Seminario 6: Clase 25, del 17 de Junio de 1959

(En el Anfiteatro de la Facultad de Medicina de París)

Hay algo de instructivo, no diría hasta en los errores, sino incluso, sobre todo en los errores —o en las errancias, si se quiere—.Me verán constantemente utilizar las mismas vacilaciones, hasta los impasses que se manifiestan en la teoría analítica, como siendo ellos mismos reveladores de una estructura de la realidad con la que tenemos que ver. A este respecto, está claro que hay algo interesante, destacable, significativo para nosotros, en trabajos no tan viejos, puesto que, por ejemplo al que me referiré es de 1956 (Nro. de Julio/Octubre del International Journal of Psychoanálisis, Vol. 37). Es un artículo, creo de alguno de nuestros colegas parisinos, no lo designaré por su nombre en tanto no es su posición personal lo que está así enfocado. Y está claro que en este artículo extremadamente curioso, reservado en sus conclusiones, y del que no resulta verdaderamente más que esta conclusión formalmente articulada; no hay, en consecuencia, ningún contenido inconsciente específico en las perversiones sexuales, puesto que los mismos hallazgos pueden ser reconocidos en los casos de neurosis y psicosis. Hay algo bastante sorprendente, que ilustra todo el artículo, que uno se da cuenta que parte de una confusión —verdaderamente mantenida de manera constante— entre «Fantasma» perverso y perversión. De hecho que hay fantasmas consciertes e inconscientes que se recubren. Que los fantasmas se manifiestan, con la apariencia de recubrirse, en las neurosis y en las perversiones, y se concluye de esto con asombrosa soltura, que no hay diferencia fundamental, desde el punto de vista inconsciente, entre neurosis y perversión.Hay ahí una de las cosas más sorprendentes donde ciertas reflexiones que se presentan, ellas mismas, bastante libres de la tradición analítica y que son como una especie de revisión de valores y principios. De hecho, es de esta cuestión de la relación del fantasma y la perversión que nos lleva a ocuparnos hoy a continuación de eso que hemos aproximado la ultima vez, a saber, hemos comenzado a indicar los términos más generales he la relación del fantasma con la neurosis. Algunas palabras de la historia, lo que ha pasado en el análisis, a la luz de nuestro progreso, es esencialmente esto: que en suma, poco tiempo después de haber articulado las funciones de la conciencia, hecho a propósito de la histeria, de las neurosis y del sueño, Freud ha sido llevado a ubicar la presencia en el inconsciente de lo que llamó «tendencias perversas polimorfas». Es de ahí, y es ahí, durante un cierto tiempo. seguramente muy superado, que nos hemos quedado en eso. Y lo que parece que habría faltado articular de esta noción «tendencia perversa polimorfa», es el haber descubierto la estructura del fantasma inconsciente. La forma de los fantasmas inconscientes que recubre una parte de la perversión, la podemos intentar articular así: algo que ocupa el campo imaginativo que constituye el deseo del perverso, éste lo pone en escena; ese algo se presenta de manera patente en clínica. Es en la relación de esos fantasmas con la historia del sujeto, que el fantasma del perverso se presenta como una secuencia recortada del desarrollo del drama.  

La relación del fantasma del perverso con su deseo y la posición del deseo en relación al sujeto, quiero decir este más allá de lo nombrable, este más allá del sujeto en el que se sitúa ese deseo, es ahí —lo digo retrospectivarnente y al pasar— estos algos que nos explican la cualidad propia en la que el fantasma se reviste cuando se confiesa , sea o no el del perverso, a saber, esta especie de molestia, que es necesario nombrar en su punto, aquel que efectivamente retiene durante mucho tiempo, a menudo los sujetos liberados, a saber, esta manera del ridículo que no se explica que, no se comprende más que si hemos podido darnos cuenta de las relaciones que hemos hecho entre el deseo en su posición propia y el campo, el dominio de la comedia. Esto no es más que un recuerdo. Y al haber recordado esta posición, esta función del fantasma, especialmente a propósito del perverso, y los problemas que por eso se nos plantean a continuación, acerca de su naturaleza real, si era de una naturaleza de alguna manera radical, natural, si era en último termino esta naturaleza del fantasma perverso, o si había que ver allí otras cosas también complejas, también elaboradas, para decirlo todo, también significativas como el síntoma neurótico. Esto es así acá, porque toda una elaboración que se ha hecho, esta integrada al problema de la perversidad, y que ha tomado una parte esencial en la elaboración de lo que se llama la «relación de objeto» o de la relación con el objeto, como debiendo ser definida de una manera evolutiva, de una manera genética, como regulando los estados, las fases del desarrollo del sujeto, no simplemente en  función del hombre del «momento», como fases erógenas del sujeto, sino al modo de una relación definida en cada una de esas fases. (Faltan frases en este párrafo pero inferimos que se refiere a esas definiciones de sujetos, orales, anales, etc.).

Es a partir de ahí que son hechas —tanto por Abraham, por Ferenczy, como por otros— no tengo necesidad de recordarles aquí a los iniciadores que son hechas esas tablas llamadas de fases «correlativas», por una parte de estados de dependencia y por la otra de formas libidinales del ego. Esta forma de la libido, esta estructura del ego, parecen  responder y especificar un tipo de relación especial con la realidad. Saben que por una parte, el resultado de esta especie de elaboración fue llevar claridad, incluso enriquecimiento, y que ha podido por otra parte, ubicar el problema. Basta referirse al menor de los trabajos, al menos a dos trabajos concretos, que intentan efectivamente, de articular a propósito de un caso preciso, de una forma precisa, una correspondencia establecida siempre de una manera un poco teórica, cuyo desarrollo sugiere algo que le falta.

Les recuerdo pues que se trata de este tema: «Búsqueda del conjunto de la relación de obieto», es esto que decimos cuando por ejemplo, una oposición como la del objeto parcial y el objeto total aparece elaborada en nuestra opinión de manera inapropiada. En las elaboraciones más recientes, por ejemplo la de la famosa noción de «distancia del objeto», tan dominante en trabajos acerca de las reglas técnicas, a los que muchas veces hice alusión aquí, esa noción de distancia de] objeto tal como un autor francés, en particular quiere hacer decisiva en la relación de la neurosis obsesiva, como si no fuese evidente, por ejemplo, que esta noción de distancia juega un papel decisivo, cuando se intenta articular, ciertas posiciones perversas, las del fetichismo, por ejemplo, donde la distancia de un objeto es más evidentemente manifestada por la fenomenología del fetichismo.

Y nuestra primera de las verdades que habremos de aportar en esto, es que seguramente esta noción de distancia es incluso tan esencial, que después de todo, quizá seguramente, ella es ineliminable como tal del deseo mismo. Quiero decir necesaria en el mantenimiento, en el sostén, en la salvaguarda misma de la dimensión del deseo.

Basta, en efecto, considerar que si algo puede responder en fin, al mito de una relación con el objeto sin distancia, mal se ve cómo podría sostenerse eso que es propiamente hablando el deseo. Hay algo que, les, digo, tiene una forma propiamente mitológica, de una especie de acuerdo. Por un lado animal, por el otro mítico con el objeto, que es un resto en el interior de la elaboración analítica de algo que no coincide con los datos de la experiencia.

Además, por otra parte; eso que está indicado en la técnica analítica como que se debe corregir, rectificar esa pretendida mala distancia mantenida con el objeto por parte del obsesivo, cada uno sabe de la manera más clara que eso está indicando como que debe ser sobrellevado por el paciente en la relación analítica, y esto por una identificación ideal, hasta idealizante con el analista, considerado él mismo, en esta ocasión, no como el objeto sino como del prototipo de una relación satisfactoria con el objeto. Hablemos de volver a eso, a lo que puede corresponder exactamente tal ideal, que se realiza en el análisis.

Ya lo he abordado pero habremos de situarlo, quizá de articularlo de manera diferente dentro de poco. En efecto, esos problemas han sido elaborados de manera bastante más rigurosa, bastante más seria, siempre en la misma vía, en otros contextos, en otros grupos, y pondría —como ya lo he indicado— en primer plano las articulaciones de Edward Glover. Les recuerdo el lugar del artículo que ya he citado. en el volumen 14 de L’International Journal of Psycltoanalysis, Octubre de 1933, sobre la formación de la perversión en el desarrollo del sentido de la realidad. Es su preocupación, perseguir en el sentido de una elaboración genética de las relaciones del sujeto con ese mundo, esto es la realidad que lo rodea, y de una evolución que debe ser alcanzada tanto por la reconstrucción en los análisis de adultos, como por la aprehensión directa del comportamiento del niño, también rigurosa, que es posible, en una perspectiva renovada por el análisis, que Glover intente situar esas perversiones en alguna parte en relación a una cadena. Y ha establecido una cadena que implica datos, la inserción de anomalías psíquicas con las que tiene que ver el análisis, y que lo ha llevado a hacer una serie, cuyo orden esta constituido por el carácter primitivo, primordial, de las perturbaciones psicóticas, fundamentalmente perturbaciones paranoides, a continuación de las cuales se suceden las diferentes formas de neurosis, que se articulan, se sitúan en un orden progresivo, quiero decir de antes hacia después, de los orígenes a lo más tardío, comenzando por la neurosis obsesiva que se encuentra exactamente en el limite con las formas paranoicas. En alguna parte, en el intervalo, en un articulo precedente, el del volumen 13, es decir de Julio de 1932, parte tercera del International Journal, sobre las drogadicciónes, dicho de otro modo lo que llamamos toxicomanías, ha creído poder situar con bastante precisión las relaciones entre «paranoides» y neuróticos, ha buscado situar ahí lo que puede ser la función de las perversiones; en esa etapa, en esa fecha, en ese modo de relación del sujeto con lo real; por lo que la forma paranoide está ligada a mecanismos totalmente primitivos de proyección e introyección, de eso decimos, que lo notable es que trabaja sobre el mismo plano, y expresamente de acuerdo, por otra parte, con una manera formulada por Melanie Klein.  

Ustedes saben que si se hace el opositor —es sobre este plano que él adhiere a la elaboración kleniana—; y que un modo de relación de objeto, muy específico de esta etapa tipo paranoide, considerado como primitivo, existe , y que la sitúa, la elabora, la articula, abarcando la función de la drogadicción, la toxicomanía. Es a esto que se relacióna el pasaje que les he leído. Hay algunas sesiones, a saber, el pasaje donde de una manera metafórica muy brillante, de un modo muy instructivo, no duda en comparar el mundo primitivo del niño a algo que participa de una carnicería, de un baño público bajo un bombardeo y de una morgue combinados, al que seguramente aporta una organización más benigna la transformación de este espectáculo inicial, inaugural, en una farmacia con sus reservas de objetos; unos benéficos, otros maléficos. Esto está articulado en forma muy clara, y es instructivo que nos signifique en qué dirección está hecha la investigación del fantasma. En la dirección de su funcionamiento, como es estructural, como organizador del descubrimiento, de la construcción de la realidad por el sujeto. En esto, en efecto, no hay diferencia entre Glover y Melanie Klein. Y Melanie Klein nos articula que en suma los objetos son conquistados sucesivamente por el niño, que esto está articulado en «Formación de] símbolo, etc., a medida que los objetos que están menos próximos a las necesidades del niño son aprehendidas, se cargan de la ansiedad ligada a su utilización en las relaciones agresivas sádicas fundamentales, que en el comienzo son las del niño y su entorno como continuación de toda frustración. Es en tanto que el sujeto desplaza su interés sobre objetos más benignos, los que a su alrededor se cargan de la misma ansiedad, que la extensión del mundo del niño es concebido como tal. Eso representa la noción que debemos buscar en un mecanismo, en suma, que podemos llamar contrafóbico, a saber: que es que los objetos son primero y primitivamente una función de objeto fóbico, si se puede decir, es buscado en otro lugar, es por una extensión progresiva del mundo de los objetos en una dialéctica contrafóbica, esto es el mecanismo mismo de la conquista de la realidad .

Si esta corresponde o no a la clínica, es una cuestión que no está aquí directamente en el campo de nuestra mira. Creo que directamente; y en la clínica, bastantes cosas pueden ir en contra, que hay ahí una unilateralización, una parcialización de un mecanismo que seguramente interfiere en la conquista de la realidad, pero que propiamente hablando no la constituye. Pero no es acá nuestra meta criticar la teoría de Klein. Nosotros la hacemos entrar en juego en relación a algo que es la función del deseo. Ahora bien, es así que esto enseguida muestra sus consecuencias, a saber, que lo conduce a una paradoja, parece más instructivo para él, Glover, que para nosotros, puesto que no parece sorprenderse. El desemboca en esto: intenta concretamente situar las diversas perversiones en relación a su dialéctica, a su mecanismo tal como desea elaborarlo, reconstruirlo, reintegrarlo en la noción de un desarrollo regular del ego, que sería paralelo a las modificaciones de la libido, que pueda inscribirse allí la estructuración del sujeto en términos de pura experiencia individual de conquista de la realidad. Todo está ahí, en efecto. La diferencia que hay entre la teoría que les doy de las fobias, por ejemplo, y las que ven en tales autores franceses recientes, que intentan indicar la génesis de la fobia en las formas estructurales de la experiencia infantil, por ejemplo la manera que el niño tiene que arreglárselas con sus relaciones con eso que lo rodea, del pasaje de la claridad a la obscuridad, se trata de una génesis puramente experimental, de temor, a partir de la cuál es engendrada y deducida le posibilidad de la fobia, la diferencia entre esta exposición y la que enseño es típicamente esto: hay que decir que no hay ninguna justa deducción de la fobia, sino admitir la exigencia como tal de una función significante, la que supone una dimensión propia, que no es la de la relación del  sujeto con su entorno, que no es la de ninguna relación con la realidad, sino a la realidad y a la dimensión de lenguaje como tal por el hecho de que tiene que situarse como discurso, para manifestarse allí como ser, lo que es diferente.    

Hay algo totalmente sorprendente, que concierne a la apreciación de esas fobias, incluso en alguien tan perspicaz como lo es Edward Glover. Intenta explicar la génesis, la estabilización de una fobia cuando declara que es seguramente más ventajoso estar provisto de una fobia al tigre, cuando se vive como un niño en las calles de Londres, que encontrar la misma fobia que si viviera en el medio de la jungla. Puede uno preguntarse si no se podría retrucarle que, efectivamente, no es en ese registro en el que se encuentra el problema; es a saber, que después de todo uno podría incluso dar vuelta su proposición y decir que la fobia al tigre en la jungla, es la más ventajosa para adaptar al niño en una situación real, y que al contrario es muy molesto sufrir una fobia al tigre en tanto sabemos cuales son las correlaciones: que desde niño hasta el sujeto más avanzado en su desarrollo, en el momento en el que es presa de una fobia, tiene seguramente, un comportamiento de lo más torpe, y sin ninguna relación con lo real.

De hecho algo se presenta, que Glover ubica su problema en estos términos es por darse cuenta que la más amplia diversidad de distorsión de la realidad es realizada en las perversiones, y que se puede decir que no puede situarse en una perspectiva genética a la perversión más que a condición de fragmentarla, de interpolarla en todas las etapas supuestas y presupuestas del desarrollo, admitiendo tanto la existencia de perversiones muy arcaicas, más o menos contemporáneas de la época paranoide, hasta de la época esquizoide, como otras perversiones que se sitúan en lugares muy avanzados, no solamente «fálicas», sino incluso propiamente hablando hasta genitales del desarrollo. Eso no le parece una objeción en razón de que termina por dar de la perversión la siguiente definición: la perversión es una de las formas de la prueba de realidad, —no puede llegar a otra cosa de acuerdo con la perspectiva de la que ha partido—. Es así que —según Glover— en alguna parte, algo en la prueba de realidad no se realiza, fracasa, que la per versión venga a recubrir ese agujero —no es eso— por un modo particular de aprehensión de lo real como tal, real que en la ocasión es un real psíquico, un real proyectado y, por otra parte introyectado, que es pues, propiamente hablando como función de mantenimiento, de preservación de una realidad que estaría amenazada en su conjunto, es así que la perversión sirve, si ustedes, quieren, a la vez de zurcido, en el sentido de un tejido, en el sentido en que se dice que un tejido está zurcido, o aún de llave de bóveda, alquna descarga, algún momento tambaleante, y algún momento amenazante, que comprometa el equilibrio del conjunto de la realidad para el sujeto; ahora bien, es de una manera nada ambigüa, que como salida en relación a una amenaza supuesta de psicosis.

La perversión es concebida por E. Glover. Hay ahí una perspectiva. Quizás ciertas observaciones pueden suministrar efectivamente algo que parece ilustrado, pero hay bastantes elementos que nos alejan. Otra cosa que parece completamente paradojal es hacer de la perversión algo que tiene ese rol económico que numerosos elementos contradicen, algo nos indica que no es cierta la precariedad del edificio del perverso.

Para indicar algo aquí, no abandonaría esa dialéctica kleniana sin hacer notar como junta y encara el problema que nos ocupa. Ella distingue entre la fase paranoide, y a continuación la fase depresiva, que está carácterizada en relación con la primera, por la relación del sujeto con su objeto mayor y prevalente; la madre como un todo. Previamente, es en esos elementos disjuntos que se las tendrá que ver, divididos en buenos y malos, con todo lo que se va a instaurar en él, en función de la proyección y la introyección. Así se carácteriza la barrera paranoide. En fin; qué podemos decir en nuestra perspectiva. Intentemos comprender en la perspectiva en la que nosotros articulamos, eso de lo que se trata en ese proceso. Ese proceso totalmente inaugural, que ubica al principio de la vida del sujeto, las primeras aprehensiones del objeto, tal como Melanie Klein nos lo muestra, provienen de que el objeto, más allá del hecho de que pueda ser bueno o malo, gratificante o frustrante, es significativo. Luego si la oposición, como tal, es estricta —y diría sin matiz, sin transición, sin percibir de alguna manera que es el mismo objeto que puede ser bueno o malo, según las horas, A saber: la madre— no hay aquí ninguna experiencia en el joven sujeto, ni todo lo que puede comparar como hábitos transitorios, sino que hay allí oposición tajante, pasaje del objeto como tal a una función de oposición significante que es la base de toda la dialéctica kleniana. Es ahí donde se puede percibir bastante poco, por fundada que esté, que está totalmente en lo opuesto, en el borde opuesto, en el polo opuesto, que es lo contrario de ese otro elemento puesto de relieve por nuestra experiencia, a saber, la importancia de la comunicación viviente tan esencial en el punto de partida para el desarrollo, que se expresa, se manifiesta en la dimensión de los cuidados maternos. Hay algo de otro registro que es contemporáneo pero que no puede ser confundido, que Melanie Klein nos aporta, y que es una especie de álgebra primitiva, de la que se puede decir que reúne totalmente, eso que intentamos poner aquí de relieve, bajo el nombre de la función del significante, como tal.     

De ahí la pregunta por el valor que va a tomar esta fase límite entre el período paranoide con su ordenamiento de objetos buenos, como tales son interiorizados, internalizados —dice ella— por el sujeto. ¿Qué es lo que pasa?. ¿Cómo podemos describir eso que pasa, a partir del momento en que interviene la noción de sujeto como un todo, que es esencial para que el sujeto mismo se considere como teniendo un adentro y un afuera?. Luego, a fin de cuentas, no es más que a partir de lo que puede concebirse como manifiesto, que se define el proceso de internalización y de externalización, de introyección y de proyección, que va a ser para Melanie Klein decisivo para esta estructuración del animal primitivo. Con reparos que son los nuestros, vemos que de lo que se trata es de algo que resitúa esa relación, esta esquicia —como ella se expresa— primitiva de los objetos en buenos y malos en relación a ese otro registro del adentro y del afuera del sujeto.

Ese algo, del que creo, sin exceso de solicitación, podemos relaciónar con las perspectivas klenianas, es el llamado estadio del espejo, eso que en tanto imagen del otro da al sujeto esta forma de la unidad del otro, como tal. Es así que puede establecerse en alguna parte esta división del adentro y el afuera, o en relación a donde van a reclasificarse los buenos y malos objetos, los buenos por lo tanto deben ir al adentro, los malos deben quedar afuera. Bien, lo que aquí se llega a definir de la manera más clara puesto que la experiencia lo impone —es lo mismo que podríamos decir en nuestro discurso, esto es: que el discurso que organiza realmente el mundo de los objetos. diría , por otra parte, según el ser del sujeto— desborda aquello donde el sujeto mismo se ubica, la prueba llamada del «estado Nro 1», a saber: donde se reconoce como dominio y como yo (moi) único, donde él se reconoce en una relación de identificación narcisista de una imagen a otra, donde se reconoce como dominio de un yo (moi). Es por lo tanto que algo que está expresado aquí en el nivel de la primera identificación con la madre, como objeto de la primera identificación a las insignias de la madre, por lo que esto conserva para el sujeto un valor asimilador que desborda lo que va a poder………. prestancia, en tanto que él es i(a) de otro «i», idealmente, de ese joven semejante, con el que va de la manera más clara a hacer esas experiencias de dominio. Estas dos experiencias no se recubren necesariamente.

En efecto, lo que define esta diferencia, ese campo x, que a la vez forma parte del sujeto y al mismo tiempo no es parte de él, es ese objeto donde no parece destacarse paradoja alguna, a partir de las premisas de Melanie Klein, el objeto que llama «objeto interno malo». El objeto interno malo se nos presenta en el conjunto de la dialéctica kleniana, de la manera más manifiesta, como objeto problemático, en el sentido de que, —si se puede decir— visto desde afuera, ahí donde el sujeto no es sujeto, pero donde debemos tomarlo como un ser real, podemos preguntarnos: ¿ese objeto malo, al cuál pretendidamente el sujeto se identifica, en fin de cuentas, lo es o no lo es?.

Inversamente, visto desde adentro, del dominio del primer ejercicio del sujeto para sostenerse, de afirmarse, debemos preguntarnos si ese objeto malo, ¿lo tiene o no lo tiene?. Luego, si hemos definido «buenos y malos objetos», como determinante del proceso de estructuración por el cual el sujeto interioriza los buenos objetos y los hace primitivamente partir de sí mismo, la paradoja del objeto malo interiorizado aparece en primer plano: ¿qué significa esta zona del primer objeto en tanto que el sujeto lo interioriza, que a la vez lo hace suyo, y que de alguna manera como malo virtualmente lo deniega?. Es claro que aquí la función ulterior de lo prohibido es justamente lo que tiene valor delineador, gracias a lo cual el objeto malo deja de proponerse como una especie de enigma, de enigma ansiógeno, en relación del ser del sujeto. Lo prohibido es precisamente, lo que introduce en el interior de esta función problemática del objeto malo esta deimitación esencial, eso que hace a su función de lo prohihido, es que si lo es, no lo tiene: en tanto que lo es, identificado, él esta defendido de que «lo tenga», la eugfonía francesa entre el subjuntivo del verbo «avoir» (haber o tener) y el indicativo del verbo «etre». (ser o estar) es para utilizar dicho de otra manera «En tanto que lo es no lo tiene», «en tanto que lo tiene no lo es».

De otro modo, es lo que a nivel del objeto malo el sujeto experimenta, es, si lo puedo decir así la servidumbre de su dominio. Es que el verdadero Amo— cada uno sabe que este rostro, que está en alguna parte de] lenguaje, aún cuando no puede estar en ninguna parte—, el verdadero amo le delega el uso limitado del objeto malo como tal, a saber: de un objeto que no está situado en relación a la demanda, de un objeto que no se puede demandar. Es de ahí que parte todo el alcance de nuestros datos. Previamente puedo indicarles que lo que se lee de una manera pasmosa en los casos precisos que nos presenta Melanie Klein, es manifiestamente ese lado de la impasse en el campo de lo «no demandable», como tal, donde encontramos ese niño tan singularmente inhibido, aquel que nos presenta en el artículo sobre la «Formación y desarrollo del ego en su relación con la formación del símbolo». Es que no está claro lo que ella obtiene, desde que comienza a hablar de ese niño, es algo que rápidamente se cristaliza en una demanda, una demanda «pánica», «¿va a venir la niñera?», y que inmediatamente después, en la medida en que el niño va a permitirse retomar contacto con los objetos en que aparece la salida, en la experiencia singularmente separada, es que ella nos señala como un hecho detonante, decisivo, puesto que recordarán, que es en ejercicio de una suerte de pequeño corte, de arrancarse con ayuda de las tijeras del niño. que está lejos de ser un torpe, puesto que se sirve de toda clase de elementos, tales como manijas, etc. Las tijeras no ha podido tenerlas jamás. Ahí las tiene, y para intentar limpiar —él llega allí— tiene un pequeño trozo de carbón, algo que no carece de significación, puesto que es un elemento de la cadena del tren, con el cuál se ha conseguido hacerlo jugar, y es en ese pequeño trozo que el niño, en verdad, se aísla, se define, se sitúa él mismo en ese algo que puede separar de la cadena significante es en ese resto, en ese montón tan minúsculo, en este esbozo de objeto, que no aparece aquí más que bajo la forma de pequeños trozos, de un pequeñísimo trozo, el mismo que provocará de una sola vez su simpatía «pánica», como lo verá bajo la forma de puntas de crayón sobre el pecho de Melanie Klein, y por primera vez, se conmoverá en presencia de este otro aI escribir, «pobre señora Klein». Es de esta intuición primera que partimos, que nos lleva a las condiciones originales en las que un sujeto nos encuentra. ¿Por qué esto? ¿qué es lo que demanda?. En principio satisfacción. que como toda satisfacción no entraña organizar para él la historia de sujeto, como historia del análisis, como historia de la técnica en el sentido de algo que debe responder a esa demanda de satisfacción, por una reducción de sus deseos a sus necesidades. Luego no hay allí sino una paradoja, mientras que por otra parte, toda nuestra experiencia se sostiene en esta dimensión, tan evidente para el sujeto como para nosotros, puesto que todo lo que hemos articulado va a resumirse en lo que voy a decir, y para el sujeto porque, al fin de cuentas, él sabe muy bien el momento en que nos encuentra.  

El principio de lo que un sujeto implica para nosotros por su presencia misma, es que en los datos de su demanda no se fía de su deseo, este es el factor común por el que los sujetos nos abordan.

Aún cuando se pueda, más adelante por nuevos artificios, inscribirse con nuestra serie en su referencia a la necesidad de ese deseo, hasta en su sublimación, en las vías más elevadas del amor, queda, por otra parte, lo que carácteriza al deseo; es que hay algo que, como tal no puede ser demandado, a propósito de lo cuál la cuestión es pesada, esto es, propiamente hablando, el campo y la dimensión del deseo.      

Saben que para introducir ésta división, esta dialéctica del deseo, —eso que hice en una fecha muy precisa, a saber, hace dos años y medio—, parte de lo que Freud dijo a propósito del complejo de Edipo en la mujer; es por lo que la mujer demanda en la partida, que entra en el Edipo.

Eso no es tener una satisfacción, es tener lo que ella no tiene, como tal, se trata, lo saben, del falo. Esto no es otra cosa que la fuente surgente de todos los problemas que surgen para intentar reducir la dialéctica de la maduración del deseo en las mujeres a algo natural; el hecho es que lográsemos o no esa reducción, lo que debemos sobrepasar es un hecho de experiencia: es que la niña en un momento de su desarrollo después de todo poco importa que sea un proceso primario o secundario, es un proceso destacado e irreductible— demanda tener el falo, es para tener, en ese momento crítico del desarrollo que Freud valoriza, es para tener el lugar que debería tener si fuese un hombre. Se trata de eso, no hay allí ninguna ambigüedad, y que de hecho, incluso cuando consiguiera tenerlo, porque ella está en una posición muy privilegiada, en relación al hombre —ese falo que es un significante, digo bien, un significante, ella puede tenerlo realmente. Es incluso eso que hace su ventaja y la relativa simplicidad de sus problemas afectivos en relación a los del hombre. Pero falta mucho para que esta relativa simplicidad nos ciegue, puesto que ese falo que ella puede tener, real, que se introduce en su dialéctica, en su evolución como un significante, ella lo tendrá siempre, por lo menos en un nivel de su experiencia. Reservo siempre la posibilidad limite de la unión perfecta con un ser, a saber: de algo que funda completamente, en el abrazo, el ser amado con su órgano. Pero lo que constituye la prueba de nuestra experiencia y las dificultades con las que nos tenemos que ver en el orden sexual, se sitúa precisamente en esto: es que ese momento ideal, y, de alguna forma poético, hasta apocalíptico de la unión sexual perfecta, no se sitúa más que en el límite, y que en lo común de la experiencia la mujer tiene que vérselas con el objeto fálico siempre en tanto que separado. Es por eso, y bajo  éste registro, que su acción, su incidencia puede ser percibida por, el hombre como «castradora». Lo que queda para ella inconsciente hasta en el análisis, que es que el falo que no tiene, ella lo es simbólicamente, en tanto ella es el objeto  del deseo del Otro. Pero ni lo uno ni lo otro, ella lo sabe. Esta posición específica de la mujer vale en tanto que la es inconsciente , lo que quiere decir que en tanto ella no vale más que para el otro, para el partenaire queda en relación con su falo en la singular formula de que paradojalmente, en el inconsciente, ella lo es a la vez que lo tiene, pero ella no lo sabe más que por su deseo. Hay una singular similitud de su fórmula subjetiva inconsciente, con la del perverso. Esto lleva a lo que quiero decir con respecto a que si hay menos perversión en la mujeres que en los hombres, es que ellas satisfacen en general, el orden perverso en las realidades con sus niños. (……………….) ,sobre verdades primeras, pero no es inútil recaer allí, por una vía que sea concreta y clara.

Quiero indicar algo destinado, al menos para la parte masculina de mi asamblea, voy a hablar de lo que comúnmente se llama los celos. El problema de los celos y especialmente de los femeninos, ha sido anudado en el análisis bajo una forma muy diferente a la de los celos masculinos. Los celos femeninos, de dimensiones tan marcadas, tan distintas, tanto: como el estilo del amor en uno y otro sexo, es verdaderamente algo que no puedo situar sino en el punto más radical. Y si recuerdan mi pequeño gráfico de la demanda en la relación con el Otro, del sujeto que interroga esta relación y que alcanza allí al otro de la caída significante para aparecer él mismo como caído en presencia de algo que es en fin de cuentas el resto de esa división, ese algo irreductible, no demandable que es precisamente el objeto del deseo, es por lo que el sujeto que se hace objeto de amor, la mujer, en la ocasión, quiere en ese resto ese algo que en ella es lo más esencial, por lo que ella acuerda tanta importancia a la manifestación del deseo. Es claro, que en esa experiencia, el amor y el deseo son dos cosas diferentes, y que es necesario incluso hablar claro y decir que se puede amar bastante a un ser y desear a otro. Es precisamente, en la medida en que la mujer ocupa esta posición particular, que ella sabe muy bien el. valor del deseo, a saber: que más allá de todas las sublimaciones del amor, el deseo tiene una relación al ser, incluso bajo lo la forma más limitada, más fetichista, y para decirlo todo, más estúpida. Incluso en el fantasma, donde el sujeto se presenta ciego y no es más que literalmente un soporte y un signo, el signo de ese resto significante de las relaciones con el otro, es sin embargo, a eso, que al fin de cuentas, la mujer concederá un valor de prueba última, que es a lo que ella se dirige.

En cuanto al amado, con toda la ternura y devoción que se pueda imaginar, aún cuando deseara a otra mujer ella sabe que aún si lo que el hombre ama es su zapato, o la pintura de su rostro, es no obstante de ese lado que el homenaje al ser se produce. A veces es necesario recordar estas verdades primeras, por lo que pienso que me van a excusar del tono quizá un poco extremo que he dado a esta disgresión. Veamos ahora cómo siguen las cosas. ¿Cuál es la función como tal del falo en relación a esa zona del objeto donde se instaura esta ambigüedad?, me refiero a lo ya anunciado en relación al objeto malo interno; si se puede decir que en tanto la «metáfora paterna» , —como la he llamado— instaura allí , bajo la forma del falo una disociación que es exactamente la que recubre la forma general, como era necesario esperar allí, que les he dado como siendo la de la prohibición, de modo que; o bien el sujeto no lo es, o bien el sujeto no lo tiene. Eso quiere decir que si el sujeto es el falo y esto se ilustra de la siguiente manera; —como objeto del deseo de su madre—, él no lo tiene, es decir, que no tiene el derecho de servirse de él, y es ese el valor fundamental de la ley llamada de «prohibición del incesto», y que por otra parte si lo tiene, es decir que ha realizado la identificación paterna, una cosa es cierta, que ese falo, él no lo es. Esto significa en el nivel simbólico más radical, la introducción de la dimensión del Edipo. Todo lo que se elaborará del sujeto volverá a este: «O bien… o bien», que introduce un orden en el nivel del objeto que no se puede demandar. El neurótico se carácteriza por eso, usa de esa alternancia, es por eso que se sitúa plenamente en el nivel del Edipo, en el nivel de la estructuración significante del Edipo como tal, que lo usa de una manera que llamaría «metonímica», inclusión en relación a que si «él no lo es» se presenta como primera en la relación a «ella no lo tiene», la llamaría una «metonimia regresiva». Quiero decir que el neurótico es el que usa la alternancia fundamental, bajo esta forma metonímica en la que para él «no tenerlo es la forma bajo la cual se afirma de manera encubierta, el ser, esto es, el falo. El no lo tiene, el falo, para serlo de manera encubierta, inconsciente. Y para no tenerlo a fin de serlo, —es  «para ser», un poco enigmático sobre el que había terminado la última vez —es «otro quien lo tiene», mientras que, el, «lo es», de forma inconsciente. El fondo de la neurosis esta constituído porque en su función de deseante, el  sujeto toma un sustituto. Para el caso del obsesivo: no es él quien goza. Para la histérica, no es de ella de quien se goza. La sustitución imaginaria de la que se trata, es precisamente la sustitución  del sujeto, de su «moi» como tal por ese sujeto barrado, $, concerniente al deseo del que se trata. En tanto sustituye su «moi» al sujeto, introduce la demanda en la cuestión del deseo. Es porque alguien que no es él, sino su imagen, que es sustituído en la dialéctica del deseo, que al fin de cuentas no puede demandar más que sustitutos.Eso que hay de carácterístico en la experiencia del neurótico, y que aflora en sus propios sentimientos, es que todo lo que demanda, lo demanda para otra cosa. La continuación de esta escena, por donde lo imaginario juega su papel en eso que llamo metonimia regresiva del neurótico, tiene otra consecuencia: el sujeto es sustituido a sí mismo en el nivel de su deseo, no puede demandar más que sustitutos, al creer que demanda lo que desea. Y aún más le lejos la experiencia en razón de la forma de la que se trata, es decir  del moi en tanto que es reflejo de un reflejo, y la forma del otro, el se sustituye también a eso que el demanda. Esta claro, que en ninguna otra parte que en el neurótico, ese moi separado viene a tomar el lugar de ese objeto separado que designo como siendo la forma original del objeto del deseo. El altruismo del neurótico es permanente, la vía más común de satisfacción es que busca satisfacer todas las demandas: su devoción por satisfacer todas las demandas constituyen un perpetuo fracaso del deseo. En otros términos: cegarse en su devoción por el otro sobre su propia insatisfacción. Estas cosas no creo que sean comprensibles fuera de la perspectiva que intento articular aquí, que al fin de cuentas la formula $ (a para el neurótico se transforma en  algo que bajo  reservas se lee así: falo barrado en presencia de un objeto que seria el otro.