Señora Emmy von N. (40 años, de Livonia) (Freud) (contin.5)

Señora Emmy von N. (40 años, de Livonia) (Freud)
Otros síntomas corporales de la enferma no son en modo alguno de naturaleza histérica, como
los calambres en la nuca, que yo concibo como migrañas modificadas y que como tales en
verdad no deben incluirse en la neurosis sino entre las afecciones orgánicas. Ahora bien, por
regla general se les anudan síntomas histéricos; en el caso de la señora Von N., los calambres
en la nuca son utilizados en ataques histéricos, mientras que ella no disponía de las
manifestaciones típicas del ataque histérico.
Completaré la caracterización del estado psíquico de la señora Von N. pasando a considerar las
alteraciones patológicas demostrables en su conciencia. Así como los calambres en la nuca,
también impresiones penosas del presente (véase el último delirio en el jardín o potentes ecos
de uno de sus traumas la ponen en un estado de delirio en el que -nada más puedo afirmar
dadas las pocas observacio-nes que realicé- reinan una limitación de la conciencia y una
compulsión a asociar semejantes a las del sueño; alucinaciones e ilusiones se ven en extremo
facilitadas y se extraen conclusiones tontas o directamente disparatadas. Es probable que ese
estado, comparable con una alienación mental, subrogue a un ataque de esta última; era tal
vez, como equivalente de un ataque, una psicosis aguda que se clasificaría como «confusión
alucinatoria». Otra semejanza con el ataque histérica típico reside en que casi siempre se
rastrea una pieza de los antiguos recuerdos traumáticos como base del delirio. La transición
desde el estado normal a ese delirio se consuma a menudo de un modo enteramente
inadvertido; ha estado hablando con total corrección de cosas poco afectivas, y, al seguir la
plática, que la lleva a representaciones penosas, noto, por la acentuación de sus gestos, la
emergencia de las fórmulas protectoras, etc., que ella delira. Al comienzo del tratamiento el
delirio duraba todo el día, y entonces resultaba difícil enunciar con certeza, sobre cada síntoma,
sí -como los gestos- sólo pertenecía al estado psíquico como síntoma del ataque o, como el
chasquido y el tartamudeo, había pasado a ser uno de los reales síntomas permanentes. A
menudo sólo con posterioridad (nachträglich} se lograba distinguir qué se había producido
dentro del delirio y qué dentro del estado normal. Y de este modo: ambos estados se
encontraban separados por la memoria, y la enferma recibía un asombro mayúsculo al
enterarse de las cosas que el delirio había introducido como unos parches en una conversación
llevada dentro de lo normal. Mi primera entrevista con ella fue el más notable ejemplo del modo
en que ambos estados se cruzaban uno con el otro sin tomar recíproca noticia. Sólo una vez
sucedió durante este balanceo psíquico que la conciencia normal, adherida al presente,
resultara afectada. Fue cuando me dio la respuesta, proveniente del delirio, de que ella era una
mujer del siglo pasado.
El análisis de esa actividad delirante en la señora Von N. resultó poco exhaustivo, sobre todo
debido a la pronta mejoría de su estado, a raíz de la cual los delirios se separaron con nitidez de
la vida normal y se restringieron a los períodos en que sufría los calambres en la nuca. Pero en
compensación reuní experiencia sobre la conducta de la paciente en un tercer estado psíquico,
el del sonambulismo artificial. Mientras que en su propio estado normal no sabía qué había
vivenciado psíquicamente en sus delirios y qué, en el sonambulismo, en este último disponía de
los recuerdos de los tres estados; en verdad, era su estado más normal. Si hago abstracción
de que como sonámbula era mucho menos reservada hacia mí que en las mejores horas de su
vida corriente -es decir, como sonámbula me hacía comunicaciones sobre su familia, etc.,
mientras que de ordinario me trataba como a un extraño-, y si además prescindo de que
mostraba la plena sugestionabilidad de los sonámbulos, me veo precisado a decir que se
hallaba entonces en un estado totalmente normal. Fue interesante observar que este
sonambulismo, por otra parte, no mostraba rasgo alguno supranormal: lo aquejaban todas las
deficiencias psíquicas que atribuimos a los estados de conciencia normales.
Unos ejemplos bastarán para ilustrar la conducta de la memoria sonámbula. Cierta vez que
platicábamos me expresó su arrobamiento por una bella planta en maceta que adornaba el
vestíbulo del sanatorio. «Pero, ¿cómo se llama, doctor? ¿No lo sabe usted? He sabido el
nombre alemán y el latino, y olvidé ambos». Era una excelente conocedora de las plantas,
mientras que yo en esa oportunidad hube de confesarle mi ignorancia en materia de botánica.
Pocos minutos después, le pregunto en la hipnosis: «¿Sabe ahora el nombre de la planta junto
a la escalera?». Y la respuesta, dada sin previa meditación: «Por su nombre alemán se llama
lirio turco, pero al nombre latino realmente lo he olvidado», Otra vez, hallándose bien, me refiere
una visita a las catacumbas de Roma, y no puede acordarse de dos términos de la descripción,
en lo cual yo tampoco puedo ayudarla. Inmediatamente después le pregunto en la hipnosis por
las palabras que mentaba. Tampoco en la hipnosis las sabe. Le digo entonces: «No reflexione
más; mañana entre las cinco y las seis de la tarde, más cerca de las seis, se le ocurrirán de
pronto en el jardín».
Al anochecer del día siguiente, durante una charla que no tenía absolutamente nada que ver con
las catacumbas, prorrumpió: «Cripta, doctor; y columbario». – «¡Ah! Son las palabras que ayer
no hallaba usted. ¿Cuándo se le ocurrieron?». – «Hoy a la tarde en el jardín, antes de subir». –
Noté que de esta manera quería indicarme que observó de manera estricta el tiempo prescrito,
pues su costumbre era abandonar el jardín hacia las seis de la tarde. Entonces, tampoco en el
sonambulismo disponía de toda la extensión de su saber; también para este había una
conciencia actual y una potencial. Con bastante frecuencia sucedía además en el
sonambulismo que a mi pregunta: «¿A qué se debe tal o cual fenómeno?», arrugara el entrecejo
y, tras una pausa, respondiera a media voz: «No lo sé». Para tales casos yo había cobrado el
hábito de decirle: «Reflexione usted, enseguida lo averiguará»; y luego de breve meditación ella
podía ofrecerme el dato pedido. Empero, también sucedía que no se le ocurriera nada y que yo
debiera dejarle pendiente la tarea de acordarse, con plazo hasta el día siguiente. En todos los
casos lo conseguía. Esta señora, para quien en su vida ordinaria toda falta a la verdad era
penosísima, tampoco en la hipnosis mentía nunca, pero a veces daba noticias incompletas,
reservándose un fragmento del informe hasta que yo le arrancaba una segunda vez ese
complemento. Como en el ejemplo dado en págs. 98-9, las más de las veces era la
repugnancia que le suscitaba el tema lo que también en el sonambulismo sellaba sus labios. A
pesar de estos rasgos de limitación, su conducta psíquica en el sonambulismo impresionaba en
su conjunto como despliegue desinhibido de su fuerza espiritual y de su plena disposición sobre
su tesoro mnémico.
Su sugestionabilidad en el sonambulismo era innegablemente grande, pero muy alejada de una
falta patológica de toda resistencia. En conjunto, debo decir que yo no causaba en ella más
impresión que la que sería lícito esperar, profundizando de ese modo en su mecanismo
psíquico, en cualquier persona que me escuchase con plena confianza y gran claridad mental;
sólo que la señora Von N., en el estado que pasaba por normal, no era capaz de atenderme con
esa complexión psíquica favorable. Toda vez que, como en el caso del miedo a los animales, no
conseguí aportarle razones para su convencimiento, o que no penetré hasta la historia genética
psíquica del síntoma, sino que pretendí operar mediante una sugestión autoritativa, noté una
expresión tensa, insatisfecha, en el gesto de la sonámbula; y cuando para concluir le pregunté:
«Entonces, ¿seguirá teniendo miedo a estos animales?», la respuesta fue: «No… porque usted
lo demanda». Semejante promesa, que sólo podía apoyarse en su docilidad hacia mí, en verdad
nunca cuajó; su éxito fue tan nulo como el de tantas enseñanzas generales que le impartí, en
lugar de las cuales lo mismo habría valido que le repitiera esta única sugestión: «Sane usted».
Esta misma persona, tan obstinada en retener, contra la sugestión, sus síntomas patológicos, y
que sólo los abandonaba tras un análisis o un convencimiento psíquicos, era por otra parte tan
dócil como la mejor médium de hospital cuando se trataba de sugestiones sin importancia, de
cosas que no guardaban relación con su enfermedad. Ya he comunicado, en el historial clínico,
ejemplos de esa obediencia poshipnótica. No hallo contradicción alguna en esta conducta. Por
fuerza se imponía también aquí el derecho de la representación más intensa. Si uno penetra en
el mecanismo de la «idea fija» patológica, la halla fundada y apoyada en vivencias tan
numerosas y de tan intensa eficacia que luego uno no puede asombrarse si ella es capaz de
ofrecer exitosa resistencia a la representación contraria sugerida, dotada sólo de cierta fuerza.
En verdad, sólo un cerebro realmente patológico podría dejar que la sugestión borrara unos
resultados tan legítimos de procesos psíquicos intensivos.
Cuando estudié el estado sonámbulo de la señora Von N. me acudieron por primera vez dudas
acerca de la corrección de la tesis de Bernheim, «Tout est dans la suggestion», y acerca de
la inferencia de su agudo amigo Delboeuf, «Comme quoi il ny a pas d’hypnotisme».
Tampoco hoy puedo comprender que al mostrarle mi dedo y decirle una sola vez «Duérmase»
yo creara ese particular estado psíquico de la enferma en que su memoria incluía todas sus
vivencias psíquicas. Por medio de mi sugestión pude haberle provocado ese estado, pero no
habérselo creado, pues sus caracteres, universalmente válidos por lo demás, me sorprendieron
muchísimo.
El historial clínico muestra bien a las claras la índole de terapia que se aplicó aquí en el
sonambulismo. Como es habitual en la psicoterapia hipnótica, combatí las representaciones
patológicas presentes mediante aseguramiento, prohibición, introducción de representaciones
contrarias de todo tipo; mas no me contenté con ello, sino que fui tras las huellas de la historia
genética de cada síntoma a fin de poder combatir las premisas sobre las cuales se edificaban
las ideas patológicas. Y en el curso de estos análisis sucedía, por regla general, que la enferma
declarara, bajo los signos de la más violenta excitación, cosas cuyo afecto sólo había hallado
hasta entonces un drenaje como expresión de emociones. No puedo decir cuánto del éxito
terapéutico en cada oportunidad se debía a esa sugestión eliminadora in statu nascendi, y
cuánto a la solución del afecto mediante abreacción; en efecto, utilicé conjugados ambos
factores terapéuticos. Por eso, este caso no serviría para la demostración rigurosa de la
eficacia terapéutica del método catártico. Pero lo que sí puedo decir es que sólo resultaron
eliminados de manera realmente perdurable los síntomas patológicos en los que yo había
ejecutado el análisis psíquico.
El éxito terapéutico fue, en conjunto, muy considerable, pero no duradero; no se eliminó la
aptitud de la paciente para enfermar parecidamente a raíz de nuevos traumas que le
sobrevenían. Quien quisiera emprender la curación definitiva de una histeria así debería dar
razón del nexo entre los fenómenos con mayor profundidad de lo que yo lo ensayé. La señora
Von N. era, sin ninguna duda, una persona de herencia neuropática. Sin mediar semejante
predisposición, es probable que no se produzca histeria alguna. Pero la predisposición sola
todavía no constituye una histeria; para ello se requieren fundamentos y, como yo lo sostengo,
fundamentos adecuados, una etiología de naturaleza determinada. Ya he consignado que en la
señora Von N. los afectos de tantas vivencias traumáticas parecían conservados, y que una
vivaz actividad mnémica traía a la superficie psíquica ora este trauma, ora estotro. Me atrevería
ahora a indicar el fundamento de esa conservación de los afectos. Sin duda se entrama con la
disposición hereditaria de la señora Von N. Por una parte, sus sensaciones eran muy intensas;
ella era de una naturaleza violenta, capaz del máximo desencadenamiento de las pasiones; por
otra parte, desde la muerte de su marido vivía en total soledad anímica, desconfiando de los
amigos debido a las persecuciones de que la hicieron objeto los parientes, y celosa y vigilante
para que nadie cobrara demasiado influjo sobre su obrar. Era grande el círculo de sus deberes,
y debía realizar sola todo el trabajo psíquico que sus obligaciones le imponían, sin amigo ni
persona de confianza, casi aislada de su familia, y con la dificultad adicional de su
escrupulosidad, su inclinación al automartirio, a menudo su natural desconcierto de mujer. En
síntesis, es inequívoco aquí el mecanismo de la retención de grandes sumas de excitación, en
sí y por sí. Ese mecanismo se apoya en parte en las circunstancias de su vida, y en parte en su
disposición natural; por ejemplo, su horror a comunicar algo sobre sí misma era tan grande que,
según lo noté con asombro en 1891, ninguno de los diarios visitantes de su casa sabía que
estuviera enferma ni que yo fuera su médico.
¿Que si con esto he agotado la etiología de este caso de histeria? Creo que no, pues en la
época de los dos tratamientos yo no me había planteado aún aquellas preguntas de cuya
respuesta se necesita para un esclarecimiento exhaustivo. Ahora pienso que debe de haberse
agregado algo para provocar, dadas unas constelaciones que durante años mantuvieron
inmutable su eficacia etiológica, un estallido de padecimiento justamente en los últimos años.
También me llamó la atención que en todas las comunicaciones íntimas que me hizo la
paciente faltara por completo el elemento sexual, que, empero, como ningún otro da ocasión a
traumas. No es posible que las excitaciones de esta esfera hayan quedado sin dejar algún
resto; es probable que la biografía que yo le escuché fuera una editio in usum delphini. El
comportamiento de la paciente era de la máxima decencia, una decencia no artificiosa ni
mo jigata. Pero si considero la reserva con que me refirió en la hipnosis la pequeña aventura de
su camarera en el hotel, me entra la sospecha de que esta mujer violenta, capaz de tan
intensas sensaciones, no pudo triunfar sobre sus necesidades sexuales sin serias luchas y sin
sufrir de tiempo en tiempo un agotamiento psíquico en el ensayo de sofocar esta pulsión, la más
poderosa de todas. Cierta vez me confesó que no se había vuelto a casar porque, dada la gran
fortuna que poseía, no podía tolerar un pretendiente sin bienes, y además se habría reprochado
perjudicar los intereses de sus dos hijas mediante un nuevo casamiento.
Antes de dar por terminado el historial clínico de la señora Von N. debo agregar todavía una
puntualización. El doctor Breuer y yo la conocimos con bastante exactitud y durante largo
tiempo; solíamos sonreír cuando comparábamos su cuadro de carácter con la pintura que de la
psique histérica se arrastra de antiguo, a través de los libros y de la opinión de los médicos. Si
de la observación de la señora Cäcilie M. habíamos inferido que una histeria de la forma más
grave es conciliable con las más ricas y originales dotes -un hecho que, por otra parte, ponen
bien en evidencia las biografías de las mujeres importantes para la historia y la literatura-, en la
señora Emmy von N. teníamos un ejemplo de que la histeria tampoco excluye un intachable
desarrollo del carácter y una vida conciente de sus metas. Esta que nos tocaba conocer era
una mujer sobresaliente; a ambos nos impresionó su seriedad ética en la concepción de sus
deberes, su inteligencia y su energía directamente masculinas, su elevada cultura y su amor por
la verdad; al mismo tiempo, su bondadoso desvelo por las personas a su cargo, su intrínseca
modestia y la finura de su trato la volvían estimable también en su condición de dama. Llamar
«degenerada» a una mujer así equivaldría a desfigurar el significado de esta palabra hasta
hacerlo irreconocible. Convendrá separar conceptualmente a las personas «predispuestas» de
las «degeneradas», pues de lo contrario habrá que admitir que la humanidad debe buena parte
de sus grandes conquistas a los empeños de unos individuos «degenerados».
También debo confesar que en el historial de la señora Von N. no hallo nada de un «rendimiento
psíquico inferior», al que P. Janet reconduce la génesis de la histeria. Según él, la
predisposición histérica consistiría en un estrechamiento anormal del campo de la conciencia (a
consecuencia de una degeneración hereditaria), que daría ocasión al descuido de series
enteras de percepciones, y, en secuencia ulterior, a la descomposición del yo y a la
organización de personalidades secundarias. De acuerdo con esto, también el resto del yo,
debitados los grupos psíquicos de organización histérica, debería ser de inferior rendimiento que
el yo normal, y de hecho según Janet ese yo adolece en los histéricos de estigmas psíquicos,
está condenado al monoideísmo y es incapaz de las operaciones voluntarias de la vida habitual.
Opino que Janet, de manera errónea, ha elevado al rango de condiciones primarias de la
histeria unos estados consiguientes a la alteración histérica de la conciencia. El tema merece
un estudio a fondo en otro lugar; comoquiera que fuese, en la señora Von N. no se advierte nada
de ese rendimiento inferior. Durante el período de sus estados más graves, ella fue y
permaneció capaz de cuidar sus intereses en la dirección de una gran empresa industrial, no
perdió nunca de vista la educación de sus hijas, mantuvo intercambio epistolar con personas de
sobresaliente nivel intelectual; en suma, cumplía sus obligaciones a punto tal que su condición
de enferma pudo permanecer oculta. Me inclinaría a creer que el resultado de todo esto sería
una medida notable de hiperrendimiento psíquico, insostenible a la larga y que por fuerza llevaría
a un agotamiento, al misère psychologique {empobrecimiento psicológico} secundario. Es
probable que en la época en que yo la vi por primera vez ya empezaran a hacerse sentir esas
perturbaciones de su capacidad de rendimiento, pero no cabe ninguna duda de que una histeria
grave había existido muchos años antes de estos síntomas de agotamiento.