Teorías de Freud: Angustia y síntoma

Angustia y síntoma.
Para calificar esta liberación del afecto en los desbordes que provoca, Lacan introduce el
término «deriva», que caracteriza bien a algo que se separa o que se desata. En el Seminario X, dice: «Lo que he dicho en cambio del afecto, es que no es reprimido; y esto, Freud lo dice igual que yo. Es desarrumado, va a la deriva. Se lo encuentra desplazado, loco, invertido,
metabolizado, pero no está reprimido.» Se trata entonces de evocar aquí la cuestión clave que
recorre todo el corpus freudiano, desde el análisis de las neuropsicosis de defensa, pasando
por los Estudios sobre la histeria y los primeros trabajos acerca de la neurosis obsesiva, hasta
las conclusiones de Inhibición, síntoma y angustia, enriquecidas con los aportes de la segunda
tópica, y en particular con los concernientes al sentimiento de culpabilidad y la pulsión de muerte.
Y sin duda es la fobia la que, en este contexto, explica mejor las relaciones entre la angustia y el síntoma, en cuanto este último, si realiza la transacción satisfactoria entre la reivindicación
pulsional y la organización yoica, contribuye a ligar toda la energía libidinal, con lo cual vuelve innecesaria la manifestación de angustia. Y además, en el caso privilegiado de la fobia, el síntoma incluye aun la inhibición: bajo el efecto de la censura, consiste entonces en un desplazamiento del afecto ligado a la representación reprimida sobre otra representación más
anodina que, a su vez, ve vedado su acceso a la conciencia por la acción de un proceso
inhibidor. Así, por ejemplo, en el caso de Hans, publicado por Freud en 1909, la incomprensible
angustia ante el caballo es el síntoma, y la incapacidad de caminar en la calle, el fenómeno de
inhibición que Freud define como «una limitación que el yo se impone para no despertar el síntoma de angustia».
A diferencia de los síntomas fóbicos, los síntomas obsesivos, por ejemplo, impiden directamente
la aparición de angustia, en cuanto hacen posible ligar toda la energía libidinal en lo que
comúnmente se denomina rituales obsesivos, conductas de anulación, etcétera. Asimismo, los
síntomas histéricos, si logran convertir toda la energía libidinal en síntomas corporales, también impiden la aparición de angustia, procurándole además al sujeto la ilusión de que conoce el origen de su mal. Por su función de ligadura de la excitación libidinal, el síntoma vuelve entonces innecesaria la manifestación de la angustia, tanto frente al verdadero peligro pulsional que el síntoma se encarga de recubrir, como frente al simple quantum de energía que contribuye a ligar más o menos completamente. A propósito de esta relación funcional entre la producción de angustia y la formación del síntoma, Freud escribe, en «Angustia y vida pulsional» : «Se observa allí una acción reciproca, pudiendo los dos fenómenos reemplazarse mutuamente, suplirse uno al otro»; acerca del ejemplo de los ceremoniales obsesivos de los que no es posible abstenerse bajo pena de provocar en su lugar un desborde de angustia, Freud formula la hipótesis siguiente:
«En verdad, parece que el desarrollo de la angustia ha precedido a la formación del síntoma, como si los síntomas hubieran sido creados para impedir el estallido del estado de angustia».
Continuando este análisis en el marco de la reflexión metapsicológica, confirmará esta hipótesis,
que es la misma que dio lugar a la segunda teoría de la angustia, a saber, que «no es la
represión lo que provoca la angustia, sino la angustia, que es primera, la que provoca la
represión».
¿Qué significa esto, si no que la angustia, más bien que remitir a una cantidad de libido sin empleo, continuará indicando la proximidad de un peligro exterior del que el sujeto (el yo) trata a partir de esa indicación, de preservarse, reprimiendo las mociones pulsionales (las mociones de
ello)? Tal es, en efecto, la conclusión de Freud al proseguir el análisis de la fobia. Por ejemplo, en el caso de Hans, se trata de un verdadero peligro exterior, y la angustia se revela bien real: si el pequeño suspende a tal punto las exigencias de su libido, y en particular el amor que siente por la madre (lo que da lugar a una angustia neurótica), es porque ese estado de tensión interna evoca otro peligro por el cual el niño se cree amenazado si sigue ligado de esa manera a la madre: el peligro de la castración, de la pérdida del miembro viril. Que la castración pueda o no ser realmente practicada no influye para nada en la creencia del niño en la efectividad de la amenaza, precisa Freud; lo importante es que ella proviene del exterior y ha sido sin duda
reforzada por la transmisión filogenética. Además nos encontramos en presencia de una
angustia real que, debido a la suspensión original de las reivindicaciones libidinales ante el
peligro de castración, ha procurado señalar esas reivindicaciones cada vez que ellas no podían
llegar a la descarga de satisfacción o dar lugar a la formación de un compromiso sintomático.
De modo que la angustia real y la angustia neurótica, según que se atribuya el peligro al
acontecimiento exterior o a las mociones pulsionales interiores, siguen remitiendo (como Freud lo
había ya indicado en la continuidad del trauma del nacimiento y de la separación de la madre) a
otra separación también estructural, la del miembro viril para el niño, traducida en la vertiente
femenina por el miedo a la pérdida de amor. La angustia de castración reemplaza entonces a la
angustia del nacimiento en la fase fálica, cuando el sujeto tiende a afirmarse en función de la
garantía que cree poder esperar del Otro, y que de tal modo lo devuelve a su insuficiencia. Pero,
siguiendo el desarrollo lacaniano, el Otro, que sufre el mismo desengaño que el sujeto, víctima de
ese fondo de roca de la castración, no puede a su vez sino reflejar la misma negatividad en la
falta que Lacan designa con el algoritmo -(p, entendido como algo que, en relación con la
reserva libidinal, no se proyecta, no se inviste a nivel especular, permanece profundamente
irreductible a nivel del cuerpo propio, es decir, a nivel del narcisismo primario, asimilado por esto
al autoerotismo o al goce autista. Aprehendida en el registro imaginario, la castración ya se
inscribe para Lacan en la suspensión del sujeto en relación con la imagen libidinizada del
semejante (en a y en -j) y toma paradójicamente su consistencia de los accidentes de la
escena del mundo que se denominarán traumáticos. La angustia de castración renueva
entonces la dependencia fundamental del sujeto con respecto al Otro; lo original en Lacan es que se alimenta con la decepción del sujeto relativa a la espera de una garantía del Otro; igual que el sujeto, el Otro está tachado o, en otros términos, «no hay Otro del Otro». «Aquello ante lo cual el neurótico retrocede -escribe Lacan en el seminario sobre la angustia– no es la castración, es hacer de la castración, la suya, lo que falta al Otro; es hacer de su castración algo positivo que sea la garantía de esa función del Otro. [ … ] Esto, él no puede asegurarlo más que por
medio de un significante, y ese significante forzosamente falta. Es el agregado [appointJ a ese
lugar faltante que el sujeto es llamado a hacer mediante un signo que nosotros llamamos de su
propia castración.»