Señora Emmy von N. (40 años, de Livonia) (Freud) (contin.1)

Señora Emmy von N. (40 años, de Livonia) (Freud) (contin.1)

9 de mayo [por la mañana]. Ha dormido bien sin que yo le renovara la sugestión, pero tuvo
dolores de estómago por la mañana. Ya los sintió ayer en el jardín, donde pasó demasiado
tiempo con sus hijas. Consiente en que le limite la visita de las niñas a dos horas y media; hace
unos días se había reprochado dejarlas solas. Hoy la encuentro algo excitada, el ceño fruncido,
chasquidos y tartamudeos. Mientras le administran el masaje nos cuenta que la gobernanta de
las niñas le ha traído un atlas histórico-cultural, y que algunas de sus imágenes, que muestran a
unos indios disfrazados de animales, le causaron grandísimo terror. «¡Imaginen que estuvieran
vivos!». (Gesto de horror.)
En la hipnosis le pregunto por qué le aterrorizan tanto esas imágenes, ahora que ya no tiene
miedo a los animales. Dice que le recordaron unas visiones que tuvo a la muerte de su
hermano. (A los diecinueve años.) Reservo este recuerdo para después. Le sigo preguntando si
siempre fue tartamuda, y desde cuándo tiene el tic (ese chasquido peculiar). Dice que el
tartamudeo es manifestación de la enfermedad, en tanto que el tic la aqueja hace ya cinco años,
desde una vez que estaba sentada junto al lecho de su hija menor, muy enferma esta, y quería
mantener total silencio. – Intento aminorar la significación del recuerdo, señalándole que nada le
sucedió a su hija, etc. Dice que eso vuelve siempre que está angustiada o se aterra. – Le ordeno
no tener miedo a las imágenes de los indios, más bien reírse de ellas a carcajadas y llamarme
la atención sobre ellas. Y así ocurre después que despierta; busca el libro, me pregunta si ya lo
he mirado, me lo abre en la hoja correspondiente y se ríe a mandíbula batiente de esas
grotescas figuras, sin angustia alguna, con rasgos tersos. De pronto el doctor Breuer entra a
visitarla en compañía del médico interno. Ella se aterra y chasquea, de suerte que ambos nos
abandonan muy pronto. Explica su excitación diciendo que le resultaba desagradable la
copresencia, todas las veces, del médico interno.
Además, yo le había removido en la hipnosis el dolor de estómago tachándolo, y le dije que
después de comer ella esperaría el retorno de ese dolor, pero no lo tendría.
Al atardecer. Por primera vez la encuentro alegre y locuaz, despliega un humor que yo no habría
supuesto en esa grave señora; entre otras cosas, con la plena sensación de su mejoría, se
refiere en tono festivo al tratamiento del médico que me precedió. Hacía ya mucho tiempo que
se había formado el propósito de eludirlo pero no hallaba la manera, hasta que una observación
incidental del doctor Breuer, quien cierta vez la visitó, le ofreció una escapatoria. Como yo
parezco asombrado ante esa comunicación, ella se aterra, se hace los más violentos
reproches por haber cometido una indiscreción, pero se deja tranquilizar por mí en apariencia. –
No le sobreviene dolor de estómago, a pesar de que lo ha esperado.
En la hipnosis le inquiero por otras vivencias que le hayan provocado terror duradero. Ofrece
una segunda serie, ahora de su adolescencia, con la misma prontitud que la primera, y vuelve a
asegurar que ve ante sí todas esas escenas a menudo, con vividez y coloreadas. Cómo vio (a
los quince años) llevar a su prima al manicomio; quiso pedir auxilio pero no pudo y perdió el
habla hasta el atardecer de ese día. Dado que en sus pláticas despiertas solía hablar mucho- de
manicomios, la interrumpo y le pregunto por las otras oportunidades en que hubo locos. Relata
que su propia madre pasó algún tiempo en el manicomio. Cierta vez tuvieron una criada cuya
patrona anterior había estado en el manicomio un lapso prolongado, y solía contarle terroríficas
historias de cómo ataban a los enfermos a unos asientos y ahí los zurraban, etc. En tanto lo
refería, sus manos se crispaban de horror, veía todo eso ante sus ojos. Me empeño en rectificar
sus representaciones sobre lo que es un manicomio y le aseguro que podrá enterarse de cosas
relativas a un instituto así sin sentirse envuelta ella misma; entonces se le distiende el rostro.
Prosigue con la enumeración de sus recuerdos terroríficos: cómo (a los quince años) halló a su
madre tendida en el suelo por un ataque de apoplejía, a pesar del cual vivió cuatro años más; y
cómo, a los diecinueve años, regresó cierta vez a la casa y halló muerta a su madre con el
rostro deformado. Desde luego, tropiezo con mayores dificultades para amenguar estos
recuerdos; después de una negociación más prolongada, le aseguro que a esta imagen la
volverá a ver sólo nebulosa y sin fuerza. – Además, cómo a los diecinueve años, al levantar una
piedra, halló debajo un sapo, tras lo cual perdió el habla durante horas.
En esta hipnosis me convenzo de que ella sabe todo lo que ocurrió en la anterior, mientras que
en la vigilia nada sabe de eso.
10 de mayo por la mañana. Hoy, por primera vez, en lugar de un baño caliente un baño de
salvado. La encuentro con el rostro descompuesto, contraído, las manos envueltas en un chal,
quejándose de frío y dolores. Preguntada por lo que le pasa, refiere que ha estado incómoda
sentada en la corta bañera y ahí le vinieron los dolores. Durante el masaje principia diciendo que
todavía le remuerde su infidencia de ayer sobre el doctor Breuer; la tranquilizo con la piadosa
mentira de que yo lo sabía desde el comienzo, y desaparece su emoción (chasquido,
contracción del rostro). Así, y ya durante el masaje, mi influjo se hace valer todas las veces; se
apacigua, más clara mentalmente, y aun sin inquisición hipnótica halla las razones de su
desazón del momento. Además, la conversación que sostiene conmigo mientras le aplican los
masajes no es un despropósito, como pudiera parecer; más bien incluye la reproducción,
bastante completa, de los recuerdos e impresiones nuevas que han influido sobre ella desde
-nuestra última plática, y a menudo desemboca, de una manera enteramente inesperada, en
reminiscencias patógenas que ella apalabra sin que se lo pidan. Es como si se hubiera
apoderado de mi procedimiento y aprovechara la conversación, en apariencia laxa y guiada por
el azar, para complementar la hipnosis. Por ejemplo, hoy da en hablar sobre su familia, y a
través de toda clase de rodeos llega hasta un primo; era un poco retardado y los padres de él le
hicieron sacar todos los dientes de una asentada {auf einem Sitze}. Acompaña este relato con
ademanes de horror y repitiendo una y otra vez su fórmula protectora («¡Quédese quieto! ¡No
hable! ¡No me toque!»). Tras ello, su gesto se distiende, y ahora está alegre. Así, aun durante la
vigilia su comportamiento es guiado por las experiencias que ha hecho en el sonambulismo, del
cual, una vez despierta, cree no saber nada.
En la hipnosis le repito la pregunta sobre qué la ha desazonado, y recibo las mismas
respuestas, pero en secuencia invertida: 1 ) Su cotorrería de ayer, 2) los dolores a causa del
incómodo asiento {Sitzen} en el baño. – Hoy le pregunto qué significa el giro « ¡Quédese quieto!,
etc. ». Explica que toda vez que tiene pensamientos angustiantes teme ser interrumpida en el
hilo de sus ideas porque entonces todo se le confunde y se vuelve todavía más penoso. El
«¡Quédese quieto!» se refiere a que las figuras de animales que le aparecen en sus malos
estados se ponen en movimiento y se lanzan sobre ella cuando alguien hace algún movimiento
delante suyo; por último, la admonición «¡No me toque!» proviene de las siguientes vivencias:
cómo su hermano estaba muy enfermo por ingerir dosis excesivas de morfina, y tenía unos
crudelísimos ataques, en que solía echarle mano {anpacken} de manera repentina (a los
diecinueve años); luego, cierta vez un conocido se volvió loco de repente en casa de ella, y la
tomó en sus brazos; (un tercer caso semejante, del que no se acuerda con precisión) y, por
último (a los veintiocho años), cómo una vez su pequeña estaba muy enferma y en su delirio la
cogió {packen} tan fuerte que casi la ahoga. Relata estos cuatro casos, a pesar de las grandes
diferencias de tiempo, en una sola oración y uno tras otro rápidamente, como si constituyeran
un acontecimiento único dividido en cuatro actos. Por otra parte, todas sus comunicaciones de
tales traumas agrupados empiezan con «cómo» y los diversos traumas parciales van
coordinados con «y». Yo reparo en que la fórmula protectora está destinada a prevenir el retorno
de aquellas vivencias, le quito ese miedo por vía de sugestión y de hecho nunca volví a oírle esa
fórmula.
Por la tarde la encuentro muy alegre. Me cuenta, sonriendo, que en el jardín sintió terror ante un
perrito que le ha ladrado. No obstante, tiene en el rostro una leve mueca; es una excitación
interior que sólo desaparece después que me pregunta si he tomado a mal una observación de
ella, que hizo mientras le administraban el primer masaje; yo le digo que no. Hoy le ha vuelto el
período tras un intervalo de apenas catorce días. Le prometo su regularización por sugestión
hipnótica, y en la hipnosis le ordeno un intervalo de veintiocho días. Le pregunto además en
la hipnosis si recuerda lo último que me ha contado; me refiero a una tarea que nos quedó
pendiente de la tarde de ayer. Pero ella empieza correctamente con el «No me toque» de la
hipnosis de la mañana. La reconduzco entonces al tema de ayer. Le había preguntado de dónde
le venía el tartamudeo, y la respuesta fue: «No lo Sé». Por eso le había dado plazo para
acordarse hasta la hipnosis de hoy. Y ahora respondía sin reflexionar más, pero con gran
excitación y con tropiezos espásticos en el habla: «Cómo cierta vez se desbocaron los caballos
con el carruaje en que iban sentados los niños, y cómo otra vez yo viajaba con las niñas por el
bosque en medio de una tormenta y el rayo cayó en un árbol justo frente a los caballos y los
caballos se asustaron y yo pensé entre mí: «Ahora tienes que permanecer totalmente quieta, de
lo contrario asustarás todavía más a los caballos con tus gritos y el cochero no podrá
contenerlos». Desde entonces apareció eso». Este relato la ha excitado muchísimo; me entero
además de que el tartamudeo le apareció tras la primera de esas dos ocasiones, pero
desapareció al poco tiempo para quedarle permanente desde la segunda ocasión similar. Le
extingo el recuerdo plástico de estas escenas, pero la exhorto a que se las represente una vez
más. Parece intentarlo y luego se queda calma; además, a partir de ese momento habla en la
hipnosis sin ningún tartamudeo espástico.
Como la encuentro predispuesta a brindarme información, le inquiero por otros sucesos de su
vida que la asustaran así y de los cuales haya conservado el recuerdo plástico. Responde con
una colección de esas vivencias: [1] Cómo un año después de la muerte de su madre estaba
en casa de una preceptora con quien había trabado amistad y allí fue enviada junto con otra
muchacha a la habitación contigua para buscar un diccionario, y entonces vio levantarse de la
cama a una persona que tenía idéntica apariencia a la dé quien acababa de dejar. Se quedó
tiesa, como plantada en el lugar. Luego se enteró de que era una muñeca que habían
preparado. Yo declaro alucinatoria esa aparición, apelo a sus luces, y su rostro se apacigua. [2]
Cómo cuidaba a su hermano enfermo y él a consecuencia de la morfina sufría crudelísimos
ataques en los que la aterrorizaba y atrapaba {anpacken}. Reparo en que ya hoy por la mañana
se habló de esta vivencia y por eso pregunto, a modo de prueba, cuándo más ocurrió ese
«atrapar». Para mi grata sorpresa, ella medita esta vez largo tiempo la respuesta y por último
pregunta, insegura: «¿La pequeña?». No puede acordarse de las otras dos ocasiones. Mi
prohibición, la extinción del recuerdo, ha producido entonces efecto. Además: [3] Cómo ella
cuidaba a su hermano y sobre el biombo apareció de pronto la blanca cabeza de la tía que había
venido para convertirlo a la fe católica. – Noto que con esto he llegado hasta la raíz de su
permanente miedo a las sorpresas, y le pregunto por otras que le hayan ocurrido. – Cómo tenían
en casa a un amigo a quien le gustaba deslizarse inadvertido en el dormitorio para surgir ahí de
repente; cómo, muy enferma tras la muerte de su madre, fue a un sitio de restablecimiento y allí
una enferma mental, por error, se llegó varías veces a su habitación y hasta su cama; y por
último, cómo en su viaje desde Abbazia hasta aquí un extraño abrió de repente, en cuatro
oportunidades, la puerta de su compartimiento en el tren, y ella todas las veces lo miró
petrificada. Tanto se aterrorizó que llamó al guarda.
Le borro todos los recuerdos, la despierto y le aseguro que esa noche dormirá bien, no obstante
que omití darle la correspondiente sugestión en la hipnosis. Atestigua el mejoramiento de su
estado general su observación de que hoy no ha leído nada, y así vive como en un sueño
dichoso, ella, que de ordinario se veía precisada a hacer siempre algo por inquietud interior.
11 de mayo por la mañana. Para hoy se ha convenido el encuentro con el ginecólogo, el doctor
N., quien revisará a la mayor de sus hijas a causa de sus dolencias menstruales. Hallo a la
señora Emmy bastante inquieta, pero ese estado se exterioriza en signos corporales mucho
menos marcados que antes; empero, de tiempo en tiempo exclama: «Siento angustia, mucha
angustia, creo que me moriré». – «¿Ante qué siente usted angustia? ¿Acaso ante el doctor N.?».
-Dice que no lo sabe, que sólo tiene angustia. En la hipnosis, que emprendo antes que llegue mi
colega, confiesa que teme haberme ofendido ayer, durante el masaje, con una manifestación
que le pareció descortés. Además, tiene miedo a todo lo nuevo, y por tanto también al nuevo
doctor. La puedo tranquilizar; es cierto que en presencia del doctor N. se estremece varías
veces, pero en lo demás se comporta bien y no muestra chasquidos ni inhibición en el habla.
Después que él se va, la hipnotizo otra vez para removerle eventuales restos de excitación que
le quedaran de su visita. Ella misma está muy contenta con su comportamiento, pone grandes
esperanzas en el tratamiento del doctor N., y yo procuro mostrarle con este ejemplo que no se
debe temer a lo nuevo, pues también puede traer cosas buenas.
Por la tarde está muy alegre y tramita diversos reparos en la plática previa a la hipnosis. En
esta, le pregunto qué suceso de su vida le ha producido el efecto más duradero y le aflora como
recuerdo con la mayor frecuencia. La muerte de su marido, dice. Le pido que relate esa vivencia
con todo detalle, lo cual hace con los signos del más profundo sobrecogimiento, pero sin
chasquidos ni tartamudeo:
Cómo ellos estaban en un lugar de la Riviera, que ambos amaban mucho, y pasaban por un
puente y a él le sobrevino de pronto un espasmo de corazón, se desplomó de repente, estuvo
ahí tendido unos minutos como sin vida, pero después se levantó ileso. Cómo después, durante
su puerperio por la pequeña, el marido, que desayunaba en una mesilla ante su cama y leía los
periódicos, de pronto se puso de pie, la miró de una manera peculiar, dio algunos pasos y cayó
muerto al piso. Ella saltó de la cama; los médicos lamados habrían intentado revivirlo, y ella
escuchaba todo desde la otra habitación; pero fue en vano. Y luego continúa: Y cómo la niña,
que entonces tenía unas semanas de edad, se enfermó muy grave y así permaneció durante
seis meses, tiempo en el cual ella misma estuvo postrada en cama con alta fiebre. – Y luego
siguen, en secuencia cronológica, sus cargos contra esa niña; los prorrumpe rápidamente y
con expresión de enojo en el rostro, como cuando se habla de alguien de quien uno está harto.
Que durante largo tiempo fue muy rara, que siempre berreaba y nunca dormía, que contrajo una
parálisis de la pierna izquierda de cuya curación se desesperaba casi; que a los cuatro años
tuvo visiones, que empezó a caminar tarde y tarde empezó a hablar,. de suerte que por mucho
tiempo se la tuvo por idiota; según declararon los médicos, había tenido una inflamación en el
encéfalo y la médula espinal, y quién sabe cuántas cosas más. En este punto la interrumpo, le
señalo que esa misma niña es hoy normal y está hermosa, y le quito la posibilidad de volver a
ver todas esas tristes cosas, pues no sólo le borro el recuerdo plástico, sino que le revoco la
reminiscencia entera de su memoria, como sí nada de eso hubiera sucedido. Le prometo en
cambio que cesará la expectativa de desgracia que de continuo la martiriza, así como los
dolores en todo el cuerpo, de los que se había quejado justamente durante el relato, cuando
hacía varios días que ni los mencionaba.
Para mi sorpresa, inmediatamente después de esta sugestión mía empieza a hablar del
príncipe L., cuya evasión de un manicomio era muy comentada por entonces; saca a relucir
nuevas representaciones de angustia sobre manicomios, que allí tratan a la gente con duchas
heladas sobre la cabeza, las sientan en un aparato y les hacen dar vueltas hasta que se
calman. Tres días antes, cuando empezó a quejarse de su miedo al manicomio, yo la había
interrumpido tras su primer relato de que allí a los enfermos los ataban a unos asientos. Noto
que así no consigo nada, que no puedo ahorrarme el escucharla en cada punto hasta el final.
Retomado y reparado esto, le remuevo también las nuevas imágenes terroríficas, apelo a sus
luces, y aduzco que puede creerme más a mí que a la tonta muchacha que le contó esas
horripilantes historias sobre los métodos usados en los manicomios. Y como en estos
complementos {Nachtrag} noto que en ocasiones tartamudea un poco, le pregunto de nuevo de
dónde le viene el tartamudeo. No hay respuesta. «¿No lo sabe usted?». – «No». – «¿Y por qué
no?». – «¿Por qué? ¡Porque no lo tengo permitido!» (lo dice con violencia y enojo). Creo ver en
esta manifestación un éxito de mi sugestión, pero ella exterioriza el pedido de ser despertada de
la hipnosis,, a lo cual yo condesciendo.
12 de mayo [por la mañana]. Contra lo que yo esperaba, ha dormido poco y mal. La encuentro
presa de gran angustia, aunque no presenta los habituales signos corporales de ella. No quiere
decir qué le pasa; sólo que ha soñado cosas feas y que una y otra vez ve las mismas cosas.
«Qué horror si cobraran vida». Durante el masaje se deshace de algunas cosas mediante
ciertas preguntas, luego se pone alegre, cuenta sobre sus relaciones en su casa de viuda allá
en el Báltico, sobre los hombres importantes de la ciudad vecina a quienes suele tener como
huéspedes, etc.
Hipnosis. Ha soñado cosas terroríficas, las patas y respaldos de las sillas eran, todos,
serpientes; un monstruo con pico de buitre arremetió a los picotazos contra ella y la devoraba
por todo el cuerpo, animales salvajes se le abalanzaron, etc. Luego pasa sin transición a otros
delirios sobre animales que, empero, distingue con este agregado: «Eso fue real» (no fue un
sueño). Cómo ella (una vez, hace tiempo) quiso tomar lana de una madeja, y era un ratón y
salió corriendo, cómo durante un paseo de repente un sapo le saltó encima, etc. Noto que mi
prohibición general ha sido infructuosa, y que debo quitarle esas impresiones angustiantes una
por una. Por algún camino doy en preguntarle por qué ha tenido dolores de estómago, y de
dónde provienen. Yo creo que en ella los dolores de estómago acompañan a cada ataque de
zoopsia. Su respuesta, bastante renuente, fue que no lo sabe. Le doy plazo hasta mañana para
recordarlo. Y hete aquí que me dice, con expresión de descontento, que no debo estarle
preguntando siempre de dónde viene esto y estotro, sino dejarla contar lo que tiene para
decirme. Yo convengo en ello, y prosigue sin preámbulos: «Cómo ellos lo sacaron, y yo no he
podido creer que está muerto». (Vuelve, pues, a hablar de su marido, y ahora discierno como
fundamento de su desazón que ha estado sufriendo bajo el resto, retenido {zurückhalten}, de
esa historia.) Y luego por tres años ha odiado a la niña, porque siempre se decía que habría
podido cuidar a su marido hasta que sanase de no haber guardado cama a causa de ella. Y
luego, tras la muerte de su marido, sólo ha recibido afrentas y sobresaltos. Los parientes de él,
que siempre se opusieron al matrimonio y después le cobraron inquina de verlos vivir con tanta
dicha, habían propagado el infundio de que ella lo envenenó, a punto tal que ella quería pedir una
investigación. Por medio de un escritorzuelo repugnante esos parientes la habían amenazado
con todos los procesos habidos y por haber. El canalla enviaba a rondar unos agentes que le
andaban al acecho, hacía publicar artículos calumniosos contra ella en los periódicos locales y
luego le mandaba los recortes. De entonces le venía su aversión a la gente y su odio a todos los
extraños. Tras las palabras tranquilizadoras que anudo a su relato, se declara aliviada.
13 de mayo [por la mañana], De nuevo ha dormido poco a causa de los dolores de estómago;
ayer a la noche no ha tomado comida alguna; también se queja de dolores en el brazo derecho.
Pero su talante es bueno, está alegre y desde ayer me trata con particular deferencia. Pide mi
juicio sobre las más diversas cosas que le parecen importantes, y cae en una excitación de
todo punto desmedida cuando, por ejemplo, me veo precisado a ir a buscar yo los paños
indispensables para el masaje; se le producen a menudo chasquidos y el tic en la cara.
Hipnosis. Ayer por la tarde se le ocurrió de pronto la razón por la cual los animales pequeños
que ella ve se le aumentan a proporciones tan gigantescas. Le pasó por primera vez en una
representación teatral en D., donde habían puesto sobre el escenario una lagartija gigantesca.
Fue también este recuerdo el que tanto la hizo penar ayer.
Que el chasquido haya retornado se debe a que ayer tuvo dolores en el abdomen y se
empeñaba en no denunciarlos con sus suspiros. No sabe nada sobre la ocasión particular del
chasquear. También se acuerda de que ayer le impuse la tarea de averiguar de dónde vienen
los dolores de estómago. Pero no lo sabe, me ruega que la ayude. Le pregunto si alguna vez no
se vio obligada a comer en medio de una gran emoción. Así es. Tras la muerte de su marido
careció por largo tiempo de todo placer de comer, comía sólo por deber, y efectivamente los
dolores de estómago empezaron por entonces. Ahora le remuevo los dolores de estómago por
medio de algunas tachaduras sobre el epigastrio. Luego empieza a hablar espontáneamente de
lo que más la ha afectado: «He dicho que no quería a la pequeña. Pero debo agregar que no lo
manifestaba en mi comportamiento. He hecho todo lo que era necesario. Todavía ahora me
reprocho querer más a la mayor».