Seminario 7: Clase 17, La Función del Bien, 11 de Mayo de 1960

Estamos sobre la barrera del deseo, se los he enunciado la última vez; les hablaré del bien. El bien siempre tuvo que situarse en algún lugar de esta barrera. Es el modo en que el análisis les permite articular esta posición de la cual se tratará hoy. Les hablaré entonces del bien, quizás les hablaré niel de él —no es un juego— en el sentido en que no tengo que decirles todo el bien posible del bien; quizás no les hablará tan bien como eso, por no estar yo mismo hoy lo suficientemente bien para hacerlo a la altura de lo que el tema implica. Pero la idea de la naturaleza, después de todo lo que les dirá de ello, hace que no me detenga en esta contingencia accidental. Simplemente les ruego excusarme si no se encuentran, al final, del todo satisfechos.

Esta cuestión del bien está tan cerca como es posible después de todo, de nuestra acción; todos los intercambios que se operan entre los hombres, más aún uno intervención del tipo de la nuestra, acostumbra ponerse bajo la jefatura, bajo la autorización, del bien; ésa es la perspectiva sublime, inclusive sublimada que ustedes han podido ver concerniendo a la función de la sublimación, lo mismo lo que les he hablado la última vez a propósito de lo que Freud articula en la pulsión de muerte sobre un ejemplo de esta sublimación; después de todo, podríamos definir la sublimación, bajo cierto ángulo, como una opinión, en el sentido platónico del término, una opinión arreglada de modo de alcanzar lo que podría ser objeto de ciencia, allí donde está este objeto y donde la ciencia no puede alcanzarlo. Una sublimación, cualquiera sea, y en cierto sentido hasta ese universal mismo: el Bien puede ser momentáneamente considerado, en este paréntesis, como ciencia falsificada. Es cierto, todo les sugiere en su experiencia, en la manera en que se formula, que esta noción/función, esta finalidad del bien, se plantea para ustedes como problemática. ¿Exactamente qué bien persiguen ustedes con respecto a su pasión? Es justamente (su una pregunta que siempre está en primer plano, a la orden del día de nuestro comportamiento en cada momento; saber cuál debe ser nuestra relación afectiva con ese deseo de buena acción, con ese deseo de curar que sabemos que habla continuamente, en lo más concreto de nuestra experiencia; que debemos contar con él como con algo que no nos indica —muy lejos de eso— por sí mismo, como con algo instantáneo que, en muchos casos, está encamina do a inducirnos a error. Diré más, una determinada forma paradójica, incluso decisiva, de articular para nosotros nuestro deseo como un no—deseo de curar; es algo justamente que no tiene otro sentido que ponernos en guardia con respecto a las vías vulgares del bien, tales como se nos ofrecen tan fácilmente en su propensión, en la propensión de la frescura benéfica, del querer el bien del sujeto.

Pero, desde entonces, ¿de que desean entonces curar al sujeto? No hay dada de que algo absolutamente inherente a nuestra experiencia, a nuestra vía, a nuestra inspiración, algo de lo cual no podemos separarnos, es seguramente de curar lo de las ilusiones que lo retienen en la vía de su deseo. ¿Hasta dónde podemos ir en ese sentido? Y después de todo, cuando estas ilusiones no implican en si mismas algo respetable, aún es menester que él quiera abandonarlas. ¿El limite de la resistencia es aquí simplemente un limite individual? Aquí reposa la cuestión de la posición de los bienes con respecto al deseos Seguramente se le ofrecen toda suerte de bienes tentadores, y ustedes saben qué imprudente sería que nos dejáramos intimar a que seamos para él la promesa de todos esos bienes como accesibles. Es justamente, sin embargo, en una determinada perspectiva cultural, la que he denominado «la vía americana» de nuestra terapéutica, en esta perspectiva del acceso del bien de la tierra, donde se presenta cierta manera de abordar, de llegar, de presentar su demanda, al psicoanalista.

Vamos a ver, creo, de una manera no me atrevo a decir bastante firme, a qué distancia estamos, para que las cosas puedan formularse tan simplemente. Simplemente, antes de entrar en este problema de los bienes, he querido perfilar para ustedes esta cuestión de las ilusiones en la vía del deseo. Y en esto: que la ruptura de estas ilusiones es una cuestión de ciencia, de ciencia del bien y del niel, viene al caso decirlo, una cuestión de ciencia que se sitúa en ese campo central del que intento mostrarles el carácter irreductible, inelimitable en nuestra experiencia, en tanto justamente quizás, está ligado a esta prohibición, a esta reserva de la que en el curso de nuestra anterior exploración —especialmente el año pasado cuando les hablé del deseo y de su interpretación—, les he mostrado el rasgo esencial en ese «él no sabía», en imperfecto, como preservando el campo radical de la enunciación, de la relación más fundamental del sujeto con la articulación significante; eso es tanto como decir que no es su agente sino su soporte, en tanto no podría incluso calcular sus consecuencias, sino que es en su relación con esta articulación significante que él, como sujeto, surge como su consecuencia.

Además, para remitirnos a algo de esta experiencia fantasmática que es la que he elegido producir ante ustedes, para, en cierto modo, ejemplificar ese campo central del cual se trata en el deseo, no olviden esos momentos de creación fantasmática en el texto de Sade donde está propiamente articulado, que la mayor crueldad frente al sujeto, es precisamente que su suerte se agite ante él, sabiéndolo él, que como eso se expresa en los términos de este júbilo diabólico, encuentra su lectura casi intolerable; ante estos desdichados se prosigue abiertamente el complot que les concierne. El valor del fantasma consiste aquí en suspender para nosotros la interrogación más radical, la responsabilidad de cierto «él no sabia» último, en tanto se expresaría así, en el imperfecto, ya la cuestión planteada lo supera. Les ruego recordar aquí la ambigüedad que revela la experiencia Lingüística con respecto a este imperfecto, que en francés, cuando se dice: un momento después, la bomba estallaba, eso puede querer decir dos cosas totalmente opuestas: o bien que efectivamente estalló, o bien que precisamente algo intervino, lo que hizo que no estallase.

Henos aquí pues en el tema del bien. No nos viene de ayer este tema, y es menester decir que los espíritus de época cuyas preocupaciones —Dios sabe por qué— nos parecen un poco superadas, sin embargo, de tanto en tanto, tienen articulaciones muy interesantes. No me repugna valerme de ella  por más extrañas que sean, ya que creo que traídas aquí en su contexto, su abstracción totalmente aparente no está hecha para detenerlos. Quiero decir que cuando San Agustín, en el Libro VII de sus Confesiones escribe las cosas siguientes, no pienso que eso deba recoger de ustedes solamente la indulgencia de la «sonrisa».

Capitulo XII: «que todo lo que es bueno, comprendo también que todas las cosas que se corrompen son buenas y que así ellas no podrían corromperse si fueran soberanamente buenas; no podría hacerse tampoco que se corrompieran si no fueras buenas, ya que si tuvieran una bondad soberana, serían ir corruptibles, y si no tuvieran nada de bueno, no habría nada en ellas capaz de ser corrompido, ya que la corrupción daña lo que corrompe y sólo podría dañar disminuyendo el bien». aquí comienza el nervio del argumento. «Así, o la corrupción no aporta nada de perjuicio, lo que no puede sostenerse, o todas las cosas que se corrompen pierden algunos bienes, lo que es indudable; que si ellas hubieran perdido todo lo que tiene de bueno, no serían ya para nada, de lo contrario, si subsistían aún sin poder ya ser corrompidas, estarían en un estado más perfecto de lo que estaban antes de haber perdido todo lo que tenían de bueno, ya que permanecerían siempre en un estado incorruptible».

Pienso que aprehenden el nervio, incluso la ironía del argumento, y además que es sobre esto que planteamos la pregunta. Si es intolerable darse cuenta que en el centro todas las cosas está sustraído todo lo que tienen de bueno lo que queda puede ser aún algo, otra cosa. La cuestión repercute a través de los siglos y las experiencias y, en la mis edición de Sade que les he indicado las últimas veces, es allí mismo una pregunta que encontramos poco más o menos como en nosotros y como ella debe serlo con la cuestión de la ley eso no menos singularmente, quiero decir curiosamente, y en esta curiosidad, sobre la que deseo detener vuestro espíritu porque se trata de la curiosidad misma de la estructura Sade escribe: «jamás nacen los tiranos en la anarquía, sólo ven crecer a las sombra de las leyes, autorizarse por ellas, la regla de las leyes es entonces viciosa, es pues inferior a la de la anarquía; la mayor prueba de lo que digo es la obligación que tiene el gobierno de hundirse el mismo en la anarquía cuando quiere rehacer su constitución para abrogar sus antiguas leyes; está obligado a establecer un régimen revolucionario donde no hay más leyes; nacen al fin nuevas leyes, pero el segundo es necesariamente menos puro que el primero porque deriva de éste, ya que fue necesario operar ese primer bien, la anarquía, para llegar al segundo bien, la constitución del estado».

Está claro: les presento esto como un ejemplo fundamental; lo mismo está reflejado en su singularidad, en espíritus seguramente alejados unos de otros por sus preocupaciones, donde la repetición les muestra simplemente que debí haber allí algo que obligue a esta especie de tropiezo lógico que se adelanta en cierta vía.

Para nosotros, la cuestión del bien, desde el origen, desde el comienzo, por nuestra experiencia, está articulada en su relación con la ley. Por otra parte, nada más tentador, sin reservas, que eludir esta cuestión del bien detrás de no se que implicación de un bien natural, una armonía a centrar en el camino de la dilucidación del deseo. Y sin embargo, lo que nuestra experiencia de cada día nos manifiesta bajo la forma de lo que llamemos defensa del sujeto, es muy exactamente en qué las vías de la búsqueda del bien se nos presentan primero constantemente, originalmente, si puedo decir o, bajo la forma de alguna coartada del sujeto en las vías que él les propone, las vías de las que toda la experiencia analítica es sólo el envite hacia la revelación de su deseo.

Es por eso que importa que miremos de cerca ese no que está absolutamente en el origen; se percibe como articulando la proposición al sujeto y ve el bien en la primitividad de una relación que está cambiada con respecto a tos lo que, hasta allí,  ha sido articulado para él por los filósofos, Seguramente, parece que nada está cambiado y que la nada, en Freud, está siempre indicada en el registro del placer. He vuelto, he insistido en ello a lo largo de todo el año, necesariamente toda meditación sobre el bien del hombre, lo que es articulado desde el origen del pensamiento moralista, de aquellos para quienes el término ética tiene todo un sentido, como reflexiones del hombre sobre su condición y cálculo de sus propias vías; en función de la indicación del índice del placer, todo, desde Platón, ciertamente desde Aristóteles, a través de los estoicos, los epicúreos y a través del pensamiento cristiano mismo, en Santo Tomás, las cosas se desarrollan del modo más claro, en las vías de una problemática esencialmente hedonista. Es demasiado claro que todo esto no ocurre sin acarrear extremas dificultades, incluso de la experiencia, y para sustraerse a ellas todos los filósofos son llevados a distinguir, a discernir no entre— los verdaderos y los falsos placeres, ya que es imposible hacer semejante distinción, sino entre los verdaderos y los falsos bienes, que el placer indica.

¿Acaso la acción de Freud, en su articulación del principio del placer, no nos aporte algo nuevo, algo esencial que precisamente nos permite, en ese nivel, registrar en el primer tiempo una ganancia, un beneficio de conocimientos y de claridad, sin ninguna duda correlativo, lo mismo que lo que ha podido ser ganado por el hombre en el intervalo concerniente a esta problemática? Es que, mirando de cerca, no vemos en la formulación de Freud del principio del placer, algo fundamentalmente distinto de todo lo que, hasta allí, ha dado su sentido al término placer?

Es sobre eso, sobre lo cual quiero atraer primero vuestra atención No puedo hacerlo como conviene, más que marcando a propósito de ello, que la consideración del principio del placer es inseparable. que es una concepción verdaderamente dialéctica de las del principio de realidad. Mas es. menester comenzar por un de los dos y quiero simplemente comenzar por hacerles notar lo que Freud articula exactamente en el principio del placer.

Observen formularse, articularse, desde el Entwurf, desde el Proyecto de una psicología, desde donde los he hecho partir este año, en la articulación de la ética hasta en el último término, el más allá del placer. El final aclara el comienzo, más ya pueden ver en el comienzo aclarado por el fin, en el Entwurf, el punto nervioso sobre el cual deseo retenerlos un momento.

Sin duda, aparentemente el placer en tanto por su función van a organizarse les reacciónes finales para el psiquismo del sujeto humano, se articula sobre los presupuestos de una satisfacción; empujado por una falta que es del orden de la necesidad, el sujeto, tanto como Freud ha hecho surgir una percepción idéntica a la que, la primera verle ha dado su satisfacción. Y, desde luego, justamente la referencia más simple y la más cruda al principio de realidad es saber que se encuentran (… ) en los caminos ya procurados; pero miren de más cerca. Es sólo eso lo que Freud dice? Desde el comienzo, ven la economía de lo que él denomina investimiento libidinal y en ello reside la originalidad del Entwurf, de algún modo en lo que es la organización de las vías de facilitación (frayages) que van a dirigir los repartos de dichos investimientos, de un modo tal que no sean superados ciertos niveles, más allá de los cuales la excitación es insoportable para el sujeto. En la introducción en la economía de esta función de las vías de facilitación está el comienzo de algo que adquirirá cada vez más importancia, a medida que el pensamiento de Freud se desarrolle, en tanto el pensamiento de Freud, es su experiencia. Se me ha reprochado haber dicho, en un momento, que toda nuestra experiencia, quiere decir aquélla que estamos en posibilidad de dirigir, el plan en el cual nos desplazamos, adquiere, desde el punto de vista de la historia, de la ética, su valor ejemplar de lo que dije acerca de que no ponemos ningún acento sobre el hábito, que estamos en lo o puesto de ese registro que es el aporte del comportamiento bu mano, en función de un perfecciónamiento de adiestramiento. Me opusieron a propósito de esto precisamente, esta noción de vías de facilitación, oposición que rechazo, en el sentido en que en lo que me parece que carácteriza la posición, la articulación jugada en Freud, este recurso a las vías de facilitación, no tiene nada que hacer con la función del hábito tal como se define en el pensamiento de (…) del aprendizaje

No se trata para nada en Freud, de la impresión en tanto creadora, sino del placer engendrado por el funcionamiento de estas vías de facilitación; el nervio del principio del placer en Freud, tal como adquirirá a continuación su plena articulación, se sitúa allí aún a nivel de la subjetividad, la facilitación no es para nada un efecto mecánico, es invocada como placer de la facilidad. Será retomada como placer de la repetición la repetición de la necesidad, como alguien lo ha articulado, sólo juega en el pensamiento, en la psicología freudiana, como ocasión de algo que se llama necesidad de repetición y más exactamente, pulsión de repetición. El nervio del pensamiento freudiano, tal como lo vemos en cada instante, tal que en tanto analistas lo ponemos efectivamente en juego, asistamos o no al seminario, es que la función de memoria como tal, la memorización fundamental de todos los fenómenos con los cuales tenemos que vérnoslas es, hablando propiamente, y es lo menos que podemos decir, rival como tal de las satisfacciónes que está encargada de asegurar. Implica su propia dimensión y su peso puede ir más allá de esta finalidad de satisfacción. La tirahía de la memoria es lo que, propiamente hablando, se elabora para nosotros en lo que podemos denominar estructura, en el sentido que puede tener ese término para nosotros.

Tal el punto de partida, tal la novedad, tal el corte sobre el que no es posible no poner el acento si se quiere ver claramente en qué el pensamiento y la experiencia freudiana aportan algo nuevo en nuestra concepción del funcionamiento humano como tal. Sin duda, es siempre posible recurrir al pensamiento que pretende colmar esta falla, haciendo notar que la naturaleza muestra ciclos y retornos. No gritaré hoy a lo loco en el sentido de una discusión de esta objeción, les indicó simplemente los términos en los cuales ustedes podrían, podrán reflexionar y hacerle frente. El ciclo natural inmanente, en efecto, quizás a todo lo que es, es por otra par te algo extremadamente diverso en sus registros y sus niveles, pero les ruego detenerse en el corte que introduce, que implica esta emergencia en el orden de la manifestación de lo real que implica el ciclo como tal que sea tratado y lo es, por el, hombre, desde que el hombre es el soporte del lenguaje con respecto a un par de significantes, por ejemplo, para tomar un pensamiento tradicional, tal en una especie misma de esbozo, un simbolismo sea tratado en función del ying y del yang, a saber que dos significantes uno de los cuales es como eclipsado por la elevación del otro y por su retorno y además, por otra parte —no me atengo ni al ying ni al yang— la introducción simplemente del seno y del coseno. En otros términos, la estructura engendrada por la memoria no debe enmascararles, en nuestra experiencia como tal, la estructura de la memoria misma en tanto está hecha de una articulación significante, ya que el omitirla, no pueden absolutamente sostener ni distinguir, ese registro que es esencial en la articulación de nuestra experiencia, a saber, la autonomía, el dominio, la instancia como tal de la rememoración en el nivel no de lo real, sino del funcionamiento del principio del placer. Se los señalo al pasar, qué relación y qué distinción fundamental introduce esto?. No se trata para nada de una discusión bizantina, se trata de que es ahí donde podemos, si creamos una falla y un abismo, colmar inversamente en otra parte lo que se presentaba también como fallas y como abismos, excepto que fuese emitida una idea: que es aquí donde se puede percibir o puede residir, el nacimiento del sujeto como tal, cuyo surgimiento por otra parte, nada puede justificar. Se los he dicho, la finalidad de la evolución de una materia hacia la conciencia, pura y simplemente es una noción mística, inasible y, hablando con propiedad, indeterminable históricamente, lo que por otra parte se ve porque no hay ninguna homogeneidad de orden en la aparición de los fenómenos, ya sean premonitorios, previos, parciales, preparatorios para la conciencia, y un orden natural cualquiera, ya que es justa mente de todos modos en su estado actual como se manifiesta la conciencia como fenómeno en una repartición absolutamente extática, diría casi estallada.

Es en los niveles más diferentes de nuestro compromiso en nuestro propio real, donde la tarea o el toque de la conciencia aparece; no hay ninguna continuidad, ninguna homogeneidad de la conciencia, y después de todo, es justamente en eso donde varias veces Freud, en más de un rodeo, se detuvo, subrayando siempre ese carácter infuncionalizable del fenómeno de la conciencia.

Nuestro sujeto, con respecto al funcionamiento de la cadena significante, tiene, por el contrario, un lugar absolutamente sólido, y diría casi localizable, quiero decir en la historia. Aportamos una fórmula de la aparición, la función del sujeto como tal, absolutamente nueva y susceptible de una localización objetiva; definición de un sujeto, del sujeto original, de un sujeto en tanto funciona como sujeto, de un sujeto detestable en la cadena de los fenómenos, no es más que esto: que un sujeto como tal representa, hablando propiamente, esencialmente, originalmente, que se puede olvidar, suprimir ese él; el sujeto es literalmente en su origen y como tal, la elisión de un significante, el significante salteado en la cadena; tal es el primer lugar, la primera persona. Aquí se manifiesta como tal la aparición del sujeto haciendo palpar por qué y en qué, la noción del inconsciente es central en nuestra experiencia.

Partan de allí y verán la explicación de muchas cosas, aunque más no fuera de esta singularidad localizable en la historia, que se llaman los ritos. Los ritos, quiero decir en tanto se trata de esos ritos por los cuales el hombre de las civilizaciones llamadas primitivas se cree obligado a ayudar, a acompañar justamente, la cosa más natural del mundo: el retorno de los ciclos naturales. S. el emperador no abre el surco en tal día de la primavera, sino —ustedes saben que se trata del emperador de China— todo el ritmo de las estaciones va a corromperse; si el orden no es conservado en la Casa Real, el campo del mar va a invadir el de la tierra. Tenemos aún su resonancia hasta el comienzo del siglo XVI, en Shakespeare. ¿Qué puede querer decir esto sino precisamente esa relación esencial que une al sujeto a las significancias y lo instaura en el origen como responsable del olvido? ¿Oué relación puede haber entre el hambre y el retorno de la salida del sol si no es que como hombre que habla, se sustenta en esa relación directa con el significante, esta atención del sol por el hecho, si ustedes quieren, para evocar a Smilh, no nos detenemos —ante nada más que la posición primera del hombre con respecto a la naturaleza y la de Chantecler, de una relación con su propio canto? Un tema traído por un pequeño poeta, que podría ser mejor abordado, si no comenzara por difamarnos la figura de Cyrano de Bergerac, reduciéndolo a una elucubración bufonesca, sin ninguna relación con la estatura monumental de este personaje.

Somos conducidos entonces a plantearnos, en estos términos y en ese nivel, la cuestión del bien. La cuestión del bien cabalga sobre el principio de placer y el principio de realidad. Ninguna oportunidad fuera de tal concepción; no escapamos a un conflicto cuando, seguramente, hemos desplazado singularmente el centro. Creo que es imposible que no pongamos aquí en evidencia lo que está demasiado poco articulado en la misma concepción freudiana, a saber que esta realidad no es simplemente el correlativo dialéctico del principio del placer; más exactamente no está simplemente ligado a él por esa relación, en muchos autores no dialécticos, sino que consiste en que la realidad sólo estaría ahí para hacernos romper la cabeza contra las vías falsas donde nos compromete el funcionamiento del principio de placer. Hacemos realidad con placer.. Esta noción es esencial, se resume enteramente en la noción de praxis, en el doble sentido que ha tomado este término en la historia. Llego entonces al nivel de la ética como la dimensión ética, hablando propiamente, dicho de otro modo, la acción en tanto se basta, que no sólo tiene por fin un ergón, que se inscribe en una energía, la dimensión, por otra parte, fabricadora, la producción ex nihilo de la que les he hablado la última vez, no siendo las dos subsumibles bajo el mismo término de praxis. Seguramente, ahí se plantea el problema y es aquí donde debemos ver enseguida cómo es un poco grosero admitir que en el orden de la misma ética, todo pueda ser llevado, como demasiado a menudo, a la elaboración teórica; autores analíticos lo han hecho; todo puede ser llevado a la obligación social, como si la forma, el modo en que se elabora esta obligación social, no plantease por sí mismo un problema para gente que vive en la dimensión de nuestra experiencia. ¿Cómo es que desde hace tiempo, esta obligación se ejerciera en nombre de qué? ¿De pendiente colectiva? ¿Por qué desde hace tiempo, esta obligación social no habría llegado a centrarse en las vías más apropiadas para la satisfacción de los deseos de los individuos… —¿he dicho deseos—?. ¿Acaso delante de una asamblea de analistas tengo necesidad de decir mas, para que se sienta la distancia que hay desde la organización de los deseos a la organización de las necesidades? Quién sabe, después de todo quizás es menester que insista. Después de todo, quizás, tendría más respuestas ante una asamblea de colegiales; ellos al menos, sentirían enseguida que el orden de la escuela no está hecho para pernil birles moverse en las mejores condiciones. Pienso que de todos modos debe aparecer para ojos de analista lo que recorre cierto campo de sueño que llamemos, hablando propiamente —es justamente eso lo significativo— el campo de la utopía; tomen como ejemplo el de Fourrier, cuya lectura por otra parte, es una de las lecturas más regocijantes, ya que es justamente el efecto de bufonería que se desprende de ella lo que debe instruirnos, y nos muestra bastante a qué distancia estamos, en lo que se llama progreso social, de lo que sea que sería hecho al final.

No digo que hay que abrir todas las esclusas, sino simplemente pensar un orden social cualquiera en función de la satisfacción de los deseos.
Por el momento se trata de saber lo que esto quiere decir y si podemos ver allí más claro que otros.

De todos modos no somos los primeros que han avanza do por este camino. Tengo en mi auditorio, por un lado una audiencia marxista; pienso que aquí pueden evocar la relación íntima, profunda, tejida en todas las líneas, que hay entre lo que yo estoy diciendo aquí y las discusiones primordiales de Marx con respecto a la relación del hombre con el objeto de su producción. Para ir rápido y golpear fuerte, esto nos conduce a ese punto donde los dejé en ese rodeo, creo, de mi anteúltima conferencia, en el punto en que San Martín cortaba su manto en dos, largo trozo de tela en el cual se envolvía para su viaje de Cavalla.

Tomemos el bien allí donde está, al nivel de los bienes; para decirlo todo, planteemos la cuestión de lo que es ese trozo de tela. Ese trozo de tela, en tanto que con él se puede hacer una vestimenta, valor de uso, es algo sobre lo cual se han detenido ya otros antes que nosotros, y ustedes se equivocarían al creer que esa relación del hombre con el objeto de su producción, en su instancia primordial, es algo, e inclusive es Marx quien ha llevado en esto las cosas basten te lejos, completamente dilucidado. No voy a criticar aquí las estructuras económicas. Igualmente me acordé de una de estas cosas que amo porque ellas tienen su sentido que, si puedo decirlo, en una dimensión que se palpa a menudo, es siempre más o menos mistificada —hice alusión en mi último seminario a tal capítulo del último libro de Sartre: Critica de la razón dialéctica—; me gusta mucho eso ya que voy a aludir lo enseguida, excepto que el punto al cual voy a aludir concierne a 30 páginas que leí por primera vez el domingo pasado. No sé cómo hablarles del conjunto de la obra de Sastre, ya que sólo he leído esas 30 páginas, más esas 30 páginas son bastante buenas, debo decirlo. Se trata precisamente de las relaciones primordiales del hombre con el objeto de sus necesidades. Me parece que es —en ese registro donde Sastre intenta llevar las cosas en último término. Si ésa es su empresa y la realiza de un modo exhaustivo, la obra tendrá seguramente su utilidad. Esa relación fundamental sobra el fondo, la define sobre la de la rareza, y acentúa como lo que es, lo que es fondo, lo que plantea la condición del hombre como tal, quiero decir, la que lo hace hombre con respecto a sus necesidades. He aquí algo, me parece, de una relación a un pensamiento que apunta a una entapa transparencia dialéctica, muy oscura como último término.

Quisiera intentar retamar las cosas bajo otra perspectiva. Y esta tela, rara o no, nos mostraba que quizás hemos hecho pasar allí un pequeño soplo que, haciéndolo flotar, nos permite situarlo de un modo menos opaco. Los analistas se han alejado para comprender mejor, intentando ver lo que simboliza esta tela. Nos han dicho qué mostraba y qué oculta be a la vez, que el simbolismo de la vestimenta era válido, sin que en ningún momento pudiésemos saber si lo que se trata de hacer con ese falo—tela, es revelar o escamotear. Su ambivalencia profunda sobre toda la elaboración acerca del simbolismo de la vestimenta, les ruego la midan, y como un ejercicio concerniente al atolladero que implica cierto manejo de la noción del símbolo, tal como ha sido manejada hasta aquí en el análisis, les ruego palpar una vez mas, si pueden echar mano al número 2-3 del año 1º, grueso volumen que fue hecha en memoria del 50 aniversario de Jones y en el cual un artículo de Flügel nos habla del simbolismo de los vestidos. Encontrarán allí aún más impactantes, casi caricaturalmente exagerados, los atolladeros, en el último número aparecido en nuestra revista, por poner en evidencia la articulación que Jones ha hecho con respecto a los simbolismos

Sea lo que fuera, todas las tonterías que se han hecho alrededor de ese simbolismo nos conducen igualmente a algún lugar. Hay algo que se oculta allí atrás; es, parece, al fin de cuentas, algo siempre alrededor de ese sagrado Falo. Henos aquí conducidos a algo de lo que quizás habríamos podido esperar que se pensase desde el comienzo, a saber a la relación de la tela con el pelo que falta, pero que no nos falta en todos lados. Y aquí, hay justamente un autor psicoanalítico para decirnos que toda esta tela no es otra cosa que una extrapolación, un desarrollo de la pelambre femenina en tanto nos oculta que aquélla no lo tiene. Este tipo de efectos, de revelaciones de la conciencia tienen siempre su dimensión cómica. Sin embargo no es completamente «zinzin»*, encuentro que es un apólogo muy lindo. Quizás esto implicaría un poquitito de fenomenología concerniente a la función de la desnudez. A saber, si la desnudez es un fenómeno pura y simplemente natural. Esté fuera de dada que todo el pensamiento psicoanalítico esté allí para mostrarnos que no es un fenómeno natural ya que, justamente, lo que tiene de particularmente natural, exaltante, significante por s! misma, es que hay aún un más allí que ella oculta.

Pero no tenemos necesidad de hacer fenomenología. Me gustan más las fábulas, y en esta ocasión la fábula seria la siguiente: Adán y Eva, con la única condición de la dimensión del significante, se los recuerdo, introducida por el Padre en sus indicaciones bienhechoras Adan, pon nombres a todo lo que te rodea, Adán al que esos famosos pelos de una Eva que deseamos a la altura de belleza, evoca ese primer gesto, arranca un pelo. Todo está alrededor de ese pelo, de ese pelo de rana, alrededor de lo cual, sin duda, pivotes lo que estoy intentando mostrarles aquí.

Arrancamos un pelo a la que nos es dada como la cónyuge esperada desde toda la eternidad, y al día siguiente — tres giros de historia— ella vuelve con un abrigo de visón sobre los hombros. Allí está el resorte de la naturaleza  la tela. No es porque el hombre tenga menos pelos que los otros animales que tengamos que consultar todo lo que va a desencadenarse a través de las edades por su industria, por esta cosa que si es menester creer a los lingüistas, es esta estructura interior, fuera de la cual se va a plantear el primer problema, el problema de los bienes.

Al principio, sea lo que fuera eso, se articula como significante, aunque fuera una cadena de pelos. Este textil es primero un texto. Está la tela, y es imposible aquí, invocaría a Marx, salvo que hagamos una fábula psicológica, plantear como primera alguna cooperación de productores. Al principio, está la invención productora, el hecho de que sólo el hombre —y por qué sólo él— se pone a trenzar algo, algo que no está en una relación de envoltorio, de capullo con respecto a su propio cuerpo, sino algo que va a correr independientemente como tela; que va a circular. ¿Por qué? Porque esta tela es valor de tiempo, es eso lo que la distingue de toda producción natural. Podría comparársela con las creaciones del reino animal, es originada en tanto fabricada, abierta a la moda, a la antigüedad, a la novedad, es uso de tiempo, es reserva de necesidades, está allí, la necesitemos o no, y alrededor de esta tela va a organizarse toda esta dialéctica de rivalidades y de repartos en la cual va a constituirse las necesidades como tales.

Para asirlo, pongan simplemente en el horizonte, en oposición a esta función, la palabra evangélica, la palabra estupefaciente en que el Mesías muestra a los hombres lo que ocurre con aquellos que se fían de la Providencia del Padre: «No tejen ni hilan, proponen a los hombres la imitación del ropaje de las azucenas y del plumaje de los pájaros». Abolición del texto por la palabra (parole). Como se los hice notar la última vez, es en efecto eso lo que carácteriza esta palabra, que es menester arrancarla a todo el texto para poder  tener fe en ella. Pero la historia del humano pro sigue en el texto, y en el texto tenemos la tela. La tela y el gesto de San Martín que, en el comienzo, quiere decir esto: es el hombre como tal, el hombre con derechos pues, formas de las cuales comienza a individualizarse en tanto en esa tela hacemos agujeros por donde pasa la cabeza y luego los brazos, por donde comienza, en efecto, a organizarse como vestido, es decir, como algo que cuando sus necesidades están satisfechas, permanece aún —¿qué puede haber allí atrás?, a saber: ¿qué pare de, a posar de ello —digo a pesar de ello porque a partir de ese momento, lo sabemos cada vez menos— continuar deseando?

Henos aquí en el punto de confrontación del utilitarismo y de la función del útil y de la utilidad. El pensamiento de Bentham, Jeremías, no es la pura y simple continuación de la elaboración gnoscológica en la cual se ha extenuado toda una línea para reducir lo trascendente, lo sobrenatural de un progreso, dilucidando el conocimiento. Bentham, como lo muestra la Teoría de la ficciones, recientemente valorada en su obra, es el hombre que aborda la cuestión a nivel del significante. A propósito de todas las instituciones, más lo que ellas tienen fundamentalmente de verbal, a saber, ficticio, su intento no es reducir a nada todos esos derechos múltiples,  incoherentes, contradictorios, de los que la jurisprudencia inglesa le proporcionaba el ejemplo, sino por el contrario, ¿ partir del artículo simbólico de estos términos ellos también creadores de textos, ver lo que hay en el total, en todo eso, que pueda servir para algo, es decir, hacer justamente eso de lo que les hablé recién, a saber el objeto del reparto. La larga elaboración histérica del problema del bien culmina en ese centro sobre la noción de lo que es, cómo son creados loé bienes en tanto se organizan no a partir de las necesidades naturales predeterminadas, sino en tanto proveen la materia ¿ una repartición con respecto a la cual va a comenzar a articularse la dialéctica del bien como tal, en tanto toma su sentido efectivo para el hombre.

Las necesidades del hombre se alojan en lo útil, en la parte simbólica, es la parte tomada a eso que del texto simbólico, puede ser, como se dice, de alguna utilidad. En, por lo cual, en ese estadio y en ese nivel, es muy cierto para Bentham, que no hay problema. El máximo de utilidad para el número mayor, tal es la ley según la cual se organiza en ese nivel, el problema de la función de esos bienes.

Para decirlo todo, en ese nivel estamos antes de que el sujeto haya pasado la cabeza por los agujeros de la t la y la tela está hecha para que el mayor número posible de sujetos, pasen sus cabezas y sus miembros.

Solamente, desde luego, todo este discurso no tendría sentido si las cosas no se pusieran a funcionar de otra modo. Justamente porque en esta cosa rara o no, pero en esta cosa producida, en esta riqueza, sea correlativa al fin de cuentas de cualquier pobreza, hubo al comienzo otra cosa que su valor de uso y su utilización de goce, el bien se articulo de un modo diferente. El bien no está al nivel del uso de tela, el bien está al nivel de esto es que un sujeto pared, disponer de él. El dominio del bien es el nacimiento del poder: puedo el bien.

La noción de esta disposición del bien es esencia y si la ponemos en primer plano todo lo que significa la re vindicación del hombre, llegado a cierto punto de su historia de disponer de sí mismo, ve la luz en la historia. No fui sino Freud, quien se encargó de desenmascarar lo que esto quiere decir en la efectividad histórica; quiere decir: disponer de sus bienes, y todos saben que esta disposición no ocurre sin cierto desorden, y que este desorden muestra demasiado cuál es su verdadera naturaleza; disponer de sus bienes, tener el derecho de privar a los otro» de estos.

Es inútil, pienso, que les haga palpar que es justo alrededor de esto que se juega el destino histórico; toda cuestión es saber en qué momento se puede encarar que ese proceso termina. Ya que desde luego, esta función del bien como tal, engendra toda una dialéctica. Quiero decir que en el poder de privar a los otros va a haber en lazo muy fuerte de donde va a surgir el otro como tal. Si recuerdan lo que les dije en su momento con respecto a la función de la privación, beneficio aún para algunos después de algunos problemas, les ruego palpar, a ese respecto, que no les adelanto nada por azar; recordarán que articulando la privación para oponerla a la frustración y a la castración, les he dicho que la privación era una función instituida, como tal, en lo simbólico, en el sentido de que nada es privado de nada, lo que no impide que el bien del que se es privado sea completamente real. Pero lo importante es saber que aquél que es el privados, es una función imaginaria. Es el pequeño otro como tal, el semejante, tal como está dado en esa relación a medias enraizada en lo natural, y el estadio del espejo se nos presenta, en el nivel en que las cosas se articulan a nivel de lo simbólico; se nos presenta como el privados.

Lo que se llama defender nuestros bienes —es un hecha de experiencia del cual es menester que se acuerden constantemente en el análisis— no es más que una sola y misma cosa, que una sola y misma dimensión que esto: impedirnos a nosotros mismos gozar de ellos. La dimensión del bien como tal es la que levanta una muralla poderosa y esencial en la vía de nuestro deseo, es la primera con la cual tenemos que vernos la siempre y en todo momento.

Cómo podemos concebir pasar más allá, cómo es menester que nos identifiquemos a cierto repudio de los radicales de cierto ideal del bien, para que inclusive podamos comprender en qué vía se desarrolla nuestra experiencia, es lo que continuaré para ustedes la próxima vez.