Obras de S. Freud: Sobre la psicología de los procesos oníricos

Sobre la psicología de los procesos oníricos (*)

 (*) Las primeras cartas de Freud a Wílhelm Fliess (Freud; 1950a) arrojan alguna luz acerca de las dificultades que, presentan las últimas secciones de este capítulo. Véase mi «Introducción»*

Entre los sueños de que he tomado conocimiento por comunicación de otras personas, hay uno que tiene un mérito particular para que lo consideremos ahora. Me fue contado por una paciente que a su vez lo escuchó en una conferencia sobre el sueño; su verdadera fuente sigue siendo desconocida para mí. Pero a esa dama le impresionó su contenido, pues no tardó en «resoñarlo», vale decir, en repetir elementos del sueño en un sueño propio a fin de expresar, mediante esa trasferencia, una concordancia en un punto determinado. Las condiciones previas de este sueño paradigmático son las siguientes: Un padre asistió noche y día a su hijo mortalmente enfermo. Fallecido el niño, se retiró a una habitación vecina con el propósito de descansar, pero dejó la puerta abierta a fin de poder ver desde su dormitorio la habitación donde yacía el cuerpo de su hijo, rodeado de velones. Un anciano a quien se le encargó montar vigilancia se sentó próximo al cadáver, murmurando oraciones. Luego de dormir algunas horas, el padre sueña que su hijo está de pie junto a su cama, te toma el brazo y le susurra este reproche: «Padre, ¿entonces no ves que me abraso?». Despierta, observa un fuerte resplandor que viene de la habitación vecina, se precipita hasta allí y encuentra al anciano guardián adormecido, y la mortaja y un brazo del cadáver querido quemados por una vela que le había caído encima encendida. La explicación de este tocante sueño es bien simple y, según me cuenta mi paciente, la proporcionó correctamente quien le informó acerca de él. El fuerte resplandor dio sobre los ojos del durmiente a través de la puerta que él había dejado abierta, y le sugirió la misma conclusión que habría extraído en la vigilia: una vela volcada había provocado un incendio cerca del cadáver. Y aun quizás el padre se fue a dormir con la preocupación de que el viejo guardián no fuera capaz de desempeñar bien su cometido. Nada que modificar encontramos en esta interpretación, excepto que agregaríamos este requisito: el contenido del sueño debió estar sobredeterminado, y el dicho del niño hubo de componerse de dichos realmente pronunciados en la vida y enlazados con sucesos importantes para el padre. Quizá la queja «Me abraso» fue expresada por el niño en medio de la fiebre que lo llevó a la muerte, y las palabras «Padre, ¿entonces no ves?» proceden de otra oportunidad que no conocemos pero que fue rica en afectos. Ahora bien, después que hemos reconocido al sueño como un producto provisto de sentido que puede insertarse en la trama del acontecer psíquico, nos maravillará naturalmente que en tales circunstancias sobreviniese un sueño, cuando lo indicado era el más brusco despertar. Pero debemos reparar en que este sueño tampoco escapa a un cumplimiento de deseo. En él, el niño se comporta como si estuviera vivo, él mismo da aviso al padre, se llega hasta su cama y le toma de un brazo, como probablemente lo hizo en aquel recuerdo del cual el sueño recogió el primer fragmento del dicho del niño. Y en virtud de ese cumplimiento de deseo, precisamente, prolongó el padre por un momento su dormir. El sueño prevaleció sobre la reflexión de vigilia porque pudo mostrar al niño otra vez con vida. Si el padre se hubiera despertado enseguida, extrayendo la conclusión que lo llevó a la cámara mortuoria, habría abreviado la vida del niño, digámoslo así, por ese breve lapso. Es bien patente la peculiaridad por la cual este breve sueño cautiva nuestro interés. Hasta ahora nos empeñamos sobre todo en averiguar aquello en que consiste el sentido secreto de los 51 sueños, el camino por el cual lo hallaríamos y los medios de que se ha servido el trabajo del sueño para ocultarlo. En el centro de nuestro campo visual estuvieron hasta este momento las tareas de la interpretación de los sueños. Y ahora tropezamos con este sueño que no plantea tarea alguna a la interpretación, cuyo sentido está dado sin disfraz, y paramos mientes en que, sin embargo, conserva los caracteres esenciales por los cuales los sueños se apartan llamativamente de nuestro pensamiento de vigilia y engendran en nosotros la necesidad de explicarlos. Sólo después de despachado todo lo que atañe al trabajo de la interpretación podemos advertir cuán incompleta ha quedado nuestra psicología del sueño. Pero antes de encaminar nuestros pensamientos por este nuevo sendero querernos hacer un alto y repasar el trayecto recorrido, para ver s: en nuestro viaje hasta aquí no hemos omitido nada importante. Es que debemos tener bien en claro que el tramo cómodo y agradable queda atrás. Si no estoy muy equivocado, por todos los caminos que hasta ahora emprendimos llegamos a la luz, al esclarecimiento y a la comprensión plena; a partir de este momento, en que pretendemos penetrar más a fondo en los procesos anímicos envueltos en los sueños, todas las sendas desembocan en la oscuridad. Tropezamos con la imposibilidad de esclarecer al sueño como hecho psíquico, pues explicar significa reconducir a lo conocido, y por ahora no existe ningún conocimiento psicológico al que pudiéramos subordinar lo que cabe discernir en calidad de principio explicativo a partir del examen psicológico de los sueños. Por lo contrario, nos veremos precisados a estatuir una serie de nuevos supuestos que rocen mediante conjeturas el edificio del aparato psíquico y el juego de las fuerzas que en él actúan; y deberemos tener el cuidado de no devanarlos mucho más allá de su primera articulación lógica, pues de lo contrario su valor se perdería en lo indeterminable. Aun cuando no cometiésemos error alguno en el razonamiento y tomásemos en cuenta todas las posibilidades que se siguen lógicamente, la probable imperfección en el planteo de los elementos amenaza hacernos equivocar por completo los cálculos. No puede obtenerse, o al menos no puede fundamentarse, una inferencia acerca de la construcción y del modo de trabajo del instrumento anímico por medio de la indagación del sueño o de cualquier otra operación tomada aisladamente, por cuidadosa que ella sea; para este fin deberá conjugarse lo que el estudio comparativo de toda una serie de operaciones psíquicas arroje como elementos de constancia necesaria. Entonces, los supuestos psicológicos que extraemos del análisis de los procesos oníricos deberán aguardar en una estación de empalme, por así decir, hasta que puedan acoplarse a los resultados de otras investigaciones que se empeñan en atacar el núcleo del mismo problema desde otros puntos de abordaje.

El olvido de los sueños.

Opino, por tanto, que antes hemos de volvernos a un tema del que se desprende una objeción que hasta aquí no consideramos, pero capaz de dar por tierra con nuestros esfuerzos en torno de la interpretación de los sueños. Más de un autor nos ha hecho presente que en verdad no conocemos al sueño que pretendemos interpretar; más correctamente: que no tenemos certidumbre alguna de conocerlo tal como en realidad fue. Lo que recordamos del sueño y sobre lo cual ejercemos nuestras artes interpretativas está, en primer lugar, mutilado por la infidelidad de nuestra memoria, que parece sumamente incapaz de conservar al sueño y quizás ha perdido justamente el fragmento más significativo de su contenido. Y en efecto, hartas veces, cuando queremos prestar atención a nuestros sueños, tenemos motivo para quejarnos de que soñamos mucho más y por desgracia no sabemos sino este único jirón, y aun su recuerdo se nos antoja verdaderamente inseguro. En segundo lugar, empero, todo nos dice que nuestro recuerdo del sueño no es sólo lagunoso, sino que lo refleja de manera infiel y falseada. Así como, por una parte, puede ponerse en duda que lo soñado fuera en realidad tan incoherente y nebuloso como lo conservamos en la memoria, puede dudarse también, por la otra, de que un sueño haya sido tan coherente como lo contamos, y de que en el intento de reproducirlo no hayamos llenado con material nuevo, escogido al acaso, lagunas inexistentes o creadas por el olvido; en fin, de que no embellezcamos, redondeemos o rectifiquemos el sueño de modo tal que se vuelva imposible todo juicio sobre su contenido efectivo. Y hasta hemos encontrado, en un autor (Spitta [1882, pág. 338]) (1), la conjetura de que todo lo que es en el sueño orden y trabazón sólo se introdujo en él a raíz del intento de evocarlo. Así corremos el riesgo de que se nos escape de las manos el objeto mismo cuyo valor nos hemos empeñado en determinar. Hemos desoído estas advertencias en las interpretaciones de sueños que nos ocuparon hasta aquí. Por lo contrario, aun los elementos más ínfimos e inciertos y menos destacados del contenido del sueño nos dieron un acicate tanto o más perceptible para interpretarlos que los elementos conservados con mayor nitidez y certidumbre. En el sueño de la inyección de Irma se dice: «Aprisa llamo al doctor M.», y entonces supusimos que ese agregado no habría llegado al sueño sí no admitiese una derivación particular. Así dimos con la historia de aquella desdichada paciente a cuyo lecho de enferma llamé aprisa, para una consulta, a mi colega mayor que yo. En el sueño en apariencia absurdo que trata como quantité négligeable la diferencia entre cincuenta y uno y cincuenta y seis, la cifra de cincuenta y uno se mencionaba varias veces. L En vez de considerar esto trivial o indiferente, inferimos desde allí la existencia de una segunda ilación de pensamientos en el contenido latente del sueño, que llevaría a la cifra de cincuenta y uno; y ese rastro, que seguimos persiguiendo, nos llevó a aprehensiones que veían en la edad de cincuenta y un años un límite de la vida, en total oposición a un itinerario de pensamiento, dominante, que alardeaba presuntuoso de una larga vida. En el sueño «Non vixit» había una intercalación poco destacada, que yo al comienzo descuidé; era el pasaje: «Como P. no le entiende, Fl. se vuelve, etc.». Cuando después la interpretación quedó atascada, retomé esas palabras y desde ellas reencontré el camino hacia la fantasía infantil que en los pensamientos del sueño se presentaba como punto nodal intermediario. Esto aconteció por medio de los versos del poeta:

«Rara vez me comprendieron y pocas los comprendí a ustedes, sólo cuando nos encontramos en la mierda nos comprendimos al instante». (2)

Continuación ¨Sobre la psicología de los procesos oníricos (parte II)¨

Notas:

1- [Agregado al texto en 1914 y trasferido a nota en 1930:1 También en Foucault [1906, págs. 141-2] y Tannery [1898]

2- [Heine, Buch der Lieder, «Die Heimkehr», LXXVIII.]