Teoría de la personalidad: Validez epistemológica de la de la técnica actual (psicoanálisis en la actualidad)

Hemos dicho que el psicoanalista Spence (1982) denunció el realismo ingenuo de la visión de Freud sobre la terapia, concretamente la metáfora que éste usaba al referirse al psicoanalista como un arqueólogo, que iba descubriendo objetos del pasado y así iba reconstruyendo el pasado real. Sobre este tema otro autor, Strenger (1991) aporta otra metáfora que resulta brillante para imaginar el papel del terapeuta psicoanalítico de nuestra época: el analista como metahistoriador histórico.
La función del analista es estudiar las modalidades de actuar, sentir y pensar del paciente, subjetivamente determinadas. En primer lugar por la información que el mismo paciente le aporta, explícitamente por su relato o implícitamente en su forma de hablar y comportarse, y en segundo lugar intentando descubrir el camino a contenidos mentales inconscientes y las modificaciones defensivas que influyen en el funcionamiento mental del paciente.
Para detectar estas influencias que no son asequibles directamente, se está atento a si implican alguna medida de impropiedad o irracionalidad en la conducta del paciente -entendiendo la conducta en su sentido más amplio, incluyendo estados mentales. Y para hacer esta valoración, el analista usa una capacidad que tiene que ver con el conocimiento implícito que los miembros de cada cultura tienen en virtud de su propia socialización. Sabemos qué conductas y emociones son apropiadas en las circunstancias cotidianas, y sobre esa base juzgamos lo que puede considerarse apropiado o no en una situación determinada.
Precisamente porque él mantiene su anonimato y una posición de máxima distancia, precisamente porque no se muestra, su persona se vuelve caldo de cultivo para las proyecciones del paciente, por tanto a través de la transferencia adquiere conocimiento de primera mano de éste.
Por tanto, las habilidades del analista no son otras que las habilidades implicadas en la psicología del sentido común, solo que son capacidades especialmente refinadas y trabajadas por los tres marcos que se consideran fuente de la formación clínica: la propia terapia, la supervisión de casos y la formación teórica. Esta última le aporta una serie de teorías sobre cómo funciona el psiquismo humano -tipos de motivaciones, de ansiedades, de defensas, tipos de creencias y formas de interpretar la realidad, modos de interrelación, etc. Pero estas teorías no funcionan como algoritmos, no son leyes fuertes del mismo orden que las que pueden encontrarse en las ciencias naturales.
Como hemos dicho, para Strenger (1991) el analista es como un metahistoriador: al igual que un historiador estudia un documento de un narrador de la época que investiga, y trata en ese estudio de diferenciar las interpretaciones del autor del documento, de los hechos reales que narra, del mismo modo el analista trabaja con significados, trabaja con hechos presentes y pasados de la vida del paciente tal y como son concebidos por éste. Significados que en gran parte son inconscientes pero son causa de modos específicos de pensamiento, reacciones emocionales y conductas.
Esta metáfora lleva a Strenger a comparar el psicoanálisis con otras disciplinas reconocidas como la antropología, la historia o la psicología social. Nadie diría que estas disciplinas no tienen validez epistemológica porque no siguen las reglas de las ciencias naturales. Evidentemente, trabajan con significados y estos las hace diferentes.
Pero la cuestión es que el método científico no es la única forma racional de pensar, ya que como dice el autor, la racionalidad y la ciencia no son coextensivas. El método clínico no puede por tanto considerarse un método científico en el sentido de la física, no es un método experimental, pero sí es un método racional, y como tal, válido para el debate y la argumentación rigurosa, como cualquiera de las otras disciplinas humanas. Precisamente lo que caracteriza al método usado las disciplinas humanas no es la objetividad, sino lo que Strenger llama principio de humanidad, fundamento que es el mismo que el que dan las interpretaciones «simulacionistas» de la Teoría de la Mente, o lo filósofo de la mente Dennett (1987) llama actitud intencional, esto es, la suposición de una humanidad común entre el observador y el objeto que se observa. La hermenéutica de Gadamer aporta aquí todas las claves para entender el fenómeno. Es la intersubjetividad, y no la objetividad, lo que fundamenta el método clínico.
Sin embargo, también se trata con datos objetivos. Frente a la acusación de que los tratamientos dinámicos se basa en la sugestión, no hay que olvidar que a cada intervención del terapeuta, el paciente es el que asocia, el que produce material, y ese material está causado por su reserva de recuerdos, fantasías, sentimientos o reflexiones. Hay por tanto un límite para el poder sugestivo del analista, consistente en que la influencia de éste siempre hay que relacionarla con el material que el paciente provee, y el paciente a su vez no puede aportar ninguna asociación que no tenga.
Surge aquí una cuestión que ha sido también argumento para críticos del método clínico en general: la de las múltiples escuelas terapéuticas, las múltiples interpretaciones a un mismo material. Ante este hecho, la respuesta de que es el éxito terapéutico lo que decidirá cuál es la orientación más adecuada no resuelve la cuestión, ya que los estudios estadísticos sobre el tema muestran que, si bien los sujetos que reciben algún tipo de psicoterapia presentan mejoría sobre los que no la reciben, no se evidencia que ninguna técnica terapéutica sea mejor que otra. Frente a esto, Strenger (1991) aporta una solución que huye del dogmatismo de pensar que sólo uno está en lo cierto y los demás equivocados, pero también huye del relativismo que implica darle el mismo valor a cualquier aproximación, incluso siendo estas contradictorias. El autor propone la solución pluralista, por la cual un mismo objeto -el paciente- puede ser visto desde diferentes perspectivas, y todas ellas pueden reflejar una verdad parcial, con lo cuan no necesariamente la verdad ha de ser una y las demás erróneas. Pero por supuesto, tampoco esto implica que todas las aproximaciones sean igualmente válidas u oportunas en un determinado momento. Ver que el problema central de un paciente puede ser conflictos entre deseos inconscientes, o bien su incapacidad para experienciar su self plenamente, dependerá de cuál sea la orientación. Las diferentes interpretaciones y teorías en que se sustentan, más que ser verdaderas o falsas, son más o menos abarcadoras, ricas o útiles, y las diferencias entre unas orientaciones y otras es más bien una cuestión de la filosofía o visión del ser humano subyacente a cada modelo.