Trabajos de Jacques Lacan: Radiofonía y Televisión. Quinta parte

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[El desvarío de nuestro goce]

-Hay un rumor que canta: si se goza tan mal, es que hay represión [repression] del sexo, y la culpa es primeramente de la familia, segundo de la sociedad, y particularmente del capitalismo. Se plantea la pregunta.

-Es una pregunta -me permití decir, puesto que de vuestras preguntas yo hablo-, una pregunta que podría entenderse de vuestro deseo de saber cómo responder usted mismo en la oportunidad. Sea: si le fuera planteada, por una voz más bien que por una persona, una voz que no pudiera concebirse sino como proviniendo de la tele, una voz que no existe, ese no decir nada, la voz sin embargo, en nombre de la que hago existir esta respuesta, que es interpretación.

Para decirlo crudamente, usted sabe que tengo respuesta para todo, mediante lo que usted me presta la pregunta: usted se fía al proverbio de que no se presta sino al rico. Con razón.

¿Quién ignora que es por el discurso analítico que hice fortuna? En lo que soy un self-made man. Hubo otros, pero no en nuestros días.

Freud no dijo que la represión [refoulement] proviene de la supresión [repression]  que (para hacer imagen), la castración sea debida a que papá sentencie al chiquillín que se toquetea el pitito: «Si empiezas de nuevo, seguro que te lo cortarán».

Bien natural entonces que Freud haya tenido la idea, de partir de ahí para la experiencia -a entender por lo que la define en el discurso analítico-. Digamos que a medida que avanzaba, se inclinaba más hacia la idea de que la represión era primera. Ello en el conjunto de la báscula de la segunda tópica. La gula con que denota al superyó es estructural, no efecto de la civilización, sino «malestar» (síntoma) en la civilización.

De tal suerte que es pertinente volver sobre la prueba, a partir de que sea la represión la que produce la supresión. ¿Por qué la familia, la sociedad misma, no serían ellas creación a edificarse de la represión?. Nada menos que eso, pero se podría decir que el inconsciente existe, se motiva en la estructura, es decir, en el lenguaje. Freud elimina tan poco esta solución que es para abreviar [entrancher] que se obstina con el caso del hombre de los lobos, el cual hombre se siente más bien mal. Aun parece que ese fracaso, fracaso del caso, sea poco comparado a su éxito: el de establecer lo real de los hechos.

Si este real permanece enigmático, ¿es que hay que atribuirlo al discurso analítico, por ser él mismo institución?

No hay otro remedio entonces que el proyecto de la ciencia de apropiarse la sexualidad: la sexología no era al respecto más que proyecto. Proyecto en el que Freud confiaba. Confianza que confiesa gratuita, lo que nos dice largo sobre su ética.

Ahora bien, el discurso analítico, promete: innovar. Eso, cosa enorme, en el campo en que se produce el inconsciente, puesto que esos callejones sin salida, entre otros ciertamente, pero en primer lugar, se revelan en el amor.

No es que todo el mundo no esté al corriente de esta novedad que corre por las calles, pero que no inquieta a nadie, por la razón de que esa novedad es trascendente: la palabra debe considerarse con el mismo signo que constituye en la teoría de los números, o sea, matemáticamente.

De donde no es por nada si se sostiene con el nombre de transferencia.

Para despertar a mi mundo, articulo esa transferencia al «sujeto supuesto saber». Hay ahí explicación, despliegue de eso que el nombre no fila sino oscuramente. A saber: que el sujeto, por la transferencia, es supuesto al saber en que consiste como sujeto del inconsciente y que es eso que es transferido al analista, es decir ese saber en tanto que él no piensa, ni calcula, ni juzga, sin dejar de comportar efecto de trabajo.

Este facilitamiento vale lo que vale, pero es como si tocara la flauta, … o peor como si les metiera miedo.

SAMCDA simplicitas: ellos no se atreven. No se atreven a avanzar hacia donde ello los conduce.

¡No es que no me rompa e’- lomo! Profiero «el analista sólo se autoriza por sí mismo». Instituyo el «pase» en mi escuela, es decir el examen de eso que decide a un analizante a ponerse analista -esto sin forzar a nadie-. Ello no resulta todavía, debo confesarlo, sino ahí donde se ocupan de ello, y mi escuela no la tengo desde hace tanto tiempo. No es que tenga la esperanza de que en otra parte se cese de hacer de la transferencia retorno al expedidor. El atributo del paciente es una singularidad que sólo nos concierne al recomendarnos prudencia, en su apreciación en primer lugar y más que en su manejo. Aquí uno se las arregla, ¿pero allí donde iríamos a parar?

Lo que sé, es que el discurso analítico no puede sostenerse con uno solo. Tengo la suerte de que haya quienes me siguen. El discurso tiene por consiguiente su probabilidad.

Ninguna efervescencia -que también proviene de él- podría eliminar lo que da testimonio de una maldición sobre el sexo, que Freud evoca en su «Malestar».

Si hablo de fastidio, incluso de pesadumbre, a propósito de la aproximación «divina» del amor, ¿cómo desconocer que esos dos afectos se denuncian -de palabra, incluso con actos- en los jóvenes que se entregan a relaciones sin supresión [repression], siendo lo más curioso que los analistas en quienes ellos se motivan les oponen una afectada gazmoñería?

Aun si los recursos de la supresión familiar no fueran verdaderos, habría que inventarlos, y de ello no nos privamos. Eso es el mito, la tentativa de dar forma épica a lo que se obra de la estructura.

La encrucijada sexual segrega las ficciones que racionalizan lo imposible del que ellas provienen. Yo no digo imaginadas, yo leo ahí como Freud la invitación a lo real que a ello concierne.

El orden familiar no hace más que traducir que el padre no es el genitor, y que la madre permanece [reste] contaminar a la mujer para el hombrecito; el resto continúa.

No es que valorice el gusto por el orden que hay en ese pequeño, lo que él enuncia al decir: «personalmente (sic) la anarquía me horroriza». Lo propio del orden, donde hay el mínimo, es que no se tiene que apreciarlo puesto que está establecido.

La buena suerte ya ocurrió en otro lugar, y es suerte buena la justa para demostrar que ahí va mal hasta para el esbozo de una libertad. Es el capitalismo reordenado. Lo mismo pues para el sexo, puesto que en efecto el capitalismo, es de ahí que partió, de desecharlo.

Ustedes dieron en el izquierdismo, pero por lo que yo sé, no en el sexo-izquierdismo. Es que éste no adhiere sino al discurso analítico, tal como ex-siste por el momento. Ex-siste mal, al no hacer más que duplicar la maldición sobre el sexo. En lo que se revela teme esta ética que yo situaba del bien-decir.

¿No es reconocer solamente que no hay nada que esperar del psicoanálisis en lo que respecta a aprender a hacer el amor? Se comprende de ahí que las esperanzas se vuelquen sobre la sexología. lógica clásica, por donde él solamente da prueba de ser juguete de su inconsciente, quien de no pensar no podría juzgar ni calcular en el trabajo que produce a ciegas.

El sujeto del inconsciente embraga sobre el cuerpo. Es necesario que insista sobre lo que no se sitúa verdaderamente más que por un discurso, a saber, de eso cuyo artificio plasma lo concreto [fait le concret]. ¡Ah tanto!

¿Qué puede de ahí decirse, del saber que ex-siste para nosotros en el inconsciente, sino que únicamente un discurso articula? ¿Qué puede decirse de que lo real nos llega por ese discurso? Así se traduce su pregunta en mi contexto, es decir que parece loca.

Si se sigue la experiencia instituida, es necesario atreverse a plantearla tal para anticipar cómo podrían sobrevenir proposiciones a de. mostrar para sostenerla. Veamos.

¿Se puede decir por ejemplo que, si El hombre quiere La mujer, no la alcanza sino cayendo en el campo, de la perversión? Es lo que se formula por la experiencia instituida del psicoanálisis. De verificarse, ¿es enseñable a todo el mundo, es decir científico, puesto que la ciencia se facilitó el camino a partir de este postulado?

Digo que lo es, y tanto más que, como lo deseaba Renan para «el porvenir de la ciencia», no tiene consecuencias puesto que La mujer no ex-siste. Pero que ella no ex-sista no excluye que se haga de ella el objeto del deseo. Bien por el contrario; de ahí el resultado.

Mediante lo cual El hombre, para equivocarse, da con una mujer, con la que sobreviene todo: es decir habitualmente ese fracaso en que consiste el logro del acto sexual. Los actores son capaces de las acciones más eminentes, como se sabe por el teatro.

Lo noble, lo trágico, lo cómico, lo bufonesco (a presentarse con una curva de Gauss), brevemente, el abanico de lo que reproduce la escena donde se exhibe -la que escinde de todo lugar social los asuntos de amor- el abanico, pues, se realiza -para producir las fantasías cuyos seres de palabra subsisten en lo que denominan, no se sabe muy bien por qué, «la vida»-. Puesto que de «la vida» ellos sólo tienen noción por el animal, donde no tiene que hacer su saber.

Nada testimonia [tu-émoigne], en efecto, como advirtieron los poetas del teatro, que la vida de ellos seres de palabra no fuera un sueño, fuera del hecho de que ellos matan [tu-ent] esos animales, matan-a-ti-mismo [tu-é-a-toi], es el caso de decirlo en lalengua que me es amiga por ser mí(a) [mie(nne)]. nota

Puesto que en fin de cuentas la amistad, la (griego) primero de Aristóteles (que por dejarla no desestimo), justamente por donde bascula ese teatro del amor en la conjugación del verbo amar con todo lo que se sigue de devoción a la economía, a la ley de la casa.

Como se sabe el hombre habita, y aun cuando no sabe dónde, no tiene menos la costumbre. El 10o~, como dice Aristóteles, no tiene que ver con la ética, donde observa la hominimia que tiene con ella el lazo conyugal, sin llegar a escindirla.

¿Cómo sin barrundar al objeto que pivotea en todo eso, no (griego) sino el objeto (a) parra nombrarlo, poder establecer su ciencia?

Es cierto que queda por acordar este objeto del matema que La ciencia, la única que aún ex-siste, La física, encontró en el número y la demostración, ¿Pero cómo no encontraría zapato mejor aún en este objeto que dije, si él es el producto mismo de ese matema a situar de la estructura, por poco que ésta sea propiamente la-garantía [l’en-gage], la-garantía [l’engage] que aporta el inconsciente a la muda [muette]?

¿Es necesario para convencerse volver sobre la huella que ya hay en el Menón, a saber que hay acceso de lo particular a la verdad?

Es para coordinar esos caminos que se establecen de un discurso, como también a que él no procede más que uno a uno, lo particular, se concibe uno nuevo que ese discurso transmite tan incontestablemente como el matema numérico.

Basta que en alguna parte la relación sexual cese de no escribirse, que se establezca contingencia (da lo mismo decir), para que un aliciente sea conquistado de lo que debe determinarse al demostrar como imposible esa relación, es decir al instituirla en lo real.

Esta probabilidad misma, se puede anticiparlo, de un recurso a la axiomática, lógica de la contingencia a que nos acostumbra eso de que el matema, o lo que él determina como matemático, sintió la necesidad: abandonar el recurso a evidencia alguna.

De este modo proseguiremos nosotros a partir del Otro, del Otro radical, que evoca la no-relación que el sexo encarna, -desde que se advierte que tal vez no hay Uno más que para la experiencia del (a)sexuado.

Para nosotros él tiene tanto derecho como el Uno a hacer sujeto de un axioma. Y he ahí lo que la experiencia aquí sugiere. En primer lugar que se impone para las mujeres esta negación que Aristóteles aparta por incidir en lo universal, es decir de no ser todas, (griego). Como si separando de lo universal su negación, Aristóteles no lo tornara simplemente fútil: el dictus de omni et nullo no asegura de ninguna ex-sistencia, como él mismo lo testimonia, esta ex-sistencia, al no afirmarlo más que de lo particular, sin, en sentido lato, darse cuenta, es decir saber por qué: –el inconsciente.

De ahí que una mujer -puesto que de más de una no se puede hablar-, una mujer no da con El hombre más que en la psicosis.

Planteamos este axioma, no que El hombre no ex-siste, caso de La mujer, sino que una mujer se lo prohibe, no de que sea el Otro, sino de que «no hay Otro del Otro» como lo digo yo.

Así lo universal de lo que ellas desean es locura: todas las mujeres son locas, que se dice. Es también por eso que no son todas, es decir locas-del-todo, sino más bien acomodaticias: hasta el punto que no hay límites a las concesiones que cada una hace para un hombre: de su cuerpo, de su alma, de sus bienes.

No pudiéndolo sino por sus fantasías de las que es menos fácil responder.

Ella se presta más bien a la perversión que tengo por la de El hombre. Lo que la conduce a la mascarada que se sabe, y que no es la mentira que los ingratos, por adherir a El hombre, le imputan. Más bien el por-si-acaso de preparse para que la fantasía del hombre encuentre en ella su hora de verdad. Eso no es excesivo puesto que la verdad es mujer ya por no ser toda, no toda a decirse en todo caso.

Pero es en que la verdad se rehusa más a menudo que a su turno, exigiendo del acto aires de sexo que él no puede sostener, es el fracaso: rayado como hoja de música.

Dejémoslo torcido. Pero viene justo para la mujer que no es fiable el axioma célebre de M. Fenouillard, y que, pasados los lindes, no hay límite: a no olvidar.

Por lo que, del amor, no es el sentido el que cuenta, sino más bien el signo, como en todo lo demás. Precisamente ahí está todo el drama.

Y no se dirá que por traducirse del discurso analítico, el amor se sustrae como lo hace en otros lados.

De ahí por lo tanto que se demuestre que es por este insensato por naturaleza que lo real hace su entrada en el mundo del hombre -es decir, los pasajes, todo comprendido: ciencia y política, que arrinconan al hombre alunado-, de aquí hasta ahí hay margen.

Puesto que es necesario suponer que hay un todo de lo real, lo que habría que probar en primer lugar puesto que no se supone jamás sujeto más que de lo razonable. Hypoteses non fingo quiere decir que no ex-sisten más que discursos.

-¿Qué debo yo hacer?

No puedo retomar la pregunta como todo el mundo, si no me la planteo a mí mismo. Y la respuesta es simple. Lo que hago es extraer de mi práctica la ética del Bien-decir, que ya he acentuado.

Presten atención, si ustedes creen que ésta puede prosperar en otros discursos.

Pero lo dudo. Puesto que la ética es relativa al discurso. No nos repitamos.

La idea kantiana de la máxima a someter a la prueba de la universalidad de su aplicación, no es sino la mueca con que lo real se coge las de villadiego [s’ebigne] de ser tomado por un solo lado.

El pito-catalán [pied-de-nez] para responder de la no relación al Otro cuando nos contentamos con tomarla al pie de la letra [pied de la lettre].

Una ética de soltero para decirlo todo, aquella que encarnó más cercano a nosotros Montherlant.

Ojalá mi amigo Lévi-Strauss estructure su ejemplo en su discurso de recepción a la Academia, puesto que el académico tiene la suerte de no tener más que cosquillear a la verdad para hacer honor a su posición.

Es perceptible que gracias a vuestra atención, me encuentro ahí yo mismo.

-Me gusta la malicia. Pero si usted no se rehusó a este ejercicio, en efecto, de académico, es que se siente usted estimulado. Y se lo demuestro, puesto que responde usted a la tercera pregunta.

-Para «¿qué me es permitido esperar?», le devuelvo el argumento, la pregunta, es decir que esta vez la escucho como viniendo de usted. Respondí más arriba, en lo que me atañe.

¿Cómo podría concernirme si no me dijera qué esperar? ¿Piensa usted a la esperanza como sin objeto?

Usted por consiguiente como cualquier otro a quien tratar de usted, es a usted que respondo: espere lo que le gusta.

Sepa solamente que vi muchas veces la esperanza, lo que llaman los mañanas que cantan, conducir a gentes que yo estimaba tanto como lo estimo a usted, únicamente al suicidio.

¿Por qué no? El suicidio es el único acto que tiene éxito sin fracaso. Si nadie sabe nada de él, es porque procede del prejuicio de no saber nada. Todavía Montherlant, en quien sin Claude ni siquiera pensaría.

Para que la pregunta de Kant tenga sentido, la transformaría en: ¿de dónde espera usted? En que usted quisiera saber eso que el discurso analítico puede prometer a usted, puesto que para mí está todo cocinado.

El psicoanálisis le permitiría esperar seguramente elucidar el inconsciente del que usted es sujeto. Pero todos saben, que yo no aliento a nadie, nadie cuyo , deseo no se haya decidido.

Más aún, excúseme de hablarle de los ustedes de mala compañía, pienso que hay que rehusar el psicoanálisis a los canallas: he ahí seguramente lo que Freud disfrazaba con un pretendido criterio de cultura. Los criterios éticos desgraciadamente no son seguros. Sea como fuere, es por otros discursos que ellos pueden juzgarse, y si me atrevo a articular que el análisis debe rehusarse a los canallas, es que los canallas se vuelven necios, lo que sin duda es un adelanto, pero sin esperanza, para retomar vuestro término.

Por lo demás el discurso analítico excluye al usted que no está ya en la transferencia, por demostrar esa relación al sujeto supuesto saber –que es una manifestación sintomática del inconsciente.

Yo exigiría además un don del mismo tipo con que se criba el acceso a la matemática, si ese don existiera, pero es un hecho de que no hay todavía don reconocible cuando se lo prueba, a falta sin duda de que ningún materna, excepto los míos, haya salido de ese discurso.

La única probabilidad de que ex-sista no depende más que de la buena suerte, en lo que quiero decir que la esperanza no tendrá ahí efecto, lo que basta para tornarla inútil, o sea para no permitirla.