Seminario 6: Clase 2, del 19 de Noviembre de 1958

Primero querría ubicar los límites de lo que quiero hacer hoy, quiero decir en esta misma lección, enunciar eso que les mostraré y abordar el ejemplo de interpretación de un sueño, así como el uso de lo que convencionalmente llamamos desde hace un tiempo, el grafo.

Como continúo ese discurso, si me atrevo a expresarlo no simplemente por encima de sus cabezas, querría que se estableciese a través de él cierta comunicación, como se dice. No he dejado de hacerme eco de sus dificultades ya la última vez, pero este grafo, lo hemos construido juntos el año pasado, es decir, puesto a punto progresivamente, lo han visto de alguna manera edificarse en las necesidades de cierta formulación centrada alrededor de lo que he llamado formaciones del inconsciente.

Que ustedes no pudiesen, como lo hacía notar, darse cuenta de que su uso no era todavía unívoco, no es para asombrarse, puesto que precisamente una parte de lo que habremos de articular este año sobre el deseo nos mostrará la utilidad, a la vez que nos enseñará su manejo .

Se trata, pues, en primer término, de su comprensión. A propósito de ese término «comprensión», querría remarcarles —les aseguro que no hay en ello ninguna ironía— que es un término problemático. Si hay entre ustedes quienes comprenden siempre y en todo instante lo que hacen, los felicito y los envidio. No es lo que corresponde, incluso después de veinticinco años de ejercicio, mi experiencia me muestra bastante los peligros que ello comporta, peligro de ilusión de comprender todo, porque no se dude de que busco mostrarles que eso que hago, no es de ninguna manera comprender, sino del saber.

No es siempre lo mismo, eso puede no confundirse, y verán que hay razones internas para que eso no se confunda que puedan en ciertos casos saber qué hacer, saber dónde están, sin saber comprender siempre, al menos inmediatamente, de qué se trata.

El grafo está hecho precisamente para este punto de referencia, está destinado a anunciar algo. Hoy pienso, si tengo tiempo, poder comenzar a ver por ejemplo, cómo este grafo, y creo que sólo este grafo o algo bien entendido análogamente, permite distinguir, por ejemplo, tres cosas; para distinguirlas por posiciones, por situaciones diferentes, tres cosas que, debo decir, ustedes confunden con demasiada frecuencia, hasta deslizar sin precaución de una a otra, lo reprimido, por ejemplo. Habremos de decirlas como Freud las definió: lo reprimido, el deseo y el inconsciente.

Rehagamos al menos a pequeños pasos antes de aplicarlo, para que no quede duda de lo que representa lo que llamamos los dos pisos, aunque bien entendido, es eso mismo que trae la dificultad para muchos de ustedes, esos dos pisos no corresponden para nada con lo que habitualmente se les presenta a nivel de lo que podría llamarse lo arquitectónico de las funciones, superiores e inferiores, automatismo y función de síntesis.

Es justamente para que no lo encuentren que esos dos pisos aparecen, y es porque quiero intentar rearticularlos ante ustedes, puesto que parece que el segundo piso de la construcción, piso abstractamente definido, porque ese grafo es un discurso, no puede decir todo al mismo tiempo, ese segundo piso que no es forzosamente una etapa, tiene para nosotros cierta dificultad.

Retomo las cosas. ¿Cuál es la meta de ese grafo? Mostrarles las relaciones, para nosotros esenciales, más aún en tanto somos analistas, del sujeto hablante con el significante.

Al fin de cuentas, la pregunta alrededor de la cual se divisan esos dos pisos, es la misma para él, el sujeto hablante —es un buen signo— que para nosotros. Decía hace un momento: ¿sabemos lo que hacemos?  y bien, también él, ¿sabe o no lo que hace al hablar? Eso quiere decir: ¿puede significarse eficazmente su acción de significación?

Es justamente alrededor de esta cuestión que se reparten esos dos pisos de los que les digo enseguida, pues parece habérsele escapado a algunos la última vez, que es necesario pensar que funcionan los dos al mismo tiempo en el menor acto de palabra, y verán qué es lo que entiendo por el término acto de palabra.

En otros términos, si piensan en el proceso de lo que pasa en el sujeto, en tanto interviene en su actividad el significante, es necesario que piensen lo que he tenido la ocasión de articular para uno de ustedes a quien daba un suplemento de explicaciones después de mi seminario, si lo subrayo es porque mi interlocutor me hacía notar lo que podían no haberse dado cuenta, a saber: que el proceso en cuestión parte al mismo tiempo de cuatro puntos: , A, d y D, es decir – pueden ver que es la puntuación de mi exposición de hoy, en ese sentido respectivamente, la intención del sujeto, el sujeto en tanto yo ( je) hablante, el acto de la demanda y eso que llamaremos siempre con un cierto nombre y que dejo reservado por ahora .

Los procesos, pues, son simultáneos en esos cuatro trayectos: d’ –  – I – s(A). Pienso que está bastante apretado.

Hay, pues, dos pisos en el hecho de que el sujeto hace algo que está en relación con la acción prevalente, la estructura prevalente del significante. En el piso inferior, recibe, padece esta estructura. Esto es especialmente aparente. Entienden bien lo que digo, puesto que no hay nada improvisado; son los que están en lo cierto.

Eso toma su valor por estar especialmente —no únicamente, sino especialmente— ilustrado. Quiero decir que es ahí especialmente comprensible, pero al mismo tiempo eso puede hacer que no vean toda la generalidad, a saber que eso engendra ciertas incomprensiones. Díganlo seguido, cada vez que comprenden, comienza el peligro. Esto toma su valor especialmente en el contexto: digo contexto de la demanda, es en ese momento que el sujeto en ese nivel, en ese piso, la línea de la intencionalidad del sujeto, de lo que suponemos ser el sujeto, un sujeto que no ha devenido sujeto hablante, tanto que es el sujeto del que siempre se habla, del que incluso diría, se habla hasta aquí, puesto que no sé de nadie que haya hecho nunca verdaderamente bien la distinción como intento aquí introducirla, el sujeto del conocimiento, para decirlo todo, el sujeto correlativo del objeto, el sujeto alrededor del cual gira la eterna cuestión del idealismo, y que es él mismo un sujeto ideal, tiene siempre algo de problemático, a saber, como lo he hecho notar y como su nombre lo indica, no es sino sujeto supuesto.

No es lo mismo, lo verán, para el sujeto que habla, que se impone con completa necesidad.

El sujeto, pues, en el contexto de la demanda, es el primer estado, si puedo decir, informado de nuestro sujeto en nosotros, de quien intentamos articular por ese grafo las condiciones de existencia. Ese sujeto no es otro que el sujeto de la necesidad; luego, es quien se expresa en la demanda, y no tengo necesidad de volver allí una vez más. Todo mi punto de partida consiste en mostrar cómo esa demanda, al mismo tiempo que el sujeto, está profundamente modificada por el hecho de que la necesidad debe pasar por los desfiladeros del significante.

No insisto más porque lo supongo adquirido, pero quiero con el propósito de hacerles notar que es precisamente en este intercambio entre la posición primitiva inconstituida del sujeto de la necesidad y las condiciones estructurales impuestas por el significante, que reside lo que se produce y está aquí representado por el hecho de que la línea D-S es llena hasta A, mientras que más allá de ahí queda fragmentada; que inversamente, en tanto que es anterior a pequeña s(A) que la línea llamada de intencionalidad, en la ocasión del sujeto, está fragmentada y que no está llena sino después, decimos especialmente en ese segmento, e incluso provisoriamente porque habré de insistir más abajo en eso, en tanto no han tenido en cuenta la línea A – m – i(a) – s(A).

¿Por qué es así? Es necesario que no me retrase eternamente sobre ese grafo, de tanto en tanto volveremos allí .

¿Qué es lo que representa en otros términos esa continuidad de la línea hasta ese punto A del que saben que es el lugar del código, el lugar donde yace el tesoro de la lengua en su sincronía, quiero decir, la suma de los elementos temáticos o taxonómicos, sin que haya medio de comunicar entre esos seres que están sometidos a las condiciones del lenguaje?

Lo que representa la continuidad de la línea D-S hasta el punto A, es esa sincronía de la organización sistemática de la lengua, quiero decir que sincrónicamente está dado como un sistema, como un conjunto en el interior del cual cada uno de esos elementos tiene su valor en tanto que distinto de los otros, otros significantes, otros elementos del sistema. Es ahí, les repito, el punto clave de todo lo concerniente a la comunicación.

Lo olvidado siempre en las teorías de la comunicación es que lo que es comunicado no es signo de algo; es simplemente el signo de lo que está en el lugar donde otro significante no está.

Es de la solidaridad de este sistema sincrónico en tanto que reposa en el lugar del código, que el discurso de la demanda, en tanto anterior al código, toma su solidez, en otros términos, que en la diacronía, es decir, en el desarrollo de ese discurso, aparece lo que se llama minimum de duración exigible para la satisfacción, aunque fuese lo que se llama una satisfacción mágica o, al menos, de repulsa, a saber, el tiempo de hablar.

Es en razón de esta relación que la línea del discurso significante, del discurso significante de la demanda, puesto que está compuesto de significantes, debería aparecer aquí y representarse bajo la forma fragmentada que vemos subsistir bajo la forma de una sucesión de elementos discretos, separados por intervalos. Es en razón de la solidez sincrónica del código, del que los elementos sucesivos están tomados, que se concibe esa solidez de la afirmación diacrónica y la constitución de lo que se llama en la articulación de la demanda, el tiempo de la fórmula.

Pues es con anterioridad al código, o más acá del código, que esta línea se presenta como continua. Al contrario, ¿qué es lo que representa aquí este grafo por la línea fragmentada que es la de la intencionalidad del sujeto?

Es en el interior de lo que son sus primeras identificaciones, lo que se llama en la ocasión la madre, la madre como omnipotente.

Pasemos al segundo piso de ese grafo, cuya representación la última vez, parece al menos para algunos, ha tenido algunas dificultades. Este segundo piso es otra cosa que el sujeto que pasa bajo los desfiladeros de la articulación significante.. Es el sujeto que asume el acto de hablar, es el sujeto en tanto que yo (je); todavía aquí me es necesario suspender alguna articulación de reserva esencial.

Después de todo, ese yo (je), no me retrasaré allí, voy a hacerles notar en el origen, este yo (je), en tanto que allí he hecho alguna alusión en algún desarrollo, no es nuestro asunto, es, no obstante, el yo del «pienso, luego soy». Sepan que se trata aquí de un paréntesis. Todas las dificultades que me han sido sometidas han sido a propósito del «pienso, luego soy», en cuanto a que eso no tenía ningún valor probatorio, puesto que el yo (je) ya está puesto en el «pienso» y que no hay, después de todo, más que un cogitatum, ello piensa, y ¿por qué estaría yo (je) ahí dentro?

Creo que todas las dificultades se elevan de la no distinción de dos sujetos, tal como se los he articulado en primer lugar, a saber que más o menos, primero yo pienso más o menos sin razón en ese dato (reporté), en esa experiencia que nos confía la filosofía, la confrontación de un sujeto a un objeto, por consecuencia, a un objeto  imaginario entre los que no es destacable que el yo (je) no ser un objeto entre otros.

Por el contrario, si ponemos la cuestión en el nivel del sujeto definido como hablante, el asunto tomará otro camino, como mostrará la fenomenología que voy a indicarles ahora.

Para quienes quieran referencias concernientes a toda esta discusión del yo (je) del cogito, les recuerdo que hay un artículo ya citado del señor Sartre en las Investigaciones filosóficas.

El yo (je) del cual se trata, no es simplemente el yo (je) articulado en el discurso, el yo (je) en tanto se pronuncia en el discurso; es eso que los lingüistas llaman, por lo menos desde hace algún tiempo, un shifter.

Es un semantema que no tiene empleo articulable en función del código, quiero decir, en función pura y simplemente del código articulable lexicalmente. Es, como la experiencia más simple lo muestra, que el yo (je) no se relacióna nunca con algo que pueda ser definido en función de otros elementos del código, sino simplemente, en función del acto de mensaje. El yo (je) designa lo que es el soporte del mensaje, es decir, algo que varía a cada instante.

No es para romperse demasiado la cabeza, pero quisiera hacer notar lo que resulta de eso, que este yo (je) es esencialmente distinto a partir de ese momento, como enseguida voy a hacérselos sentir. Eso que se puede llamar el sujeto verdadero del acto de hablar, diría una constante presunción de discurso indirecto, quiero decir que podría muy fácilmente estar seguido, el discurso mismo, de un paréntesis: «yo (je), que hablo», o «yo (je) digo que»; esto, por otra parte , es muy evidente , como otros lo han notado antes que yo, por el hecho de que un discurso que formula «digo que» y agrega enseguida «y lo repito», no dice en ese «lo repito» algo inútil, en tanto es, justamente, para distinguir los dos que están en cuestión, el que ha dicho y el que adhiere a quien ha dicho lo que ha dicho.

En otros términos, todavía, quiero sugerir la diferencia que son acciones simbólicas, están sujetas a inscripción. A menudo es acción para hacer acto, y va en contra de lo que pasa, o más exactamente conforme a lo que pasa en el juicio de instrucción, o todo lo que haga podrá ser usado en su contra, todas sus acciones estarán impuestas en un contexto de lenguaje y que incluso sus gestos son gestos que no son nunca más que gestos para elegir en un ritual preestablecido, a saber, en una articulación de lenguaje.

Y Freud, en esto, ¿sabe lo que hace? No.

No es otra cosa que lo que expresa el segundo piso de mi grafo, a saber, que ese segundo piso no vale sino a partir de la pregunta del Otro, Che vuoi?, ¿qué quieres?, y que hasta ese momento de la pregunta, quedamos en la inocencia y en la tontería.

Intento aquí hacer esta prueba de que el didactismo no pasa obligatoriamente por la tontería. No puede ser sobre ustedes que se base para que la demostración se realice.

En relación a esta pregunta, y en las respuestas que el segundo piso del esquema articula, ¿dónde se ubican los puntos de cruce entre el discurso verdadero, que está sostenido por el sujeto, y lo que se manifiesta como querer en la articulación de la palabra? Donde esos puntos de cruce se ubiquen está todo el misterio de ese símbolo que parece hacerse opaco para algunos.

Este discurso que se presenta en ese nivel como llamado del ser, no es lo que tiene el aspecto de ser, lo sabemos por Freud; y es eso lo que el segundo piso del grafo intenta mostrarnos.

No se puede al principio más que sorprenderse, que no lo reconociesen, pues es lo que Freud ha dicho; qué es lo que hacemos todos los días si no es esto; mostrar que, a ese nivel, a nivel del acto de la palabra, el código está dado por algo que no es la demanda primitiva, que es una cierta relación del sujeto a esta demanda en tanto el sujeto ha quedado marcado por sus avatares. Es eso que llamamos las formas orales , anales y otras, de la articulación inconsciente; y es por eso que no me parece provocar muchas discusiones. Hablo simplemente como admisión de las premisas que situamos aquí a nivel del código. La fórmula: el sujeto en tanto marcado por el significante en presencia de su demanda como dando el material, el código de ese discurso verdadero, que es el verdadero discurso del ser en ese nivel.

En cuanto al mensaje que recibe, ése al que ya he hecho alusión muchas veces, es todo el problema de la perspectiva analítica, a saber, qué es ese mensaje. Puedo dejarlo por hoy en estado problemático, y simbolizarlo por un significante presumido como tal. Es una forma puramente hipotética, es un X, un significante del Otro puesto que es en el nivel del Otro que la pregunta está  ubicada por otra marca, que es justamente el elemento problemático en la pregunta concerniente al mensaje.

En resumen: la situación del sujeto a nivel del inconsciente, tal como Freud lo articula, no soy yo, es Freud quien lo ha articulado, es que no sabe con quién habla. Necesitamos revelarle los elementos propiamente significantes de su discurso, y que no sabe tampoco el mensaje que le llega realmente a nivel del discurso del ser.

En otros términos, no sabe el mensaje que le llega de la respuesta a su demanda en el campo de lo que quiere; ustedes saben ya la respuesta, la respuesta verdadera; no puede ser más que una, a saber, el significante y nada más, que está  especialmente afectado para designar justamente las relaciones… (falta en el original)

Se los he dicho, a pesar de todo quiero expresarlo, porque ese significante es el falo. Incluso para los que escuchan por primera vez, les pido que acepten esto provisoriamente. Lo importante no es eso, lo importante es que para lo que no puede tener respuesta posible, puesto que la única respuesta posible es el significante, que designa esas relaciones con el significante, él, el sujeto, se anonada y desaparece. Es justamente esta demanda directamente ubicada sobre el falo, a saber, la castración o esta noción de falta de falo que; en uno u otro sexo, es algo que viene a terminar el análisis, como Freud —se los hago notar— lo ha articulado.

Pero no estamos aquí para repetir esas verdades primeras. Sé que esto pega sobre los nervios de algunos que hacen demasiados malabares desde hace tiempo con el ser y el tener; pero se le pasará , porque eso no quiere decir que en el curso de esto no vayamos a hacer una colecta preciosa, una colecta clínica, una colecta que permita incluso en el interior de mi enseñanza producirse con todas las carácterísticas típicas de lo que llamaría «la onda médica».

Se trata de situar en el interior de esto lo que quiere decir el deseo.

Lo hemos dicho, hay, pues, en ese segundo piso también, un tesoro sincrónico, hay una batería de los significantes inconscientes para cada sujeto; hay un mensaje en el que se anuncia la respuesta al che vuoi? , y se anuncia, como pueden constatarlo, peligrosamente.

Incluso eso que les he hecho notar al pasar, historia para evocarles recuerdos imaginados, que hacen de la historia de Abelardo y Eloísa la más bella historia de amor.

¿Qué quiere decir el deseo? ¿Dónde se sitúa? Pueden notar que en la forma completa del esquema, tiene aquí una línea punteada que va del código del segundo piso a su mensaje por intermedio de dos elementos. d significa el lugar donde el sujeto desciende, y $ frente a la pequeña a significa – lo he dicho, lo repito – el fantasma.

Esto tiene una forma, una disposición homológica en la línea que, de A, incluye en el discurso el yo (moi), la m en el discurso, decimos la persona plena con la imagen del otro, es decir, esa relación especular que he ubicado como fundamental en la instauración del yo (moi).

Hay en la relación entre los dos pisos, algo que merece ser más plenamente articulado. No lo hago hoy, no sólo porque no tenga tiempo; estoy dispuesto a tomarme todo mi tiempo para comunicarles lo que tengo que decirles, sino porque quiero tomar las cosas de una manera indirecta, para que sea susceptible de hacerles sentir su alcance. No son incapaces de adivinar lo que puede tener de rico que eso sea una cierta reproducción de una relación imaginaria a nivel del campo de hiancia determinada entre los dos discursos, en tanto que esa relación reproduce homológicamente lo que se instala en la relación al otro en el juego de prestancia.

No son incapaces de presentir, desde ahora, pero bien entendido, presentirlo como que es totalmente insuficiente. Quiero, antes de articularlo plenamente, hacerlos detener un instante sobre lo que comporta en el interior, situado, plantado en el interior de esta economía, el término deseo.

Lo saben; Freud ha introducido este término al principio del análisis. Lo introdujo a propósito del sueño, y bajo la forma del «Wunsch», es decir, de algo que se articula sobre esta línea. El «Wunsch» no es en sí mismo deseo sólo en sí; es un deseo formulado, es un deseo articulado.

Es en lo que quiero un instante detenerlos, es en la distinción que merece que se instale e introduzca este año, del ser llamado deseo con ese «Wunsch». Han leído «La ciencia de los sueños», y este momento del que les hablo marca el momento en que este año comenzamos a hablar de eso.

De la misma forma que el año pasado comenzamos por el chiste, comenzamos este año por el sueño. Han notado desde las primeras páginas, y hasta el final, que si piensan el deseo bajo la forma en que se las tienen que ver todo el tiempo en la experiencia analítica, donde se les da soga para retorcer, por sus excesos, por sus desviaciones, por sus desfallecencias, les digo el deseo sexual, el que con alternancias ejerce sobre todo el campo analítico un cono de sombra muy destacable sobre aquello de lo que se trata en el análisis.

Saben, pues , notar la diferencia, a condición de que lean verdaderamente, es decir, no continuar pensando en sus pequeñeces mientras vuestros ojos recorren la Traumdeutung. Percibirán que es muy difícil asir ese famoso deseo; que en cada sueño pretendidamente se lo encuentra en todas partes.

Si tomo el sueño inaugural, el sueño de la inyección de Irma, del que hemos hablado muchas veces, sobre el cual tengo un pequeño escrito, y sobre el cual reescribiría, sobre el que podríamos hablar un largo tiempo; recuerden lo que es el sueño de la inyección de Irma. ¿Qué quiere decir exactamente? Eso queda muy incierto, incluso en lo que llega él mismo, Freud, en el deseo del sueño.

(Falta una página ) .

Se trata de saber por qué, pero para saber por qué, quiero detenerme un instante en esas cosas evidentes que nos da el uso y el empleo del lenguaje, a saber, lo que quiere decir cuando se dice de alguien, si es un hombre o si es una mujer, y qué es lo que se quiere decir cuando se dice a una mujer: «yo la deseo» (je vous desire).

¿Es que quiere decir – como el optimismo moralizante sobre el que me ven de vez en cuando romper lanzas en el interior del análisis – estoy dispuesto a reconocer al ser de ustedes tantos más derechos que al mío para prevenir todas sus necesidades, a pensar en vuestra satisfacción: Señor (Seigneur), que vuestra voluntad se haga antes que la mía? ¿Es eso lo que quiere decir?

Pienso para evocar en ustedes las sonrisas que veo felizmente desarrollarse a través de esta asamblea. Nadie, por otra parte, cuando se emplean las palabras que conviene, se engaña sobre lo que quiere decir la alusión a un término, por más genital que sea.

La respuesta es ésta: Yo deseo —decimos para emplear las buenas y fuertes palabras que dan vueltas por ahí— acostarme con Usted. Es mucho más verdadero, hay que reconocerlo. Pero ¿es tan verdadero como eso? Es verdadero; en un cierto contexto, diría social, y después de todo porque quizá  vista la extrema dificultad de dar su resultado exacto a esta formulación, «la deseo a Usted», se encuentra, después de todo nada menos que para probarlo.

Créanme: quizá  basta que esta palabra no sea ligada al inconmensurable impedimento y rotura de platos que entrañan los propósitos que tienen un sentido, basta quizá  con que esta palabra no sea pronunciada más que en el interior, para que enseguida capten que si esa palabra tiene un sentido, es un sentido muy difícil de formular. «La deseo a Usted», articulado en el interior, si puedo decirlo, de lo que concierne a un objeto, es con poca diferencia estos «Usted es bella» alrededor de lo que se fijan, se condensan todas las imagenes enigmáticas, a saber: la deseo porque Usted es el objeto de mi deseo; dicho de otro modo, Usted es el común denominador de mis deseos .

Es algo que en realidad moviliza, orienta en la personalidad una cosa muy distinta de aquello hacia lo cual parece ordenarse por convención una meta precisa .

En otros términos, para referirnos a una experiencia menos poética, a propósito de la menor distorsión de la personalidad en imagenes, cómo de pronto y en primer plano, viene a surgir a propósito de esta implicación en el deseo, la estructura del fantasma.

Decir a alguien: deseo a Usted, es muy precisamente, decirle, pero no nos lo da la experiencia cotidiana, salvo para los bravos e instructivos pequeños perversos, pequeños y grandes, es decirle: lo implico a Usted en mi fantasma fundamental.

Es aquí, puesto que he decidido este año no pasarme más allá  de cierto tiempo – espero sostenerlo todavía – la prueba de que quiero hacerme entender, es aquí, es decir, antes del punto donde pensaba concluir hoy, que me detendré. Me detendré al designar este punto del fantasma que es un punto esencial, el punto clave alrededor del cual les mostraré la próxima vez cómo hacer girar el punto decisivo donde debe producirse, si ese término deseo tiene un sentido diferente del de anhelo en el sueño, donde puede producirse la interpretación del deseo.

Ese punto es, pues aquí, y puedo hacerles notar que ha partido del circuito punteado, que es esta especie de pequeño cabo que se encuentra en el segundo piso del grafo.

Quisiera decir, simplemente, para dejarlos un poco con las ganas, que ese pequeño punteado no es otra cosa que el circuito en el que gira, es por eso que está  construido así, y es porque eso una vez que está  alimentado al comienzo, se pone a girar indefinidamente en el interior donde giran los elementos de lo reprimido.

En otros términos, es el lugar en el grafo, del inconsciente como tal, es de eso y sólo de eso que Freud ha hablado hasta 1915, cuando concluye por los dos artículos que se llaman, respectivamente, «El inconsciente» y «La represión».

Es ahí donde retomaré para decirles hasta qué punto está  articulado en Freud, de una manera que sostiene, que es la sustancia misma de lo que intento hacerles comprender concerniente al significante; es, a saber, lo que Freud mismo articula muy bien de la manera menos ambigüa, algo que quiere decir: nunca jamás pueden estar reprimidos más que elementos significantes. Está  en Freud, sólo falta el vocablo  «significante» . Les mostraré que lo que Freud habla en su artículo sobre el inconsciente, concerniente a lo que puede estar reprimido, no puede ser sino significante .

Veremos eso la próxima vez. Ahora vean oponerse aquí dos sistemas, el sistema aquí  punteado – lo hemos dicho- es el lugar del inconsciente y donde lo reprimido gira en redondo hasta el punto donde se hace sentir, es donde algo del mensaje, al nivel del discurso del ser, viene a desordenar el mensaje a ni… ( falta en el original )

Hay otro sistema, el que prepara lo que llamo el pequeño rellano, a saber, el descubrimiento del avatar, descubrimiento, porque había hecho el esfuerzo para habituarme al primer sistema que, como Freud les ha hecho el fatal beneficio de dar el paso siguiente antes de su muerte, es decir, que Freud, en su segunda tópica ha descubierto el registro del otro sistema punteado; pequeño rellano, es justamente a lo que corresponde la segunda tópica. En otros términos, lo que concierne a eso que pasa, es en la medida en que es interrogado sobre lo que pasa a nivel del sujeto prediscurso (prédiscours), pero en función de eso que hace que el sujeto que habla no sepa lo que hace al hablar, es decir, a partir del momento en que el inconsciente es descubierto como tal, que Freud, si ustedes quieren, ha podido esquematizar las cosas, aquí buscadas, a nivel de ese sitio original donde ello habla, en relación a una aspiración que es la del resultado del proceso en I.

En ese momento, se constituye el yo (moi), el yo (moi) que ha de referirse a la primera formulación, la primera captura en la demanda, del ello. Es así también  que, Freud ha descubierto ese discurso primitivo en tanto puramente impuesto, y al mismo tiempo en tanto que marcado por su arbitrariedad básica, que eso continúa hablando, es decir, el superyó.

Es así, bien entendido que ha dejado algo abierto, en esa función básicamente metafórica del lenguaje, que nos ha dejado algo para descubrir, para articular, que completa su segunda tópica, y que permita restaurarla, resituarla, restituirla en el conjunto de su descubrimiento .