Sobre el psicoanálisis y las psicoterapias

Sobre el psicoanálisis y las psicoterapias

Del psicoanálisis y las psicoterapias
Por María Hortensia Cárdenas

Mientras las psicoterapias se despliegan en función de supuestos ideales sociales de adaptación e identificación comunitaria, el discurso del psicoanálisis produce su diferencia orientado por lo real del síntoma para cada uno.

– No hay clínica sin ética:

Las psicoterapias, que deben al psicoanálisis su certificado de nacimiento, acogen las prácticas más variadas; unas tienen como finalidad rectificar el yo consciente de los sujetos y devolverlos a las normas sociales, otras buscan dominar las emociones para evitar los desbordes y se dedican a enseñar habilidades sociales y de conducta. El discurso médico, por otro lado, promete la cura y la felicidad por medio del fármaco; las causas se remiten a la herencia o a lo congénito y la responsabilidad del sujeto –así como la del propio médico frente a él- pueden de ese modo ser elididas: la responsabilidad se endosa a los avances o los atrasos de la ciencia y “el factor humano” interviene únicamente cuando se trata del “error”.
En suma, existe un sinnúmero de técnicas terapéuticas, ofertas masivas de tratamiento, que pasan por la sugestión, la educación, la gimnasia, la manipulación, técnicas de autoayuda, grupos de apoyo, políticas de laboratorios y otras, técnicas cada vez más variadas y numerosas ofertadas con descaro y demandadas con la esperanza de conseguir algún consuelo o remedio para el sufrimiento subjetivo.
Hoy en día los ideales han cambiado, algunos ya no valen más o se han pervertido en un sin número de casos. En muchas situaciones el ideal de nuestra época se reduce a un ideal de funcionamiento eficaz. Las instituciones mantienen un discurso que apela a la norma, al orden, en un intento por acallar el malestar, por mantenerlo al filo de su expresión. Y, sin embargo, las normas fallan. Es lo que encontramos en una de las obras mayores de Freud, “El malestar en la cultura”: cuanto más se intenta poner un límite a ciertas satisfacciones, cuanto mayor es la opresión que ejerce una sociedad sobre los individuos que la integran, mayor es la trasgresión que ella provoca. La propia corrupción es, desde cierto ángulo, el fruto de un sistema que produce impasses sin reconocerlos como tales, menos todavía como inherentes a él mismo; razón por la cual, el círculo vicioso no pareciera tener salida. Ante esta situación la respuesta es un discurso identificatorio -”sea razonable, actúe según su bien y de acuerdo a la norma”- que no pacifica, que fracasa en resolver el enigma del goce y continúa dividiendo al sujeto porque el síntoma insiste.
Desde un inicio el psicoanálisis se diferencia radicalmente de otras terapéuticas que, apoyadas en el discurso científico, se limitan a describir, observar, clasificar, experimentar y concluir estadísticamente, para todos igual. Desde esta perspectiva no se toma en cuenta la particularidad para hacer emerger al sujeto mortificado por su síntoma.
Los nuevos síntomas son modos de respuesta al malestar en la cultura; las toxicomanías, anorexia, bulimia, ataques de pánico, depresiones, stress, violencia generalizada, delincuencia, conducta antisocial, fracasos escolares, adicciones, demandas terapéuticas de urgencia, etc. son acogidos por una variedad de terapias alternativas, prácticas específicas para su tratamiento, en comunidades y redes solidarias que solo ponen en evidencia el aislamiento y la soledad. Reducen al síntoma a un desorden de la época y proponen los lugares de identificación comunitaria. Las psicoterapias saben de la exigencia del discurso social de ser productivo y ofrecen una respuesta en este sentido. Sin cuestionar esta demanda social y los ideales que la acompañan, de los que los mismos psicoterapeutas se hacen objeto sin saber, plantean un ideal terapéutico que, cuando no conduce al fracaso por la reaparición del síntoma, reduce la vitalidad del sujeto al que se le ha colgado una etiqueta diagnóstica que habrá de cargar por el resto de su días. Así, diagnóstico y tratamiento le habrán impuesto una nueva cárcel. Son prácticas que terminan atrapadas en la rigidez de sus normas y en el retorno de lo reprimido. Se paga caro el precio de estas terapéuticas porque facilitan la identificación alienando mucho más al sujeto. Se cierra la posibilidad de que se pregunte por lo que le sucede y que se responsabilice de su deseo.
El psicoanálisis de orientación lacaniana se distancia y se diferencia de todas estas técnicas y prácticas terapéuticas que excluyen al goce y al sufrimiento implicado en el síntoma. El malestar de un sujeto y la clínica nos llevan a plantearnos siempre al síntoma en el centro de toda nuestra práctica. El psicoanálisis se dirige a lo real del síntoma, del síntoma concebido como lo más propio del sujeto. Si la práctica se centra en lo singular del caso, no puede estar delimitada por patrones pero sí por principios, tal como Lacan lo formalizó en su artículo “La dirección de la cura y los principios de su poder”. En eso radica la ética del psicoanálisis.