Obras de S. Freud: Sobre la psicología de los procesos oníricos (parte VIII)

Sobre la psicología de los procesos oníricos

Conversación con el profesor N.», presentan los mismos procesos de desplazamiento y de condensación que los otros. No podemos entonces hacer caso omiso de esta intelección: en la formación del sueño participan dos procesos psíquicos de naturaleza diferente; uno crea pensamientos oníricos de perfecta corrección, de igual valor que el pensamiento normal; el otro procede con estos de una manera extraña en grado sumo, incorrecta. Ya en el capítulo VI hemos distinguido a este último como el genuino trabajo del sueño. ¿Qué podemos aportar para la deducción de este proceso psíquico? No podríamos dar aquí una respuesta si no hubiéramos penetrado un poco en la psicología de las neurosis, en especial de la histeria. Ahora bien, de ella hemos aprendido que estos mismos procesos psíquicos incorrectos -y aun otros, no enumerados aquí- presiden la producción de los síntomas histéricos. También en la histeria hallarnos primero una serie de pensamientos absolutamente correctos, en un todo equiparables a nuestros pensamientos concientes. Pero no podemos averiguar nada de su existencia en esa forma, que reconstruimos sólo con posterioridad. Dondequiera que hayan irrumpido hasta nuestra percepción advertimos, por el análisis del síntoma formado, que esos pensamientos normales han sufrido un tratamiento anormal y han sido trasportados al síntoma por medio de condensación, formación de compromiso, a través de asociaciones superficiales, por encubrimiento de las contradicciones y eventualmente por vía de la regresión. Dada la plena identidad entre las peculiaridades del trabajo del sueño y las de la actividad psíquica que desemboca en los síntomas psiconeuróticos, nos juzgamos autorizados a trasferir al sueño las conclusiones que la histeria nos fuerza a extraer. De la doctrina de la histeria tomamos este enunciado: Esa elaboración psíquica anormal de un itinerario normal de pensamientos sólo ocurre cuando este último ha devenido la trasferencia de un deseo inconciente que proviene de lo infantil y se encuentra en la represión. Con arreglo a este enunciado, construimos la teoría del sueño sobre el supuesto de que el deseo onírico pulsionante proviene en todos los casos del inconciente; esto, como nosotros mismos hemos confesado, no puede demostrarse en general, aunque tampoco es posible refutarlo. Pero para que podamos decir lo que es la «represión», con cuyo nombre hemos jugado ya muchas veces, tenemos que avanzar otro poco en la construcción de nuestro andamiaje psicológico. Habíamos profundizado en la ficción de un aparato psíquico primitivo, cuyo trabajo era regulado por el afán de evitar la acumulación de excitación y de mantenerse en lo posible carente de excitación. Por eso lo construirnos siguiendo el esquema de un aparato reflejo; la motilidad, al comienzo como camino a la alteración interna del cuerpo, era la vía de descarga que se le ofrecía. Elucidamos después las consecuencias psíquicas de una vivencia de satisfacción, y entonces ya pudimos introducir un segundo supuesto, a saber, que la acumulación de la excitación -según ciertas modalidades de que no nos ocupamos- es percibida como displacer, y pone en actividad al aparato a fin de producir de nuevo el resultado de la satisfacción; en esta, el aminoramiento de la excitación es sentido como placer. A una corriente (Strömung} de esa índole producida dentro del aparato, que arranca del displacer y apunta al placer, la llamamos deseo; hemos dicho que sólo un deseo, y ninguna otra cosa, es capaz de poner en movimiento al aparato, y que el decurso de la excitación dentro de este es regulado automáticamente por las percepciones de placer y de displacer. El primer desear pudo haber consistido en investir alucinatoriamente el recuerdo de la satisfacción. Pero esta alucinación, cuando no podía ser mantenida hasta el agotamiento, hubo de resultar inapropiada para producir el cese de la necesidad y, por tanto, el placer ligado con la satisfacción. Así se hizo necesaria una segunda actividad -en nuestra terminología, la actividad de un segundo sistema-, que no permitiese que la investidura mnémica avanzara hasta la percepción y desde allí ligara las fuerzas psíquicas, sino que condujese a la excitación que partía del estímulo de la necesidad por un rodeo que finalmente, por vía de la motilidad voluntaria, modificara el mundo exterior de modo tal que pudiera sobrevenir la percepción real del objeto de satisfacción. Hasta aquí habíamos desarrollado el esquema del aparato psíquico; los dos sistemas son el germen de lo que insertamos como Icc y Prcc en el aparato plenamente constituido. Para poder trasformar con arreglo a fines el mundo exterior mediante la motilidad, se requiere la acumulación de una gran suma de experiencias dentro de los sistemas mnémicos y una múltiple fijación {Fixierung} de las referencias que diversas representaciones-meta pueden evocar en este material mnémico. Ahora proseguimos con nuestros supuestos. La actividad del segundo sistema, que procede por múltiples ensayos, que envía investiduras y vuelve a recogerlas, por una parte necesita disponer libremente de todo el material mnémico; por la otra, sería un gasto superfluo si enviara por cada una de las vías de pensamiento grandes cantidades de investidura que después se dispersarían sin finalidad, reduciendo así la cantidad necesaria para la trasformación del mundo exterior. Por tanto, teniendo en cuenta {el principio de} la adecuación a fines, postulo que al segundo sistema le es dado conservar en estado quiescente {in Ruhe} la mayoría de las investiduras energéticas y emplear en el desplazamiento tan sólo una pequeña parte. La mecánica de estos procesos me es por entero desconocida; el que quisiera tomar en serio estas ideas debería investigar las analogías fisicistas y abrirse camino hacia la ilustración del proceso de movimiento en el caso de la excitación neuronal. Yo me atengo con exclusividad a esta idea: La actividad del primer sistema Ψ está dirigida al libre desagote {Abströmen} de las cantidades de excitación, y el segundo sistema produce, por las investiduras que de él parten, una inhibición de este desagote, su mudanza en investidura quiescente, mediando sin duda una elevación del nivel. (1) Supongo entonces que bajo el imperio del segundo sistema el decurso de la excitación se anuda a condiciones mecánicas por entero diversas que bajo el imperio del primero. Una vez que el segundo sistema ha acabado su actividad tentativa de pensamiento, cancela también la inhibición y la estasis de las excitaciones y permite que ellas se drenen {abIliessen} hacia la motilidad Ahora obtenemos una argumentación interesante atendiendo a los vínculos entre esta inhibición del drenaje por parte del segundo sistema y la regulación ejercida por el principio de displacer. (2) Investiguemos la contraparte de la vivencia primaria de satisfacción, la vivencia de terror frente a algo exterior. Supongamos que sobre el aparato primitivo actúa un estímulo perceptivo que es la fuente de una excitación dolorosa. Entonces sobrevendrán prolongadas y desordenadas exteriorizaciones motrices hasta que por una de ellas el aparato se sustraiga de la percepción y, al mismo tiempo, del dolor; y cada vez que reaparezca la percepción, ese movimiento se repetirá enseguida (algo así como un movimiento de huida), hasta que la percepción vuelva a desaparecer. Pero en este caso no quedará inclinación alguna a reinvestir por vía alucinatoria o de otra manera la percepción de la fuente de dolor. Más bien subsistirá en el aparato primario la inclinación a abandonar de nuevo la imagen mnémica penosa tan pronto como se evoque de algún modo, y ello porque el desborde de su excitación hacia la percepción provocaría displacer (más precisamente: empezaría a provocarlo). El extrañamiento respecto del recuerdo, que no hace sino repetir {Wiederholung} el primitivo intento de huida frente a la percepción, es facilitado también por el hecho de que el recuerdo, a diferencia de la percepción, no posee cualidad suficiente para excitar a la conciencia y atraer de ese modo sobre sí una investidura nueva. Este extrañamiento que el aparato psíquico realiza fácilmente y de manera regular respecto del recuerdo de lo que una vez fue penoso nos proporciona el modelo y el primer ejemplo de la represión psíquica {esfuerzo de desalojo psíquico}. Es de todos conocido cuánto de ese extrañamiento respecto de lo penoso, de la táctica del avestruz, puede rastrearse todavía en la vida anímica normal del adulto. A consecuencia del principio de displacer, entonces, el primer sistema Ψ es incapaz de incluir algo desagradable en el interior de la trama de pensamiento. El sistema no puede hacer otra cosa que desear. Si todo quedara tal cual, se vería impedido el trabajo de pensamiento del segundo sistema, al que le hace falta disponer de todos los recuerdos decantados en la experiencia. Así, se abren dos caminos: o bien el trabajo del segundo sistema se independiza por completo del principio de displacer y sigue su camino sin hacer caso del displacer del recuerdo, o bien se las arregla para investir de tal suerte ese recuerdo displacentero que se evite el desprendimiento de displacer. Podemos desechar la primera posibilidad, pues el principio de displacer se muestra también como regulador para el discurrir de la. excitación del segundo sistema; nos vemos remitidos a la otra posibilidad: que ese sistema inviste un recuerdo de tal modo que inhibe el drenaje desde él, y por tanto también el drenaje hacia el desarrollo de displacer, comparable este último a una inervación motriz. A esta hipótesis que la investidura por el segundo sistema constituye al mismo tiempo una inhibición al drenaje de la excitación nos vemos llevados entonces desde dos puntos de abordaje: por referenc ia al principio de displacer y [como se expuso dos párrafos antes] por el principio del gasto mínimo de inervación. Retengamos, pues (y es la clave de la doctrina de la represión), que el segundo sistema sólo puede investir una representación si está en condiciones de inhibir el desarrollo de displacer que parta de ella. Lo que se sustrajera de esta inhibición permanecería inasequible también para el segundo sistema; a consecuencia del principio de displacer, se lo abandonaría enseguida. Empero, la inhibición del displacer no tiene que ser completa; un comienzo de este debe admitirse, pues índica al segundo sistema la naturaleza del recuerdo y, llegado el caso, su falta de aptitud para el fin que el pensar busca. Al proceso psíquico que conviene exclusivamente al primer sistema lo llamaré ahora proceso primario, y proceso secundario al que resulta de la inhibición impuesta por el segundo. (3) Puedo mostrar, todavía en otro aspecto, los fines para los cuales el segundo sistema tiene que corregir al proceso primario. Este último aspira a la descarga de la excitación a fin de producir, con la magnitud de excitación así reunida, una identidad perceptiva [con la vivencia de satisfacción; el proceso secundario ha abandonado ese propósito y en su lugar adoptó este otro: el de apuntar a una identidad de pensamiento [con esa experiencia]. El pensar como un todo no es más que un rodeo desde el recuerdo de satisfacción, que se toma como representación-meta, hasta la investidura idéntica de ese mismo recuerdo, que debe ser alcanzada de nuevo por la vía de las experiencias motrices. El pensar tiene que interesarse entonces por las vías que conectan entre sí a las representaciones, sin dejarse extraviar por las intensidades de estas. Pero es claro que las condensaciones de representaciones, las formaciones intermedias y de compromiso, son impedimentos para alcanzar esa meta de la identidad; en la medida en que remplazan a una representación por otra, desvían del camino que habría podido conducir hacia adelante desde la primera. Por -eso tales procesos se -evitan cuidadosamente en el pensar secundario. Tampoco es difícil advertir que el principio de displacer, que en otros terrenos ofrece al proceso de pensamiento los más importantes puntos de apoyo, le depara aquí también dificultades en la persecución de la identidad de pensamiento. El pensar tiene que tender, pues, a emanciparse cada vez más de su regulación exclusiva por el principio de displacer, y a restringir el desarrollo del afecto por el trabajo de pensamiento a un mínimo que aún sea utilizable como señal. (4) El agregado de una sobreinvestidura, que es procurada por la conciencia, está destinado a lograr ese refinamiento de operación. Pero sabemos que aun en la vida anímica normal esto rara vez se alcanza por completo, y que nuestro pensar siempre está expuesto a falsearse debido a la injerencia del principio de displacer. Pero no es esta la laguna en la eficacia funcional de nuestro aparato anímico por la cual se posibilitaría que pensamientos que se constituyen como resultado del trabajo de pensamiento secundario caigan bajo el proceso psíquico primario, fórmula esta con la que ahora podemos describir el trabajo que lleva a los sueños y a los síntomas histéricos. La tacha de insuficiencia es producto de la conjunción de dos factores que proceden de nuestra historia evolutiva, de los que uno es imputable por entero al aparato anímico y ha ejercido una influencia decisiva sobre el vínculo entre los dos sistemas, y el otro rige en dimensión variable e introduce en la vida anímica fuerzas pulsionales de origen orgánico. Ambos provienen de la vida infantil y son un sedimento de la alteración que nuestro organismo anímico y somático ha experimentado desde las épocas infantiles. Cuando llamé primario a uno de los procesos psíquicos que ocurren en el aparato anímico, no lo hice sólo por referencia a su posición en un ordenamiento jerárquico ni a su capacidad de operación, sino que al darle ese nombre me refería también a lo cronológico. Un aparato psíquico que posea únicamente el proceso primario no existe, que nosotros sepamos, y en esa medida es una ficción teórica; pero esto es un hecho: los procesos primarios están dados en aquel desde el comienzo, mientras que los secundarios sólo se constituyen poco a poco en el curso de la vida, inhiben a los primarios, se les superponen, y quizás únicamente en la plena madurez logran someterlos a su total imperio. A consecuencia de este advenimiento tardío de los procesos secundarios, el núcleo de nuestro ser, que consiste en mociones de deseos inconcientes, permanece inaprehensible y no inhibible para el preconciente, cuyo papel quedó limitado de una vez y para siempre a señalarles a las mociones de deseo que provienen del inconciente los caminos más adecuados al fin. Estos deseos inconcientes constituyen para todos los afanes posteriores del alma una compulsión a la que tienen que adecuarse, y a la que tal vez pueden empeñarse en desviar y dirigir hacia metas más elevadas. Un gran ámbito del material mnémico permanece también inasequible a la investidura preconciente a raíz de esa demora (Verspätung}. Ahora bien, entre estas mociones de deseo indestructibles y no inhibibles que provienen de lo infantil se encuentran también aquellas cuyo cumplimiento ha entrado en una relación de contradicción con las representaciones-meta del proceso secundario. El cumplimiento de tales deseos ya no provocaría un afecto placentero, sino uno de displacer, y jus tamente esta mudanza del afecto constituye la esencia de lo que designamos «represión». Averiguar los caminos y las fuerzas pulsionantes en virtud de los cuales puede operarse esa mudanza, en eso radica el problema de la represión, que aquí bastará con tocar tangencialmente. (5) Será suficiente establecer que una mudanza así del afecto ocurre en el curso del desarrollo (piénsese en el advenimiento del asco, que inicialmente faltaba en la vida infantil) y que se anuda con la actividad del sistema secundario. Los recuerdos desde los cuales el deseo inconciente provoca el desprendimiento del afecto nunca fueron accesibles al Prcc; por eso no fue posible inhibir su desprendimiento de afecto. Y precisamente a causa de este desarrollo del afecto tales representaciones tampoco ahora son asequibles desde los pensamientos preconcientes sobre los cuales han trasferido su fuerza de deseo. Más bien entra en funciones el principio de displacer y hace que el Prce se extrañe de tales pensamientos de trasferencia. Estos son librados a sí mismos, son «reprimidos» {desalojados}, y de esa suerte la existencia de un tesoro de recuerdos infantiles sustraídos desde el comienzo al Prcc pasa a ser la condición previa de la represión. En el caso más favorable, se pone término al desarrollo de displacer sustrayendo su investidura a los pensamientos de trasferencia situados en el Prcc, y este éxito caracteriza la intervención del principio de displacer como acorde a fines. Pero otra cosa sucede cuando el deseo inconciente reprimido experimenta un refuerzo orgánico que él puede prestar a sus pensamientos de trasferencia, en cuyo caso los pone en condiciones de hacer el ensayo de irrumpir con su excitación, por más que hayan sido abandonados por la investidura del Prcc. Sobreviene entonces la lucha defensiva, pues el Prcc a su vez refuerza la oposición a los pensamientos reprimidos (contrainvestidura (6)), y ello trae como efecto ulterior la irrupción de los pensamientos de trasferencia, que son portadores del deseo inconciente, en algún tipo de compromiso mediante una formación de síntoma. Ahora bien, desde el momento en que los pensamientos reprimidos son investidos con fuerza por la moción inconciente de deseo, pero son en cambio abandonados por la investidura preconciente, ellos quedan a merced del proceso psíquico primario, sólo apuntan a la descarga motriz o, cuando el camino está expedito, a la reanimación alucinatoria de la deseada identidad perceptiva. Ya antes hemos descubierto empíricamente que los procesos incorrectos descritos sólo se desarrollan con pensamientos que se encuentran bajo la represión. Ahora aprehendemos un nuevo tramo de esa concatenación. Tales procesos incorrectos son los primarios en el aparato psíquico; sobrevienen dondequiera que algunas representaciones son abandonadas por la investidura preconciente, son libradas a sí mismas y pueden ser llenadas con la energía no inhibida del inconciente, que aspira a drenarse. Algunas otras observaciones vienen a apoyar la concepción según la cual estos procesos llamados incorrectos no son en realidad falseamientos de los procesos normales, errores de pensamiento, sino los modos de trabajo del aparato psíquico que han sido liberados de una inhibición. Así, vemos que la conducción de la excitación preconciente a la motilidad acontece siguiendo esos mismos procesos, y que el enlace de las representaciones preconcientes con palabras fácilmente muestra desplazamientos y contaminaciones idénticos a los que se atribuyen a la falta de atención. Por último, una prueba del incremento de trabajo que se vuelve necesario en el caso de la inhibición de esos modos primarios de funcionamiento resulta del siguiente hecho: conseguimos un efecto cómico, un sobrante [de energía] que ha de descargarse por la risa cuando dejamos penetrar en la conciencia estos modos de funcionamiento del pensar. (7)

La teoría de las psiconeurosis asevera con certeza excluyente que no pueden ser sino mociones de deseo sexuales procedentes de lo infantil las que experimentaron la represión (la mudanza del afecto) en los períodos de desarrollo de la infancia, y que en períodos posteriores del desarrollo son capaces de una renovación, ya sea a consecuencia de la constitución sexual que se configura desde la bisexualidad originaria, ya sea a consecuencia de influencias desfavorables sobre la vida sexual; y así ellas proporcionan las fuerzas pulsionantes de toda formación de síntoma psiconeurótica (8). Sólo mediante la introducción de estas fuerzas sexuales pueden salvarse las lagunas todavía registrables en la teoría de la represión. Quiero dejar en suspenso el averiguar si tenemos derecho a invocar lo sexual y lo infantil también para la teoría del sueño; dejo aquí incompleta esta teoría porque ya con el supuesto de que el deseo onírico proviene en todos los casos del inconciente me he internado un paso más allá de lo comprobable. (9) Tampoco quiero indagar más sobre la índole de la diferencia, en lo que atañe al juego de las fuerzas psíquicas, entre la formación del sueño y la de los síntomas histéricos; es que para ello nos falta un conocimiento más preciso de uno de los términos que han de ponerse en comparación. Pero es otro el punto en que yo me afirmo, y anticipo esta confesión: a causa de este solo punto he incluido aquí todas las elucidaciones sobre los dos sistemas psíquicos, sobre sus modos de trabajo y sobre la represión. En efecto, no interesa que yo haya concebido de manera aproximadamente correcta las constelaciones psicológicas en cuestión, o bien, como es muy posible en materias tan difíciles, lo haya hecho torcida y deficientemente. Comoquiera que después se altere la interpretación de la censura psíquica, de la elaboración correcta y anormal del contenido del sueño, sigue siendo válido que tales procesos intervienen en la formación del sueño y que en lo esencial muestran la más grande analogía con los procesos reconocidos en la formación de los síntomas histéricos. Ahora bien, el sueño no es un fenómeno patológico; no tiene por premisa ninguna perturbación del equilibrio psíquico; no deja como secuela debilitamiento alguno de la capacidad de rendimiento. La objeción según la cual mis sueños y los de mis pacientes neuróticos no permiten extraer inferencias sobre los sueños de personas sanas podría desecharse sin considerarla siquiera. Por tanto, cuando desde los fenómenos inferimos sus fuerzas pulsionantes, reconocemos que el mecanismo psíquico de que se sirve la neurosis no es creado primero por una perturbación patológica que atacara a la vida anímica, sino que ya se encuentra dispuesto dentro del edificio normal del aparato anímico. Los dos sistemas psíquicos, la censura del pasaje entre ellos, la inhibición y la superposición de una actividad por la otra, las relaciones de ambos con la conciencia -o lo que una interpretación más correcta de las condiciones fácticas pueda poner en su lugar-, todo eso pertenece al edificio normal. de nuestro instrumento anímico, y el sueño nos indica uno de los caminos que llevan al conocimiento de su estructura. Si queremos contentarnos con un aumento mínimo, pero plenamente certificado, de nuestro saber, diremos que el sueño nos prueba que lo sofocado persiste también en los hombres normales y sigue siendo capaz de operaciones psíquicas. El sueño mismo es una de las exteriorizaciones de eso sofocado; según la teoría lo es en todos los casos, y según la experiencia palpable lo es al menos en una gran cantidad de ellos, que exhiben precisamente de la manera más nítida los caracteres llamativos de la vida onírica. Eso sofocado que hay en el alma, cuya expresión es impedida en la vida de vigilia por la {recíproca y} opuesta tramitación de las contradicciones y que fue cortado de la percepción interna, encuentra en la vida nocturna y bajo el imperio de las formaciones de compromiso los medios y caminos para abrirse paso hasta la conciencia.

«Flectere si nequeo superos, Acheronta movebo». (10)

Pero la interpretación del sueño es la vía regia hacia el conocimiento de lo inconciente dentro de la vida anímica. Sí perseguimos el análisis del sueño avanzaremos un poco en la intelección de la composición de ese instrumento, de todos el más maravilloso y el más lleno de secretos. Será muy poco, sin duda, pero al mismo tiempo habremos dado el primer paso para progresar después, desde otras formaciones (que han de llamarse patológicas), en su descomposición. Es que la enfermedad -al menos la que, con acierto, se llama «funcional»- no tiene por premisa la destrucción de este aparato o la producción de escisiones nuevas en su interior; ha de explicarse dinámicamente por el fortalecimiento y el debilitamiento de los componentes del juego de fuerzas del que tantos efectos permanecen ocultos durante la función normal. En otro lugar podría mostrarse todavía el modo en que la composición del apa1ato por las dos instancias mencionadas permite un refinamiento incluso de su función normal, imposible con una sola de ellas. (11)

Lo inconciente y la conciencia.

La realidad

Si las consideramos con mayor atención, las elucidaciones psicológicas de la sección anterior no nos sugieren el supuesto de la existencia de dos sistemas cerca del extremo motor del aparato, sino de dos procesos o de dos modos en el decurso de la excitación. Nos da lo mismo; siempre debemos estar dispuestos a abandonar nuestras representaciones auxiliares cuando nos creemos en condiciones de remplazarlas por alguna otra cosa que se aproxime mejor a la realidad desconocida. Intentemos ahora rectificar algunas intuiciones que pudieron nacer por un malentendido mientras teníamos en vista los dos sistemas, en el sentido más inmediato y grosero, como dos localidades situadas en el interior del aparato anímico; esas intuiciones han dejado su impronta en las expresiones «reprimir» {«verdrängen», «desalojar»} e «irrumpir» {«durchdringen»}. Cuando decimos, pues, que un pensamiento inconciente aspira a traducirse en el preconciente a fin de irrumpir desde allí en la conciencia, no queremos significar que se forme un pensamiento segundo, situado en un lugar nuevo, por así decir una trascripción junto a la cual subsistiría el original; y también respecto del irrumpir en la conciencia queremos aventar toda idea de un cambio de lugar. Cuando decimos que un pensamiento preconciente es reprimido (desalojado} y entonces el inconciente lo recibe, esta imagen, tomada del círculo de representaciones de la lucha por un terreno, podría inducirnos a suponer que realmente cierto ordenamiento es disuelto dentro de una localidad psíquica y sustituido por otro que se sitúa en una localidad diferente. Ahora remplazamos este símil por lo que parece responder mejor al estado real de cosas, a saber, que una investidura energética es impuesta a un determinado ordenamiento o retirada de él, de suerte que el producto psíquico en cuestión cae bajo el imperio de una instancia o se sustrae de él. De nuevo sustituimos aquí, un modo de representación tópico por uno dinámico; no es el producto psíquico el que nos aparece como lo movible, sino su inervación. (12) A pesar de ello, juzgo conveniente y justificado seguir utilizando la representación intuitiva de los dos sistemas. Evitaremos cualquier abuso de este modo de figuración si recordamos que representaciones, pensamientos y, en general, productos psíquicos no pueden ser localizados dentro de elementos orgánicos del sistema nervioso, sino, por así decir, entre ellos, donde resistencias y facilitaciones constituyen su correlato. Todo lo que puede ser objeto de nuestra percepción interior es virtual, como la imagen dada en el telescopio por la propagación de los rayos de luz. Pero a los sistemas, que a su vez no son nada psíquico y nunca pueden ser asequibles a nuestra percepción psíquica, estamos justificados en suponerlos semejantes a las lentes del telescopio, que proyectan la imagen. Prosiguiendo este símil, la censura situada entre dos sistemas correspondería a la refracción de los rayos en el pasaje a un medio nuevo. Hasta aquí hemos cultivado una psicología de nuestra propia cosecha; es tiempo de que pasemos a examinar las opiniones doctrinales que gobiernan la psicología de hoy, atendiendo a su vínculo con nuestras propuestas. La cuestión del inconciente en la psicología es, según la autorizada palabra de Lipps (1897), menos una cuestión psicológica que la cuestión de la psicología. Mientras la psicología la despache mediante la mera declaración verbal de que lo «psíquico» es precisamente lo «conciente» y unos «procesos psíquicos inconcientes» :serían un palpable contrasentido, queda excluida una apreciación psicológica de las observaciones que un médico pudo haber conseguido en estados psíquicos anormales. El médico y el filósofo sólo :se ponen de acuerdo si ambos rec onocen que «procesos psíquicos inconcientes» son «la expresión adecuada y plenamente justificada de un hecho efectivo». Frente a la aseveración de que «la conciencia es el carácter infaltable de lo psíquico», el médico no puede replicar de otro modo que encogiéndose de hombros y tal vez, en caso de que su respeto por las manifestaciones de los filósofos sea todavía lo bastante grande, suponiendo que ellos no tratan el mismo objeto ni cultivan la misma ciencia. Es que basta una sola observación inteligente de la vida anímica de un neurótico, un único análisis de sueños, para imponerle la inconmovible convicción de que los procesos de pensamiento más complejos y correctos, a los que no puede rehusarse el nombre de procesos psíquicos, pueden ocurrir sin excitar la conciencia de la persona. (13) Es cierto que el médico no tiene noticia de estos procesos inconcientes antes que ellos hayan ejercido sobre la conciencia un efecto susceptible de comunicación o de observación. Pero este efecto de conciencia puede mostrar un carácter psíquico por entero divergente del proceso inconciente, de suerte que la percepción interna no discierna en uno el sustituto del otro. El médico tiene que reservarse el derecho de avanzar, mediante un proceso de inferencia, desde el efecto conciente hasta el proceso psíquico inconciente; por este camino se entera de que el efecto conciente no es sino una repercusión psíquica remota del proceso inconciente, que, como tal, no ha devenido conciente; sabrá, no obstante, que ha existido y ha operado, aunque sin traslucirse de ningún modo para la conciencia. Es preciso revertir la sobrestimación por la propiedad «conciencia»; es este un requisito indispensable para cualquier intelección correcta del origen de lo psíquico. Lo inconciente, según la expresión de Lipps [1897, págs. 146-7], tiene que suponerse como una base universal de la vida psíquica. Lo inconciente es el círculo más vasto, que incluye en sí al círculo más pequeño de lo conciente; todo lo conciente tiene una etapa previa inconciente, mientras que lo inconciente puede persistir en esa etapa y, no obstante, reclamar para sí el valor íntegro de una operación psíquica. Lo inconciente es lo psíquico verdaderamente real, nos es tan desconocido en su naturaleza interna como lo real del mundo exterior, y nos es dado por los datos de la conciencia de manera tan incompleta como lo es el mundo exterior por las indicaciones de nuestros órganos sensoriales. Ahora que la vieja oposición entre vida conciente y vida onírica quedó desvalorizada con la intercalación de lo psíquico inconciente en el lugar que le corresponde, se eliminan una serie de problemas del sueño que hubieron de ocupar todavía en profundidad a autores anteriores. Así, muchas operaciones de cuyo cumplimiento en el sueño cabía admirarse ya no son más imputables al sueño, sino al pensamiento inconciente que también trabaja durante el día.

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Notas:

1- [El «Proyecto de psicología» (Freud, 1950a), AE, 1, págs. 409 y sigs., arroja alguna luz sobre el concepto de «nivel de investidura».]

2- [En obras posteriores, Freud lo llama «principio de placer»; una excepción aparece en la 4º de las Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), AE, 15, pág. 67.]

3- La distinción entre los sistemas primario y secundario, y la hipótesis de que la psique opera de modo diferente en cada uno de ellos, figuran entre los conceptos fundamentales de Freud. Están relacionados con la teoría de que existen dos tipos de energía psíquica: «libre» o «móvil» (como ocurre en el Icc) y «ligada» o «quiescente» (como ocurre en el Prcc). Al tratar el tema en sus escritos posteriores (p. ej., en «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, págs. 183-6, y en Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, pág. 30), Freud atribuyó esta última distinción a una afirmación hecha por Breuer en Estudios sobre la histeria (Breuer y Freud, 1895). Es difícil hallar tal afirmación en la contribución de Breuer a esa obra (capítulo III). Lo que más se le aproxima es una nota al pie donde distingue tres formas de energía nerviosa: «una energía potencia] que está quiescente en el patrimonio químico de la célula», «una energía cinética, por nosotros desconocida, que en el estado de excitación corre por las fibras» y «aun otro estado quiescente de excitación nerviosa: la excitación tónica o tensión nerviosa» (AE, 2, págs. 205-6n.). Por otra parte, la cuestión de la energía «ligada» se trata con cierto detenimiento en el «Proyecto de psicología» (1950a), escrito sólo unos pocos meses después de publicarse los Estudios sobre la histeria.

4- [La idea de que un pequeño monto de displacer actúa como «señal» para impedir la ocurrencia de un monto mucho mayor fue retomada por Freud muchos años después y aplicada al problema de la angustia. Cf. Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, págs. 150-2.]

5- Freud se ocupó del tema más extensamente en «La represión» 1915d) ; sus puntos de vista posteriores al respecto figuran en la 32º de sus Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a).

6- [El término entre paréntesis se agregó en 1919]

7- [Esto fue detenidamente examinado por Freud en el capítulo V de su libro sobre el chiste (1905c). La cuestión de los errores de pensamiento se trata con más amplitud en las páginas finales del «Proyecto de psicología» (1950a).]

8- [En sus Tres ensayos de teoría sexual (1905d) Freud desarrolló el tema aquí expuesto.]

9- Aquí, como en otros pasajes, hay lagunas en la elaboración del tema. Las he dejado ex profeso pues llenarlas requeriría un gran gasto, por una parte, y, por la otra, apuntalarse en un material ajeno al sueño. Así, he evitado indicar si atribuyo a la palabra «sofocado» {«unterdrückt»} un sentido diverso que a la palabra «reprimido» {«verdrängt»}. Pero debería haber quedado claro que esta última destaca más que la primera la pertenencia al inconciente. Tampoco he entrado a considerar este evidente problema: ¿Por qué la censura hace que los pensamientos oníricos se desfiguren también en el caso en que ellos han renunciado a su avance progrediente hasta la conciencia y se han decidido por el camino de la regresión? Y como esta, hay otras muchas omisiones. Me interesaba, sobre todo, que se obtuviera una impresión de los problemas a que lleva la ulterior descomposición del trabajo del sueño, e indicar los otros temas con los que entraría en contacto ese análisis ulterior. Además, no siempre me resultó fácil decidir el lugar en que debía interrumpir la exposición.  Una motivación particular, quizás inesperada para el lector, me llevó a no tratar exhaustivamente el papel que desempeña en el sueño el mundo de las representaciones sexuales y a evitar la interpretación de sueños de contenido sexual evidente. Está bien lejos de mí y de las opiniones científicas que sostengo en neuropatología el mirar la vida sexual como asunto vergonzoso, que ni el médico ni el investigador científico pueden tratar. También me parece risible la indignación moral que llevó al traductor de la Oneirocritica de Artemidoro Daldiano a sustraer al conocimiento de los lectores el capítulo que ella contiene sobre los sueños sexuales. En mi caso, lo único decisivo fue que la explicación de los sueños sexuales me habría hecho internarme en profundidad en los problemas todavía no explicados de la perversión y de la bisexualidad. Por eso me reservé ese material para otro contexto. [Quizá debería agregarse que el traductor de Oneirocritica, F. S. Krauss, publicó después el capítulo omitido en su periódico Anthropophyteia, citado por Freud, y del cual en otros lugares habla con tanto elogio; en. su carta al Dr. F. S. Krauss (1910f) y su prólogo a J. G. Bourke, Scatologíc Rites of All Nations (1913k).]

10- [«Si no puedo inclinar a los Poderes Superiores, moveré las Regiones Infernales». En una nota inserta en GS, 3 (1925), pág. 169, Freud hace la observación de que «este verso de Virgilio [La Eneida, VII, 3121 intenta describir los esfuerzos de las mociones pulsionales desalojadas». Utilizó ese mismo verso como epígrafe de la presente obra. En una carta a Fliess del 4 de diciembre de 1896 (Freud, 1950a, Carta 51), proponía encabezar con él un capítulo sobre la formación de síntoma, en una obra proyectada que no llegó a realizarse.  La oración siguiente se agregó en 1909, y en el mismo año Freud la incluyó en la Y de sus Cinco conferencias sobre psicoanálisis (1910a), AE, 11, pág. 29.]

11- El sueño no es el único fenómeno que permite fundar la psicopatología sobre la psicología. En una serie de ensayos «Sobre el mecanismo psíquico de la desmemoria» (1898b) y «Sobre los recuerdos encubridores» ( 1899a), no completada aún, he intentado interpretar cierto número de fenómenos de la vida cotidiana como pruebas en favor de la misma conclusión. [Agregado en 1909:] Estos ensayos, junto a otros sobre el olvido, el trastrabarse al hablar, el trastrocar las cosas confundido, etc., se han reunido después bajo el título de Psicopatología de la vida cotidiana (Freud, 1901b).

12- Nota agregada en 1925. Fue necesario reformular y modificar esta idea cuando se reconoció que el carácter esencial de una representación preconciente es el enlace con restos de representaciones-palabra. Cf. «Lo inconciente» (Freud, 1915e) [AE, 14, pág. 198. Allí se apunta, empero, que esto ya se indicaba en la primera edición de la presente obra. También está anticipado en el «Proyecto de psicología» ( 1950a), AE, 1, págs. 408-24.

13- Nota agregada en 1914 Me alegra poder citar a un autor que ha extraído del estudio del sueño la misma conclusión que yo acerca de la relación entre la actividad conciente y la inconciente. Escribe Du Prel (1885, pág. 47): «El problema de la naturaleza del alma requiere, sin duda, una investigación preliminar para averiguar si conciencia y alma son idénticas. justamente esa pregunta preliminar es respondida negativamente por el sueño, que muestra que el concepto de alma es más amplio que el de conciencia, de la misma manera que la fuerza gravitatoria de una estrella se extiende más allá del alcance de su luminosidad». Y en otro pasaje [citando a Maudsley, 1868, pág. 151): «Es una verdad en la que nunca se insistirá bastante la de que conciencia y alma no son conceptos de igual extensión».