TGD y ADD o ADHD: Las psicosis según Piera Aulagnier

TGD y ADD o ADHD: Las psicosis según Piera Aulagnier

Las psicosis según Piera Aulagnier
Para esta autora la actividad del pensar es condición de la existencia del yo.
Piera Aulagnier propone un modelo de aparato psíquico privilegiando una de sus tareas específicas: la actividad de representación que implica un trabajo
de metabolización de elementos de información libidinal.
Lo propio de la psiquis es metabolizar elementos de auto información, las
exigencias de la fuente corporal, así como los estímulos que le llegan del mundo exterior.
“[…] la actividad psíquica está constituida por el conjunto de tres modos de
funcionamiento, o por tres procesos de metabolización. El proceso originario,
el proceso primario, el proceso secundario. Las representaciones originadas
en su actividad serán, respectivamente, la representación pictográfica o pictograma, la representación fantaseada o fantasía, la representación ideica o enunciado” (Aulagnier, P., 1975, pág. 24).
Plantea una teoría del armado del aparato psíquico en la cual le da importancia
al yo. Un yo que adviene a un espacio familiar cuyos organizadores
esenciales son el discurso y el deseo de la pareja parental.
Aulagnier define con el término portavoz a la función reservada al discurso
de la madre en la estructuración de la psiquis, “[…] portavoz en el sentido
literal del término puesto que desde su llegada al mundo el infans, a través de
su voz, es llevado por un discurso que, en forma sucesiva, comenta, predice,
acuna al conjunto de sus manifestaciones; portavoz también en el sentido de
delegado, de representante de un orden exterior cuyas leyes y exigencias ese
discurso enuncia” (Aulagnier, P., 1975, pág. 113).
“[…] La palabra materna derrama un flujo portador y creador de sentido que
se anticipa en mucho a la capacidad del infans de reconocer su significación
y de retomarla por cuenta propia. La madre se presenta como un “Yo
hablante” o un “Yo hablo” que ubica al infans en situación de destinatario
de un discurso, mientras que él carece de la posibilidad de apropiarse de la
signifi cación del enunciado […] la forma más absoluta de tal anticipación se
manifestará en el momento inaugural en que la actividad psíquica del infans
se ve confrontada con las producciones de la psiquis materna y deberá formar
una representación de sí misma a partir de los efectos de ese encuentro, cuya
frecuencia constituye una exigencia vital. Cuando hablamos de producciones
psíquicas de la madre, nos referimos en forma precisa a los enunciados mediante
los cuales habla del niño y le habla al niño. […] este discurso también
ilustra en forma ejemplar lo que entendemos por violencia primaria” (Aulagnier, P., 1975, pág. 33).
La autora expresa que el orden que gobierna los enunciados de la voz materna
no tiene nada de aleatorio y se limita a dar testimonio de la sujeción del Yo
que habla a tres condiciones previas: el sistema de parentesco, la estructura
lingüística, las consecuencias que tienen sobre el discurso los afectos que intervienen
en la otra escena. Piera Aulagnier reconoce esta primera violencia
como necesaria dado que permite el acceso del infans al mundo humano. A
este preexistente lo llama “sombra hablada” y es el que se ofrece para que el
yo del infans inicie un proceso identificatorio indispensable para las exigencias
estructurales del Yo.
El Yo no es más que el saber que el Yo puede tener acerca del Yo. Esto supone
que el Yo está formado por el conjunto de enunciados que hacen decible la
relación de la psiquis con los objetos del mundo por ella catectizados y que
asumen el valor de referencias identificatorias, de emblemas reconocibles
por los otros Yo que rodean al sujeto.
Es importante destacar que cuando la autora se refiere al término “madre”
supone presentes los siguientes caracteres: una represión exitosa de su propia
sexualidad infantil, un sentimiento de amor hacia el niño, su acuerdo esencial
con lo que el discurso cultural del medio al que pertenece dice acerca de la
función materna y la presencia junto a ella de un padre del niño por quien
tiene sentimientos fundamentalmente positivos.
En el mismo texto, la autora analiza ese espacio familiar al que la esquizofrenia
y la paranoia pueden advenir.
Reconoce que, más allá de esa primera violencia necesaria, hay ocasiones
en las que se da un exceso de violencia. A esta violencia la llama “secundaria”
y se abre camino apoyándose en su predecesora, de la que representa
un exceso por lo perjudicial e innecesario para el funcionamiento del Yo.
Se asienta sobre su predecesora dado que en la madre permanece negado
e ignorado el deseo de mantener el status quo de la primera relación con
el infans que en un momento fue necesaria y legítima… deseo de que nada
cambie. Cuando en el niño aparece la actividad del pensar, la meta del
exceso de violencia es despojar al niño de todo pensamiento autónomo,
asegurando la satisfacción de un deseo de no cambio.
Aulagnier plantea que, para evitar el riesgo que implicaría conceder al hijo
el derecho a pensar, la madre puede emplear distintos caminos.
“El primero consiste en privilegiar las otras funciones parciales, en sobrecatectizar
al cuerpo como conjunto de funciones, cuerpo que come, que
excreta, que duerme, que ve, que aprende… de acuerdo con un modelo del
buen funcionamiento que ella buscará en lo que dice la medicina, la higiene,
la religión […]” (Aulagnier, P., 1975, pág. 214).
Entonces, en palabras de la autora, “la sombra hablada no anticipa al sujeto,
sino que lo proyecta regresivamente a ese lugar que el portavoz había ocupado
en una época pasada”.
Es decir, que se trataría de un exceso de violencia por el cual la madre se
apropia de la actividad del pensamiento del hijo, dado que la madre espera
que el acceso del niño al orden del discurso le demuestre que en su propio
discurso no hay falta alguna.
Una madre expresa respecto de su hijo: “Yo sé todo de él por el hecho que
soy su madre y, aunque me digan lo contrario o él me diga otra cosa, yo sé lo
que en realidad está pensando. Por ello, leí todas las revistas referentes a la
maternidad y el neurólogo me dijo que esto es así porque le falta la atención.
Mi hijo tiene que comportarse como los nenes de su edad y es así como yo
lo trato. No voy a hacer nada distinto de lo que se haría con un nene de esa
edad”; cabe destacar que el niño no puede realizar sus tareas escolares. No
comprende las consignas. Atribuye vida a objetos inanimados. Está todo el
tiempo moviéndose sin establecer una finalidad al mismo. No distingue el
peligro, entre otras cosas. Su padre comenta que con su hijo son uno para
el otro, que él sabe lo que es bueno para su educación porque él es padre y
madre a la vez, y su hijo es una parte de su cuerpo.
En lo referente al padre, en el mismo texto, Aulagnier dice que “llama la
atención la frecuencia con que se observan los siguientes rasgos: 1) En relación
con el deseo de la mujer, un mismo veredicto que la declara ‘mala’ y
‘peligrosa’ para el niño. 2) El ejercicio de un poder que se instrumenta para
transformarlo en un abuso manifiesto, que a menudo asume una forma violenta.
3) Al mismo tiempo, o en una fase que el niño descubre más tarde, los
signos de una decadencia social o la aparición de rasgos de carácter cuyo
aspecto patológico es totalmente obvio para el niño. 4) La reivindicación
de un ‘saber’ que lo convertiría en depositario irrefutado e irrefutable de un
sistema educativo que se impone por la violencia y por el bien del niño. 5)
Por último, en cierto número de casos, un rasgo que hemos observado a menudo en el padre esquizofrénico, rasgo que definiremos como ‘un deseo de
procreación’ que realizaran fantaseadamente planteando una equivalencia
entre ‘alimentar’ y ‘alimentar el espíritu’. En el lugar del pecho, que nunca
pudo dar, el padre se postulará como el único dispensador del ‘saber’ a través
de ese ‘don’, intentará crear una relación de dependencia absoluta que,
en lo referente a sus eventuales consecuencias, nada tiene que envidiar a la
que la madre ha podido establecer con el bebé” (Aulagnier, P., 1975, pág. 268-269).
En su libro Un intérprete en búsqueda de sentido, cuando Aulagnier se refiere
a la potencialidad psicotizante del ambiente psíquico, menciona que una
de las características es el lugar que toma el odio en la relación de ciertas
parejas, odio expresado a menudo abiertamente en sus discursos. Señala
que lo propio de estas parejas es que el odio funciona como cemento.
El niño se encuentra confrontando a la manifestación hablada de un asesinato
como deseo actual y más aún como deseo que lejos de ser reprimido, es
reivindicado por el yo parental como un hecho legítimo.
El odio que vehiculiza el discurso de los padres en el terreno de la identifi cación
simbólica representa una catástrofe. El derecho de asesinato destituye
el derecho de transmisión de una ley, de una prohibición, de un orden. Derecho
que cada uno de la pareja no le reconoce al otro.
En el registro de la identificación imaginaria, al niño le queda recurrir al
mecanismo de hacer alianza con uno de los padres, dado que está prohibido
y es imposible encontrar un mundo, un espacio complementario, unidos,
completos. Obtiene la completud si se sustituye asimismo lo que le falta a
las dos mitades, al convertirse en su complemento. “[…] La unidad de los
dos puede preservarse a este precio: ser la mitad de sí mismo, ya que la otra
mitad está reservada por un objeto que no puede preservar su unidad más
que a ese precio” (Aulagnier, P., 1985, pág. 399).
Pensar el sujeto como un sistema abierto a lo intersubjetivo no solo en el
pasado sino en la actualidad exige reflexionar acerca de las tramas relacionales
y sus efectos constitutivos de la subjetividad. M. Enriquez en el texto
Transmisión de la vida psíquica entre generaciones, plantea que una de las
perspectivas de su trabajo es que permite articular las formas y los procesos
de la realidad psíquica de un sujeto considerado en su singularidad con las
formas y los procesos de la realidad psíquica que se constituyen en los vínculos intersubjetivos.
Desde esta mirada analiza los efectos y daños psíquicos de la psicosis de los
padres sobre sus hijos.
Analiza qué ocurre cuando el niño queda incluido en el delirio del progenitor.
“Ahora bien, el padre delirante, cuando comunica a su hijo sus pensamientos
delirantes, obliga a este que, seguramente no está en condiciones de
juzgarlos como tales, a establecer ligazones causales abusivas y le impone
representaciones aberrantes que atañen electivamente a sus objetos y sujetos
de investigación universales, como son para todo niño el nacimiento, la
muerte, la sexualidad, el poder, el tiempo” (Enriquez, M., 1993, pág. 106).
De este modo, cuando el niño es atrapado en un delirio parental, al ser confrontado
con este discurso, se ven afectadas su actividad fantasmática, el juicio
y la pulsión de investigación, dado que estas tres operaciones mentales
pueden quedar condensadas, inhibidas en cuanto a su fin creador.
Por otro lado, cuando habla de un encuentro precoz del niño con un delirio
de persecución por parte de algún progenitor, expresa que no puede no
comprender que el peligro, la persecución que amenaza a uno de sus padres
le amenaza también a él, por ser hijo o hija.
El autor analiza los efectos de la psicosis parental a partir de observaciones
clínicas en las que queda claro cómo el destino de la pulsión de investigación
del niño, enlazada a la pulsión de dominio pero también a la actividad
del pensamiento, se ven afectadas.
Se ven afectadas porque estos niños quedan atrapados, confrontados con
los efectos destructivos del encuentro con el sinsentido y con los agujeros
creados en la vida psíquica.
La atención se logra también por identificación con otro que inviste el mundo
y le da sentido. Esto se ve perturbado cuando en ese proceso sumamente
complejo de identificación, el niño queda atrapado en identificaciones masivas
que le dirigen los padres, donde se borran las diferencias entre el yo y
los otros. “Heredó todo del padre, es genético, es mentiroso y cagón como
él, un desastre, un fracaso”, refiere una madre respecto de su hijo.
Siguiendo las ideas de Aulagnier, para que el niño pueda investir el pensamiento propio es necesario que el otro lo reconozca en su alteridad, en su diferencia.
Se necesita de padres que permitan que el hijo no repita un pasado perdido
sino que le posibiliten aventurarse a un destino desconocido e imprevisible.
Aulagnier plantea que el exceso de violencia sobre el niño no le permite el
acceso a la temporalidad.
El placer de ver, de aprender, se originarían en la erotización de la actividad
y no ya en la meta que ella se propone. Cada pedazo de la actividad del
cuerpo puede ser fuente de placer a condición de que él acepte no preguntarse
para qué sirve la acción.
Cuando Enriquez habla del delirio en herencia, dice que la pulsión de investigación
solo será el corolario intelectualizado de la pulsión de dominio,
pero se verá en peligro de encontrar su satisfacción únicamente en su
aspecto sádico destructor del pensamiento. Puede perfectamente, además,
ser objeto de una represión masiva que mate toda curiosidad y creatividad a
trasmutarse en su contrario, o sea: desear activamente sobre todo no saber.
Los niños que presentan dificultades en la diferenciación yo/no-yo, que presentan fallas en la estructuración yoica, dando lugar a la confusión de pensamientos
y a la no discriminación entre deseo y realidad, develan dificultades
en la constitución del proceso secundario.
La no estructuración del proceso secundario es uno de los modos en los que
se presenta la desatención en la clínica con niños.

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