Teorías de Freud: Angustia y trauma

Angustia y trauma
En esa conferencia de 1932, Freud resume su teoría, distinguiendo tres formas del afecto de angustia, según se dirijan respectivamente al mundo exterior (angustia real), al ello («angustia neurótica»), o al superyó («angustia de conciencia»). Y si bien las dos primeras formas se encuentran elucidadas desde 1895 en los Estudios sobre la histeria y en el estudio comparativo de la neurastenia y la neurosis de angustia, sin olvidar los manuscritos de los «Fragmentos de la correspondencia con Fliess», del mismo período, la tercera forma recurre más específicamente a la segunda tópica, y ello desde el punto de vista dinámico del advenimiento y la interiorización del superyó. En el plano de la fenomenología, esas tres formas corresponden a las diversas experiencias vividas por los individuos, según que logren o no dominar la angustia en el marco de una graduación del afecto que va desde el simple malestar hasta el desborde del pánico. En todos los casos la angustia constituye una reacción a un peligro experimentado por el sujeto,
que sin embargo no puede aprehenderlo con precisión, y menos aún explicárselo. A diferencia
del miedo (Furcht), que remite a un objeto bien definido, y del terror (Schreck), que deriva del
afecto de la sorpresa en un sujeto no preparado para la irrupción de un acontecimiento particular
-nociones claramente definidas por Freud en Más allá del principio del placer (1920)-, la angustia (Angst) sería característica de un estado de espera relativo a un peligro no identificado con claridad. Así, aun faltando el reconocimiento del peligro, la angustia manifestaría su proximidad, impidiendo que el sujeto se entregue a un estado de pánico desordenado. «No creo que la angustia pueda engendrar una neurosis traumática», escribe Freud en Más allá del principio del placer, «hay en la angustia algo que protege contra el terror y por lo tanto también contra la neurosis de terror.» Ya al referirse a la angustia en las Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916), Freud relacionaba la angustia con un estado (Zustand) y hacía abstracción del objeto, para diferenciarla del miedo; asimismo, el terror le parecía provenir de la materialización de un peligro para el cual el sujeto no había podido prepararse, precisamente por
faltar una angustia previa. «Se puede decir», concluye, «que el hombre se defiende del terror
con la angustia.»
No obstante, subsiste el hecho de que en la experiencia clínica se observan estados de angustia
insoportables, los cuales, más bien que incitar al individuo a movilizarse contra el peligro
inminente, lo hacen caer en una inhibición total, marcada casi siempre por un sentimiento de
pánico intenso. Al tratar de la angustia real ante el mundo exterior, Freud asimila una reacción invalidante de ese tipo a la reactivación de un trauma con la actualización total de su carga afectiva; dicho de otro modo, con todo el impacto del terror. Sin posibilidad de fuga o elaboración psíquica, el sujeto se encuentra frente al surgimiento de una angustia excesiva, la misma que le faltó en la situación traumática caracterizada por el efecto de sorpresa y estupefacción. Con este análisis clínico del desborde de angustia se comprende bien el alcance general que Freud le asigna desde 1895, puesto que ella presenta el mismo origen que los síntomas histéricos: indica el resurgimiento de un incidente traumático pasado, al cual el individuo ya no tiene acceso (en otras palabras, no dispone del recuerdo consciente), y que sólo se manifiesta por esas crisis de angustia imposibles de prever y dominar. Además, ese incidente puede no remitir mas que a una impresión o a una serie de impresiones más o menos nítidas, lo que hace decir a Freud que sería más atinente quizás a la historia de la especie que a la del individuo. Y siguiendo siempre el modelo de la histeria, la angustia compartiría la definición general de los afectos atestiguadores de la reviviscencia de ciertos acontecimientos significativos vividos por el sujeto y depositados como sedimentos geológicos más o menos reconocibles y accesibles. Así, al principio de «Angustia y vida pulsional», retornando las conclusiones del capítulo 25 de las Conferencias de introducción al psicoanálisis, Freud escribe: «Hemos dicho que la angustia es un estado afectivo, es decir, una combinación de determinadas sensaciones de la serie placer-displacer, con sus descargas correspondientes. No obstante, su percepción representa, sin duda por transmisión hereditaria, el residuo (Niederschlag) de cierto acontecimiento importante. Este estado es por lo tanto comparable con el acceso de histeria individualmente adquirido». Y se
sabe que para Freud, que sigue en esto a Otto Rank, el nacimiento figurará al trauma por
excelencia de la reacción de angustia; en él se subraya lo que caracterizará las manifestaciones
fisiológicas de esa reacción: la irritación consecutiva a la interrupción de la renovación de la
sangre, la impresión de ahogo, la sensación de frío, etcétera.
Pero, si bien Freud reconoce el interés de la concepción de Rank que hace del nacimiento la primera situación de peligro, cuestiona la inferencia de que un individuo será normal o neurótico en función de la intensidad de ese trauma o, en otras palabras, en función de la cantidad de angustia desarrollada en esa circunstancia originaria. Puede decirse a favor de la crítica freudiana que hasta el momento ningún estudio ha validado la existencia de una correlación
entre la dificultad del parto y una neurosis ulterior. Además, la atención que presta Freud al
trauma del nacimiento está focalizada en el valor paradigmático atribuido a la primera separación
de la madre, destinada a repetirse en cada ocasión en que la ausencia del objeto tenga que
encontrar en el sujeto una resolución psíquica. En esto consistirá la problemática neurótica, en el
temor a perder el objeto materno o el objeto de amor, y esto en un sujeto expuesto a esos
momentos cruciales que indican las ansias de la ausencia, de la obsesión de la castración y de
la idea de muerte. «Con la experiencia de que un objeto exterior, perceptible, es capaz de poner
fin a la situación peligrosa que evoca la del nacimiento», escribe Freud en Inhibición, síntoma y
angustia, «el contenido del peligro se desplaza de la situación económica a lo que es su condición determinante: la pérdida del objeto.»
Desde entonces necesariamente metonímico, el objeto que falta tendrá la vocación de fijarse
donde lo real conserva las huellas de la filogénesis, y en particular en los lugares de la
castración y de la muerte, entendidos como los momentos de organización de la estructura
psíquica ya inscritos en la experiencia del nacimiento. La espera del peligro que Freud relaciona
con la angustia, lo mismo que la espera «de algo» (vor etwas), que hace decir a Lacan que «ella
no es sin objeto», llevaría sin duda a pensar en la naturaleza inaccesible del objeto que falta, o
incluso en la presciencia de la irreductibilidad de lo real que en ningún caso puede nombrarse, si
no (para expresar en términos lacanianos el fondo de roca freudiano de la castración y la
muerte) en la evanescencia del falo y la actualización mortífera del goce. En el seminario X,
l’Angoisse (1962-1963), Lacan escribe: «De lo real, por lo tanto, del modo irreductible con el cual
ese real se presenta en la experiencia, de ello es de lo que la angustia es la señal [ … ]. Pero el
empleo de la categoría lacaniana de lo real va más allá de lo que Freud denomina «angustia real»,
en el sentido de que para Lacan se trata de una exterioridad deliberadamente extraña al
significante; el corte que resulta converge con la estructuración del sujeto, y circunscribe la
angustia al lugar de resto de esa operación de división. Además, si se asimila ese resto al
«objeto a causa del deseo» o, en otras palabras, a aquello que, detrás del deseo, empuja al
sujeto a dirigirse hacia una realidad de elección, la angustia indica la proximidad de ese «objeto
a» en cuanto éste amenaza reaparecer desde lo real; se basará por lo tanto en la paradoja de
una carencia de falta o, incluso, para retomar la expresión de Lacan, «de falta de falta». Pero ¿qué dice de distinto Freud cuando sigue la evolución de la manifestación de la angustia desde la fase de desamparo del pequeño, en la cual la separación respecto del objeto auxiliar perpetúa el primer trauma del nacimiento, hasta la fase fálica, en la cual el órgano genital retoma ese mismo terror bajo la figura de la castración, para concluir en el tormento ante la exclusión de la horda, en la cual el superyó parental reviste la indeterminación del destino?