Seminario 9: Clase 8, del 17 de Enero de 1962

Por paradójica que pueda parecer en un primer examen la simbolización con la que terminé mi discurso la vez pasada, al hacer del símbolo matemático raíz de menos uno el soporte del sujeto, no pienso que todo allí pueda resultarles una sorpresa. Quiero decir que si se recuerda el recorrido cartesiano en sí mismo, no se puede olvidar aquélla a lo cual esta reflexión conduce a su autor. Helo allí, lanzado con paso seguro hacia la verdad, más aún esta verdad no está en absoluto ni en él ni en nosotros, puesta entre el paréntesis de una dimensión que la distinga de la realidad; esa verdad sobre la cual Descartes avanza con paso conquistador, es de la cosa que se trata, ¿y esto a qué nos lleva? A vaciar el mundo hasta no dejar sino ese vacío que se denomina la extensión. ¿Cómo es esto posible? Ustedes saben que él elige como ejemplo derretir un bloque de cera. ¿Es por casualidad que elige esta materia, o acaso se ve llevado a ello porque es la materia ideal para recibir el sello, la firma divina?

Sin embargo, luego de esta operación casi alquímica que prosigue ante nosotros, la hará desvanecer, reducirse a no ser más que la extensión pura, nada que pueda imprimirse. Si justamente en su reflexión no hay más relación entre el significante y ninguna huella natural, si me puedo expresar así, particularmente ninguna huella natural por excelencia que constituya lo imaginario del cuerpo, lo que no significa justamente que ese imaginario pueda ser radicalmente deshechado. Pero está separado del juego del significante. Es lo que es: efecto del cuerpo, y como tal recusado como testigo de alguna verdad. Nada que hacer más que vivir de eso, de esa imaginaria teoría de las pasiones, pero sobre todo no pensar con ello: el hombre piensa con un discurso reducido a las evidencias de lo que se llama la luz natural, es decir, un grupo logístico que desde entonces habría podido ser otro, si Dios lo hubiera querido (teoría de las pasiones).

Lo que Descartes no puede aún percibir, es que podemos quererlo en su lugar, es que ciento cincuenta años después de su muerte nace la teoría de los conjuntos -teoría que lo habría colmado- incluso las cifras 1 y 0 no son sino el objeto de una definición literal, de una definición axiomática puramente formal, elemento neutro. Hubiera podido hacer la economía del Dios verídico, no pudiendo ser el dios engañador sino aquél que hace trampa en la resolución de las ecuaciones mismas. Pero nunca nadie vio esto: no hay milagro de la combinatoria, sino es el sentido que nosotros le damos; es ya sospechoso que le demos un sentido; es por lo que el Verbo existe, pero no el Dios de Descartes. Para que el Dios de Descartes exista, sería necesario que tuviéramos un pequeño comienzo de prueba de su voluntad creadora en el dominio de las matemáticas. Sin embargo, no es él quien ha inventado el transfinito, el quantum, somos nosotros. Es por eso que la historia testimonia que los grandes matemáticos que han abierto ese más allá de la lógica divina, Euler en primer lugar, tuvieron tanto miedo; ellos sabían lo que hacían, encontraban no el vacío de la extensión de la reflexión cartesiana, que finalmente, a pesar de Pascal no da miedo a nadie, porque uno se anima a ir a habitarlo, cada vez más lejos, sino el vacío del Otro, lugar infinitamente más temible, pues es necesario alguien allí.

Es por lo que ciñendo de más cerca la cuestión del sentido del sujeto tal como es evocado en la meditación cartesiana, no creo hacer nada —incluso si me embarco en un dominio tantas veces recorrido que termina por parecer que se vuelve reservado para algunos— no creo hacer algo respecto de lo cual él pueda desinteresarse incluso en tanto que la cuestión es actual, más actual que ninguna, y más actualizada aún —creo poder mostrárselos— en el psicoanálisis que en ningún otro lado.

Aquello hacia lo cual voy hoy a llevarlos es a una consideración no del origen sino de la posición del sujeto, en la medida que en la raíz del acto de la palabra hay algo, un momento donde ella se inserta en una estructura de lenguaje, y que esta estructura de lenguaje en tanto carácterizada en este punto original, trato de circunscribirla, de definirla en torno a una temática que de manera ilustrada se encarne, esté comprendida en la idea de una contemporaneidad original de la escritura y del lenguaje, y que la escritura es connotación significante, que la palabra no la crea tanto como la liga, que la génesis del significante a un cierto nivel de lo real que es uno de sus ejes o raíces, es sin duda para nosotros lo principal para connotar la aparición de los efectos llamados efectos de sentido.

En esta relación primera del sujeto, en lo que proyecta ante él, nachträglich por el sólo hecho de comprometerse por su palabra, primero balbuciente, después lúdica, incluso confesional en el discurso común, lo que proyecta hacia atrás de su acto, es allá que se produce ese algo hacia lo cual tenemos el coraje de ir para interrogarla en nombre de la fórmula: «Wo es war soll Ich werden», que nos gustaría empujar hacia una fórmula apenas diferentemente acentuada en el sentido de un siendo habiendo sido, de un Gewesen que subsiste en la medida en que el sujeto al avanzar no puede ignorar que es necesario un trabajo de profunda reversión de su posición para que pueda aprehenderse. Ya ahí, algo nos dirige hacia algo que es muy controvertido, nos sugiere la observación de que por sí sola, en su existencia, la negación no deja de encubrir desde siempre una cuestión. ¿Qué es lo que ella supone? ¿Supone la afirmación sobre la cual se apoya? Sin duda, pero esta afirmación: ¿es solamente la afirmación de algo de lo real que sería simplemente apartado? No es sin sorpresa, ni tampoco sin malicia que podemos encontrar bajo la pluma de Bergson algunas líneas por las cuales se eleva contra toda idea de nada, posición conforme a un pensamiento ligado en su fondo a una especie de realismo ingenuo.

«Hay más y no menos en la idea de un objeto concebido como no existente que en la idea de ese mismo objeto concebido como existente, pues la idea del objeto no existente es necesariamente la idea del objeto existente con, además, la representación de una exclusión de este objeto por la realidad actual tomada en bloque».

¿Podemos contentarnos con situarlo así? Por un momento llevemos nuestra atención hacia la negación misma. ¿Podemos así contentarnos con situar sus efectos en una simple experiencia de su empleo? Llevarlos a este lugar por todos los caminos de una indagación lingüística, es algo de lo que no podemos privarnos. Por lo demás, hemos ya avanzado en ese sentido, y si ustedes lo recuerdan, se ha hecho alusión aquí desde hace tiempo a las observaciones ciertamente muy sugestivas sino esclarecedoras, de Pichon o de Damourette, en su colaboración para una gramática muy rica y muy fecunda, a considerar, gramática especialmente de la lengua francesa en la cual sus observaciones vienen a puntualizar que no hay -dicen ellos-, hablando con propiedad, negación en francés. Oyen decir que esta fórmula simplificada en su sentido de ablación radical, tal como ella se expresa en la caída de ciertas frases alemánas, entiendo caída porque es el término nicht que al venir de una manera sorpresiva a la conclusión de una frase proseguida en registro permite al auditor permanecer hasta su término en la más perfecta indeterminación y profundamente en una posición de creencia; por ese nicht que la tacha, toda la significación de la frase se encuentra excluida del campo de admisibilidad de la verdad.

Pichon señala, no sin pertinencia, que la división, la esquizo más común en francés, de la negación entre un «ne» por un lado, y un término auxiliar, el «pas», «personne», («nadie»), «rien» («nada»), «point» («no»), «mie» («más»),»goutte» («nada»), que ocupan una posición en la frase enunciativa qué queda por precisar por relación al «ne» mencionado al principio, esto les sugiere particularmente al observar de cerca el uso separado que puede hacerse de él, atribuir a una de esas funciones una significación llamada discordancial, y a la otra, una significación exclusiva.

Es justamente de la exclusión de lo real que estaría encargado el «pas», el «point», mientras que el «ne» expresaría esta discordancia a veces tan sutíl que no es más que una sombra y particularmente en ese famoso «ne» que ustedes saben que he tenido muy en cuenta al intentar por primera vez justamente demostrar ahí algo como la huella del sujeto del inconsciente, el «ne» llamado expletivo. El «ne» de ese «je crains qu’il ne vienne» («temo que venga»), ustedes perciben que no quiere decir otra cosa que «j’esperais qu’il vienne» («ojalá que venga»), expresa la discordancia de vuestros propios sentimientos respecto de esta persona y vehiculiza de alguna manera la huella tanto más sugestiva por estar encarnada en su significante, ya que lo llamamos en psicoanálisis ambivalencia: «je crains qu’il ne vienne», no es tanto expresar la ambigüedad de nuestros sentimientos como mostrar cómo, por esta sobrecarga en un cierto tipo de relaciones, es capaz de resurgir, de emerger, de reproducirse, de marcarse en una apertura, esta distinción del sujeto del acto de la enunciación en tanto tal, por relación al sujeto del enunciado. Incluso si no está presente a nivel del enunciado de un modo que lo designe. «Je crains qu’il ne vienne» es un tercero; si se hubiera dicho «je crains que je ne fasse» («temo que yo haga»), —lo que casi no se dice aún cuando es concebible—, estaría al nivel del enunciado; sin embargo poco importa que sea designable— ustedes ven por otra parte que puedo hacerlo volver a entrar- a nivel del enunciado; y un sujeto encubierto o no a nivel de la enunciación, representado o no, nos conduce a plantearnos la cuestión de la función del sujeto, de su forma , de lo que él soporta, y a no engañarnos, a no creer que es simplemente el «je» que, en la formulación del enunciado lo designa como aquél que, en el instante que define el presente, porta la palabra.

El sujeto de la enunciación tiene tal vez siempre otro soporte. Lo que acabo de articular es que ese pequeño «ne», aquí aprehensible bajo la forma expletiva, es ahí que debemos reconocer, hablando propiamente en un caso ejemplar, el soporte, lo que no quiere decir, seguramente, tampoco que en ese fenómeno de excepción debamos reconocer su soporte exclusivo.

El uso de la lengua va a permitirme acentuar ante ustedes de una manera muy banal, no tanto la distinción de Pichon —en verdad no la creo sostenible hasta su término descriptivo—; fenomenológicamente descansa sobre la idea inadmisible para nosotros, de que se puede de alguna manera fragmentar los movimientos del pensamiento. Sin embargo, ustedes tienen esta conciencia lingüística que les permite inmediatamente apreciar la originalidad del caso en el que ustedes tienen solamente, donde sólo pueden en el uso actual de la lengua —esto no siempre ha sido así: en los tiempos arcaicos, la forma que voy a formular ahora era la más común; en todas las lenguas una evolución se marca como por un deslizamiento que los lingüistas intentan carácterizar por las formas de la negación. El sentido en el cual este deslizamiento se ejerce —daré tal vez enseguida la línea general, pero por el momento tomemos el simple ejemplo de lo que se ofrece a nosotros muy simplemente— en la distinción entre dos fórmulas igualmente admisibles, igualmente recibidas, igualmente expresivas, igualmente comunes: la del «je ne sais» con el «je sais pas». Ustedes ven, pienso enseguida en cual es la diferencia, diferencia de acento. Ese «je ne sais» no deja de tener algún manierismo, es literario, es un poco mejor sin embargo que «jeunes nations», pero es del mismo orden. Son los dos Marivaux sino rivales (rivaux).

Ese «je ne sais», lo que él expresa, es en esencia algo absolutamente diferente del otro código de expresión de aquél del «j’sais pas»: expresa la oscilación, las vacilaciones, incluso la duda. No es por nada que evoqué a Marivaux: es la forma ordinaria sobre la escena donde pueden formularse las confesiones veladas. Al lado de ese «je ne sais» había que divertirse ortografiando, con la ambigüedad dada por mi juego de palabras, el «j’sais pas» por la asimilación que sufre por el hecho de la vecindad de la s inaugural del verbo, la i del je que se vuelve una che aspirada, que es por allí una silbante sorda. El «ne» aquí tragado , desaparece: toda la frase viene a descansar sobre el «pas» pesado de la oclusiva que la determina. La expresión no tomará su énfasis de acentuación un poco irrisorio, incluso populachero en la ocasión, justamente sino de su discordancia con lo que había expresado antes. El «j’sais pas» marca, si puedo decir, el golpe de algo donde al contrario, el sujeto sufre un colapso, se aplasta.

«¿Cómo pasó»?, pregunta la autoridad después de alguna triste desventura al responsable: «no sé» («j’sais pas»). Es un agujero, una abertura que se abre en el fondo de la cual el mismo sujeto desaparece, es tragado, pero no aparece aquí más en su movimiento oscilatorio, en el soporte que le ha sido dado en su movimiento original. Sino al contrario, bajo una forma de constatación de su ignorancia, hablando con propiedad, expresada, asumida, proyectada, constatada, es algo que se presenta como un no ser allí, como proyectado sobre una superficie, sobre un plano donde es como tal reconocible.

Y lo que aproximamos por esta vía, en esos señalamientos controlables de mil maneras, Por todo tipo de otros ejemplos, es algo de lo que debemos retener como mínimo la idea de una doble vertiente. ¿Esa doble vertiente es verdaderamente de oposición, como Pichon lo da a entender, en cuanto al aparato mismo, es que un examen más profundo puede permitirnos resolverlo?.

Observemos en primer lugar que el «ne» de esos dos términos parece sufrir allí la atracción de lo que se puede denominar el grupo de cabeza de la frase, en la medida en que es aprehendido, soportado, por la forma pronominal: ese pelotón de cabeza en francés, es llamativo en las fórmulas que lo acumulan, tales como «je ne le» («yo no lo»), «je le lui» («yo le»), lo que agrupado antes del verbo no deja de reflejar ciertamente una profunda necesidad estructural: que el «ne» venga ahí a agregarse, diría que no está ahí lo que nos parece más destacable. Lo que nos parece más llamativo es esto: es que al venir a agregarse ahí, acentúa lo que llamaré la significación subjetiva.

Observen en efecto que no es una casualidad si es a nivel de un «je ne sais», de un «je ne puis» («no puedo») , de una cierta categoría que es la de los verbos donde se sitúa, se inscribe la posición subjetiva misma como tal, que encontré mi ejemplo de empleo aislado del «ne». Hay en efecto todo un registro de verbos cuyo uso es apropiado para hacernos observar que su función cambia profundamente al ser empleados en la primera o la segunda o la tercer persona. Si digo «je crois qu’il va pleuvoir» («creo que va a llover»), esto no distingue de mi enunciación que va a llover, un acto de creencia. «Creo que va a llover» connota simplemente el carácter contingente de mi previsión. Observen que las cosas se modifican cuando paso a las otras personas: «tu crois qu’il va pleuvoir», («crees que va a llover»), apela mucho más a otra cosa: aquél a quién me dirijo, apelo a su testimonio. «Il croit qu’il va pleuvoir» («él cree que va a llover»), da cada vez más peso a la adhesión del sujeto a su creencia. La introducción del «ne» será siempre fácil cuando viene a adjuntarse a esos tres soportes pronominales de ese verbo que tiene aquí función variada: en el inicio del matiz enunciativo, hasta el enunciado de una posición del sujeto; el peso de «ne» será siempre para llevarlo hacia el matiz enunciativo.

«Je ne crois pas qu’ il va pleuvoir» («no creo que vaya a llover») está aún más ligado al carácter de sugestión disposicional que es el mío. Esto puede no tener absolutamente nada que ver con una no-creencia, sino simplemente con mi buen humor.

«Je ne crois pas qu’ il va pleuvoir», «je ne crois pas qu’ il pleuve» («no creo que llueva»), lo que quiere decir que las cosas no parecen presentarse demasiado mal.

Asimismo, al adjuntar a las dos otras formulaciones, lo que por otra parte va a distinguir otras dos personas, el «ne» tenderá a «yo-izar» («je-iser») aquello de lo que en las otras fórmulas se trata. «Tu ne crois pas qu’ il va pleuvoir», «il ne croit pas qu’ il doive pleuvoir» («no cree que tenga que llover»). Es en tanto que están atraídos hace el «je» que estarán, por el hecho de la adjunción de esta particulita negativa, introducidos en el primer miembro de la frase.

¿Quiere esto decir que frente a esto, debamos hacer del «pas» algo que brutalmente connota el puro y simple hecho de la privación? Sería seguramente la tendencia del análisis de Pichon, en la medida en que, en efecto, logra agrupar los ejemplos para dar todas las apariencias. De hecho, no lo creo por razones que se sustentan en principio en el origen mismo de los significantes en juego. Seguramente, tenemos la génesis histórica de su forma de introducción en el uso. Originalmente, «je n’ y vais pas» («no voy»), puede acentuarse con una coma: «je n’ y vais pas, pas», si puedo decir; «je n’ y vais, point»: ni siquiera con un punto; «je n’ y trouve goutte» («no encuentro nada») «il n’en reste, mie» («no queda nada»); se trata de algo que, lejos; de ser en su origen la connotación de un agujero de la ausencia, expresa al contrario la reducción, la desaparición sin duda, pero no acabada, dejando tras ella, la estela del rasgo más pequeño, el más evanescente.

De hecho, estos términos fáciles de restituir en su valor positivo, al punto en que son corrientemente empleados con este valor, reciben su carga negativa del deslizamiento que se produce hacia ellos de la función del «ne», e incluso si el «ne» está elidido, es de su carga sobre ellos que se trata en la función que ejerce. Algo, si se puede decir, de la reciprocidad, digamos, de ese «pas» y de ese «ne», nos será aportado por lo que sucede cuando invertimos su orden en el enunciado de la frase.

Decimos —ejemplo de lógica— «no hay hombre que no mienta». Está allí el «pas» que abre el fuego («pas un homme qui ne mente»), lo que trato aquí de designar, de hacerles aprehender, es que el «pas» para abrir la frase no juega absolutamente la misma función que le sería atribuible, al decir de Pichon, si esta fuera la que se expresa en la fórmula siguiente: llego y constato: «il n’ y a ici pas un chat» («no hay aquí ningún gato»). Entre nosotros dejenme señalarles al pasar, el valor esclarecedor, privilegiado, incluso redoblado del uso mismo de un tal término: «pas un chat». Si  tuviéramos que hacer el catálogo de los medios de expresión de la negación, propondría que pusiéramos en la rúbrica este tipo de palabras para constituir un soporte de la negación, no sin considerarla una categoría especial.

¿Qué tiene que ver el gato en esta cuestión? Dejemos esto por el momento.

«No hay hombre que no mienta», muestra su diferencia con este concierto de carencia, algo que es absolutamente de otro nivel y que está suficientemente indicado por el empleo del subjuntivo.

El «no hay un hombre que no mienta» está en el mismo nivel que motiva, que define todas las formas discordanciales, para emplear el término de Pichon, que podamos atribuir al «ne» desde el «je crains qu’ il ne vienne», hasta el «plus petit que je ne le croyais» (más pequeño de lo que lo creía»), o incluso «il y a longtemps que le ne l’ ai vu» («hace tiempo que no lo veo»), que plantean -se los digo al pasar- todo tipo de cuestiones que estoy obligado a dejar de lado por el momento. Les hago observar al pasar que lo que soporta una fórmula como «hace tiempo que no lo veo» («ll y a longtemps que je ne l’ai vu»), ustedes no pueden decirlo a propósito de un muerto o de un desaparecido; «ll y a longtemps que je ne l’ai vu» supone que el próximo reencuentro es siempre posible.

Ven con qué prudencia el examen, la investigación de estos términos debe ser manejada, y es por esto que en el momento de intentar exponer, no la dicotomía, sino un cuadro general de los diversos niveles de la negación, en la cual nuestra experiencia nos aporta entradas de matrices ricas de distinto modo a todo lo que que se había hecho a nivel de los filósofos desde Aristóteles hasta Kant, y ustedes saben cómo esas entradas de matrices se llaman: privación —frustración— castración, son las que vamos a intentar retomar para confrontarlas con el soporte significante de la negación tal como podemos tratar de identificarla.

«No hay hombre que no mienta», ¿qué nos sugiere esta fórmula, «homo mendax», este juicio, esta proposición que les presento bajo la forma tipo de la afirmativa universal, a la que ustedes saben quizás que hice ya alusión en mi primer seminario de este año a propósito del uso clásico del silogismo «todo hombre es mortal, Sócrates, etc.» con lo que connoté al pasar acerca de su función transferencial.

Creo que algo puede sernos aportado en la aproximación de esta función de la negación a nivel del uso original, radical, por la consideración del sistema formal de las proposiciones tales como Aristóteles las ha clasificado en las categorías llamadas universal afirmativa y negativa y la particular, igualmente, negativa y afirmativa: A E I O.

Digámoslo enseguida: este tema llamado de la oposición de las proposiciones, origen de todo el análisis de Aristóteles, de toda su mecánica del silogismo, no deja de presentar a pesar de su apariencia numerosas dificultades: decir que los desarrollos de la logística más moderna han esclarecido estas dificultades sería seguramente decir algo contra lo cual toda la historia se escribe en falso. Por el contrario, lo único que puede hacer aparecer sorprendente, es la apariencia de uniformidad en la adhesión que esas fórmulas llamadas Aristotélicas han encontrado hasta Kant, puesto que Kant guardaba la ilusión de que había allí un edificio inatacable.

Seguramente, no es nada poder por ejemplo, hacer observar que la acentuación de su función afirmativa y negativa no está articulada como tal en Aristóteles mismo, y que es mucho más tarde con Averroes probablemente, que conviene señalar el origen.

Es decirles además que las cosas no son tan simples cuando se trata de su apreciación. Para aquellos que necesiten hacer un repaso de la función de estas proposiciones, se das voy recordar brevemente.

«Homo mendax» es lo que elegí para introducir este repaso. Tomémoslo entonces: Homo, e incluso omnis homo: «Omnis homo mendax». «Todo hombre es mentiroso». ¿Cual es la fórmula negativa?. Según una forma y en muchas lenguas: «Omnis homo non mendax» puede bastar .Quiero decir que «Omnis homo non mendax» quiere decir que para todo hombre es verdad que no es mentiroso. No obstante, por razones de claridad, es el término «nullus» el que empleamos: «Nullus homo non mendax».
A
Universal: Omnis homo mendax
afirmativa

E
Universal: Nullus homo non mendax
negativa

He aquí lo que está connotado habitualmente por la letra A y E respectivamente, de la universal afirmativa y de la universal negativa.

¿Qué va a ocurrir a nivel de las afirmativas particulares?

Ya que nos interesamos en la negativa, es bajo una forma negativa que vamos a poder introducirlas aquí: «Non omnis homo mendax», no todo hombre es mentiroso, dicho de otro modo, elijo y constato que hay hombres que no son mentirosos.

En suma, esto no quiere decir que alguno, aliquis, no pueda ser mentiroso, «Aliquis homo mendax». Esta es la particular afirmativa habitualmente designada en la notación clásica por la letra I.

Aquí, la negativa particular será, por estar el «non omnis» aquí resumido por «nullus», «non nullus homo non mendax» = no hay ningún hombre que no sea mentiroso. En otros términos, en la medida en que hemos elegido aquí decir que no todo hombre es mentiroso (primer caso), esto se expresa de otra manera, a saber que no hay ninguno que tenga que ser no mentiroso.

Los términos así organizados se distinguen en la teoría clásica, por las fórmulas siguientes que los ponen recíprocamente en posición llamada de contraria o sub-contraria, es decir que las proposiciones universales se oponen a su nivel propio como no pudiendo ser verdaderas al mismo tiempo. No puede ser verdadero al mismo tiempo que todo hombre sea mentiroso y que ningún hombre sea mentiroso mientras que todas las otras combinaciones son posibles.

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 No puede ser falso al mismo tiempo que haya hombres mentirosos y hombres no mentirosos.

La oposición llamada contradictoria es aquélla por la cual las proposiciones situadas en cada uno de esos cuadrantes se oponen diagonalmente en que cada una excluye, al ser verdadera, la verdad de aquélla que se le opone a título de contradictoria, y al ser falsa, excluye la falsedad de aquélla que se le opone a título de contradictoria.

Si hay hombres mentirosos, esto no es compatible con el hecho de que ningún hombre no sea mentiroso. Inversamente la relación es la misma entre la particular negativa y la afirmativa universal. ¿Qué es lo que voy a proponerles para hacerles sentir lo que, a nivel del texto aristotélico, se presenta siempre como lo que se ha desarrollado en la historia de la dificultad en torno a la definición de la universal?

Observen en primer lugar que si les he introducido aquí el «non omnis homo mendax»: el no todo, (pas tout), el término pas, apoyándose sobre la noción del todo (tout),  como definiendo la particular, esto no es que sea legítimo, pues, precisamente, Aristóteles se opone de una manera que en contraria a todo el desarrollo que ha podido tomar a continuación la especulación sobre la lógica formal, a saber, el desarrollo, una explicación en extensión que hace intervenir la carcaza simbolizable por un círculo, por una zona en la cual los objetos que constituyen su soporte son reunidos: Aristóteles, precisamente antes de las «Primeras Analíticas», al menos en la obra que antecede en el agrupamiento de sus obras, pero que aparentemente la antecede lógicamente, sino cronológicamente, que se llama «De la Interpretación», observa que -y no sin haber provocado la sorpresa de los historiadores- no es sobre la calificación de la universalidad que debe apoyarse la negación. Es pues de algún hombre que se trata, y de algún hombre que debemos interrogar como tal, como mentiroso.

La calificación de «omnis», de la «omnitud», de la paridad de la categoría universal es aquí lo que está en cuestión. ¿Es algo que está al mismo nivel de existencia de lo que puede soportar, no soportar, la afirmación o la negación, hay homogeneidad entre esos dos niveles?

Dicho de otro modo, ¿es algo que supone simplemente la colección corno realizada de lo que se trata en la diferencia que hay entre la universal y la particular?.

Alterando el alcance de lo que estoy intentando explicarles, voy a proponerles algo, algo que está de algún modo hecho para responder a la pregunta que liga justamente la definición del sujeto como tal a la del orden de afirmación o de negación en el que entra en la operación de esta división preposicional.

En la enseñanza clásica de la lógica formal, se dice —y si se busca de dónde proviene, voy a decírselos, no deja de ser un poco picante— que el sujeto está tomado bajo el ángulo de la cualidad y que el atributo que ustedes ven aquí encarnado por el término mendax, está tomado bajo el ángulo de la cantidad. Dicho de otro modo, en el uno están todos, son varios, incluso hay uno. Es lo que Kant conserva aún a nivel de la Crítica de la Razón Pura, en la división ternaria. Esto no deja de provocar grandes objeciones por parte de los lingüistas.

Cuando se miran las cosas históricamente, se percibe que esta distinción calidad/cantidad tiene un origen: aparece por primera vez en un pequeño tratado sobre las doctrinas de Platón, paradójicamente, —es por el contrario el enunciado aristotélico de la lógica formal el que es reproducido, de una manera abreviada, pero no sin período didáctico, y el autor no es ni más ni menos que Apuleyo, autor de un tratado sobre Platón—, lo que muestra tener aquí una singular función histórica, a saber, la de haber introducido una categorización, la de la cantidad y la de la calidad, de la que lo menos que podemos decir es que por haberse introducido y por haber permanecido tanto tiempo en el análisis de las formas lógicas, se la ha introducido.

He aquí en efecto el modelo alrededor del cual les propongo centrar por hoy vuestra reflexión. He aquí un cuadrante en el que vamos a poner trazos verticales (sujeto). La función trazo va a llenar la del sujeto, y la función vertical, que es por otra parte elegida simplemente como soporte, la del atributo. Hubiera podido decir que tomaba como atributo el término unario, pero por el lado representativo e imaginable de lo que tengo que mostrarles, los hago verticales.

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Aquí, tenemos un segmento de cuadrante donde hay trazos verticales, pero también trazos oblicuos, aquí no hay trazos.

Esto está destinado a ilustrar que la distinción universal / particular, en tanto forma una cupla distinta de la oposición afirmativa/negativa, debe ser considerada como de un registro diferente de aquel que con mayor o menor destreza los comentadores a partir de Apuleyo, han creído deber distinguir en fórmulas tan ambigüas, deslizantes y confusas, que se llaman respectivamente calidad y cantidad, y oponerlas en estos términos. Llamaremos a la oposición universal/particular una oposición del orden de la lexis, lo que para nosotros es:  (escritura en giego) leo (je lis) tanto como elijo (je choisis), muy exactamente ligada a esta función de extracción de elección del significante que es por el momento el terreno, la pasarela por la que avanzamos. Esto, para distinguirla de la phasis, es decir, algo que aquí se propone como una palabra por donde me comprometo en cuanto a la existencia de ese algo que está cuestionado por la lexis primera. Y en efecto van a verlo, ¿a partir de qué voy a poder decir que es verdad que todo trazo es vertical?

Por supuesto, del primer sector del cuadrante 1, pero obsérvenlo,  también del sector vacío 2: si digo, todo trazo es vertical, ¿esto quiere decir que cuando no hay vertical, no hay trazos?. En todo caso, está ilustrado por el sector vacío del cuadrante: no sólo el sector vacío no contradice, no es contrario a la afirmación «todo trazo es vertical», sino que la ilustra. No hay ningún trazo vertical en ese sector del cuadrante.

He aquí entonces ilustrada por los dos primeros sectores, la afirmativa universal. La negativa universal va a ser ilustrada por los dos sectores de la derecha, pero lo que se trata allí se formulará por la articulación siguiente: ningún trazo es vertical, no hay ahí en esos dos sectores, ningún trazo vertical. Lo que debemos subrayar, es el sector común 2 que recubren esas dos proposiciones que, según la fórmula, la doctrina clásica, en apariencia, no podrían ser verdaderas al mismo tiempo.

¿Qué vamos a encontrar siguiendo nuestro movimiento giratorio que ha comenzado aquí, tanto como aquí, como fórmula, para designar los dos otros agrupamientos posibles de a dos de los cuadrantes?

Aquí vamos a ver la verdad de esos dos cuadrantes bajo una forma afirmativa. Hay —lo digo de una manera phásica  (escritura en giego): constato la existencia de trazos verticales— trazos verticales, hay algunos trazos verticales, que puedo encontrar ya sea aquí, ¿o ahí?

Aquí si intentamos definir la distinción de la universal  y de la particular, vemos cuáles son los dos sectores que responden a la enunciación particular. Ahí hay trazos no verticales, non nullis, etc …

Del mismo modo que hace un rato, hemos estado por un instante suspendidos en la ambigüedad de esta repetición de la negación, el non non (no no) está lejos de ser equivalente forzosamente al sí, y es algo sobre lo que tendremos que volver más adelante.

¿Qué es lo que esto quiere decir? ¿Cuál es el interés para nosotros de servirnos de tal aparato? ¿Por qué intento despejar para ustedes ese plano de la lexis del plano de la phasis? No voy a andarme con rodeos. Voy a ilustrarlo.

¿Qué es lo que podemos decir nosotros, analistas, de lo que Freud nos enseña, ya que el sentido de lo que se denomina proposición universal se ha perdido completamente desde que, justamente, una formulación que se puede poner como encabezamiento del capítulo de la formulación euleriana que nos permite representar todas las funciones; del silogismo por una serie de pequeños círculos, excluyéndose los unos a los otros, recortándose, intersectándose, en otros términos, y hablando con propiedad, en extensión, a lo que se opone la comprensión que sería distinguida simplemente por no sé qué inevitable manera de comprender, ¿de comprender qué? ¿Que el caballo es blanco? ¿Qué es lo que hay que comprender?

Lo que nosotros aportamos de novedoso es lo siguiente: digo que Freud promulga, adelanta la fórmula siguiente: el padre es Dios, o todo padre es Dios. Resulta, si mantenemos esta proposición a nivel universal, la de que no hay otro padre que Dios, el cual por otra parte en cuanto a la existencia es en la reflexión freudiana más bien aufgehoben, más bien puesto en suspensión, aún en duda radical.

De lo que se trata, es que el orden de función que introducimos con el nombre del padre, es algo que a la vez tiene su valor universal, pero que los pone a ustedes, al otro la carga de controlar si hay o no un padre de esta índole. Si no lo hay, es siempre verdad que el padre es Dios, simplemente la fórmula no está confirmada sino por el sector vacío del cuadrante, a través de lo cual tenemos a nivel de la phasis: hay padres que llenan más o menos la función simbólica que debemos denunciar como tal, como siendo la del nombre del padre, los hay, y hay los que no. Pero que haya los que no, que sean no en todos los casos, lo cual está aquí soportado por el sector 4, es exactamente lo mismo que nos da apoyo y base a la función universal del nombre del padre; pues agrupado con el sector en el cual no hay nada, son justamente esos dos sectores tomados a nivel de la lexis que se encuentran en razón de este sector soportado que complementa al otro, los que dan su pleno alcance a lo que podemos enunciar como afirmación universal.

h

Dt———-

b

Voy a ilustrárselos de otro modo, pues también, hasta un cierto punto, la cuestión de su valor ha podido ser planteada, hablo en relación a una enseñanza tradicional que debe ser lo que les aporte la última vez en lo concerniente a la pequeña i.

Aquí los profesores discuten: ¿Qué vamos a decir? El profesor, el que enseña, ¿debe enseñar qué? Lo que los otros han enseñado antes que él, es decir, ¿sobre que se funda?. Sobre lo que ya ha sufrido una cierta lexis. Lo que resulta de toda lexis es justamente lo que nos importa en esta ocasión, y a nivel de lo cual intento sostenerlos hoy: la letra. El profesor es letrado en su carácter universal, es aquél que se funda en la letra a nivel de un enunciado particular, podemos decir ahora que puede serlo a medias, puede no ser todo letrado. De esto se desprende que sin embargo no se puede decir que ningún profesor sea iletrado, habrá siempre en su caso un poco de letras.

No es menos cierto que si por casualidad hubiera un ángulo bajo el cual pudiéramos decir que hay eventualmente los que se carácterizan como dando lugar a una cierta ignorancia de la letra, esto no nos impediría por ello cerrar el círculo, y ver que el retorno y el fundamento —si se puede decir— de la definición universal del profesor es que la identidad de la fórmula según la cual el profesor es aquél que se identifica a la letra, impone, exige todavía el comentario de que puede haber profesores analfabetos. El caso negativo 2, correlativo esencial de la definición de la universalidad, es algo que está profundamente oculto a nivel de la lexis primitiva.

Lo que quiere decir que en la ambigüedad del soporte particular que podemos dar en el compromiso de nuestra palabra al nombre del padre como tal, no es menos cierto que no podemos hacer, es decir, que cualquier cosa que esté aspirada en la atmósfera de lo humano —si puedo expresarme así—, puede, si se puede decir, considerarse como completamente desprendida del nombre del padre, que incluso aquí (vacío) dónde no hay sino padres para quienes la función del padre es de pura pérdida —si puedo expresarme así—, el padre no padre, la causa perdida, sobre la cual terminé mi seminario el año pasado, es no obstante en función de esta caída, en relación a una primera lexis que es la del nombre del padre, que se juzga esta categoría particular.

El hombre no puede hacer más que su afirmación o su negación, con todo lo que ella implica: aquél es mi padre, o aquél es su padre, lo que no está enteramente suspendido a una lexis primitiva, la que, claro, no pertenece al sentido común, al significado, no es del padre de lo que se trata, sino de algo que nos provoca para darle su verdadero soporte y que es legítimo, aún a los ojos de los profesores, quienes, como lo ven, estarían en peligro de ser siempre puestos en algún suspenso en cuanto a su función real, aún a los ojos de los profesores, lo que debe justificar que trate de dar, incluso a su nivel de profesores, un soporte algorítmico a su existencia de sujeto como tal.

seminario 9, clase 8