Seminario 5: Clase 19, del 16 de Abril de 1958

Querría llevarlos a alguna aprehensión primitiva concerniente al objeto de nuestra experiencia, es decir el inconsciente. Mi grafo está en suma para mostrarles que el inconsciente nos abre vías y posibilidades, pero también no dejarles olvidar aquello que este descubrimiento, representa en cuanto a los límites de nuestro poder. En otros términos, mostrarles en qué perspectiva, en qué dirección se deja entrever la posibilidad de una normativización se enfrenta a las contradicciónes, a las antinomias internas, de toda normativización en la condición humana. El nos permite aún, profundizar la naturaleza de estos límites.

Uno no puede dejar de sorprenderse que uno de los últimos artículos de Freud, aquel que se ha traducido impropiamente por «Análisis terminable e interminable», en realidad concierne a lo finito o lo infinito. Se trata del análisis en tanto que finaliza o en tanto que debe ser situado en una especie de alcance infinito. Es de esto que se trata, y la proyección al infinito de su fin, Freud lo designa de la manera más clara, enteramente a nivel de la experiencia concreta, como dice a saber lo que hay de irreductible, a fin de cuentas para el hombre en el complejo de castración, en la mujer en la envidia del pene, es decir por una cierta relación fundamental con el falo.

¿Sobre qué ha puesto el acento, en el punto de partida, el análisis, el descubrimiento freudiano? Sobre el deseo. Lo que Freud esencialmente descubre, lo que Freud ha aprendido de los síntomas, cualesquiera que sean, trátense de síntomas patológicos, o de lo que ha interpretado, en lo que representaba hasta ahí, de más o menos irreductible en la vida normal, a saber el sueño, por ejemplo, es siempre esencialmente un deseo.

Mucho más aún, en el sueño por ejemplo, no nos habla simplemente de deseo, sino de cumplimiento de deseo, y esto no debe dejar de asombrarnos, a saber, que es precisamente en el sueño que habla de satisfacción de deseo. Indica, por otra parte, que en el síntoma mismo, hay algo que se asemeja a esta satisfacción, pero esta satisfacción, creo que ya es remarcar demasiado su carácter problemático, puesto que es también una satisfacción al revés.

Por lo tanto, desde el comienzo, aparece en la experiencia que el deseo está ligado a algo que es su apariencia, y para decir el término: su máscara. Que el lazo estrecho tiene el deseo, tal como se nos presenta en nuestra experiencia analítica, con algo que lo reviste de manera problemática, es algo que por lo menos solicita de nosotros que nos detengamos ahí como siendo un problema esencial.

He subrayado en muchas oportunidades estas últimas veces, la manera en la que el deseo aparece en la conciencia, se manifiesta bajo una forma paradojal en la experiencia analítica, o más exactamente, cómo la experiencia analítica ha promovido ese carácter inherente al deseo, en tanto que deseo perverso, que es la de ser una especie de deseo en segundo grado, de goce del deseo en tanto deseo.

De manera general, en conjunto todo lo que el análisis nos permite percibir de la función del deseo, no es él quien la descubre, sino que nos muestra hasta qué grado de profundidad es vislumbrado el hecho que el deseo humano no está implicado de manera directa en una relación pura y simple con el objeto que lo satisface, sino que está ligado a una posición que toma el sujeto en presencia de este objeto, a una posición que toma el sujeto por fuera de su relación con el objeto, que hace que nunca nada se agote pura y simplemente en esta relación con el objeto.

Por otra parte, el análisis es muy apropiado para recordar esto que es muy conocido, a saber, el carácter de alguna manera vagabundo, huidizo, inaprehensible, que se escapa precisamente a la síntesis del yo, que tiene el deseo, dejando a ésta síntesis del yo la de ser en todo momento, en cierta forma, afirmación de síntesis ilusoria. Recuerdo que es siempre yo quien desea y que en el yo no puedo captarme sino en la universidad de sus deseos.

A través de esta diversidad fenomenológica, si se puede decir, a través de esta contradicción, de esta anomalía, esta aporía del deseo, es cierto por otra parte que se manifiesta otra relación más profunda, una relación del sujeto a la vida, una relación del sujeto con los instintos, y por haberse situado el análisis, también en esta vía es que pudimos hacer progresos en la situación del sujeto con la relación a su posición de ser viviente. Pero justamente el análisis nos enseña, nos hace experimentar a través de qué trastornos en la realización de los fines, de los fines de la vida, y tal vez también lo que está más allá de la vida, no sé qué teleología de los primeros fines vitales, lo que Freud ha postulado como más allá del principio del placer, a saber, los fines últimos a los cuales apuntaría la vida, que es el retorno de la muerte. Todo eso, este análisis nos ha permitido, yo nos digo definirlo, sino entreverlo. Es en la medida en que él nos ha permitido también seguir en sus recorridos el cumplimiento de esos deseos.

Este deseo humano en sus relaciones profundas, internas con el deseo del Otro, ha sido entrevisto desde siempre, y no es necesario sino remitirse al primer capítulo de la Fenomenología del Espíritu de Hegel, para volver a encontrar las vías en las cuales desde el comienzo una reflexión más profunda podría remitirnos encarar esta investigación.

La novedad que aporta Freud, esta originalidad, el fenómenos nuevo que nos permite arrojar una luz tan esencial sobre la naturaleza del deseo, en la medida que, contrariamente a la vía que sigue Hegel en su primer abordaje del deseo, que por supuesto está lejos de ser una vía exclusivamente deductiva, como además se cree, sino que es una captura del deseo por el intermediario de las relaciones de la conciencia de sí con la constitución de la conciencia de sí en el Otro, y la interrogación, la pregunta que se plantea: ¿cómo puede introducirse por este intermediario la dialéctica de la vida misma? Lo que seguramente en Hegel no puede traducirse sino por una suerte de salto que él en esta ocasión denomina síntesis. La experiencia freudiana nos muestra otro camino, y muy curiosamente, muy llamativamente también, por la vía en la cual se presenta el deseo, como estando muy profundamente ligado a esta relación al otro como tal, y presentándose, sin embargo como un deseo inconsciente.

Es en esto que conviene reubicarse en el nivel de lo que ha sido en la experiencia de Freud mismo, este abordaje del deseo inconsciente.

Seguramente, es algo que hace falta que nos imaginemos, los primeros tiempos en los cuales Freud ha encontrado esta experiencia. Es necesario que nos imaginemos en su carácter de sorprendente novedad, no diría de intuición, sino mucho más de adivinación de algo que ya se representa en una experiencia humana, aquella de Freud, como algo que se presenta como la aprehensión de algo que está más allá de una máscara.

Ahora que el psicoanálisis está constituído, que está desarrollado en un discurso tan amplio y tan movedizo, podemos representarnos pero nos lo representamos muy mal, lo que era el alcance de aquello que aportaba Freud cuando él comenzaba a leer en los síntomas de sus pacientes, en sus propios sueños, y cuando comenzaba a aportarnos esta noción del deseo inconsciente, es lo que nos falta para medir en su justo valor lo que se presenta en Freud como interpretaciones. Quedamos siempre muy asombrados por el carácter que nos parece muy a menudo, respecto de lo que nosotros mismos nos permitimos de interpretaciones, y diría respecto de lo que nosotros podemos, y no podemos más permitirle como el carácter extraordinariamente intervencionista de las interpretaciones de Freud. Se puede también agregar, hasta un cierto punto como el carácter lateral de sus interpretaciones. ¿No les hice observar mil veces a propósito del caso de Dora, por ejemplo, a propósito de su intervención o de sus intervenciones en el análisis de una homosexual de la que hemos hablado aquí ampliamente, de qué manera las interpretaciones de Freud, y Freud mismo lo reconoce, estaban ligadas justamente a su incompleto conocimiento de la psicología, por ejemplo de los homosexuales en general? Hasta qué punto esta interpretación lateral, hasta qué punto esta interpretación ligada a un insuficiente conocimiento que Freud tenía en ese momento de la psicología, especialmente de los homosexuales, pero también de los histéricos, es algo que hace que para nosotros, las interpretaciones de Freud, en más de un caso, se presentan con un carácter a la vez muy directivo y casi forzado, con un carácter precipitado que da en efecto a este término de interpretación lateral, su pleno alcance.

Sin embargo es cierto que esas interpretaciones en ese momento, eran lo que seguramente se presentaba como la interpretación que correspondía, hasta un cierto punto, la interpretación eficaz para la resolución del síntoma ¿qué decir?

Esto evidentemente nos plantea un problema del que es necesario para comenzar a despejar el terreno, imaginarnos que cuando Freud hacía interpretaciones de ese orden, se hallaba en una situación totalmente diferente de la situación actual. Hay que darse cuenta que todo lo que en una interpretación veredicto, que sale de la boca del analista en tanto que hay interpretación propiamente dicha, ese veredicto, lo que se ha dicho y propuesto, dado por verdadero, toma en tal ocasión su valor de lo que no se ha dicho.

Quiero decir ¿sobre qué fondo de no dicho se propone la interpretación?

En el tiempo que Freud hacía sus interpretaciones a Dora, cuando le decía por ejemplo que ella amaba a Sr. K… que somos todos, indicaba sin ambagues que era con él que normalmente debería rehacer su vida. Había ahí algo que nos sorprende, tanto más cuanto que no podía ser, por las mejores razones: que a fin de cuentas, Dora no quería saber absolutamente nada de eso.

Sin embargo, una interpretación de este orden, en el momento en que Freud la hizo, se presenta sobre el fondo de algo que por parte del sujeto, de la paciente, de Dora, no implica ninguna presunción que Freud esté ahí para rectificar, si se puede decir, su aprehensión del mundo, para hacer que algo en ella sea llevado a la madurez de su relación de objeto.

Nada aún había alcanzado a lo que podría denominarse en tal oportunidad, una especie de ambientación cultural, de algo que hace que el sujeto espere de boca del analista otra cosa, que en verdad Dora no sabe lo que espera, ella es conducida de la mano y Freud le dice: hable, y nada más se vislumbre en el horizonte, de una experiencia así dirigida, si no es implícitamente por el sólo hecho que se le propone hablar, que en efecto debe haber algo ahí que está en juego, que es del orden de la verdad. La situación está lejos de ser semejante para nosotros, donde el sujeto viene si puede decirse, al análisis ya con la noción que la madurez de la personalidad, de los instintos, de la relación de objeto, es algo que ya está normativizado, organizado, del que el analista representa en cierta forma la medida. El es el que detenta las vías y los secretos de algo que del inicio se presenta como una red de relaciones, aunque no conocidas todas por el sujeto, al menos cuyos grandes líneamientos le llegan, al menos en esta noción que él tiene de los grandes líneamientos, que en un progreso debe ser realizado, que las detenciones en su desarrollo son algo concebible. Brevemente, todo un fondo, toda una aplicación concerniente a la normativización de su persona, de sus instintos —metan ahí todo lo que se les ocurra— implica que cuando el analista interviene, interviene en posición, digamos, de juicio, de sanción. Hay una palabra más precisa aún, que indicaremos más adelante. Seguramente esto da un alcance distinto a su interpretación, pero para comprender bien de qué se trata, cuando les hablo del deseo inconsciente del descubrimiento freudiano, es necesario volver a esos tiempos de frescura, donde nada estaba implicado en la interpretación del analista, sino es esta detección en lo inmediato, detrás de algo que se presenta paradojalmente como algo que se presenta absolutamente formado, algo que está más allá, y todo el mundo se gargariza aquí con el término de sentido. No creo que el término sentido sea otra cosas, que una especie de debilidad que está presente en el origen. El término deseo en tanto que posibilita anudar, ensamblar lo idéntico del sujeto, da su verdadero alcance a lo que se encuentra en esta primera aprehensión de la experiencia analítica, y es por esto que conviene volver, si debemos reunir en el punto en que estamos nosotros y lo que significan esencialmente, no solamente nuestra experiencia, sino sus posibilidades, quiero decir lo que la hace posible, es también lo que debe cuidarnos de caer, si puede decirse, en esta pendiente, en este hundimiento, casi diría en esta trampa en la que estamos implicados nosotros mismos con el paciente que introducimos en una experiencia de supuestos, de inducirlo en una vía que se apoyaría de alguna manera, sobre un cierto número de peticiones de principio, quiero decir, sobre la idea que a fin de cuentas, una solución última puede ser dada a su condición, que le permita finalmente devenir, digamos, completamente idéntico a cualquier objeto.

Volvamos pues a ese carácter problemático del deseo, tal como se presenta en la experiencia analítica, es decir en el síntoma, el síntoma cualquiera que fuere. Llamo aquí síntoma en su sentido más general, tanto al síntoma mórbido como al sueño, todo lo que sea analizable. Llamo síntoma a lo que es analizable.

El síntoma se presenta, digamos, bajo una máscara, se presenta bajo una forma paradojal: el dolor de las primeras histéricas que Freud analiza, he ahí algo que se  presenta desde el comienzo, de una forma completamente cerrada en apariencia, y algo que Freud poco a poco, gracias a una suerte de paciencia que puede verdaderamente estar ahí inspirada por instinto de sabueso, relacióna algo que es la prolongada presencia que ha tenido esta paciente, cerca de su padre enfermo, con la incidencia mientras cuidaba a su padre, de algo distinto, que entrevé al comienzo en una especie de bruma, a saber, el deseo que podía ligarla en ese momento a uno de sus amigos de la infancia, del que esperaba, digamos, tenerlo como esposo. Luego inmediatamente de algo que se presenta también bajo una forma mal develada, a saber de sus relaciones con sus dos cuñados, es decir con dos personajes que han esposado respectivamente a sus dos hermanas, y del que el analista nos permite entrever que bajo formas diversas, ellos han representado para ella algo importante: uno era detestado por no se qué indignidad, qué grosería, qué taradez masculina; el otro por el contrario, quien parece tenerla infinitamente seducida. Parece en efecto que el síntoma, se ha precipitado en torno de un cierto número de encuentros, y por una especie de mediación oblicua en torno de las relaciones, por otra parte muy felices de este cuñado con una de sus hermanas menores.

Retomo esto para fijar las ideas en una suerte de ejemplo.

Resulta claro que en ese momento estamos en una época primitiva de la experiencia analítica, y sentimos ahora, después de todas las experiencias que se han hecho a continuación, que el hecho de decir, como Freud no ha dejado de hacerlo a la paciente, que ella estaba enamorada, en el último de los casos, pura y simplemente enamorada de su cuñado, y que es en torno de ese deseo reprimido que cristalizó el síntoma, especialmente en referencia al dolor de la pierna. Sentimos, sabemos que en una histeria esto resulta forzado, que por haber dicho a Dora que ella estaba enamorada del Sr. K…

Lo que vemos cuando nos acercamos a una observación como ésta, lo que palpamos, y Freud expresa esta perspectiva más elevada que les propongo, no hay ninguna necesidad de trastocar la observación de Freud para llegar a esto, pues sin que Freud lo formule así, el diagnóstico, él lo discierne, da todos los elementos de la forma más clara, diría que hasta cierto punto la composición de su observación lo deja aparecer, más allá de los términos que él articula en sus parágrafos, de una manera más absolutamente más convincente que todo lo que dice, pues ¿qué va a poner de relieve? El pondrá de relieve, precisamente, a propósito de esta observación de Isabel de R., lo que según su opinión y por su experiencia, vincula en muchos casos la aparición de los síntomas histéricos con la experiencia, tan dura en sí misma, de ser toda devoción al servicio del enfermo, de jugar el rol de enfermera. Y más aún, el alcance que toma esta función cuando el rol de enfermera es asumida por un sujeto frente a uno de sus prójimos. Es decir, donde debido a todas las leyes del afecto, de la pasión que liga al cuidador con el cuidado, el sujeto se halla en posición de tener que satisfacer más que en cualquier otra ocasión, lo que puede designarse acentuando al máximo, como la demanda.

La entera sumisión, la abnegación del sujeto respecto de la demanda que le es propuesta, es ciertamente dada por Freud como una de las condiciones esenciales de la situación en tanto que se revela histerógena. Esto es tanto más importante cuanto que en esta histérica, contrariamente a otras que nos pone como ejemplo, los antecedentes tanto personales como familiares, en ese sentido son extraordinariamente huidizos, poco acentuados, y que por lo tanto el término de situación histerógena toma aquí todo su valor. Por otra parte, Freud da de ello la indicación. Además, lo que podemos ver correlativamente a esta condición, con la cual el término que aíslo aquí, en medio de estas tres fórmulas; función de la demanda, diremos que es en función de esta posición de fondo que aquello de lo que se trata y que Freud aquí se equivoca, si puede decirse, es que, entusiasmado, de alguna manera por las necesidades del lenguaje, de orientar de forma prematura, de meter al sujeto, de implicar al sujeto de forma bien definida en esta situación de deseo. Lo esencial, ante todo, el interés tomado por el sujeto en una situación de deseo.

Aquello de lo que se trata, es esencialmente, ante todo, del interés tomado por el sujeto en una situación de deseo; es un interés que es tomado, no podemos decir, dado que es una histérica, y ahora sabemos que es una histérica, no podemos decir que es de cualquier lado que ella lo tome. Si esta, por otra parte, listo para decir de que lado ella lo toma, es implicarlas ya en una relación, si se puede decir, completa; es que ella se interesa por su cuñado desde el punto de vista de su hermana, o por su hermana desde el punto de vista de su cuñado. Es precisamente lo que ahora sabemos, que puede subsistir de una manera correlativa la identificación de la histérica, que es aquí doble. Digamos que ella se interesa, que ella está implicada en la situación de deseo y es esto lo que está esencialmente representado por el síntoma, que conduce a la noción de máscara.

La noción de máscara, es decir que ese deseo está bajo forma ambigüa que no nos permite orientar al sujeto por referencia a tal o cual objeto de la situación, es este interés del sujeto en la situación como tal, es decir en la relación de deseo que es expresada por lo que aparece, es decir por lo que llamo el elemento de máscara del síntoma, y es, al menos en la observación de Freud, Freud quien nos enseña y quien dice al respecto que el síntoma habla en la sesión, el ello habla, del que yo les hablo todo el tiempo, y está ahí desde las primeras articulaciones de Freud, expresado en el texto. Más tarde ha dicho que los borborismos de sus pacientes llegaban a hacerse entender y a hablar en la sesión y tenían significación de palabras. Pero aquí lo que nos dice, es que en la sesión misma los dolores, en tanto que reaparecían, que se acentuaban, que se hacían más o menos intolerantes durante la sesión misma, forman parte del discurso del paciente que mide por su tono, por la modulación de sus sujetos, por el grado de vivacidad, de alcance, de valor revelador de lo que el sujeto está en tren de confesar, de soltar en la sesión, la huella y la dirección de esta huella, y la dirección centrípeta, el progreso, para decirlo todo, del análisis es medido por Freud por la modulación misma por la intensidad, por la manera en que el sujeto muestra durante la sesión una mayor o menor intensificación de su síntoma.

Diría pues, que nos encontramos aquí, he tomado este ejemplo, podría haber tomado otro, podría también haber tomado el ejemplo de un sueño, ante algo que nos permite centrar donde está el problema del síntoma y del deseo inconsciente, del lazo del deseo mismo en tanto que el deseo mismo deja un punto de interrogación, una x, un enigma, con el síntoma del cual él se reviste, es decir con la máscara. Podemos finalmente formular esto: se nos dice que el síntoma en tanto inconsciente es en suma algo que habla, por sí mismo hasta cierto punto, del cual uno puede decir con Freud, desde el origen, que se articula. El síntoma es por lo tanto algo que va en el sentido del reconocimiento del deseo, pero ese síntoma en tanto que el está ahí para hacer reconocer el deseo, antes que Freud haya aparecido, y por lo tanto detrás de él todo el grupo de discípulos, los analistas, es un reconocimiento que buscan salir a la luz, que busca saber, pero precisamente porque nace, no se manifiesta sino por la creación de lo que nosotros llamamos la máscara, es decir algo cerrado; este reconocimiento del deseo, es un reconocimiento por nadie, puesto que nadie hasta ese momento, en que Freud comienza a aprehender la clave, puede leerlo. Es esencialmente un reconocimiento que se presenta bajo una forma cerrada al otro. Reconocimiento del deseo pues, pero reconocimiento por «personne» (persona nadie).

Y por otra parte, si es deseo de reconocimiento, en tanto que deseo de reconocimiento, es otra cosa que el deseo. Además el nos dice: este deseo es un deseo reprimido. Es por eso que nuestra intervención, agrega algo más que la simple lectura. Este deseo es un deseo que el sujeto excluye al mismo tiempo que quiere hacerlo reconocer como deseo de reconocimiento. Es un deseo tal vez, pero a fin de cuentas es un deseo de nada. Es un deseo que no está ahí, es un deseo que está rechazado, es un deseo que está excluído.

Es este doble carácter del deseo inconsciente, que identificándose a su máscara, hace algo diferente que cualquier cosa dirigida a un objeto. Es lo que no debemos olvidar nunca, y es lo que nos permite literalmente, leer el sentido de aquello que nos es presentado como siendo la dimensión analítica, de la localización de los descubrimientos más esenciales.

Cuando Freud nos habla de ese rebajamiento, de ese «Erniedrigung» de la vida amorosa, que surge del fondo del complejo de Edipo cuando nos habla del deseo de la madre, como lo que se encuentra al principio de esto, para ciertos sujetos, aquellos precisamente de los que se nos dice que no han abandonado el deseo incestuoso, es decir la madre, que no lo han abandonado demasiado, pues a fin de cuentas lo que aprendemos, es que nunca el sujeto lo abandona completamente. Por supuesto debe haber ahí algo que corresponde al mayor o menor abandono y apelamos al diagnóstico de fijación a la madre. Es el caso que Freud nos presenta la disociación del amor y del deseo. Son sujetos que no pueden, nos dice Freud, alcanzar, abordar a la mujer, en la media y que ella goce para ellos de su pleno estatuto de ser amable, de ser humano, de ser en el sentido pleno y acabado, que este ser tiene, se dice y puede dar y darse. Aquí no hay deseo, pues en tanto el objeto está ahí, nos dicen, lo que quiere decir que está ahí bajo una máscara, pues no es a la madre que se dirige ese deseo, es a la mujer, se dice, que le sucede, que toma su lugar, y precisamente no hay más deseo. Y por otra parte, nos dice Freud, este sujeto encontrará el deseo con prostitutas. ¿Qué quiere decir esto? Por supuesto, cuando estamos aquí en esta especie de primera exploración de las tinieblas concernientes a los misterios del deseo, decimos: es en la medida en que se opone radicalmente a la madre. ¿Es esto suficiente? porque en la medida que sea totalmente opuesta a la madre, es que puede subordinarla; nosotros hemos hecho muchos progresos en el conocimiento de las imagenes, fantasías del inconsciente y de sus carácteres, para saber lo que el sujeto lo que el sujeto va a buscar en las prostitutas en tal situación, no es otra cosa, que lo que la antigüedad romana nos mostraba perfectamente esculpido o representado en la puerta de los burdeles, es, a saber, el falo que es precisamente lo que habita en la prostituta. Sabemos ahora que lo que el sujeto va a buscar en las prostitutas, es el falo de todos los hombres, es el falo como tal, es el falo anónimo. Es, para decirlo todo, también algo que está bajo una forma enigmática, una máscara, algo problemático, algo que liga al deseo con un objeto privilegiado, con algo que está aquí en una cierta relación al sentido de la fase fálica (cuya importancia hemos aprendido a ver) de sus desfiladeros por donde es necesario que pase la experiencia subjetiva, para que el sujeto pueda volver a juntarse con su deseo natural.

Brevemente, encontramos a propósito de lo que denominamos en esta ocasión, deseo de la madre, que es aquí una especie de etiqueta, de designación simbólica de algo que constatamos en los hechos, a saber, la promoción correlativa y quebrada del objeto de deseo en dos mitades irreconciliables, lo que por el momento, y en nuestra interpretación, puede proponerse como siendo su objeto, a saber, el objeto substitutivo, la mujer, en la medida que es heredera de la madre, hallándose desposeída, frustrada del elemento del deseo, elemento del deseo que está él mismo, ligado a otra cosa extraordinariamente problemática, y que se presenta también, con un carácter de máscara y de marca, con un carácter digamos la palabra, de significante, como si justamente encontráramos, desde entonces, que se trata de las relaciones del deseo inconsciente, en presencia de un mecanismo necesario, de una «Spaltung» necesaria, que hace que el deseo que conocemos desde hace mucho tiempo, que según pensamos, se encuentra alienado en una relación con el otro completamente especial, se presenta aquí marcada, no solamente por la necesidad de este intermedio al Otro como tal, sino en este intermedio al Otro por la marca de un significante especial, de un significante elegido, que se encuentra aquí estando en la vía necesaria, donde debe adherir, si puede decirse, el encaminamiento de la fuerza vital, vale decir, del deseo, y el carácter problemático de este significante particular, vale decir, del falo. Es ahí que está la pregunta, es ahí que nos detenemos, es ahí que nos es propuesto por el conjunto de las dificultades que introduce para nosotros la concepción, el hecho mismo de poder concebir de que manera sucede, que reencontremos, sobre las vías de la maduración llamada genital, este obstáculo, que no es simplemente un obstáculo, que es un desfiladero esencial, que hace que sea por el intermedio de una cierta posición en relación al falo, para la mujer en la medida que le falta, para el hombre en tanto que amenazado, que se realiza de manera necesaria, lo que se presenta como debiendo ser, la resolución, digamos, más feliz.

Por lo tanto, lo que vemos aquí, es que interviniendo, nombrando algo, hacemos siempre más, no importa lo que hagamos, lo que creamos hacer, interpretando. El término preciso que yo denominaba antes autorizado, permitido, sancionado, es homologar. Identificamos lo mismo a lo mismo; decimos es esto, y sustituimos a esta «personne» (nadie/persona), al cual se dirige el síntoma, en tanto que está ahí en la vía del reconocimiento del deseo, pero nosotros desconocemos siempre también, hasta cierto grado, al deseo que quiere hacerse reconocer, en tanto que siempre, hasta cierto grado, le asignamos su objeto, mientras que no es un objeto, del que es deseo, sino que es deseo de esa falta, que en el Otro, designa otro deseo.

Esto nos introduce al segundo capítulo, si prefieren a una segunda línea, de lo que les propongo aquí en estas tres fórmulas, a saber al capítulo de la demanda.

Pienso que la manera en que abordo estas cosas y las retomo, de las que intento articular para Uds. la originalidad del deseo, del cual se trata permanentemente en el análisis, y no en la visión global que podamos hacernos de ella en nombre de una idea más o menos teórica de la maduración de cada uno. Pienso que ustedes deben comenzar a entender, que si hablo de la instancia de la palabra o de la letra en el inconsciente, no es para eliminar algo de irreductible o de informulable. Tampoco por preferir el método al descubrimiento que podamos aportar a través de él, que es el deseo. Simplemente, les hago esta observación, de la que los filósofos parecen no estar advertidos; lo digo a propósito de una observación de alguien mal intencionado en esa ocasión, creyó tener que hacer recientemente, una observación sobre el hecho de que algunos psicoanalistas, como si hubiera muchos, dieran demasiada importancia al lenguaje, respecto de ese famoso informulado, del cual no se por qué, algunos filósofos han hecho un caso de su propiedad personal.

Diremos que contrariamente a esta fórmula que consistía, en el personaje, que califico de mal intencionado, que es lo mínimo que puedo pensar, y que hacía observar que la fórmula no era tal vez informulable. Yo le respondo esto, a la cual sería mejor prestar atención, que buscar con todo el mundo, peleas inservibles es una perspectiva inversa; no es suficiente que algo no sea articulable, a saber el deseo, para que no sea articulado, quiero decir, en sí mismo el deseo está articulado, en la medida que está ligado a la presencia del significante en el hombre, y esto no quiere decir sin embargo, justamente porque se trata de este lazo con el significante, no es razón, lejos de eso, es aún la razón por la cual, en un caso particular, no sea nunca plenamente articulable.

Volvemos ahora a este segundo capítulo que es el de la demanda. Nos ubicamos aquí en lo articulable articulado, en lo actualmente articulado.