Seminario 9: Clase 7, del 10 de Enero de 1962

Evoquemos lo que dije la última vez: les he hablado del nombre propio, en la medida en que lo hemos encontrado en nuestro camino de la identificación del sujeto, segundo tipo de identificación regresiva al rasgo unario del otro. A propósito de este nombre propio, hemos encontrado la atención que ya ha concitado por parte de algún lingüista y matemático en función de filosofar.

¿Qué es el nombre propio ?

Parece que la cosa no se entrega al primer examen, pero intentando resolver esta cuestión, hemos tenido la sorpresa de encontrar la función del significante, sin duda en estado puro; era en esta vía que el lingüista mismo nos conducía al decirnos: un nombre propio es algo que vale por la función distintiva de su material sonoro, con lo que no hacía por supuesto sino duplicar lo que son las premisas mismas del análisis saussuriano del lenguaje: a saber, que es el rasgo distintivo, el fonema como acoplado a un conjunto de una cierta batería, en la medida en que no es lo que son los otros, que lo encontramos aquí como debiendo designar el rasgo especial, el uso de una función sujeto en el lenguaje: la de nombrar por su nombre propio.

Ciertamente no podíamos contentarnos con esta definición como tal, sino que estábamos en la pista de algo, y ese algo, hemos podido al menos aproximarlo, cernirlo designando esto que es, si se puede decir, bajo una forma latente al lenguaje mismo, la función de la escritura, la función del signo en tanto que él mismo se lee como un objeto; es un hecho que las letras tienen nombres; tenemos demasiada tendencia a confundirlas con los nombres simplificados que tienen en nuestro alfabeto, que dan la impresión de confundirse con la emisión fonemática a la cual la letra ha sido reducida: una a parece querer decir la emisión a, una b no es hablando con propiedad una b, sino en la medida en que para que la consonante b se haga oír, es necesario que se apoye sobre una emisión vocálica. Mirando las cosas de más cerca, vemos por ejemplo en griego, alfa, beta, gama, etc., son precisamente nombres, y, cosa aún más sorprendente, nombres que no tienen ningún sentido en la lengua griega en la que se formulan; para comprenderlos hay que percibir que reproducen los nombres correspondientes a las letras del alfabeto fenicio, alfabeto protosemítico, alfabeto tal que podemos reconstituir por cierto número de pisos, de estratos; a través de las inscripciones reencontramos las formas significantes: esos nombres tienen un sentido en la lengua, ya sea fenicia textual, ya sea tal como podemos reconstruir esta lengua protosemítica de dónde se habrían derivado un cierto número -no insisto en su detalle- de lenguajes a cuya evolución está estrechamente ligada la aparición de la escritura.

Aquí; es un hecho que es importante al menos que aparezca en primer plano que el nombre mismo del aleph tiene una relación con el buey, que supuestamente la primera forma del aleph reproduciría de una manera esquematizada la cabeza en diversas posiciones; queda aún algo de esto: podemos ver aún en nuestra A mayúscula, la forma de un cráneo de buey invertido con los cuernos que lo prolongan. Asimismo todos saben que el beth es el nombre de la casa. Por supuesto, la discusión se complica, se ensombrece, cuando se intenta hacer un recuento, un catálogo, de lo que designa el nombre de las otras letras de la serie: cuando llegamos al guimel, estamos demasiado tentados de encontrar allí el nombre árabe del camello, pero desafortunadamente hay un obstáculo de tiempo: es aproximadamente en el segundo milenio anterior a nuestra era, que esos alfabetos protosemíticos podrían estar en condición de connotar ese nombre la tercer letra del alfabeto, del camello, desafortunadamente para nuestra comodidad, no había hecho aún su aparición en el uso cultural de transporte en esas regiones del Cercano Oriente.

Vamos a entrar entonces en una serie de discusiones sobre lo que puede presentar ese nombre guimel (aquí, desarrollo sobre la terciaridad consonántica de las lenguas semíticas y sobre la permanencia de esta forma en la base de toda forma verbal en hebreo). Es una de las huellas por donde podemos ver que eso de lo que se trata en lo que concierne a una de las raíces de la estructura donde se constituye el lenguaje, es ese algo que se denomina en primer lugar, lectura de signos, en tanto ya aparecen antes de todo uso de escritura.

Se los he señalado al finalizar la última vez de manera sorprendente, de una manera que parece anticipar —si la cosa debe ser admitida— en alrededor de un milenio, el uso de los mismos signos en los alfabetos que son los más corrientes, los ancestros directos del nuestro: el alfabeto latino, etrusco, etc., los que se encuentran por la más extraordinaria mimicry de la historia, bajo una forma idéntica en las marcas sobre vasijas predinásticas del antiguo Egipto; son los mismos signos, aún cuando está fuera de cuestión que hayan podido ser empleados de alguna manera, en ese momento, en usos alfabéticos, dado que la escritura alfabética estaba en ese momento lejos de haber nacido. Λ Є

Saben ustedes que más arriba aún, hice alusión a esos famosos guijarros de Mas d’Azil, que no son poco dentro de los hallazgos realizados en ese lugar, al punto que, hacia el final del paleolítico, un estadio ha sido designado con el término de «aziliano», por el hecho de que se refiere a lo que podemos definir como el punto de evolución técnica, hacia el fin de ese paleolítico, en el período no transicional, hablando con propiedad, sino pre-transicional del paleo al neolítico.

Sobre esos guijarros de Mas d’Azil, encontramos signos análogos cuya sorprendente extrañeza, por parecerse tanto a los signos de nuestro alfabeto, ha podido extraviar —como ustedes lo saben— a espíritus no especialmente mediocres, en todo tipo de especulaciones que no podían conducir sino a la confusión, e incluso, al ridículo.

Aún así, la presencia de esos elementos está allí para hacernos tocar algo que se propone como radical en lo que podemos denominar la atadura del lenguaje a lo real; por supuesto, problema que no se plantea sino en la medida en que hemos podido en primer lugar ver la necesidad para comprender el lenguaje, de ordenarlo por lo que podemos llamar una referencia a sí mismo, a su propia estructura como tal, lo que ha planteado para nosotros primeramente, lo que podemos llamar casi, su sistema, como algo que de ninguna manera se basta de una génesis puramente utilitaria, instrumental, práctica, por una génesis psicológica que nos muestra al lenguaje como un orden, un registro, una función, respecto de la cual toda nuestra problemática consiste en que debemos verla como capaz de funcionar fuera de toda conciencia por parte del sujeto, y que nos ha llevado a nosotros como tales, a definir el campo como carácterizado por valores estructurales que le son propios. A partir de ahí, es necesario establecer la unión de su funcionamiento con ese algo que lleva en lo real su marca: ¿es ella centrífuga o centrípeta?. Es ahí en torno a este problema que estamos por el momento no detenidos, sino en detención.

Entonces, en tanto el sujeto, a propósito de algo que es marca, que es signo, lee ya antes de que se trate de signos de escritura, antes que perciba que los signos pueden portar trozos diversamente reducidos, recortados de su modulación hablante, y que, reinvirtiendo su función, puede ser admitido para ser como tal, a continuación, el soporte fonético, como se dice, si saben que es así que nace la escritura fonética, que no hay ninguna escritura en su conocimiento, más exactamente, que todo lo que es del orden de la escritura, hablando con propiedad, y no simplemente del dibujo, es algo que comienza siempre con el uso combinado de esos dibujos simplificados, abreviados, de esos dibujos borrados que se denominan diversa e impropiamente ideogramas, en particular. La combinación de esos dibujos con un uso fonético, de los mismos signos que dan la impresión de representar algo, la combinación de los dos aparece por ejemplo evidente en los jeroglíficos egipcios. Por otra parte, con sólo observar una inscripción jeroglífica, podríamos creer que los egipcios no tenían otros objetos de interés que el bagaje sin duda limitado de un cierto número de animales, de un gran número, una cantidad de pájaros a decir verdad sorprendente por la incidencia bajo la cual efectivamente pueden intervenir los pájaros en las inscripciones que necesitan ser conmemoradas, un número sin duda abundante de formas instrumentales agrarias, y otras, también de algunos signos que desde siempre han sido sin duda útiles bajo su forma simplificada: el rasgo unario en primer lugar, la barra, la cruz de la multiplicación, que por otra parte no designan las operaciones que luego han sido vinculadas a estos signos, pero que finalmente en conjunto, es absolutamente evidente a primera vista, que el bagaje de dibujos que están en juego, no tienen proporciones, congruencia, con la diversidad efectiva de los objetos que podrían ser válidamente evocados en inscripciones duraderas.

Como ven, lo que trato de designarles, y es importante designarlo al pasar para disipar las confusiones de aquellos que no tienen tiempo de ir a mirar las cosas de más cerca, es que por ejemplo, la figura de un gran búho, de un búho, para tomar la forma de un pájaro de noche particularmente bien dibujado, localizable en las inscripciones clásicas en piedra, la veremos reaparecer extremadamente a menudo y ¿por qué?. Ciertamente, no se trata nunca de ese animal; es que el nombre común de este animal en el antiguo lenguaje egipcio puede ser ocasión de un soporte de la emisión labial m, y cada vez que ustedes ven esta figura animal se trata de una m, de ninguna otra cosa, la cual, por otra parte, lejos de estar representada solamente por su valor literal, cada vez que encuentran esta figura del llamado gran búho, es algo que se dibuja aproximadamente así:

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 La m significará más de una cosa, y en particular que no podemos, tanto en esta letra como en la lengua hebraica, cuando no tenemos la adjunción de los puntos vocales, cuando no estamos muy fijados sobre los soportes vocálicos, no sabemos  exactamente cómo se completa esa m, pero sabemos en todo caso ampliamente lo suficiente de acuerdo a lo que podemos reconstruir de la sintaxis, para saber que esa m puede también representar una cierta función que es aproximadamente una función introductoria del tipo: «Vean», una función de fijación atencional, si se puede decir, un: «Hé aquí», o aún en otros casos, donde muy probablemente debía distinguirse por su apoyo vocálico, representar una de las fuerzas, no de la negación, sino de algo que es necesario precisar con mayor énfasis, del verbo negativo, de algo que aisla la negación bajo una forma verbal, bajo una forma conjugable, bajo una forma no simplemente «no» («ne»), sino de algo como se dice que no («non»). Abreviando, es un tiempo particular de un verbo que conocemos, que es ciertamente negativo, o aún más exactamente una forma particular en dos verbos negativos: el verbo «immi» por una parte, que parece querer decir «no ser», y el verbo «gehom» por otra parte, que indicaría más precisamente la no existencia efectiva.

Es decirles a este respecto e introduciendo de una manera anticipada la función, que no es por azar que aquello ante lo que nos encontramos, avanzando en esta vía, es la relación que aquí se encarna, se manifiesta enseguida, de la coalescencia más primitiva del significante con algo que enseguida plantea la cuestión de lo que es la negación, de lo cual está más cerca. La negación es acaso simplemente una connotación que por lo tanto entonces se propone como cuestión del momento o por relación a la existencia, al ejercicio, a la constitución de una cadena significante donde introduce una suerte de índice, de sigla sobreagregada de palabras virtuales, como uno se expresa, que debería entonces ser siempre concebida como una especie de invención segunda, sostenida por las necesidades de utilización de algo que se sitúa a diversos niveles. No está allí, a nivel de la respuesta lo que es puesto en cuestión por la interrogación significante; es acaso a nivel de la respuesta que ese «no es que» («n’ est-ce») parece manifestarse en el lenguaje como la posibilidad de la emisión pura de la negación «no» («non»), es acaso, por otra parte, en la marca de las relaciones que la negación se impone, es sugerida por la necesidad de la disyunción: tal cosa no es, si tal otra es, ¿se podría estar con tal otra?. Brevemente, el instrumento de la negación —lo sabemos, ciertamente no menos que otros— pero sí en lo que a la génesis del lenguaje se refiere, estamos reducidos a hacer del significante algo que debe poco a poco elaborarse a partir del signo emocional: el problema de la negación es algo que se plantea propiamente como el de un salto, incluso un impasse.

Si hacer del significante otra cosa, algo cuya génesis es problemática, nos lleva al nivel de una interrogación sobre una cierta relación existencial, que como tal ya se sitúa en una referencia de negatividad, el modo bajo el cual la negación aparece, bajo el cual el significante de una negatividad efectiva es vivido, puede surgir, es algo que toma otro interés, y no es desde entonces por casualidad, sin ser de la naturaleza de esclarecernos cuando vemos que desde las primeras problemáticas, la estructuración del lenguaje se identifica, si se puede decir, a la localización de la primera conjugación de una emisión vocal con un signo como tal, es decir, con algo que ya se refiere a una primera manipulación del objeto; la habíamos llamado significadora cuando tratamos de definir la génesis del trazo, que es lo que hay de más destruído, de más borrado de un objeto. Si es del objeto que el trazo surge, es algo del objeto que el trazo retiene: justamente su unicidad. El borramiento, la destrucción absoluta de todas esas emergencias, de estos otros prolongamientos, de todos estos otros apéndices, de todo lo que puede haber de ramificado, de palpitante, y bien, esa relación del objeto con el nacimiento de algo que se llama aquí el signo, en tanto nos interesa en el nacimiento del significante, es exactamente en torno a lo cual nos hemos detenido, y alrededor de lo cual no sin promesas hemos hecho, si se puede decir, un descubrimiento, pues creo se trata de uno. Esta indicación de que hay, digamos, en un tiempo, tiempo situable, históricamente definido, un momento donde algo está allí para ser leído, leído con el lenguaje cuando aún no hay escritura, es por la inversión de esa relación, y de esta relación de lectura del signo que puede nacer a continuación la escritura en la medida en que ella puede servir para connotar la fonematización.

Pero aparece a este nivel que justamente el nombre propio, en tanto especifica como tal el enraízamiento del sujeto, está más especialmente ligado que ningún otro, no a la fonematización como tal, a la estructura del lenguaje, sino a lo que ya en el lenguaje está listo, si se puede decir, para recibir esta información del trazo.

Si el nombre propio lleva incluso hasta para nosotros, y en nuestro uso, la huella bajo esta forma que de un lenguaje a otro no se traduce, puesto que se transpone simplemente, se transfiere, y está allí justamente su carácterísitica: me llamo Lacan en todas las lenguas, y ustedes también cada uno por su nombre. No es éste un hecho contingente un hecho de limitación, de impotencia, un hecho de no sentido, ya que por el contrario es aquí que yace, que reside la propiedad tan particular del nombre propio en la significación.

Esto está hecho para hacernos interrogar sobre lo que hay de eso en este punto radical, arcaico, que tenemos necesidad de suponer en el origen del inconsciente, es decir, eso por lo cual en tanto el sujeto habla, no puede sino avanzar siempre más adelante en la cadena, en el desarrollo de los enunciados, pero que dirigiéndose hacia los enunciados, por ese hecho mismo, en la enunciación elide algo que es hablando con propiedad lo que no puede saber, a saber, el nombre de lo que él es en tanto sujeto de la enunciación.

En el acto de la enunciación tenemos esta nominación latente, concebible como  siendo el primer núcleo, como significante de lo que enseguida va a organizarle como cadena giratoria, tal como desde siempre se las he representado por ese centro, ese corazón hablante del sujeto que llamamos «el inconsciente».

Aquí, antes de seguir avanzando, creo deber indicar algo que no es sino la convergencia, la punta de una temática que hemos abordado ya varias veces en este seminario, en muchas observaciones, retomándola en los diversos niveles a los que Freud se vio llevado al abordarla, al representarla, al representar el sistema, primer sistema psíquico tal como tuvo que hacerlo para hacer sentir de alguna manera aquello de lo que se trata: sistema que se articula como inconsciente, preconsciente, consciente.

Varias veces tuve que describir sobre este pizarrón, bajo formas diversamente elaboradas las paradojas que en las formulaciones de Freud a nivel de la Entwurf, por ejemplo, nos confunden.

Me atendré hoy a una topologización tan simple como aquélla que da hacia el final de la Traumdeutung, a saber, la de las capas a través de las cuales pueden producirse franqueamientos, umbrales, irrupciones de un nivel en otro, lo que nos interesa en el más alto grado: el pasaje del inconsciente al preconsciente, por ejemplo, que es en efecto un problema, que es un problema, por otra parte, —lo noto con satisfacción al pasar no es por cierto el menor efecto que puedo esperar del esfuerzo de  rigor al que los llevo, que me impongo yo mismo para ustedes aquí, es lo que aquellos que me escuchan; que me oyen, llevan en sí mismos a un grado susceptible incluso de ir más lejos en la ocasión, y bien, en su tan destacable texto publicado en Les Temps Modernes sobre el tema del Inconsciente, Laplanche y Leclaire, —no distingo por el momento la parte de cada uno en este trabajo, se interrogan sobre la ambigüedad que permanece en la enunciación freudiana concerniente a lo que ocurre cuando podemos hablar del pasaje de algo que estaba en el inconsciente y que va al preconsciente. ¿Es decir que no se trata sino de un cambio de investimento, tal como ellos plantean muy justamente la cuestión, o bien hay doble inscripción? Los autores no disimulan su preferencia por la doble inscripción, así nos lo indican en su texto.

Es ése entonces un problema que el texto deja abierto. Y al que en suma, esto de lo que vamos a ocuparnos, nos permitirá aportar este año quizás algunas respuestas, o algunas precisiones.

Querría de manera introductoria, sugerirles lo siguiente: si debemos considerar que el inconsciente es ese lugar del sujeto donde eso habla, llegamos ahora a abordar este punto en el que podemos decir que algo, sin que el sujeto lo sepa, está profundamente modificado por los efectos de retroacción del significante implicados en la palabra.

Es por lo tanto y por la menor de sus palabras, que el sujeto habla, que no puede hacer sino como siempre, una vez más, nombrarse sin saberlo, sin saber con qué nombre.

¿Acaso no podemos ver, que para situar en sus relaciones al inconsciente y al preconsciente, el límite para nosotros no debe situarse en primer lugar en alguna parte en el interior, como se dice, de un sujeto que no sería simplemente sino el equivalente de lo que se denomina en sentido amplio lo psíquico?

El sujeto del que se trata para nosotros, y sobre todo si intentamos articularlo como sujeto inconsciente, comporta otra constitución de la frontera: lo que atañe al preconsciente, en la medida en que lo que nos interesa en el preconsciente es el lenguaje, el lenguaje tal como efectivamente no solamente lo vemos, lo oímos hablar, sino tal como escande, articula nuestros pensamientos. Todos saben que los pensamientos de los que se trata a nivel del inconsciente, aún si digo que están estructurados en última instancia y a un cierto nivel como un lenguaje, en la medida en que nos interesan, lo primero que tenemos que constatar es que no es fácil hacer expresar esos pensamientos de los que hablamos en el lenguaje común. Se trata de ver que el lenguaje articulado del discurso común, en relación al sujeto del inconsciente, en tanto nos interesa, está afuera, en un «afuera» que reúne en él lo que llamamos nuestros pensamientos íntimos; y ese lenguaje que corre afuera, no de una manera inmaterial, ya que sabemos que toda clase de cosas están allí para representárnoslo, sabemos eso que quizás no sabían las culturas donde todo ocurre en el aliento de la palabra, nosotros que tenemos kilos de lenguaje ante nosotros, y que sabemos además inscribir en discos la palabra más fugitiva.

Sabemos que lo que es hablado, el discurso efectivo, el discurso preconsciente es enteramente homogeneizable como algo que se sostiene afuera: el lenguaje en substancia corre por las calles, y hay allí efectivamente una inscripción sobre una banda magnética cuando es necesario.

El problema de lo que sucede cuando el inconsciente se hace oír es el problema del límite entre ese preconsciente y ese inconsciente.

¿Cómo debemos ver este límite?

Es el problema que por el momento voy a dejar abierto, pero lo que podemos indicar en esta ocasión es que al pasar del inconsciente al preconsciente, lo que se ha constituido en el inconsciente reencuentra un discurso ya existente, si se puede decir, un juego de signos en libertad, no sólo interfiriendo con las cosas de lo real, sino estrechamente, si se puede decir; como un micelyum tejido en su intervalo. ¿Además, no está allí la verdadera razón de lo que puede denominarse la fascinación, el enredo idealista?

En la experiencia filosófica, si el hombre percibe o cree percibir que no hay nunca sino ideas de las cosas, es decir que de las cosas no conoce al fin de cuentas sino las ideas, es justamente porque ya en el mundo de las cosas este empaquetamiento en un universo de discurso es algo que no es para nada desenredable. El preconsciente para decirlo todo está de ahí en más en lo real, y el estatuto del inconsciente si plantea un problema, lo hace en tanto está constituído a otro nivel, en el nivel más radical de la emergencia del acto de enunciación.

No hay en principio objeciones al pasaje de algo de lo inconsciente al preconsciente, lo que tiende a manifestarse, cuyo carácter contradictorio Laplanche y Leclaire han tan bien notado.

El inconsciente como tal tiene su estatuto como algo que por posición y estructura no podría penetrar en el nivel donde es susceptible de una reorganización preconsciente, y por lo tanto, se nos dice, ese inconsciente hace esfuerzo en todo momento, empuja en el sentido de hacerse reconocer; seguramente, y con razón, es que él está en su casa, si se puede decir, en un universo estructurado por el discurso.

Aquí, el pasaje del inconsciente hacia el preconsciente, no es, se puede decir, sino una suerte de efecto de irradiación normal de lo que gira en la constitución del inconsciente como tal, de lo que en el inconsciente mantiene presente el funcionamiento primero y radical de la articulación del sujeto en tanto que sujeto hablante.

Lo que hay que ver, es que el orden que sería el de inconsciente —preconsciente, luego llegaría a la conciencia, no se puede aceptar sin revisión, y se puede decir que de cierta manera, en tanto debemos admitir lo que es preconsciente como definido, como estando en la circulación del mundo, en la circulación real, debemos concebir que lo que ocurre al nivel del preconsciente, es algo que tenemos que leer del mismo modo, bajo la misma estructura, que es la que intentaba hacerles sentir en este punto radical donde algo viene a aportar al lenguaje lo que podría denominarse su última sanción: esta lectura del signo, en el nivel actual de la vida del sujeto constituído, y de un sujeto elaborado por una larga historia de cultura, lo que ocurre para el sujeto es una lectura en el afuera de lo que es ambiente por el hecho de la presencia del lenguaje en lo real, y a nivel de la conciencia, ese nivel que para Freud siempre ha parecido constituir un problema, no ha dejado nunca de indicar que sería seguramente en verdad, el futuro objeto a precisar, a articular más precisamente, en cuanto a su función económica, en el nivel en que nos la describe al comienzo, en el momento en que su pensamiento se despeja, recordemos cómo nos describe esa capa protectora que designa con el término. Es ante todo algo que para él debe compararse con la película de la superficie de los órganos sensoriales, esencialmente con algo que filtra, que cierra, que no retiene sino ese índice de cualidad cuya función podemos mostrar es homóloga a ese índice de realidad que nos permite apenas probar el estado en el que estamos, suficiente para estar seguros de no soñar, si se trata de algo análogo, es verdaderamente lo visible lo que vemos.

Asimismo la conciencia, en relación a lo que constituye el preconsciente y que nos hace ese mundo estrechamente tejido por nuestros pensamientos, es la superficie por dónde eso que constituye el corazón del sujeto, recibe, si puedo decir, desde afuera sus propios pensamientos, su propio discurso.

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La conciencia está allí para que, si se puede decir, el inconsciente más bien rechace lo que le viene del preconsciente, o, elija allí de la manera más estrecha, aquello de lo que tiene necesidad para sus oficios; ¿qué es esto?

Es allí que reencontramos esa paradoja que denominé el entrecruzamiento de las funciones sistémicas en ese primer nivel tan esencial de reconocer en la articulación freudiana: el inconsciente les es representado por él como un flujo, como un mundo, como una cadena  de pensamientos. Sin duda la conciencia también está hecha de la coherencia de las percepciones. El  test de realidad es la articulación de las percepciones entre sí en un mundo ..

Inversamente, lo que encontramos en el inconsciente es esta repetición significativa que nos lleva de algo que se denominan los pensamientos, Gedänken, —muy bien formados, nos dice Freud—, a una concatenación de pensamientos que nos escapa a nosotros mismos.

Ahora bien, ¿qué es lo que Freud mismo va a decirnos? Que lo que busca el sujeto a nivel de uno u otro de los sistemas, que a nivel del preconsciente lo que buscamos es, hablando con propiedad, la identidad de pensamiento, es lo que ha sido elaborado por todo este capítulo de la filosofía; el esfuerzo de nuestra organización del mundo, el esfuerzo lógico, es, hablando con propiedad reducir lo diverso a lo idéntico, identificar pensamiento con pensamiento, proposición con proposición, en relaciones diversamente articuladas que forman la trama precisa de lo que se llama lógica formal, lo que plantea para aquél que considere de un modo extremadamente ideal el edificio de la ciencia, como pudiendo o debiendo estar incluso virtualmente ya acabada, lo que plantea el problema de saber si efectivamente toda ciencia del saber, toda aprehensión del mundo de manera articulada y ordenada, no debe conducir sino a una tautología.

No por nada me han oído ustedes evocar en repetidas oportunidades el problema de la tautología y no podríamos de ningún modo terminar este año nuestro discurso sin aportar allí un juicio definitivo.

El mundo, pues, ese mundo cuya función de realidad está ligada a la función perceptiva, es, no obstante, aquélla en torno de lo cual no progresamos en nuestro saber sino por la vía de la identidad de pensamiento. Esto no es para nosotros una paradoja, lo que sí es paradójico es leer en el texto de Freud que lo que busca el inconsciente, lo que quiere, lo que constituye la raíz de su funcionamiento, de su puesta en juego, es la identidad de percepción, es decir que esto no tendría literalmente ningún sentido si aquello de lo que se trata no fuera más que esto: que la relación del inconsciente con lo que busca en su modo propio de retorno es justamente eso que una vez percibido es lo idénticamente idéntico, si se puede decir, lo percibido de esa vez, esta sortija que pasó al dedo con la marca de esa vez, y es esto justamente lo que faltará siempre: es que en toda especie de otra reaparición de lo que responde al significante original, en el punto donde está la marca que  el sujeto ha recibido de lo que sea que esté en el origen de la Urverdrängt, faltará siempre a lo que fuera que venga a representarla, esa marca que es la marca única del surgimiento original de un significante original que se presentó una vez en el momento en el que el punto, el algo de la Urverdrängt en cuestión, paso a la existencia inconsciente, a la insistencia en este orden interno que es el inconsciente, entre, por una parte lo que recibe del mundo exterior donde tiene cosas para ligar, por el hecho de que al ligarlas bajo una forma significante, no puede recibirlas sino en su diferencia, y es por esto que no puede de ninguna manera satisfacerse por esta búsqueda de la identidad perceptiva si es esto mismo lo que lo especifica como inconsciente.

Esto nos da la tríada: consciente —inconsciente— preconsciente, en un orden ligeramente modificado de una cierta manera que justifica la fórmula que traté ya una vez de darles del inconsciente diciéndoles que estaba entre percepción y conciencia, como se dice, entre cuero y carne.

Esto es algo que, una vez planteado, nos indica referirnos a ese punto del que partí formulando las cosas a partir de la experiencia filosófica de la búsqueda del sujeto, tal como existe en Descartes en tanto es estrictamente diferente de todo lo que ha podido hacerse en cualquier otro momento de la reflexión filosófica, en la medida en que es el sujeto mismo quién es interrogado, que busca serlo como tal: el sujeto en tanto está en juego allá toda la verdad a su respecto, que eso que es allí interrogado, no es lo real y la apariencia, la relación de lo que existe y lo que no existe, de lo que permanece y lo que huye, sino de saber si uno puede fiarse del Otro, si lo que el sujeto recibe del exterior es un signo confiable. El «pienso luego soy», lo he triturado de manera suficiente ante ustedes, como para que puedan ver ahora más o menos, como se plantea este problema. Ese «yo pienso» del cual hemos dicho que es un no-sentido —y es lo que le otorga su valor—, no tiene en verdad más sentido que el «yo miento», pero no puede a partir de su articulación sino percibirse a sí mismo como ‘»luego soy»; esa no es la consecuencia que extrae, sino que no puede más que pensar a partir del momento en que verdaderamente comienza a pensar, es decir, que es en tanto ese «yo pienso» imposible pasa a algo que es del orden del preconsciente, que implica como significado y no como consecuencia, como determinación ontológica, que implica como significado que este «yo pienso» reenvía a un «yo soy» que en lo sucesivo no es más que la x de ese sujeto que buscamos, a saber, de eso que hay al comienzo para que pueda producirse la identificación de ese «yo pienso». Observen que esto continúa y así sigue.

Si «yo pienso que pienso que soy» —no estoy ironizando—: si «yo pienso que no puedo hacer más que ser un pienso en ser o un ser pensante», el «yo pienso» que está aquí en el denominador ve muy fácilmente reproducirse la misma duplicidad, a saber que no puedo hacer sino percibirme más que pensando que pienso, ese «yo pienso» que está en el extremo de mi pensamiento, sobre mi pensamiento, es el mismo un «yo pienso» que reproduce el «pienso, luego soy». ¿Es así ad infinitum? no: es también uno de los tipos más comunes de ejercicio filosófico, cuando se comenzó a establecer una tal fórmula, a aplicar que lo que se ha podido retener allí como experiencia efectiva es de alguna manera indefinidamente multiplicable, como en un juego de espejos.

yo pienso 

yo soy

yo soy     – yo pienso

yo soy        – yo pienso

yo soy        -yo pienso

Hay un pequeño ejercicio al cual me dediqué en un tiempo —mi pequeño sofisma personal— el de la aserción de certidumbre anticipada, a propósito del juego de discos, donde es por referencia a lo que los otros dos hacen que un sujeto debe deducir la marca par o impar, con la que él mismo está marcado en su propia espalda, es decir, algo muy cercano a lo que aquí se plantea.

Es fácil ver en la articulación de ese juego, que lejos de la vacilación que es posible en efecto ver producirse, porque si veo a los otros decidir demasiado pronto con la misma decisión que quiero tomar, a saber que, como ellos, estoy marcado con un disco del mismo color, si los veo extraer demasiado pronto sus conclusiones, extraeré justamente la conclusión, —puedo en la ocasión ver surgir en mí cierta vacilación, a saber que si ellos vieron tan rápido lo que eran, es que yo mismo soy lo bastante distinto de ellos como para situarme, pues con toda lógica deben hacer la misma reflexión los veremos también vacilar y decirse: miremos allí dos veces; es decir que los tres sujetos en cuestión tendrán juntos la misma vacilación, y se demuestra fácilmente que efectivamente es al cabo de tres oscilaciones vacilantes que podrán verdaderamente tener y tendrán ciertamente y de algún modo en forma plena, ilustrada por la escanción de su vacilación, las limitaciones de todas las posibilidades contradictorias.

Hay algo análogo aquí: no es indefinidamente que se pueden incluir todos los «pienso luego soy» en un «yo pienso». ¿Dónde está el límite? Es lo que no podemos enseguida decir y saber tan fácilmente. Pero lo que planteo, o más exactamente, lo que voy a pedirles seguir, porque por supuesto ustedes quizás van a ser sorprendidos, pero en lo que sigue verán venir aquí a adjuntarse, lo que puede modificar, quiero decir, volver operante ulteriormente lo que en un primer examen no pareció sino una especie de juego, como se dice, de recreación matemática.

Si vemos que algo en la aprehensión cartesiana seguramente termina en su enunciación en niveles diferentes, —puesto que también hay algo que no puede ir más lejos que lo que está inscripto aquí, y es necesario que haga intervenir algo que proviene no de la pura elaboración— «¿sobre qué puedo fundarme? ¿qué es confiable?», va a ser llevado como todo el mundo a intentar arreglárselas con lo que se vive, pero en la identificación que es la que se hace al rasgo unario ¿no hay allí lo suficiente para soportar este punto impensable e imposible del «yo pienso», al menos bajo su forma de diferencia radical?

Si es por uno que figuramos este «yo pienso», se los repito, en tanto no nos interesa sino en la medida en que está relaciónado con lo que ocurre en el origen de la nominación, en tanto es esto lo que atañe al nacimiento del sujeto, el sujeto es lo que se nombra. Si nombrar es en principio algo que se vincula con una lectura del rasgo uno que designa la diferencia absoluta, podemos preguntarnos cómo cifraría la suerte de «yo soy» que aquí se constituye de manera retroactiva simplemente por reproyección de lo que se constituye como significado de «yo pienso», a saber, lo mismo, lo desconocido de lo que está en el origen bajo la forma del sujeto. Si el 1 que aquí indico con la forma definitiva que voy a dejarle es algo que se supone aquí en una problemática total, a saber que es tanto más verdad como que no es, ya que aquí no es sino pensar en pensar, es por lo tanto, correlativo, indispensable, y es esto lo que da fuerza al argumento cartesiano de toda aprehensión de un pensamiento desde el momento en que se encadena —esta vía le es abierta hacia un cogitatum de algo que se articula «cogito ergo sum».

Salteo hoy los pasos intermedios, porque ustedes verán en lo que sigue de dónde vienen, y después de todo en el punto en que estoy, ha sido necesario que pase por allí. Hay algo que es a la vez paradójico -¿por que no decir divertido?- pero, repito: si esto tiene algún interés, lo tiene por lo que puede tener de operante tal fórmula en matemáticas es lo que se llama una serie:

            i  –   _ 1_          

                    i – 1_ 

                     i – 1_

                         i – 1

les adelanto lo que puede enseguida para todos los que tienen una práctica en matemáticas, plantearse como pregunta: si es una serie, ¿es una serie convergente? ¿esto qué quiere decir? Quiere decir que si en lugar de tener una i minúscula tuvieran una I mayúscula por todas partes, un esfuerzo de formalización les permitiría enseguida ver que esta serie es convergente, es decir, que si mi recuerdo es bueno, es igual a algo así como:

-I + (Raíz cuadrada) de 5

Lo importante es que esto quiere decir que si efectúan las operaciones de que se trata:

 1 + 1 = 2

 1 + 1/2 = 1 1/2

= 5/3 etc …

Tendrán pues los valores que si los refieren, tomarán aproximadamente esta forma hasta converger sobre un valor constante que se llama un límite: .

i  +  _ 1_          

       _i + 1_ 

         _i + 1_

           i + 1

Encontrar una fórmula convergente en la fórmula precedente nos interesaría tanto menos cuanto que el sujeto es una función que tiende a una perfecta estabilidad, pero lo interesante, y es allí que doy un salto, porque —para mostrar lo esencial, no veo otro modo que comenzar por proyectar la tarea y volver luego a lo esencial- tomen i, haciéndome confianza, con el valor que tiene exactamente en la teoría de los números, donde se lo denomina imaginario, esto no es una homonimia que por sí sola me parezca aquí justificar esta extrapolación metódica, este pequeño momento de salto y de confianza que les pido hacer   —este valor imaginario es éste:  raíz cuadrada de -1

Ustedes saben de todos modos bastante de aritmética elemental, como para saber que raíz de menos uno no es ningún número real: no hay ningún número negativo, por ejemplo, que pueda de algún modo cumplir la función de ser la raíz de un número cualquiera cuyo factor sea raíz de menos uno.

¿Por qué?

Porque para ser la raíz cuadrada de un número negativo, esto quiere decir que elevado al cuadrado esto da un número negativo. Pero ningún número elevado al cuadrado puede dar un número negativo, ya que todo número negativo elevado al cuadrado se vuelve positivo. Es por lo que raíz cuadrada de menos 1 no es sino un algoritmo, pero sirve. Si ustedes definen como número complejo a todo número compuesto de un número real al cual se agrega un número imaginario, es decir, un número que no puede de ninguna manera adicionarse a él, ya que no es un número real, hecho del producto de raíz cuadrada de menos 1 b, si definen a esto como número complejo, podrán hacer con ese número y con el mismo éxito, todas las operaciones que pueden hacer con números reales  y cuando se hayan lanzado en esta vía, no sólo habrán tenido la satisfacción de percibir que eso marcha, sino que les permitirá hacer descubrimientos, es decir, percibir que los números así constituidos tienen un valor que les permite particularmente operar de manera puramente numérica con lo que se llaman vectores, es decir, con magnitudes que estarán no solamente provistas de un valor diversamente representable por una longitud, sino que además gracias a los números complejos, podrán implicar en vuestra connotación, no sólo la mencionada magnitud, sino su dirección, y sobre toda, el ángulo que forma con tal otra magnitud, de manera tal que Raíz cuadrada de -1 que no es un número real, demuestra tener desde el punto de vista operatorio una potencia singularmente más impresionante, si se puede decir, que todo aquello de lo que ustedes han  dispuesto hasta ahí, limitándose a la serie de números reales.

Esto para introducirlos en lo que es esa pequeña i. Y entonces si suponemos que lo que buscamos connotar aquí de una manera numérica es algo sobre lo que podemos operar, dándole este valor convencional: raíz cuadrada de-1 , qué quiere decir esto? Que del mismo modo en que nos hemos esforzado en elaborar la función de la unidad como función de la diferencia radical en la determinación de ese centro ideal del sujeto que se llama ideal del yo, así mismo en lo que sigue, y por una buena razón, es que lo identificaremos a lo que hemos introducido hasta qué en nuestra connotación personal como j? es decir, la función imaginaria del falo, vamos a intentar extraer de esta connotación, raíz cuadrada de-1 todo lo que puede servirnos de una manera operatoria; pero, mientras tanto, la utilidad de su introducción a este nivel se ilustra así: es que si buscan lo que produce, esta función raíz de menos uno más uno sobre raíz de menos uno más, etc. en otros términos, es raíz cuadrada de-1 lo que esta allí por todos lados donde habían visto i, ven aparecer una función que no es una función convergente, sino que es una función periódica :

raíz cuadrada de -1 + _______1___________

                                        raíz cuadrada de –1     + ____________1_____

                                                                                    raíz cuadrada de-1   +1

que es fácilmente calculable, es un valor que se renueva, si se puede decir, cada tres tiempos en la serie.

La serie se define así: i + 1, primer término de la serie;

i + 1                                                                                                   

1+ i , segundo término de la serie, y tercer término 1.

Ustedes reencontrarán periódicamente, es decir, cada tres veces en la serie, este mismo valor, esos mismos tres valores que les voy a dar:

El primero es i+1, es decir, él punto de enigma en el que nos encontramos al preguntarnos que valor podríamos dar a i para connotar al sujeto en tanto que sujeto antes de toda nominación, problema que nos interesa.

El segundo valor que van a encontrar, a saber i + 1

                                                                           i+ 1 es estrictamente igual a

(i + 1)

2 , y esto es bastante interesante, pues la primer cosa que encontramos es esto: que la relación esencial de ese algo que buscamos como siendo el sujeto antes que se nombre, con el uso que puede hacer de su nombre simplemente por ser el significante de lo que hay a significar, es decir, de la cuestión del significado justamente de esta adición de él mismo a su propio nombre, es inmediatamente dividirlo en dos, hacer que no quede sino una mitad de, literalmente (i + 1)
2
de lo que había en presencia. Como pueden ver, mis palabras no están preparadas, pero están sin embargo bien calculadas, y estas cosas son de todas maneras el fruto de una elaboración que rehice por 36 puertas de entrada asegurándome por un cierto número de controles, teniendo en lo que sigue un cierto número de indicadores.

El tercer valor, es decir, cuando detienen allí el término de la serie, será 1 simplemente, lo que puede tener para nosotros, bien mirado, el valor de una suerte de confirmación de cierre, quiero decir, que si es en el tercer tiempo, cosa curiosa, tiempo hacia el cual, ninguna meditación filosófica nos ha llevado especialmente a deternernos, es decir, en el tiempo del «yo pienso», en tanto que es también objeto del pensamiento y que se toma como objeto, es en ese momento que creemos llegar a alcanzar esta famosa unidad cuyo carácter satisfactorio para definir lo que sea, no es seguramente dudoso, pero del cual podemos preguntarnos si se trata de la misma unidad de la que se trataba al principio, a saber, en la identificación primordial y desencadenante. Al menos es necesario que deje por hoy abierta la cuestión.