pero no hay duda de que no es el mismo que acabo de presentarles con el transitivismo de la mala intención, del que los celos que podrían llamarse comunes, o normales, están mucho más cerca. Basta inclinarse sobre los fenómenos para verlo, y esto esta perfectamente diferenciado en los escritos del propio Freud sobre los celos. Los mecanismos en juego en la psicosis no se limitan al registro imaginario. ¿Donde buscarlos, ya que esquivan la carga libidinal? ¿Basta evocar la reinvestición de la libido en el cuerpo propio? Este mecanismo, generalmente considerado como carácterístico del narcisismo, es expresamente invocado por Freud mismo para explicar el fenómeno de la psicosis. En suma, para movilizar la relación delirante bastaría permitirle, como se dice con toda soltura, volver a ser objetal.

Desde cierto ángulo, esto recubre una parte de los fenómenos involucrados, pero no agota el problema. Todos saben, a condición de ser psiquiatras, que no hay modo alguno, en un paranoico bien constituido, de movilizar esa carga; mientras que en los esquizofrénicos, el desorden estrictamente psicopático va en principio mucho más allá que en el paranoico.

¿No será que en el orden de lo imaginario no hay forma de dar una significación precisa al termino de narcisimo? La alienación es constituyente en el orden imaginario. La alienación es lo imaginario en tanto tal. Nada puede esperarse de un abordaje de la psicosis en el plano imaginario, porque el mecanismo imaginario da la forma, pero no la dinámica, de la alienación psicótica.

Siempre arribamos a este punto, y si no carecemos de armas ante él, si no nos damos por vencidos, es precisamente porque en nuestra exploración de la técnica analítica, seguida por la del más allá del principio del placer con la definición estructural del ego que implica, encontramos la noción de que más allá del pequeño otro imaginario, debemos admitir la existencia de otro Otro.

No nos satisface tan sólo porque le otorgamos una mayúscula, sino porque lo situamos como el correlato necesario de la palabra.

2)
Por sí solas estas premisas cuestionan la teoría de la cura analítica que, cada vez con mayor insistencia, la reduce a una relación de a dos. A partir de entonces, está capturada en la relación del yo del sujeto con el yo ideal, del yo al otro, un otro cuya calidad puede sin duda variar, pero que siempre será, la experiencia lo prueba, el sólo y único otro de la relación imaginaria.

En cuanto a la pretendida relación de objeto que se trata de restituir, se lleva al sujeto a una curiosa experiencia de lo que podría llamarse el basamento kleiniano de lo imaginario, a saber el complejo oral. Obviamente, en un sujeto que por sí mismo no esta inclinado a la alienación, esto sólo podría sostenerse en base a un malentendido, constituido por una especie de incorporación o devoración imaginaria, que sólo puede ser, dado que la relación analítica es una relación de palabra, una incorporación del discurso del analista. En esta Concepción desviada, el análisis sólo puede ser la incorporación del discurso sugerido, incluso supuesto del analista, o sea todo lo contrario del análisis.

Los pongo al tanto diciendo les mi tesis. La voy a decir tomándola por el lado inadecuado, vale decir, situándola en ese plano genético que parece ser indispensable para que se sientan cómodos. Les diré luego que no es así, pero en fin, digamos primero que si fuese así, sería como les voy a decir.

Se trata de una tesis que concierne a toda la economía psíquica. Es importante para la comprensión de los debates confusos que se desarrollan en torno a la fantasmática kleiniana, para refutar algunas objeciones que se le hacen, para situar mejor lo que puede aportar de verdadero o fecundo a la comprensión de la precocidad de las represiones que implica. En efecto, contrariamente a lo que dice Freud, que no hay represión propiamente dicha antes del declinar del complejo de Edipo, la teoría kleiniana supone en cambio que la represión existe desde las primeras etapas pre-edípicas.

Mi tesis puede aclarar asimismo una contradicción que parece insoluble en Freud mismo a propósito del autoerotismo. Por un lado, habla del objeto primitivo de la primera relación niño- madre. Por otro, formula la noción del autoerotismo primordial; vale decir de una etapa, por corta que la supongamos, donde no hay mundo exterior para el niño.

El asunto atañe el acceso primordial del ser humano a su realidad en tanto suponemos que hay una realidad que le es correlativa: suposición implícita en todo esbozo de este tema, pero que también sabemos será necesario abandonar en algún momento porque no habría preguntas acerca de esta realidad si precisamente ella no estuviese perpetuamente en tela de juicio. ¿Hay algo en el hombre que tenga ese carácter envolvente y coaptado a la vez que hace que inventemos para el animal la noción de Umwelt?

De paso que esta hipótesis nos sirve para el animal en la medida en que el animal es para nosotros un objeto, y en tanto, en efecto, existen condiciones rigurosamente indispensables para su existencia. Nos gusta investigar como funciona para estar siempre de acuerdo con sus condiciones primordiales, y llamamos a este acuerdo instinto, comportamiento o ciclo instintivo: si hay cosas que no están ahí dentro hay que pensar que no las vemos, y si no las vemos nos quedamos tranquilos y, en efecto, ¿por qué no?

En lo que hace al hombre, es evidente que esto no basta. El carácter abierto y proliferante de su mundo no permite hacer de él su correlato biológico. Ahí es donde intento distinguir, porque me parece coherente y práctico, los tres órdenes de lo simbólico, lo imaginario y lo real. Todo indica que todo lo que muestra la experiencia analítica puede ubicarse satisfactoriamente en estos tres órdenes de relaciones, siendo el asunto saber en qué momento se establece cada una de estas relaciones.

Mi tesis, que quizá dará a algunos la solución del enigma que parece haber constituido para ellos mi golpe de efecto de la vez pasada sobre la paz del atardecer, es la siguiente: la realidad está marcada de entrada por el anonadamiento simbólico. Aunque todo nuestro trabajo del año pasado la prepara, voy de todos modos a ilustrarla una vez más, aunque más no sea para alcanzar esa paz del atardecer acogida de modo tan variado.

No es una excursión que, como dice Platón, sea discordante y peque contra el tono analítico. No creo para nada innovar. Si leen el texto de Freud sobre el presidente Schreber, verán que aborda como argumento clínico para la comprensión del susodicho Presidente, la función que jugó en otro de sus pacientes la prosopopeya de Nietzsche en su Zaratustra, que se llama Antes del amanecer. Pueden remitirse a ese punto—precisamente para no leerlo hice yo mismo cierta invocación de la paz del atardecer—verán ahí representado lo mismo que quería hacerles ver hace una semana, y que voy a proponerles de nuevo ahora, hablando del día.

El día es un ser diferente de todos los objetos que contiene y manifiesta, tiene incluso probablemente más peso y presencia que cualquiera de ellos, y es imposible pensarlo, aún en la experiencia humana más primitiva, como el simple retorno de una experiencia.

Basta evocar la prevalencia en los primeros meses de la vida humana de un ritmo del sueño, para tener todos las razones para pensar que no es una aprehensión empírica lo que hace que en algún momento—ilustro así los primeros anonadamientos simbólicos— el ser humano se desprenda del día. El ser humano no esta sumergido sencillamente, como todo hace pensar que lo está el animal, en un fenómeno como la alternancia del día y la noche. El ser humano postula el día en cuanto tal, y así el día adviene a la presencia del día, sobre un fondo que no es un fondo de noche concreta, sino de ausencia posible del día, donde la noche se aloja, e inversamente por cierto. El día y la noche son muy tempranamente códigos significantes, y no experiencias. Son connotaciones, y el día empírico y concreto sólo surge allí como correlato imaginario, desde el origen, muy tempranamente.

Esta es mi suposición, y a partir del momento en que hablo desde el punto de vista genético, no tengo por que justificarla en la experiencia. Es estructuralmente necesario postular una etapa primitiva en la cual aparecen en el mundo significantes en cuanto tales.

Como este nivel los deja con cierto desasosiego, les propongo las cosas de manera dogmatice, cosa que detesto, saben que mi manera es dialéctica.

Antes de que el niño aprenda a articular el lenguaje, debemos suponer que hay significantes que aparecen, que ya son del orden simbólico. Cuando hablo de una aparición primitiva del significante, esto ya implica el lenguaje. Equivale sencillamente a esa aparición de un ser que no esta en ningún lado, el día. El día en tanto que día no es un fenómeno, el día en tanto que día implica la connotación simbólica, la alternancia fundamental de la vocal que connota la presencia y la ausencia, sobre la que Freud hace girar toda su noción de más allá del principio del placer.

Apunto exactamente, ahora en mi discurso, a este campo de articulación simbólica, y allí es donde se produce la Verwerfung.

Me regocija que algunos de ustedes se atormenten respecto al tema de esta Verwerfung. Después de todo Freud no habla de ella muy a menudo, y fui a pescarla en los dos o tres rincones donde muestra la punta de la oreja, e incluso a veces allí donde no la muestra, pero donde la comprensión del texto exige suponerla.

A propósito de la Verwerfung, Freud dice que el sujeto no quería saber nada de la castración, ni siquiera en el sentido de la represión. En efecto, en el sentido de la represión, todavía sabe uno algo sobre eso mismo sobre lo que nada quiere, de cierta manera, saber, y todo el análisis consiste en mostrar que uno lo sabe muy bien. Si hay cosas sobre las que el paciente nada quiere saber, incluso en el sentido de la represión, esto supone otro mecanismo. Y como la palabra Verwerfung aparece en conexión directa con esta frase y también algunas páginas antes, echo mano de ella. No me importa especialmente el termino, me importa lo que quiere decir, y creo que Freud quiso decir eso.

Se me objeta, del modo más pertinente, debo decirlo, que cuanto más se acerca uno al texto, menos llegamos a comprenderlo. Precisamente por eso, hay que hacer vivir un texto con lo que le sigue y con lo que le precede. Siempre hay que comprender un texto con lo que le sigue.

Quienes me hacen más objeciones me proponen por otra parte ir a buscar en tal o cual otro texto de Freud algo que no sería la Verwerfung sino por ejemplo, la Verleugnung: es curioso observar cómo prolifera ese ver en Freud. Nunca di una clase puramente semántica sobre el vocabulario de Freud, pero les aseguro que podría dar de inmediato una buena docena. Comenzaría hablando de las connotaciones bancarias de todos esos términos, la conversión, la transferencia, etc., lo cual llevaría lejos, incluso hasta las implicaciones primeras de ese enfoque directo que tuvo Freud de los fenómenos de la neurosis. Pero no podemos eternizarnos en estos modos de abordaje. Ténganme un poco de confianza en lo tocante a este trabajo de los sentidos. Si elijo la Verwerfung para hacerme comprender, es el fruto de una maduración, mi trabajo me condujo a ello. Reciban, al menos por un tiempo, mi miel tal como se las ofrezco, e intenten hacer algo con ella.

Esta Verwerfung está implícita en el texto de la Verneinung, que comentó aquí hace dos años Jean Hyppolite, y por eso elegí publicar su intervención en el primer numero de la revista La Psychanalyse. Allí podrán ver, texto en mano, si Hyppolite y yo teníamos o no razón, en tomar el camino de la Verneinung.

El texto de Freud, sin duda alguna deslumbrante, está lejos de ser satisfactorio. Confunde todo, eso nada tiene que ver con una Verdrängung.

¿De que se trata cuando hablo de Verwerfung?. Se trata del rechazo, de la expulsión, de un significante primordial a las tinieblas exteriores, significante que a partir de entonces faltará en ese nivel. Este es el mecanismo fundamental que supongo está en la base de la paranoia. Se trata de un proceso primordial de exclusión de un interior primitivo, que no es el interior del cuerpo, sino el interior de un primer cuerpo de significante.

Freud supone que es en el interior de ese cuerpo primordial donde se constituye el mundo de la realidad, como ya puntuado, ya estructurado en términos de significantes. Freud describe entonces todo el juego de comparación de la representación con esos objetos ya constituidos. La primera aprehensión de la realidad por el sujeto es el juicio de existencia, que consiste en decir: esto no es mi sueño o mi alucinación o mi representación, sino un objeto.

Se trata—es Freud quien habla aquí, no yo—de una puesta a prueba del exterior por el interior, de la constitución de la realidad del sujeto en un nuevo hallazgo del objeto. El objeto es vuelto a encontrar en una búsqueda, y por cierto nunca se vuelve a encontrar el mismo objeto. Esta constitución de la realidad, tan esencial para la explicación de los mecanismos de repetición, se inscribe en base a una primera  bipartición que curiosamente recubre ciertos mitos primitivos, que evocan algo esencialmente tambaleante introducido en el acceso del sujeto a la realidad humana. Esto es supuesto por esa singular anterioridad que Freud da en la Verneinung a lo que explica analógicamente como juicio de atribución, en comparación con un juicio de existencia. Hay en la dialéctica de Freud una primera división de lo bueno y lo malo que sólo puede concebirse si la interpretamos como el rechazo de un significante primordial.

¿Qué quiere decir significante primordial? Esta claro que, con toda exactitud, no quiere decir nada.

Lo que explico tiene todos los carácteres del mito que me sentía dispuesto a deslizar en esta oportunidad, y que Marcel Griaule relato el año pasado: la división en cuatro de la placenta primitiva introduce un desequilibrio del que se desprende el ciclo que involucrara la división de los campos, los vínculos de parentesco; etcétera. También les cuento un mito, porque no creo en modo alguno que haya en alguna parte un momento, una etapa, en la que el sujeto adquiere primero el significante primitivo, introduciéndose luego el juego de las significaciónes y después, habiéndose tomado de la mano significante y significado, entramos en el dominio del discurso

Hay allí empero una representación tan necesaria, que la comunico con toda tranquilidad, para satisfacer vuestras exigencias, pero también porque Freud mismo avanza en esa dirección, hay que ver como.

3)
En la carta número 52 a Fliess, Freud retoma el circuito del aparato psíquico.

Conocen, espero, las cartas a Fliess, que algunas manos testamentarias o testimoniales nos han comunicado con una serie de cortes y expurgaciones que el lector, cualquiera sea su justificación, no puede dejar de vivenciar como escandalosos. Nada puede justificar que un texto sea cortado en el punto en que un complemento, por más caduco o débil que se lo considere, esclarecería el pensamiento de Freud.

El aparato psíquico que ocupa a Freud no es el aparato psíquico tal como lo concibe un profesor tras una mesa y ante una pizarra, quien modestamente da un modelo que, después de todo, parece funcionar—si funciona bien o mal, poco importa—; lo importante es haber dicho algo que someramente parezca asemejarse a lo que se llama realidad. Para Freud se trata del aparato psíquico de sus enfermos, no del Individuo ideal, y esto introduce esa fecundidad verdaderamente fulgurante que se ve, más que en cualquier otro lado, en esa famosa carta 52. No busca explicar cualquier estado psíquico, sino aquello de lo que partió, que es lo único accesible y que resulta fecundo en la experiencia de la cura: los fenómenos de memoria. El esquema del aparato psíquico en Freud esta hecho para explicar fenómenos de memoria, es decir, lo que anda mal.

No hay que creer que las teorías generales de la memoria que se han elaborado son particularmente satisfactorias. Ser psicoanalistas no los dispensa de la lectura de los trabajos de los psicólogos, algunos han hecho cosas sensatas, y han encontrado, en ciertas experiencias validas, discordancias singulares: verán su embarazo, los subterfugios que inventan para tratar de explicar el fenómeno de la reminiscencia. La experiencia freudiana muestra empero que la memoria que interesa al psicoanálisis es absolutamente distinta de aquella de la que hablan los psicólogos cuando nos muestran su mecanismo en seres animados sumidos en la existencia.

Voy a ilustrar lo que quiero decir.

El pulpo. Uno de los más bellos animales que existen Desempeño un papel fundamental en las civilizaciones mediterráneas. Hoy en día, pescan, lo colocan en un tarro con electrodos adentro, y luego observan. El pulpo avanza sus miembros, y luego los retira, de manera fulgurante. Vemos que, muy pronto, desconfía de nuestros electrodos. Entonces, lo disecamos, y descubrimos en lo que le sirve de cerebro un nervio considerable, no sólo por su aspecto, sino considerable por el diámetro de sus neuronas tal como podemos apreciarlas en el microscopio. Ese nervio le sirve de memoria, es decir, que si lo cortamos en el pulpo vivo, pues bien, la aprehensión de la experiencia no funcionará bien, provocamos una alteración de los registros de la memoria, razón por la cual pensamos que es sede de su memoria. Hoy en día se nos ocurre que la memoria del pulpo funciona tal vez como una maquinita, a saber, que es algo que gira en redondo.

Esto que les digo no es tanto para distinguir al hombre del animal, porque yo enseño que en el hombre también la memoria es algo que da vueltas. Sólo que está constituida por mensajes, es una sucesión de pequeños signos más y menos, que se ordenan uno tras otro, y giran, como en la plaza de la Opera las lucecitas electrices que se encienden y se apagan.

La memoria humana es así. El proceso primario, el principio del placer sólo quieren decir que la memoria psicoanalítica de la que habla Freud es, a diferencia de la del pulpo, algo completamente inaccesible a la experiencia. ¿Que otra cosa querría sino decir que los deseos jamás se apagan en el inconsciente, porque de los que se apagan por definición no se habla más? Algunos jamás se apagan, continúan circulando en la memoria, y hacen que, en nombre del principio del placer, el ser humano recomiende indefinidamente las mismas experiencias dolorosas, en aquellos casos en que las cosas se conectaron de manera tal en la memoria que persisten en el inconsciente. Lo que acabo de decir no es más que la simple articulación de lo que en principio ya saben, pero que por supuesto, saben cual si no lo supiesen. No sólo intento que lo sepan, sino que incluso reconozcan que lo saben.

La memoria freudiana no se sitúa en una suerte de continuo de reacciónes a la realidad considerada como fuente de excitaciones. Es llamativo que nos sea tan difícil cuando Freud no habla más que de eso: desorden, restricción, registro, no se trata simplemente del vocabulario de esta carta, sino que es precisamente lo que esta en juego. Lo que hay de esencialmente nuevo en mi teoría, dice Freud, es la afirmación de que la memoria no es simple, que está registrada de diversas maneras.

¿Qué son entonces estos diversos registros? En este punto sobre todo la carta trae agua a mi molino, y lo lamento, porque de inmediato todos se precipitarán sobre ella, y me dirán: Si, así es en esa carta, pero no es así en la carta de al lado. Es así en todas las cartas. Es el alma del desarrollo del pensamiento freudiano. Si no, multitud de cosas serían inexplicables. Se habría vuelto junguiano, por ejemplo.

Entonces, ¿qué son estos registros? Verán aparecer algo que hasta ahora nunca han visto, porque por el momento existen para ustedes el inconsciente, el preconsciente y el consciente. Desde hace mucho se sabe que el fenómeno de la conciencia y el fenómeno de la memoria se excluyen, Freud lo formuló no sólo en esta carta, sino también en el sistema del proceso del aparato psíquico que da al final de la Ciencia de los sueños. Para él es una verdad que en absoluto puede llamarse experimental, es una necesidad que se le impone a partir del manejo de la totalidad del sistema, y se siente a la vez que éste es un primer a priori significante de su pensamiento.

Al comienzo del circuito de la aprehensión psíquica esta la percepción. Esta percepción implica la conciencia. Debe ser algo semejante a lo que muestra en su famosa metáfora del bloc mágico.

Ese bloc mágico esta hecho de una especie de sustancia de tipo pizarra sobre la que hay una laminilla de papel transparente. Escriben sobre la laminilla de papel y, cuando la levantan, ya no queda nada, siempre permanece virgen. En cambio, todo lo escrito encima aparece superpuesto en la sustancia ligeramente adherente, que permitió la inscripción de lo que escriben por el hecho de que la punta del lápiz adhiere el papel a ese fondo que aparece momentáneamente ennegreciéndolo un poco. Como saben, ésta es la metáfora funcional mediante la que Freud explica cómo concibe el mecanismo del juego de la percepción en sus relaciones con la memoria.

¿Qué memoria? La memoria que le interesa. En esa memoria hay dos zonas, la del inconsciente y la del preconsciente, y después del preconsciente se ve surgir una conciencia acabada que no puede ser sino articulada.

Las necesidades de su propia concepción de las cosas se manifiestan en que entre la Verneinung, esencialmente fugitiva, desaparecida en cuanto aparecida, y la constitución del sistema de la conciencia, e incluso ya del ego—lo llama ego oficial, y oficial en alemán quiere decir exactamente lo mismo que oficial en francés, ni siquiera está traducido en el dicciónario—están las Niederschrift, hay tres. Tenemos ahí el testimonio de la elaboración por Freud de una primera aprehensión de lo que puede ser la memoria en su funcionamiento analítico.

Freud establece aquí referencias cronológicas, hay sistemas que se constituyen, por ejemplo, entre cero y año y medio, luego entre año y medio y cuatro, etcétera. Pero pese a que dice esto, no tenemos por qué pensar más que hace un rato que estos registros se constituyen sucesivamente.

¿Por qué los distingue y cómo se nos presentan? Se presentan en el sistema de defensa, que consiste en que no reaparecen en un registro de cosas que no nos gustan. Estamos, por tanto, en el ámbito de la economía oficial, donde no recordamos las cosas que no nos gustan. Uno no recuerda las cosas que no le agradan. Es perfectamente normal. Llamémoslo defensa, no por ello es algo patológico. Incluso es lo que hay que hacer: olvidemos las cosas que nos desagradan, es sumamente provechoso. Una noción de defensa que no parte de este punto falsea todo el problema. Lo que da a la defensa su carácter patológico es que, en torno a la famosa regresión afectiva, se produce la regresión tópica. Cuando una defensa patológica se produce de manera incontrolada, provoca entonces repercusiones injustificables, porque lo que vale para un sistema no vale para el otro. El desorden se origina en esta confusión de mecanismos, y en base a esto hablamos de defensa patológica.

Para entender bien esto, partiremos del fenómeno que mejor se conoce, del que Freud siempre partió, el que explica la existencia del sistema Unbewnsstsein.

El mecanismo de la regresión tópica es aquí totalmente claro a nivel del discurso logrado que es el del ego oficial. Encontramos en él una superposición de acuerdos y de coherencias entre el discurso, el significante, y el significado, que provoca las intenciones, los gemidos, la oscuridad, la confusión en que vivimos, y gracias a lo cual siempre tenemos, cuando exponemos algo, ese sentimiento de discordancia, de nunca alcanzar exactamente lo que queríamos decir. La realidad del discurso es esta. Sabemos de todos modos que para los usos más cotidianos, el significado cuaja de manera satisfactoria en nuestro discurso. Cuando queremos esmerarnos, apuntar a la verdad, estamos en pleno desasosiego, y con razón. A ello se debe, por cierto, que en la mayoría de los casos abandonemos la partida.

Entre la significación y el significante hay realmente una relación proporcionada por la estructura del discurso. El discurso, o sea lo que entienden cuando me escuchan, y que existe—prueba de ello es que puede suceder que lo comprendan—es una cadena temporal significante. Pero a nivel de la neurosis, que permitió descubrir el ámbito del inconsciente freudiano en tanto que registro de memoria, el fulano, en lugar de servirse de las palabras, se sirve de todo lo que esta a su alcance, vacía sus bolsillos, da vuelta su pantalón, le mete sus funciones, sus inhibiciones, se mete entero adentro, se cubre la espalda con el significante, se convierte él en el significante. Su real, o su imaginario, entra en el discurso. Si las neurosis no son esto, si esto no fue lo que Freud enseño, yo renuncio.

En el campo problemático de los fenómenos de la Verneinung, se producen fenómenos que deben provenir de una caída de nivel, del paso de un registro al otro, y que curiosamente se manifiestan con el carácter de lo negado y de lo no reconocido: es postulado como no existente. Esta es una propiedad primerísima del lenguaje, porque el símbolo es en cuanto tal connotación de la presencia y la ausencia.

Esto no agota el problema de la función de la negación en el seno del lenguaje. Hay una ilusión de privación que nace del uso común de la negación. Además, todas las lenguas entrañan toda una gama de negaciones, cada una de las cuales merecerla ser estudiada: la negación en francés, la negación en chino, etcétera.

Esto es lo importante. Lo que parece ser una simplificación en el discurso entraña una dinámica, que, sin embargo, nos escapa, es secreta. Es ilusorio creer que una Verneinung se comprueba sencillamente con el acento que le da el sujeto al decir a propósito de un sueño No es mi padre, todos conocen el valor de una vara, el sujeto acusa el golpe de la interpretación, y termina diciendo que es su padre, y como estamos contentos, no vamos más lejos. El sujeto dice: No tengo ganas de decirle algo desagradable. Se trata allí de algo completamente distinto. Lo dice gentilmente pero por una dinámica cuya inmediatez es sensible, está diciendo efectivamente algo desagradable. Como lo experimentamos despertamos al misterio que puede representar esta ilusión de privación. Piensen en lo que Kant llamó una magnitud negativa, en su función, no sólo de privación, sino de sustracción, en su verdadera posibilidad.

El problema de la Verneinung permanece íntegramente irresuelto. Lo importante es percatarse de que Freud sólo pudo concebirla relaciónándola con algo más primitivo. Admite formalmente en la carta 52 que la Verneinung primordial conlleva una primera puesta en signos, Wahrnehmungzeichen. Admite la existencia de ese campo que llamo del significante primordial. Todo lo que dice a continuación en esa carta sobre la dinámica de las tres grandes neuropsicosis a las que se dedica, histeria, neurosis obsesiva, paranoia, supone la existencia de ese estadio primordial que es el lugar elegido de lo que llamo para ustedes Verwerfung.

Para comprenderlo, remítanse a lo que señala constantemente Freud, a saber que hay que suponer siempre una organización anterior, o al menos parcial, del lenguaje, para que la memoria y la historización puedan funcionar. Los fenómenos de memoria en los que Freud se interesa son siempre fenómenos de lenguaje. En otros términos, para hacer significar cualquier cosa hay que tener ya el material significante. En el Hombre de los lobos, la impresión primitiva de la famosa escena primordial quedó allí durante años, sin servir para nada, ya significante empero, antes de poder decir su palabra en la historia del sujeto. El significante entonces esta dado primitivamente, pero hasta tanto el sujeto no lo hace entrar en su historia no es nada; adquiere su importancia entre el año y medio y los cuatro años y medio. El deseo sexual es, en efecto, lo que sirve al hombre para historizarse, en tanto que es a este nivel donde por primera vez se introduce la ley.

Ven ahora el conjunto la economía de lo que introduce Freud con el simple esquema de esta cartita. Mil otros textos lo confirman. Uno de ustedes, al que alabé por contradecir lo que aquí se elabora, me hacía notar que el final del texto del Fetichismo se relacióna muy estrechamente con lo que les explico. Freud introduce allí una revisión esencial de la distinción que realizo entre neurosis y psicosis, diciendo que, en las psicosis, la realidad es reordenada, una parte de la realidad es suprimida, y nunca es verdaderamente escotomizada. Se refiere, a fin de cuentas, lo verán por el contexto, a un agujero de lo simbólico, aún cuando en el texto alemán el termino empleado es realidad.

¿No vieron cuál era el fenómeno primordial cuando presento casos concretos, personas que comienzan a nadar en la psicosis? Mostré una que creía haber recibido una indirecta de un personaje que se había vuelto el amigo y el punto de ligazón esencial de su existencia. Este personaje se retira, y el sujeto queda en una perplejidad que se vincula con un correlato de certeza, por el que se anuncia el abordaje del campo prohibido cuyo acercamiento constituye por sí mismo la entrada en la psicosis.

¿Cómo se entra en ella? ¿Cómo es llevado el sujeto, no a alienarse en el otro con minúscula, sino a volverse ese algo que, desde el interior del campo donde nada puede decirse, llama a todo lo demás al campo de todo lo que puede decirse? ¿No evoca esto lo que vemos manifestarse en el caso del presidente Schreber?: a saber, esos fenómenos de franja a nivel de la realidad, realidad que se ha vuelto significativa para el sujeto.

Su delirio, los psicóticos lo aman como se aman a sí mismos. Al decir esto, Freud, quien no ha escrito aún su articulo sobre el narcisismo, agrega que ahí yace el misterio en cuestión. Es verdad. ¿Cuál es la relación del sujeto con el significante que distingue los fenómenos mismos de la psicosis? ¿Qué hace que el sujeto se vuelque por entero en esta problemática?

Estas son las preguntas que nos formulamos este año, y espero hacerlas avanzar para ustedes antes de las vacaciones.