Seminario 0: El mito individual del neurótico (El Hombre de las Ratas) segunda parte

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En torno a esta idea del reembolso el sujeto se hace una especie de
deber neurótico de reembolsar la suma en determinadas condiciones. Se
impone este deber en forma de esa orden interior que emerge en el
psiquismo obsesivo, en oposición con el primer movimiento que se ha
expresado en la forma: no pagar. Se liga así en una especie de
compromiso consigo mismo.
Muy pronto advierte que ese imperativo no involucra a nada
inmediatamente realizado, porque no es el teniente quien ha pagado;
nunca se ha ocupado de los asuntos del correo, no es pues ese teniente
que nosotros llamaremos teniente A, sino el teniento B quien se ocupa de
esas cuestiones, por lo tanto es a este último a quien debe reembolsar
la suma.
Pero el asunto no termina ahí. El sujeto sabe perfectamente —como se
revela después en el momento en que todas esas elucubraciones se
producen en él— que en realidad no debe ese dinero al teniente B, sino
más simplemente a la encargada del correo, quien ha confiado en ese
caballero honorable que es un oficial de los alrededores. No obstante,
el sujeto se atormentará hasta finalizar la época de las maniobras,
hasta el momento en que decide confiarse a Freud en un estado de
angustia intensa. Se ve perseguido por un conflicto ansioso,
carácterístico de las vivencias del obsesivo, que gira por entero
alrededor de este argumento: ya que ha jurado reembolsar la suma,
conviene, para que las catástrofes anunciadas por la obsesión no
sobrevengan a las personas que él más quiere, que haga reembolsar la
suma en cuestión por intermedio del teniente A, a la gEnerosa dama del
correo, quien la entregará, delante de él, al teniente B y este mismo
podrá así, reembolsar la suma al teniente A que hasta ahora nada tiene
que ver con el asunto, cumplir su juramento, es decir llevar a cabo la
ceremonia obsesiva que considera necesario. Ved hasta donde lo lleva la
orden procedente de la necesidad interior que le ordena, por una especie
de deducción propia de los neuróticos.
No pueden dejar de reconocer en esta escena del paso de cierta suma de
dinero de  A la señora del correo, a la generosa dama que lo ha
reemplazado en el pago; luego de la dama del correo otro personaje
masculino, algo que en una forma completaría en ciertos aspectos,
suplementaria en otros, paralela en determinada manera e inversa en otro
aspecto, resulta ser el equivalente de la situación original en tanto
ella pesa ciertamente, hasta determinado grado, en la mente del sujeto,
en su formación, en sus relaciones esenciales, en todo lo que hace de él
ese personaje —con una forma de relaciónarse muy especial con respecto a
los hombres— que se denomina neurótico.
Es cierto que resulta absolutamente imposible llenar ese argumento si no
fuera que por ese hecho el sujeto sabe perfectamente que no debe nada a
A ni a B; es a la encargada del correo a quien debe, y si el argumento
se completase sería la dama del correo quien aparecería para que le
reembolsara su gasto.
En verdad, como sucede siempre en la vivencia real de los neuróticos, la
realidad imperativa de lo real pasa muy por delante de todo lo que la
atormenta infinitamente, incluso en el tren que lo lleva efectivamente
en la dirección contraria a la que debería ir para cumplir con la
ceremonia expiatoria frente a la dama del correo; se dirige hacia Viena
pensando en cada estación que aún puede descender, cumplir todo el rito.
Pero no hace nada de eso; una vez iniciada la cura con Freud, se limita
simplemente a enviar un mandato a la encargada del correo.
Por consiguiente, ese argumento fantasmático aparece como un pequeño
drama; por lo demás, él es exactamente lo que se denomina la
manifestación del mito individual del neurótico, en tanto expresa sin
duda en una forma cerrada al sujeto pero no totalmente cerrada, lejos de
serlo, al que lo observa y lo ayuda a liberarse en esa ocasión, algo
que refleja exactamente, aunque resulte evidente que la relación no se
ha elucidado totalmente en la forma  puramente fáctica con que expuse la
relación inicial, inaugural entre el padre, la madre y el personaje más
o menos borrado en el pasado del amigo.
Esta constelación adquiere su valor debido a la aprehensión subjetiva
que de ella tiene el personaje interesado. Trataremos de ver, a través
del mito mismo, a qué responde esto y lo que hay que pensar al respecto.
Subrayo que lo que otorga carácter mítico a ese pequeño argumento
fantasmático no resulta simple debido a que manifieste una especie de
ceremonia significativa y que reproduzca más o menos exactamente
relaciones que, en relación a su contenido presente son secretas,
ocultas, pero también que modifica esas relaciones en el sentido de
determinada tendencia.
Puede decirse que en el origen existía algo que podía definirse como una
deuda del padre con el amigo: por lo demás, he olvidado decirles que el
padre nunca volvió a encontrar a este amigo, esto permanece en el
misterio en toda la historia original del sujeto, y nunca pudo pagar su
deuda. Por otra parte, existe algo que puede llamarse, en la historia
del padre, sustitución de la mujer rica por la mujer pobre en el amor
del padre. Y, dentro de la fantasía desarrollada por el sujeto, vemos
algo muy singular, una especie de intercambio de los términos terminales
de cada una de esas relaciones funcionales. Vemos que para que la deuda
sea pagada, no es cuestión de pagársela al amigo, hay que pagarla a la
mujer pobre, y la profundización de los hechos fundamentales en la
crisis obsesiva ha revelado que lo que constituye verdaderamente el
objeto del deseo tantálico del sujeto de volver al lugar donde está la
dama del correo no es para nada esa dama sino un personaje que en la
historia reciente encarna el personaje de la mujer pobre.
Es la sirvienta de una posada que ha conocido durante las maniobras y en
medio de la atmósfera de pasión heroica que carácteriza la fraternidad
histórica, y con quien se ha entregado a algunas de esas operaciones de
goce frívolo que carácterizan a esa generosa fraternidad. Se trata en
cierta medida de entregar la deuda a la mujer pobre. Y el argumento
imaginado nos muestra algo que es la sustitución de la mujer rica por la
mujer pobre.
Todo sucede como si las impasses propias de la situación original que en
alguna parte no se resuelve, se desplazaran hacia otro lugar de la red
mítica, reproduciéndose siempre en algún punto. Para comprender bien, es
preciso señalar esto. Sin la situación original así descrita, aparece
una especie de deuda doble, de frustración, por una parte, del personaje
que se ha borrado, y hasta una especie de castración del padre, y, por
otra parte el elemento de deuda social nunca resulto implicado en la
relación con el personaje del plano de fondo del amigo, algo que en
síntesis es muy diferente de la relación triangular considerada
típicamente como el origen del desenvolvimiento y del desarrollo
neurotizante propiamente dicho.
Vemos una especie de ambigüedad, de diplopía, una situación que hace que
el elemento de la deuda se sitúe en alguna medida en dos planos a la
vez, y justamente en la imposibilidad de unir ambos planos se
desarrollará todo el drama del neurótico, como si fuera que al tratar de
hacerlos coincidir uno con otro se produjese una especie de operación
inestable, nunca satisfactoria, que no llegara jamás a anudarse en
ciclo.
Es lo que sucede en lo que sigue. ¿Qué ocurre cuando El Hombre de las
Ratas se confía a Freud, al amigo que es Freud, pues sustituye muy
directamente en las relaciones afectivas del sujeto a un amigo que
cumplía ese papel de guía, de consejero, de protector, tutor,
tranquilizante?
El sujeto ya tenía en su vida alguien que cumplía
esa misión amistosa a quien confiaba sus obsesiones, sus angustias y que
le decía: "Tú nunca causaste el mal que crees haber hecho, no eres
culpable, no te preocupes"; pero encontrará a Freud y le hará ocupar el
lugar de ese amigo. Y entonces, surgen rápidamente fantasías agresivas,
que de ninguna manera se vinculan solamente con la sustitución de Freud,
así como la propia interpretación de Freud tiende constantemente a
considerarla como sustitución del padre, sino que más bien se vincula
con el hecho de que, así como en la fantasía, se lleva a cabo una
sustitución del amigo por la mujer rica.
Muy pronto, en efecto, el sujeto, en esa suerte de breve delirio que
constituye, al menos en los sujetos profundamente neuróticos una
verdadera fase pasional dentro de la misma experiencia analítica,
comienza a imaginar que Freud desea nada menos que otorgarle su propia
hija
, que él se imagina fantasmáticamente poseedora de todos los
bienes de la tierra con que sueña. Y se lo  representa en la forma muy
especial y carácterística de un personaje con anteojos de bosta. Tiene
lugar la sustitución del personaje de Freud por alguien a la vez
protector y maléfico, ambigüo, en una relación por otra parte narcisista
con el sujeto, marcado por los anteojos. Es impactante. El mito y la
fantasía se unen.
La experiencia pasional, relaciónada con la vivencia real y actual, en
el vínculo con el analista, señala el pasaje, el trampolín hacia la
resolución de cierto número de problemas a través de esas
identificaciones.
He tomado un ejemplo particular,. Quisiera insistir en él pues es una
realidad clínica y puede servir de orientación y de guía en la
experiencia analítica, y constituye un esquema general en el neurótico,
una situación de cuarteto, cuarteto que se renueva continuamente, pero
que no existe en un mismo plano.
Digamos, para sintetizar las ideas, que en un sujeto de sexo masculino
el problema del desequilibrio moral, y psíquico y es el de la asunción
de su propia función en tanto tal, vale decir, una independencia moral,
psíquica y ética, o sea la asunción de su rol en tanto se reconoce como
tal en su función, asunción de su propio trabajo en el sentido de asumir
sus frutos sin conflicto, sin sentir que es otro el que lo merece, o
que él mismo sólo lo recibe por casualidad, sin que exista la división
interna que hace que el sujeto sólo sea en cierta medida el testigo
alienado de los actos de su propio yo. Tal es la primera exigencia: la
otra es ésta: un goce que pueda considerarse pacífico e igualmente
unívoco del objeto sexual una vez elegido, concedido a la vida del
sujeto.  
Ahora bien, lo que vemos que sucede en el neurótico es algo
aproximadamente así: cada vez que el sujeto triunfa, o tiende a obtener
éxito, esta asunción de su próximo rol, en el sentido de que el sujeto
asume en cierta medida sus responsabilidades, se torna idéntica a sí
misma y se asegura de lo bien fundado de su propia manifestación en un
complejo social determinado, y entonces el objeto (el personaje del
compañero sexual) es quien se desdobla (en este caso, en la forma de la
mujer rica y de la mujer pobre). Y basta con entrar, no ya en la
fantasía, sino en la vida real del sujeto para palpar la cuestión.
Se trata de algo verdaderamente notable en la psicología de los
neuróticos:
sobre todo el aura de anulación que rodea muy
familiarmente para él al compañero sexual que tienen el máximo de
realidad, que es el más próximo y con el cual tiene en general los
vínculos más legítimos, ya se trata de una unión o un matrimonio, y, por
otra parte, un personaje que desdobla  al primero, objeto de una pasión
más o menos idealizada, más o menos perseguida de manera fantasmática,
con un estilo análogo al del amor pasión, y que, por lo demás, impulsa a
la identificación realizada efectivamente en la vivencia de modo muy
activo, una relación narcisista con el sujeto, vale decir una relación
efectivamente de orden mortal.
Y bien, este desdoblamiento del compañero sexual, del objeto del amor,
si se ve al sujeto en otra perspectiva, en otra fase de su vida, hacer
un esfuerzo para recuperar su unidad y su sensibilidad, constituirá para
él otro extremo de la cadena relaciónal (es decir en la asunción de su
propia función social, de su propia virilidad, ya que elegí el caso de
un hombre) que el sujeto ve aparecer a su lado, si puede decirse, un
personaje con el cual también tiene esa relación narcisista como
relación mortal, personaje en quien delega para representarlo en el
mundo, y que no es verdaderamente él. Se siente excluido, externo a sus
propias vivencias. No puede asumir particularidades, contingencias, se
siente en desacuerdo con su propia existencia, y en esta alternancia se
reproduce la impasse.
En esta forma muy especial de desdoblamiento narcisístico reside el
drama personal del neurótico, y en relación a él adquieren todo su valor
las diferentes formaciones y estructuras míticas que ejemplifican qué
hace un instante, en forma de fantasías obsesivas, pero que puede
encontrarse en muchas otras formas, en sueños, en muchos casos típicos
en los relatos de mis pacientes, en los cuales pueden realmente
mostrarse al sujeto las particularidades originales de su caso, de
manera ciertamente mucho más rigurosa y viva para el sujeto que
siguiendo los esquemas tradicionales de la tematización, si puede
llamarse así, triangular del complejo de Edipo.
Citaré otro caso, especialmente significativo y elocuente, para mostrar
la coherencia que tiene con el primero. Tomaré algo que está muy
cerca de la observación de El Hombre de las Ratas
, pero con
referencia a un tema de otro orden, el de la poesía o ficción literaria;
un aspecto de la propia vida de Goethe, pero al cual no fue llevado 
artificialmente. Trátase de un episodio muy valorizado en la confidencia
de El Hombre de las Ratas, uno de los temas literarios más valorizados
por él, aquel en el cual Goethe refiere en Poesía y Verdad  un episodio
de su juventud.
Tiene por entonces veintidós años. Está en Estrasburgo. Es el célebre
episodio de Federica Brion. Cuento cómo esta especie de pasión
constituyó después, en su vida, un tema nostálgico que no se extinguió
hasta una época avanzada de su existencia.
En Dichtung Wahrheit cuenta cómo Federica Brion, hija de un pastor de
una pequeña aldea cercana a Estrasburgo, logró superar la maldición que
pesaba sobre él con referencia a toda relación amorosa con una mujer, y
muy especialmente al beso en los labios, beso que le fuera prohibido
debido a esa maldición, proferida por uno de sus amores anteriores, la
llamada Lucinda.
Lucinda lo sorprende durante una escena con su propia hermana, personaje
demasido refinado para ser honesto, que al tratar de persuadir a
Goethe de las perturbaciones que él le provoca a  Lucinda rogándole a la
vez que se aleje y que le dé a ellla la "fina mosca"
, la garantía
del último beso, entonces aparece Lucinda y dice "Malditos sean esos
labios para siempre. Que caiga la desgracia sobre la primera que reciba
su homenaje".
Evidentemente, no sin razón y conmoción profunda, Goethe, con toda la
infatuación de una avasalladora adolescencia,
recibe la maldición
como algo que en lo sucesivo, durante largo tiempo, le cierra el camino
de sus relaciones amorosas. Y nos refiere cómo, exaltado por el
descubrimiento de esta joven encantadora que es Federica Brion, logra
por primera vez superar la prohibición, y siente la ebriedad del triunfo
después de esta aprenhensión de algo más fuerte que la asunción de sus
propias prohibiciones interiores.
¿Qué hace él en realidad? Como ustedes saben es uno de los episodios más
enigmáticos de la vida de Goethe, y los Goetthesforscher —esas personas
muy especiales que se vinculan a un autor, aquellos cuyas palabras han
dado forma a nuestros sentimientos, ya se llamen stendhalianos o
bossuetistas, y que pasan el tiempo revisando los papeles y los armarios
para analizar lo que el genio ha puesto en evidencia—, los
Goethesforscher, repito, han meditado sobre este hecho extraordinario:
el abandono de Federica por parte de Goethe. Han dado todo tipo de
explicaciones. No quiero hacer aquí un listado de ellas. Todas rozan esa
suerte de filisteísmo consecutivo a sus investigaciones, realízanse
éstas en el plano común.
Y en verdad, tampoco podemos dejar de decir que existe siempre una
oscura ocultación de filisteísmo en las manifestaciones de las neurosis,
pues es muy cierto que en el caso de Goethe se trata de una
manifestación neurótica propiamente dicha, como lo demostraron las
siguientes consideraciones.
Hay toda clase de detalles enigmáticos en la forma en que Goethe aborda
esta aventura con Federica Brion. Casi diría que la clave, la solución
del problema se encuentra en los antecedentes inmediatos.
Brevemente, Goethe, que en ese momento vive en Estrasburgo con uno de
sus amigos, conoce desde tiempo atrás la existencia de esta familia
abierta, amable, acogedora que son los Brion. Pero cuando va a verlos,
se rodea de precauciones cuyo carácter muy divertido refiere en su
biografía. En verdad, si se examinan los detalles, uno no puede dejar de
sorprenderse de la estructura verdaderamente singular que parecen
revelar.
Ante todo, creo que tiene que ir disfrazado. Goethe, hijo de un gran
burgués de Francfort, se distingue entre sus compañeros por sus finas
maneras, por el prestigio de su atuendo, por un estilo de superioridad
social. Pero para  ir a ver a la hija de un Pastor, se disfraza de
estudiante de teología, con un sobretodo muy gastado y descosido. Le
acompaña su amigo y durante todo el trayecto ríen a carcajadas.
Goethe, desde luego, se muestra excesivamente fastidiado cuando advierte
que su arreglo no lo favorece, o sea cuando la realidad de la evidente y
deslumbrante seducción de la joven surge en medio de esa atmósfera
familiar. Le hace comprender que si quiere mostrarse en su mejor forma
debe cambiar inmediatamente ese sorprendente disfraz.
Las justificaciones que dio al partir resultan muy extrañas. Evoca nada
menos que el disfraz que vestían los Dioses para descender en medio de
los hombres, lo que parece indicar —como él mismo señala en el estilo
del adolescente que era entonces— antes que la infatuación de que
hablaba hace un momento, más bien algo que confina con la megalomanía
delirante.
Si observamos las cosas en detalle, el texto mismo de Goethe nos muestra
su pensamiento. Es que después de todo, a través de esa manera de
disfrazarse, los Dioses intentaban sobre todo evitarse disgustos, y para
decirlo todo era una manera de no sentir como ofensas la familiaridad
de los humanos, y al fin de cuentas lo que los Dioses tienen más riesgos
de perder, cuando descienden al nivel de los hombres, es su
inmortalidad, y la única manera de escapar a esa pérdida es ponerse en
el plano de los mortales; al menos en ese momento, ellos tienen cierta
posibilidad de que no resulte afectada esa inmortalidad.
Tratábase, en efecto, de algo similar. Todo ello se observa mejor
después,  cuando Goethe regresa a Estrasburgo para retomar sus buenas
maneras, no sin haber sentido, algo tardíamente, su falta de delicadeza
al presentarse en una forma que no era la suya, y en cierto modo, haber
engañado la confianza de esa gente que lo recibió con encantandora
hospitalidad. Y realmente en ese relato se encuentra la nota misma del
gemütlich.
Regresa pues a Estrasburgo. Pero, lejos de poner en ejecución su deseo
de volver a la aldea pomposamente vestido, no encuentra nada mejor que
sustituir su primer disfraz por otro, que le saca a un mozo de una
posada, al pasar por un pueblo que se halla en el camino.
Aparecerá así disfrazado, esta vez en una forma aún más extraña y
discordante que la primera. Sin duda pone la cosa en el plano del juego,
pero un juego que se vuelve cada vez más significativo, pues ya no se
ubica en el nivel del estudiante de teología, sino ligeramente más
abajo; es una actitud bufonesca. Y todo entremezclado con una serie de
detalles intencionales, lo que hace que en síntesis todos comprendan y
sientan muy bien, todos los que colaboran en esta farsa que se trata de
algo muy estrechamente ligado al juego sexual, al juego de parada.
Hay incluso ciertos detalles que han adquirido el valor, si puede
decirse, de inexactitud; pues como lo indica el título Dichtung und
Wahrheit, Goethe tuvo neta conciencia de que tenía derecho y sin duda no
tenía el poder de hacer lo contrario —de armonizar, de organizar sus
recuerdos, con toda clase de ficciones que para él colman lagunas, pero
cuya inexactitud ha demostrado el ardor de aquellos de quienes dije hace
un momento seguían la pista de los grandes hombres, y que son tanto más
reveladores de lo que puede llamarse las intenciones reales de toda la
escena.
Goethe nos informa, por ejemplo, que apareció con el aspecto de un mozo
de posada, pero esta vez no solamente disfrazado sino también
maquillado, diviertiéndose mucho con el quid prro quo que resultó. Pero
he aquí que se presentó además con una torta de bautismo. Ahora bien,
los Goeethesffforscher han demostrado que seis meses antes y seis meses
después del episodio de Federica no hubo ningún bautismo. La torta de
bautismo, homenaje tradicional al Pastor, no puede ser otra cosa que una
fantasía goetheana. Para nosotros, la torta de bautismo adquiere
evidentemente todo su valor significativo por la función paternal que
implica, y el hecho de que justamente en sus recuerdos Goethe se
describa como no siendo el padre, sino expresamente que el que aporta
algo, que tiene una relación externa a la ceremonia; se convierte él
mismo en el suboficiente, pero  no en el héroe principal.
De manera que toda esta ceremonia de sustracción aparece en verdad no
sólo como un juego, sino mucho más profundamente como precaución, y se
sitúa en el registro de lo que yo llamaba hace un momento el
desdoblamiento de la propia función personal del sujeto en relación con
él mismo en las manifestaciones míticas del neurótico.
Goethe actúa así debido a que en ese momento tiene miedo, como lo
manifestará luego, pues esa relación irá declinando.
Y parece que, lejos de que el desencanto, el desembrujamiento de la
maldición original se haya producido, después de que Goethe osó
franquear la barrera, muy por el contrario, en todas las clases de
formas sustitutivas, y la noción de sustitución está incluso indicada en
el texto de Goethe
, han sido siempre crecientes los temores de la
realización de esta unión, y de este amor, y que todas las formas
racionalizadas que pueden darse a ello para preservar el destino sagrado
del poeta, incluso la diferencia de nivel social que vagamente podía
obstaculizar la unión de Goethe con esa joven encantadora, todo ello no
deja de ser, en apariencia, la superficie de la corriente infinitamente
más profunda que es la de la huida, de la ocultación ante el objeto, el
fin deseado, en la que también vemos reproducirse esa equivalencia de la
que les hablaba hace un instante, desdoblamiento del sujeto, alienación
en relación con sí mismo a la cual provee una especie de sustituto
sobre el cual deben dirigirse todas las amenazas mortales, o muy por el
contrario, cuando reintegra en alguna medida en sí mismo ese personaje
sustituto, imposibilidad de alcanzar el fin.
No quiero insistir. Existe también una hermana que secundariamente
completa el carácter estructural y mítico de toda la situación. Federica
tiene un doble, una hermana llamada Olivia. Aquí sólo puedo referir el
tema general de la aventura. Pero si retoman el texto de Goethe, verán
que lo que puede parecer aquí en una rápida exposición, una
construcción, se confirma por toda clase de detalles extraordinariamente
manifiestos y notables, incluyendo las analogías literarias, que da
Goethe con la historia bien conocida del vicario de Wakefield, que
representa también en el plano fantasmático una especie de equivalencia y
transposición de toda la aventura con Federica Brion.
¿De qué se trata pues  en este mito cuaternario, si puede decirse así,
que reencontramos tan profundamente en el carácter de las impasses, de
las insolubilidades de la situación vital de los neuróticos?
He aquí algo que para nosotros se lleva a cabo como la prohibición del
padre y el deseo incestuoso por la madre con todo lo que pueda comportar
como efecto de barrera, de prohibido, e igualmente esas diversas
proliferaciones más o menos exuberantes de síntomas en torno a la
relación fundamental llamada edípica.
Pues bien, creo que esto debería llevarnos a una discusión esencial de
lo que representa la economía de la teoría antropológica general que se
desprende de la doctrina analítica, tal como fuera enseñado hasta ahora,
es decir a una crítica de todo el esquema del Edipo. Es cierto que esta
noche no puedo ocuparme de esto. Pero debo señalar que la solución del
problema, y si ustedes prefieren ese cuarto elemento en juego,
manifiesta una estructura vivida muy diferente de la experiencia que en
el análisis se vincula con ello.
Efectivamente, si planteamos que la situación más normativizante de lo
vivido efectivo original del sujeto moderno, en la forma reducida que es
la estructura familiar, la forma de la familia conyugal, se vincula con
el hecho de que el padre es el representante, la encarnación de una
función simbólica esencial, que concentra en sí lo que hay de más
esencial y dinámico en otras estructuras culturales, a saber, en lo que
corresponde al padre de la familia conyugal, los goces, diremos
pacíficos, pero yo digo simbólicos, culturalmente determinados,
estructurados y basados en el amor por la madre, es decir el polo que
representa el factor cultural, al cual el sujeto está ligado por un
vínculo indiscutiblemente natural; ahora bien, digo que esta asunción de
la función del padre supone una relación simbólica simple, en la cual
en alguna medida lo simbólico recubrirá totalmente lo real.
El padre no sólo sería el nombre del padre, sino realmente un padre que
asume y representa en toda su plenitud esta función simbólica,
encarnada, cristalizada en la función del padre. Pero resulta claro que
ese recubrimiento de lo simbólico y lo real es completamente inasible, y
que al menos en una estructura social similar a la nuestra el padre es
siempre en algún aspecto un padre discordante en relación con su
función, un padre carente, un padre humillado como diría Claudel,
existiendo siempre una discordancia extremadamente neta entre lo
percibido por el sujeto a nivel de lo real y esta función simbólica. En
esa desviación reside ese algo que hace que el complejo de Edipo tenga
su valor, de ningún modo normativizante, sino generalmente patógeno.
Pero ello no quiere decir que hayamos avanzado mucho. El próximo paso,
el que nos hace comprender aquello de que se trata en esta estructura
cuaternaria, constituye el segundo gran descubrimiento del análisis, no
menos importante que la manifestación de la función simbólica del
edipismo en la formación del sujeto: la relación narcisista, relación
fundamental en todo el desarrollo imaginario del ser humano, relación
narcisista semejante en tanto se vincula con lo que puede denominarse la
primera experiencia implícita de la muerte. Una de las experiencias más
fundamentales, más constitutivas para el sujeto es la de esa cosa
extraña a él mismo en su interior que se llama yo.
El sujeto se ve primero en otro más terminado, más perfecto que él y que
incluso ve su propia imagen en el espejo en una época en que la
experiencia prueba que es capaz de percibirla como una totalidad, como
un todo, mientras que él mismo se halla en la confusión original de
todas las funciones motrices afectivas, la de los seis primeros meses
después del nacimiento.
El sujeto tiene siempre, con respecto a sí mismo, esta relación, por una
parte, anticipada de su propia realización, lo que lo excluye de sí
mismo, por una dialéctica de dos cuya estructura es perfectamente
concebible, que lo rechaza en el plano de una insuficiencia, de una
profunda grieta, de un desgarramiento original, de una derelicción, para
usar un término heideggeriano, enteramente constitutivos de su
condición humana, a través de lo cual su vida se integra en la
dialética; y muy específicamente lo que se manifiesta en todas las
relaciones imaginarias a través de las cuales existe, positivamente una
especie de experiencia de la muerte original que, sin duda, es
constitutiva de todas las formas, de todas las manifestaciones de la
condición humana, pero más especialmente manifiesta en la conducta, en
la vivencia, en la fantasía del neurótico.

Continuación…