Obras de S. Freud: Sobre la psicología de los procesos oníricos (Parte IX)

Sobre la psicología de los procesos oníricos

Si, según Scherner [1861, págs. 114-51], el sueño parece jugar con una figuración simbolizante del cuerpo, ahora sabemos que esta es la operación de fantasías inconcientes que probablemente responden a mociones sexuales y que no se expresan sólo en el sueño, sino también en las fobias histéricas y en otros síntomas. Cuando el sueño prosigue y finiquita los trabajos del día y aun trae a la luz ocurrencias valiosas, no tenemos más que quitarle la vestidura onírica que es el producto del trabajo del sueño y la marca de la operación auxiliar de poderes oscuros provenientes de lo profundo del alma (cf. el diablo en el sueño de la sonata, de Tartini (1)). Pero esa operación intelectual se debe a las mismas fuerzas del alma que cumplen durante el día todas las operaciones de esa índole. Incluso es probable que nos inclinemos en exceso a sobrestimar el carácter conciente de la producción intelectual y artística. Por las comunicaciones de hombres en extremo productivos, como Goethe y Helmholtz, llegamos a saber más bien que lo esencial y lo nuevo de sus creaciones les fue dado a la manera de ocurrencias y advino a su percepción casi listo. La cooperación de la actividad conciente nada tiene de sorprendente en otros casos en que todas las fuerzas del espíritu se convocaron en el empeño. Pero es privilegio de la actividad conciente, del que mucho se abusa, el poder ocultarnos todo lo demás siempre que ella participa. No merece la pena exponer como un tema particular la importancia histórica de los sueños, Si un caudillo se resolvió tal vez, a causa de un sueño, a una osada empresa cuyo éxito provocó un cambio de alcances históricos, ello nos depara un nuevo problema sólo sí seguimos contraponiendo el sueño, como un poder ajeno, a otras fuerzas del alma que nos resultan más familiares, pero no si lo consideramos una forma de expresión de mociones sobre las cuales durante el día pesó una resistencia y que por la noche pudieron obtener un refuerzo de parte de fuentes de excitación situadas en lo profundo (2). Ahora bien, el respeto de que el sueño gozó en los pueblos antiguos es un homenaje, fundado en una intuición psicológica correcta, a lo indomeñado y a lo indestructible contenido en el alma del hombre, a lo demoníaco, eso que engendra el deseo onírico y eso que nosotros reencontramos en nuestro inconciente. No sin deliberación digo en nuestro inconciente, pues lo que así llamamos no coincide con lo inconciente de los filósofos ni con lo inconciente según Lipps. En ellos está destinado a designar sólo lo opuesto a lo conciente; el conocimiento de que, además de los procesos concientes, hay otros procesos psíquicos que son inconcientes se impugna con ardor y se defiende con energía. En Lipps hallamos un enunciado que da un paso más, a saber, que todo lo psíquico ha existido como inconciente y, de eso, algo, después, lo ha hecho también como conciente. Pero no fue para probar este enunciado que adujimos los fenómenos del sueño y de la formación de síntomas histéricos; la sola observación de la vida diurna normal basta para establecerlo fuera de toda duda. Lo nuevo que nos enseña el análisis de las formaciones psicopatológicas y ya ;su primer eslabón, el sueño, consiste en que lo inconciente -por ende, lo psíquico- ocurre como función de dos sistemas separados y eso ya sucede dentro de la vida normal del alma. Lo inconciente existe por tanto de dos modos, que no hallamos todavía separados por los psicólogos. Uno y otro son inconcientes en el sentido de la psicología; pero en nuestra concepción, uno que llamamos Icc, es también insusceptible de conciencia, mientras que el otro, Prcc, recibió de nosotros ese nombre porque sus excitaciones -por cierto que obedeciendo también a ciertas reglas y quizá sólo después de superar una nueva censura, pero sin miramiento por el sistema Icc- pueden alcanzar la conciencia. El hecho de que las excitaciones, para poder llegar a la conciencia, tengan que recorrer una secuencia inmutable, un itinerario de instancias que pudimos vislumbrar a través de las alteraciones que les impone la censura, nos sirvió para proponer un símil tomado de lo espacial. Describimos las relaciones de los dos sistemas entre sí y con la conciencia diciendo que el sistema Prcc se sitúa como una pantalla {Schirm} entre el sistema Icc y la conciencia. El sistema Prcc no sólo bloquea el acceso a la conciencia, sino que preside el acceso a la motilidad voluntaria y dispone acerca del envío de una energía de investidura móvil, una parte de la cual nos es familiar como atención (3). También de la distinción entre supraconciencia y subconciencia, predilecta de la bibliografía más reciente sobre las psiconeurosis, tenemos nosotros que mantenernos alejados, pues precisamente parece destacar la equiparación entre lo psíquico y lo conciente. ¿Qué papel resta en nuestro esquema a esa conciencia antaño todopoderosa y que todo lo recubría? Ningún otro que el de un órgano sensorial para la percepción de cualidades psíquicas (4). De acuerdo con las ideas básicas de nuestro ensayo esquemático, sólo podemos concebir esa percepción-conciencia {Bewusstseinswahrnebmung} como la operación propia de un sistema particular para el cual es recomendable la designación abreviada Cc. A este sistema lo imaginamos, en sus caracteres mecánicos, de manera parecida a los sistemas de percepción P; o sea, excitable por cualidades e incapaz de conservar la huella de las alteraciones, vale decir, carente de memoria. El aparato psíquico, que con el órgano sensorial de los sistemas P está vuelto hacia el mundo exterior, es él mismo mundo exterior para el órgano sensorial de la Cc, cuya justificación teleológica descansa en esta circunstancia. El principio del itinerario de instancias, que parece presidir el armazón del aparato, nos sale aquí al paso otra vez. El material de excitaciones afluye desde dos lados al órgano sensorial Cc: desde el sistema P, cuya excitación condicionada por cualidades probablemente atraviese por un nuevo procesamiento antes de convertirse en sensación conciente, y desde el interior del propio aparato, cuyos procesos cuantitativos son sentidos, toda vez que los alcanzan ciertas alteraciones, como serie de cualidades de placer y displacer. Los filósofos que se percataron de que son posibles, sin colaboración de la conciencia, formaciones de pensamiento correctas y en extremo complejas se vieron en dificultades para asignar a esta una función; ella les pareció un reflejo superfluo del proceso psíquico consumado, La analogía de nuestro sistema Cc con los sistemas de la percepción nos saca de esta perplejidad. Vemos que la percepción por nuestros órganos sensoriales tiene la consecuencia de guiar una investidura de atención por los caminos a través de los cuales se propaga la excitación sensorial adviniente; la excitación cualitativa del sistema P sirve a la cantidad móvil dentro del aparato psíquico como regulador de su decurso. La misma función podemos pretender para el órgano sensorial, superpuesto, del sistema Cc. Cuando percibe cualidades nuevas presta una nueva contribución a la guía y a la distribución acorde a fines de las cantidades móviles de investidura. Por medio de la percepción de placer y displacer influye sobre la circulación de las investiduras en el interior del aparato psíquico, que por lo demás trabaja de manera inconciente y por desplazamientos de cantidad. Es probable que al comienzo el principio de displacer regule automáticamente los desplazamientos de la investidura; pero es muy posible que la conciencia de estas cualidades agregue una segunda regulación, más fina, que hasta puede contrariar a la primera y que perfecciona la capacidad de operación del aparato, por cuanto, en contra de su disposición originaria, lo habilita para someter a la investidura y a la elaboración también aquello que se enlaza con un desprendimiento de displacer. La psicología de las neurosis nos enseña que a estas regulaciones operadas por la excitación-cualidad de los órganos sensoriales les está reservado un importante papel en la actividad funcional del aparato. El imperio automático del principio primario de displacer (con la consecuente restricción de la capacidad de operación) es quebrantado por las regulaciones sensibles, a su vez otros tantos automatismos. Nos enteramos de que la represión, que, aunque originariamente adecuada a fines, desemboca en una renuncia dañina a la inhibición y al gobierno del alma, se consuma con facilidad mucho mayor en recuerdos que en percepciones, porque en los primeros necesariamente falta el aumento de investidura que es consecuencia de la excitación de los órganos sensoriales psíquicos. Si por una parte un pensamiento del que hay que defenderse no deviene conciente porque fue sometido a la represión, en otros casos puede ser reprimido sólo por el hecho de que en virtud de otras razones fue sustraído de la percepción-conciencia. De estas indicaciones se sirve la terapia para remover represiones consumadas. Dentro de una concatenación teleológica, nada prueba mejor el valor de la sobreinvestidura producida por la influencia reguladora del órgano sensorial Cc sobre la cantidad móvil que la creación de una nueva serie de cualidades y, con ella, de una regulación nueva, que constituye el privilegio del ser humano frente a los animales. En efecto, los procesos de pensamiento carecen de cualidad, salvo las excitaciones de placer y displacer que los acompañan, que deben mantenerse refrenadas como perturbación posible del pensar. Para prestarles una cualidad son asociados, en el ser humano, con recuerdos de palabra, cuyos restos de cualidad bastan para atraer sobre sí la atención de la conciencia y para volcar sobre el pensar, desde esta, una nueva investidura móvil. La multiplicidad de los problemas que suscita la conciencia no puede abarcarse sino descomponiendo los procesos de pensamiento de la histeria. Se tiene entonces la impresión de que también el paso del preconciente a la investidura conciente se conecta con una censura parecida a la situada entre Icc y Prcc (5). También esta censura sólo entra en funciones por encima de cierto límite cuantitativo, de suerte que se le escapan pensamientos de poca intensidad. Todos los casos posibles de apartamiento de la conciencia, así como de irrupción en ella bajo ciertas restricciones, se hallan reunidos en el marco de los fenómenos psiconeuróticos; todos ellos apuntan a la íntima y bilateral concatenación entre censura y conciencia. Quiero cerrar estas elucidaciones psicológicas comunicando dos de esos casos. El año pasado fui llamado a consulta, y me vi frente a una muchacha que lucía inteligente y desprejuiciada. Su compostura es extraña; la mujer suele cuidar de sus vestidos hasta la última arruga, mientras que ella lleva una media colgando y dos botones de la blusa desprendidos. Se queja de dolores en una pierna y sin que se lo pidan descubre una pantorrilla. Pero :su principal queja es esta, textualmente: tiene una sensación en el cuerpo como si hubiera algo metido ahí que se mueve para acá y para allá y la hace estremecerse toda. Muchas veces eso le pone tieso todo el cuerpo. Mí colega, allí presente, me mira entonces; no halla dificultad alguna en comprender el significado de su queja. A los dos nos parece asombroso que la madre de la enferma no lo advierta; ya repetidas veces tiene que haberse encontrado en la situación que su hija describe. La muchacha misma ni sospecha el alcance de sus dichos, pues de lo contrario no los hubiera pronunciado. Aquí se ha logrado cegar a la censura de tal suerte que una fantasía que en otro caso permanecería en el preconciente es admitida en la conciencia como algo inocente, bajo la máscara de una queja. Otro ejemplo: Inicio un tratamiento psicoanalítico con un muchacho de catorce años que sufre de un tic convulsif, vómitos histéricos, dolores de cabeza, etc., y le aseguro que cerrando los ojos verá imágenes o tendrá ocurrencias que él debe comunicarme. Responde en imágenes. Revive visualmente en su recuerdo la última impresión que tuvo antes de acudir a mi consultorio. Había jugado a las damas con su tío y ahora ve el tablero frente a sí. Considera diversas posiciones favorables o desfavorables, movidas que no están permitidas. Después ve sobre el tablero una navaja, objeto que su padre posee pero que su fantasía sitúa en el tablero. Luego hay puesta una hoz sobre el tablero, más adelante se agrega una guadaña, y ahora viene la imagen de un viejo campesino que corta con la guadaña el pasto que crece frente a la casa, frente al hogar distante. Pasados unos días pude comprender esta sucesión de imágenes. Relaciones familiares desdichadas han irritado al muchacho. Un padre duro, de mal genio, que vivía en querella con la madre y cuyo recurso pedagógico eran las amenazas; la separación del padre respecto de esa madre blanda y tierna; el nuevo matrimonio de él, quien un día trajo a la casa a una mujer joven presentándola como la nueva mamá. A poco de ello estalló la enfermedad de este muchacho de catorce años. Es la sofocada furia contra el padre la que compuso aquellas imágenes en alusiones inteligibles. Una reminiscencia de la mitología proporcionó el material. La hoz es aquella con que Zeus castró al padre; la guadaña y la imagen del campesino pintan a Cronos, el viejo violento que devoraba a sus hijos y del que Zeus se vengó de manera tan poco filial. El casamiento del padre era una ocasión para devolverle los reproches y amenazas que el niño antes tuvo que oír de él por jugar con sus genitales (el juego de damas, los movimientos prohibidos, la navaja con la que se puede matar). Aquí son recuerdos largo tiempo reprimidos y sus retoños que han permanecido inconcientes los que se cuelan en la conciencia como imágenes sin sentido aparente por el rodeo que se les ha abierto. Yo buscaría, por eso, el valor teórico del estudio del sueño en las contribuciones que puede hacer al conocimiento psicológico y en la preparación que puede darnos para comprender las psiconeurosis. ¿Quién es capaz de vislumbrar la altura a que puede elevarse todavía un conocimiento a fondo de la construcción y de las operaciones del aparato anímico, si ya el estado actual de nuestro saber permite una feliz corrección terapéutica de las formas de psiconeurosis en sí curables? ¿Cuál es el valor práctico de ese estudio, se me dirá, para el conocimiento del alma, el descubrimiento de las propiedades ocultas del carácter de los individuos? ¿Acaso las mociones inconcientes que el sueño pone de manifiesto no poseen el valor de reales poderes dentro de la vida anímica? ¿Y es de tenerse en poco el significado ético de los deseos sofocados, que, así como crean sueños, pueden engendrar mañana otra cosa? No me siento autorizado para responder a estas preguntas. Mis pensamientos no han perseguido este aspecto de los problemas del sueño. Opino, simplemente, que se equivocaba el emperador romano que hizo ejecutar a uno de sus súbditos porque este había soñado que le daba muerte. Primero habría debido preocuparse por buscar el significado de este sueño; muy probablemente, no era el que parecía. Y aun si un sueño de texto diferente tuviera ese significado {esa intencionalidad} de lesa majestad, cabría atender todavía al dicho de Platón, a saber, que el virtuoso se contenta con soñar lo que el malvado hace realmente. Opino, pues, que lo mejor es dejar en libertad a los sueños. Yo no sé si a los deseos inconcientes hay que reconocerles realidad; a todos los pensamientos intermedios y de transición, desde luego, hay que negársela. Y si ya estamos frente a los deseos inconcientes en su expresión última y más verdadera, es preciso aclarar que la realidad psíquica es una forma particular de existencia que no debe confundirse con la realidad material (6). No parece entonces justificado que los hombres se muestren renuentes a tomar sobre sí la responsabilidad por el carácter inmoral de sus sueños. La apreciación del modo de funcionamiento del aparato anímico y la intelección del vínculo entre conciente e inconciente disipa, las más de las veces, lo que nos choca, en el aspecto ético, de nuestra vida onírica y de la fantasía. «Eso que el sueño nos ha hecho notorio en materia de relaciones con el presente (realidad) queremos después rebuscarlo también en la conciencia, y no tenemos derecho a asombrarnos si lo enorme que vimos bajo la lente de aumento del análisis lo reencontramos después como un infusorio microscópico» (H. Sachs [1912, pág. 569]). Para la necesidad práctica de juzgar el carácter del hombre, casi siempre bastan las obras y el credo expresado concientemente. Las obras, sobre todo, merecen ser situadas en la primera línea, pues muchos impulsos que han irrumpido hasta la conciencia son cancelados aún por poderes reales de la vida anímica antes de desembocar en las obras; e incluso muchas veces no tropiezan en su camino con ningún obstáculo psíquico porque el inconciente está seguro de que serán detenidos en otro lugar. Y en todo caso será instructivo tomar conocimiento del tan hozado suelo sobre el que se levantan, orgullosas, nuestras virtudes. La complicación de un carácter humano, dinámicamente movida en todas las direcciones, rarísima vez admite despacharse con una simple alternativa, como querría nuestra añeja doctrina moral (7). ¿Y el valor del sueño para el conocimiento del futuro? Ni pensar en ello, naturalmente (8). Podríamos remplazarlo por esto otro: para el conocimiento del pasado. Pues del pasado brota el sueño en todo sentido. Aunque tampoco la vieja creencia de que el sueño nos enseña el futuro deja de tener algún contenido de verdad. En la medida en que el sueño nos presenta un deseo como cumplido; nos traslada indudablemente al futuro; pero este futuro que al soñante le parece presente es creado a imagen y semejanza de aquel pasado por el deseo indestructible.

Apéndice A.

Una premonición onírica cumplida (9).

La señora B., persona inteligente y aun provista de sentido crítico, cuenta a raíz de otra cosa, y en un contexto en modo alguno tendencioso, que una vez, hace muchos años, soñó que se encontraba con su viejo médico de cabecera y amigo, el doctor K., en la Kärntnerstrasse (10), frente a la tienda de Hiess. A media mañana del día siguiente iba ella por esa calle y se encontró realmente con la persona nombrada, en el lugar donde lo tenía soñado. Hasta ahí el argumento. Hago notar que este asombroso encuentro no reveló su significación por ningún acontecimiento subsiguiente, vale decir, no se justifica por lo venidero. Del examen hecho con miras al análisis resultó que ella no podía probar inequívocamente que hubiera recordado ese sueño por la mañana, tras la noche del sueño, antes de aquel paseo. Una prueba de esa índole habría sido poner el sueño por escrito o comunicarlo con anterioridad a su cumplimiento. La dama, más bien, hubo de convenir sin reparos en la siguiente descripción del estado de cosas, que me parece el más probable: Un día a medía mañana fue de paseo por la Kárntnerstrasse, y frente a la tienda de Hiess se encontró con su viejo médico de cabecera. Cuando lo vio, le entró la convicción de que la noche última había soñado justamente con ese encuentro en ese mismo lugar. De acuerdo con la regla aplicable a la interpretación de síntomas neuróticos, ese convencimiento tiene que tener sus razones. Su contenido admite una reinterpretación. El pasado de la señora B. contiene la siguiente historia, en la que está implicado el doctor K. De joven, y sin su plena aquiescencia, la casaron con un hombre mayor, pero acaudalado; pocos años después, él perdió su fortuna, enfermó de tuberculosis y murió. La joven señora se mantuvo a sí misma y mantuvo al enfermo durante largos años dando lecciones de música. En la desgracia halló amigos; uno de ellos fue el doctor K., médico de cabecera, que se consagró al cuidado del marido y le allanó a ella el camino para tener sus primeros alumnos. Otro fue un abogado, también un doctor K., quien puso en orden los estragados asuntos del comerciante arruinado, pero asimismo requirió de amores a la joven señora e incluso por primera y única vez encendió en ella la pasión. De esta relación de amor no resultó una dicha consumada, pues los escrúpulos de su crianza y su manera de pensar le estorbaron a la esposa, y después a la viuda, la entrega. Dentro del mismo orden de cosas a que el sueño citado al comienzo concierne, cuenta la señora B. un hecho real de aquel tiempo desdichado, en que ella cree ver un encuentro milagroso. Estaba en su habitación, de hinojos en el ;suelo, la cabeza reclinada sobre un sillón, y sollozaba en apasionada añoranza de su amigo y protector, el abogado, cuando en ese mismo instante él abrió la puerta para hacerle una visita. Nosotros no hallamos nada de milagroso en esa coincidencia si reflexionamos en la asiduidad con que ella debe de haberle tenido en sus pensamientos y con que él la habrá visitado. Y en verdad, en todas las historias de amor hallamos esas como convenidas casualidades. Y bien, esa *coincidencia es probablemente el genuino contenido de su sueño y el único fundamento de su convicción de que se le había cumplido. Entre aquella escena, en que le fue concedido el deseo, y el sueño corrieron más de veinticinco años. La señora B., entretanto, quedó viuda de un segundo marido que le dejó un hijo y bienes. La vieja señora conservó un permanente apego a ese hombre, el doc tor K., que ahora es su consejero y el administrador de sus bienes y a quien suele ver a menudo. Conjeturemos que en los días anteriores al sueño ella había esperado su visita, pero él -ya no le era tan apremiante como otrora- no vino. Es fácil entonces que a la noche haya tenido un sueño de añoranza que la trasportó hacia atrás, a tiempos idos. Sueña ahora, probablemente, con una cita del tiempo de la pasión, y la cadena de los pensamientos oníricos retrocede hasta aquella vez en que sin haberlo convenido él llegó justamente en el instante en que lo añoraba. Tales sueños deben de ocurrirle ahora con frecuencia; son una parte del tardío castigo que le es deparado a la mujer por la crueldad que tuvo en su juventud. Pero en cuanto retoños de una corriente sofocada, y plenos de reminiscencias de las citas en que, desde su segundo matrimonio, ya no piensa de buena gana, tales sueños son apartados de nuevo tras el despertar. Eso habrá sucedido en el caso de nuestro sueño presuntamente profético. Ella sale entonces, y en un punto en sí indiferente de la Kärntnerstrasse se encuentra con su viejo médico de cabecera, el doctor K. No lo ve desde hace mucho tiempo, él está íntimamente enlazado con las excitaciones de aquel período dichoso-desdichado, fue también un protector y, tenemos derecho a conjeturarlo, es en los pensamientos y quizá también en los sueños de la señora B. una persona-pantalla tras la que se esconde la del otro doctor K., el más amado. Y ese encuentro revive ahora el recuerdo del sueño. Debió de decirse en su interior: «Y justo, hoy mismo he soñado que tenía mi cita con el doctor K.». Pero este recuerdo tuvo que soportar la misma desfiguración de la que el sueño sólo se ha sustraído porque ni siquiera se conservó en el recuerdo. A cambio del K. amado se desliza el K. indiferente, que trae el recuerdo del sueño; el contenido del sueño -la cita- se trasfiere a la creencia de que ella ha soñado con este lugar preciso, pues una cita consiste en que dos personas llegan al mismo tiempo a un determinado lugar. Y si después se ínstala la impresión de que un sueño se ha cumplido, con esto no se hace sino dar curso al recuerdo de que en aquella escena, cuando ansiaba llorosa su presencia, su añoranza realmente se le cumplió al punto. Así, la creación onírica hecha con posterioridad,. la única que posibilita al sueño profético, no es tampoco otra cosa que una forma de la actividad de censura, que permite al sueño irrumpir en la conciencia.

10 Nov. 99

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Nota:

1- [Se dice que el compositor y violinista Giuseppe Tartini (1692-1770) soñó que vendía su alma al diablo, quien tras eso tomó un violín y ejecutó una sonata de exquisita belleza con destreza consumada. Al despertar, el compositor escribió de inmediato lo que podía recordar de ella, y el resultado fue su famoso «Trillo del Diavolo».]

2- [Nota agregada en 1911:] Véase sobre esto el sueño de Alejandro Magno cuando el sitio de Tiro.]

3- Nota agregada en 1914. Véase mi trabajo titulado «Nota sobre el concepto de lo inconciente en psicoanálisis» (1912g), publicado primero en inglés en los Proceedings de la Society for Psychical Research, 26 [pág. 312], donde he distinguido los significados descriptivo, sistemático y dinámico de la multívoca palabra «inconciente». [Este tema es reexaminado en su totalidad a la luz de las posteriores opiniones de Freud en el capítulo 1 de El yo y el ello (1923b).]

4- [El uso que hace Freud de los términos «cantidad» y «cualidad» es explicado en forma cabal en la parte 1 de su «Proyecto de psicología» (1950a).]

5- [La censura entre el Prcc y la Cc aparece rara vez en los escritos posteriores de Freud, pero se la trata extensamente en la sección VI de «Lo inconciente» (1915e).]

6- [Esta oración no figuraba en la primera edición. En 1909 apareció bajo la siguiente forma: «Y si ya estamos frente a los deseos inconcientes en su expresión última y más verdadera, es preciso recordar sin duda que también la realidad psíquica tiene más de una forma de existencia». En 1914 el texto es por primera vez el actual, salvo que la última palabra era «fáctica» en lugar de «material», palabra que remplazó a aquella en 1919.  El resto de este párrafo se agregó en 1914.  Freud ya había esbozado la distinción entre «realidad del pensar» y «realidad externa» en su «Proyecto de psicología» (1950a), AE, 1, pág. 421, donde brindó mayores referencias en una nota al pie.]

7- [Este tema es objeto de ulterior examen en «Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto» (Freud, 1925i), AE, 19, págs. 133 y sigs.]

8- En la edición de 1911, solamente, aparecía aquí la siguiente nota al pie: «El profesor Ernst Oppenheim, de Viena, me ha mostrado, sobre la base de material folklórico, que existe una clase de sueños respecto de los cuales tampoco el pueblo cree que signifiquen nada para el futuro, y que de manera enteramente correcta ha reconducido a mociones de deseo y necesidades que emergen durante el dormir. Próximamente publicará un informe detallado sobre estos sueños, referidos casi siempre como «historias cómicas»».  A comienzos de 1911, D. E. Oppenheim, profesor de una escuela secundaria de Viena y especialista en estudios clásicos, escribió en colaboración con Freud «Sueños en el folklore» (Freud, 1958a), AE, 12, págs. 177 y sigs, (cf. mi «Nota introductoria» a dicho trabajo, donde se encontrarán más pormenores). Oppenheim se convirtió poco más tarde en partidario de Adler y presentó su renuncia a la Sociedad Psicoanalítica de Viena, que lo contó entre sus miembros durante dos o tres años.]

9- [«Eine erfüllte Traumahmmg». -El manuscrito de este artículo está fechado el 10 de noviembre de 1899 -seis días después de haberse publicado La interpretación de los sueños- En la misma carta a Fliess en que Freud anunciaba este acontecimiento (Freud, 1950a, Carta 123, del 5 de noviembre de 1899), señalaba que acababa de descubrir el origen y significado de los sueños premonitorios. El artículo fue publicado por primera vez en forma póstuma en GW, 17 (1941), pág. 21. – El mismo incidente fue objeto de un informe más breve en Psicopatología de la vida cotidiana (Freud, 1901b), AE, 6, pág. 255. – En La interpretación de los sueños (1900a), el tema de los sueños premonitorios. {Traducciones en castellano (cf. la «Advertencia sobre la edición en castellano»): 1955: «Una premonición onírica cumplida», SR, 21, págs. 27-31, trad. de L. Rosenthal; 1967: Igual título, BN (3 vols.), 3, págs. 369-72; 1972: Igual título, BN (9 vols.), 2, págs. 753-4.}]

10- [La principal arteria comercial en el centro de Viena.]