Trauma (Trauma de guerra – Neurosis de guerra): Estructura y Fenómeno: Freud y Lacan

EL TRAUMA Y SUS SECUELAS

Disertación psicoanalítica sobre el trauma en el campo de batalla y el estado psíquico
que a partir de él se desencadena.

Autores: Andrea Paola Martínez Mora. Laura Natalia Pérez Pérez. Gloria Elena Gómez Botero (Directora de tesis.)
Facultad de Psicología, Pontificia Universidad Javeriana
Enero de 2005

Capítulo 5. Estructura y Fenómeno: Freud y Lacan.

Cuando se habla de estructura y fenómeno se toca inmediatamente el tema de la
psicosis y la neurosis, estructuras en las cuales se ubica el trauma y que lo matizarán
haciéndolo aparecer de maneras diversas y características. Es indispensable poner de
base los planteamientos que Freud sostuvo en cuanto a la diferenciación entre éstas,
entendiendo que la una sólo puede descifrase con relación a la otra.
Se comenzará anotando a este respecto, que por la manera en que teoría freudiana
está construida (inicialmente basada en lo económico y lo dinámico más que en la
noción de estructura, que sólo asomará en sus producciones últimas), la concepción de
neurosis y psicosis como patologías claramente diferenciables por el síntoma que
acarrean es reinante, y está a la base de todo el discurso que sobre estas se monta. Para
Freud el asunto que se juega para la formación de la enfermedad está dado en términos
de conflictos que se presentan entre las instancias psíquicas Ello, Yo y Súper- yo en su
relación con la realidad, y es a partir de la caracterización de estos y las maneras
subjetivas de solucionarlos que se desprenderá el entendimiento de las nosologías.
Basado en la concepción anteriormente declarada, Freud en su texto de 1924a (1995)
denominado “Neurosis y psicosis”, expone sus intelecciones sobre la diferencia entre
estas dos formaciones patológicas. Allí se plantea para la neurosis el mecanismo básico de la represión, a la que se ven abocadas las tendencias instintivas por acción del Yo,
que obedece a un fuerte mandato proveniente del Súper-yo, el cual a su vez procede
según las influencias del mundo exterior que se han creado una representación allí. En
toda neurosis de transferencia: “…el Yo ha entrado en conflicto contra el Ello en servicio
del Súper–yo y de la realidad” (Freud, 1924a/1995, CD.Rom). Por su parte en la psicosis
se nota una perturbación que se instala en la relación entre el Yo y el mundo exterior,
desapareciendo por completo su percepción o permaneciendo totalmente ineficaz, y que
culmina con un embotamiento afectivo, esto es, la pérdida de todo interés por dicho
mundo exterior. Esta pérdida de contacto con el mundo exterior, es compensada en el
sujeto por un aumento del interés en el mundo interno, desde el cual ahora nacerá toda
percepción, y que se verá altamente transformado a causa del replegamiento del sujeto
sobre sí mismo. Conforme a esto, el Yo genera para sí un nuevo mundo exterior e
interior que es construido de acuerdo con las tendencias del Ello.
De igual manera en el texto ya mencionado, Freud acoge una primera similitud que
encuentra entre la neurosis y la psicosis. Postula que los dos cuadros patógenos
comparten una etiología: “la privación, el incumplimiento de uno de aquellos deseos
infantiles, jamás denominados, que tan hondamente arraigan en nuestra organización,
determinada por la filogenia” (Freud, 1924a/1995, CD.Rom). Esta privación tiene su
origen en el exterior, aunque parezca provenir de la instancia del Súper- yo, en la que
precisamente se representan las exigencias de la realidad. Conforme a esto “el efecto
patógeno depende de que el Yo permanezca fiel en este conflicto a su dependencia del
mundo exterior e intente amordazar al Ello, o que, por el contrario, se deje dominar por
el Ello y arrancar así a la realidad” (Freud, 1924a/1995, CD-Rom).
Las intelecciones realizadas en “Neurosis y psicosis” son completadas en el texto
publicado en el mismo año “La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis”. En
este, Freud repara en que la pérdida de la realidad tomada como fenómeno exclusivo de
la psicosis y ajeno a la neurosis, no es tal: “resulta, pues, que en ambas afecciones, la
neurosis y la psicosis, se desarrolla no sólo una pérdida de realidad, sino también una
sustitución de realidad” (Freud, 1924b/1995, CD-Rom).
La observación clínica indica que en la neurosis también se encuentra perturbada la
relación del enfermo con la realidad, hallándose él en la posición de retraerse y buscar
un refugio huyendo de las dificultades de la vida real: “… tampoco en la neurosis faltan
las tentativas de sustituir la realidad indeseada por otra más conforme a los deseos del
sujeto” (Freud, 1924b/1995, CD-Rom). Para el neurótico este proceso es posibilitado por
el mundo de la fantasía, dominio que en el momento de instaurarse el principio de
realidad queda separado del mundo exterior y que, aunque no es inasequible al Yo, tiene
relaciones muy suavizadas con él, en palabras de Freud “de este mundo de la fantasía
extrae la neurosis el material para sus nuevos productos optativos, hallándolo en él por
medio de la regresión a épocas reales anteriores más satisfactorias” (1924b/1995, CDRom).
En lo concerniente a la psicosis, Freud menciona la forma en que considera que es
realizado este retiro de la realidad, y su posterior sustitución. Según el autor, en la
psicosis tiene lugar el rechazo de una parte de la realidad de la cual el Yo es sustraído.
En reacción a esta sustracción el Yo intentará una reparación sustituyendo dicha realidad
por una cuyos insumos se encuentran en el acervo mnémico y en los deseos provenientes
del Ello, que al no imponerse de manera total en la percepción permiten que el sujeto sea
avasallado por aquello que con tanto ahínco había rechazado. Este intento de reparación por vía de la recreación de la realidad, se hará en el uso del mecanismo nombrado como
proyección, y dará como fruto la formación conocida como alucinación.
En lo anteriormente expuesto se pudo dar cuenta de la teorización freudiana en torno
a la psicosis de cara a la neurosis. En este momento es posible entrar a discernir la visión
de Lacan a este respecto.
El trato que Freud le da a la psicosis, como se verá, es radicalmente diferente del que
Lacan logrará puntualizar, entre otras razones porque el primero se dedicó en mayor
cuantía a otras formaciones patológicas y no logró precisar sus hallazgos en términos de
los mecanismos propios de esta. Lacan comparte con Freud la etiología de la neurosis,
pero en lo tocante a la psicosis hay una serie de diferencias manifiestas que implican una
nueva visión sobre el lugar del Edipo y la Castración en la estructura, así como el
desciframiento de un mecanismo ya no propiamente defensivo, que se desarrollará a
partir de lo postulado por Freud.
Para entender la manera en que desde la teoría lacaniana se alude a la psicosis es
fundamental tener en cuenta la manera estructural en que este autor conceptualiza la
enfermedad relativizando la causalidad antes asegurada entre las partes fenomenológicas
y de estructura subjetiva que la constituyen, pues la comprensión a partir de estas dos
nociones implica un cambio en el trato y la definición clínica de lo que Freud claramente
ubicaba como patología.
En el siglo XIX, el término psicosis surge dentro de la psiquiatría para designar
cualquier enfermedad mental, y la distinción que llegó a aceptarse con el tiempo tras los
estudios freudianos, no fue más que la de llamar psicosis a las formas extremas de la
enfermedad y neurosis a los trastornos de menor gravedad (Evans, 1997). Lacan
comenzó por expresar frente a esto que el síntoma no podía ser agotado por las caracterologías que definían al sujeto psicótico como aquel que es malvado, intolerante y
perverso (Genil- Perrin, citado por Lacan, 1955), ni como aquel que no reacciona
emocionalmente según la norma cuando es expuesto a determinados estímulos. Esta
crítica de Lacan obedece a su comprensión de la patología según la cual esta ya no es tan
precisa, pues el síntoma ya no atrapa ni es la enfermedad en su totalidad, sino que se
constituye más bien en una manifestación ambigua de lo que está conflictualizado en el
sujeto, para el cual se devela una estructura subjetiva que lo organiza y sobre la que
recaerá el peso del diagnóstico, que no se corresponde necesariamente con los signos
observables en la clínica fenomenológica. Las implicaciones de la introducción de una
estructura diferenciada del fenómeno en los sujetos son amplias y por supuesto cambian
la mirada sobre la enfermedad: las alucinaciones, los delirios y los pasajes al acto, se
constituyen en fenómenos que no son ya una manifestación inequívoca de la psicosis,
por el contrario pueden ser notados también como terribles síntomas en neurosis en las
que la personalidad del sujeto está muy comprometida.
Se entiende pues el fenómeno como una manifestación sintomática variable (cuyas
formas se verán en detalle más adelante), mientras que la estructura se entenderá como
aquello simbólico que es diferenciado de “todo efecto de percepción, de fenomenología,
para aparecer como el fundamento cuya aparición da cuenta de los fenómenos”
(Ahumada, 1996; p. 57). El fenómeno aparece a merced de la manera en que, con
respecto a la estructura, se juegan los tres registros del sujeto para afrontar las vicisitudes
que presenta a este la realidad. La estructura aparece como resultado de la ubicación en
el sujeto de la Castración en su relación con la Metáfora Paterna, y se asienta en el
individuo como una manera específica de gozar (González,s.f.). Es preciso entrar en la manera en que estos dos elementos se ciernen para definir la estructura clínica de un
sujeto, sea esta neurótica, psicótica o perversa.
A partir del sustrato dejado por Freud en su texto de 1926 “Inhibición, Síntoma y
Angustia” (citado por Arciniegas, 1996), en el cual universalizaba la Castración como
formación inherente a lo humano y piedra angular en la construcción psíquica del sujeto,
Lacan entenderá la Castración como una falta simbólica del Falo (más que del pene),
que es constatada en el Otro, y ante la cual el sujeto ve amenazada su presumida
completud entrando en angustia. La falta en el Otro impone al sujeto la posibilidad de
que su propia estructura sea vacía, carente, ahuecada, lo pone de frente a su propia
vulnerabilidad, y posibilidad de fragmentación:
En la amenaza de castración, el sujeto tropieza con el enigma de la falta y con la
necesidad de aprehender eso que la realidad le presenta. Eso que la realidad se
presenta, se presenta primero como falta en el otro, como falta de ese otro primordial
que es la madre. La relación entre madre hijo que enmascara la falta, es de hecho
triangular, desde el momento que interviene en ella el Falo, que significa tanto el
objeto de deseo de la madre como su falta. La función paterna introducirá distancia
entre estos términos y conducirá la falta de objeto a un nivel simbólico, el de la
castración propiamente dicha. (Gutiérrez, Lastra, Torres, Otero, Romero y Uribe,
1996; p. 90)
Es aquí donde se anuda la Castración a la Metáfora Paterna, en el juego entre el deseo
de la madre y la falta de la misma. Lacan propone que la Castración “remite a una
operación metafórica que describe la relación del sujeto con la madre transformada
ahora por la inclusión del significante padre” (Gutierrez, 1996; p. 61). Este significante
toma relieve en el momento en que responde a la pregunta por la ausencia de la madre, por el deseo que desde ésta se proyecta a otro que no es el hijo, y que será
conceptualizado como el Falo. La introducción del Falo ya significado, produce un
ordenamiento por ley en el sujeto, al ser objeto del deseo de la madre, el padre separa al
hijo del goce de ésta, imponiendo la ley que le prohíbe, y con esta el mundo simbólico
enraizado en la cultura que le permitirá las herramientas para enfrentarse a su propia
falta y la de los otros (Foulkes, 1993). Esto se retomará posteriormente al relacionarlo con el Edipo.
Se propone esta situación de falta como fundante en todos los sujetos. Todos los
sujetos se yerguen incompletos en su estructura, todos los sujetos tienen que vérselas
con el vacío de sí mismos. Ahora, ¿de qué manera se da este enfrentamiento? Es la
Metáfora Paterna en su forma de operar en el sujeto la que le permitirá a este una forma
u otra de enfrentamiento de la realidad, y es ésta la que no aparece en todos los sujetos
de igual manera. El atravesamiento que logre el significante primordial en el sujeto es el
que posibilitará el uso de mecanismos que lo posicionarán, desde su estructura, frente a
la Castración, y en últimas, a la realidad.
Es posible ahora volver sobre la noción de fenómeno, que hará de puerta para entrar a
descifrar la conceptualización que a partir de lo postulado por Freud, hará Lacan sobre lo que ocurre en las estructuras neuróticas y psicóticas en cuanto a mecanismos.
El hablar de la alucinación y el delirio como fenómenos, implica que a la base de su
producción no esta siempre la misma estructura, es decir, que aquellos no son
formaciones necesariamente defensivas obedientes al mecanismo de proyección como
propio de la psicosis, tal como lo había planteado Freud, cuya posición con respecto a la
diferencia entre neurosis y psicosis se ha abordado anteriormente. Como se tendrá
ocasión de precisar más adelante, Lacan atribuye a la psicosis un mecanismo que ya no es la proyección, sino la forclusión. Para la neurosis corresponderían los mecanismos de
represión y proyección, mientras para la psicosis el mecanismo forclusivo, y desde
ambas estructuras haciendo uso de estos mecanismos, es posible la producción de
alucinaciones y delirios. La alucinación neurótica sería producto de la proyección, en
una dinámica de adentro hacia fuera que genera una modificación de la realidad más
dramática de lo normal para una manifestación de este orden; se proyecta lo que se desea
y se cambia una percepción intolerable por otra que es más acorde a las expectativas
subjetivas. El neurótico puede simbolizar su alucinación, tiene algo que decir respecto a
ella, mientras que el psicótico permanecerá inerme ante ella inundado de sentimientos de
angustia y perplejidad (Vidal, s.f.). De igual manera ocurre con el delirio de naturaleza
neurótica, que proveniente de lo reprimido (valga decir, no de lo forcluído), puede hilar
una significación, y mostrar el simbolismo que a expensas de la organización
psiconeurótica ha alcanzado.(2)
En lo concerniente a las psicosis habría que anotar principalmente que el concepto de
defensa se desvaloriza. Lacan (1955/ s.f.) plantea que dado que el significado y el
significante están enlazados en la neurosis, es posible mostrar al sujeto de qué manera se
anuda la defensa simbólica, impeliéndole a enfrentar la realidad. Por el contrario en la
psicosis, aquel enlace no está dado: “si no están los dos, si ustedes tienen la sensación de
que el sujeto se defiende contra algo que ustedes ven y él no, es decir, que ven de
manera clara que el sujeto distorsiona la realidad, no basta la noción de defensa para
permitirles enfrentar al sujeto a la realidad” (Lacan, 1955/ s.f., CD-Rom).
La realidad se le impone al sujeto psicótico, nada de lo que se le diga lo hará cambiar
su problema, ya que con su síntoma no nos está mostrando algo propositivamente,
simplemente algo (no simbolizado) se muestra. Para Freud (1924b/1995), como se había
anotado anteriormente, la explicación para la alucinación consiste en que algún
contenido que fue reprimido desde el interior reaparece en el exterior a merced de la
proyección, que refuerza la defensa insuficiente para alejar de la conciencia la
representación inconciliable, a saber la tendencia homosexual (pulsión inconsciente del
sujeto a la que se ve abocado a causa del temor a la Castración). Para Lacan, por el
contrario, la proyección no deja de ser un mecanismo puramente neurótico (Evans,
1997). Se formula que de lo se trata en el sujeto psicótico, es de una falta de
simbolización en una primera etapa previa a todo este proceso (Lacan, 1955/1991). En
pos de esto la explicación freudiana cambiaría en los siguientes términos: no es que la percepción interna se proyecte hacia afuera, sino que lo abolido internamente vuelve
desde afuera (Lacan, citado por Evans, 1997), los factores adentro- afuera, se truecan en
cada estructura.
En estos casos algo primordial del ser no entra en simbolización y por esto no puede
estar reprimido, pues para la represión dicha condición es indispensable; se hablaría en
cambio de que los contenidos sólo pueden ser rechazados. Hay algo a nivel de la
Bejahung (afirmación) primitiva, que no fue sometido a la simbolización y que por lo
tanto se manifestará en lo real, sufriendo otros destinos diferentes de los que podría
procurar la represión. Así en el origen de la relación del sujeto con el símbolo, en una
primera etapa, de orden lógico y no cronológico, habrá ya sea Bejahung o Verwerfung
(rechazo), que será aquello con lo que el sujeto se forjará a sí mismo su mundo y se las
arreglará para ser aquello que admitió, sea hombre o mujer (Lacan, 1955/1991).
El fenómeno psicótico se constituye de esta manera, según palabras lacanianas, en “la
emergencia en la realidad de una significación enorme que parece una nadería –en la
medida en que no se puede vincular a nada, ya que nunca entró en el sistema de la
simbolización- pero que, en determinadas condiciones puede amenazar todo el edificio”
(Lacan, 1955/1991, p. 124). Se habla pues de un significante sin significado, con leyes
que le son propias, y que por esta fortuna será aun más poderoso que aquellos que
significan y se insertan en el lenguaje a completud.
En la interpretación del caso Schreber, Lacan (1955/s.f.) afirma que su síntoma versa
sobre la función femenina en su significación simbólica esencial, que se encuentra en la
procreación, y que al presentarse en un momento cumbre de la vida de Schreber (la de
asumir el cargo de presidente), muestra la exigencia desde lo real: por no conocer
simbolización alguna, irrumpe desde allí, obligándolo a que reorganice su mundo, apareciendo en forma de significación que no remite a nada ni proviene de lugar alguno,
pero que concierne al sujeto. Esto es general a todos los sujetos psicóticos.
La represión aquí no es la que actúa, puesto que el sujeto al no conocer simbolización
previa, no puede, mediante sus síntomas buscar una salida para aquella pulsión
(femenina o pasivizante). Lo que se produce es una reacción a nivel de lo imaginario,
que no halla compromiso simbolizante como la neurosis, y que se caracteriza “.. por un
pulular, una proliferación imaginaria, en la que se introduce, de una manera deformada y
profundamente a-simbólica, la señal central de la mediación posible” (con un otro)
(Lacan, 1955/1991, p 127).
Para Lacan (1955/1991), el síntoma aparece entonces a nivel de lo simbólico como
una perturbación manifiesta de las relaciones humanas, lo que se puede explicar porque
el registro imaginario está conflictualizado y sólo puede establecer relaciones artificiales
con el registro real. El sujeto psicótico se relaciona con lo real pero atribuyéndole
facultades que aquel no posee de suyo, sino que responden a sus propias explicaciones
alimentadas desde el Ello que está tratando de dominar al Súper-yo.
Desde el esquema Z se podría afirmar que, en tanto que un sujeto “normal”
(neurótico) habla con Otro con base en la configuración que ha hecho de su Yo a partir
de la imagen que le provee la identificación con los suyos, el sujeto psicótico no
reconoce al otro con quien se comunica y por tanto, entra en un ciclo solipcista de
lenguaje que no quiere expresar, sino que pretende solo comunicarse a sí mismo de sus
teorizaciones sobre lo real concreto. De aquí se deriva que el sujeto psicótico no tenga
principio de realidad: carente de él no precisa del Otro para hablar, le basta su otro
mismo. En términos de Lacan: “el Otro está excluido verdaderamente en la palabra
delirante, no hay verdad por detrás, hay tan poca que el sujeto mismo no le atribuye verdad alguna y está frente a este fenómeno, bruto a fin de cuentas, en una realidad de
perplejidad” (Lacan, 1955/1991, p. 81). En sus intelecciones sobre el caso Schreber,
Lacan muestra la manera en que la palabra que designa al otro en el discurso psicótico,
es vacía, y lo desprovee de su persona como tal:
En cambio, todo lo que él hace en sus significaciones está, de alguna manera, vaciado
de su persona. Lo articula de mil maneras, y especialmente por ejemplo, cuando
observa que Dios, su interlocutor imaginario, nada comprende de todo cuanto esta
dentro, de todo lo que es de los seres vivos, y que sólo trata con sombras o cadáveres.
Por eso mismo todo su mundo se transformó en una fantasmagoría de sombras de
hombres hechos a la ligera, dice la traducción. (Lacan, 1955/s.f.)
El paranoico no testimonia con su discurso pues éste no logra reconocerse en el Otro,
sino que habla de un otro que se dirige a él y por lo tanto, no cumple con una de las
características de la comunicación que es hacer hablar al otro desde el Otro, quien es el
que le da valor a la palabra cuando nos dirigimos a los demás. Este sujeto nos habla de él
pero a través de la estructura de un ser que le habla de sí mismo “habla de algo que le
habló” (Lacan, 1955/s.f., CD-Rom). ¿Quién es este otro que habla en la psicosis, que se
presenta como independiente en lo imaginario? Es, como se había dicho, el registro
imaginario donde se evidencia el fallo de contacto con la realidad en el sujeto psicótico:
su otro especular no le permite salir de su narcisismo para contactarse con un Otro donde
tenga lugar su lenguaje, así que sus palabras sólo pueden ir y venir de su otro
proyectado, de su Ideal del Yo narcisista, o lo que es lo mismo, de sí y para sí.
De este modo, Lacan nos recuerda las especificidades del discurso psicótico, a saber,
que éste se distingue del lenguaje común por su forma en la que predominan los
neologismos, y para el cual su significación no se agota en la remisión a otra significación, sino que ésta remite a la significación en cuanto tal, ésta permanece
irreductible “la palabra en sí misma pesa”, “significa en sí misma algo inefable” (Lacan, 1955/s.f.).
Sabemos que el lenguaje se halla definido por la ausencia de relación biunívoca entre
significante y significado, y por el hecho de que toda significación remite siempre a otra
significación, lo que otorga a la palabra su poder de evocación. Este continuo
deslizamiento metonímico se encuentra detenido en la psicosis; lo mismo ocurre con el
movimiento de sustitución metafórica, indispensable para la producción de significantes
(la metáfora, indica Lacan, es la que “arranca” el significante de sus conexiones lexicales).
En su análisis del caso Schreber, dice Lacan (1955) que aunque éste se haya dirigido
a los demás, es decir, que aunque éste haya escrito sus “Memorias”, el lenguaje allí
consignado no se funda en hacer hablar al Otro; el psicótico no se dirige al otro para
preguntarle, pues él está seguro de todo lo que le acontece. Los escritos del presidente no
introducen una dimensión de la experiencia, todo lo que quedó plasmado está vaciado de
su persona, allí no hay ningún nuevo orden que de cuenta de una relación simbólica con
el mundo. Dice Lacan (1955/s.f., CD-Rom): “Schreber es escritor más no poeta”, pues
su escritura no da cuenta de un orden simbólico, y no establece por consiguiente un
parámetro de realidad que ahuyente de su lado la duda sobre la experiencia.
Así se caracteriza la psicosis, como una estructura que si bien no es sólo lenguaje,
aparece esencialmente lingüística (“… podemos, en el seno mismo del fenómeno de la
palabra, integrar los tres planos de lo simbólico, representado por el significante, de lo
imaginario representado por la significación, y de lo real que es el discurso realmente
pronunciado en su dimensión diacrónica” (Lacan, 1955/s.f., CD-Rom)) en donde el lenguaje más verdadero es el del síntoma mismo que comunica lo rechazado. El sujeto
delira un discurso que no está amarrado a lo simbólico, que prescinde de él dando lugar
a una única certeza: que lo que se enuncia le concierne solo a él, cuestión que se
denomina fenómeno elemental o creencia delirante (Lacan, 1955/s.f.).
Llegados a este punto cabe, entonces, hacerse la pregunta por lo que es
específicamente el mecanismo de la psicosis, sabiendo de antemano, como ya se expuso,
que estaría basado en esa falta de simbolización y rechazo de un significante primordial
que toca al ser. Pero ¿qué es acaso lo que se forcluye, qué es realmente lo que el
psicótico no logra simbolizar en sus inicios?.
Para Lacan la forclusión es la causa y forma específica de la psicosis que se
constituye en un mecanismo diferente de la represión, en el cual un elemento es
rechazado fuera del orden simbólico, como si nunca hubiera existido. Este mecanismo es
retomado de la idea freudiana según la cual en la psicosis se trata del rechazo de una
representación inconciliable por parte del Yo, quien expulsa tanto de la idea
incompatible como del afecto ligado a ella, de tal manera que pareciera como si jamás se
hubiera hecho presente a esta instancia psíquica (Yo). Lacan retoma este concepto, y
propone como mecanismo propio de la psicosis la forclusión: “¿De qué se trata cuando
hablo de Verwerfung? Se trata del rechazo, de la expulsión, de un significante
primordial a las tinieblas exteriores, significante que a partir de entonces faltará a ese
nivel” (Lacan, 1955/s.f., CD-Rom). Sin embargo, el elemento rechazado, repudiado, no
queda del todo esclarecido en un principio, pudiendo ser, como significantes, la
Castración, la palabra misma o el plano genital. Es sólo hasta 1957 cuando Lacan, va a
proponer que se trata de el Nombre-del-Padre, en tanto significante fundamental que va
a organizar el mundo simbólico del sujeto (Evans, 1997). Dice Lacan (1957-1958/1991): “Es un término que subsiste en el nivel del significante, que en el Otro, en cuanto sede
de la ley, representa al Otro. Es el significante que apoya la ley, que promulga la ley. Es
el Otro en el Otro” (p. 150).
Cuando es este elemento el que se encuentra forcluído, en el sujeto se produce un
agujero simbólico imposible de llenar, dejando así una huella en éste que demarcará su
estructura psicótica y le provocará, cuando el Nombre-del-Padre aparezca en lo real, una
“colisión” con este significante, que dará lugar a la aparición de los fenómenos
delirantes y alucinatorios carentes de simbolización (Evans, 1997).
Pero este Nombre-del-Padre, como significante y como elemento forcluído que opera
en la psicosis, no puede entenderse más que en relación con el complejo de Edipo de
donde también parte la distinción entre la psicosis y la neurosis, y que será el medio a
través del cual el sujeto logre normalizarse. Este Nombre-del-Padre, este padre
simbólico que existe sólo a partir de la palabra, tiene sus raíces en la función del padre
dada en la estructura triádica que expone este complejo, y sólo operará en su simbolismo
en la medida en que sea entendido bajo los efectos que procura sobre el sujeto en ese
momento primario (complejo de Edipo) como metáfora, como padre simbólico, esto es,
cuando un significante viene en lugar de otro para provocar una significación nueva
(Arciniegas, 1998).
De este modo, para hablar del asunto de la Metáfora Paterna, y concluir con lo que
pasa en el psicótico a diferencia del neurótico, habrá que hacer un recorrido por los
desarrollos del concepto de Edipo que permitieron a Lacan formular esta formación. Al
respecto se registrarían tres momentos específicos de conceptualización del Edipo: en el
primero se permite la ubicación de este complejo en los sujetos neuróticos, y no ejerce
por lo tanto una gran influencia sobre las formaciones patológicas en su totalidad, tomando mayor importancia en algunos casos la relación maternofilial exclusivamente.
Esto hace que los elementos como el Súper-yo tan frecuentemente problematizado en la
neurosis, no encuentren su origen sólo en el elemento paterno, sino también y
preferiblemente, en la madre exigente. El segundo momento histórico del Edipo que
puntualiza Lacan, se refiere a las aportaciones realizadas por Melanie Klein (citada por
Lacan, 1957-1958/1991) y otros teóricos, respecto de la etapa preedípica, a la cual se
dota de una alta actividad psíquica que eleva su importancia en la formación de la
perversión y la psicosis, por la prevalencia de lo imaginario en la creación del
componente paterno representado en el Falo, a partir de la relación del niño con el
interior del cuerpo de la madre que se forma en su totalidad y que tiene un papel
protagónico en el desarrollo de éste. Por último, se plantea el momento en el cual se
relaciona el Edipo con la genitalización, viendo aquel como el normatizador de la
asunción del sexo (en los aspectos tanto de maduración como de asunción de contenidos
sociales respecto a éste) que al «internalizarse» se convertirá en el Ideal del Yo.
Dadas estas puntualizaciones que de entrada sirven a Lacan para reformular el Edipo
freudiano, el autor se preguntará por el papel del padre dentro de éste complejo,
encontrando que éste varía según el caso individual y que su presencia o ausencia dentro
de lo real, no es necesariamente definitoria para el asentamiento de una estructura
psicótica, pues como él lo anota (1958/1991), «el padre existe incluso sin estar» (CDRom)
de una manera particular que no puede ser abordada sin antes entrar en el terreno
de la Castración, que para Lacan tomará gran importancia, pues es precisamente en torno
al Falo que se regirá su teoría.
Como se había indicado líneas arriba, Lacan (1958/1991) retoma la Castración
anunciada por Freud, como universal y patente ante la contemplación de los genitales femeninos, evidencia que pone de manifiesto la posibilidad de una carencia del Falo que
genera una angustia en el sujeto, sin embargo, para Lacan ésta angustia no sólo toma el
tinte personal, sino que remite a la falta del órgano, tentativamente en el propio cuerpo,
pero manifiestamente en el cuerpo femenino, y más exactamente en el cuerpo del
importante objeto primario que constituye la madre (antes portadora imaginariamente de
un Falo, conforme a las teorías infantiles respecto a la organización genital), es decir, se
hace presente la falta del pene, pero en otro, es la falta en ese otro la que realmente
necesita ser subsanada y por esta vía se solucionará la angustia respecto al propio
miembro.
Lacan (1958/1991) mostrará, entonces, cómo la vía regia para la solución de esta
carencia en el otro y en sí, está en la posibilidad de una mutua atribución del Falo según
la cual, más que poseerlo, se es el Falo, y en esta medida se asegura la no- pérdida del
miembro mediante su personificación, la asunción del pene en la totalidad del sí mismo.
Ahora, si bien en esta etapa del desarrollo infantil lo primordial es el Falo, esto no
hallará su significación más que frente a la irrupción del significante del Nombre-del-
Padre en la relación antes dual (o semi- triádica si se tiene en cuenta al Falo como
elemento fundamental, aun no constituido en su totalidad) entre el niño y la madre. Así,
«la función del padre en el complejo de Edipo es la de ser un significante que sustituye al
primer significante introducido en la simbolización, el significante materno» (Lacan,
1958/1991, pag.179); esta formación de sustitución de un significante por otro es lo que
Lacan denominaba como metáfora, es de ésta forma como llega a conceptualizar la
función del padre, ya no como sujeto, compuesto por el sistema RSI, sino como
simbólico neto, a través del cual se introduce al niño la prohibición de la madre, la interdicción del incesto que es la base del complejo de Edipo, y desde éste, del mundo
simbólico. El Nombre-del-Padre representa la ley.
Trauma, figura 2, metáfora paterna
Teniendo en cuenta lo anterior, se postula que tras comprender los papeles dentro de
la formación metafórica de cada uno de sus elementos, el niño se aboca al entendimiento
de que el espacio en la ecuación puede corresponder a él en la forma de Falo, el niño se
hace Falo por la vía imaginaria (que genera sus complicaciones en términos del
desencademamiento de un brote psicótico por la accesibilidad parcial que genera este
registro), o por la vía simbólica, por la metáfora en la cual el deseo de la madre es
poseído y presentado en forma de Falo. Ahora, si en esta metáfora se prescinde del
significante del padre, habrá lugar para la estructura psicótica, o en palabras del mismo
Lacan (1955/s.f., CD-Rom): «en la psicosis no hay Padre porque no ha muerto: falta el
significante del padre», de ésta forma, el síntoma proveniente desde afuera en lo real y
materializado en lo imaginario para la psicosis es la forma de subsanar esa carencia en el
sujeto; a falta de un significante primordial, miles de significantes sin significado,
constituyen el delirio en la psicosis. Sin posibilidad de simbolización, el ser el Falo
constituye al sujeto como el deseo del otro, pero él mismo, el hijo- Falo, no da lugar
dentro de sí a deseo alguno. El goce de su madre responde al deseo de él, mientras que el
goce de él mismo no encuentra deseo al cual aferrarse, y en su carencia no puede más que ser preso de un goce doliente y angustioso. La forma de gozar propia de la estructura
psicótica prescinde del deseo como condición previa para presentarse (Cano, Castaño,
Gallano y Martí, 1997).
En Schreber la psicosis se desencadena por su imposibilidad de procrear y el cargo
que le fue asignado. Este tuvo que vérselas con estas experiencias que lo enfrentaron con
la paternidad (¿o maternidad?) en lo real, para lo cual no tenía como defenderse desde su
orden simbólico, y en su “agujero” lo que deviene es su construcción paranoica.
Por último, se podría decir que desde la perspectiva lacaniana, con este concepto de
forclusión la psicosis queda bien demarcada y esclarecida, tratándose de una estructura
clínica que funda al sujeto de una forma diferente a como lo conceptualiza la represión.
Se nota que como condición de que se produzca la manifestación psicótica como tal, se
necesita más que de un suceso externo al sujeto (la llamada del NP en oposición
simbólica al sujeto), de una configuración básica que se da desde sus relaciones
iniciales, que haya su núcleo en el Complejo de Edipo.

Discusión
La pregunta generadora de la investigación fue ¿Cómo se explican y qué elementos
presentan desde el punto de vista teórico los acontecimientos traumáticos en el campo
de batalla y lo que desencadenan en el psiquismo, desde las postulaciones del
psicoanálisis freudiano y lacaniano?. En términos generales se llegó a la siguiente
conclusión: el trauma, la movilización interna que ocurre gracias a éste y el síntoma, se
trenzan tan fuertemente que crean círculos irrompibles. El trauma es sólo el gatillador de
toda una cadena simbólica pre-existente en la subjetividad; una piedra incrustada en un
gran camino empedrado. En el contexto de la estructura subjetiva existe un interjuego
constante entre el trauma, la movilización interna que provoca y el síntoma que aparece A continuación se disertará acerca de la anterior afirmación y otras a las que se llegó
a raíz del análisis de las perspectivas freudianas y lacanianas sobre el trauma en la guerra
y lo que desencadena en el psiquismo de quien lo vive. Para tal fin se abordarán tópicos
que engloban las características más relevantes y los elementos encontrados en la teoría
estudiada.
Lo Cuantitativo y lo Cualitativo del Trauma
En 1920 Freud reestructuró gran parte del edificio teórico que había construido
gracias a los hallazgos clínicos que contradecían su producción hasta este año, entre
ellos, la neurosis traumática y su variante la neurosis de guerra. Según él, la lógica del
trauma va en contra de todo principio de placer, y por el contrario consiste en la
repetición compulsiva de escenas dolorosas. La causa del trauma sería lo económico,
explicado por un evento de gran magnitud que generó una ruptura en la barrera de
protección antiestímulo, en un momento en el que no había suficiente apronte angustiado
para ligarlo. Éste inundó el psiquismo en adelante, rigiéndolo con su lógica de la
repetición.
Se supone que en la guerra el combatiente suele estar “preparado” para vivir
cualquier evento de emergencia o sorpresivo, pues ir allí implica precisamente este
encuentro; sin embargo, los sucesos que dejan trauma son aquellos ante los cuales
ninguna preparación es posible. Es probable que aquello que viven los combatientes en
el campo de batalla deje trauma precisamente porque ante tal evento el ser humano no
está dado a prepararse adecuadamente. Usualmente en el contexto de la guerra se utiliza
el término “emboscada” cuyo significado es “ocultación de una o varias personas en
parte retirada para atacar por sorpresa a otra u otras” (Real Academia Española, 1992, p.
804), para hacer referencia a esos momentos en los que sobreviene lo inevitable e innombrable de la guerra, propiciado por otros denominados “enemigos”, y que deja al
combatiente inerme.
Otra de las características económicas del trauma es que produce un incremento
rápido y enorme de energía en la vida psíquica. El estímulo traumático porta energía
excesiva, más de la que se espera recibir para un lapso de tiempo corto, rompiendo así
las barreras protectoras del psiquismo. Entonces, el estímulo en exceso prominente es el
que puede quebrar la protección antiestímulo y perforar el psiquismo. Basándose en la
gran prevalencia de combatientes traumatizados por las escenas de guerra, es posible
afirmar que muchas de las experiencias allí vividas, son altamente intensas y portan
energía que podría desbordar a cualquier ser humano.
La emoción que embarga en el momento del acontecimiento traumático, es la
estupefacción (sentimiento que florece frente a lo real), esta deja incapacitado al sujeto
para reaccionar adecuadamente al peligro. La estupefacción es generalmente provocada
por el terror, específicamente por la sorpresa en el terror. La falta de apronte
angustiado, se infiere pues, de la condición sorpresiva del evento, del terror que invadió
a los sujetos y en último lugar, de la insuficiencia en el trabajo de fantasía por medio del
cual se pueden anticipar los hechos a fin de no vivirlos de manera tan violenta. Es
relevante preguntarse ¿cómo hace un sujeto para preparase a vivir una escena en el
campo de batalla, utilizando el mecanismo del fantaseo, cuando lo que ha de encarar es
lo real en su más cruda esencia?, es precisamente por esta carencia de sentido por lo que
deviene el trauma.
Desde aquí comienza a notarse el importante papel de la angustia en el
desencadenamiento y permanencia de la condición de sufrimiento en los sujetos. En un principio hubo un déficit de angustia, y en adelante, este es el afecto que comandará el
aspecto emocional de los sujetos.
La energía que porta el trauma queda libre dentro del aparato mental, buscando
insistentemente una vía de descarga; éste proceso se revela en los síntomas de
repetición. Sin embargo, la descarga es interrumpida y el aparato psíquico se ve obligado
a llevar a cabo un trabajo alterno, mediante el cual liga y controla los montos de energía
flotante. Este trabajo es la conformación de una contrainvestidura, a cuenta de la cual la
energía de otros sistemas psíquicos se rebaja, quedando bloqueados o inhibidos. Y ahí es
cuando los síntomas por inhibición comienzan a presentarse.
La incapacidad para tramitar (suprimir o asimilar) la energía adquirida, puede estar
dada en el momento del trauma por ausencia de lesión orgánica y bloqueo de la
actividad motriz. El bloqueo de la actividad motriz se da gracias a la suspensión en el
terror, por la estupefacción que implica el encuentro con lo real y supone un
represamiento de energía (retención) que además de ser traumático en sí mismo, deja
una huella que, luego será aliada a sentimientos de impotencia, inutilidad y a angustias
muy tempranas.
El medio considerado regio -pues va de la mano del proceso secundario de
pensamiento- para descargar un monto de energía es la elaboración consciente, o lo que
es igual, la simbolización del acontecimiento traumático y su aceptación dentro de la
historia. No obstante, por hacer el trauma parte de lo real, este proceso esta impedido
constitucionalmente. Aparecerá pues una pregunta a través de la que se intentará atrapar
un saber que se cree desconocido, en un lugar de la subjetividad al cual no se puede
acceder. Por ejemplo, en el neurótico es posible que se de un constante cuestionamiento por el nombre o razón de ser de la condición de sufrimiento que se padece; estas son
parte de la búsqueda de sentido tanto del trauma como de lo que aparece tras él.
Finalmente, el trauma altera la economía total del psiquismo, trastocando la
personalidad global del individuo. Esto es suficientemente comprobable, con la manera
en que la energía se concentra sobre el trauma procurando la afluencia de fenómenos
como la repetición y la inhibición. Dichos síntomas avasallan a los tres sujetos, al punto
de tomar a su mando las funciones psíquicas superiores y abolir al Yo, que es llevado
junto con las pulsiones hacia la regresión infantil. Aparecen pues síntomas de repetición
como los sueños traumáticos, la cavilación obsesiva, las alucinaciones con contenidos
originales del trauma, los síntomas motores de repetición; y síntomas de inhibición como
el bloqueo del pensamiento y motriz.
Se encuentra pues que el cuadro se caracteriza por la inhibición y la repetición,
mecanismo de control y descarga arcaico, como lo expresó Fenichel. Añadido, hay otra
especie de síntoma. La repetición va de la mano de la regresión, ocasionada por el
jalonamiento del trauma a épocas anteriores insuficientemente resueltas. Se dejan ver
entonces síntomas regresivos como la dependencia pasiva, el desvalimiento psíquico, la
necesidad de recurrir a figuras que representen la protección parental, el retorno de
angustias primitivas, entre otros. Estas afirmaciones serán mejor trabajadas en el
apartado de repetición. El fenómeno de la repetición, evidenciado a través de los
síntomas, es lo que más acerca a una comprensión de lo económico del trauma. Aquella
es la vía de acceso clínico a una categoría de índole metapsicológico.
Lo cualitativo del trauma nos ubica en lo más interno, particular, específico y por
tanto, relativo al individuo. Es de mencionar que respecto a lo real del campo de batalla
habría mucho por decir, pero poco se logra, pues lo real nunca para de no decirse ni de no escribirse, más aún cuando contiene lo espeluznante del frente de batalla. Hay cosas
que viven los combatientes en el campo, que ni ellos, ni nosotros podremos saber ni
decir a través de este u otros estudios, pues simplemente aquello no se deja atrapar por el
lenguaje. Lo único que con certeza se sabe es que aquel encuentro con lo real sobrepasa
todo límite de intensidad, portando un material en exceso ominoso, cruel y
traumatizante. Para dar una pista sobre lo fuerte del choque, se dirá que logró destapar
los complejos, angustias y conflictos, más antiguos de la vida anímica, aquello que se
creía realmente sepultado emergió con nuevo poder. De allí, que salir exento del frente
sea una tarea casi utópica, ni los neuróticos, ni los psicóticos serán los mismos luego de
vivir escenas de guerra. Sin embargo, hay diferencias, y estas deben buscarse en lo que
refiere a la historia personal y los elementos de la subjetividad.
Con respecto al análisis del trauma, es importante identificar su núcleo, pues este da
pistas de las razones profundas para que un traumatismo haya devenido y facilita el
examen del caso particular. Existe una relación estrecha entre el núcleo del trauma y la
angustia. El núcleo es bordeado por una angustia primitiva que ha despertado con mayor
viveza en relación a otras experimentadas durante la vida. Sobre esto se profundizará en
el apartado de angustia.
El núcleo del trauma no puede entenderse como gratuito o azaroso, pues éste se da a
razón de antiguas formaciones que se han constituido según el caso particular, es decir,
que su sustrato es estructural. Su razón de ser viene de la profundidad del psiquismo, si
no fuese así los núcleos del trauma actual serían muy parecidos entre los sujetos. De lo
anterior que sean los traumas y núcleos ubicados, y no otros eventos que pudieron tener
iguales características económicas, los que tuvieron el poder de perforar y permear la
estructura.
Hay una relación bidireccional entre el trauma actual y los contenidos antiguos. El
material que despierta a costa del trauma (específicamente su núcleo) y desencadena
gran parte de la sintomatología, es infantil, por lo tanto pre-existente, y además
doloroso. Dicho acontecimiento detona justo lo que era susceptible de gatillarse y
explotar; rompe la cuerda por su lado más flaco y de allí en adelante avanza a través del
psiquismo. Se puede decir que el trauma despierta la estructura e igualmente la
estructura (específicamente sus debilidades) hace de un acontecimiento algo traumático.
Añadido a esto, cabe reconocer que lo real del campo de batalla es tan amplio que
puede ofrecerle a cada sujeto el material preciso para penetrar en los resquebrajamientos
de su estructura, es decir, allí donde certeramente se incrusta y desarrolla el trauma.
Hablar de estructura, implica tocar los tres registros lacanianos. Con respecto al
registro real, se sabe que es precisamente el material del que consta lo que hace trauma
en el sujeto. Como se dijo, lo real está compuesto por tres elementos, la paternidad, la
sexualidad y la muerte. Esto no quiere decir que cualquier experiencia relacionada con
alguno de estos campos es traumática en sí misma, depende su cualidad traumática de
cómo se trenza con los otros registros en el caso particular, es decir, ¿qué de la
sexualidad, de la muerte y la paternidad, no ha podido ser imaginarizado o simbolizado
y por tanto puede devenir traumático para un sujeto?. Lo anterior teniendo en cuenta la
estructura subjetiva, pues efectivamente esta puede identificarse como neurótica,
psicótica o perversa, por la manera en que los tres registros se enlazan a partir de la
organización hecha por la Castración.
Una de las conclusiones a las que se ha llegado en el estudio, es que además de lo real
de la muerte, lo real de la sexualidad también puede jugarse en el trauma del campo de
batalla (en parte, vía las experiencias del cuerpo, el goce y las angustias primitivas que despiertan). Se rebate por completo la noción de una neurosis traumática en la que el
contenido infantil, sexual no tiene lugar. Precisamente es parte de este contenido el que
permite el enlace entre el evento traumático y la subjetividad. No es posible comprender
el caso particular si no se atienden estas especificidades, por el contrario el examen sería
superficial.
Además, como bien lo dijo Chemana (1996): “los acontecimientos, sexuales o no, son
siempre reelaborados por el sujeto, integrados al saber inconsciente”, y es este
inconsciente el que guarda las marcas de épocas arcaicas como el nacimiento, la
lactancia, el Edipo, la amenaza de castración, etc. Decir que el acontecimiento
traumático en el campo de batalla nada tiene que ver con lo sexual sería una falacia, pues
la importancia de este aspecto ha relucido en las movilizaciones y sintomatología del
cuadro.
Finalmente, el trauma y su movilidad en la subjetividad, direccionan la manera en que
los fenómenos van a tener su expresión. Con esto se resalta que cada síntoma tiene su
razón de ser, ubicación y sentido en la estructura, no se lo puede entender per se. Se
argumenta entonces que la descripción del cuadro clínico no es suficiente para
proponerle un tratamiento al padeciente, es preciso ubicar los síntomas en una
estructura.
En resumen y para concluir se enumerarán algunos de los hallazgos respecto a la
naturaleza del trauma:
1. No se entiende el trauma sin la historia, ésta le da la razón de ser. En todo caso se
debe examinar la historia pretraumática para darle un sentido al trauma y a sus
efectos. Realmente es el fantasma lo que emergerá tras el choque traumático.
2. El trauma es, por naturaleza, relativo, así como lo anunciaron Laplanche y
Pontalis (1981). Tiene importancia en sí mismo por cuanto dejó una nueva huella
traumática a raíz del reciente encuentro con lo real. Además, gracias a que lo real
emergió con tal crueldad en el campo de batalla, se facilitó un enlace con eventos
antiguos de igual gravedad, que despertaron por sepultados que se creyeran.
Entonces, algo verdaderamente crucial en la formación del trauma, son los
enlaces profundos que estable entre el contenido que portaba y las angustias,
deseos y huellas tempranas. Se entiende a consecuencia, lo explicado por Freud
acerca de las series complementarias, la susceptibilidad planteada por Laplanche
y Pontalis y los puntos de sensibilidad cualitativa de Fenichel.
3. El trauma nunca para de construirse o trasformarse, cada vez encontrará más
enlaces, nexos y contenidos que lo engrosarán. El inconsciente no es un campo
extenso limitado, por lo tanto no sabemos de la cantidad de material allí
consignado. Los enlaces que se creen a su interior pueden ser innumerables.
4. No hay trauma que no mueva la estructura subjetiva (en mayor o menor medida,
con cambios irreparables o pasajeros), por lo tanto un sujeto no será igual después
de vivir traumas. Por esta razón, el trauma sí precipita debilidades pre-existentes.
5. Es posible hablar de predisposición traumática, pero no se debe creer que hay
sujetos tan bien estructurados que ningún trauma los toca, puesto que por bien
construidos, a ellos también se les presenta lo real y como todos, se enfrentaron a
la Falta (asumiéndola, forcluyéndola o renegándola).
6. El trauma nunca debe analizarse en vacío, pues tampoco actúa así. Éste no es un
“espíritu” que posee al sujeto por un tiempo y luego desaparece sin dejar rastro.
Lo que desencadena el trauma no sólo depende de él, en gran parte de cómo lo procesa la estructura. Así mismo su razón de ser no es sólo lo económico, siempre estará la contraparte del contenido y los núcleos profundos que toca.
7. El síntoma no sólo depende del trauma, gran parte de éste es producto de lo que se
moviliza en la estructura.
En los posteriores tópicos se desarrollarán algunos de los puntos aquí expuestos y
relacionados con lo cualitativo del trauma y su encajamiento en la subjetividad.

Notas:

2 El fenómeno de la alucinación es definido por la psiquiatría como un perceptum sin objeto. Sus contenidos pueden ser de diversa índole y afectar diferencialmente los sentidos del cuerpo. Puede presentarse sobre el campo visual cuando el sujeto percibe bultos, sombras y formas más definidas estáticas o en movimiento. También pueden ocurrir a nivel de lo auditivo, con la escucha de voces y ruidos. Las alucinaciones táctiles son igualmente posibles, y se clasifican como activas (cuando el sujeto cree haber tocado un objeto que no existe), pasivas (cuando hay una sensación de haber sido tocado), cenestésicas (cuando el cuerpo se percibe alterado o hay una sensación de que las funciones motoras son extrañas, conduciendo a síntomas de despersonalización) y negativas (relativas a la no percepción de un objeto real). Es importante recalcar que en la alucinación no hay una conciencia clara de que lo que se experimenta es equivocado, por el contrario, el sujeto confía en lo que sus sentidos le presentan y la conciencia de enfermedad se ve perturbada (Hernández, 2000).
En la psiquiatría, la denominación de alucinación sólo es válida para aquellos perceptums que se presentan externamente y frente a los cuales el sujeto actúa con la seguridad de que son reales. Al interior del psicoanálisis se ha encontrado que se puede presentar en estructuras tanto neuróticas como psicóticas.
De esta manera, en el psicoanálisis fenómenos perceptuales de los que el sujeto tiene consciencia plena como elementos disonantes (sabe que no son reales), o de los que no, tanto internos como externos, han sido cobijados bajo el nombre de alucinación, que sólo es diferenciada de la ilusión.
Para estos otros fenómenos, la psiquiatría ha designado nombres propios y son taxonómicamente
separados de la alucinación tal como se la definió al principio de este pié de página. La pseudoalucinación es una percepción sin objeto que en esta ocasión se localiza en el campo interno del sujeto. La alucinosis por su parte, también es una percepción sin objeto pero es “correctamente criticada por el sujeto como fenómeno patológico” (Hernández, 2000, p.90), el sujeto juzga las percepciones como erradas y las ubica como parte de su padecimiento, rasgo que añade una sensación fuerte de angustia. Por último, la ilusión se caracteriza como una percepción distorsionada sobre un objeto existente en la realidad.

Entre las categorías psiquiátricas y la psicoanalíticas, se podría establecer un puente que vincularía las dos taxonomías. Lo que la psiquiatría llama alucinación se ajustaría perfectamente a la alucinación psicótica del psicoanálisis, y la llamada alucinosis, hablaría del caso de las alucinaciones de un neurótico. Esto, sin tener en cuenta los mecanismos de base en su producción (forclusión y proyección).

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