Seminario 8: Clase 18, El símbolo φ (PHI), 19 de Abril de 1961

He vuelto a abrir mis notas de los seminarios de los últimos años, para ver si los puntos de referencia que les había dado desde «La relación de Objeto», convergían hacia este seminario sobre La Transferencia.

En el decano Swift (cuando abordé la función simbólica del falo, les he hablado poco de esto) y Lewis Carroll, esto está articulado. Su material se relacióna estrechamente con la temática de la que estoy más cerca.

En «Los Viajes de Gulliver» (ilustrados por Granville en el siglo XIX) , en el viaje a Laputa, 3ra. parte, formidable anticipación de una estación cosmonáutica. De Laputa, Gulliver va a pasearse por un cierto reino; habla con un académico y le dice que en el reino de (…falta en el original) la masa del pueblo se compone de denunciantes. Ellos se apropian de las cartas y las envían a una sociedad de personas hábiles en adivinar el sentido oculto de las palabras:

silla agujereada= consejo privado
perro cojo=invasión
poste= ejército permanente
abejorro= primer ministro
patíbulo= secreto de Estado
bacinilla= asamblea de grandes
señores
alcantarilla= corte
tonel vacío= general
N= complot
B= regimiento de caballería
El hermano Tomás = todo está listo para una
tiene hemorroides sedición

La fórmula del fantasma del Obsesivo:

λ ◊ φ (a  a’  a»  a»’)

La fórmula de la Histérica:

         a
        ——
       – φ

(deseo de )

Se trata de precisar las funciones atribuidas a  Φ y φ ( Φ = falo simbólico φ = falo imaginario)

La conferencia de Georges Favez sobre la función del psicoanalista para el analizado: para el paciente, dice, el psicoanalista toma la función de su fetiche.

Es uno de los panoramas más sugestivos y algo sorprendente, paradójico. Cuando leemos la obra, ahora cerrada, de un autor (Bouvet), que ha articulado la función especial de la transferencia en la neurosis obsesiva femenina, para llegar a la función de la distancia del objeto que se expresa en el progresos de los análisis, principalmente de análisis de obsesivos, por la eficacia de la introyección imaginaria del φ del analista, hay allí presente una cuestión. A propósito de su técnica, comencé una crítica que hoy voy a ajustar más aún.

Esto requiere que entremos en una articulación precisa de lo que es la función del falo en la transferencia, simbolizada con la ayuda del Φ y de φ nunca se trata de proceder en forma definitiva, puesto que ya nada parte de lo particular, si hay algo válido que queda de este autor (Bouvet), es efectivamente, que su teoría de la imagen fálica de la transferencia le da su paso. Dado que partió de la experiencia de los obsesivos, debemos retenerlo y discutirlo. Es del obsesivo de donde partimos, y de su fantasma articulado en la fórmula  λ ◊ φ ( a a’ a» a»‘). En relación al otro, el neurótico obsesivo no está jamás en el lugar donde en ese instante, parece designarse. En el segundo término del fantasma, los objetos, en tanto que objetos de deseo, están puestos en función de una cierta equivalencia erótica: erotización de su mundo, especialmente de su mundo intelectual. Esta forma de anotar, esta puesta en función por φ designa algo que aparece en toda observación, que el φ es lo que subyace a esta equivalencia instaurada entre los objetos en el plano erótico, que el φ es la unidad de medída: el sujeto acomoda la función «a» a la función de los objetos de su deseo.

Para ilustrarlo, veamos la observación princeps de la neurosis obsesiva. Recuerden ese rasgo de la temático del Rattenmann; noten el plural (de las ratas). Mientras que en el fantasma, donde Freud se acerca por primera vez a la visión interna de la estructura de su deseo (este horror, preso en su rostro, de un goce ignorado), no hay más que una rata en el suplicio turco. Es porque la rata prosigue su carrera cruzada en la serie de los intercambios, porque en esta economía del obsesivo la rata es un equivalente permanente (tantas ratas-tantos florines para el pago de honorarios). Todos los objetos se inscriben en una unidad patrón, la rata que detenta el lugar de φ en tanto que forma reducida, nivel degradado de la función de un significante  se trata de saber lo que representa el, a saber, la función del falo en su generalidad, es decir, en todos los sujetos que hablan y que, por este hecho, tienen un inconsciente; percibirlo a partir de ese punto de la síntomatología de la neurosis obsesiva.

Aquí la vemos emerger bajo esta forma degradada, emerger a nivel de lo consciente. Esta puesta en función fálica no es reprimida (refoulée), profundamente escondida como en la histérica; el φ que está en posición de puesta en función de todos los objetos, como a partir del funcionamiento de una fórmula matemática, es visible en el síntoma consciente.

(Pues originalmente hay complicidad del sujeto consigo mismo, por lo tanto, con el observador). El signo de la función fálica emerge por todas partes a nivel de la articulación de los síntomas. Esto es lo que Freud ilustra cuando articula la Verneinung. (Cómo puede ser que las cosas sean tan dichas y tan desconocidas! …).

Si el sujeto no es nada más que el verlos a ustedes, en virtud de un psicologismo que mantiene siempre sus derechos, ¿cómo podría ser desconocida la función del falo en el obsesivo? Dado que ella es patente, pero aún bajo esta forma patente, por confesada que sea, participa de la represión (refoulement) y no es reconocible sin el psicoanalista.

Ser Sujeto, es otra cosa diferente que ser una mirada ante otra mirada, siguiendo el psicologismo, aún  el sartriano. Es tener su lugar en A, lugar de la palabra (parole), y hacer percibir esa función de la barra, accidente siempre posible donde se produce esa falta de palabra (parole) del Otro en el momento preciso en que el sujeto se manifiesta como (la) función de φ en relación al objeto: el sujeto se desvanece, no se reconoce como tal. Es a causa de esa falta (défaut) de reconocimiento que el desconocimiento se produce, en ese punto de defecto (défaut) donde se cubre este Unterdrückt, en esta función del falicismo donde el Sujeto se produce en el lugar de ese espejismo de Narciso, esta suerte de alienación del falicismo que se manifiesta en el obsesivo. En los fenómenos que pueden expresarse así, por ejemplo en las dificultades del pensamiento en el neurótico obsesivo, de una manera confesada por el sujeto, es sentido como tal: «Lo que pienso —les dice el sujeto de una manera implícita en su discurso, pero suficientemente articulada— no es tanto porque es culpable que eso me es difícil, sostenerme allí o progresar; es por que es absolutamente necesario que lo que pienso sea de mi (moi) y nunca del vecino, de un otro». ¡Cuántas veces escuchamos eso en las relaciones obsesivizadas (obsessionnalisées) que producimos en las relaciones específicas de la enseñanza analítica. En mi informe de Roma, hablé en alguna parte de lo que designé como «el entre la espada y la pared del lenguaje». Nada es más difícil que traer al obsesivo entre la espada y la pared de su deseo. Pues hay algo que no ha sido puesto en relieve, que yo sepa, y que sin embargo es muy esclarecedor: tomaré el término introducido por Jones de «aphanisis», desaparición del deseo. Nunca he puntuado esa cosa bien simple, tan tangible en el neurótico obsesivo, especialmente cuando está en la vía de una búsqueda autónoma de autoanálisis, cuando está en vías de realizar su fantasma; pareciera que no se hubiera hecho nunca un alto en esto: en que hay una «aphanisis» natural y ordinaria limitada por el orden de mantener la erección: el deseo tiene un ritmo natural; sin evocar los extremos de la incapacidad de mantener las formas de la brevedad del acto , se puede notar que aquélla con lo que el sujeto tiene que vérselas como con un obstáculo o un escollo, es algo fundamental en que su relación con su fantasma viene a quebrarse; es que en la línea de la erección y después de la caída del deseo, hay un momento en que la erección se sustrae, lo que señala que, en el conjunto, en promedio, él no está ni más ni menos provisto de una genitalidad bien corriente, y más bien bastante flojona, y si fuera que se tratara de algo que se situase en ese nivel, en los avatares y los tormentos que infligen al obsesivo los resortes ocultos de su deseo, convendría que lleváramos nuestro es fuerzo hacia otro lado. En este punto evoco siempre aquello de lo que uno no se ocupa jamás, el llevar a la palestra para el abrazo sexual, hacer vivir los cuerpos en la dimensión de la desnudez y de la captura en el vientre; no se tiene conocimiento, salvo en Reich, de que éste sea un campo sobre el que se haya extendido la atención del analista.

En aquello con que el obsesivo tiene que vérselas, puede extenderse más o menos en ese manejo de su deseo; esto se mantiene en lo clandestino , y las variaciones culturales no tienen nada que hacer allí, puesto que es clandestino. Aquello de lo que se trata se sitúa en otra parte, en el nivel del discurso, entre ese fantasma ligado a esa función del falicismo, y el acto que en relación a eso vira demasiado pronto. Y es del lado del fantasma, donde todo es Galicismo, que se desarrollan esas consecuencias sintomáticas que están hechas para prestarse a eso, y en las que él incluye todo lo que se presta a eso, en esa forma de aislamiento que se instituye en el nacimiento del síntoma.

Entonces, si en el neurótico obsesivo existe ese temor de la «aphanisis», es en tanto que ella es la puesta a prueba que siempre se torna en fracaso en esa función, en cuanto tratamos de aproximarnos a ella. El resultado es que no hay nada a lo que el obsesivo tema más que aquello a lo que él imagina que aspira, la libertad de sus actos y de sus gestos y el estado natural. Las tareas de la naturaleza no son su hecho, ni nada que lo deje como único amo en su abordaje a Dios, a saber, las funciones extremas de la responsabilidad pura, aquélla que se tiene frente a ese otro en que se inscribe lo que nosotros articulamos. Este punto no está en ninguna parte mejor ilustrado que en la función del psicoanalista en el momento en que articula la interpretación.

No ceso de inscribir correlativamente en el campo de la experiencia del neurótico aquél que nos descubre la acción analítica, en tanto que es el mismo, porque es allí donde hay que ir. En el horizonte de la experiencia del neurótico obsesivo, hay un cierto temor de desinflarse en relación con la inflación fálica, en tanto que, de cierta forma, esta función del (…falta en el original) en él no podría ser mejor ilustrada que con la fábula de la rana que se infla tanto que revienta. Es en ese momento de experiencia que el neurótico obsesivo es llevado hasta los confines de su deseo. Esto nos permite articular aquello de lo que se trata en esta función  en tanto que es la que está oculta detrás de su acuñamiento en el nivel de la función .

Esta función Φ ya la he comenzado a articular la última vez, al formular un término, que es el de la presentía real. Este término, ustedes se han dado cuenta, entre qué comillas yo lo ponía; de la misma manera, no lo introduje solo: hablé de insulto a la presencia real, a fin de que ustedes vieran que no tenemos que vérnoslas con una realidad neutra, Esta presencia real, si ella llenara la función radical a la que me acerco aquí, sería extraño que no hubiera sido ubicada en alguna parte. Ustedes han percibido su identidad con lo que el dogma religioso llamó con ese nombre. La presencia real, esa cupla de palabras que hace significante, estamos acostumbrados a oírla a propósito del dogma de la Eucaristía. No hace falta buscar muy lejos para percibir que está a flor de tierra en la fenomenología del neurótico obsesivo. Dado que hablé de la obra de alguien (Bouvet) que ha localizado la búsqueda de la estructura del obsesivo (Incidencias de la envidia  del φ en la neurosis obsesiva femenina), citaré: «Al igual que el obsesionado (obssedé) masculino, la mujer tiene necesidad de identificarse de un modo regresivo con el hombre, para poder liberarse de las angustias de la primera infancia; pero mientras el primero transforma el objeto de amor infantil en objeto genital, la mujer abandona ese objeto y tiende a la identificación heterosexual con la persona del analista, persona asimilada a la de una madre benovolente. Recaemos en esa pulsión destructora de la que la madre es el objeto».

He puntuado al pasar, las dificultades y los saltos que esta interpretación inicial supone franqueados. Media página después, se nos hace entrar en la anamnesis de lo que se trata: lo que el autor nos dice encontrar en los fantasmas de la paciente es lo siguiente: ella se representaba imaginativamente órganos genitales masculinos, sin que se tratara de fenómenos alucinatorios ( en efecto, no dudamos de ello), en el lugar de la hostia. La ultima vez habla más de los fantasmas sacrílegos, que consisten en sobreimponer órganos genitales masculinos sin que se trate de alucinación, es decir, bajo forma significante, a aquello que es para nosotros identificable con la presencia real. Que, de lo que se trata en esa presencia real, a saber, de reducirla, rasgarla, triturarla en el mecanismo del deseo, es lo que los fantasmas subsecuentes subrayarán suficientemente. Esta observación no es única; citaré, entre decenas de otros, el fantasma acaecido a un neurótico obsesivo:

En un punto de su experiencia, sus tentativas de encarnación deseante pueden ir hasta un extremo de agudeza erótica, en coyunturas que pueden encontrar complacencias deliberadas o fortuitas en el partenaire, con lo que comporta esta degradación del «A» en «a», en el campo donde se sitúa el desarrollo de su deseo.

En el momento en que el sujeto creía poder mantenerse en esa relación, acompañada de una culpabilidad siempre amenazadora y que puede ser equilibrada por la intensidad del deseo, él fomentaba, con una partenaire que representaba para él lo complementario tan satisfactorio, el hacer actuar un rol a la hostia, puesta en la vagina de la mujer, que iría comiendo su pene en el momento de la penetración. Esto es, en su registro, moneda corriente en la fantasía (fantaisie) especialmente obsesiva.

Cómo no contener el precipitar todo eso en el registro de una canalización de una pretendida «distancia con el objeto», en tanto que el objeto del que se trata, sería la objetividad del mundo registrada por la más armoniosa combinación de la fuerza, tal como está especificada por las dimensiones humanas, con el lenguaje, y hablarnos de las fronteras exteriores amenazadas por un trastorno en la delimitación del moi con el objeto de la dimensión común. Retengamos que hay otra dimensión: esta «presencia real» debe ser situada en otro registro diferente del imaginario; esto es, en tanto que el lugar del deseo con relación al sujeto que habla, permite designar este hecho: que en el hombre, el deseo viene a habitar el lugar de esa presencia real, poblada como tal por sus fantasmas.

Pero entonces, ¿qué quiere decir?

¿Designar este lugar de la presencia real, que sólo puede aparecer en los intervalos de lo que cubre el significante de esos intervalos? Es allí que la «presencia real» amenaza todo el sistema significante. Hay algo de verdad allí, y, el neurótico obsesivo os lo muestra en todos los puntos de sus mecanismos de producción, defensa, conjuración, con esa manera de colmar todo lo que puede presentarse de entre-dos en el significante, esta manera del Hombre de las Ratas de obligarse a contar tantas veces, entre la luz y el ruido del trueno: aquí se designa esa necesidad de colmar el intervalo significante; por allí puede introducirse lo que va a disolver toda la fantasmagoría.

Apliquen esta clave a todo aquélla que pulula en las observaciones de los neuróticos obsesivos. Al mismo tiempo, situarán la función del objeto fóbico, que no es otra cosa que la forma más simple de ese colmamiento. El significante universal que el objeto fóbico realiza, es eso.

Antes de acercarse al agujero realizado en la amenaza de la presencia real, es mucho antes, que un signo único impide al sujeto aproximarse. La razón de la fobia no es un peligro vital; es, según un desarrollo privilegiado de la función del sujeto con relación a «A» (a su madre, en Juanito),ése es el punto que el sujeto teme encontrar, es una especie de deseo destinado a hacer entrar en la nada de toda creación, todo el sistema significante. ¿Por qué tiene el falo ese lugar, y en ese rol? Les haré sentir su conveniencia, no la deducción, puesto que la experiencia nos muestra que está allí, y esto no es irracional. Pero en cuanto a esta conveniencia, quiero poner el acento en el hecho que está determinada, en tanto y cuanto el falo, de acuerdo con lo que la experiencia nos revela, no es sólo el órgano macho de la copulación, sino que está preso en el mecanismo perverso.

Lo que hay que acentuar es que, desde el punto que representa la falta (défaut) del significante, algo, φ, puede funcionar como el significante.

¿Qué es lo que define como significante a algo de lo cual, al comienzo, por hipótesis, está el significante excluido tomado como significante? Quién no puede por lo tanto, entrar allí sino por artificio, contrabando, degradación, y es efectivamente por eso que no lo vemos sino como  significante imaginario. Entonces, ¿qué es lo que nos permite hablar de él como significante, y aislar? Es el mecanismo perverso.

Si el falo es un significante natural, el falo, bajo la forma del pene, no es un órgano universal: los insectos tienen otras maneras de engancharse entre sí, los pescados también. El falo se presenta a nivel humano como el signo del deseo; es también el instrumento, también la presencia —¿es por eso simplemente que es un significante? Sería franquear un límite demasiado rápidamente el decir que todo se resume en eso, pues hay otros signos del deseo. Lo que constatamos en la fenomenología, a saber, la proyección del falo en el objeto femenino, lo que nos hizo articular la equivalencia: girl identificada a la forma erecta del falo, no basta para esa profunda elección.

Un significante, ¿es representar algo para alguien, es decir, la definición del signo? Es eso, pero no sólo eso. Significante no es solamente hacer signo a alguien, sino en el mismo momento de la instancia significante, hacer que ese alguien para quien el signo designa algo, se asimile a ese signo; que ese alguien devenga también significante. Y es en ese momento perverso que se palpa la instancia del falo. Ya que si el falo que se muestra tiene por efecto producir en el sujeto a quien es mostrado, también la erección del falo , eso no es algo que satisfaga alguna exigencia natural; a ese nivel etiológico, a nivel del sexo macho, se designa la instancia homosexual,

El falo, objeto del deseo, se manifiesta como objeto de atracción para el deseo. Objeto del deseo, es allí donde reside su función significante, como lo cual es capaz de operar en ese sector donde debemos, a la vez, identificarlo como significante, y comprender que eso que designa está más allá de toda significación posible, y especialmente esa «presencia real» sobre la que he atraído vuestros pensamientos.