Trauma: Abordaje Freudiano y Postfreudiano del Trauma y la Neurosis de Guerra (parte II)

EL TRAUMA Y SUS SECUELAS

Disertación psicoanalítica sobre el trauma en el campo de batalla y el estado psíquico
que a partir de él se desencadena.

Autores: Andrea Paola Martínez Mora. Laura Natalia Pérez Pérez. Gloria Elena Gómez Botero (Directora de tesis.)
Facultad de Psicología, Pontificia Universidad Javeriana
Enero de 2005

Capítulo 2. Abordaje Freudiano y Postfreudiano del Trauma y la Neurosis de Guerra.
La teoría del choque tradicional (una violencia mecánica sobre el cuerpo que
deteriora las estructuras orgánicas receptoras) es distinta a la que Freud describe, pues en
este caso el estímulo no provoca la ruptura de las estructuras orgánicas, sino de la
instancia encargada de proteger el aparato anímico y sus funciones. La estructura
ubicada en la frontera entre el mundo externo y el interno es el sistema P-Cc. Éste, se
encarga de percibir los estímulos internos y externos y por consiguiente permite el
devenir consciente. Además de percibir, protege contra los estímulos que contactan al
individuo, situación de máxima importancia para su supervivencia. El sistema P-Cc
nivela el influjo de estímulos externos, pero no puede hacerlo de igual manera con los
estímulos internos que en últimas se mueven libremente por el aparato anímico
provocándole sensaciones de placer y displacer. A fin de poderles aplicar la protección
antiestímulo, el aparato anímico tiene la necesidad de tratar estos estímulos como si
fuesen externos, utilizando el mecanismo de la proyección (Freud, 1920/[1978-1985]).
Los estímulos traumáticos son aquellos que tienen la fuerza suficiente para quebrar la
protección antiestímulo, y penetrar ¨perforar¨ en la psiqué sin mayor impedimento; son
denominados por ésta razón estímulos hipergrandes. Freud afirma que en las neurosis
traumáticas estos estímulos remiten siempre a una experiencia que pone al sujeto en peligro de muerte inminente (Freud, 1920/[1978-1985]); queda relegada la sexualidad
por otro componente que constituye al sujeto: la muerte. Elemento de relevancia para la
investigación aquí adelantada.
La irrupción altera la economía del aparato psíquico, puesto que lo sobrecarga de
magnitudes que le son intolerables. Por tal motivo, se trastoca la organización de la vida
anímica de manera parcial o global. Se le hace imposible al Yo eliminar estas energías
utilizando los recursos de los que dispone, quedando estancadas y libremente circulantes
dentro del aparato anímico, donde no generan otra sensación que displacer (Freud,
1920/[1978-1985]).
Falla el principio de constancia por cuanto el aparato anímico no puede descargar las
magnitudes de energía que provocan displacer, aboliéndose así el principio de placer. El
aparato queda inundado por el estímulo que irrumpió, y la tarea planteada en adelante es
dominarlo, ligándolo psíquicamente a fin de darle un trámite; para lograr tal ligazón se
movilizan las energías circundantes al punto de intrusión, produciéndose a fin de cuentas
una contrainvestidura a costa del rebajamiento energético en los sistemas psíquicos que
prestan sus magnitudes. Se explica así el carácter paralizante o inhibitorio de la
enfermedad traumática (Freud, 1920/[1978-1985]). El principio que rige este proceso se
ubica más allá del de placer, pues evoca una necesidad de repetir compulsivamente
situaciones dolorosas a razón de ligar y descargar.
Estudios recientes en corrientes post-freudianas han sostenido gran parte de la visión
económica del trauma. Otto Fenichel (1996) hace una descripción de las neurosis
traumáticas en su libro Teoría Psicoanalítica de las Neurosis retomando el concepto de
trauma desde la visión económica del aparato anímico. Fenichel referencia al principio
rector del funcionamiento psíquico, el principio de placer, que, como explicó Freud, cumple la función de mantener el aparato estable energéticamente mediante la
combinación de acciones de descarga y ligazón de excitaciones provocadas por
estímulos. El trauma estaría referido a un estado de emergencia subsiguiente a la
inhabilidad del aparato para mantener o restablecer el equilibrio tras una excitación muy
intensa (que excede la capacidad de control) para una unidad determinada de tiempo
(Fenichel, 1996).
En resumen, la etiología de la neurosis traumática es la ruptura de la protección
antiestímulo del sistema P-Cc a raíz del advenimiento de un estímulo hipergrande
(acontecimiento traumático) en un momento en que el aparato psíquico no estaba
preparado para recibirlo, es decir, no tenía disponible la sobreinvestidura que ligaría
tales fuerzas e impediría su penetración. Para generar la sobreinvestidura habría sido
necesario el desarrollo de una sensación de angustia. La angustia es la señal de alarma
frente al peligro y le permite al individuo prepararse para enfrentarse a éste; lo
característico de la experiencia traumática es que sobrevenga sin previo aviso y por tanto
no genere angustia, sino terror: sorpresa en el terror (Freud, 1920/[1978-1985]). El
terror es el estado anímico producto de correr peligro sin estar preparado y tiene por
condición la falta de apronte angustiado, de modo que el hecho traumático acontece
sorpresivamente y no hay lugar para un desarrollo de angustia, es decir de expectación y
preparación frente al riesgo (Freud, 1920/[1978-1985]).
Una de las funciones del Yo es descargar y ligar las cantidades de excitación nuevas
haciendo uso de la fantasía, con la que se logra anticipar los hechos que han de ocurrir y
preparase para su aparición, evitando posibles estados traumáticos. Esta labor se explica
económicamente recurriendo al concepto de contracatexis, referente a la carga
energética de la que va disponiendo el aparato anímico para prepararse a ligar cantidades de excitación próximas a producirse (Fenichel, 1996). Cuando el hecho es imprevisto, el
Yo se ve imposibilitado para hacer esta labor de preparación y los hechos son
experimentados de manera más violenta; por el contrario, cuando el aparato anímico
tiene a su disposición cargas de contracatexis las excitaciones son sentidas con menos
fuerza (Fenichel, 1996).
Otro elemento de importancia, es que el daño físico o herida simultáneos
contrarrestan la aparición del cuadro clínico porque permiten la descarga de energía a
través de la zona lesionada (Freud, 1920/[1978-1985]). Las razones para que esto sea así
son dos. La primera, es que la conmoción mecánica es una fuente de excitación sexual y
por tanto permite liberar cantidades de energía. Una de las fuentes de excitación sexual
infantil según Freud (1905/1978-1985) en ¨Tres Ensayos de Teoría Sexual¨ es la
excitación mecánica, en cuanto produce una estimulación en los órganos genitales por el
movimiento rítmico y repetitivo de la sacudida. La segunda razón, es que el estado
patológico de fiebre y dolores, demanda una redistribución de la libido, reclamando para
los órganos afectados sobreinvestiduras narcisistas, es decir, ligazones de energía.
Cuando se produce una lesión física, la excitación podrá tramitarse, en cuanto se libera
como excitación sexual, o se liga narcisísticamente al órgano doliente. Al respecto
Fenichel (1996) complementa planteando que si en el momento del trauma hay un
bloqueo de la actividad motriz, aumenta la probabilidad de un derrumbe y así, una
espera expectante puede ser peor que una guerra activa.
Hasta el momento se han expuesto cuatro hechos que explican la etiología de la
neurosis traumática: vivir una experiencia relacionada con la muerte; el aumento súbito
y enorme de energía que produce, excediendo la capacidad de control del Yo; la
incapacidad para descargarlo (ya sea por un proceso de elaboración, por una descarga motriz o por una lesión física); y el terror que genera lo imprevisivo y sorpresivo del
evento (falta de apronte angustiado). Se hace más clara la distinción entre el trauma, tal
como lo expuso Freud al principio de su obra para explicar la etiología de las neurosis de
defensa y el trauma en estos casos. Al parecer la vida sexual del individuo, con sus
respectivas vivencias y fantasías no tiene lugar en estos cuadros, tal como lo afirma
Freud en ¨Esquema del Psicoanálisis¨ (1940 [1938]/ 1978-1985),
Es posible que lo que llamamos neurosis traumáticas (desencadenadas por un susto
demasiado intenso o choque somáticos graves, tales como choques de trenes,
desprendimientos, etc.), constituyan una excepción; pero, hasta ahora, sus relaciones
con el factor infantil han escapado a nuestras investigaciones. (CD-ROM)
En su artículo ¨Inhibición, Síntoma y Angustia¨ de 1925, Freud re evaluó parte de
estas ideas; más delante se volverá sobre el tema. Pese a las diferencias, se encuentran
denominadores comunes en los dos tipos de trauma abarcados (el que respecta a la
sexualidad y el que respecta a la muerte): la alteración económica, y la presencia de dos
acontecimientos en una serie siendo el primero aquel cuya eficacia patógena se debe a la
aparición repentina y violencia con que es vivido y el segundo que lo despierta por
insertase en una organización psíquica ya debilitada (Laplanche y Pontalis, 1981). Se
hace referencia pues a un elemento de historia en el sujeto, así no sea claro el nexo con
la sexualidad.
Según como se ha abordado, la noción trauma hace referencia a un acontecimiento
externo que afecta ineludiblemente a cualquier individuo, siempre y cuando cumpla las
características mencionadas. Se hace necesario profundizar un poco más. Fenichel
(1996) destaca la parte subjetiva del efecto traumático al decir que el ¨más allá de la
capacidad de control del yo¨ remite a factores individuales que convierten el concepto de trauma en algo relativo. Que un mismo acontecimiento peligroso desencadene la
enfermedad en un sujeto mientras que en otro no, se explica por factores
constitucionales, experiencias previas y por las condiciones reinantes antes y durante el
acontecimiento traumático. Puede hablarse de aparatos psíquicos más fuertes o más
débiles o propensos a caer en estados de traumatismo; también ha de tenerse en cuenta la
economía mental del individuo, pues el funcionamiento psíquico puede variar
dependiendo del estado anímico (por ejemplo, un adulto cansado o enfermo es más
susceptible de caer en estados traumáticos), finalmente, un factor de suma importancia
son las represiones previas, pues resulta mucho más débil una persona ¨cuya capacidad
de ´ligar´ las excitaciones está íntegramente cubierta por el mantenimiento de las
represiones anteriores¨ (Fenichel, 1996, p. 141).
Al respecto Laplanche y Pontalis (1981) argumentan que para explicar el carácter
traumático de un acontecimiento en la historia de un individuo, es decir, la incapacidad
para abreaccionar la carga emocional de esta experiencia persistiendo consecuentemente
en el psiquismo, se debe tener en cuenta la susceptibilidad. El valor traumático, está
dado por las condiciones psicológicas en las que se encuentra el sujeto en el momento
del acontecimiento, la situación efectiva que dificulta o impide la reacción adecuada (la
retención) y sobre todo, el conflicto psíquico que le impide al sujeto integrar en su
personalidad consciente la experiencia que ha sobrevenido, es decir, la defensa (p. 448).
Este tópico recuerda las series complementarias expuestas por Freud para
comprender la etiología de las neurosis. La neurosis sería producto del interjuego entre
factores constitucionales (endógenos) y ambientales (exógenos). ¨El traumatismo, que
desencadena la neurosis en el adulto, constituye una serie complementaria junto con la predisposición que a su vez incluye dos factores complementarios, endógeno y exógeno”¨
(Laplanche y Pontalis, 1981, p. 450).
A continuación, la figura expuesta por Freud en el apartado “Los Caminos de la
Formación de Síntoma” del artículo “Conferencias de Introducción al Psicoanálisis” del
año 1916 (1916 [1916-17]/ 1978-1985), para sintetizar las series complementarias.

Trauma: figura 1, series complementarias

El traumatismo sería un suceso accidental, una contingencia, que despertaría en cada
caso un conflicto interno o no, dependiendo de los factores individuales proporcionados
por la constitución y las experiencias previas. La susceptibilidad del individuo es dada
por lo que Freud llamó disposición por fijación de la libido, a la vez dependiente de la
constitución sexual y los sucesos, también accidentales, ocurridos en la infancia. Esta
visión, resalta la importancia de tener en cuenta la historia personal del sujeto a la hora
de comprender el efecto que tiene un evento potencialmente traumático en su aparato psíquico. No sólo basta con notar la fuerza perturbadora que puede tener per sé y las
condiciones presentes durante el trauma, es fundamental el dinamismo que establece con
el individuo. Se entiende por qué un acontecimiento aparentemente nimio puede
desencadenar un proceso patológico debido a la débil tolerancia del psiquismo del
sujeto, o por el contrario, uno fuerte y violento es elaborado de manera adaptativa. Al
respecto Laplanche y Pontalis (1981) sostienen que,
1. El concepto de trauma se vuelve puramente relativo.
2. El problema de trauma–predisposición tiende a confundirse con el de factores
actuales y el conflicto pre–existente.
3. Cuando se comprueba que ocurrió un traumatismo importante en el origen de los
síntomas, los analistas suelen buscar en la historia del sujeto conflictos neuróticos que el
trauma no haría más que precipitar.
4. El acontecimiento exterior viene a realizar un deseo reprimido del sujeto,
poniendo en escena una fantasía inconsciente.
5. Existe una predisposición neurótica especial, que se explica porque algunos
individuos tienden a buscar inconscientemente la situación traumatizante, aunque la
temen. Se repite un trauma infantil con la finalidad de hacer una abreacción. Tales
sujetos son llamados por Fenichel traumatófilos (Laplanche y Pontalis, 1981, p. 254).
Tras este análisis los autores aseveran que la investigación psicoanalítica cada vez
conduce a poner en tela de juicio el concepto de neurosis traumática y el papel del
trauma como determinante de la misma, de un lado por la tolerancia del sujeto y por otro
por la historia y organización psíquica en la que se inserta. Se preguntan sin embargo si
es necesario mantener una entidad nosográfica y etiológica distinta para aquellas
enfermedades en las que se demuestra que el traumatismo es factor desencadenante y los mecanismos que intervienen son específicos con respecto a las psiconeurosis (Laplanche
y Pontalis, 1981).
El Cuadro de la Neurosis de Guerra. Después de realizar el recorrido por el concepto
trauma (distinto a aquel de índole sexual infantil que describió Freud en un principio)
con sus acepciones, características y limitaciones teóricas, se encuadran con mayor
facilidad las neurosis traumáticas y las de guerra. Se describirán algunas de las
peculiaridades del cuadro desde el punto de vista freudiano y de autores postfreudianos.
Laplanche y Pontalis (1981) describen la neurosis traumática según dos momentos.
En sus palabras,
Se manifiesta, en el momento del choque, por una crisis de ansiedad paroxística, que
puede provocar estados de agitación, estupor o confusión mental. Su evolución
ulterior, casi siempre después de un intervalo libre, permitiría distinguir
esquemáticamente dos casos: el trauma actúa como elemento desencadenante,
revelador de una estructura neurótica preexistente; o el trauma posee una parte
determinante en el contenido mismo del síntoma, (repetición mental del
acontecimiento traumático, pesadillas repetitivas, trastornos del sueño, etc.), que
aparece como intento reiterado de “ligar” y descargar por abreacción el trauma; tal
“fijación al trauma” se acompaña de una inhibición, más o menos generalizada, de la
actividad del sujeto. (p. 253)
Existen pues, como se describió, dos momentos: el primero, mucho más parecido al
concepto de estrés o reacción orgánica en el momento del choque emocional y el
segundo, en el que aparece la enfermedad, ya sea porque se despertó una estructura
preexistente o porque el trauma generó un cuadro particular, debido al intento de cura a
través de la abreacción que fue impedida en el momento del acontecimiento.
Los planteamientos de Laplanche y Pontalis (1981) ponen en primer plano la
alteración económica que provoca el acontecimiento traumático; como se sabe, éste es el
punto de encuentro entre la neurosis traumática y la de guerra. Sin embargo, no sólo el
trauma y lo económico constituyen a la neurosis de guerra, también lo hace un conflicto
a nivel del Yo (Freud, 1920/[1978-1985]).
En un artículo de 1919 titulado “Introducción al Simposio Sobre las Neurosis de
Guerra”, Freud hace una rápida aproximación al fenómeno de las neurosis traumáticas,
especialmente las de guerra, en el contexto de las dos primeras teorías pulsionales. Hace
referencia a las neurosis de transferencia como neurosis de la vida civil y menciona la
aceptación casi general de la que ya gozaban para esta fecha las hipótesis psicoanalíticas
acerca de la etiología y mecanismos de la enfermedad. Tales hipótesis eran el origen
psicógeno de los síntomas, la importancia de los impulsos instintivos inconscientes y el
papel del beneficio primario ofrecido por la enfermedad para solucionar los conflictos
psíquicos (fuga en la enfermedad) (Freud, 1919/1968). Según Freud estas características
son compartidas por todos los tipos de neurosis, incluyendo las de guerra; sin embargo,
existen diferencias que ponen en tela de juicio el valor de las hipótesis analíticas. La
primera teoría pulsional y nosología freudiana evidencia que el conflicto entre las
pulsiones del yo y las pulsiones sexuales constituye el psiquismo humano, y en su
máxima intensidad, la neurosis. Tal hipótesis no pudo ser extendida al entendimiento de
las neurosis de guerra. Aún con esta limitación presente, Freud trató de esclarecer el
cuadro al postular (junto con otros autores como Abraham) que esta enfermedad, cuyo
nexo con la sexualidad no es claro, está facilitada por un conflicto a nivel del Yo (Freud,
1919/1968).
El conflicto en la neurosis de guerra es entre el antiguo Yo pacífico del sujeto y el
nuevo Yo guerrero, agravándose cuando el Yo pacífico ve claramente el peligro de
muerte al que está expuesto en sus aventuras de guerra. Freud habla de un Yo guerrero
parasitario que empuja al sujeto a sus actos de violencia, y un Yo antiguo que protege
contra el peligro de muerte poniendo a funcionar una defensa consistente en la fuga
hacia la enfermedad, desde la que rechaza al Yo parasitario peligroso para su vida
(Freud, 1919/1968).
Con la segunda teoría pulsional, Freud expone un elemento de comprensión adicional
al conflicto del Yo. El carácter traumático puesto en juego en la neurosis de guerra – y
en las neurosis traumáticas de la vida civil, producto de los accidentes, catástrofes etc. -,
es decir, el acontecimiento que implicó para el sujeto un grave susto o una amenaza para
la vida, es mejor entendido si se lo relaciona con la interacción entre las pulsiones yóicas
y objetales. Freud intuyó un tipo de relación entre el evento traumático, la subsiguiente
aparición del síntoma, lo refractario de la enfermedad y la sustracción de la libido objetal
y concentración sobre el Yo (dicha concentración de libido en el Yo las asemejaba a las
neurosis narcisísticas).
Sólo el establecimiento y la aplicación del concepto de una “libido narcisística”, es
decir, una cantidad de energía sexual que se encuentra anexa al yo y que se satisface
en éste, como en otros casos sólo lo hace en el objeto, permitió extender la teoría de
la libido a las neurosis narcisísticas, ampliación enteramente legítima del concepto de
la sexualidad, que promete cumplir, en estas neurosis más graves y en la psicosis,
todo lo que puede esperarse de una teoría que avanza lenta y cautelosamente por el
camino de la experiencia. La neurosis traumática de la vida civil también podrá ser incluida en este sistema, una vez que los estudios sobre las innegables vinculaciones
entre el susto, el miedo y la libido narcisística hayan llegado a un resultado. (p. 2544)
El factor libidinal es a la neurosis de transferencia -o de la vida civil como las
denominó Freud -, lo que el peligro de muerte es a las traumáticas. Mientras que en las
primeras el conflicto se presenta entre el Yo y la propia libido, en las segundas el
conflicto es entre el Yo y un evento externo peligroso o una parte amenazante encarnada
en una parte del Yo (el enemigo interno) (Freud, 1919/1968).
En las neurosis traumáticas y en las de guerra el yo del individuo se defiende contra
un peligro que lo amenaza desde fuera o que se le presenta encarnado en una
formación del yo; en las neurosis transferenciales de la vida civil, el yo considera a su
propia libido como el enemigo cuyas exigencias le parecen peligrosas. En ambos
casos existe el temor del yo ante la posibilidad de experimentar un daño; en el
segundo, por la libido; en el primero, por la violencia exterior. Hasta podría decirse
que en las neurosis de guerra lo temido es, a fin de cuentas, un enemigo interno, a
diferencia de las neurosis traumáticas puras y en analogía con las neurosis de
transferencia. (Freud, 1919/1968, p.2544)
Recapitulando, las neurosis traumáticas son sustancialmente distintas a otros tipos de
neurosis de surgimiento espontáneo por no estar claro el nexo entre la etiología y el
material sexual infantil. Sin embargo, se pueden dilucidar dos similitudes: a) la represión
del evento traumático –fundamento de toda neurosis– y, b) el temor del Yo a
experimentar un daño (Freud, 1919/1968). Las neurosis de guerra presentan una
analogía con las de transferencias y a la vez una disimilitud con las traumáticas: lo
temido o rechazado es algo interno.
Según Freud a nivel fenomenológico la neurosis traumática es parecida a la histeria
por presentar una abundancia de síntomas motores, pero también la componen síntomas
subjetivos y un deterioro marcado de los procesos anímicos, características típicas de la
melancolía y la hipocondría (Freud, 1920/[1978-1985]). Hay entonces una afección a
nivel del cuerpo y los procesos anímicos y de pensamiento. El cuadro tiene
manifestaciones bastante diversas y es posible que se lo confunda con otras entidades.
Fenichel (1996) resalta que la adaptación a la realidad consiste en la aplicación de un
sistema activo de ligazones y descargas por parte del Yo, siendo el trauma el derrumbe
de este sistema con el subsiguiente intento de reconstrucción. Explica que la
fenomenología de la neurosis traumática sobreviene en un momento en el que fracasa el
Yo y sus formas de adaptación sucediendo dos situaciones: el Yo es arrollado y se
producen síntomas vividos pasivamente, y tan pronto como es posible el Yo intenta
restablecer el control aplicando principios arcaicos y recurriendo a la regresión.
Finalmente Fenichel (1996) afirma que,
Dado que el yo ha surgido gradualmente como una diferenciación del Ello, y que
existen capas profundas del yo que se hallan todavía muy próximas al Ello, no es
fácil establecer si un determinado síntoma, en una neurosis traumática, se produce a
causa de haber sido arrollado el yo, o porque éste intenta un tipo nuevo, arcaico e
indiferenciado de control. La palabra adaptación hace resaltar el segundo punto de
vista; el concepto de neurosis traumática, en realidad, incluye y justifica el primero:
que no solamente se produce una “adaptación” del yo, sino ha sucedido algo a lo cual
el organismo no estaba “adaptado”. (p. 145)
El autor sintetizó los síntomas de las neurosis traumáticas en cuatro apartados: el
bloqueo o disminución de las funciones del Yo, los ataques emocionales incontrolables, las perturbaciones graves en el dormir y síntomas de repetición, y las complicaciones
psiconeuróticas secundarias. La primera clase de síntomas se presentan porque el
aparato psíquico se concentra en una sola tarea, consistente en darle resolución al trauma
estructurando montos de contracatexis encaminados a ligar las excitaciones fluyentes,
rebajando así la cantidad de energía destinada a otras funciones del Yo. Esta tarea
termina por dominar a la persona, disminuyendo, y en muchas ocasiones bloqueando
otras funciones; dicho mecanismo de defensa es uno de los más arcaicos y primitivos del
Yo y se pone en uso con el fin de ayudar a reestablecer una nueva protección
antiestímulo. Comunes son los bloqueos perceptivos y aperceptivos que también actúan
como defensa impidiendo que nuevas excitaciones, cualquiera que éstas sean, entren en
el aparato anímico mientras no se le de una resolución a la existente (es diferente a la
represión en cuanto no actúa selectivamente). Por igual camino se va la energía sexual,
decreciendo consecuentemente el interés sexual y dando aparición a la impotencia en
algunos casos.
Los ataques emocionales son descargas de emergencia arcaicas e involuntarias; el
síndrome epiléptico entra en esta categoría y se da en individuos constitucionalmente
predispuestos. Estas reacciones pueden ser inespecíficas o específicas al ligarse a la
situación motora y sensorial experimentada durante el trauma o a la historia pretraum
ática. Los accesos de ansiedad son explicados como la repetición de estados
traumáticos de épocas anteriores. El sujeto experimenta la sobrecarga de energía
incontrolada como un gran dolor similar a la ansiedad; estas sensaciones son producidas
en parte por la tensión interna incontrolada y en parte por las descargas de emergencia
involuntarias vía el sistema vegetativo. La ansiedad o angustia juega un papel importante
en el cuadro de los neuróticos traumáticos de guerra; se relaciona este sentimiento con elementos importantes de la subjetividad que serán expuestos más adelante (se hablará
del nacimiento como paradigma del trauma según Freud, la pérdida, la castración y la
angustia).
Las reacciones emocionales de rabia tienen su raíz en experiencias en las que el
sujeto sintió insatisfecha una fuerte necesidad de descarga, siendo los medios
disponibles para hacerlo inadecuados, produciéndose consecuentemente una frustración.
La rabia y la ansiedad representan excitaciones provocadas durante el trauma que no
fueron descargadas suficientemente o son síntomas de repetición, en cuanto son
emociones que se experimentaron o se provocaron durante el trauma (Fenichel, 1996).
Uno de los síntomas principales de las neurosis traumáticas es el insomnio. Un
organismo inundado por excitaciones intensas es incapaz de relajarse, condición
fundamental del dormir. Los sueños, aunque le permiten dormir al sujeto, no dejan de
ser vividos por él de manera dolorosa, pues consisten en la repetición del momento
traumático. Exceden por tanto la teoría del sueño como cumplimiento del deseo y se
sitúan de nuevo, más allá del principio de placer.
Con respecto a los sueños traumáticos Freud (1920/[1978-1985]) explica que en su
vida onírica el neurótico traumático se ve reconducido una y otra vez al momento del
trauma; vale decir, vuelve en sus sueños a vivenciarlo y por tanto se despierta siempre
con una sensación de terror. El enfermo se fija al trauma y tal fijación desencadena la
enfermedad. La repetición compulsiva de estas vivencias en la vida onírica afirma la
búsqueda del dominio sobre el estímulo que causó el trauma, por medio de un desarrollo
de angustia cuya omisión causó la neurosis. Este síntoma va de la mano de la
compulsión a la repetición, principio independiente del de placer cuya función no se relaciona con la ganancia de placer y pérdida de displacer (más adelante se abordará el
tema).
Los neuróticos traumáticos hacen una regresión a un tipo de control primitivo basado
en la repetición; este mecanismo es propio del Yo arcaico, y busca controlar activamente
aquello que se vivió originalmente en forma pasiva. Con la repetición poco a poco el
sujeto va recuperando el control y descargando las energías libres, por consiguiente
representa un alivio a nivel económico. Este síntoma aparece durante la vigilia de
manera consciente a través de las cavilaciones obsesivas, y de manera inconsciente
cuando el sujeto realiza movimientos, semejantes al tic que representan los movimientos
realizados o que habrían sido útiles durante el acontecimiento traumático. También
pueden aparecer movimientos que no se relacionan con el trauma actual sino con otro
más antiguo y olvidado que éste reactivó (Fenichel, 1996). Fenichel (1996) describe que
Mientras la cavilación obsesiva sobre el trauma representa un intento tardío de ligar la
excitación invasora, la repetición activa de aquello que fue experimentado en forma
pasiva – tal como los accesos de emoción y los movimientos de la misma índole –
representan intentos tardíos de descarga. (p. 145)
Ante el advenimiento de la sintomatología y la pérdida de control del mundo interno
y externo que sufre el sujeto, aparecen los fenómenos regresivos del Yo y las pulsiones
producto de la indiferenciación de las funciones superiores. Esta primitivización sirve
adicionalmente como recurso para que los sujetos regresen a tiempos pasados en los que
se sintieron ayudados omnipotentemente por otros. Fenichel resalta que los neuróticos
traumáticos por lo general muestran actitudes de desvalimiento y dependencia pasiva
(rasgos orales exacerbados sobre todo en personas que ya tienen una inclinación de este tipo) que constituye una regresión al tipo pasivo–receptivo del mundo externo y sigue al
fracaso de su intento de control activo (Fenichel, 1996).
La relación entre neurosis traumática y psiconeurosis, a la que Otto Fenichel dedica
atención especial en su obra Teoría Psicoanalítica de las Neurosis (1996), es uno de los
componentes más complejos del cuadro. Afirma que no hay neurosis traumática sin
complicaciones psiconeuróticas y a la vez, existen cuadros de psiconeurosis con
elementos traumáticos. Estas relaciones son explicadas por las series complementarias, a
las que se hizo referencia. El trauma, causa precipitante de la enfermedad, entraría en
una serie complementaria con la predisposición del sujeto (lo constitucional y las
experiencias infantiles), explicando la aparición del caso particular (Fenichel, 1996). Se
daría una especie de modelo hidráulico en el que, a mayor predisposición mayor
probabilidad de aparición de una psiconeurosis aún ante acontecimientos de poca
intensidad emocional, y a menor predisposición, mayor influencia del factor precipitante
en la etiología y manifestación de la enfermedad. El primer caso tendería a provocar una
psiconeurosis con elementos traumáticos y el segundo un cuadro de neurosis traumática
con elementos psiconeuróticos. En palabras de Fenichel (1996),
Un individuo que, a consecuencia de su constitución y su fijación infantil, tiene
predisposición a la neurosis, reaccionará incluso a una dificultad pequeña con una
reactivación de los conflictos infantiles, y por consiguiente, con una neurosis. Un
individuo menos predispuesto puede hacer también una neurosis, siempre que sus
experiencias alcancen a ser bastante graves para ello. Desde el punto de vista
etiológico, los casos forman una serie: en un extremo de ésta están los casos en que
el factor precipitante efectivo carece prácticamente de importancia, y en el otro extremo los casos en que el factor precipitante específico desempeña un papel
predominante. (p. 146)
El trauma altera económicamente el aparato anímico, siendo la primera consecuencia
una perturbación energética general e inespecífica que actúa sobre todas las funciones
mentales diferenciadas, incluida la sexualidad y las funciones psíquicas superiores, de
suerte que “el cuadro es, ( … ), el de una desintegración inespecífica de la personalidad,
en la que predominan la abolición de las diferenciaciones y la regresión a una
dependencia de carácter infantil” (Fenichel, 1996, p. 147). Uno de los puntos donde hace
mella la alteración económica, además de manera privilegiada, es en el equilibro entre
catexis (impulsos reprimidos que pujan por descargarse) y contracatexis (fuerzas que
ejercen la defensa); equilibrio importante para la salud mental en cuanto impide el
desencadenar de la neurosis. En este sentido Fenichel (1996) afirma que “las
experiencias precipitantes de una neurosis representan siempre una alteración del
relativo equilibrio entre impulsos rechazados y fuerzas rechazantes” (p. 146). El peligro
de aparición de la neurosis se explica porque ante tal variación lo rechazado puede
encontrar finalmente su vía de descarga, obligando a las fuerzas del Yo a hacer un nuevo
y mejor intento por reprimir tales impulsos utilizando los mecanismos necesarios. Estas
movilizaciones darían aparición al cuadro de la neurosis (Fenichel, 1996). De tal manera
se explica que,
Cierto porcentaje de las neurosis que se describen como traumáticas son, en realidad,
psiconeurosis que fueron precipitadas por un accidente. Esto puede ser corroborado
por la grotesca desproporción que a veces existe entre la relativa insignificancia del
“trauma” y la neurosis bastante grave que se supone haber sido precipitada por el
mismo. Cuanto más intensas son las represiones previas y más inestable el equilibrio en los conflictos defensivos, más rápidamente sucederá que una determinada
experiencia tenga carácter traumático. (Fenichel, 1996, p. 146)
Fenichel (1996) habla de un umbral de ruptura presente en todo sujeto, aunque
variable intra e intersubjetivamente. La relatividad en el sujeto depende de lo
mencionado acerca del estado psíquico en el que se encontraba durante el suceso y las
características de la situación efectiva. Adicionalmente las variaciones dependen de las
represiones y conflictivas previas; cuando éstas son intensas el sujeto se considera
predispuesto cuantitativamente a la neurosis siendo un acontecimiento capaz de tornarse
traumático por la vulnerabilidad del umbral de ruptura.
Después de todo, es imprescindible la historia personal a la hora de comprender
cómo afecta un acontecimiento traumático a un sujeto particular. Gómez (2003), afirma
en este sentido que
Una situación a pesar de su carácter excepcional puede no ser traumática para un
sujeto y serlo, por el contrario, para otro; plantear así el problema es definir el efecto
traumatizante en términos de realidad. En consecuencia, la clínica del estrés, en su
tentativa de atenuar los efectos del encuentro de un sujeto con situaciones fuera de lo
común, descuida la dimensión subjetiva del acontecimiento traumático, su relación
con el real y la singularidad que tiene para cada uno, en un momento particular de
su historia. Es más, el sujeto resulta tomado como víctima, como afectado por algo
que viene de afuera y por tanto desconectado de su ser, de su historia [la cursiva es
nuestra]. El sujeto víctima del estrés en nada es responsable de la posición que asume
frente lo que le acontece. El psicoanálisis como práctica que apunta a un sujeto de
derecho, a partir del concepto de defensa como primera orientación constitutiva del sujeto, propone articular la relación primordial del sujeto con lo imposible a soportar.
(p. 37)
Ya se habló de lo sesgado del término estrés. Se podría transponer esta visión a la
noción de trauma si se lo entiende en términos catéxicos puros como un evento externo y
aislado, que por sus características objetivas (su intensidad) y formas de advenimiento
altera funcionamientos psíquicos. En relación pura con lo económico alejado de toda
subjetividad, se caería fácilmente es este error, situación que se subsana al introducir
elementos como las series complementarias de Freud, la susceptibilidad de Laplanche y
Pontalis, el umbral de ruptura de Fenichel o lo real en Lacan.
Para completar la visión del trauma y argumentar que se relaciona con sujetos
particulares de manera global urge revisar las dos caras de la moneda: lo cuantitativo, ya
determinado y lo cualitativo, denominado por Fenichel (1996) puntos de sensibilización
cualitativa. El factor cualitativo, sumado al cuantitativo convierten el trauma en un
término de naturaleza puramente relativa.
Fenichel (1996) propone que el trauma puede desencadenar una predisposición
neurótica latente a través de dos vías: a) un incremento de la ansiedad, que da lugar a la
represión, o b) un incremento de las fuerzas instintivas reprimidas (p. 147). En cada caso
juegan un papel los factores cuantitativos y cualitativos.
Según Fenichel (1996) cabe apreciar tres puntos de sensibilización cualitativa desde
los que se pueden reactivar conflictos latentes gracias a la acción del trauma. Uno de
éstos ocurre en personas cuya pulsión sexual ha sufrido la deformación sado–
masoquista; el trauma sería la escenificación de una fantasía, por cuanto los deseos se
hallan puestos sobre la vivencia de acontecimientos peligrosos, crueles o sensacionales.
Esta situación, en algunas ocasiones, se presenta en la forma de tentación-castigo, de manera que el sujeto se dice: “lo que he deseado está sucediendo ahora, y está
sucediendo en una forma terrible, de modo que voy a ser castigado por haberlo deseado”
(Fenichel, 1996, p. 149). Este tipo de deformación ya había sido mencionada, al hablar
de las limitaciones del concepto trauma según Laplanche y Pontalis.
Una segunda modalidad se da por la reactivación de conflictos a nivel del Yo y el
Súper-yo. Tal conflicto puede expresarse como sigue: “el destino, sucesor de mis padres,
me está abandonando y castrando, ( … ) y me lo tengo merecido, porque soy culpable”
(Fenichel, 1996, p. 149). Esta actitud, asemeja las neurosis traumáticas a las aflicciones
de índole narcisista. Según Fenichel, esta reactivación explicaría el conflicto yóico
descrito por Freud en el neurótico de guerra (entre el Yo pacífico y el Yo guerrero
parasitario). El doble parasitario se constituiría a nivel del Súper-yo, gracias a las
identificaciones superficiales y pasajeras que el sujeto construye (por ejemplo con las
figuras de autoridad del ejército) o a las condiciones de guerra, usurpando por algunos
periodos el poder del Súper-yo auténtico. Este Súper-yo de guerra le autorizaría al sujeto
la expresión de ciertos impulsos que de otra manera estarían prohibidos. En la guerra el
sujeto queda volcado hacia una situación contradictoria: por un lado se le exigen ciertos
actos que le permiten un desahogo pulsional y por otro, libera la responsabilidad a la
personalidad, desplazándola al oficial de mando (quien se encarga de proteger a su
unidad), y reactiva formas de control receptivo-oral del mundo externo (Fenichel, 1996).
No sólo son diferentes las órdenes y prohibiciones del Súper-yo en tiempos de guerra
comparadas con las que rigen en tiempos de paz, sino que la “infantilización” que se
produce en la situación militar implica que muchas de las funciones del Súper-yo
sean re-proyectadas sobre los superiores. Si los superiores dejan de cumplir su
función de protectores y dispensadores de recompensas, ha ocurrido lo peor, ya que el soldado ya no está habituado a actuar como su propio superyó. El odio que entonces
es movilizado contra el sustituto paterno .que no protege. puede ser condenado por el
superyó aún existente, y crear en esa forma sentimientos de culpa y nuevos y graves
conflictos. (Fenichel, 1996, p. 150)
La tercera forma de reactivación expuesta por Fenichel, se da porque los puntos de
sensibilización cualitativa convierten fácilmente los estímulos en situaciones
traumáticas, por permitir el contacto (vía las asociaciones) entre los elementos del
evento y los conflictos infantiles que se reavivan, así: .viejas amenazas y angustias de la
infancia reaparecen súbitamente y asumen un carácter de gravedad. (p. 148), de suerte
que el trauma no es sino la repetición de otros, acontecidos en la infancia que
constituyen los complejos.
Los complejos son .el conjunto de representaciones parcial o totalmente
inconscientes, provistas de un poder afectivo considerable, que organizan la
personalidad de cada uno y orientan sus acciones. (Chemana, 1996, p. 55). Según Freud
se podría hablar de tres clases de complejos, el de castración, el de Edipo y el complejo
paterno. Fenichel (1996) hace referencia al complejo de castración. Al respecto dice que,
Cuando una persona ha desarrollado cierta cantidad de angustia de castración, o de
angustia de pérdida de amor, superándola luego gracias a ciertos reaseguramientos
internos (…), la incidencia de un trauma puede desbaratar estos reaseguramientos y
reactivar las viejas angustias. (p. 147)
Debido al trauma, las personas que se han resguardado en el narcisismo y la
omnipotencia primitiva son obligadas a admitir que no son omnipotentes, reactivando
por eso sus viejas angustias. Según Fenichel (1996) el efecto de la angustia de castración
resulta claro en los casos en que el trauma ha traído consigo una amenaza grave de peligro físico (aunque la ausencia de lesión sea una característica típica en la emergencia
del trauma). Al igual que con el factor cuantitativo, dependen estas susceptibilidades
cualitativas de la historia pre-traumática del sujeto. Fenichel (1996) afirma que
El grado en que un trauma es sentido como una pérdida de protección de parte del
destino o como una castración, depende, naturalmente, de la historia pretraumática
del paciente. Tienen carácter decisivo en esto, la intensidad de la predisposición
inconsciente a crear angustias y la forma en que las personas han aprendido a
enfrentarlas. (p. 148)
Se llegará por un lado o por otro a concluir que tomar un acontecimiento traumático
como único en la causación de la enfermedad mental, aislado del sujeto, es una
explicación incompleta. Adicionalmente aunque no tengan una relación clara con la
sexualidad, “los acontecimientos, sexuales o no, son siempre reelaborados por el sujeto,
integrados al saber inconsciente” (Chemana, 1996, CD-ROM). La pregunta de Freud por
el nexo entre la historia sexual y el trauma habría de encontrar respuesta distinta si se
tienen en cuenta estas particularidades. Haga o no alusión a la sexualidad, el
acontecimiento se reintegra a la historia del sujeto con la que dinamiza. En este caso se
evidencia el vínculo entre el acontecimiento traumático y el complejo de castración,
cuya labor en la estructuración del individuo es radical.
Por otro lado, Fenichel (1996) afirma que los síntomas de las neurosis actuales son
muy parecidos a los de las neurosis traumáticas, debiéndose ambas a un estancamiento
energético provocado por circunstancias de distinta índole. Sin embargo, hay algo
particular en las neurosis traumáticas: la repetición. Este elemento merece varias
precisiones.
La repetición del trauma es la expresión de un intento tardío y fraccionado por parte
del Yo de controlar y descargar las tensiones incontroladas. Las repeticiones que
aparecen en los psiconeuróticos tienen una naturaleza distinta, siendo algunos de los
casos la repetición de experiencias infantiles a través de síntomas, de patrones rígidos de
reacción frente a distintas situaciones, de impulsos instintivos, de comportamientos que
resultaron útiles en el pasado o repeticiones que se producen frente a estímulos iguales o
similares. Para concretar, Fenichel (1996) describió tres tipos de repetición que suponen
problemas para el individuo: 1) la periodicidad de los instintos, basada en la
periodicidad de sus fuentes físicas, problema somático con consecuencias psicológicas
(como ejemplo enuncia la periodicidad de los fenómenos maníaco-depresivos); 2) las
repeticiones debidas a la tendencia de lo reprimido a buscar una vía de descarga,
características del conflicto psiconeurótico (según el autor, el ejemplo más claro son las
neurosis de destino originadas por la angustia que supone la búsqueda de gratificación
constante del deseo reprimido, cuyo efecto inmediato es movilizar medidas antiinstintivas
que convierten la experiencia en algo doloroso: la esencia de esta repetición
sería lograr una gratificación, a costa de que ocurra realmente una nueva frustración); y
3) la repetición de hechos traumáticos a objeto de lograr el control tardío de la
experiencia que originalmente se vivió de manera pasiva (el ejemplo es el juego
repetitivo del niño, denominado por Freud fort-da). Esta es la naturaleza de los sueños y
los síntomas de repetición de las neurosis traumáticas. Fenichel (1996) manifiesta que
este tipo de repetición es ambivalente en cuanto produce, por un lado alivio de la tensión
y por otro, la pena por la experiencia dolorosa; en últimas, el individuo termina por
temer y evitar dicho fenómeno. En estos términos la solución es una transacción, que
permita una repetición en menor escala y en circunstancias más favorables (Fenichel, 1996). La traumatofilia y traumatofobia demuestran la ambivalencia de este tipo de
repetición, puesto que los pacientes buscan provocar el trauma y a la vez lo temen (se
presentan variedades de estos casos según sea el deseo consciente o inconsciente).
El segundo sería el prototipo de repetición en las psiconeurosis, mientras que el
tercero sería el de las neurosis traumáticas. Sin embargo, existe una categoría de
neurosis que combina dos tipos de repetición, aquellas “neurosis de personas cuyos
motivos de defensa contra los impulsos instintivos se basan en experiencias traumáticas
específicas de la infancia (Fenichel, 1996, p. 605). Fenichel expone un ejemplo
recurriendo al temor a la castración o a la pérdida de amor. En algunos pacientes
neuróticos dicho temor se encubre por situaciones más superficiales, tales como el temor
a la propia excitación; se empeña el sujeto en bloquear el curso natural de la excitación,
adquiriendo ésta un carácter doloroso. Estos pacientes temen el placer final y cada vez
que se hallan excitados, anhelan una experiencia dramática que de final a la situación,
aunque sea dolorosa. Esto ocurre en pacientes en los cuales el pensamiento de que “la
excitación es peligrosa” es el resultado del recuerdo de traumas sexuales infantiles, ya se
trate de escenas primarias o de episodios reales de seducción. La sintomatología de estos
pacientes revela una condensación de retornos de los conflictos instintivos reprimidos y
repeticiones de los traumas, estructurada de acuerdo con el tipo tres de repetición.
(Fenichel, 1996, p. 606)
En estos casos, el control tardío que se propone obtener con el tipo tres de repetición
no es logrado, en cuanto cada intento por alcanzarlo se convierte en una experiencia
traumática. La idea del orgasmo remite a la idea del trauma, cuyo origen es el
pensamiento de que “la pérdida del yo en el momento culminante de la excitación sexual
es peligrosa” (Fenichel, 1996, p. 606). Se asocia finalmente el temor al orgasmo, con el temor a la muerte, puesto que el individuo puede sentir la pérdida de su Yo en el
momento culminante; bloquea entonces el curso de cada nueva excitación, trasladándose
ésta al sistema nervioso vegetativo, donde se transformará en el dolor (ansiedad) que le
confirmará una vez más al Yo el carácter peligroso de la excitación sexual. Fenichel
(1996) dice que casi toda neurosis de la escena primaria es de ésta índole, por cuanto
crea en el paciente el temor a la excitación, convirtiéndola en una sensación dolorosa: en
último término, estas sensaciones harían pensar en la repetición dolorosa de la escena
primaria, que a la vez se busca, así como el trauma se repite en las neurosis traumáticas.
“Algunos neuróticos producen la impresión de estar bregando vanamente, a través de
toda su vida, por lograr un tardío control de las impresiones de una escena primaria”
(Fenichel, 1996, p. 607), esta experiencia puede dar lugar a una neurosis traumática y a
la disposición hacia la psiconeurosis, puesto que el recuerdo del trauma refuerza el
efecto de todas las frustraciones y prohibiciones sexuales ulteriores. Cualquiera de las
pulsiones parciales parecen influir sobre este tipo de neurosis.
Así como esto funciona para la sexualidad, también lo hace para la agresión.
“También la agresión, si es gratificada, deja de estancarse. Pero la emoción de rabia es
temida como tal y bloqueada, se crea un círculo vicioso, del mismo modo que en el caso
de la sexualidad bloqueada” (Fenichel, 1996, p. 607).
Finalmente, Fenichel (1996) hace una pequeña reflexión sobre los enfermos de guerra
y la esquizofrenia. Dice,
En los informes correspondientes a la segunda guerra mundial, el número de
episodios esquizofrénicos y esquizoides de corta duración y de curación espontánea,
resulta mucho mayor que en la primera guerra mundial. Cuando la realidad se hace
insoportable, el paciente se aparta de la realidad. Pero queda suficiente atención preconsciente como para restablecer el contacto con la realidad tan pronto como ésta
se hace nuevamente soportable. Es posible que el predominio reciente de mecanismos
psicóticos en los neuróticos traumáticos esté en correspondencia con el predominio de
los “trastornos del carácter” en los psiconeuróticos. (p. 151)
Termina así el examen de los conceptos trauma psíquico, neurosis traumática y su
variante, la neurosis de guerra desde la postura freudiana y postfreudiana. Este recorrido
permitió esclarecer, entre otras cuestiones, el nexo entre las neurosis traumáticas y las
psiconeurosis, clínicamente difíciles de distinguir.