Seminario 6: Clase 12, del 11 de Febrero de 1959

He enunciado la última vez que terminaría hoy el estudio de este sueño que nosotros hemos tenido particularmente registrado desde el punto de vista de su interpretación, pero estoy obligado a consagrarle aún una sesión.

Recuerdo rápidamente que es ese sueño de un paciente abogado, que tiene un gran embarazo en su trabajo. Y Ella Sharpe no se aproxima más que con prudencia, ya que el paciente tiene toda la apariencia de andarse con cuidado, sin que se trate, por otra parte, de rigidez en su comportamiento. Ella Sharpe no ha dejado de subrayar que todo lo que él cuenta es del orden del pensamiento, no del sentimiento.

En el punto donde se encuentra el análisis, él ha tenido un sueño notable que ha producido un giro en el análisis y que nos es brevemente tardío. Es un sueño que el paciente concentra en pocas palabras, haya habido allá —dice él— un enorme sueño, tan enorme que, si él lo recordara, no terminaría de contarlo.

Emerge de esto algo que, hasta un cierto grado, presenta las carácterísticas de un sueño repetido, es decir, de un sueño que él ha tenido ya. Es decir que en ese viaje que él ha emprendido —como él dice— con su mujer alrededor del mundo —y ya he subrayado esto—, en un punto que es Checoslovaquia; y después de todo ella lo lamenta, pues en esta Checoslovaquia – después de todo quizá nosotros podamos pensar algo – él tiene un juego sexual con una mujer delante de su mujer. La mujer con quien tiene el juego sexual – continúa es alguien que se presenta en relación a él como en una posición superior. Por otra parte, no aparece a continuación en su decir, pero nosotros lo encontramos en sus asociaciones, que no se trata para ella de maniobrar, «to get my penis».

He señalado el carácter muy especial del verbo ‘to get’ en inglés. ‘To get’, esto es obtener, de todas las maneras posibles del verbo obtener. Es atrapar, obtener, asir, terminar con. Y ‘to got’…  Si la mujer llega a «to got my penis», eso quiere decir que ella lo tiene.

Pero este pene entra tanto menos en acción, en tanto el sujeto nos dice que el sueño se termina sobre este anhelo (voeu), que ante la decepción de la mujer, él pensaba que ella debería masturbarse.

Y ya les he explicado que eso de lo que se trataba, evidentemente, ahí, es el sentido clave, secreto del sueño. En el sueño eso se manifiesta en el hecho de que el sujeto dice: «yo querría masturbarla». De hecho, hay ahí una verdadera exploración de algo que es interpretado con mucha insistencia y cuidado en el informe de Ella Sharpe como siendo el equivalente de capucha.

Cuando uno mira de cerca eso, algo tiene el mérito de retener nuestra atención. Es algo que muestra que el órgano femenino es ahí como una suerte le vagina vuelta o prolapsada. Se trata de vagina, no de capucha. Y todo continúa como si esta seudo masturbación del sujeto no fuera otra cosa que una suerte de verificación de la ausencia de falo.

He ahí, en qué sentido he dicho que la estructura imaginaria, la articulación manifiesta del sueño deba, al menos, obligarnos a limitar el carácter del significante.Y planteo la cuestión de saber si, por un método más prudente, pudiendo ser considerado como más estricto, no podemos llegar a una mayor precisión en la interpretación, a condición de que los elementos estructurales con los cuales hemos aquí tomado partido, al familiarizarnos, son suficientemente tenidos en cuenta para permitir, justamente, lo que es el sentido del caso.

Y vamos a ver que, al hacerlo, vemos que, como es costumbre, los casos más particulares son los casos en los que el valor es el más universal, y que lo que nos muestra esta observación es algo que no es para descuidar, pues se trata, nada menos, que de precisar, en esta ocasión, ese carácter significante sin el cual no se puede dar su verdadera posición a la función del falo, que no deja de ser tan importante, tan inmediata, tan crucial, en la interpretación analítica, sin que a cada instante nos encontremos, a propósito de su manejo, en impasses en los que el punto más sorprendente es traducido, delatado por la teoría de M. Klein, de la que —se sabe— hace, del objeto falo, el más importante de todos los objetos.

El objeto falo se introduce en la teoría kleiniana y en su interpretación de la experiencia, como algo —dice ella— que es el sustituto, el primer sustituto que llega a la experiencia del niño —se trate de la niña o del niño— como siendo un signo más cómodo, más manejable, más satisfaciente.

Esto es algo para provocar preguntas sobre el rol, el mecanismo… ¿Cómo tenemos que concebir esta salida de un fantasma totalmente primordial, como siendo eso alrededor del cual va a ordenarse ese conflicto profundamente agresivo que pone al sujeto en una cierta relación con el continente del cuerpo de la madre?
Por eso que, del continente, él codicia, el desea —todos los términos son empleados desafortunadamente, siempre con dificultad, es decir, yuxtapuestos—. El quiere arrancar esos buenos y malos objetos que están ahí, en una suerte de mezcla primitiva en el interior del cuerpo de la madre.

¿Y por qué en el interior del cuerpo, el privilegio acordado es a ese objeto falo? Seguramente, en tanto todo eso nos es aportado con la gran autoridad, el estilo de descripción tan tajante, en una suerte de deslumbramiento por el carácter determinado de los estilos, yo diría que casi no abre a ninguna discusión de los enunciados kleinianos, uno no puede dejar tampoco de retomar, después de haber escuchado testimoniar a cada instante, preguntarse: ¿qué es eso a lo que ella apunta?

¿Es el niño, efectivamente, quien aporta el testimonio de esta prevalencia del objeto falo o, al contrario, es ella misma quien nos da la señal del carácter privilegiado como siendo el sentido del falo?

Debo decir que, en numerosos casos, no estamos claros sobre la elección que es necesario hacer en cuanto a la interpretación. De hecho, sé que algunos de ustedes se preguntarán dónde hace falta colocar, en los diferentes elementos del grafo, ese signo del falo alrededor del cual intentamos orientar la experiencia del deseo y su interpretación. Y he tenido algunos ecos de la manera que puede tomar, para algunos, la cuestión: ¿cuál es la relación de ese falo con el Otro, el gran Otro, del que nosotros hablamos como lugar de la palabra?

Hay una relación entre el falo y el gran Otro, pero no es, ciertamente, una relación más allá, en el sentido en que el falo seria el ser del gran Otro, como alguien ha planteado la cuestión en esos términos.

Si el falo tiene una relación con algo, es, más bien, con el ser del sujeto. Pues creo que ahí esta el nuevo punto, importante, que intento hacerles comprender, en la introducción del sujeto en esa dialéctica que es aquélla que se continúa en el desarrollo inconsciente de las diversas etapas de la identificación, a través de la relación primitiva con la madre; después, con la entrada en juego del Edipo y del juego de la ley.

Lo que he puesto aquí de relieve es algo que es, a la vez, muy sensible en las observaciones, muy especialmente a propósito de la génesis de las perversiones, y que es, a menudo, velado en eso que uno relacióna con el significante falo. Es que ahí hay dos cosas muy diferentes, según se trata, para el sujeto, de ser, en relación al Otro, ese falo, o bien, por algunas vías, resortes o mecanismos, que son aquéllos que vamos, justamente a retomar en el seguimiento de la evolución del sujeto, pero que ya están ahí esas relaciones, instaladas en el Otro, en la madre.

Precisamente, la madre tiene una cierta relación con el falo, y es en esa relación con el falo, que el sujeto tiene que hacerse valer al entrar en concurrencia con el falo. Es de ahí que hemos partido hace dos años, cuando yo he comenzado a revisar esta relación.

Eso de lo que se trata en la función del significante falo, en relación al sujeto, la oposición de esas dos posibilidades del sujeto, en relación al falo, de serlo o de tenerlo, hay ahí algo que es una distinción esencial. Esencial, en tanto que las incidencias no son las mismas, que no es al mismo tiempo de la relación de identificación (identificatoria), que serlo y tenerlo sobrevienen; que hay, entre los dos, una verdadera línea de demarcación, una línea de discernimiento, que no se puede serlo y tenerlo, y que, porque el sujeto llega en ciertas condiciones a tenerlo, es necesario, de la misma manera, que él haya ahí renunciado a serlo.

Las cosas, de hecho, son mucho más simples de formular, si nosotros tratamos de estrechar lo más cerca posible la dialéctica de la cual se trata.

Si el falo tiene una relación con el ser del sujeto, no el con el ser del sujeto puro y simple, no es en relación con ese sujeto pretendido, sujeto del conocimiento, soporte poético de todos los objetos. Es con un sujeto hablante, con un sujeto en tanto que asume su identidad, y como tal, aire —es por eso que el falo juega su función esencialmente significante— que el sujeto, a la vez, lo es y no lo es.

Me excuso del carácter algebraico que tomaron las cosas, pero es necesario que aprendamos a fijar las ideas, ya que esto se plantea para algunas cuestiones.

Si en nuestra notación algo se presenta – y nosotros vamos a volver ahí pronto — como estando el sujeto barrado enfrente del objeto ($ (a), es decir, el sujeto del deseo, el sujeto en tanto que, en su relación al objeto es, él mismo, profundamente puesto en cuestión, y que es eso que constituye la especificidad de la relación del deseo en el sujeto mismo, es en tanto que el sujeto es, en nuestra notación, sujeto herrado, que uno puede decir que es posible, en ciertas condiciones, darle, como significante, el falo. Esto, en tanto que es sujeto hablante.

El ser no es el falo. El es, porque es el significante bajo el cual el lenguaje lo designa. Y él no es, en tanto que el lenguaje —y justamente, la ley del lenguaje sobre otro plano— lo oculta. De hecho, las cosas se suceden ahí sobre el mismo plano. Si la ley lo oculta es, precisamente, para arreglar las cosas, es porque una cierta elección en ese momento es ahí hecha. La ley, en fin de cuentas, aporta, en la situación, una definición, una repartición, un cambio de plan. La ley le recuerda que él lo tiene o que no lo tiene.

Pero de hecho, lo que sucede es algo que juega enteramente en el intervalo entre esa identificación significante, y esa repartición de roles.

El sujeto es el falo, pero el sujeto, bien entendido, no es el falo.

Voy a poner el acento sobre algo, que la forma misma del juego de la negación en la lengua, nos permitirá asir en una fórmula donde se introduce el deslizamiento concerniente al verbo ser. Se puede decir que el momento decisivo, aquél alrededor del cual gira la castración, es éste: uno puede decir que él es y que él no es el falo, pero él no es sin tenerlo.

Es en esta inflexión, «no ser sin», es alrededor de esta asunción subjetiva que se inflexiona entre el ser y el tener, que juega la realidad de la castración. Es decir que es en tanto que el falo, que el pene del sujeto, en una cierta experiencia, es algo que ha sido balanceado, que ha tomado cierta función de equivalente, o de patrón de medida en relación al objeto, que toma su valor central, y que, hasta cierta punto, se puede decir que es en proporción a cierto renunciamiento del sujeto en relación al falo, que el sujeto entra en posesión de esta suerte de infinitud, de pluralidad, de totalización del mundo de los objetos que carácteriza el mundo del hombre.

Observen bien que esta fórmula, de la que les ruego guardar la modulación, el acento, se reencuentra, bajo otras formas, en todas las lenguas. Es evidente que él no lo es, sin tenerlo. Nosotros volveremos ahí a continuación.

La única fórmula exacta, aquélla que permite salir de impasses, contradicciónes, ambigüedades, alrededor de las’ cuales giramos en torno a la sexualidad femenina, es que ella es, sin tenerlo. La relación del sujeto femenino al falo, es de ser sin tenerlo. Y es a eso a lo que le debe la trascendencia de su posición. Pues es a eso a lo que arribaremos. Llegaremos a articular lo concerniente a la sexualidad femenina, y esa relación tan particular, tan permanente, en la que Freud ha insistido sobre su carácter irreductible, y que se traduce psicológicamente bajo la forma de penis neid.

Diremos, en suma, para llevar las cosas al extremo, y hacerlas entender bien, que para el hombre su pene le es restituido por un cierto acto del que, en el limite, uno podría decir que lo priva de eso.

Esto no es exacto; es para hacerles abrir las orejas. Es decir que aquéllos que ya han entendido la precedente fórmula, no la degraden en el acento segundo que les doy.

Pero este segundo acento tiene su importancia, porque es ahí que se hace la reunión con el elemento inicial del desarrollo mental del que se parte habitualmente, y que es aquél que voy a intentar revisar ahora con ustedes, preguntándonos cómo podemos formular, con los elementos algebraicos de los que nosotros nos servimos, eso de lo que se trata en esas famosas primeras relaciones del niño con el objeto, con el objeto materno, especialmente, y cómo, a partir de allí, podemos concebir que llegue a hacerse la reunión con ese significante privilegiado del que se trata, y que intento, aquí, situar la función.

El niño, en lo que está articulado por los psiquiatras, especialmente Melanie Klein, en toda una serie de relaciones primeras que se establecen con el cuerpo de la madre concebido aquí, representado en una experiencia primitiva, que no se entiende claramente después de los informes kleinianos: la relación del símbolo y de la imagen… y cada uno sabe bien que es de eso de lo que se trata, en los textos kleinianos: de la relación de la forma al símbolo. Aunque sea siempre un contenido imaginario lo que aquí es promovido.

Sea como sea, nosotros podemos decir que, hasta un cierto punto, algo que es el símbolo o imagen, pero que, seguramente, es una suerte de lo Uno – encontramos hasta ahí, una oposición que recubre oposiciones filosóficas, porque eso que hace siempre el juego del famoso Parménides entre el uno y el ser -, nosotros podemos decir que la experiencia de la relación a la madre, es un experiencia enteramente centrada alrededor de una aprehensión de la unidad o de la totalidad.

Todo el progreso primitivo que Melanie Klein nos articula como siendo esencial al desarrollo del niño, es aquél de una relación de fragmentación, con algo que se presenta fuera de él, a la vez el conjunto de todos los objetos divididos, fragmentados, que parecen estar ahí en una suerte, no de caos, sino de desorden primitivo; por otra parte, le enseña a tomarlo de esas relaciones de esos objetos diversos, de esta pluralidad en la unidad del objeto privilegiado, que es el objeto materno, a captar la aspiración, el progreso, la vía, hacia su propia unidad.

El niño —lo repito— aprehende los objetos primordiales como estando contenidos en el cuerpo de la madre, ese continente universal que se le presenta y que sería el lugar ideal, si puede decirse, de las primeras relaciones imaginarias.

¿Cómo podemos intentar articular esto? Hay, evidentemente, ahí, no dos términos, sino cuatro.

La relación del niño al cuerpo de la madre, tan primordial, es el cuadro donde van a inscribirse las relaciones del niño con su propio cuerpo, que son aquéllas que, desde hace un tiempo, he intentado articular para ustedes, alrededor de la noción de afecto narcisístico.

Es porque, a partir de un cierto momento, el niño se reconoce en una experiencia primordial, como separado de su propia imagen, como teniendo una cierta relación electiva con la imagen de su propio cuerpo, relación especular, que le es dada.

O sea, dada una cierta relación de castración transitiva en los juegos con el otro de una edad semejante, demasiado semejante, y que oscila en un cierto limite de maduración motriz, no importa qué tipo de pequeño otro – aquí la palabra ‘pequeño’ apuntando al hecho de que se trata de amiguitos – que el sujeto puede hacer esta experiencia, esos juegos de prestancia con el otro compañero. La edad juega aquí un rol sobre el cual he insistido en su momento.

La relación de esto con un eros, la libido, juega un rol especial, es aquí articulado en toda la medida donde la pareja del niño y el otro que le presenta su propia imagen, viene a yuxtaponerse, a interferir, a chocarse, en la dependencia de una relación más amplia y más oscura entre el niño, en sus tentativas primitivas —tendencias nacidas de su necesidad—, y el cuerpo de la madre, en tanto que es, efectivamente, el objeto de la imagen, la identificación primitiva.

Y eso que sucede, eso que se establece, gira enteramente en el hecho de lo que pasa en la pareja primitiva, es decir, la forma inconstituida en la cual se presenta el primer vagido del niño, el grito, el llamado de su necesidad, la forma en la que se establecen las relaciones de este estado primitivo, aún inconstituido, del sujeto, en relación a algo que se presenta, entonces, como un Uno al nivel del Otro, a saber, el cuerpo materno, el continente universal, es lo que va a reglar de una manera completamente primitiva la relación del sujeto, en tanto que él se constituye de una manera especular, a saber, como yo (moi), y el yo (moi) es la imagen del otro – con un cierto otro, que debe ser diferente de la madre.

Pero – ustedes van a verlo – es de otra cosa de lo que se trata, dado que es en esa primera relación cuatripartita, que van a hacerse las primeras adecuaciones del sujeto a su propia identidad.

No olviden que es en ese momento, en esa relación —la más radical—, que todos los autores suponen, de común acuerdo, situar el lugar de las anomalías psicóticas en lo que se puede llamar la integración de tal o cual término de las relaciones autoeróticas del sujeto consigo mismo, en las fronteras de la imagen del cuerpo.

El pequeño esquema del que me sirvo esta vez, y que he recordado recientemente, que es aquél del famoso espejo cóncavo,  es tanto que él permite concebir que pueda producirse, a condición de que uno se ubique en un punto favorable determinado -quiero decir, en el interior de algo que prolonga los limites del espejo cóncavo, a partir del momento en que, si uno los hace pasar por el centro del espejo esférico, algo que es imaginado por la experiencia que he hecho ya conocer en su tiempo, aquello que provoca la aparición, que no es un fantasma, sino una imagen real, que puede producirse en ciertas condiciones que no son demasiado difíciles para producir aquello que se produce cuando uno hace surgir una imagen real, de una flor, en el interior de un vaso perfectamente existente, gracias a la presencia de ese espejo esférico, a condición de mirar el conjunto de este aparato desde un cierto punto.

Este es un aparato que nos permite imaginar de lo que se trata, a saber, que es en tanto que el niño se identifica a una cierta posición de su ser en los poderes de la madre, el se realiza.

Es desde ahí que parte el acento de todo lo que hemos dicho, concerniente a la importancia de las primeras relaciones con la madre. Es, incluso, de una manera satisfactoria, que él se integra en ese mundo de insignias que representan todos los comportamientos de la madre.

Es a partir de ahí que él irá a situarse de una manera favorable, que podrá ubicarse, ya sea en el interior de él mismo, ya sea fuera de él mismo, o sea, faltándole, si se puede decir, ese algo que a él mismo se le esconde; a saber, sus propias tendencias, sus propios deseos: y que él podrá, desde la primera relación, estar en una relación más o menos falseada, desviada, con sus propias pulsiones.

Esto no es tan complicado de imaginar; recuerden ustedes alrededor de qué he hecho girar la explicación narcisística: una experiencia manifiesta crucial, desde largo tiempo descripta; el famoso ejemplo puesto en primer término en las Confesiones, de San Agustín: aquél del niño que ve a su hermano de leche en posesión del seno materno (cita latina). Eso que yo he traducido por: «Yo he visto con mis propios ojos, y bien visto, a un pequeñito presa de los celos, no hablaba aún y ya contemplaba con una amarga mirada a su hermano de leche».

Esta experiencia, una vez profundizada, van a verla aparecer en su alcance absolutamente general. Esta experiencia es la relación de su propia imagen que, aún cuando el sujeto vea a su semejante en una cierta relación con la madre, como primitiva identificación ideal, como primera forma de lo Uno, de esta totalidad de la cual, a continuación, las exploraciones de los analistas concernientes a esta primitiva experiencia, hacen de esto un estado tal, que no se habla más que de totalidad; de noción de toma de conciencia de la totalidad, como si, llevados por esa versión, nos olvidaremos, de la manera más tenaz, de que, justamente, lo que la experiencia nos muestra, es proseguir hasta lo más extremo, todo lo que vemos en los fenómenos.

Esto es que, en el ser humano, no hay ninguna posibilidad de acceder a esta experiencia de totalidad; que el ser humano esta dividido, desgarrado, y que ningún análisis le restituye esta totalidad porque, precisamente, otra cosa es introducida en su dialéctica, que es, justamente aquella que nosotros intentamos articular, y que nos es literalmente impuesta por la experiencia y, en primer lugar, por el hecho de que el ser humano, en todo caso, no puede considerarse, en último término, nada más que como un ser en el que falta algo, un ser -ya sea macho o hembra castrado. Es por eso que es en la dialéctica del ser, en el interior de esta experiencia de lo uno, que se relacióna esencialmente el falo.

Pero aquí tenemos esta imagen del pequeño otro, esta imagen del semejante, en una relación con esta totalidad que el sujeto ha acabado por asumir, aunque con lentitud.

Y es, seguramente, sobre esto, alrededor de esto, que M. Klein hace pivotear la evolución del niño. Es el momento llamado de la fase depresiva, que es el momento crucial, cuando la madre, como totalidad, ha sido, en un momento, realizada. Es de esta primera identificación ideal de lo que se trata.

¿Y qué tenemos frente a eso? Tenemos la toma de conciencia del objeto deseado en tanto que tal, a saber, que el otro esta poseyendo el seno materno. Y él toma este valor electivo, que hace, de esta experiencia, una experiencia crucial, alrededor de la cual les ruego detenerse, como siendo esencial para nuestra formalización.

En tanto que, en esa relación con este objeto en esta ocasión, es el seno materno, toma conciencia de sí mismo como privado, contrariamente a lo articulado por Jones – toda privación, dice él, en algún lugar (y es siempre alrededor de la discusión de la fase fálica que esto es discutido, formulado), engendra el sentimiento de la frustración -, es exactamente lo contrario. Esto es, en la medida donde el sujeto es imaginariamente frustrado, donde él tiene la primera experiencia de algo que está ante él en su lugar, que usurpa su lugar, que es en esa relación con la madre que debería estar la suya, y donde él siente este intervalo imaginario como frustración – digo imaginario porque, después de todo, nada prueba que él esté, él mismo, privado; un otro puede estar privado. Uno puede ocuparse de ello en su momento – que nace la primera aprehensión del objeto, en tanto que el sujeto está privado de eso.

Es ahí que se inicia, que se abre algo que va a permitir, a este objeto, entrar en cierta relación con un sujeto que, aquí, nosotros no sabemos si es, efectivamente, un S al cual es necesario que pongamos un índice (i), una suerte de autodestrucción pasional absolutamente inherente a esa palidez, a esta descomposición que nos muestra aquí la pincelada literaria de aquél al que se lo debemos, San Agustín, o si es algo que ya podemos concebir, hablando propiamente, como una aprehensión del orden simbólico. ¿Que es lo que eso quiere decir? Que ya, en esta experiencia, el objeto esté simbolizado de una cierta manera, toma valor significante, pleno; que ya el objeto del cual se trata, a saber, el seno de la madre, no solamente puede ser concebido como estando ahí o no estando ahí, sino que puede ser puesto en la relación con algo de otro, que puede serle sustituido. Es a partir de eso, que deviene elemento significante.

En todo caso, M. Klein, sin saber el alcance de eso que ella dice hasta ese momento, toma partido diciendo que el puede tener ahí algo mejor, a saber, el falo… Pero no nos explica por qué. Ese es el punto que queda misterioso. Ahora bien; todo reposa sobre ese momento donde nace la actividad de una metáfora que yo les he puntuado como siendo esencial a deletrear en el desarrollo del niño.

Recuerden ustedes que yo les he dicho, el otro día, de esas formas particulares de la actividad del niño, delante de las cuales los adultos están, a la vez, tan desconcertados y torpes; aquello del niño que, no contento con haberse puesto A llamar guau-guau, es decir, por un significante que él ha invocado como tal, lo que ustedes se han obstinado en llamar ‘perro’, se pone a decretar que el perro hace miau y que el gato hace guau-guau.Es en esta actividad de sustitución que gira todo el rol, el resorte del progreso simbólico. Y esto es algo que está bastante más primitivamente entendido que articulado por el niño.

De lo que se trata es, en todo censo, de algo que sobrepasa esta experiencia pasional del niño que se siente frustrado, es decir, aquélla, precisamente, que nosotros podemos formalizar en esto: que esta imagen del otro va a poder ser sustituida, en el sujeto, por su pasión de anonadamiento, en su pasión de celos, en esa ocasión, y encontrarse en cierta relación al objeto, en tanto que él está en cierta relación, también, con la totalidad que puede o no concernirle.

Pero es en tanto que el objeto es sustituible a esta totalidad, en tanto que la imagen del otro es sustituible en el sujeto, que entramos, propiamente hablando, en la actividad simbólica, en aquélla que hace, del ser humano, un ser  hablante; eso que va a definir toda su relación ulterior a nuestro objeto.

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Dicho esto, en el caso que es del que nos ocupamos, ¿Cómo distinciones tan fundamentales, que permanecen en su carácter tan primitivo, pueden servirnos para orientarnos? Quiero decir: Cómo crear las discriminaciones que nos permitan, justamente, extraer el máximo de provecho de estos hechos que nos son dados en la experiencia del sueño y del sujeto particular del que nosotros analizamos el caso.

Vemos si esta relación al deseo, esta relación llamada deseo, esta relación al objeto, en tanto que es relación de deseo humano, debemos, a cada instante, proponernos asirla de cerca, y si es siempre exigible que nosotros ahí encontremos esa relación a un objeto, en tanto que el sujeto se tenga ahí como en el límite, aniquilado.

Se es $ en relación a a, que es la fórmula del deseo, y si todo esto se inscribe en una relación cuádruple que hace el sujeto, en la imagen del otro, en las sucesivas identificaciones que van a llamarse yo (moi), encuentre, para sustituirse, una forma, algo profundamente temido, profundamente pálido, que es la relación del sujeto en el deseo.

¿Qué es lo que encontramos en los diferentes elementos sintomáticos que nos son aportados aquí, en esta observación?

Podemos tomar por partes este material que nos es aportado por el enfermo. Tomémoslo, en tanto sea posible, en las partes que son puestas de relieve, en las partes sintomáticas.

Hay un momento donde nos dice que el ha cortado en tiras, las correas de las sandalias de su hermana. Esto viene en el curso del análisis del sueño, es decir, después de un cierto número de intervenciones, sin duda, mínimas, pero sin embargo, no nulas de Ella Sharpe, la analista; simples envites han hecho meter, poco a poco, hilo en aguja. Después, el capuchón, el hecho que el capuchón es la forma del órgano genital femenino en esa relación que es la del sueño. Luego, la capota del coche, las correas que sirven para fijar, para anudar esta capota. Luego, esas tiras que él corta, en cierto momento, a las sandalias de su hermana, sin poder, aún ahora, dar cuenta del objetivo que, sin duda, él perseguía, que le parecía útil sin que él pueda demostrar bien en qué eso le era necesario.

Estos son, exactamente, los mismos términos que usa con respecto a su coche en una sesión ulterior, Después de la sesión de interpretación del sueño, él dice a la analista que este coche que el mecánico no le ha entregado —y que él no piensa hacer de esto un problema con este excelente buen hombre— y del cual no tiene ninguna necesidad! Lo quiere, aunque no le sea necesario. Dice que lo ama.

He aquí dos formas, parece, del objeto con el cual el sujeto tiene, por supuesto, una relación de la que él mismo articula el carácter singular, a saber, que no responde, en los dos casos, a ninguna necesidad.

No somos nosotros quienes lo decimos. No decimos: «el hombre moderno no tiene ninguna necesidad de su coche» aunque cada uno, mirando eso de cerca, se da cuenta de que esto es demasiado evidente.

Aquí es el sujeto quien lo dice: «No tengo necesidad del coche, solamente lo quiero, lo deseo». Y como ustedes saben, Ella Sharpe marca, coreo el cazador frente a su presa, el objeto de su búsqueda, nos dice que ella ha intervenido con las últimas energías, sin decirnos – cosa curiosa en qué términos ella lo ha hecho. Comencemos por describir un poco eso de lo que se trata. Y puesto que he querido partir de lo que es más simple, lo más remarcable en esta vieja ecuación, las correas o las tiras, eso es el a.

Hay un momento donde el hace colección de tiras. Nos obligamos a seguir un poco nuestras fórmulas, porque, si las ponemos, es que ellas deben servirnos para algo. La imagen de a, está claro que aquí es su hermana, de la que no se ha hablado demasiado, ya que uno no duda cuan complejo es remover la menor cosa, cuando se trata de explicar eso que vamos a hacer.

Su hermana es mayor; ella tiene ocho años más que él. Eso, nosotros lo sabemos está en el informe. Ella no hace gran uso del hecho de tener ocho años más que él, pero lo que es cierto es que, si ella tiene ocho años más que él, ella tenía once años cuando el sujeto tenía tres, en el momento de perder a su padre.

Cierto gusto por el significante tiene la ventaja de hacernos hacer, de cuando en cuando, cálculos aritméticos. Esto no es algo excesivo, pues no se duda de que, con la edad, los más pequeñitos no cesan de hacerlo, en lo que concierne a su edad y a su relación de edad. Nosotros gracias a Dios  nos olvidamos de que hemos pasado la cincuentena —tenemos razones para eso—, pero los niños tienden mucho más a saber su edad. Y cuando se hace este pequeño calculo, uno se da cuenta de una cosa, que es muy sorprendente: que el sujeto nos dice que él no comienza a tener recuerdos, más que a partir de los ocho u once años.

Esto esta en el informe. No se saca de esto gran provecho, pero no es, simplemente, una especie de hallazgo al azar lo que les doy ahí, porque, si ustedes leen ahora la observación, verde que llega mucho más lejos que eso. Es decir, que es en el momento mismo donde el sujeto trae esto a nuestro conocimiento —quiero decir que él tenía mala memoria para todo lo que está debajo de los once años—, él habla enseguida, después, de su girl friend, que es duramente astuta en lo que concierte a la «impersonation», es decir, para imitar a todos y a cada uno, y particularmente a los hombres, de manera fabulosa, puesto que lo utiliza en la BBC.

Es sorprendente que él hable de eso, en el momento donde habla de algo que parece de otro registro, o sea que, debajo de los once años, esta el agujero negro. Es necesario creer que esto no es sin conexión con cierta relación. La alienación imaginaria, de él mismo en ese personaje «sororal», i(a), es seguramente su hermana. Y eso puede explicarnos mucho mejor las cosas, comprendido ahí que él hará, seguidamente, la elisión, en lo concerniente a la existencia, en su familia, de pram, cochecito. Sobre ese plano está el pasado, esta el asunto de su hermana.

En fin, hay un momento donde a esta hermana, él la ha recuperado, si uno puede decirlo. Es decir, ha llegado a reencontrarla en el mismo punto donde la había dejado, alrededor de una acontecimiento que es crucial. Ella Sharpe tiene razón al decir que la muerte del padre es crucial. La muerte del padre lo ha dejado confrontado con toda suerte de elementos, salvo uno, que le habría sido, posiblemente, demasiado precioso para superar las diversas captaciones de las cuales va a tratarse.

Aquí, de todas maneras, está el punto que, bien entendido, va a sernos un poco misterioso, pues el sujeto mismo lo subraya: ¿Por qué esas tiras? El no sabe nada de eso. Gracias a Dios, nosotros somos analistas y debemos —en lo que esta acá a nivel del $—, quiero decir que es exigible que nos hagamos una pequeña idea de lo que está ahí, porque conocemos otras observaciones. Esto es algo que tiene, evidentemente, relación con la no castración —si aquí estuviese la castración bien asimilada, registrada bien, asumida por el sujeto, él no habría tenido ese pequeño síntoma transitorio; pero en ese momento, sin embargo, es alrededor de la castración que eso giraba—; pero que nosotros no tenemos el derecho, hasta nuevo aviso, de extrapolar y que es aquí I. A saber, eso que tiene relación con algo que, hasta nuevo aviso, podemos bien permitirnos suspender un poco nuestra conclusión.

Su hermana         Las correas

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      $   X

Si estamos en psicoanálisis, esto es, justamente, para intentar entender un poco, y entender lo que él es en eso, a saber, qué es lo que es el I del sujeto, su ideal, esta identificación extremadamente particular, en la cual yo ya he indicado la última vez que conviene detenerse.

Vamos a ver cómo podemos precisarlo, en una relación que él tiene en referencia a la primera cosa, la más evolutiva. Eso debe ser algo que se relacióna con la situación actual, en el análisis, y que concierne a las relaciones con la analista.

Y bien; volvamos a plantearnos las preguntas que conciernen a lo que él es actualmente. Habría, seguramente, dos maneras de plantear este problema, pues en esta ocasión, uno puede decir que todos los caminos conducen a Roma. Se puede partir del sueño, y de esta masa de cosas que el sujeto trae como material, en reacción a las interpretaciones que hace de eso su analista. Nosotros estamos de acuerdo con el sujeto en que lo esencial es el coche. El coche y las correas, no es, evidentemente, la misma cosa. Ha habido algo que ha evolucionado en el intervalo. El sujeto ha tomado posiciones, él mismo ha hecho reflexiones concernientes a este coche, y reflexiones que no son sin marcas de ironía: es gracioso que él hable de eso como de algo viviente. Mas allá, no he tenido que insistir. Uno siente —ya lo he hecho notar la última vez— que el carácter  evidentemente simbólico del coche tiene su importancia.

Es cierto que, en el curso de su existencia, el sujeto ha encontrado, en este auto, un objeto más satisfactorios pareciera, que las correas. Por la simple razón de que las correas, él no comprende nada actualmente, mientras que es capaz, incluso, de decir que, evidentemente el auto no sirve para satisfacer una necesidad, sino que él, ahí, tiene mucho más. Y además, él juega con eso, él es amo de eso. El está bien en el interior de su auto.

¿Qué es lo que encontramos aquí, a nivel de la imagen? Al nivel do la imagen de a, nosotros encontramos cosas que son, evidentemente, diferentes, según se tomen a nivel del fantasma y del sueño, o a nivel de lo que se puede llamar los fantasmas del sueño y de la ensoñación. En la ensoñación, que tiene seguramente también su precio, sabemos lo que es la imagen del otro. Esto es algo frente a lo cual el ha tomado actitudes bien particulares. La imagen del otro, esto es, esa dupla de amantes que, bajo pretexto de no molestar —lo remarco—, él no deja jamás de molestar de la manera más efectiva, es decir, requerirles separarse.

La imagen del otro es este otro, del cual todo el mundo dirá —recuerden ustedes ese fantasma bastante excitante que el dice haber tenido no hace tanto tiempo—, no vale la pena verificar que hay, en esta pieza, eso no es más que un perro. En resumen, la imagen del otro es algo que deja, en  todo caso, muy poco lugar a la conjunción sexual, que exige, o bien la separación, o bien, al contrario, algo que está verdaderamente por completo fuera de juego: el falo animal, un falo que está, totalmente, puesto fuera de los limites del juego. Si hay aquí un falo, es un falo de perro.

Esta situación, como ustedes ven, parece haber hecho progresos, en el sentido de la desintegración. Es decir que, si durante largo tiempo el sujeto ha sido alguien que ha tomado su soporte en una identificación femenina, nosotros constatamos que su relación con las posibilidades de conjunción, el hecho del abrazo, de la satisfacción genital, se presenta de una manera que, en todo caso, deja abierto el problema de lo que hace el falo ahí adentro.

Es muy cierto que el sujeto, en todo caso, no esta a gusto. La cuestión de lo doble o lo simple  está ahí. Si es doble, está separado; si es simple, no es humano. De todas maneras, eso no se arregla bien.

Y en cuanto al sujeto, en esta ocasión, hay una cosa completamente clara: nosotros no tenemos que preguntarnos, como en el otro caso, lo que él es y dónde él es. Esto es completamente claro. No hay nadie. Que eso sea el sueño, donde la mujer hace todo para «to get my penis», donde literalmente no hay nada de hecho, se hará todo lo que se querrá con la mano, incluso, mostrar que no hay gato en bolsa; pero en cuanto a él, nadie.

Y en cuanto a lo que es su fantasma, es que está en ese lugar donde él no debe estar. Hay, en efecto, nadie. No hay nadie, porque, si hay un falo, es el falo de un perro que se masturba, en un Jugar donde habría sido bastante molesto que entre. En todo caso, no él.

Y aquí, ¿qué es lo que hay a nivel de I? Se puede decir, uno está seguro, que hay Ella Sharpe, y que ella no está sin tener relación con todo eso. Ella Sharpe fue advertida en el anticipo de una tosecita, a invertir la fórmula, a no meterse en asuntos familiares. Es decir que, si ella está en tren de operar sobre ella misma, de una manera más o menos sospechada, ella debería reflexionar en eso, antes que el sujeto llegue. Es necesario, para decirlo todo, que Ella Sharpe esta completamente al abrigo de los golpes del sujeto. Esto es lo que he llamado, la última vez, en mi referencia a las propias consideraciones de Ella Sharpe, que considera al análisis como un juego de ajedrez, que el sujeto no quiere perder su dama.

El no quiere perder su dama porque, sin ninguna duda, su dama es la llave de todo eso; que todo eso no puede tener fundamento, sino porque es del lado de la dama que nada debe ser cambiado. Porque es del lado de la dama que está la omnipotencia (tout puissance).

Lo curioso es que esta idea de la omnipotencia, Ella Sharpe huele y la reconoce por todas partes, al punto de decir al sujeto que él se cree omnipotente. Con la excusa de que él ha tenido un sueno enorme, por ejemplo, mientras no es capaz de contar más que esa aventurita que tiene sobre una ruta de Checoslovaquia. Pero no es el sujeto quien es omnipotente (tout puissance). Lo que es omnipotente es el Otro.

Y es por eso que la situación es especialmente más temida. No olvidemos, incluso, que es un sujeto que no puede llegar a pleitear. El no puede, y es, sin embargo, algo muy sorprendente.

La clave de la cuestión es esta: Si es verdad o no que el sujeto no puede llegar a pleitear porque el Otro (lugar y sitio en el cual nosotros nos colocamos siempre, si tenemos que pleitear ) para él no hace falta que esté involucrado. En otros términos, el Otro -y en esta ocasión, es la mujer- no debe estar, en ningún caso, castrado. Quiero decir que el Otro debe poseer, en sí mismo, ese significante que tiene todos los valores. Y aquí es donde es necesario considerar al falo. Yo no soy el único. Lean en la página 272 de Melanie Klein, en lo que concierne a la evolución de la niña. Ella dice muy bien que el significante falo, primitivamente, concentra sobre sí todas las tendencias que el sujeto ha podido tener en los órdenes oral, anal, uretral; y que antes, incluso, de que antes pueda hablar de genital, ya el significante falo concentra en sí todos los valores, y especialmente los valores pulsionales, las tendencias agresivas que el sujeto ha podido elaborar.

Es en la medida en que el sujeto no puede poner en juego el significante falo, que el significante falo queda concerniendo al otro como tal, que el sujeto se encuentra, él mismo, en una postura que es la postura en avería que todos vemos. Pero lo que hay completamente sorprendente, es que aquí, como en todos los casos donde nosotros nos encontramos en presencia de una resistencia del sujeto, esta resistencia es del analista.

Pues, efectivamente, si hay algo que Ella Sharpe se prohibe en esta ocasión severamente —ella no se da cuenta de por qué, pero es cierto que ella lo tiene como tal, que ella se lo prohibe— es pleitear. En esta ocasión donde, justamente, una barrera es ofrecida para franquear, que ella podría franquear, se prohibe franquearla, se rehusa, pues ella no se da cuenta de que eso de lo que el sujeto se cuida, no es —como ella piensa— algo que concierne a una pretendida agresión paternal —el padre de el hace largo tiempo que está muerto, completamente muerto, y han tenido todos los cuidados del mundo en darle una pequeña reanimación en el interior del análisis—, no es para incitar al sujeto a servirse de un falo como de un arma, de lo que se trata. No es de su conflicto homosexual; no es que él se tenga como más o menos irascible, agresivo, en presencia de gente que se burla de él en tenis, porque no sabe dar el último golpe. No es de todo eso de lo que se trata. El está  más acá de ese momento donde debe consentir en darse cuenta de que la mujer esta castrada.

No digo que la mujer no sea el falo. El lo demuestra en su fantasma del sueño de una manera completamente irónica. Sino que el otro, como tal, por el hecho mismo de que él esta en el Otro del lenguaje, está sometido a esto: Para lo que es de la mujer, ella es sin tenerlo.

Ahora bien; eso es, justamente, lo que no puede ser admitido por él en ningún caso.

Para él, ella no debe ser sin tenerlo, y es por eso que él no quiere, a ningún precio, que ella lo arriesgue. Su mujer —no lo olviden— está fuera de juego en el sueño. Ella es, ahí, la que no juega, en apariencia, ningún rol. No está, incluso, subrayado, que ella mira. Es ahí, si puedo decir, que el falo es puesto al abrigo.

El sujeto no tiene, incluso él mismo, que arriesgar el falo, porque él está enteramente en juego en un rincón donde nadie podría soñar buscarlo. El sujeto no llega a decir que él está en la mujer y que, sin embargo es, seguramente, en la mujer, donde él es. Quiero decir que es por eso que Ella Sharpe esta ahí. No es especialmente inoportuno que ella sea mujer. Eso podría ser completamente oportuno, si ella se diera cuenta de lo que hay que decir al sujeto, a saber, que ella está ahí como una mujer, y que eso plantea preguntas, que el sujeto ose ante ella, pleitear su causa.

Eso es, precisamente, lo que él no hace. Y es, precisamente, lo que ella percibe que él no hace, y es alrededor de ahí que gira ese momento crítico del análisis.

En ese momento, ella lo incita a servirse del falo como de un arma. Ella dice:  «ese falo es algo que ha sido siempre excesivamente peligroso; no tenga miedo; es de eso de lo que se trata».

No hay nada en el material que nos dé una indicación del carácter agresivo del falo. Y es, sin embargo, en ese sentido que ella interviene con la palabra. No pienso que eso sea ah! lo mejor. ¿Por qué? Porque la posición que tiene el sujeto y que, según toda apariencia, él ha guardado, que él guardará en, todos los casos, aún después de la intervención de Ella Sharpe, es aquélla, justamente, que él tenía en un momento de su infancia, que es la que intentamos precisar en el fantasma de las correas cortadas, y de todo lo que se anuda ahí, de das identificaciones a la hermana, y de la ausencia de los cochecitos.

Esto es algo que aparece —Ustedes lo verán si releen atentamente las asociaciones. Esto es algo de lo cual él esta seguro de que tiene la experiencia: él, atado, el pined-up en su cama. Es él en tanto que se lo tiene ciertamente, contenido, mantenido en posiciones que no son sin relación a lo que podemos presumir, con alguna represión de la mes turbación y, en todo caso, con alguna experiencia que ha sido para él ligada a sus primeros inicios de emoción erógena, y que todo hace pensar que ha sido traumático.

Es en ese sentido que Ella Sharpe interpreta. Todo lo que el sujeto produce, es algo que ha debido jugar un rol —dice ella— con alguna escena primitiva, con el acoplamiento de los padres. Este acoplamiento, sin duda, él lo ha interrumpido, sea por sus gritos, sea por algún trastorno intestinal. Es ahí que ella encuentra, incluso, la prueba que este pequeño cólico que reemplaza a la tos en el momento de golpear, es una confirmación de su interpretación.

Eso no es seguro. El sujeto, ya sea él pequeño o, en tanto que algo se produce en eco como síntoma transitorio en el curso del análisis, sospecha lo que tiene lugar en el interior del cuerpo. Eso es un pequeño cólico. No lo es, sin embargo, para zanjar la cuestión de la función de esta incontinencia. Esta incontinencia —ustedes lo saben— se reproducirá a nivel uretral, sin duda, con una función diferente. Y ya he dicho cuán importante era notar el carácter del eco de la presencia de los padres en tren de consumar el acto sexual, en toda especie de manifestación do la enuresis.

Aquí, seamos prudentes, conviene no siempre dar una finalidad unívoca a lo que puede, en efecto, tener ciertas, consecuencias, ser, a continuación, utilizada secundariamente por el sujeto como constituyendo una intervención completa en las relaciones interparentales.

Pero ahí el sujeto, recientemente, es decir, en una época bastante próxima a ese sueño del análisis, ha tenido un fantasma completamente especial, y a partir del cual Ella Sharpe, en esta ocasión, hace gran esfuerzo para confirmar la noción de esta relación con la conjunción parental. Es en El ha temido, un día, tener una pequeña avería con su famoso coche, decididamente rada vez. Más identificado a su propia persona, y tenerlo a través de la ruta donde debería pasar la pareja real —ni más ni menos—, como si él estuviera ahí para hacernos eco del juego de ajedrez. Pero cada vez que encuentren el rey, piensen menos en el padre que en el sujeto.

Cualquiera sea el fantasma, esta pequeña angustia que el sujeto manifiesta: dado que él debía también rendir homenaje a esta pequeña reunión de inauguración, donde la pareja real —estamos en 1934, la corona inglesa no es de una reina y de un maridito—, hay ahí un rey y una reina que van a encontrarse bloqueados por el coche del sujeto. Con lo que debemos contentarnos, pura y simplemente, con decir en esta ocasión, es que hay algo que se renueva imaginariamente, fantasmáticamente, pura y simplemente una actitud agresiva del sujeto, una actitud de rivalidad comparable, parable, en rigor, a aquella que puede darse  al hecho de mojar la cama. Eso no es seguro. Si esto debe despertar en nosotros algún eco es, al menos, que la pareja real no está en cualquier condición: él va a encontrarse en su coche detenido, expuesto a las miradas.

Parece que de lo que se trata en esta ocasión, es incluso algo que está mucho más cerca de esta búsqueda perdida del falo figurado, que no esta en ninguna parte, y para él se trata de encontrarlo. Y de lo cual, uno esta seguro de que no lo encontrará jamas.

Es que si el sujeto está ahí en ese capuchón, en esa protección construida hace tiempo alrededor de su yo (moi), por la capota del coche – es también la posibilidad de esconderse con un pin off-speed, rápidamente – el sujeto va a encontrarse en la misma posición, tanto que nosotros hemos, otra vez, oído contener la risa de los olímpicos: Es Vulcano que nos atrapa bajo sus rayos, como Marte y Venus y todos saben que la risa de los dioses parece, en esta ocasión, aún, resonar en nuestras orejas y en los versos de Homero. ¿Dónde está el falo? Esto es, siempre, el mayor resorte de lo cómico, y después de todo, no olvidemos que ese fantasma es, ante todo, un fantasma alrededor de una noción de incongruencia, más que otra cosa. El se engancha de la manera más estrecha en esta misma situación fundamental, que es aquélla que va a dar la unidad a ese sueño, y de todo lo que esta alrededor, a saber, la de una afanisis, que no es tanto desaparecer, como hacer desaparecer.

Recientemente, un hombre de talento, Raymond  Queneau, ha puesto un epígrafe a un muy divertido libro, «Zazi dans le metro» («Zazi en el subte») —cita latina : «Aquél que hace eso, tiene cuidadosamente disimulados sus resortes». Es de eso de lo que se trata, al fin de cuentas. La afanisis de la que se trata aquí, es el escamoteo del objeto en cuestión, a saber, el falo. Es en tanto que el falo no está puesto en juego, que el falo está reservado, está preservado, que el sujeto no puede acceder al mundo del otro. Y —ustedes lo verán— lo más neurotizante no es el temor de perder el falo, o el temor de la castración —éste es el resorte fundamental—, sino no querer que el Otro esté castrado.