Seminario 8: Clase 5, del 14 de Diciembre de 1960

Para ver bien la naturaleza de la empresa en la que estoy comprometido, para que ustedes soporten sus rodeos en lo que ellos pueden tener de fastidioso —ya que después de todo, no vienen aquí para escuchar los comentarios de un texto griego— (estamos comprometidos, no pretendo ser exhaustivo). Les aseguro que después de todo, la mayor parte del trabajo que hice para ustedes, quiero decir en vuestro lugar, en vuestra ausencia —que el mejor favor que puedo hacerles es, en suma, incitarles a remitirse a ese texto.

Sin ninguna duda, si se remiten a esto bajo mi sugerencia, ocurrirá tal vez, que ustedes leerán un poco con mis anteojos. Esto es preferible, sin duda, a no leerlo de ninguna manera. Tanto más porque el objetivo que buscaba, que domina el conjunto de la empresa, y eso en lo que pueden acompañarlo en una forma más o menos comentada, es que conviene no perder de vista eso a lo que estamos destinados a llegar, quiero decir algo que responde a la pregunta de la que partimos.

Esta pregunta es simple, es aquélla de la transferencia. Quiero decir que ella se propone términos ya elaborados. Un hombre, el psicoanalista, de quien se viene a buscar la ciencia de lo que se tiene de más íntimo —ya que es este el estado de ánimo con el que se lo aborda comúnmente— y, entonces, de eso que debería ser de entrada supuesto como siéndole lo más extraño, y por otra parte que se supone al mismo tiempo como debiendo serle lo más extraño.

Encontramos esto en el comienzo del análisis. Esta ciencia, sin embargo, él es supuesto tenerla. He aquí una situación que proponemos en términos subjetivos, quiero decir, en la disposición de aquél que se anticipa como el demandante. No tenemos por el momento que hacer entrar allí todo lo que comporta, sostiene objetivamente esta situación, a saber, eso que debemos introducir allí de la especificidad de lo que es propuesto a esta ciencia saber, como tal, el inconsciente.

De esto, el sujeto no tiene, sea como sea, ninguna idea. Esta situación, simplemente definiéndola así, subjetivamente, ¿cómo puede engendrar algo —primera aproximación— que se parezca al amor?. Ya que es así que puede definirse la transferencia. Digamos mejor, digamos aún más, que cuestiona al amor, lo cuestiona bastante profundamente para nosotros, para la reflexión analítica, por haberlo introducido allí como una dimensión esencial, lo que se llama su ambivalencia. Digámoslo, noción nueva respecto de una cierta tradición filosófica de la que no es en vano que vayamos a buscarla aquí, en el origen. Este estrecho enlace del amor y el odio, he aquí algo que no vemos en el comienzo de esta tradición, ya que este comienzo, ya que hay que elegirlo en alguna parte, lo elegí más socrático. Aunque, vamos a verlo hoy, hay otra cosa antes, de donde él toma justamente ese comienzo.

Desde luego, no nos adelantaríamos tan intrépidamente a plantear esta cuestión si ya, de alguna manera, el otro extremo del túnel no hubiese sido alcanzado. Vamos al encuentro de algo. Hemos ya comprimido, bastante seriamente, la topología de eso que el sujeto, lo sabemos debe encontrar en el análisis, en el lugar de lo que busca, — ya que, lo sabemos, si va en busca de lo que tiene, y que no conoce, lo que va a encontrar es eso que le falta, —es por eso que articulamos, planteamos en nuestro encaminamiento precedente, que podemos osar plantear la cuestión que formulé antes como siendo aquélla donde se articula la posibilidad del surgimiento de la transferencia. Sabemos, entonces, bien que es como eso de lo cual él es faltante que se articula lo que encontrará en su análisis, a saber, su deseo. Y el deseo, no siendo entonces un bien en ningún sentido del término, sino precisamente en el sentido de una ktesis, de algo que a cualquier título que sea él tendría.

Es en ese tiempo, en esa eclosión del amor de transferencia, ese tiempo definido en el doble sentido cronológico y topológico, que debe leerse esta inversión, si puede decirse, de la posición que desde la búsqueda de un bien, hace, hablando con propiedad, la realización del deseo.

Ustedes escuchan bien que ese discurso supone que realización del deseo no es justamente posesión de un objeto. Se trata de la emergencia a la realidad del deseo como tal. Es bien por eso que me pareció, y no en el azar de un encuentro, sino de alguna manera, cuando buscaba para partir como en el corazón del campo de mis recuerdos, guiado por alguna brújula que se ha creado de una experiencia, dónde encontrar el punto como central de eso que había podido retener de articulado en lo que había aprendido, que me pareció que el Banquete era, aún cuando estuviera tan lejos de nosotros el lugar donde se había agitado, de la forma más vibrante, el sentido de esta cuestión: y, hablando con propiedad, en ese momento que lo concluye, en el que Alcibíades, puede decirse extrañamente, en todos los sentidos del término, como también al nivel de la composición por Platón, que es la obra que en la escena supuesta— manifiestamente él es entendido en eso y de la continuación de discursos ordenados, prefigurados en un programa que de pronto se rompe en la irrupción de la verdadera fiesta, del desbarajuste del orden de la fiesta… Y en su texto mismo ese discurso de Alcibíades, ya que se trata del reconocimiento de su propio desconcierto, todo lo que dice, es verdaderamente su sufrimiento, su desgarramiento de sí mismo por una actitud de Sócrates que lo deja aún tanto como en su momento, herido, mordido, por no sé qué extraña herida.

¿Y por qué esta confesión pública? ¿por qué en esta confesión pública, esta interpretación de Sócrates que le muestra que esta confesión tiene un objetivo totalmente inmediato, de separarlo de Agatón, ocasión seguidamente de una suerte de retorno al orden?. Todos aquéllos que se han referido a ese texto desde que yo les hablo de esto, no han dejado de ser sorprendidos por lo que tiene de consonante toda esta extraña escena a todo tipo de situaciones, de posiciones instantáneas susceptibles de vivir en la transferencia. Todavía, bien entendido, la cosa no es más que de impresión.

Se trata aquí de algo que debe referirse allí, y claro, es en un análisis más cerrado, más fino, que veremos lo que nos revela una situación que de todas maneras no es manifiestamente atribuible a algo que seria una suerte —como dice Aragón en «El campesino de París»— de presentimiento del psicoanálisis (de la psikanalisse). No un encuentro, más bien una especie de aparición de algunos lineamientos, deben ser para nosotros allí reveladores.

Creo, y esto no es simplemente una especie de retroceso antes del salto que debe ser, como lo dice Freud, el del león, es decir único, de mostrárselos que demoro, es que para comprender lo que quiere decir plenamente este advenimiento de la escena Alcibíades-Sócrates nos es necesario comprender el diseño general de la obra es decir del Banquete.

Y es aquí que nos adelantamos. El establecimiento del terreno es indispensable. Si no sabemos eso que quiere decir Platón trayendo la escena Alcibíades, es imposible situar exactamente el alcance de esto, y he aquí por qué.

Estamos hoy en el discurso de Erixímaco, del médico, retengamos un instante nuestro aliento. El que sea un médico debe de todas maneras interesarnos. ¿Quiere decir esto que el discurso de Erixímaco debe inducir nos a una búsqueda de la historia de la medicina?. Es claro que no puedo ni siquiera esquematizar, por todo tipo de razones, ante todo porque no es nuestro asunto, porque este rodeo le sería excesivo, y seguidamente porque no lo creo verdaderamente posible.

No creo que Erixímaco esté verdaderamente especificado, que sea en tal médico que piense Platón, trayéndonos su personaje. Asimismo, hay rasgos fundamentales de la posición que él aporta, que son aquellos que se deben despejar, y que no son necesariamente un rasgo de historia si no es en función de una línea divisoria muy general, pero que tal vez nos va a hacer reflexionar un instante, al pesar, sobre lo que es la medicina.

Se ha notado ya que hay en Sócrates una referencia frecuente, ambiente, a la medicina. Muy frecuentemente, Sócrates cuando quiere llevar a su interlocutor al plano del diálogo en que él quiere dirigirlo hacia la percepción de una marcha rigurosa, se refiere a tal arte de técnico. Quiero decir: si sobre un tal tema quieren saber la verdad, ¿a quién se dirigirán?. Y entre ellos el me dice está lejos de ser excluido. Y asimismo es tratado con una reverencia particular. El nivel en que se ubica no es ciertamente de un orden inferior a los ojos de Sócrates. Es claro, sin embargo, que la regla de su marcha es algo que está lejos de poder de alguna manera reducirse a eso que se podría llamar una higiene mental. El médico del que se trata habla como médico, y enseguida promueve su medicina como siendo la más grande de todas las artes. La medicina es el gran arte. Enseguida después de ha ber comenzado su discurso, y no haré aquí más que notar brevemente la confirmación que recibe eso que les dije la última vez del discurso de Pausanias en el hecho que, comenzando su discurso, Erixímaco formula expresamente esto.

Ya que Pausanias después de un buen comienzo (no es una buena traducción), habiendo dado el impulso sobre el comienzo del discurso, no ha terminado tan brillantemente, en una forma tan apropiada…

Es claro que para todo el mundo, y creo asimismo que es como para subrayarlo aquí, hasta qué punto está implicado como evidencia ese algo a lo cual hay que decir, nuestra oreja no está acomodada exactamente —no tenemos la impresión de que ese discurso de Pausanias hizo una tan mala caída. Estamos tan habituados a oír sobre el amor esta suerte de tontería. Es muy extraño hasta qué punto, a mi criterio, ese rasgo en el discurso de Erixímico, apela verdaderamente al consentimiento de todos, como si en suma, el discurso de Pausanias se hubiese revelado verdaderamente para todos como vacilante, como si fuera evidente que todas esas bromas pesadas sobre el pausamenon, sobre el cual he insistido la última vez, fuera evidente para el lector antiguo.

Creo bastante esencial el referirnos a eso que podemos entrever de esas cuestiones, de un tono al cual, después de todo, la oreja del espíritu se acerca siempre, aún cuando ella no hace de esto abiertamente un criterio, y que es tan frecuentemente invocado en los textos platónicos como algo a lo cual Sócrates se refiere en todo momento.

Cuántas veces, antes de comenzar su discurso o abriendo un paréntesis en el discurso de otro, invoca a los dioses en una forma expresa y formal para que el tono sea sostenido, sea mantenido, sea acordado. Van a verlo, esto está muy cerca de nuestro propósito de hoy.

Quisiera, antes de entrar en el discurso de Erixímaco, hacer algunas observaciones cuya perspectiva, aún para nosotros, conduce a verdades absolutamente primeras, no deja de ser por eso, algo que no es dado tan fácilmente.

Observemos esto a propósito del discurso de Erixímaco. Les demostraré al pasar que la medicina se ha creído siempre científica. Erixímaco sostiene propósitos que se refieren —ya que en suma, es en vuestro lugar, como lo decía hace un rato, que ha sido necesario que durante esos días, yo trate de desembrollar ese pequeño capítulo de la historia de la medicina, para hacerlo, ha sido necesario que salga del Banquete, y que me refiera a diversos puntos del texto platónico… Hay una serie de escuelas de las cuales ustedes han escuchado hablar, por más descuidado que esté ese capítulo de vuestra formación en medicina.

La más célebre, que nadie ignora, es la escuela de Hipócrates. Ustedes saben que hubo una escuela antes de que existiera la escuela de Cnide, de Sicilia, que es todavía anterior, cuyo gran nombre es Alomeón y los Alcmeónidas Crotona es su centro de esto. Lo que hay que saber, es que es imposible disociar sus especulaiones de aquellas de una escuela científica que florecía en el mismo momento, en el mismo lugar, a saber los Pitagóricos. Ven ustedes adónde nos conduce esto.

Es necesario que especulemos sobre el rol y la función del pitagorismo en esta ocasión. Y también, cada uno lo sabe, es esencial para comprender el pensamiento platónico. Nos vemos aquí metidos en un rodeo en el que nos perdemos literalmente. De manera que voy a tratar de despejar temas, y temas en tanto que conciernen  estrictamente a nuestro propósito, a saber ése hacia el cual avanzamos, en el sentido de este episodio del Banquete, quiero decir de ese discurso, de esta obra del Banquete, en tanto que ella es problemática.

No retenemos aquí más que una cosa, es que la medicina, sea aquélla de Erixímaco, o de aquellos que pueden suponerse haberles enseñado —ya que no sabemos, creo, mucho sobre el personaje de Erixímaco en sí mismo, pero sabemos algo sobre un cierto número de otros personajes que intervienen en los discursos de Platón, y que se vinculan directamente a esta escuela médica. Ya que los Alcmeónidas, por más que se vinculen con los Pitagóricos, sabemos que Simmias y Cebes, que son aquellos que dialogan con Sócrates en el Fedón, son discípulos de Filolaus, quien es uno de los maestros de la primera escuela pitagórica.

Si ustedes se remiten al Fedón, verán lo que aportan Simmias y Cebes en respuesta a las primeras proposiciones de Sócrates, notablemente sobre eso que debe asegurar al alma su duración inmortal, esas respuestas hacen referencia exactamente a los mismos términos que son aquéllos de los cuales voy a hablar aquí, a saber, los que son cuestionados en el discurso de Erixímaco, del cual la noción de harmonía, armonía, de acuerdo (accord), está en primer término.

La medicina, entonces, ustedes lo observan aquí, se ha creído siempre científica. Es en lo que por otra parte, ha mostrado siempre sus debilidades. Por una especie de necesidad interna de su posición, ella se ha referido siempre a una ciencia que era la de su tiempo, buena o mala, cómo saberlo, desde el punto de vista de la medicina. En cuanto a nosotros, tenemos el sentimiento de que nuestra ciencia, nuestra física es una buena ciencia, y durante siglos hemos tenido una física muy mala. Esto está totalmente asegurado.

Lo que no está Asegurado, es lo que la medicina tiene que hacer con esta ciencia, es a saber cómo y por qué abertura, por qué extremo tiene que tomarla en tanto que algo no es dilucidado para ella, la medicina, y que no es como van a ver, algo sin importancia, ya que de lo que se trata es de la idea de salud.

Más exactamente, ¿qué es la salud?. Estarían equivocados en creer que aún para la medicina moderna, que en relación a todas las otras se cree científica, la cosa esté plenamente asegurada. De tanto en tanto se propone la idea de lo normal y lo patológico como tema de tesis de algún estudiante, es un tema que les es propuesto por gente que tiene una formación filosófica, y tenemos sobre esto un excelente trabajo de M. Cangilhem. Evidentemente es un trabajo cuya influencia está muy limitada dentro de los medios propiamente médicos.

Entonces, hay algo, en todo caso, sin buscar especular a un nivel de certitud socrática sobre la salud en sí, que muestra por sí mismo, a todos nosotros, especialmente psiquiatras y psicoanalistas, que muestra hasta qué punto la idea de salud es problemática, son los medios mismos que empleamos para alcanzar el estado de salud. Tales medios nos muestran, para decir las cosas en los términos más generales, que sea cual fuere la naturaleza de la feliz forma, que sería la feliz forma de la salud, en el seno de esta feliz forma, somos llevados a postular estados paradojales, es lo menos que puede decirse, aquellos mismos, cuya manipulación en nuestras terapéuticas, es responsable del retorno a un equilibrio que queda en general, como tal, bastante poco criticado.

He aquí entonces, lo que nosotros encontramos a nivel de los postulados menos accesibles a la demostración, sobre la posición médica como tal. Es justamente aquella que va a ser promovida en el discurso de Erixímaco bajo el nombre de armonía (harmonía). No sabemos de qué armonía se trata, pero la noción es fundamental a toda posición médica como tal, todo lo que debemos buscar, el acuerdo. Y no estamos muy adelantados con respecto a aquélla donde se sitúa la de un Erixíma la esencia, la substancia de esta idea de acuerdo, a saber, de algo tomado de un terreno intuitivo, el cual está simplemente más cerca de las fuentes, es históricamente más definido y sensible, cuando aquí nos damos cuenta expresamente que se refiere al dominio musical en tanto que aquí el dominio musical es el modelo y la forma pitagórica.

También todo eso, que de alguna forma se refiere a este acuerdo de tonos, fuese él de una naturaleza más sutil, fuese él del tono de un discurso al cual yo hacía alusión hace un momento, nos lleva a esta misma apreciación. No es por nada que hablé, al pasar, de oreja. A esta misma apreciación de consonancia que es esencial a esta noción de armonía.

He aquí lo que introduce, lo verán por poco que entren en el texto de ese discurso (que después de todo, les ahorro el aburrimiento de leer línea a línea, lo que jamás es posible en medio de un auditorio tan simple)… ustedes verán el carácter esencial de esta noción de acuerdo para comprender lo que quiere decir, como se introduce aquí esta posición médica, y verán que todo lo que aquí se articula, en función de un soporte que no podemos agotar aquí, ni reconstruir de ninguna manera, a saber, la temática de discusiones que por adelantado son supuestas aquí como presentes al espíritu de los auditores.

No olvidemos que nos encontramos en el punto histórico culminante de una época particularmente activa, creadora, esos siglos VI y V, siglos del helenismo de la buena época, son sobreabundantes en creatividad mental. Hay buenas obras a las cuales ustedes pueden remitirse. Para aquéllos que leen inglés, hay un gran libro, que sólo editores ingleses, pueden darse el lujo de publicar. Este tiene algo de testamento filosófico, ya que Bertrand Russell y su edad provecta que nos lo entregan. Es un muy buen libro para el fin de año, ya que les aseguro, no tienen más que leerlo, verán que está cubierto de admirables figuras en color en los grandes márgenes, figuras de una extrema simplicidad, dirigidas a la imaginación de un niño, en el cual hay en suma, todo lo que hay que saber desde ese período fecundo al cual me refiero hoy, que es la época presocrática, hasta nuestros días, al positivismo inglés. Y nadie verdaderamente importante es dejado de lado. Si se trata, para ustedes, de ser invencibles en vuestras cenas en la ciudad, sabrán, cuando hayan leído este libro, verdaderamente todo, salvo, bien entendido, las únicas cosas importantes, es decir aquellas que no se saben. Pero, les aconsejo de todas maneras su lectura. Completará para ustedes, como por otra parte para quien quiera fuese, un número considerable de lagunas casi obligadas de vuestra información.

Entonces, tratemos de poner un poco de orden en lo que se dibuja, cuando nos introducimos en esta senda que es: comprender lo que quiere decir Erixímaco. La gente de su época, se encuentra siempre, ante el mismo problema que aquél frente al cual nos encontramos, excepto esto, que a falta quizás, de tener una gran abundancia como la que nosotros tenemos de hechos menudos con los cuales amueblar sus discursos —doy, por otra parte aquí una hipótesis que resulta del señuelo y la ilusión— van directamente a la antinomia esencial que es la misma que yo comenzaba a promover ante ustedes hace un rato, que es ésta: de todas maneras, no podemos limitarnos a tomar ningún acuerdo en su valor extrínseco. Lo que la experiencia nos enseña, es que algo es recelado en el seno de ese acuerdo, y que toda la cuestión es saber lo que es exigible de esta subyacencia del acorde. Quiere decir de un punto de vista que no es sólo resoluble por la experiencia, que comporta siempre un cierto a priori mental, que no es posible fuera de un cierto a priori mental.

En el seno de este acuerdo nuevo, exigido de lo semejante (semblable), ¿dónde podemos contentarnos con lo semejante (semblable)?, Todo acuerdo (accord) supone cierto principio de acuerdo (accord). El acuerdo, ¿puede salir de lo desacordado, de lo conflictual?.

No se imaginen que sea con Freud que surja por primera vez tal cuestión. Y la prueba es que es la primera cosa que trae ante nosotros el discurso de Erixímaco. Esta noción de lo acordado y de lo desacordado, para nosotros, digámoslo, de la función de la anomalía en relación a lo normal, viene en primer lugar en su discurso, 186 b aproximadamente en la novena línea. «En efecto, lo desemejante desea y ama las cosas desemejantes». «Otro, continúa el texto, es el amor inherente al estado sano, otro el amor inherente al estado mórbido». Y por eso, a partir de allí cuando Pausanias decía, recién, que era bello dar sus favores a aquellos hombres que son virtuosos, y feo hacerlo por los hombres desarreglados, henos aquí llevados a la cuestión de física, de eso que significa esta virtud y este desarreglo.

Y seguidamente encontramos una fórmula que retengo, que no puedo más que prender sobre la página. No es que ésta nos entregue demasiado, sino que ella debe ser sin embargo para nosotros, analistas, objeto de una especie de interés al pasar, donde no habrá algún zumbido para retenernos. Nos dice que la medicina es la ciencia de los eróticos del cuerpo (traducción textual). No se puede dar mejor definición del psicoanálisis, me parece. Y agrega, en cuanto a lo que hace a la repleción y a la vacuidad (traduce brutalmente el texto), se trata de la evocación de dos términos, de lo pleno y de lo vacío, de los cuales vamos a ver qué rol tienen estos dos términos en la topología, en la posición mental de eso de lo cual se trata en ese punto de unión de la física y de la operación médica.

No es el único texto, puedo decírselos, donde ese pleno y ese vacío son evocados. Diría que es una de las intuiciones fundamentales a despejar, a valorizar en el curso de un estudio sobre el discurso socrático, cuál es el rol de esos términos. Y aquél que se abocare a esta empresa, no tendría que ir muy lejos para encontrar allí una referencia más. Al comienzo del Banquete, cuando Sócrates, se los he dicho, que se había entretenido en el vestíbulo de la casa vecina, donde podemos suponerlo en la posición de gimnosofista, parado sobre un pié como una cigüeña, e inmóvil hasta haber encontrado la solución, de no se qué problema, llaga a lo de Agatón después que todo el mundo lo ha esperado; y bien, has encontrado la solución, ven cerca mío, le dice Agatón. A lo que Sócrates hace un pequeño discurso para decir, puede ser y no puede ser, pero eso que tu esperas, es eso de lo cual yo me siento lleno, esto va a pasar a tu vacío tal como sucede entre dos vasos cuando se utiliza una hebra de lana para esta operación.

Hay que creer que esta operación de física divertida, era practicada, por no sé qué razón, muy seguido, ya que probablemente esto servía de imagen para todo el mundo. Efectivamente, ese pasaje del interior de un vaso al otro, esta transformación de lo lleno en vacío, esta comunicación de contenido, es una de las imagenes fundamentales de algo que regula lo que se podría llamar la codicia fundamental de todos esos intercambios filosóficos, y es a retener para comprender el sentido del discurso que nos es propuesto.

Un poco más lejos, esta referencia a la música como el principio del acuerdo, que es el fondo de lo que nos va a ser propuesto como siendo la esencia de la función del amor entre los seres, nos llevará a la página siguiente, es decir al parágrafo 187, a encontrar vivo en el discurso de Erixímaco esa elección que les decía recién, ser primordial sobre el tema de lo que es concebible como siendo el principio del acuerdo , a saber, lo semejante y lo desemejante, el orden, lo conflictual.

Ya que he aquí que al pasar vemos, cuando se trata de definir esta armonía, a Erixímaco notar que seguramente al pasar bajo la pluma de un autor de aproximadamente un siglo anterior, Heráclito de Efeso, una paradoja cuando Heráclito se refiere a la oposición de contrarios expresamente, como siendo el principio de la composición de toda unidad. La unidad, nos dice Erixímaco, oponiéndose a ella misma se compone, así como la armonía del arco y de la lira. Esta osper armonía dexus tout ta luram es extremadamente célebre, aunque más no sea por haber sido citada aquí al pasar. Y es citada en muchos otros autores. Ha llegado hasta nosotros en algunos de sus fragmentos dispersos, que los eruditos alemánes han reunido para nosotros concerniente al pensamiento presocrático.

Y esto, en aquellos que nos quedan de Heráclito permanece verdaderamente dominante. Quiero decir, que en el libro de Bertrand Russell del que les recomendaba recién la lectura, encontrarán efectivamente representados el arco y su cuerda, y asimismo el dibujo simultáneo de una vibración que es aquélla de donde partirá el movimiento de la flecha.

Lo que es notable en esta parcialidad, de la cual no vemos bien al pasar la razón de la que hace prueba Erixímaco concerniente a la formulación Heracliteana. El encuentra allí algo para criticar. A él le parece que hay aquí esas exigencias cuya fuente mal puede sondearse,  ya que nos encontramos aquí son una confluencia en laque no sabemos qué parte otorgarle a los prejuicios, apriorismos de opciones hechas en función de una cierta consistencia en todo un conjunto teórico, o de vertiente psicológica, que son inutilizables para nosotros, sobre todo cuando se trata de partir de personajes tan lejanos como fantasmáticos. Debemos contentarnos con notar que efectivamente, que algo cuyo eco encontramos en muchas otras partes del discurso platónico, no se qué aversión se marca a la idea de referirse a alguna conjunción, sea de oposición de contrarios, aún cuando de alguna forma la situemos en lo real, el nacimiento de algo que me parece serle de alguna manera asimilable, a saber, la creación del fenómeno de la cuerda, algo que se afirma y se plantea, es resentido, es asentido como (…)

Parece, que hasta en su principio, la idea de proporción cuando se trata de alguna manera de velar por esa armonía, para hablar en términos médicos de dieta o de dosaje, con todo lo que ella comporta de medida, de proporción, debe ser mantenida; que de ninguna manera la visión heracliteana del conflicto como creador en sí mismo, para ciertos espíritus, para ciertas escuelas dejemos la cosa en suspenso —puede ser sostenida.

Hay aquí una parcialidad que para nosotros, a quienes, claro, todo tipo de modelos de la física han a portado la idea de una fecundidad de contrarios, de contrastes, de oposiciones, y de una no contradicción absoluta del fenómeno con su principio conflictual, para decirlo todo, que toda la física lleva tanto más hacia el lado de la imagen de la onda que —haya hecho lo que haya hecho la psicología moderna— hacia el lado de la forma, de la gestalt, de la buena forma, etc. no podemos dejar de estar sorprendidos, digo, tanto en ese pasaje como en muchos otros de Platón, de ver incluso sostenida la idea de no se qué impasse, de no se qué aporía, de no se qué elección por hacer, de no se qué preferencia por hacer que estaría del lado del carácter forzosamente conjunto, fundamental, del acuerdo con el acuerdo, de la armonía con la armonía.

Se los he dicho, no es el único pasaje, y si ustedes se refieren a un diálogo extremadamente importante, debo decir, que hay que leer como basamento de nuestra comprensión del Banquete, es a saber, el Fedón, verán que toda la discusión con Simmias y Cebes descansa allí, que como se los decía el otro día, todo el alegato de Sócrates por la inmortalidad del alma, está presentado allí de la forma más manifiesta bajo la forma de un sofisma, que es ciertamente, aquél que no es otro que ése alrededor del cual hago girar desde hace un momento mis observaciones sobre el discurso de Erixímaco, a saber, que la idea misma del alma en tanto que armonía no supone exclusión de que entre en ella, la posibilidad de su ruptura.

Ya que cuando Simmias tanto como Cebes objetan que este alma, cuya naturaleza es constante, cuya naturaleza es permanencia y duración, ella podrá bien desvanacerse al mismo tiempo que se disloquen sus elementos, cuya conjunción hace esta armonía, que son los elementos corporales, Sócrates no responde otra cosa sino que la idea de armonía de la cual participa el alma, es en ella misma impenetrable, que ella se ocultará, que ella huirá ante la proximidad de todo lo que pueda poner en cuestionamiento su constancia.

La idea de la participación, de sea lo que sea de existente en esta especie de esencia incorporal que es la idea platónica, muestra claramente su ficción y su señuelo. Y hasta tal punto en ese Fedón, que es verdaderamente imposible decirse, que no tenemos ninguna razón para pensar que Platón se engaña, él lo vive menos que nosotros. Esta inimaginable, formidable pretensión que tiene más de ser más inteligentes que el personaje que ha desarrollado la obra platónica, tiene verdaderamente, algo de pavoroso.

Es por eso que cuando, después del discurso de Pausanias, vemos desarrollarse el de Erixímaco —canta su cancioncita, esto no tiene inmediatamente consecuencias evidentes— sin embargo, estamos en derecho de preguntemos lo que quiere decir Platón para hacer sucederse en ese orden esta serie de salidas de las cuales al menos nos hemos dado cuenta que la que precede inmediatamente, es irrisoria. Y si, después de todo, retenemos la carácterística general, el tono de conjunto que carácteriza al Banquete, estamos legítimamente en derecho de preguntarnos si eso de la cual se trata, no es propiamente hablando algo que hace consonancia con la obra cómica como tal; tratándose del amor, está claro que Platón tomó la vía de la comedia.

Todo lo confirmará seguidamente, y tengo mis razones para empezar ahora a afirmarlo, en el momento en que va a entrar en escena el gran cómico, ese gran cómico con el que siempre uno se rompe la cabeza para saber por qué Platón lo trajo al Banquete. Un escándalo, puesto que como ustedes saben, ese gran cómico es uno de los responsables de la muerte de Sócrates.

Si el Fedón, a saber, el drama de la muerte de Sócrates, se nos presenta con ese carácter altivo que le da el tono trágico que ustedes saben —y por otra parte eso no es tan simple, allí también hay cosas cómicas, pero está claro que la tragedia domina, y que es representada ante nosotros —el Banquete, de allí en más, nos enseña que no hay— y aún hasta el discurso tan breve de Sócrates, por mucho que hable en su propio nombre —ni un sólo punto de ese discurso que deje de plantearse ante nosotros con esta sospecha cómica. Y yo diré aún aquí, para no dejar nada atrás, y responder especialmente a alguien de mi auditorio cuya presencia me honra particularmente, con quien tuve sobre este tema un breve intercambio… diré especialmente que aún el discurso de Fedro al comienzo, del que no sin razón, sin motivo, sin justicia él creyó percibir que yo lo tomaba al contrario de Pausanias el discurso de Pausanias, ése, tiene valor extrínseco; yo diré que éste no va menos en el sentido de lo que afirmo aquí precisamente, es que justamente ese discurso de Fedro, al referirse sobre el Tema del amor a la apreciación de los dioses, tiene también valor irónico. Pues los dioses justamente no pueden comprender nada del amor. La expresión de una tontería divina es algo que, en mi opinión, debería estar más difundido. Ella está frecuentemente sugerida por el comportamiento de los seres a los que nos dirigimos justamente en el terreno del amor. Tomar a los  dioses como testigos, y hacerlos comparecer en el tribunal —de eso de lo que se trata con respecto al amor me  parece ser algo que de todas maneras no es heterogéneo siguiendo el discurso de Platón.

Aquí llegamos al lindero del discurso de Aristófanes. Sin embargo, todavía no entraremos allí. Simplemente quiero pedirles a ustedes mismos, por sus propios medios, completar lo que queda por ver del discurso de Eirixímaco. Es para León Robin un enigma que Erixímaco retome la oposición del tema del amor ucraniano y del amor pandémico dado lo que él nos aporta concerniente al manejo médico, físico del amor. El no ve muy bien lo que lo justifica. Y en verdad, creo que nuestro asombro es verdaderamente la única actitud que conviene para responder al del autor de este edición. Pues la cosa está puesta en claro en el discurso mismo de Erixímaco, confirmando toda la perspectiva en la cual he tratado de situarla para ustedes.

Si él se refiere en lo que concierne a los efectos del amor (pág.180—88) a la astronomía, es efectivamente en tanto que aquélla de lo que se trata, esa armonía a la que se trata de confluir, de concordarse en lo concerniente al buen orden de la salud del hombre, es una sola y misma cosa con aquélla que rige el orden de las estaciones, y que cuando por el contrario, —dice él amor en el que hay arrebato, ubris, algo de más, consigue prevalecer en lo que concierne a las estaciones del año, entonces es allí donde comienzan los desastres, el desorden, los prejuicios, tal como él se expresa, los daños. Rango en el que también están, por supuesto, las epidemias. Pero en cuyo mismo rango están ubicadas, la helada, el granizo, la plaga del trigo y toda una serie de otras cosas.

Esto, para reubicamos bien en el contexto donde creo, sin embargo, que las nociones que promuevo ante ustedes como las categorías fundamentales, radicales, a las que estamos forzados a referirnos para plantear el análisis, un discurso valedero, a saber, lo imaginario, lo simbólico y lo real, son aquí utilizables.

Uno habla de pensamiento primitivo, y se asombra de que un bororó se identifique a arará. ¿No les parece que no se trata de pensamiento primitivo, sino de una posición primitiva del pensamiento que concierne a aquélla con lo que, para todos, para ustedes como para mí, ella tiene que ver, cuando vemos que el hombre al interrogarse no sobre su lugar, sino sobre su identidad, tenga que ubicarse no en el interior de un recinto limitado, que sería su cuerpo, sino ubicarse en lo real total y bruto con lo que él tiene que vérselas, y que no escapamos a esta ley de donde resulta que es en el punto preciso de ese delineamiento de lo real en que consiste el progreso de la ciencia, que tendremos siempre que situarnos?.

En tiempo de Erixímaco, queda fuera de cuestión a falta del más mínimo conocimiento de lo que es un tejido viviente como tal, que el médico pueda hacer, digamos, humores, algo de heterogéneo a la humedad, o que en el mundo puedan proliferar las vegetaciones naturales; el mismo desorden que provocará en el hombre un tal exceso debido a la intemperancia, al arrebato, es el que tratará los desórdenes en las estaciones, que son aquí enumeradas.

La tradición china, nos representa al comienzo del año del emperador, aquél que puede con su propia mano cumplir los ritos mayores de los que depende el equilibrio de todo el imperio del medio, trazar sus primeros surcos, cuya dirección y rectitud están destinadas a asegurar precisamente durante ese tiempo del año el equilibrio de la naturaleza. No hay, si me atrevo a decir, en esta posición nada más que lo natural.

Aquella a la que se liga aquí Erixímaco, que es para decirlo con todas las letras, aquélla a la que se liga la noción del hombre microsoma, es a saber que: no que el hombre es en sí mismo un resumen, una imagen de la naturaleza, sino que son una sola y misma cosa, que no se puede pensar en componer al hombre sino desde el orden y la armonía de los componentes cósmicos. He aquí una posición de la que simplemente yo quería hoy dejarlos con esta pregunta de saber si ella no conserva, a pesar de la limitación a la que creemos haberla reducido, el sentido de la biología, en nuestros presupuestos mentales, alguna traza.

Seguramente, detectarlas, no interesa tanto como darnos cuenta de dónde ubicarnos, en qué zona, nivel fundamental, nos ubicamos, nosotros analistas, cuando agitamos, para comprendernos a nosotros mismos, nociones como el instinto de muerte, que es, hablando propiamente, como Freud no dejó de conocerlo, una noción empedocleana. Ahora bien, es a eso a lo que va a referirse el discurso de Aristófanes. Lo que les mostraré la próxima vez, es que ese formidable gag que está manifiestamente presentado como una entrada de payaso en un escenario de la comedia ateniense, se refiere expresamente como tal, y les mostraré las pruebas de ello, a esta concepción cosmológica del hombre. Y a partir de allí, les mostraré la apertura sorprendente de lo que de ello resulta, (apertura dejada en hiancia) en lo que concierne a la idea que Platón podía hacerse del amor, concerniente —y voy hasta allí— a la irrisión radical que la sola aproximación a los problemas del amor aportaba a ese orden incorruptible, material super esencial, puramente ideal, participatorio, eterno y no creado que es aquél, irónicamente tal vez, que toda su obra nos descubre.