Seminario 7: Clase 5, Das Ding (II), 16 de Diciembre de 1959

Freud observa en alguna parte que si el psicoanálisis a los ojos de algunos, ha podido provocar la inquietud de promover al exceso el reino de los instintos, no ha promovido menos la importancia, la presencia de la instancia moral.

Esta es una verdad evidente y naturalmente cuanto más segura, cotidianamente asegurada por nuestra experiencia de prácticos. También quizás no medimos aún lo suficiente el carácter exhorbitante de la instancia del sentimiento de culpabilidad jugando a espaldas del sujeto. Este sentimiento de culpabilidad inconsciente, estas cosas que se presentan así bajo este aspecto masivo, es lo que este año yo creí que era necesario aprehender más de cerca, articular de manera tal que sea bien puesta en evidencia la originalidad de la revolución del pensamiento que implica el efecto de la experiencia freudiana concerniente al dominio de la ética.

La última vez he intentado mostrarles la importancia, el sentido en la psicología freudiana, el primer Entwurf, aquél alrededor del cual Freud ha intentado organizar su primera intuición de eso de lo cual se trata en la experiencia del neurótico. He intentado mostrarles qué función pivote podemos dar de ese algo que se encuentra en un recoveco de un texto de Freud. Pero es un giro que simplemente conviene no olvidar y tanto menos cuanto que ese giro, como se los he mostrado, lo retoma siempre, bajo diversas formas, hasta el fin, bajo ese punto esencial de Das Ding. Das Ding es absolutamente necesario para concebir lo que él dice incluso en un texto como aquél de 1925, de la Verneinung, tan pleno y rico en recursos, tan pleno también de interrogaciones.

Das Ding pues, es lo que lógicamente y al mismo tiempo cronológicamente, en el punto inicial de la organización del mundo en el psiquismo, se presenta, se aísla como el término extraño alrededor del cual va a girar todo el movimiento de la Vorstellung. Este movimiento de la Vorstellung pues, que Freud nos muestra como siendo dirigido, gobernado esencialmente por un principio regulador, que es llamado principio del placer. Principio regulador ligado al funcionamiento de un aparato como tal, del aparato neurónico. Y es alrededor de lo cual pivotea todo ese progreso adaptativo tan particular en el hombre, en tanto que el proceso simbólico se muestra allí inextricablemente tramado.

Este Das Ding, como se los he dicho, es ese mismo término que reencontramos en la fórmula que debemos considerar esencial ya que está ubicada en el centro, y si se lo puede decir, como punto de enigma de la Verneinung. Este Das Ding debe ser identificado con ese término del Wiederzufinden, de la tendencia a reencontrar, que es para Freud la que funda la orientación del sujeto humano hacia el objeto, hacia este objeto, observémoslo bien, que incluso no nos es dicho, ya que también podemos aquí dar su peso a cierta crítica textual que puede parecer algunas veces, en su ligazón al significante, que toma un giro talmúdico. Sin embargo, es notable que Freud no articule en ninguna parte este objeto del cual se trata.

También calificamos este objeto, ya que se trata de reencontrarlo, de objeto perdido. Pero este objeto en suma jamás ha sido perdido, aún cuando se trate esencialmente de recuperarlo. Y en esta orientación hacia el objeto, la regulación de la trama de las Vorstellungen, en tanto ellas se organizan, se llaman la una a la otra según las leyes de una organización de memoria, de un complejo de memoria, de una Bahnung, o sea nosotros traduciríamos facilitación (frayage) en francés, pero también diríamos más firmemente aún, de una concatenación cuyo juego nos deja entrever, bajo una forma material tal vez, el aparato neurónico. Estando regulada esta Bahnung misma en su funcionamiento, por la ley del principio del placer, a saber, ese algo que le impone esos rodeos que conservan su distancia en relación a su fin.

Ya que lo que la dirige por la ley del principio del placer, es lo que el principio del placer gobierna: la búsqueda (recherche), —la etimología aquí, incluso en francés, que ha reemplazado el término quérir (buscar) que ha caído en desuso, es justamente la circa, el rodeo—. La función misma del principio del placer es que algo se imponga a la transferencia de la cantidad de Vorstellung en Vorstellung, que siempre la mantenga en cierta periferia, a cierta distancia de eso alrededor de lo cual, en suma, gira, de ese objeto a reencontrar que le otorga su invisible ley, pero que no es, por otra parte, lo que regula sus trayectos, lo que los instala, lo que los fija, lo que sin duda modela su retorno. Y este retorno es una suerte de retorno mantenido a distancia en razón misma de esta ley que la somete a no ser en fin más que algo que no tiene otro motivo que reencontrar la satisfacción de die Not des Lebens, una serie de satisfacciónes encontradas en el camino, ligadas sin duda a esta relación con el objeto, polarizadas por esta relación y que a cada instante modelan, temperan, apuntalan las gestiones siguiendo la ley propia del principio del placer, que es que una cierta cantidad Q’n, diferente por sí misma de la cantidad portada, inminente, amenazante, del reencuentro con el mundo exterior, de lo que aporta al organismo la excitación del exterior, una cierta cantidad Q’n, forma de algún modo el nivel que no podría ser superado sin provocar algo que instaure su limite a ese principio del placer, algo que es diferente de la polarización (Lust-Unlust) placer—displacer, que sólo son justamente las dos formas bajo las cuales se expresa esta única y misma regulación que se llama principio del placer, que forma su límite.

Es el momento en que de cualquier manera, sea del interior, sea también del exterior, la cantidad llega a superar lo que, ¿si se lo puede decir? es la cosa, en todo caso metafóricamente dicho, articulada por Freud, dada a nosotros; casi como para ser tomada al pie de la letra —lo que metafóricamente puede expresarse y lo que él expresa por aquello puedo admitir la amplitud de las de conducción, el diámetro individual de lo que puede soportar el organismo.

Es el diámetro que, de alguna forma, regula esta admisión de la cantidad que le impone el que más allá del límite, ella se transforme en complejidad. De alguna forma, es en la medida en que un fuerte impulso psíquico aumenta, supera cierto nivel, que ella no se vuelve capaz de ir más lejos, de ir más derecho, hacia lo que sería su meta y su término, sino que más bien se complejiza, se esparce, se difunde en el organismo psíquico ese algo que de una forma siempre creciente en una suerte de expansión de la zona iluminada del organismo neurónico, va a iluminar a lo lejos, aquí y allá, según las leyes de una facilitación que es precisamente la de las vías asociativas, de las constelaciones representativas, constelaciones de Vorstellungen, que regulan la asociación de las ideas, la asociación de los Gedanken inconscientes, según las leyes del principio del placer.

El límite tiene un nombre. Es otra cosa que la polaridad placer—displacer de la cual habla Freud. Representa la invasión de la cantidad, en tanto nada puede proceder en ciertas condiciones, a lo que normalmente, primitivamente, incluso antes de la entrada en esta función del sistema psi, interviene para regular la invasión de la cantidad según las leyes del principio del placer. Es a saber la evitación, la fuga, el movimiento.

En último término, se le otorga, se confiere y se liga justamente a la motricidad esta función del organismo de dejar por encima de cierto nivel homeostático lo que regula el nivel de tensión soportable; la estructuración de la relación del organismo humano está dada por el sistema psi. El aparato nervioso está concebido esencialmente como centro o lugar de una regulación autónoma.

Es menester considerar como tal, como aislado, distinto, con todo lo que esto puede implicar de discordancia en relación a la vida de la homeostasis general, aquélla que pone en juego por ejemplo todo el equilibrio de los humores. El equilibrio de los humores interviene, pero él mismo como orden de estimulación que viene del interior. Es justamente así como se expresa Freud. Hay en relación con este organismo nervioso, estímulos que llegan del interior. Estos son comparados por él con las estimulaciones externas.

Me gustaría que nos detuviéramos un momento en este límite del dolor. He dicho cierta vez que no me parecía seguro que el término de motorisch, motor, que en algún lugar está dado por Freud, —nos dicen los comentaristas que han recolectado las cartas a Fliess— bajo la forma de un simple lapsus, en lugar de célula, núcleo, órgano (sekretorisch), fuera totalmente un lapsus. Efectivamente, si Freud nos dice que la reacción de dolor sobreviene en la mayoría de los casos en tanto la reacción motriz, la reacción de huida, es imposible, —y aquí muy especialmenteante los hechos, en tanto la estimulación y la excitación llegan del interior, me parece que ese lapsus —ese pretendido lapsus— está allí sólo para indicarnos la homología fundamental ante un cierto registro de la relación del dolor con esta reacción motriz e indicarnos ese algo que espero no les parezca absurdo —la cosa me había sorprendido hace largo tiempo que en la organización de la médula espinal se encuentran neuronas y los acentos del dolor a un mismo nivel, en un mismo lugar, en cierto escalón que es aquél donde se reencuentran en otros niveles ciertas neuronas, ciertos factores ligados esencialmente a la motricidad tónica.

También el dolor no debe ser pura y simplemente tomado en el registro de las reacciónes sensoriales. Diría que lo que nos ha mostrado las incidencias fisiológicas, lo que la cirugía del dolor nos muestra, es que no hay aquí algo simple que pueda ser considerado simplemente como una cualidad de la reacción sensorial, y que el carácter complejo, si puede decirse, intermediario entre el aferente y el eferente del dolor es algo que nos es sugerido por los resultados sorprendentes, es menester decirlo, de tal o cual sección que permite la conservación de la noción dolor en ciertas afecciónes internas, especialmente en las afecciónes cancerosas con, al mismo tiempo, la supresión, el levantamiento, si se puede decir, de cierta cualidad subjetiva que constituye, hablando propiamente, su carácter insoportable.

Brevemente, es también eso que es aún del orden de una exploración fisiológica moderna lo que no nos permite todavía articularlos plenamente, esto es algo donde les ruego ver la sugestión de que quizás debemos concebir el dolor como algo que en el orden de existencia es tal vez como un campo que se abre precisamente en el límite donde no existe para el ser la posibilidad de moverse.

¿Es que algo no nos es allí abierto en no sé cuál percepción de los poetas, en el mito de Daphne convirtiéndose en árbol, bajo la presión a la cual no puede ya escapar, que algo en el ser viviente que no tiene la posibilidad de moverse nos sugiere incluso en su forma la presencia de lo que se podría llamar un dolor petrificado? ¿Es que no hay en lo que hacemos nosotros mismos del reino de la piedra, en tanto no la dejamos ya rodar, en tanto la enderezamos, en tanto hacemos ese algo que detiene como es una arquitectura, es que no hay en la arquitectura misma algo para nosotros como la presentificación del dolor?.

Algo iría en ese sentido: es lo que pasa en el límite cuando en un momento de la historia de la arquitectura, el del barroco, bajo la influencia de un momento de la historia que es también aquél al cual vamos a reencontrar enseguida, algo se intenta para hacer de la arquitectura misma, no sé qué esfuerzo hacia el placer, para darle no sé qué liberación que hace en efecto flamear en lo que para nosotros aparece como una paradoja tal en toda la historia de la construcción y del edificio.

Este esfuerzo hacia el placer, qué es lo que también otorga si no es lo que llamamos en nuestro lenguaje metafórico aquí, y que como tal va lejos, las formas torturadas.

Ustedes me perdonarán. Pienso esta excursión ya que también en tanto se las he anunciado, no sucede sin lanzar a la delantera no sé qué punta hacia algo que deberemos retomar enseguida, a propósito de lo que he llamado para ustedes la época del hombre del placer, el siglo XVIII y el estilo muy especial que ha introducido en la investigación del erotismo.

Volvamos a nuestras Vorstellungen e intentemos ahora comprenderlas, sorprenderlas, detenerlas en su funcionamiento para darnos cuenta acerca de qué se trata en la psicología freudiana. Es a saber de ese carácter de composición imaginaria, de elemento imaginario del objeto, que forma de alguna manera, lo que uno podría llamar la sustancia de la apariencia, lo que es el material de un error vital, lo que forma esencialmente una aparición abierta a la decepción de una Erscheinung, diría, si me permitiera hablar alemán, aquello en lo cual se sostiene la apariencia, pero que es también la aparición del recién venido, la aparición corriente, lo que forja ese Vor, ese tercero, lo que se promueve, lo que se produce a partir de la Cosa, ese algo esencialmente descompuesto: la Vorstellung. Es alrededor de lo cual gira, desde siempre, la filosofía de occidente desde Aristóteles y en Aristóteles esto comienza exactamente con la fantasía…

La Vorstellung es tomada en Freud en su carácter radical, bajo la forma en que está introducida en una filosofía que está esencialmente trazada por la teoría del conocimiento. Freud la arranca de esta tradición para aislarla en su función y es esto lo que es notable. Es lo que le asigna hasta al extremo, ese carácter, al cual precisamente esos filósofos no han podido resolverse a reducirla, de cuerpo vacío, de fantasma, de pálido íncubo de la relación con el mundo, de goce extenuado, que a través de toda la interrogación del filósofo, le otorga su carácter esencial.

¿Y esta esfera, este orden, esta gravitación de las Vorstellungen dónde ubicarlas? Allí donde les he dicho la última vez que era menester ubicarlas leyendo bien a Freud, entre percepción y conciencia, como les he dicho, entre cuero y carne.

W, es Wahrnehmung. Percepción. Aquí, principio de realidad, y aquí, lo hemos dicho, Bewosstsein, por lo tanto, conciencia. Es aquí, entre percepción y conciencia donde viene a insertarse lo que funciona, a nivel del principio del placer, es decir, los procesos de pensamiento en tanto ellos regulan por el principio del placer, el investimiento de las Vorstellungen y la estructura en la cual el inconsciente se organiza, la estructura en la cual la subyacencia de los mecanismos inconscientes se precipita, lo que constituye el grumo de la representación, a saber, algo que tiene la misma estructura. Es este el punto esencial sobre el cual insisto, la misma estructura que el significante, lo que no es simplemente Vorstellung, sino como Freud lo escribe más tarde en su artículo sobre la Unbewuastsein, Vorstellungrepräsentanz, lo que hace de la Vorstellung un elemento asociativo, un elemento combinatorio, que constituye algo que desde ese momento pone a nuestra disposición un mundo de la Vorstellung ya organizado según las posibilidades del significante como tal, algo que ya a nivel del inconsciente se organiza según leyes que —Freud lo ha dicho bien— no son forzosamente las leyes de la contradicción, las leyes de la gramática, sino que son de aquí en más las leyes de la condensación, las leyes del desplazamiento, aquéllas que llamo para ustedes, las leyes de la metáfora y de la metonimia.

Qué hay pues de sorprendente aquí, quiero decir entre percepción y conciencia, aquí donde transcurren esos procesos del pensamiento que no serían nada nunca para la conciencia, nos dice Freud, si no pudieran serle aportados por la intermediación de un discurso, de lo que puede explicitarse, articularse en la Vorbewusstsein en el preconsciente. ¿Qué decir? Aquí Freud no deja ninguna duda, se trata de palabras. Y bien entendido, esas Wortvorstellungen de las que se trata es necesario también que las situemos en relación a lo que articulamos aquí.

No es seguramente, Freud nos lo dice, la misma cosa que las Vorstellungen, cuyo proceso de superposición, de metáfora y de metonimia seguimos a través del mecanismo inconsciente, como les decía hace un rato. Es muy otra cosa. Son las Vortvorstellungen que instauran un discurso que se articula sobre los procesos del pensamiento. En otros términos, no conoceríamos nada, y en efecto no conocemos nada de los procesos de nuestro pensamiento, si hasta cierto punto —déjenmelo decir para acentuar mi pensamiento— no hacemos psicología.

En otros términos, es porque hablamos de lo que pasa en nosotros, en los términos a la vez inevitables y cuya indignidad, cuyo vacío y vanidad, hablando propiamente, conocemos; es a partir del momento en que hablamos obligatoriamente de nuestra voluntad como de una facultad distintiva, de nuestro entendimiento como de algo que también sería una facultad, es a partir de ese momento que tenemos una preconciencia y que somos capaces en efecto de articular en un discurso algo de ese encaminamiento, por el cual nos articulamos en nosotros mismos, nos justificamos, nos racionalizamos para nosotros mismos, en tal o cual circunstancia, el encaminamiento de nuestro deseo.

Seguramente, en efecto, se trata de un discurso y lo que Freud acentúa aquí, articula, es, después de todo no sabemos ninguna otra cosa, que ese discurso, lo que viene a la Bewusstsein, en la Wahrnehmung, la percepción de ese discurso y nada más. Está exactamente allí su pensamiento, está allí también lo que hace que tenga tendencia a rechazar a la nada de las representaciones superficiales para emplear ese algo que es corriente, lo que un Silberer llama el fenómeno funcional. Nos dice: «Es muy justo que haya en tal o cual fase del sueño, cosas que nos representando alguna manera, de un modo imaginado, el funcionamiento psíquico, que nos representa por ejemplo, las capas del psiquismo bajo la forma del juego de la oca. En la ocasión, es ese el ejemplo que Silberer ha hecho notorio.

¿Qué dice Freud? Que no se trata aquí más que de la producción del sueño de un espíritu llevado a la metafísica, entendamos aquí a la psicología, llevado a representar, a magnificar lo que el discurso nos impone como necesario, cuando para nosotros se trata de distinguir ese algo que no representa más que cierta escansión de nuestra experiencia íntima, sino que, nos dice Freud, deja escapar su estructura, su gravitación, más profunda que se funda a nivel de las Vorstellungen. Pero por otro lado, él nos afirma que la gravitación, el modo de intercambio, la economía, las maneras en que se modulan esas Vorstellungen es —y él lo articula— según las mismas leyes donde podemos reconocer aquéllas que, si siguen mis enseñanzas, son las leyes más fundamentales de funcionamiento de la cadena significante.

¿He llegado a hacerme entender?. Pienso que es difícil, me parece ser más claro y más acentuado en este punto esencial.

Somos aquí conducidos a distinguir pues, lo que es la articulación efectiva de un discurso, de una gravitación de las Vorstellungen bajo la forma de Vorstellungenrepräsentanz de esas articulaciones inconscientes. Se trata de ver que lo que en tales circunstancias llamemos Sachevorstellung, es algo que se da como una oposición polar en el juego de palabras, en las Vortvorstellungen, pero que no se da a ese nivel sin las Wortvorstellungen; que la función de Das Ding, de la cosa, en tanto es una función primordial, que se sitúa al nivel inicial de instauración de la gravitación de las Vorstellungen inconscientes, es otra.

La última vez me ha faltado tiempo para intentar hallar en el uso corriente del lenguaje, en los empleos como les he dicho, de hacerles sentir, la diferencia lingüística que hay entre Ding y Sache. Es muy claro que no se los empleará en cada caso indiferentemente, e incluso que si existen casos donde se puede emplear uno y otro, seguramente elegir uno u otro, nos da en alemán una acentuación preferencial en el discurso. Les ruego solamente a aquéllos que saben alemán, referirse a los ejemplos del dicciónario. Verán en qué casos se emplea Ding y en cuáles casos se emplea Sache. Se dirá Sache en los asuntos de la religión y se dirá pese a todo que la fe no es Jedermann ding, la cosa de todo el mundo. Se podrá emplear Ding como el maestro Eckhart para hablar del alma y Dios sabe si en M. Eckhart el alma es una Grossding, la más grande de las cosas. El no emplearía ciertamente el término de Sache. E incluso si quisiera hacerles sentir la diferencia en algo que les permitiera ver al mismo tiempo una suerte de referencia global a lo que se reparte en el empleo del significante de una manera diferente en alemán y en francés, les diría esta frase que tenía en los labios la última vez, que he retenido porque después de todo no soy germanólogo y he querido hacer la experiencia en el intervalo con las orejas de algunos de los cuales es la lengua materna, es la frase siguiente: Die Sache, se podría decir, ist das Wort des Dinges. Se puede decir esto. Y para traducirlo en francés eso querría decir que Die Sache, el asunto, das Wort des Dinges, es la palabra de la cosa. Eso puede decirse.

Es justamente en tanto pasamos al discurso que la Ding, la Cosa, se resuelve en una serie de efectos; diría, de efectos incluso en el sentido en que se puede decir meine Sache. Y son todos mis bártulos, pero muy otra cosa que Das Ding, que la Cosa a la cual nos es menester ahora volver, pero con respecto a la cual no se sorprenderán. Pienso que a ese nivel, al nivel de las Vorstellungen, la Cosa, no diría que no es nada, sino que literalmente no es, que se distingue como ausente, como extraña, que todo lo que de ella se articula como bueno y malo define, divide al sujeto en su lugar, yo diría irrepresiblemente, irremediablemente y sin ninguna duda en relación a la cosa misma.

No hay buen y mal objeto, está lo bueno y lo malo, y luego está la Cosa. Lo bueno y lo malo lo hacen entrar ya en el orden de la Vorstellung. Lo bueno y lo malo están allí como índices de lo que ya orienta, según el principio del placer, la posición del sujeto en relación a lo que no será jamás más que representación, más que búsqueda de un estado eludido, de un estado de deseo, de un estado de espera de algo que está siempre a cierta distancia de la Cosa, aunque esté regulado por esta Cosa que está allí más allá.

Entonces, como lo vemos, al nivel de lo que el otro día habíamos notado eran las etapas del sistema phi, aquí Wahrnehmungszeichen, y aquí Vorbewusstsein, nos hallamos aquí con las Wortvorstellungen en tanto las Wortvorstellungen reflejan en un discurso lo que sucede a nivel de los procesos del pensamiento, los cuales están ellos mismos regulados por las leyes de la Unbewusst, es decir, por el principio del placer. Las Wortvorstellungen se oponen aquí como el reflejo de discurso a lo que aquí se ordena según una economía de palabras en las Vorstellungrepräsentanz, que Freud llama también a nivel del Entwurf, los recuerdos conceptuales. Es sólo una primera aproximación de la misma noción.

Observen que lo que tenemos aquí, al nivel del sistema phi, es decir, a nivel de lo que sucede antes de la entrada en el sistema psi y el pasaje en la extensión de la Bahnung, de la organización de las Vorstellungen, lo que sucede como reacción típica del organismo en tanto está regulado por el aparato neurónico, es la elisión, las cosas son vermieden, elididas. Aquí el nivel de las Vorstellungrepräsentanz, es el lugar elegido por la Verdrängung. Este es el lugar de la Verneinung.

Me detengo un instante aquí para mostrarles la significación de un punto que constituye aún un problema para algunos de ustedes. Me detengo para esto un momento en la Verneinung. Como Freud lo hace notar, es el modo enteramente privilegiado de connotación al nivel del discurso, de lo que en otra parte, precisamente en el inconsciente, es verdrängt o reprimido. Es una manera en que se sitúa en el discurso pronunciado, enunciado, en el discurso del Lautwerden, lo que está oculto, lo que está verborgen en el inconsciente. Lo que está Verneint es la manera paradójica en que se confiesa lo que para el sujeto se halla allí a la vez presentificado y renegado.

Sería menester en realidad, extender este estudio de la Verneinung, de la negación, como he comenzado ya antes a hacerlo, prolongarlo por un estudio de la partícula negativa y preguntarse si no es allí donde se halla, en esta partícula, en este pequeño ne (no) del cual les he mostrado, indicado, enseñado en la huella de Pichon, que en la lengua francesa se muestra en un uso tan sutilmente diferenciado a nivel de ese ne discordante cuyo lugar les he mostrado entre la enunciación y el enunciado, este lugar que lo hace aparecer tan paradójicamente en los casos donde, por ejemplo, el sujeto enuncia su propio temor.

Yo temo craindre, no como la lógica parece indicarlo, qu’il vienne (que venga) —es esto lo que el sujeto quiere decir— pero yo temo qu’il ne vienne, en francés. Y este ne si bien en esta forma nos muestra su lugar flotante entre los dos niveles con respecto a los cuales les he enseñado a distinguir, les he enseñado a hacer uso del gráfico para reencontrar la distinción, aquélla de la enunciación del sujeto en tanto el sujeto dice: temo algo que enunciando hago surgir en mi existencia y al mismo tiempo en su existencia de voto. Es a aquí donde se introduce ese pequeño ne que lo distingue, que muestra la discordancia de la enunciación con el enunciado y que muestra la verdadera función de la partícula.

La partícula negativa no puede surgir, no puede ser, no aparece más que a partir del momento en que hablo verdaderamente y no en el momento en que soy hablado, si estoy en el nivel del inconsciente. Es sin duda eso lo que quiere decir Freud, y creo que está bien interpretar así lo que dice Freud cuando dice que no hay negación a nivel del inconsciente, pues también después nos muestra que seguramente hay una, es decir, que en el inconsciente hay toda suerte de maneras de representarla metafóricamente, hay toda suerte de maneras, en un sueño, de representar la negación, salvo seguramente la pequeña partícula ne, ya que la pequeña partícula ne no forma parte del discurso.

Y esto comienza a mostrarnos en ejemplos concretos, la distinción que hay entre esto que comienzo a distinguir para ustedes sobre un punto topológico preciso, a saber, la función del discurso y la de la palabra.

Así la Verneinung, lejos de ser esa pura y simple paradoja de lo que se presenta bajo la forma del no, no es cualquier no, pues hay seguramente todo un mundo del no dicho, de lo prohibido, ya que es incluso ésta la forma bajo la cual se presenta esencialmente la Verdrängung, o sea la inconciencia. Pero si se puede decir, la Verneinung es sólo la punta más afirmada de lo que podría llamar el entredicho, como se dice, lo entrevisto. Y también si uno buscara un poco en el uso corriente del abanico sentimental todo lo que puede decirse diciendo solamente no digo. O simplemente, como se expresa en Racine: No, yo no le odio.

Y bien, para concebir en ese juego de la oca, donde ven a la Verneinung representar la forma invertida de la Verdrängung, desde cierto punto de vista, la diferencia de organización que hay entre una y otra en relación a una función que es la de la confesión, quiero simplemente indicarles aquí, para aquéllos a quienes esto les ocasiona aún problema, que del mismo modo tendrán una correspondencia entre lo que aquí se articula plenamente a nivel inconsciente, es decir la Verunteilung y lo que pasa a ese nivel distinguido por Freud en la carta 52, en la primera significación significante de la Verneinung, aquélla de la Verwerfung.

Uno de entre ustedes, Laplanche, en su tesis sobre Hörderling, con la cual espero, nos entretendremos un día aquí, se interroga sobre lo que puede ser esta Verwerfung y me interroga diciendo: ¿Se trata del Nombre de Padre, como se trata en la paranoia o se trata del Nombre del Padre? Si se trata de esto hay pocos ejemplos patológicos que nos colocan en presencia de su ausencia, de su rechazo efectivo.

¿Si es el Nombre del Padre, no entramos allí en una serie de dificultades concernientes al hecho de que siempre hay algo significado para el sujeto, que está ligado a la experiencia, ya sea presente o ausente, de ese algo que yo digo, a qué título, en qué grado ha llegado a ocupar este lugar para él?

Nada sobre esta noción de la sustancia significante como tal, puede dejar de constituir problema allí, para todo buen espíritu, pero no olvidemos esto, es en el sistema primero de los significantes, en el sistema al nivel de las Wahrnehmungzeichen, de los signos de la percepción. Aquello con lo cual tenemos que tratar, es algo que se propone como la sincronía primitiva del sistema significante. Es en la Gleichzeitigkeit. Todo comienza en tanto pueden presentarse al sujeto al mismo tiempo varios significantes. Es en tanto a ése nivel que el Fort es correlativo del Da. Y que el fort aún sólo pueda expresarse en la alternancia que algo que no puede expresarse más que a partir de una sincronía fundamental…, es a partir de aquí que algo se organiza con respecto a lo cual aquí nos aparece que el simple gusto del fort y del da no podría bastar para constituirlo.

Ya he planteado el problema ante ustedes: ¿cuál es el mínimun inicial de una batería significante concebible para que pueda comenzar a jugar, a organizarse, el dominio, el orden y el registro del significante? Es justamente en tanto algo hace que no pueda haber dos sin tres que seguramente, pienso, debe implicar incluso el cuatro, el cuatripartito, el Geviert como dice en alguna parte Heidegger; en tanto algo está constituído, un término que mantiene el sistema de las palabras, su base, en una cierta distancia, una cierta dimensión relaciónal: en tanto ese término del cual se trata puede ser rechazado, o sea hay algo que falta y hacia lo cual tenderá desesperadamente el verdadero esfuerzo de suplencia, de la significantización, es que veremos desarrollarse toda la psicología del psicótico y ese algo con respecto a lo cual, después de haberlo aquí simplemente indicado, les dejo solamente esperar que quizás habremos de volver también con la explicitación notable que ha hecho Laplanche a nivel del caso de una experiencia poética que lo despliega, lo devela, lo vuelve sensible de una manera muy especialmente esclarecedora, el caso de Hölderlin.

La función, el punto de este lugar, de este sitio donde hay algo que contiene las palabras, que las contiene en el sentido en que contener quiere decir retener, una articulación, una distancia primitiva, es concebible, es posible, e introduce la sincronía sobre la cual luego puede establecerse la dialéctica de la cual se trata, la dialéctica esencial, aquélla donde el Otro puede hallarse como Otro del Otro, este Otro del Otro que sólo se halla allí por su ubicación, puede hallar su lugar aún cuando en ninguna parte podamos hallarlo en lo real, aún cuando todo lo que podamos hallar en lo real para ocupar este lugar, sólo vale en tanto ocupa este lugar pero no puede aportarle ninguna otra garantía más que ser este lugar.

Así, he aquí situada otra topología, una topología que es aquélla que instituye la relación con lo real. Vamos ahora a poder definir, articular la relación con lo real y vamos a darnos cuenta de lo que significa de hecho, lo que se llama el principio de realidad y como es que está ligada a este principio toda la función que en Freud viene a articularse en ese término Superyó, Über-Ich, lo que, confiésenlo, sería un mezquino juego de palabras si no fuera una manera sustitutiva de llamar lo que hemos siempre llamado la conciencia moral o algo análogo.

Freud nos aporta una articulación verdaderamente nueva, nos muestra la raíz, el funcionamiento psicológico de lo que en la constitución humana pesa, ¡y cuánto pesa Dios mío!, sobre todas estas formas de las cuales no hay lugar para desconocer ninguna, incluso aquélla, la más simple, de eso que se llama los mandamientos, y hasta diría yo, los diez mandamientos. Y diría que no retrocederé, pues más arriba ya he iniciado la puesta en cuestión de una cosa en este plano: estos Diez Mandamientos, que podríamos pensar que hasta un cierto grado hemos rodeado, es bien claro que no los vemos funcionar, sino en nosotros, en todo caso en las cosas, de una manera singularmente vivaz y que convendría quizás volver a ver lo que Freud articula aquí; yo lo enunciaría en estos términos de los cuales todos los comentarios de antemano parecen que son promovidos sólo para hacérnoslo olvidar. Freud, no lo olvidemos, aporta a los fundamentos de la moral, el descubrimiento, dirán unos, la afirmación, dirán otros, la afirmación del descubrimiento, creo, de que la ley fundamental, la ley primordial, aquélla donde comienza lo que es la cultura en tanto la cultura se opone a la naturaleza —pues se puede decir que las dos cosas están fundamentalmente, perfectamente individualizadas en Freud en un sentido moderno, quiero decir en el sentido en que Levy Strauss puede articularlo en nuestros días— es la ley de la prohibición del incesto.

Todo el desarrollo, lo indico a continuación, del psicoanálisis va a confirmarlo de manera cada vez más pesada, subrayándolo cada vez menos. Quiero decir que todo lo que se desarrolla a nivel de la interpsicología niño—madre y que expresamos tan mal en las categorías llamadas de la frustración, de la gratificación y de la dependencia, de todo lo que ustedes quieran, no es más que un inmenso desarrollo del carácter esencial, fundamental, de la cosa maternal, de la madre en tanto ocupa el lugar de esta cosa, de Das Ding.

Todo el mundo sabe que lo correlativo es allí ese deseo del incesto que es el gran hallazgo de Freud, la novedad de la cual por más que nos digan, que episódicamente en alguna parte uno lo ve en Platón o que Diderot lo ha dicho en el Sobrino de Rameau, o en Suplemento al Viaje de Bougainville, me es indiferente; es importante que haya un hombre que en un momento dado de la historia, se haya levantado para decir: allí está el deseo esencial.

En otros términos, se trata de asir firmemente que Freud designa a la vez en el incesto y en el deseo del incesto, el principio de la ley fundamental, de la ley primordial, alrededor de la cual todos los demás desarrollos culturales se desarrollan. Estas son sólo las consecuencias y las ramificaciones y al mismo tiempo identifican al deseo más fundamental.

Esto es siempre eludido por algún lado. Incluso cuando C.L. Strauss, confirmando de alguna manera, en su estudio magistral de «Las estructuras elementales del parentesco», el carácter primordial de la ley como tal, a saber, la introducción del significante y de su combinatoria en la naturaleza humana por intermedio de las leyes preferenciales del matrimonio, regulado por una organización de los intercambios que él califica como estructura elemental en tanto son dadas indicaciones positivas, preferenciales, para la elección del cónyuge, es decir, que es introducido un orden en la alianza, produciendo una dimensión nueva al lado de lo hereditario, en suma cuando hace esto y gira largamente alrededor de la cuestión del incesto para explicarnos lo que vuelve de alguna manera necesario que éste sea prohibido, no llega pese a todo, más lejos que a indicarnos por qué el padre no se casa con su hija, es decir, que es menester que las hijas sean intercambiadas, por así decir. Pero, ¿por qué el hijo no se acuesta con su madre? Hay algo aquí que pese a todo permanece velado.

Bien entendido, hace justicia a todas las supuestas justificaciones por los efectos biológicos supuestamente temibles de todos esos cruzamientos demasiado cercanos. Demuestra que en breve plazo todas sus consecuencias son rechazadas, quiero decir, que lejos que se produzcan esos efectos de resurgencia del recesivo, del cual se puede temer que introduzca elementos de degeneración, elementos temibles, todo prueba, por el contrario, que una endogamia tal es lo que se emplea corrientemente en todas las ramas de la domesticación para mejorar una raza, ya se trate de una raza vegetal o animal. Es justamente en el orden de la cultura donde juega la ley, y ésta tiene como consecuencia, sin ninguna duda, excluir siempre este incesto fundamental, el incesto hijo—madre, que es el punto central sobre el cual Freud pone el acento.

Sin embargo, todo es verdadero, si se puede decir, está justificado alrededor, pero ese punto central permanece, y uno lo ve muy bien al leer de cerca el texto de L. Strauss; es el punto más enigmático, más irreductible, donde se encuentra algo que está entre naturaleza y cultura, y algo que ni desde un punto de vista, ni desde el otro halla plenamente su justificación.

Es allí también donde quiero detenerlos, mostrándoles que de algún modo, lo que hallamos en la ley del incesto es algo que se sitúa fundamentalmente y como tal, a nivel de la relación inconsciente con Das Ding, la cosa. Es en tanto el deseo por la madre, digamos no podrá ser satisfecho porque es el fin, el término, la abolición de todo el mundo de la demanda, que es justamente aquél que estructura más profundamente y como tal el inconsciente del hombre; es justamente en la misma medida en que la función del principio del placer es hacer que el hombre busque siempre lo que debe reencontrar, pero lo que no podrá alcanzar, donde mora lo esencial, ese resorte, esa relación que se llama la ley de prohibición del incesto.

Y después de todo, esto incluso sólo merece ser retenido, en este grado de inspección metafísica, si podemos confirmarlo por la relación con lo que de la Ley Moral, si estamos en lo cierto, viene a articularse al nivel del discurso efectivo, del discurso que puede llegar para el hombre al nivel de su saber, del discurso que llamaría preconsciente o consciente, es decir, de la ley efectiva, es decir, de esos famosos diez mandamientos de los cuales yo hablaba hace un momento.

Si estos mandamientos son diez, mi fe puede estar bien. He intentado rehacer la cuenta yendo a las fuentes. He tomado aquí mi ejemplar, aquel de Silvestre de Sacy, lo que tenemos en Francia más próximo a lo que ha ejercido una influencia tan decisiva en el pensamiento, en la historia de otros pueblos, la Biblia, que está en la inauguración de la cultura eslava con san Cirilo y la versión autorizada por los ingleses, con respecto a la cual se puede decir que si no se la conoce de memoria, se está totalmente excluido. Nosotros no tenemos esto, pero pese a todo les aconsejo al menos remitirse a esta versión del siglo XVII, que pese a sus impropiedades, sus inexactitudes, tiene a su favor el haber sido la versión que la gente leía, y a quienes eso causaba problema, y por lo que generaciones de pastores han escrito y batallado sobre la interpretación de tal o cual prohibición presente o pasada inscripta en los textos.

He tomado entonces el texto de ese Decálogo que Dios, en el tercer día del tercer mes después de su salida de Egipto, en la nublada sombra del Sinaí con rayos y prohibición para el pueblo de acercarse, articula ante Moisés —y debo decir sobre este punto en este momento, que un día me gustaría, pese a todo, dejar la palabra a alguien más calificado que yo aquí para tratar, a saber, para analizar, la serie de avatares que la articulación precisa, significante, de esos diez mandamientos, ha sufrido a través de las edades; a saber, para retomarlos desde los textos hebreos hasta aquél donde se presenta en el pequeño ronroneo de los versículos hemistiquios del catecismo. Seria algo interesante.

Lo que quisiera decir es que esos Diez Mandamientos, por negativos que sean, que aparezcan —y se nos hace siempre la observación de que no sólo existe el lado negativo de la moral, sino también el lado positivo, no me detendré tanto en su carácter prohibitivo— y es algo que ya he indicado, no son tal vez más que los mandamientos de la palabra, quiero decir, los mandamientos que explicitan eso sin lo cual no hay palabra —no he dicho discurso— posible.

No he dado aquí más que una indicación y es que no podía en ese momento ir más lejos. Y aquí retomo ese surco, me detengo y los interrogo. Quiero hacerles observar que en todo caso en esos Diez Mandamientos, que constituyen casi todo lo que contra viento y marea es recibido como mandamiento por el conjunto de la humanidad civilizada o no, o casi —pero aquélla que no lo es sólo la conocemos a través de un cierto número de escritogramas, atengámonos entonces a la civilizada —en ninguna parte está señalado que es menester no acostarse con su madre. No pienso que el mandamiento de honrarla pueda ser considerado como la menor indicación positiva o negativa en ese sentido, sería lo que se llama en las historias de Marius y Olive hacerlo de buena manera.

¿No podríamos la próxima vez intentar interpretar los Diez Mandamientos como algo que está muy cerca de lo que funciona efectivamente en la represión del inconsciente? Estando los Diez Mandamientos destinados a mantener, en el sentido más profundo del término, al sujeto a distancia de toda realización del incesto. Es un modo de interpretarlos, con una condición y una sola, y es que nos demos cuenta al mismo tiempo, que esta prohibición del incesto, como se los he indicado, no es otra cosa que la condición para que subsista la palabra.

En otros términos, creo que esto nos lleva a interrogar el sentido de los Diez Mandamientos en tanto están ligados de la manera más profunda a lo que regula, a lo que gobierna esta distancia del sujeto a Das Ding, en tanto esta distancia es justamente la condición de la palabra, en tanto la palabra entonces, se abole o se borra, en tanto esos Diez Mandamientos son la condición de la subsistencia de la palabra como tal.

No hago más que abordar esta ribera, pero desde ahora les ruego que nadie se detenga en esta idea de que los Diez Mandamientos son la condición, como queremos justamente decirlo, de toda vida social ya que en verdad como bajo otro ángulo podríamos no darnos cuenta que con sólo enunciarlos simplemente, aparecen en cierto modo, como el catálogo y el capítulo de nuestras transacciónes en cada instante; son de alguna manera, si se puede decir, la ley y la dimensión de nuestras acciones en tanto propiamente humanas. Dedicamos nuestro tiempo, en otros términos, a violar los Diez Mandamientos y es justamente por eso diría, que una sociedad es posible.

No tengo necesidad para esto, de llegar al extremo de las paradojas de un Bernard de Mandeville que muestra en la fábula de las abejas, que los vicios privados forman la fortuna pública. No se trata de eso. Se trata de ver que si esos Diez Mandamientos están aquí con su carácter de inmanencia preconsciente, a algo responden. Y bien, es aquí donde la próxima vez retomaré las cosas. Sin embargo no las retomaré sin hacer aún un rodeo que hará un llamado a una referencia esencial, aquélla que he tomado cuando por primera vez hablé delante de ustedes de lo que podemos llamar lo real. Lo real, como les he dicho, es lo que se reencuentro siempre en el mismo lugar. Lo verán en la historia de la ciencia y de los pensamientos. Y este rodeo es indispensable para llevarnos a lo que podemos llamar la gran crisis revolucionaria de la moral, a saber, el cuestionamiento de los principios allí donde deben ser recuestionados, es decir, al nivel del imperativo como tal, el punto, la cumbre, a la vez kantiana y sadista de la cosa —veremos la próxima vez lo que quiero decir con esto— eso en lo cual la moral deviene pura y simple aplicación de la máxima universal por un lado, y por otro, puro y simple objeto.

Es esencial comprender este punto para ver el paso dado por Freud. Lo que quiero simplemente indicar hoy para terminar, es esto, que en alguna parte un poeta amigo mío ha escrito: «El problema del mal sólo vale la pena que sea planteado, en tanto uno no esté en paz con la idea de la trascendencia de un bien cualquiera que podría dictar deberes al hombre. Hasta allí, la representación exaltada del mal mantendrá su mayor valor revolucionario».

Y bien, se puede decir que el paso dado por Freud a nivel del principio del placer, es éste: mostrarnos que no hay un Bien Soberano; que el bien soberano que es Das Ding, que es la madre, que es el objeto del incesto, es un bien prohibido y que no hay otro bien. Tal es el fundamento, invertido en el caso de Freud, de la ley moral. Se trata de concebir de dónde viene la ley moral tan intacta, enteramente positiva y tal que podemos literalmente, para emplear un término que el cine volvió célebre, rompernos la cabeza contra los muros antes que verla trastocada. ¿Qué significa esto? Significa —es la dirección en la cual los comprometo— que lo que uno ha buscado en el lugar de este objeto inhallable es justamente este objeto que uno reencuentra siempre en la realidad; es en tanto llegó al lugar de este objeto imposible de reencontrar a nivel del principio del placer, que reencuentra algo que no es más que eso que se reencuentra siempre, pero que se presenta bajo la forma completamente cerrada, completamente ciega, completamente enigmática que es la del mundo de la física moderna. Y alrededor de esto, ya lo verán, se jugó efectivamente a fines del siglo XVIII, en el nivel preciso de la Revolución Francesa, la crisis de la moral. A eso aportan una respuesta la doctrina y el desarrollo freudiano, introducen una luz que espero mostrarles que aún no ha desprendido todas sus consecuencias.