Sobre la psicoterapia de la histeria (Freud) contin.3

Sobre la psicoterapia de la histeria (Freud) contin.3

Entonces se hace usted reproches, est descontenta consigo misma?. – ừSin duda. – Y ello desde cundo?. -ừDesde que soy miembro de la Sociedad Teosfica y leo los escritos que ha publicado. Pero siempre tuve baja opini n de m misma. – Qué le ha hecho últimamente la impresin más fuerte?. – Una traducción del s nscrito que ahora aparece por entregas. – Un minuto Después, estoy iniciado en los combates que se libran en su alma, en los reproches que se hace, y me entero de una peque a vivencia que le dio ocasin para un reproche, y a raíz de la cual emergi el anterior dolor org nico como resultado de una conversin de excitación. – Las imgenes que al comienzo yo hab a tenido por unos fosfenos eran smbolos de pensamientos ocultistas, acaso directamente emblemas de las portadas de libros ocultistas. Acabo de elogiar con tanto ardor los logros de este procedimiento auxiliar que consiste en la presión sobre la frente, y durante todo ese tiempo he descuidado tan totalmente el punto de vista de la defensa o de la resistencia, que, con seguridad, pude despertar la impresin de que por medio de este peque o artificio uno estara en condiciones de dominar los obst culos psíquicos con que tropieza una cura catártica. Sin embargo, grave error sera creerlo as ; hasta donde yo lo veo, no existen tales ganancias en la terapia; aqu, como dondequiera, para grandes cambios se requiere un trabajo grande. El procedimiento de la presión no es más que un ardid para sorprender por un momento al yo que se place en la defensa; en todos los casos serios este vuelve sobre sus prop sitos y prosigue su resistencia. Debo considerar las diversas formas en que se presenta esa resistencia. Sobre todo, la primera o segunda vez suele fracasar el ensayo de presin. El enfermo exterioriza entonces, muy decepcionado: He cre do que se me ocurrira algo, pero sólo pens cu n tenso estoy ante ello; no me ha venido nada. Sin embargo, este acomodarse del paciente no se debe incluir entre los obstculos; uno le dice: Es que estaba usted demasiado curioso; la segunda vez dar resultado. Y, en efecto, da resultado. Es singular cun a menudo los enfermos -incluidos los más dciles e inteligentes- pueden olvidar por completo el compromiso que acaban de contraer. Han prometido decir todo cuanto se les ocurra bajo la presión de la mano, no importa que les parezca o no pertinente, vale decir, sin seleccionarlo, ni dejar que lo influyan la crtica o el afecto. Y bien; no mantienen su promesa, es algo superior a sus fuerzas. En todos los casos el trabajo se atasca, una y otra vez aseveran que ahora no se les ocurre nada. Uno no debe creerles; uno debe suponer siempre, y también exteriorizarlo, que ellos se reservan algo porque no lo consideran importante o lo sienten penoso. Uno persevera en esto, repite la presin, se finge infalible, hasta que efectivamente se entera de algo. Entonces el enfermo agrega: A eso ya se lo habr a podido decir la primera vez. – Y por qu no lo dijo?. –