Seminario 8: Clase 2, del 23 de Noviembre de 1960

Se trata hoy de entrar en el examen del Banquete. Al menos, eso es lo que les prometí la última vez. Lo que les dije la última vez parece haber llegado con destinos diversos. Los catadores catan (dégustateurs dégus tent). Se dicen: ¿el año será bueno? Simplemente, preferIría que no nos detengamos demasiado en aquélla que puede aparecer como aproximativo en algunos de los toques desde los cuales trato de aclarar nuestro camino.

La última vez traté de mostrarles los bastidores de la escena en la que va a ubicarse aquélla que debemos decir respecto a la transferencia. Es muy cierto que la referencia al cuerpo, y especialmente, a lo que puede afectarlo en el orden de la belleza, no era simplemente la oportunidad de mostrarse ingeniosos en torno a la referencia transferencial.

Se me objeta en lo que se refiere al cine, que yo tomé como ejemplo de la aprehensión común concerniente al aspecto del psicoanalista, a veces, que el psicoanalista es un buen muchacho; y no sólo en el caso excepcional que señalé. Es conveniente ver que es precisamente en el momento en que, en el cine, el análisis es tomado como pretexto para la comedia.

En pocas palabras, ustedes van a ver que las principales referencias a las que me referí la última vez encuentran su justificación en la vía por la cual vemos a tener que conducirnos hoy.

Para decir qué es el Banquete, eso no es fácil, dado el estilo y los límites que nos fueron impuestos por nuestro lugar, nuestro objeto particular que, no lo olvidemos, es particularmente el de la experiencia analítica. Ponerse a hacer un comentario ordenado de ene texto extraordinario, es quizás, obligarnos a un rodeo muy largo que nos restaría tiempo, luego, para otras partes del campo, dado que elegimos el Banquete en la medida en que nos pareció ser una introducción particularmente iluminante.

Será necesario, pues, que procedamos según una forma que, evidentemente, no es la que correspondería a un comentario, digamos, universitario, del Banquete. Por otra parte, evidentemente, estoy obligado a suponer que, por lo menos, una parte de ustedes no están, en realidad, iniciados en el pensamiento platónico. Yo no les digo que yo me considere respecto a esto, absolutamente armado. No obstante, de eso tengo bastante experiencia, bastantes ideas, para creer que puedo permitirme aislar, concentrar los proyectores sobre el Banquete respetando un plano de fondo. Además, ruego a los que están en condiciones de hacerlo, si llaga el caso, que me controlen, que me hagan observar lo que puede tener, no de arbitrario —es forzosamente arbitrario, este enfoque— sino en su arbitrario lo que podría tener de forzado y de decentrante.

Por otra parte, me gusta bastante, y creo incluso, que es necesario poner de relieve algo crudo, nuevo, al abordar un texto como el del Banquete. Es por eso que me excusarán de presentarles bajo una forma, ante todo, un poco paradojal, como quizás les parezca ésta. Me parece que alguien que lee el Banquete por la primera vez, si no está totalmente obnubilado por el hecho de que es un texto de una tradición respetable, no puede dejar de experimentar ese sentimiento que debe llamarse, más o menos, «être soufflé». Yo diría más, que si tiene un poco de imaginación histórica, me parece que debe preguntarse cómo semejante cosa se nos pudo conservar a través de lo que yo llamaría de muy buen grado las generaciones de escritorzuelos, de frailes de gente que no me parece que estuviesen destinadas a transmitirnos algo que me parece que no puede dejar de impresionarnos, al menos, por una de sus partes, por su fin, que eso se relacióna más bien, porqué no decirlo, con lo que actualmente llaman literatura especial, una literatura que pare de ser objeto de, caer bajo el peso de las pesquisas policiales.

A decir verdad, si ustedes saben simplemente leer, ustedes no pueden dejar de sobrecogerse por lo que sucede en la segunda parte; al menos, de ese discurso entre Alcibíades y Sócrates. Me parece que se pueda hablar aún más gustoso pues creo que por una vez pasa, mucho de ustedes, inmediatamente después de mi información de la última vez, hicieron adquisición de esta obra y debieron, pues, meter las narices allí — lo que pasa entre Alcibíades y Sócrates, les digo, más allá de los límites de lo que es el Banquete mismo, como veremos luego, que es una ceremonia con reglas, una especie de rito, de concurso íntimo entre gente de élite, de juegos de sociedad; ese juego de sociedad, ese simposium (escritura en griego), vemos que no es un pretexto para el diálogo de Platón, eso se refiere a costumbres morales, a costumbres reglamentadas en formas diversas según las localidades de Grecia, el nivel de cultura, diríamos, y no es algo excepcional que el reglamento que se impone allí, que cada uno traiga su escote en forma de una pequeña contribución, de un discurso reglamentado sobre un tema. No obstante, hay algo que no está revisto. Hay, si puede decirse, un desorden.

Incluso, las reglas fueron dadas al comienzo del Banquete de que no se beberá demasiado; sin duda, el pretexto es que la mayoría de la gente que está ahí, tienen, ya, una fuerte resaca por haber bebido un poco demasiado en la víspera. Uno se da …(falta una página en los originales)………lidades para que se de cuenta de una obscura historia la de la llamada mutilación de los Hermes. que nos parece tan inexplicable como extravagante en la distancia, pero que, implicaría, sin duda, en el fondo un carácter de profanación, hablando con propiedad, de injuria a los dioses.

Tampoco podemos tener, en absoluto, la memoria de Alcibíades y de sus compañeros, para terminar esta discusión. Quiero decir, sin duda, que no es sin razón que el pueblo ateniense le pidió cuenta de eso, y que en esta especie de práctica evocadora por analogía de no se qué misa negra, no podemos no ver sobre qué fondo de insurrección, de subversión con relación a las leyes de la cité surgió un personaje como Alcibíades. Un fondo de ruptura, desprecio por las formas y por las tradiciones, por las leyes, sin duda, por la religión misma.

Esta ahí todo lo inquietante que un personaje arrastra tras de sí. No menos arrastra una seducción muy singular donde quiera que pase. Y luego de esta petición del pueblo ateniense, pasa, ni más ni menos, al enemigo, a Esparta, a esa Esparta, además la que no por nada es enemiga de Atenas, ya que anteriormente hizo cualquier cosa por hacer fracasar, en suma, las negociaciones de concordia.

Pasa luego a Esparta, y no encuentra enseguida, nada mejor, nada más digno de su memoria, que hacerle un hijo a la reina a vista y ciencias de todos. Acontece que se sabe perfectamente bien que el rey Agis hace diez meses que no se acuesta con su mujer, por razones que omito. Ella tiene un hijo, y además, Alcibíades dice a Orestes: «No es por placer que hice eso sino porque me pareció digno de mí asegurar un trono a mi descendencia y honrar con ello, el trono de Esparta con alguien de mi raza».

Esta especie de cosas —uno lo concibe pueden cautivar cierto tiempo, se perdonan mal. Y seguramente, ustedes saben que Alcibíades, después de haber procurado por su presencia, algunas ideas ingeniosas para la conducción de las hostilidades, va a llevar sus tropas a otra parte, y no deja de hacerlo en el tercer campo, en el campo de los persas, en el que representa el poder del rey de Persia en Asia menor, a saber Tisafernes, que —según Plutarco— no quiere a los traidores. Mejor dicho, los detesta, más es seducido por Alcibíades.

A partir de ese momento, Alcibíades se ocupará en hacer resurgir la fortuna de Atenas. Lo hace por medio de las condiciones, evidentemente, cuya historia es también muy sorprendente, ya que parece que es realmente en medio de una especie de red de agentes dobles, de una traición continua que hace que todo lo que él da, como advertencias, a los atenienses, es inmediatamente, a través de un circuito, remitido a Esparta, a los Persas quienes le hacen saber que el designado por la flota ateniense es quien pasó la información, de manera tal, que a su vez, él sabe, está informado de que en las altas esferas se sabe perfectamente que él traicionó.

Estos personajes se las arreglan, cada uno, como pueden. No hay duda alguna, de que en medio de todo eso, Alcibíades hace resurgir la fortuna de Atenas, y que después de eso, sin que podamos estar absolutamente seguros de sus detalles, conforme con la manera cómo los historiadores antiguos lo relatan, no hay que asombrarse si Alcibíades vuelve a Atenas con aquélla que podríamos llamar las marcas de un triunfo inusual, que, a pesar de la alegría del pueblo ateniense, va a ser el comienzo de un vuelco de la opinión.

Nos encontramos en presencia de alguien que no puede dejar de provocar, a cada momento, lo que puede llamarse opinión. Su muerte es una cosa muy extraña también. Las obscuridades se ciernen sobre quién es el responsable de eso; lo que es cierto, es que parece que después de una sucesión de reveses, de vuelcos, unos más asombrosos que otros, de su fortuna, —pero parece que en todo caso, cualquiera que sea las dificultades en las que se mete, nunca puede ser abatido— una especie de inmenso concurso de odios llegará con Alcibíades por procedimientos que son aquellos, en la manera como la leyenda, el mito dice que hay que comportarse con el escorpión —se lo rodea con un círculo de fuego del cual se escapa, y es de lejos, lanzándole flechas y jabalinas como hay que abatirlo.

Tal es singular carrera de Alcibíades. Si yo les revelé el nivel de un poderío, de una penetración de espíritu sumamente activa, excepcional, diré que el rasgo más saliente es también ese reflejo que agrega a ello lo que se dice de la belleza no sólo precoz de la hija de Alcibíades, por ello lo sabemos completamente ligado a la historia del modo de amor reinante en Grecia en aquél momento, a saber el amor por los niños, más esta belleza, largo tiempo conservada, que hace que en una edad avanzada, ella haga de él alguien que seduce tanto por su forma como por su excepcional inteligencia.

Tal es el personaje. Y lo vemos, en un concurso que reúne, en suma, a hombres sabios, graves, aunque en este contexto de amor griego sobre el que vamos a hacer hincapié luego, que ya trae un fondo de erotismo permanente sobre el cual se destacan estos discursos sobre el amor, lo vemos que llega para contar a todo el mundo algo que podemos resumir más o menos en estos términos a saber los vanos esfuerzos que hizo en su tierna juventud, cuando Sócrates loe amaba, para inducir a Sócrates a besarlo.

Esto está ampliamente desarrollado, con detalles y, en suma, con una crudeza de términos muy grande. No es incierto que haya inducido a Sócrates a perder su control, a manifestar su perturbación, a ceder a envites corporales y directos, a un acercamiento físico. Y esto dicho públicamente, por un hombre ebrio, sin duda, más un hombre ebrio cuyas conversaciones Platón no desdeña relatarnos en toda su extensión. No sé si me hago entender bien.

Imaginen un libro que apareciera, no digo en nuestros días, pues esto aparece una cincuentena de años después de la escena que es relatada, Platón lo hace aparecer a esta distancia, supongan que dentro de un tiempo, para facilitar las cosas, un personaje que sería Kennedy, en un libro hecho para la élite, Kennedy que habría sido al mismo tiempo James Dean, cuente como hizo cuando era universitario para hacerse hacer el amor por… A ustedes les confío la elección de un personaje. No sería en absoluto necesario que lo busquen en el cuerpo docente, dado que Sócrates no era del todo profesor. Sin embargo, era uno, un poco especial. Imaginen que sea alguien como Masasignon y que al mismo tiempo, sea Henry Miller. Eso produciría cierto efecto.

Eso ocasionaría al Jean Jacques Pauvert que publicaría esta obra, ciertos problemas. Recordemos esto en el momento en que trata de comprobar que esta obra a sombrosa posee, no obstante, por las manos de los que debemos llamar, a pesar de todo, por distintos conceptos, hermanos diversamente ignorantinos, nos fué transmitido a través de los siglos, hecho que hace que, sin ninguna duda, poseamos un texto completo. Y bien, lo que yo pensaba no sin cierta admiración al hojear esta admirable edición que nos brindó Henri Etienne con una traducción latina. Y esta edición es algo definitivo para que aún ahora, en todas las ediciones en general, eruditas, críticas, ella sea perfectamente crítica para que se dé su paginación.

Para los que ingresan allí un poco novatos, sepan que los 87 petits a, u otros, por los cuales ustedes ven marcadas las páginas a las que conviene remitirse eso es sólo la paginación Henri Etienne (1575).

Uno puede preguntarse, pues Henri Etienne no era de ninguna manera, un ignorantino, pero es difícil creer que alguien que es capaz —él no hizo más que eso de dedicarse a realizar ediciones tan monumentales, su apertura a la vida sea tal que ella pueda plenamente aprehender el contenido de lo que hay en ese texto. Yo quiero decir, en tanto que es un texto sobre el amor.

En la misma época, otras personas se interesaban en el amor, quiero decir, en la misma época que Henri Etienne —y puedo muy bien decirles todo, cuando el año pasado, les hablé largamente de la sublimación en torno del amor de la mujer, la mano que yo tenía en lo invisible no era la de Platón ni la de ningún erudito, sino la de Margarita de Navarra. Sin insistir, hice referencia a ello. Sepan, para esta especie de Banquete también, de simposium, que es su Heptamerón, ella excluyó cuidadosamente esos tipos de personajes con uñas negras que salían en esa época renovando el contenido de las bibliotecas. Ella quiere solamente caballeros, personajes que, al hablar de amor, hablen de algo que ellos han tenido el tiempo de vivir. Y también en todos los comentarios que se hicieron del Banquete, es en realidad, de esta dimensión que muy a menudo parece faltar, de la que estamos sedientos. Poco importa..

Entre esa gente que nunca duda que su comprensión, como dice Jasper, alcance los límites de lo comprensible, la historia de Alcibíades y de Sócrates siempre fue difícil de digerir. Por testigo tengo sólo esto: y es que Louis Leroy, Lodavic Rejas, que es el primer traductor al francés de esos textos que acababan de emerger del Oriente para la cultura occidental, se detuvo nada menos que ahí. No tradujo. Le pareció que se habían hecho bastantes bellos discursos antes de que Alcibíades regresara. Y eso es lo que sucede, por otra parte …

Alcibíades le pareció algo sobreañadido, apócrifo, y no es el único que se comporta así. Omito los detalles. Mas Racine un día recibió de una dama que se había ocupado en una traducción del Banquete, un manuscrito para reverlo. Racine, que era un hombre sensible, consideró eso como intraducible, y no solamente la historia de Alcibíades más todo el Banquete. Poseemos esas notas que nos prueban que él fue muy exigente con el manuscrito que le había enviado. Mas en lo que se refiere a rehacerlo —pues se trataba nada menos que de rehacerlo— se necesitaba a alguien como Racine para traducir al Griego. Se negó. Muy poco para él.

Tercera referencia. Tengo la suerte de haber recogido —hace mucho tiempo, en un rincón, las notas manuscritas de un curso de Brochart sobre Platón Es sumamente relevante; eses notas están extraordinariamente tomadas, la escritura es exquisita. A propósito de la teoría del amor, Brochart, seguramente, se refiere a todo aquello que conviene, el Lysis, el Fedro y el Banquete. Es sobre todo, el Banquete. Hay un muy lindo juego de substitución cuando se llega al asunto de Alcibíades. El enrayer l’ aiguille, las cosas, sobre el Fedro en aquél momento, que toma el relevo. La historia de Alcibíades, no se encarga de ella.

Esta reserva … por lo menos, el sentimiento de que ahí hay algo que plantea problemas. Y preferímos mejor eso que verlo resuelto por hipótesis singulares que no son escasas para mostrarse. La más hermosa de ellas me apuesto a lo que ustedes quieran. Lean Robín adhiere a eso, hecho que asombra. Es que Platón quiso que se hiciera justicia a su maestro. Los eruditos descubrieron que un tal Polícrates lo había hecho aparecer, algunos años después de la muerte de Sócrates —ustedes saben que sucumbió bajo el peso de diversas acusaciones cuyos portadores fueron tres personajes, entre ellos un tal Anitus. Un tal Polícrates habría puesto, efectivamente, en la boca de Anitus una requisitoria cuyo cuerpo principal habría estado constituido por el hecho de que Sócrates sería responsable, precisamente de lo que les hablé hace un momento, a saber de lo que puede llamarse el escándalo, la estela de «corrupción» que habría arrastrado toda su vida detrás de si, Alcibíades, con el cortejo de perturbación, si no de catástrofe qué habría arrastrado consigo.

Hay que confesar que la idea de que Platón haya reconocido la inocencia de Sócrates, sus costumbres morales, sino su influencia, poniéndonos frente a una escena de confesión pública de ese carácter, a verdaderamente un elogio torpe. Hay que preguntarse,en realidad, en qué piensa la gente cuando emite semejantes hipótesis. Que Sócrates haya resistido a las maniobras seductores de Alcibíades, que esto en sí sólo sea algo que pueda justificar ese trozo del Banquete como algo destinado a realzar el sentido de su misión ante la opinión pública, es algo que, de por sí, no puede dejar de desconcertarme.

Sin embargo, es necesario aunque, o bien, que estemos frente a una secuela de razones para las cuales Platón nos prepara poco, o bien, que ese trozo tenga, en efecto, su función; quiero decir que esta irrupción del personaje al cual, en efecto, uno puede unir el personaje con un horizonte más alejado, sin duda, de Sócrates, pero también que está ligado a él por ausencia, de manera indisoluble para que ese personaje se presente en carne y hueso, sin embargo, es algo que tiene la más íntima relación con lo que se trata: la cuestión del amor.

Entonces, para ver qué hay de eso, y eso es, justamente, porque lo que hay es justamente, el punto en torno del cual gira todo aquélla de lo que se trata en el Banquete, el punto en torno del cual va a esclarecerse, en profundidad, no tanto la cuestión de la naturaleza del amor, como la cuestión que aquí nos interesa, a saber de su relación con la transferencia, es a causa de eso que inscribo la cuestión en esta articulación entre el texto que nos es proporcionado de los discursos pronunciados en el simposium (416 Antes de Cristo) y la irrupción de Alcibíades.

Es necesario que les bosqueje, ante todo, algo concerniente al sentido de esos discursos. El texto, ante todo lo que nos es retransmitido, su relato.

En suma, ¿qué es este texto?. ¿Qué nos cuenta Platón?. Ante todo, uno puede preguntárselo. ¿Es una ficción?. ¿Una fabricación? como manifiestamente muchos de sus diálogos que son composiciones que obedecen a ciertas leyes —y sobre eso, Dios sabe que habría mucho que decir— por qué ese género: para qué esa ley del diálogo: es necesario que dejemos cosas de lado: que les indique solamente que hay allí una gran cantidad de cosas por conocer. Sin embargo, eso reviste otro carácter. Carácter, por otra parte, que nos es totalmente extraño al modo cómo nos son mostrados algunos de esos diálogos.

Para hacerme comprender, les diré esto: si el Banquete , podemos tomarlo como vemos a tomarlo, digamos, como una especie de relato de sesión psicoanalítica pues, efectivamente, es de algo como eso de lo que se trata, ya que a medida que progresan, se suceden las contribuciones de los diferentes participantes a este simposium algo sucede que es la iluminancia sucesiva de cada uno de esos flash por el que sigue, luego, a la postre, algo que nos es relatado realmente como esta especie de hecho bruta, inclusive molesto, la irrupción de la vida ahí dentro, la presencia de Alcibíades. Y a nosotros nos toca comprender qué sentido hay justamente en ese discurso de Alcibíades.

Entonces, pues; si de eso se trata, tendríamos —según Platón—una especie de grabación de eso. Como no existían los grabadores diremos que es una grabación sobre los sesos. La grabación sobre los sesos es una práctica excesivamente antigua, y que sustentó —diría— el modo de escucha durante largos siglos. Gente que participaba en cosas serias, cuando el escrito no había cobrado esa función de factor dominante en la cultura como el que tiene en nuestros días —como las cosas pueden escribirse, las cosas que debemos retener están en lo que llamé los kilos del lenguaje, vale decir, pilas de libros, y montones de papeles . Pero cuando el papel era muy escaso y los libros mucho más difíciles de fabricar y difundir, era una cosa excesivamente importante tener una buena memoria, y si puedo decir, vivir todo lo que se oía en el registro de la memoria que los guarda. Y eso no está solamente en el comienzo del Banquete, sino en todas las tradiciones que conocemos donde podemos ver el testimonio de que la transmisión oral de las ciencias y de las sabidurías es absolutamente esencial allí. Además, es debido a esto que seguimos conociendo algo de eso.

En la medida en que la escritura no exista, la tradición oral cumple función de soporte. Y es a eso que se refería Platón, en el modo en que nos presenta, en el que nos llega este texto del Banquete. Lo hace narrar por alguien que él llama Apolodoro. Nosotros conocemos la existencia de ese personaje. Existe históricamente y es considerado, este Apolodoro que Platón hace venir a hablar —pues Apolodoro habla en un tiempo que con relación a la aparición del Banquete está fechado, más o menos, alrededor de unos treinta años antes. Si tomamos la fecha más o menos, 370 para la salida del Banquete , es anterior a la muerte de Sócrates que se ubica lo que Platón nos dice ser el momento en que es recogido por Apolodoro ese relato de lo sucedido. Y se supone que Apolodoro recibe algo que acontece quince años antes, ya que tenemos razones para saber que es en el año 416 cuando habría tenido lugar ese presunto simposium al cual asistió.

Es, pues, 16 años más tarde cuando un personaje extraía de su memoria el texto literal de lo que se habría dicho. Por ende, lo menos que puede decirse, es que Platón emplea todos los procedimientos necesarios para hacernos creer, al menos, en lo que se practicaba corrientemente, y lo que se practicó siempre en esas fases de la cultura, a saber lo que llamé la grabación sobre los sesos .

Recalca que el mismo personaje, Aristodemos. … que hay partes de la banda gastadas, que algunos puntos pueden estar borrados. Evidentemente, todo no cercena en absoluto, pero tiene, sin embargo, una gran verosimilitud, la cuestión de la veracidad histórica. Mas si esto es una mentira, es una hermosa mentira. Porque, por otra parte, es manifiestamente una obra de amor, y que tal vez, lograremos ver despuntar la noción, después de todo, de que sólo los mentirosos pueden responder dignamente al amor, en este caso, incluso el Banquete respondería, en realidad, a algo que es como — esto, por el contrario, nos es dejado sin ambigüedad, a saber la referencia electiva de la acción de Sócrates al amor.

Es por eso, realmente, que el Banquete es un testimonio tan importante. Sabemos que Sócrates mismo testimonia, manifiesta no conocer verdaderamente, —algo sin dudas el Teages donde él lo dice, no es un diálogo de Platón sino un diálogo, sin embargo, de alguien que escribía sobre lo que se sabía de Sócrates y lo que quedaba de Sócrates. Y Sócrates, en el Teages se nos testífica que dijo expresamente no saber nada, en suma, que esta cosita Tinos mikroun ates atos (escritura en giego) de ciencia, que es el de Ta Erótica (escritura en giego) las cosas del amor. Lo repite en términos propios, en términos que son exactamente los mismos en un punto del Banquete.

El tema, pues, del Banquete es éste. El tema que fue citado por el personaje de Fedro, ni más ni manos que será también el que dió su nombre a otro discurso, aquél al cual me referí el año pasado, a propósito de lo bello, y en el que también se trata de amor — los dos están unidos por el pensamiento platónico. Fedro es llamado el pater tou logou (escritura en giego), el padre del tema que se va a tratar en el Banquete. El tema es este: en suma, ¿para qué sirve ser sabio en amor? Y sabemos que Sócrates pretende no ser sabio, en suma, en ninguna otra cosa.

Sólo se hace más contundente esta observación, que ustedes podrán apreciar en su justo valor, cuando se remitan al texto, cuando vean que Sócrates no dice casi nada en su nombre. Ese casi nada, yo les diría, si tenemos tiempo hoy, es importante. Creo que llegamos al momento preciso en que podré decirles a ustedes casi sin nada, sin duda es esencial. Y es en torno a ese casi nada que gira realmente la escena, a saber que comienza a hablar realmente del tema, tal como era de esperar.

Digamos ya, que al fin de cuentas, en la especie de ajuste, de acomodación de la altura para tomar las cosas, ustedes verán que en resumidas cuentas, Sócrates no lo pone tan alto con relación a lo que dicen los otros; eso consiste más bien, en enmarcar las cosas, en ajustar las luces de tal modo que se vea justamente esta altura que es media.

Si Sócrates nos dice algo, eso es, sin duda, que el amor no es cosa divina. No lo enaltece, pero eso es lo que ama; no ama sino eso.

Dicho esto, el momento en que toma la palabra, vale, realmente, la pena, también, que sea recalcado es justamente después que Agatón (me veo obligado a hacerlos entrar a uno tras otro, en la medida de mi discurso, en lugar de hacerlos entrar desde el comienzo, a saber: Fedro, Pausanias, Aristodemo, quien llegó, debo decir,»en cure-dent», es decir, que encontró a Sócrates, y que Sócrates lo llevó. Está también Erixímaco, que, para la mayoría de ustedes, es un colega, es un médico, y está Agatón que es el anfitrión, Sócrates que llevó a Aristodemo, y que llega con mucho atraso porque tuvo lo que podríamos llamar una crisis. Las crisis de Sócrates consisten en pararse en seco, sostenerse sobre un pié en un rincón. Se detiene en la casa vecina donde no tiene nada que hacer. Está plantado en el vestíbulo, entre el paragüero y el perchero, y ya no hay manera de despertarlo. Es necesario poner un poquitito de clima en torno a estas cosas. De ninguna manera, son historias, como ustedes lo verán, tan aburridas como se ven en la escuela secundaria.

Algún día, me gustaría decirles un discurso en el que tomaré mis ejemplos, justamente, en el Fedro, o también en una pieza de Aristófanes, en algo absolutamente esencial, sin lo cual no hay manera, sin embargo, de comprender cómo se sitúa lo que llamaré en todo aquello que nos propone la antigüedad, el círculo alumbrado.

Vivimos todo el tiempo en medio de la luz. La noche es, en suma, vehiculizada sobre un arroyo de neón. Pero imaginen, sin embargo, que hasta una época, que no es necesario transportar al tiempo de Platón, que es relativamente reciente, la noche era la noche. Cuando alguien viene a golpear, al comienzo del Fedro, para despertar a Sócrates, porque hay que levantarse un poquitito antes de que despunte el día —espero que sea en el Fedro, más poco importa, es al comienzo de un diálogo de Platón —es un verdadero lío. Se levanta, y está realmente en la obscuridad, vale decir, que cada tres pasos que da, voltea cosas. El comienzo de una pieza de Aristófanes a la que yo hacía alusión también. Cuando uno está en la obscuridad, uno está realmente en la obscuridad. Es ahí cuando no reconocen a la persona que les toca la mano.

Para aprehender lo que sucede aún en tiempos de Margarita de Navarra, las historias del Heptamerón están llenas de historias de ese tipo. Su posibilidad se fundamenta en el hecho de que en aquélla época cuando alguien se deslizaba en el lecho de una dama por la noche, se aconsejaba, como una de las cosas posibles, con la condición de «la fermer», hacerse pasar por su marido o por su amante. Y eso se practica —según parece— corrientemente.

Esto cambia completamente la dimensión de las relaciones entre los seres humanos. Y evidentemente, lo que llamaré en un sentido diferente, la difusión de las luces, cambia muchas coses al punto que la noche no sea para nosotros una realidad consistente, no deje filtrar nada, forme una negra espesura; nos saca ciertas cosas, muchas cosas.

Todo esto para volver a nuestro tema que es al que tenemos que volver, realmente, a saber qué significa ese círculo alumbrado en el cual estamos, y de qué se trata, a propósito del amor cuando de eso se habla en Grecia. Cuando de eso se habla, y bien, como diría «Monsieur de la Palisse», se trata del amor griego.

El amor griego, es necesario que se hagan a esta idea, es el amor de los hermosos muchachos. Y luego, punto, nada más. Es evidente que cuando se habla del amor no se habla de otra cosa. Todos los esfuerzos que hacemos para poner esto en su lugar, están condenados, de antemano, al fracaso. Quiero decir que para tratar de ver exactamente qué es eso, nos vemos obligados a empujar el mueble de una determinada manera, a restablecer ciertas perspectivas, a ponernos en cierta posición más o menos oblicua, a decir que necesariamente no sólo había eso, evidentemente, naturalmente.

Lo cual no quiere decir que en el plano del amor había sólo eso. Pero entonces, por otra parte , si se dice eso, ustedes me van a decir que el amor de los muchachos es algo universalmente recibido. Hace mucho tiempo para algunos de nuestros contemporáneos que habían podido nacer un poco más temprano… Y no, aún cuando se diga eso, eso no quiere decir que en toda una parte de Grecia, eso era mal visto; que en otra parte de Grecia, y es Pausanias quien lo recalca en el Banquete, eso era muy bien visto. Y como eso era la parte totalitaria de Grecia los perusinos, los espartanos que formaban parte de los totalitarios, todo lo que no está prohibido es obligatorio, no sólo eso era muy bien visto sino que era el servicio ordenado. No se trataba de sustraerse a él. Y Pausanias dice, hay gente que es mucho mejor, entre nosotros los atenienses. Eso era bien visto entre los atenienses, pero eso estaba prohibido, sin embargo, y naturalmente, eso reforzaría el precio de la cosa. Esto es, más o menos lo que nos dice Pausanias.

Todo esto, evidentemente, en el fondo, no está para enseñarnos gran cosa, sino que era más verosímil con la única condición de que comprendamos, más o menos, a qué corresponde eso. Para hacerse una idea de ello, hay que remitirse a lo que dije el año pasado del amor cortés No es lo mismo, evidentemente, pero eso ocupa a la sociedad en una función análoga. Quiero decir, evidentemente, que eso corresponde, al orden y a la función de la sublimación, al sentido en el que traté el año pasado, de hacer sobre este tema una leve modificación en vuestras mentes de todo lo que realmente existe sobre la función de la sublimación.

Digamos que no se trata allí de nada que no podamos poner bajo el registro de una especie de regresión en la escala colectiva. Quiero decir que ese algo que la doctrina analítica nos indica ser el soporte del lazo social como tal, de la fraternidad entre hombres, la homosexualidad lo liga a esta neutralización del lazo. No es de eso de lo que se trata. No se trata de una disolución de ese lazo social, de un retorno a la forma ígnea. Es otra cosa muy distinta, evidentemente.

Es un hecho de cultura, y también es evidente que es en los medios de los maestros de Grecia, entre la gente de cierta clase, en el nivel donde reina o donde se elabora la cultura, donde este amor es puesto en práctica. Es evidentemente, el gran centro de elaboración de las relaciones interhumanas.

Les recuerdo, bajo otra forma, el algo que ya había indicado en el momento de finalizar el seminario precedente, el esquema de la relación de la perversión con la cultura, en tanto que ella se distingue de la sociedad. Y si la sociedad implica por su efecto de censura una forma de disgregación que se llama neurosis, es en un sentido contrario de elaboración, de construcción, de sublimación digamos la palabra, como puede concebirse la perversión cuando ella es producto de la cultura. Y si ustedes quieren, el círculo se cierra. La perversión, produciendo elementos alteran la sociedad y la neurosis favoreciendo la creación de nuevos elementos de cultura.

Eso no impide, por más sublimación que exista, que el amor griego siga siendo una perversión. Ningún punto de vista culturalista tiene que hacerse valer aquí. No existe, para nosotros que bajo el pretexto de que era perversión recibida, aprobada, inclusive festejada, la homosexualidad sigue siendo lo que era, una perversión. Qué querer decirnos para arreglar las cosas, que si nosotros nos cuidamos de la homosexualidad, es que en nuestro tiempo, la homosexualidad es algo completamente distinto, está más al corriente, y que en el tiempo de los griegos, por el contrario, desempeñó su función cultural, y como tal, es digna de todas nuestras consideraciones, realmente, eso es eludir, propiamente hablando, el problema.

La única cosa que diferencia la homosexualidad contemporánea con la cual nos relaciónamos, de la perversión griega, mi Dios, creo que no se lo puede encontrar en ninguna otra cosa que no sea la calidad de los objetos. Aquí, los liceistas son acneicos y cretinizados por la educación que reciben, y en esas condiciones, las condiciones son favorables para que ellos sean objetos de los homenajes sin que se esté obligado a ir a buscar los objetos en las esquinas laterales, el arroyo. Es toda la diferencia. Mas en nada se distingue la estructura.

Evidentemente, esto escandaliza, considerada la eminente dignidad con la que hemos revestido el mensaje griego. Y entonces, existen buenas palabras de las que uno se rodea para este uso: es a saber nos dice: sin embargo, no crean por ello que las mujeres no recibieron los homenajes que convenían. De esta manera Sócrates no olviden justamente que en el Banquete, en el que, se los dije, él dice muy pocas cosas en su nombre, pero son muchos los que hablan, solamente él, hace hablar en su lugar a una mujer, Diótima. ¿No ven en eso el testimonio de de que el supremo homenaje vuelve, incluso, en la boca de Sócrates, a la mujer?

He aquí, al menos, de lo que nunca carecen las buenas almas, jamás carecen de esa astucia de hacernos valer. Y esto por añadidura: ustedes saben que de vez en cuando, él iba a visitar a Dais, a Aspasia. Todo lo que se puede obtener de los chismes de los historiadores. A Teodora, que era la amante de Alcibíades. Y sobre Jantipa la famosa, de la cual les hablé el otro día: ella estaba ahí, el día de su muerte, ustedes saben, y también que ella daba gritos para ensordecer a todo el mundo. Sólo hay una desdicha, eso nos es atestiguado en el Fedón, de todas maneras, Sócrates invita a que lo asistan pronto, que se la haga salir cuanto antes que puedan hablar tranquilos, sólo tienen algunas horas.

Salvo esto, la función de la dignidad de las mujeres sería… preservada. En efecto, no dudo de la importancia de las mujeres en la sociedad griega antigua. Incluso diré más. Es una cosa muy seria, cuyo alcance verán a continuación. Es que ellas tenían lo que llamaré su verdadero lugar: no sólo tenían su verdadero lugar, sino que esto quiere decir que tenían un eminente peso en las relaciones de amor como tenemos, sobre eso, todo tipo de testimonios. Lo que muestra, siempre que se sepa leer —no hay que leer a los autores clásicos con anteojos enrejados- que ellas tenían ese rol que está velado para nosotros, y que sin embargo, es eminentemente el propio en el amor, que es nada menos que el rol activo, a saber que la diferencia que existe entre la mujer antigua y la mujer moderna, es que ella exigía lo que se le debía, es que ella atacaba al hombre.

Es eso lo que ustedes podrán palpar en muchos casos. En todo caso, cuando ustedes se hayan despabilado desde este punto de vista, sobre el problema, observarán muchas cosas que de otro modo, en la historia antigua, parecerían extrañas. En todos los casos, Aristófanes, que era un buenísimo director de teatro de music-hall, no nos lo ocultó, cómo se comportaban las mujeres de su tiempo. No hubo nunca nada más carácterístico y más crudo concerniente a las maniobras amorosas —si puedo decirlo— de las mujeres. Y es realmente por eso que el amor sabio, si puedo decirlo, se refugiaba en otra parte.

Tenemos ahí, en todo caso, una de las claves de la cuestión, y que no está hecha para asombrar tanto a los psicoanalistas.

Y todo esto, que tal vez, parecerá, un muy largo rodeo, para disculpar que en nuestra empresa, que es la de analizar un texto cuyo objeto es el de saber qué es ser sabio en amor, nosotros tomemos algo, evidentemente, tomemos lo que sabemos, que compete al tiempo del amor griego. Ese amor, si puedo decirlo, de la escuela quiero decir de los escolares —y bien, es por razones técnicas de simplificación, de ejemplo, de modelo que permite ver una articulación siempre mucho más elidida en lo que hay de demasiado complicado en el amor con las mujeres, es por ello que ese amor de la escuela puede servirnos muy bien, legítimamente puede servir a todos, para nuestro objeto, de escuela del amor.

Evidentemente, eso no quiere decir que haya que recomenzar. Quiero evitar cualquier malentendido. Porque dirán en seguida que me hago propagador del amor platónico. Existen muchas razones por las que eso ya no puede servir de escuela del amor. Si yo les dijera cuáles todavía, sería como dar estocadas en los cortinados sin controlar qué hay detrás de ellos. Créanme, procuro no hablar de eso, en general.

Hay una razón por la cual no hay razón para recomenzar, y una de las razones que les asombrará, quizá si yo la promuevo en presencia de ustedes es que para nosotros, en el punto en que estamos aún cuando no lo hayan advertido todavía, ustedes advertirán, si ustedes reflexionan un poquitito, el amor y su fenómeno, y su cultura, y su dimensión, está desde hace un tiempo desengranado de La belleza. Eso puede asombrarlos, más es así.

Controlen eso de ambos lados. Del lado de las obras bellas del arte, por una parte, y del lado del amor también, y ustedes advertirán que es cierto. En todo caso es una condición que torna difícil y es justamente por eso que doy este rodeo para adaptarlos a lo que se trata, volvamos a la función de la belleza, a la función trágica de la belleza, ya que es de esa, de esta dimensión, de la que hablé el año pasado. Y es eso lo que da su verdadero sentido a lo que Platón va a decirnos del amor.

Por otra parte, es muy evidente que en la actualidad, no es de ningún modo, a nivel de la tragedia ni a un otro nivel del que les hablaré luego, que el amor es acordado; es en el nivel de lo que en el ; Banquete llaman, en el discurso de Agatón, en el nivel de Hipolimio. Es en el nivel del lirismo; y en el orden de las creaciones de arte, en el nivel de lo que se presenta como la más viva materialización de la ficción como esencial, es a saber, lo que entre nosotros se llama cine.

Platón se sentiría colmado por esta invención. No hay mejor ilustración para las artes de lo que Platón pone a la linde de su visión del mundo, que ese algo que se expresa en el mito de la caverna que vemos todos los días ilustrado por esos rayos danzantes que llegan a la pantalla para manifestar todos nuestros sentimientos al estado de sombras.

Es realmente a esta dimensión que pertenece eminentemente en el arte de nuestros días, la defensa y la ilustración del amor. Es justamente por eso que una de las cosas que les dije a ustedes, y que va, sin embargo, a ser aquélla en torno a lo cual vemos a centrar nuestro progreso, una de las cosas que yo les dije a ustedes, y que no es sin despertar vuestras reticencias, porque yo la dije incidentemente, que el amor es un sentimiento cómico, que aún eso requiere un esfuerzo para que volvamos al punto de conveniente acomodamiento que le da su alcance.

Hay dos cosas que señalé en mi discurso pasado concerniente al amor, y las recuerdo. La primera es que el amor es un sentimiento cómico y ustedes verán aquello que lo ilustrará en nuestra investigación. A este respecto, rizaremos el rizo que nos permitirá volver a traer lo que es esencial, la verdadera naturaleza de la comedia. Y es tan esencial e indispensable que es por eso que hay en el Banquete, lo que desde entonces, los comentaristas nunca lograron explicar, a saber la presencia de Aristófanes que era, históricamente hablando, el enemigo jurado de Sócrates. Sin embargo, él está ahí.

La segunda cosa que yo quería decir, ustedes lo verán, que encontraremos a cada instante, y que nos servirá de guía, es que el amor, es dar lo que no se tiene. Esto ustedes lo verán igualmente aparecer en una de las espiras esenciales de lo que tendremos que encontrar en nuestro comentario.

Sea lo que fuere, para entrar en este tema, en este desmontaje por el cual el discurso de Sócrates en torno al amor griego será para nosotros algo clamoroso, digamos que el amor griego nos permite desentrañar en la relación del amor a los dos partenaires en lo neutro. Quiero decirles en ese algo puro, que se expresa naturalmente en el género masculino, es permitir, ante todo, articular lo que le pasa en el amor en el nivel de esa pareja que, que aún, respectivamente, el amante y el amado, érastés (escritura en giego) y eromenós (escritura en giego).

Lo que les diré la próxima vez consiste en mostrarles a ustedes cómo, en torno a estas dos funciones el amante y el amado, el proceso de lo que se desarrolla en el Banquete es tal que podemos atribuir, respectivamente, con todo el rigor del que es capaz la experiencia analítica, de qué se trata. En otros términos, veremos ahí articulado con claridad, en una época en la que la experiencia analítica como tal, falta, en la que el inconsciente en su función propia con relación al tema, es seguramente la dimensión menos sospechada, y por ende, con las limitaciones que esto implica, ustedes verán articulado de la manera más clara ese algo que llega para encontrar la cúspide de nuestra experiencia, lo que traté a lo largo de estos años, de desarrollar en presencia de ustedes bajo la doble rúbrica, el primer año de la relación de objeto, el año que le siguió, del deseo y de su interpretación; ustedes verán aparecer claramente, y en las fórmulas que son propiamente, aquellas en las que desembocamos, el amante como sujeto de deseo, y habida cuenta de lo que eso quiere decir en todo su peso, para nosotros, el deseo, el eromenós; el amado como aquél que en esa pareja es el único que tiene algo.

La cuestión de saber si lo que él tiene, pues es el amado que lo tiene, tiene una relación, yo diría incluso, una relación cualquiera con aquélla de lo que el otro, el sujeto del deseo, carece. Esta es la cuestión de las relaciones entre el deseo y aquél delante del cual el deseo se fija, ustedes lo saben, nos ha llevado ya en torno a la noción de deseo en tanto que deseo de otra cosa. Llegamos ahí por las vías del análisis de los efectos del lenguaje sobre el sujeto. Es muy extraño que una dialéctica del amor, la de Sócrates, que se hizo precisamente toda por medio de la dialéctica, de una prueba de los efectos imperatorios de la interrogación como tal, no nos lleve a la misma encrucijada. Ustedes verán que mucho más que llevarnos a la misma encrucijada, ella nos permitirá ir más allá, a saber: captar el momento de balanceo, el momento de vuelta o de la conjunción del deseo con su objeto en tanto que inadecuado, debe surgir esta significación que se llama amor.

Imposible, —sin haber captado esta articulación lo que ella cuenta como condición en lo simbólico, lo imaginario y lo real—, no captar de qué se trata, a saber en este efecto tan extraño por su automatismo que se llama transferencia, medir, comparar cuál es entre la transferencia y el amor, la parte, la dosis de lo que hay que atribuirles a cada uno y recíprocamente de ilusión o de verdad. En esto que en la vía y la investigación los introduje a ustedes hoy, va a ser para nosotros de una importancia inaugural.